PRÓLOGO


Los grandes cargueros del continente oriental se han ganado, y con justicia, el título de monarcas de los mares. Capitaneados por los mejores patrones, que pueden elegir a su gusto entre la flor y nata de los marineros del mundo, transportan sus cargas de norte a sur y de este a oeste, y su reputación en todos los puertos lo bastante grandes para aceptar su gran calado no tiene parangón.

El Buena Esperanza se encuentra entre los mejores de tales decanos, y es bien conocido en Ranna, el más importante de los puertos marítimos de las Islas Meridionales. Pero, en este último viaje a las islas, el Buena Esperanza transporta sin saberlo a un marinero excepcional entre su tripulación, alguien para quien el destino de la nave es de una importancia vital y desesperada.

Durante cincuenta años la muchacha ha vagado por el mundo, inalterable, sin envejecer, inmortal. Al abandonar su país de origen su nombre era otro y más agradable, pero ahora se la conoce sólo como índigo; palabra que, en la tierra que la vio nacer, designa el color del luto.

Índigo ha conocido mucho dolor y aflicción durante su larga estancia en el mundo, aunque durante este vagabundeo también ha tenido muchas experiencias y aprendido muchas Lecciones que han transformado su vida. Ha conocido el amor y el odio, la amistad y la enemistad, la felicidad y el dolor; y el experimentarlos le ha servido para enfrentarse y reconciliarse con muchos aspectos de su propio yo.

Índigo ha derrotado a seis demonios; demonios que procedían del interior de su espíritu, cada uno de los cuales se ha reflejado en las tierras y las gentes que ha conocido. Pero en estos momentos está dejando atrás el recuerdo de esas tierras, ya que la única esperanza, que la ha impulsado siempre adelante, que ha inspirado cada una de sus misiones y cada una de sus pruebas, se encuentra finalmente a su alcance. Durante cincuenta años se ha aferrado a la seguridad de que su gran amor, Fenran, seguía con vida... y por fin sabe dónde lo encontrará.

Índigo regresa a casa. Regresa al país del que fue exiliada, al reino de su propio padre. Otra familia real gobierna ahora desde el trono de Carn Caille, y no queda nadie que pueda recordar a la joven y temeraria princesa que acarreó tal desgracia a su hogar. O casi nadie... pues en estas islas, en la árida tundra que separa los exuberantes pastos verdes de la helada inmensidad del desierto polar, índigo sabe que Fenran espera. Espera a que ella lo libere de medio siglo de existencia en el limbo, para volver a vivir, para volver a amar. Este es el viaje definitivo, y la conduce hasta aquello que más anhela su corazón.

Ha derrotado a seis demonios... pero los demonios eran siete. Todavía queda uno. Y en su impaciencia, en su alegría ante la reunión que la aguarda, a lo mejor ha olvidado que aquello que pueda encontrar fuera de sí misma, también debe buscarlo en su interior....

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