CAPÍTULO 17


—¡Entonces queda decidido! —Una amplia sonrisa benévola se extendió por el rostro de Moragh mientras ésta contemplaba a la pareja que tenía delante—. Os casaréis aquí en Carn Caille, ¡y el rey oficiará la ceremonia! ¡Estoy tan contenta!

Las mejillas de Vinar enrojecieron y, con gran atrevimiento, tomó la mano de la reina viuda entre las dos suyas y le apretó los dedos.

—¡Gracias, su alteza, señora! Esto es... bueno, es mejor y más espléndido que cualquier cosa que pudiéramos haber esperado. Es cierto, ¿verdad, Índigo?

—Sí —respondió ella con voz apagada—. Sí, desde luego... Su alteza es muy amable con nosotros. Demasiado amable. No hay motivos para que debáis...

—¿Para que deba tomarme tantas molestias? ¡Tonterías, querida! Tú y Vinar sois nuestros buenos amigos. Además, hace ya bastante que no hemos tenido una excusa para una gran celebración aquí. No me negarías mi propia satisfacción, ¿no es así?

Desde luego, no había respuesta para ello, y por fin Índigo consiguió devolver la sonrisa de la reina viuda.

—No, alteza. Claro que no. Gracias.

Moragh era muy consciente de que el rey, sentado aún en la mesa de la tarima, la observaba con intensa curiosidad, pero había tenido buen cuidado de alejar a Índigo y a Vinar fuera del alcance de su oído para que no pudiera escuchar la conversación. Ryen no se sentiría contento cuando averiguara lo que ella había hecho, ya que seguía sin gustarle la continuada presencia de Índigo en su corte. Sin duda se produciría un altercado cuando se lo dijera, pensó Moragh, pero lo explicaría —o le explicaría tanto como considerara juicioso— y lo intimidaría, lo convencería o lo chantajearía para que accediera a sus deseos. Era la única forma de asegurarse de que Índigo permaneciera en Carn Caille hasta que Jes y Niahrin pudieran llevar a cabo el siguiente paso de su plan.

—Ahora —dijo, tomando el brazo de Índigo—, hemos de pensar en los preparativos. Primero, querida, está la cuestión de tu vestido. Mi propia doncella mayor es una costurera de mucho talento. Irás a verla esta tarde para que te tome medidas, y entre todos escogeremos una tela. Azul, yo diría; un azul claro, como el cielo en verano, te quedará muy bien y destacará el color de tus preciosos ojos. Y una cola en crema, o quizás en plata si tenemos material apropiado. Luego, claro, hay que tener en cuenta la vestimenta de Vinar; y la elección de acompañantes y padrinos...

Vinar, que la escuchaba con avidez, interpuso:

—Me gustaría que Neerin fuera uno de mis padrinos. Ha hecho mucho por ayudarnos. —Luego, con cierta tristeza, añadió—: O al menos lo ha intentado, aun cuando no saliera como ella esperaba.

Pareció como si Índigo fuera a poner objeciones, pero Moragh no le dio oportunidad.

—Ésa es una buena idea, y sí que a Niahrin le encantará —afirmó.

Vinar paseó la mirada por el salón.

—Podríamos pedírselo ahora, pero no parece estar aquí.

—Ah... ah, así es. Creo que alguien me dijo que no se encontraba muy bien esta mañana.

—¿Neerin no está bien? Quizá deberíamos ir a verla...

—No. —Pensando con rapidez, y confiando en que su tono no hubiera despertado sospechas, Moragh disimuló con la habilidad que concede una larga práctica—. Estrictamente entre nosotros, Vinar, creo que se trata de una desafortunada consecuencia de la fiesta de anoche. Bebió vino durante la cena, y no creo que esté acostumbrada a él.

—Oh. Ya. Bueno, podemos verla más tarde. —Regresó la sonrisa a sus labios—. Nos hablabais de los preparativos, señora...

—Ojalá no tuviéramos que hacer esto, Vinar —dijo Índigo más tarde, cuando estuvieron a solas—. No quiero quedarme aquí, no después de... esa pesadilla. Y sabiendo que ese viejo loco puede estar aún en la vecindad.

El brazo de Vinar la rodeó cariñoso y protector.

—No puede hacerte daño —replicó con decisión—. Su alteza me lo contó todo sobre él, ¿recuerdas? No es a ti a quien quiere; incluso aunque así fuera, ¿crees que conseguiría acercarse a ti conmigo a tu lado?

Índigo se mordió el labio inferior.

—Pero, si no tiene nada que ver conmigo, ¿por qué soñé con él aun antes de ponerle la vista encima? —Levantó el rostro hacia el suyo, y él pudo ver auténtico miedo en sus ojos—. ¿Por qué hice eso, Vinar?

—No lo sé, y ésa es la verdad. Pero opino que tú debes e... bueno, «haber cogido» ese sueño, ¿me comprendes?

Muy a pesar suyo, Índigo no pudo contener una breve carcajada.

—¡Haces que suene tan sencillo como coger un resfriado!

—Bueno, pues podría ser. Quiero decir, saber lo del sueño que la reina padece continuamente, igual que el que tú tuviste la primera noche. Su alteza me dijo que debías de haber «cogido el hilo»; así es como lo expresó. —La abrazó con fuerza, repentinamente sonriente—. A lo mejor eres una bruja como Neerin, ¿eh? —No soy nada de eso. —Pero el inconmensurable buen humor de Vinar empezaba a realizar su magia como hacía tan a menudo, y la risa en la voz de Índigo era inconfundible ahora— Soy simplemente yo, sólo Índigo, hija de nadie. Pero pronto será diferente. Seré Índigo, la esposa de Vinar, y entonces nada más importará.

—No es así como lo decimos en Scorva —corrigió Vinar en torno burlón—. Serás Índigo Shillan. Tomarás el nombre de la familia de mi padre, igual que yo.

La muchacha apretó el rostro contra su pecho.

—Pero todavía sigo deseando que no tuviéramos que quedarnos aquí. Ojalá pudiéramos abandonar Carn Caille ahora, casarnos en la ciudad más cercana, y tomar un barco en dirección a Scorva y al hogar de tu familia.

—¿Y perdernos la magnífica boda que su alteza ha planeado para nosotros? No podemos decirle que no cuando ha sido tan amable. ¡E imagina qué orgullosos estaremos, con el rey en persona oficiando la ceremonia! —Al darse cuenta de que seguía sin estar convencida, añadió consolador—: Con toda probabilidad no serán más que unos pocos días, mi amor. No se tarda tanto en preparar una celebración, y en cuanto haya finalizado nos podremos ir.

—¿Me lo prometes? —Volvió a alzar la cabeza hacia él.

—¡Prometido!

Índigo asintió con la cabeza.

—¿Sabes?, es sólo que..., sólo que, cuanto más tiempo nos quedemos aquí, más miedo siento de que... vuelva a suceder.

Se refería a mucho más que una simple pesadilla. En su mente seguía el recuerdo de un cuchillo de brillante hoja, y el rostro sorprendido de la reina Brythere; y, presidiendo todo ello, la amargada y arrugada vieja que llevaba la marca de su propia imagen envejecida. Pero Vinar no podía imaginar eso, y jamás debía saberlo.

Moragh y Jes eran las únicas personas en Carn Caille que conocían la auténtica causa de la indisposición de Niahrin, y, decidida a que siguiera siendo así, Moragh había hecho correr la voz de que la bruja padecía los efectos de un exceso de vino y no deseaba que la molestaran. A media mañana Niahrin todavía no había despertado del profundo y casi comatoso sueño, y Jes decidió velarla durante una hora o dos. Poco antes del mediodía Moragh se encaminó disimuladamente a la habitación, llevando una pequeña bandeja cubierta por una tela; el bardo se puso en pie al entrar ella, y, con gran alivio, la reina viuda vio que Niahrin estaba por fin despierta, aunque su rostro aparecía demacrado entre las almohadas sobre las que Jes la había incorporado.

—Te he traído un poco de sopa caliente, querida —dijo la reina viuda, depositando la bandeja sobre la mesita de noche—. Tómatela toda si puedes; en su interior hay hierbas reconstituyentes.

Niahrin le dedicó una pálida sonrisa de disculpa.

—Lamento dar tanto la lata, señora, ocasionaros tantas molestias...

—No haces nada por el estilo. Si no fuera por ti todavía daríamos palos de ciego en la oscuridad. —Moragh sonrió—. Eres muy valiente.

Niahrin sacudió la cabeza, aunque pareció que ello ejercía un efecto negativo en la poca energía que le quedaba.

—No, señora, no fue cuestión de valentía. Simplemente dejé que durase demasiado... Siempre sucede si lo hago; es una flaqueza mía. —No pudo decir nada más porque Moragh se sentó en el lecho y empezó a darle cucharadas de sopa. Sintiéndose ridícula, Niahrin abrió obedientemente la boca y tragó el caldo, que estaba sabroso y caliente y sabía a venado. Tras unas cuantas cucharadas, no obstante, aprovechó una ocasión para preguntar—: Por favor, señora, ¿sabéis dónde está Grimya?. La busqué al despertar, pero no estaba.

—¡Ah! Grimya. —Moragh y Jes intercambiaron una mirada que Niahrin no supo cómo interpretar; luego Moragh dijo con animación—: Bien, creo que lo mejor será contártelo. Niahrin, querida, lo sabemos todo sobre Grimya. Nos contó toda la historia ella misma, anoche.

—Os contó... —Entonces Niahrin se dio cuenta de lo que la reina viuda quería decir—. ¡Oh! —repitió—. ¡Oh!

—Cuando Jes y yo te trajimos de vuelta a tu habitación —continuó Moragh—, y te aseguro que no fue tarea sencilla pese a que éramos dos para transportarte, Grimya estaba muy afligida. Yo sospechaba la verdad sobre ella, de modo que la desafié directamente... —Enarcó las cejas—. O quizá debería ser estrictamente honrada y admitir que la coaccioné. Ella, pobre inocente criatura, se dio cuenta por fin de que el silencio total ya no servía, y se rindió. Nos contó todo aquello que no fue revelado durante la... aventura de anoche. —Rió con voz ronca—. En otras circunstancias habría sido una conmoción descubrir que podía hablar. Pero hacía menos de una hora había oído la voz de Cushmagar el bardo, me había enterado de que la princesa Anghara ha vivido sin cambiar ni envejecer durante cincuenta años, y había visto cómo tres fantasmas que son parte de ella se materializaban ante mis propios ojos. Después de ello, ¿cómo podía sorprenderme un hecho tan trivial como un animal que habla? — Meneó la cabeza como si por un momento experimentara una duda sobre lo que acababa de decir, pero enseguida se deshizo de la sensación con un encogimiento de hombros—. Grimya es muy valiente y muy inteligente. Sé que temía que nos volviéramos contra Índigo, contra Anghara, y la verdad es que entiendo sus razones. Pero también comprendió que no podíamos ayudarla a menos que supiéramos toda la historia. Consideró que podía confiar en nosotros. —Una débil sonrisa apareció en las comisuras de sus labios—. Tomé eso como un gran cumplido.

Niahrin estaba perpleja pero se dio cuenta de que al mismo tiempo se sentía aliviada. El peso de guardar el secreto de Grimya, con todas las dificultades inherentes a ello, la había abrumado mucho más de lo que había estado dispuesta a admitir hasta este momento.

—Me alegro de que os lo contara, alteza —dijo al cabo—. Yo quería hacerlo. Pero no podía romper la promesa que le había hecho.

—Sabe que tú no lo habrías hecho. Te aprecia mucho, Niahrin. Con motivo, creo. — Al ver que la bruja parecía turbada por el cumplido, Moragh le palmeó la mano y regresó rápidamente al tema original de conversación—. Así pues, Grimya, Jes y yo discutimos qué debía hacerse. Una cosa quedó clara anoche: si hemos de ayudar a Anghara, hemos de buscar el hilo perdido del que el..., el ser habló. Y parece que sólo hay una forma de hacerlo.

—A través de Perd.

—O Fenran, como quizá deberíamos llamarlo ahora. De todos modos, no podemos esperar recibir su voluntaria cooperación. Dudo que sea capaz de darla, incluso aunque quisiera. Así que esto no nos deja más que una opción: hay que obligarlo. Hemos de encontrar una forma de llegar hasta su mente enferma y sacar la verdad. Y me temo, querida, que ésa es una tarea para ti.

Niahrin asintió. Ya había esperado algo parecido.

—Sí —respondió muy seria; fuego miró con franqueza a la reina y añadió—: Si es que poseo esa habilidad.

—Eso es algo que no sabremos hasta que lo pongamos a prueba. Pero, antes de que podamos hacerlo, tenemos que encontrar a nuestra presa, y eso nos devuelve a Grimya. Perd... Fenran... evidentemente no tiene intención de abandonar la región, por lo que debe de haberse buscado un escondite en las cercanías. El bosque es el sitio más probable, de modo que Grimya ha ido allí a intentar localizarlo.

La bruja contempló el cuenco de sopa con el entrecejo fruncido. De improviso sentía un hambre canina, señal inequívoca de que el agotamiento empezaba a desaparecer por

fin, y extendió la mano para coger la cuchara.

—No resultará fácil de encontrar, señora, incluso para Grimya. Puede que esté loco pero es astuto, y tiene un gran conocimiento del bosque. Y la pata de Grimya todavía no está totalmente curada. Le falta rapidez y energía aun.

—Lo sabe. Pero tiene intención de pedir ayuda a los lobos del bosque.

Niahrin se sobresaltó de tal modo que dejó caer la cuchara, y salpicó de sopa todo el cubrecama.

—¿Los lobos salvajes? ¡Señora, a Grimya la aterran los lobos salvajes! Teme...

—Que si descubren su mutación se revuelvan contra ella como lo hizo su propia jauría cuando era un cachorro —acabó Moragh por ella—. Nos contó esa triste historia. Pero también está convencida de que, para ayudar a Índigo, debe superar su miedo. Y, como he dicho antes, es muy valiente.

—Sí —asintió Niahrin en voz baja—. Sí; muy valiente de verdad...

—No hay mucho que Jes y yo podamos hacer hasta su regreso, excepto rezar para que tenga éxito —añadió la retina viuda—. Nuestra tarea, por el momento, es asegurarnos de que no se despierten sospechas en Carn Caille. Pero tú, Niahrin, debes comer, descansar y recuperarte. cogió la cuchara caída y la depositó en la mano de la bruja Sus ojos tenían una curiosa expresión, mezcla de culpabilidad y compasión—. Tú, más que ninguno de nosotros, necesitarás todas tus energías antes de que esto finalice.

No obstante sus valerosas palabras a Moragh, Grimya estaba aterrada. No había una palabra más suave para ello ni ninguna forma de evitar la verdad; el temor estaba instalado en lo más profundo de su ser, inamovible, como un dolor físico. Durante un corto espacio de tiempo, de pues de penetrar en el bosque, había conseguido alejarle a medida que las delicias del lugar asaltaban sus sentidos. Nacida en el bosque, adoraba los claroscuros producidos por la luz del sol al filtrarse entre las ramas, la maleza húmeda, los sonidos, aromas y caminos apartados que exigían ser explorados; éste era su hábitat natural y hacía mucho tiempo que no lo había disfrutado plenamente. Per el miedo nunca la abandonó del todo, y ahora, al detenerse y contemplar el tronco de un árbol caído que cruzaba en el estrecho sendero que seguía, regresó con violencia. Su olfato había captado el nítido olor de otro lobo, y, aunque todavía no podía verlo, sabía que estaba sólo a unos metros de distancia.

Giró la cabeza de un lado a otro, examinando el y su corazón empezó a palpitar de forma irregular y violenta. ¿Dónde estaba el lobo? Ella se encontraba a favor; del viento por lo que no era probable que el otro la hubiera olido, pero podía haberla visto; y, si era así, ¿qué pensaba hacer? Ella no podía correr; había mantenido un trote corto desde que había abandonado Carn Caille y eso resultó bastante fácil y cómodo, pero la pata herida todavía no podía enfrentarse a un paso más veloz. Si el otro lobo percibía su diferencia y la atacaba, ¿qué haría ella? ¿Quépodía hacer?

Se escuchó un repentino roce entre la maleza al otro lado del árbol caído, y un pájaro lanzó una aguda llamada de aviso y salió huyendo, con un fuerte aleteo. Grimya se agazapó en una postura defensiva, con las orejas muy erguidas, el estómago plano contra el suelo, la mirada fija en los matorrales que se agitaban ligeramente como si algo los hubiera perturbado. De improviso divisó una borrosa mancha de color gris amarronado... y entonces una figura pequeña salió de su escondite, saltó sobre el tronco caído y se quedó mirándola con la boca abierta y la rechoncha cola balanceándose violentamente.

Se trataba de un cachorro; ni siquiera un jovencito y rebosante de la sorprendida y ansiosa curiosidad de los muy jóvenes. Lanzó un único gañido y adoptó una fingida pose de ataque, con aire severo y la lengua colgando por un lado de la boca en una clara invitación al juego. Grimya empezó a levantarse; una parte de su tensión había desaparecido al darse cuenta de que las intenciones del cachorro eran totalmente amistosas, pero al cabo de un instante el miedo regresó al decirse que la madre no podía andar muy lejos, y que debía de ser la matriarca de la jauría, ya que era la norma entre los lobos que sólo el jefe y su compañera tenían permitido aparearse y procrear.

El cachorro volvió a lanzar un gañido, desconcertado por la falta de respuesta de su nueva compañera de juegos. Grimya recibió de la mente del pequeño un revoltijo de veloces y entusiastas pensamientos, y se sorprendió al descubrir que los entendía. El lenguaje de los lobos era menos complejo que la telepatía —que había sido su ruina— pero a la vez más que simples sonidos, aunque el sonido jugaba un papel de vital importancia. Era más parecido a una comprensión compartida: instinto, conceptos e imágenes que se combinaban en una forma de comunicación imposible de explicar a un humano. Durante más de medio siglo Grimya no había tenido ni la necesidad ni el deseo de utilizar la «lengua» de su infancia. ¿La recordaría ahora? ¿Conseguiría comunicarse con este ansioso cachorro que quería ser tu amigo, y hacerse comprender?

Emitió un sonido gutural desde el fondo de su garganta, no exactamente un gruñido, ni tampoco un gañido, pero que recordaba a ambas cosas, y en la vieja forma lobuna, tal como su madre le había enseñado, proyectó el concepto de «amiga».

«.¡Amiga,!» La afirmación fue instantánea, y con ella vino un chaparrón de preguntas. «¿Quién? ¿De dónde? ¿Jugar?», , «Nueva», dijo Grimya al cachorro. «Extranjera, pero buena. No daño.»

«No daño», coincidió el cachorro y, tras saltar del tronco del árbol al suelo, correteó hacia ella con el hocico alzado para el saludo a base de olfatear y lamer que era costumbre entre miembros de una misma jauría, o de una jauría al aceptar a un nuevo miembro.

El gesto dio nuevos ánimos a Grimya, que se mantuvo inmóvil mientras el cachorro saltaba y resollaba y luego, por ser el más joven, rodaba sobre el suelo para mostrar sumisión a un lobo de más edad.

«¿Jugar?», pidió travieso. «¿Perseguir y morder y cazar?»

Grimya emitió el sonido de advertencia que indicaba negativa a acceder, y enseguida lanzó un gemido para dar a entender que con ello no quería insinuar una amenaza o desconsideración. Quería que su compañero comprendiera que había asuntos serios que tratar y que necesitaba ayuda, pero el cachorro estaba demasiado preocupado con la idea de pasarlo bien y jugar, y con su propia curiosidad y orgullo por haber descubierto a la extraña. De pronto se puso en tensión y clavó los ojos a lo lejos, en un punto situado detrás de Grimya. Temiendo lo peor, la loba se volvió.

Otros cinco lobos la observaban desde el sendero. No los había olido porque el viento soplaba del otro lado; pero supo de inmediato que su jefe —una enorme y ágil criatura casi negra con un magnífico collarín de pelo— era el rey de la jauría. La hembra situada junto al jefe lanzó una orden seca, y el cachorro, avergonzado, casi se arrastró hasta ella con la cabeza y la cola gachas. En cuanto se introdujo entre las patas delanteras de su madre, el jefe de la partida bajó la cabeza y abrió la boca para mostrar los dientes.

El instinto fue en ayuda de Grimya. En el mismo instante en que el jefe del grupo realizaba su gesto de amenaza, ella se dejó caer al suelo y se arrastró, con las patas extendidas al frente y la cabeza apretada de costado contra la húmeda almohada de hojas del año anterior. Abriendo la boca, mostró la lengua para lamer el aire, y gimoteó, a la vez que proyectaba un mensaje: «Amiga, amiga. Extranjera, pero amiga. Reverencia y respeto. No daño». El rey lobo avanzó hacia ella despacio y se detuvo justo a su lado. Durante lo que a ella le pareció un tiempo interminable la contempló desde su posición erguida, mientras Grimya permanecía tumbada sumisa, profiriendo pequeños sonidos de obediencia. Entonces, ante su sorpresa, el rey lobo le transmitió con toda claridad:

«Sabemos quién eres. Amigos del oeste están aquí. Ellos nos lo dijeron. Te esperan; ellos y nosotros.»

La gran cabeza negra descendió, y un temblor recorrió el cuerpo de Grimya cuando el lobo le olfateó primero el hocico, luego le lamió el rostro, acto seguido le mordisqueó la oreja derecha —como una simple aserción de autoridad, y sin ninguna intención hostil— y por último dio permiso a sus compañeros para que se adelantasen a investigar por sí mismos a la recién llegada. Había tres hembras entre sus acompañantes y un macho más joven; Grimya averiguó que éste y una de las hembras no pertenecían a la jauría del rey lobo sino que eran los «amigos del oeste». Habían venido del distrito de Niahrin y se dio cuenta de que eran miembros de la misma jauría que la había seguido a ella y a la bruja por la carretera de Carn Caille. La excitación de Grimya aumentó, pero sabía que las formalidades de los saludos y primeros contactos tenían que completarse antes de que pudiera atreverse a hablarles de Perd Nordenson, y por lo tanto se sometió obediente y pacientemente al escrutinio de sus nuevos amigos. Las hembras demostraron gran preocupación por su pata herida, que lamieron y palmearon repetidas veces, pero ella les aseguró que cicatrizaba correctamente y que podía cazar y alimentarse por sí misma. Por fin parecieron darse por satisfechas, y el rey lobo los reunió a todos. No conferenciarían allí sino en otro lugar, dentro de su territorio y no muy lejos. Entonces permitieron que Grimya se incorporara y, una vez que se hubo sacudido a conciencia, los lobos la condujeron a su destino. La matriarca ! desvió al cabo de un rato y los dejó, con el cachorro saltando a su lado y lanzando fascinadas miradas por encima del hombro, y a Grimya la escoltaron hacia el corazón del bosque, a un lugar donde una espesa vegetación de abedules y jóvenes robles colgaba sobre la orilla de un arroyo poco profundo. Aquí los lobos se sentaron en semicírculo con Grimya en el centro, donde todos podía verla, y el rey permitió que todos se dirigieran a ella.

Lo que tenían que decir llenó de asombro a Grimya. Los lobos habían adivinado el secreto de su «diferencia —lo cierto es que la jauría del oeste lo había sabido desde el primer día que apareció en la casa de Niahrin— per lejos de sentir odio u hostilidad hacia ella, su actitud era solícita y comprensiva. Los habitantes del oeste habían percibido, también, que existía una conexión entre Grimya y el viejo loco que había ido a vivir a su territorio varíe veranos atrás, y que desde hacía tiempo había llamado poderosamente su interés. Había algo extraño en aquel hombre, dijeron, algo siniestro, oculto y... equivocado. ¿Podía Grimya decirles más cosas?

Grimya lo hizo, aunque pronto descubrió que la lengua de los lobos, y la interpretación que daban éstos a lo que escuchaban, tenía limitaciones. Existía un enorme abismo entre la forma de comprender de la jauría y la forma humana de razonar que ella había aprendido con los años y Grimya comprendió lo mucho que su larga vida junto a Índigo la había cambiado. No era un pensamiento excesivamente agradable, pero consiguió explicar lo suficiente, y la respuesta de los lobos fue inapelable. La lealtad para con los amigos era un principio inquebrantable entre los de su raza: habían aceptado a Grimya como su amiga, y, si ella por su parte tenía una amiga necesitada de

ayuda, se la ayudaría sin reparos. Sabían dónde vivía el humano loco, pues, llevados por la curiosidad, lo habían seguido hasta su guarida, si bien no se habían acercado a él y habían advertido a sus cachorros que se mantuvieran bien apartados. No obstante, no creían que se lo pudiera coger con facilidad. Era probable que luchase, y se necesitarían hombres para reducirlo; de todos modos, el rey de los lobos prometió que él y su jauría ayudarían. Conocían y respetaban a los cazadores de Carn Caille; los conducirían hasta el hombre loco y prestarían su ayuda física y sus conocimientos para atraparlo. Todo lo que Grimya tenía que hacer era traer a los hombres a este lugar, y llamar a los lobos.

Grimya se sintió profundamente agradecida a la jauría. Les dio las gracias profusamente, rodando y arrastrándose por el suelo para mostrar su reconocimiento, y, cuando el rey lobo selló el acuerdo, permitió a la loba el privilegio de lamerle hocico y cabeza a cambio. Los otros tres lobos de menor categoría también la lamieron a ella, y, cuando Grimya se preparaba para marcharse, recordó de improviso algo.

«Quisierapreguntar.» Se volvió hacia el rey lobo y hundió la cabeza con humildad. «Quisierapreguntar.» «Pregunta. Sí.»

«Hace dos lunas, cantasteis. Lo oí. ¿Por qué fue la canción?» Por un momento el rey lobo la contempló con fijeza a los ojos, pero enseguida respondió:

«.Había problemas. Captamos el olor. Te enviamos una advertencia, porque tú eres uno de los nuestros.»

De modo que habían percibido la maldad que se cernía sobre Carn Caille aquella noche, y el sobrenatural estrépito que se dejó oír fuera de la ciudadela no había sido casualidad... Grimya bajó el hocico hasta apoyarlo en el suelo.

«Os doy mi gratitud», dijo. «Y los humanos de la guarida de piedra os la dan, también. Enviasteis una advertencia, y salvasteis la vida de la compañera del rey humano.»

Una de las hembras lanzó un ladrido, y el rey lobo parpadeó sorprendido.

«Una cosa buena», dijo. «Una cosa buena hicimos. Sí. Celebraremos la cosa buena juntos. Cantaremos juntos. Canta con nosotros.»

Todos a una los cuatro lobos alzaron las cabezas y empezaron a aullar con una nota larga y espectral. Durante unos momentos Grimya se contuvo; luego, de repente, un instinto antiguo y medio olvidado la inundó y se unió a su canto mientras éste ascendía y descendía, ascendía y descendía. La canción contenía alegría y orgullo, y también satisfacción, y cuando por fin terminó con un último eco no hubo despedidas ni saludos, sino únicamente un movimiento y un roce entre la maleza, y los lobos se fundieron con el paisaje y desaparecieron.

Grimya contempló los matorrales, donde tan sólo un ligero balanceo entre las ramas bajas revelaba la dirección tomada por sus nuevos amigos, y de pronto se sintió desconsolada y sola, dividida entre dos mundos pero sin encentrarse en su elemento en ninguno de ellos. No volvería a ser una auténtica loba, no importaba hasta qué punto el canto y la amistad de los lobos se lo hubiera hecho anhelar; sin embargo, tenía lo suficiente de loba para lamentar romper con esos viejos lazos y desear que su vida hubiera sido diferente.

Pero entonces pensó en Índigo. Índigo había sido su amiga —su amiga más querida y a menudo también su única amiga— desde mucho antes de que naciera el progenitor del gran lobo negro. Incluso aunque Índigo la hubiera olvidado y abandonado ahora, era ella quien importaba más que nada. Lealtad era el credo supremo de los lobos, y la lealtad de Grimya era para Índigo. Había venido aquí por Índigo, y por Índigo debía dejar de lado su propia tristeza y anhelos y regresar junto a sus otros amigos, sus amigos humanos, para dar cuenta de su éxito.

Un pájaro empezó a cantar desde un árbol situado al otro lado del arroyo; un alegre trino de cuatro notas repetidas una y otra vez. Ya no quedaba ni rastro de los lobos salvajes e incluso su olor empezaba a desvanecerse. Se puso en pie y, tras una última mirada llena de melancolía a su alrededor, se volvió en dirección a Carn Caille.

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