Zulfikar Sharif ya no formaba parte del programa de doctorado de la Universidad Estatal de Oregón. Robert se topó con un mensaje de error de los de antes: «Ya no es estudiante registrado, ya no pertenece a la USO.» Incluso el enum de Sharif no era más que un punto muerto etiquetado como «abandonado». Daba un poco de miedo. Robert se dedicó a buscar. En todo el mundo había mil coincidencias para «Z* Sharif». Ninguna de las accesibles era la correcta. El resto eran personas que, con distintos grados de competencia, intentaban conservar su intimidad.
Pero el Zulfi Sharif que Robert buscaba seguía siendo un tecnopaleto. Al cabo de una hora o dos, Robert le localizó en la Universidad de Calcuta.
Sharif se mostró muy tranquilo.
—La profesora Blandings me echó.
—¿Del programa de doctorado de la UEO? En mi época, los profesores no tenían tanto poder.
—La profesora Blandings contó con la ayuda de las autoridades.
Pasé varias semanas intentando explicarme a varios agentes gubernamentales muy insistentes. No podían creer que yo sólo fuese un inocente que había logrado dejarse secuestrar varias veces.
—Ah. —Robert apartó la vista de Zulfi Sharif para mirar la ciudad que los rodeaba. El día parecía caliente y bochornoso. Más allá de la mesita bullía una multitud, los jóvenes reían. Destacaban en el perfil de la ciudad varias torres altas de marfil. Era la Calcuta de la moderna visión india. Por un momento se sintió tentado de abrir un segundo canal, negativo, para intentar distinguir la realidad de la ficción. No, concéntrate en qué parte de Zulfi Sharif es real y cuál es pura fachada.
—Supongo que la mejor prueba de que los polis te creen inocente es que te dejaron volver a la India.
—Efectivamente, pero a veces me pregunto si no seré un cebo al final de un sedal muy largo. —Le sonrió brevemente—. La verdad es que quería escribir mi tesis sobre usted, profesor Gu. Al principio fue por desesperación académica. Usted era el trofeo que podía venderle a Annie Blandings. Pero cuanto más hablábamos, cuanto más…
—¿En qué medida eras tú, Sharif? ¿Cuántos…?
—¡Yo también me lo preguntaba! Había al menos dos, aparte de mí mismo. Fue una experiencia muy frustrante, sobre todo al principio. Yo estaba hablando, planteando las preguntas que sabía que impresionarían a la profesora Blandings… ¡Y de pronto no era más que un simple observador!
—¿Seguías pudiendo ver y oír?
—Sí, ¡a menudo era así! Tan a menudo que en mi opinión los otros me usaban para generar preguntas que les inspirasen para luego emplearlas para sus propósitos. Al final… y confesárselo a su policía fue mi mayor error… al final, acabé valorando esas intervenciones grotescas. Mis queridos secuestradores planteaban preguntas que a mí no se me hubiesen ocurrido nunca. Así que me quedé durante la conspiración Bibliotoma y al final quedé como el perfecto provocador extranjero.
—Y si no hubieses estado allí la noche del disturbio, mi Miri habría muerto. ¿Qué viste, Zulfi?
—¿Qué? Bien, he repasado esa noche con todo detalle. Los otros ocupantes de mi persona tenían planes que no incluían hablar de literatura. Pero yo intentaba comunicarme continuamente. La policía afirma que jamás lo habría logrado de no haber tenido ayuda terrorista. En cualquier caso, durante unos segundos le vi tendido en el suelo. Me pidió ayuda. La lava se le acercaba al brazo… —Se estremeció—. La verdad, no pude ver mucho más.
Robert recordaba la conversación. Era uno de los fragmentos más claros entre la confusión.
Los dos, separados por más de doce mil kilómetros, permanecieron en silencio un momento. Luego Sharif inclinó la cabeza en un gesto inquisitivo.
—Ahora he dejado la peligrosa investigación literaria. Y, sin embargo, no puedo resistirme a preguntarle si está usted al comienzo de una nueva vida, profesor. ¿Podemos esperar algo nuevo bajo el sol? Por primera vez en la historia humana, ¿un nuevo Secretos de las edades?
Ah.
—Tienes razón, hay espacio para algo más. Pero ¿sabes?, algunos secretos quedan más allá de las posibilidades expresivas de aquellos que los experimentan.
—¡No más allá de las suyas, señor!
Robert se descubrió sonriéndole. Sharif merecía la verdad.
—Podría escribir algo, pero no sería poesía. Tengo una nueva vida, pero la cura para el Alzheimer… destruyó mi talento.
—¡Oh, no! He oído de fallos con el Alzheimer, pero la verdad es que jamás sospeché que fuese su caso. Pensar que podría surgir otro canto para los Secretos era lo único bueno que todavía esperaba que saliese de esta aventura. Lo siento mucho.
—No lo sienta. Yo no era… una persona muy agradable.
Sharif bajó la vista y luego volvió a mirar a Robert.
—Ya lo había oído. Cuando no podía hablar con usted entrevistaba a sus antiguos colegas de Stanford, incluso a Winston Blount, cuando no se dedicaba a conspirar.
—Pero…
—No importa, señor. Con el tiempo comprendí que había usted perdido la tendencia sádica.
—¡Entonces deberías haber supuesto el resto!
—¿Eso cree? ¿Cree que su talento y su malevolencia iban juntos? —Sharif se inclinó hacia delante, involucrado como Robert no le había visto desde las entrevistas—. Yo… lo dudo. Pero investigarlo sería muy interesante. Siguiendo con lo mismo, hace tiempo que me preguntaba, y tenía miedo de preguntar, algo. ¿Qué ha cambiado realmente en usted? ¿Se convirtió usted en un tipo decente desde la cura para la demencia o fue un cambio al estilo de Cuento de Navidad de Dickens y cada experiencia le hacía más amable? —Se echó hacia atrás—. ¡Con eso podría escribir una tesis espléndida! —Volvió a mirar a Roben, inquisitivo.
—¡Ni lo sueñes!
—Sí, sí —dijo Sharif, asintiendo—. Es una oportunidad tan increíble que casi he olvidado mis decisiones. Y la primera de ellas era no realizar más actividades que me relacionen con las autoridades. —Alzó la vista, como si mirase a observadores invisibles—. ¿Lo oís? Estoy limpio, ¡limpio en cuerpo y alma e incluso con ropa recién frita! —Luego, dirigiéndose a Robert otra vez añadió—: De hecho, tengo una carrera académica nueva.
—¿Sí?
—Sí. Me harán falta varios semestres para cumplir los requisitos, pero valdrá la pena. Verá, la Universidad de Calcuta va a montar un departamento nuevo con nuevos profesores, trepas de verdad. Nos queda mucho camino por recorrer considerando la competencia de las universidades de Mumbai… pero los de aquí tienen recursos y están dispuestos a aceptar caras nuevas como la mía. —Sonrió con entusiasmo al ver la mirada confusa de Robert—. ¡Es nuestro nuevo Instituto de Estudios de Bollywood! Una combinación de cine y literatura. Yo estudiaré la influencia de la literatura del siglo XX en las artes indias modernas. Por mucho que lamente nuestra oportunidad perdida, profesor Gu, ¡estoy encantado de tener una carrera que me mantendrá alejado de las autoridades!
Robert estuvo ocupado en el periodo entre semestres. Su truco de sincronía le había elevado al nivel más inferior del mundo de los gurús. Una pequeña compañía, llamada Comms-R-Us se puso en contacto con él. En cierta forma se trataba de una empresa tradicional. Era antigua (tenía cinco años ya) y daba trabajo a tres empleados a tiempo completo. Así que no era tan ágil como otras, pero había logrado realizar varias innovaciones en comunicaciones concurrentes. Comms-R-Us había pagado a Robert para que les asesorase durante tres semanas. Y aunque quedaba claro que la «asesoría» servía para que Comms-R-Us decidiese si Robert Gu valía la pena, Robert se entregó a ello con entusiasmo.
Por primera vez desde que había perdido la sesera creaba algo que los otros valoraban.
Por lo demás, las cosas no iban del todo bien. Juan Orozco se había ido; sus padres se lo habían llevado de vacaciones a Puebla, para visitar al abuelo de su madre. Juan aparecía ocasionalmente, pero Miri no le hablaba.
—Intento que no me importe, Robert. Quizá si dejo de molestarla Miri me deje empezar de nuevo. —Robert tenía la sensación de que el chico habría acampado en el jardín de la casa si sus padres no se lo hubiesen llevado lejos.
—Hablaré con ella, Juan. Te lo prometo.
Juan le miró dubitativo.
—Pero ¡que no crea que yo te lo he pedido!
—Tendré cuidado. Escogeré el momento con mucho cuidado.
Robert poseía décadas de experiencia en el arte de escoger el mejor momento para atacar. Debería haberle sido fácil. Miri había logrado un Incompleto en su proyecto de demostración. Lo que significaba que, cuando finalmente lo presentase, al final del siguiente semestre, tendría que satisfacer expectativas todavía más altas. De momento estaba atareada en casa, principalmente ocupándose de su madre. Alice Gu era una mera sombra de su antiguo yo. Le habían arrancado el acero de las últimas quince semanas de relación. El resultado era… encantador. La mayor parte de las noches, Alice y Miri estaban en la cocina, intentando sacarle todo el jugo al menaje moderno. Su nuera se mostraba distante, pero su sonrisa no era el reflejo sin sentido que a menudo le había parecido.
Luego Bob se fue otra vez de viaje y Miri estuvo más ocupada que nunca. Cada día le daba noticias nuevas sobre sus búsquedas de rehabilitación de quemaduras y miembros. Muy pronto Robert emplearía esas búsquedas como excusa para hablarle sinceramente sobre Juan… y sobre sí mismo.
Quizás aquella noche fuese la adecuada. Bob seguía fuera. Alice se había marchado al despacho de la planta baja justo después de la cena. Esa noche no habría uno de los «juegos de tablero» de Miri. Eran divertidos y uno de los detalles agradables de la vida desde aquella fatídica noche en la UCSD. Aquella noche había resuelto algunos de sus problemas con Comms-R-Us. Había perdido la noción del tiempo mientras trabajaba. Cuando salió a tomar aire, tenía algunos resultados, quizás incluso cosas que valía la pena mostrar a sus jefes. ¡Qué noche tan buena!
Abajo, una puerta se cerró de golpe. Todavía tenía los ojos fijos en el trabajo, pero oyó a Miri subir apresuradamente las escaleras. Corrió por el pasillo y entró en su habitación.
Salió unos minutos después. Llamaron a la puerta de su dormitorio.
—Hola, Robert, ¿puedo enseñarte algo que he descubierto hoy?
—Claro.
Entró de un salto y se sentó.
—He encontrado otros tres proyectos que podrían ayudarte en lo del brazo.
Lo cierto era que el estado del brazo izquierdo de Robert Gu se podía describir mejor como ausente. El antebrazo había desaparecido por completo. En dos puntos cerca del hombro sólo le quedaba una franja de carne. Su «prótesis» parecía más bien una escayola de antaño. Curiosamente, los médicos habían descartado cortarle lo que quedaba y ponerle algún milagro moderno. Reed Weber, el ayudante médico que había reaparecido porque los médicos necesitaban un intermediario, le había explicado la situación, aunque probablemente no de la forma que los médicos hubiesen preferido.
—Eres víctima de un campo nuevo: la medicina prospectiva. Verás, Robert, disponemos de prótesis con control en los cinco dedos, y que duran casi tanto como un brazo natural. Pero son un poco pesadas y el sistema de sensores está muy lejos del que crea la naturaleza. Por otra parte, hay tendencias muy claras en tecnología de regeneración de nervios y huesos. Aunque nadie sabe exactamente cómo sucederá, o si sucederá, hay bastantes probabilidades de que dentro de dieciocho meses puedan hacer crecer lo que tienes ahora para convertirlo en un brazo natural a todos los efectos. Y los médicos temen que cortar lo que te queda del brazo para encajar una prótesis encarezca la aplicación de la otra solución. Así que por ahora estás condenado a una solución que no hubiese impresionado ni a tu abuelo.
Y Robert se había limitado a asentir, sin quejarse. Cada día con ese peso muerto en el hombro era una pequeña penitencia, un recuerdo de lo cerca que su estupidez había estado de destruir otras vidas.
Miri ignoraba todo eso. Más todavía, consideraba la medicina prospectiva una estupidez. Miri creía en encontrar soluciones médicas uno mismo.
—Aquí tienes los tres equipos, Robert. Uno ha hecho crecer una pata de mono completa, otro se dedica a las prótesis muy ligeras de miembros completos y el tercero ha realizado avances en neurocodificación. Apuesto a que tus amigos de Comms-R-Us te pondrían en la vía rápida para ser conejillo de indias. ¿Qué te parece?
Robert tocó la cáscara de plástico, que era todo lo que quedaba de su brazo.
—Ah, la verdad es que me parece que cualquier acuerdo para que me crezca una pata de mono es demasiado arriesgado para mí.
—No, no, tú no acabarías con una pata de mono. La pata de mono no fue más que… —Luego adoptó la expresión de googlear—. ¡Robert! No hablo de ningún cuento. Intento ayudarte. Quiero ayudarte más que nunca. Te lo debo.
Sí, definitivamente ésa era la noche para sincerarse.
—No me debes nada.
—Bueno, yo no lo recuerdo, pero Bob me contó lo que vio. Pusiste el brazo para evitar el avance de la roca fundida. Lo sostuviste en esa posición. —Hizo una mueca de dolor imaginario—. Me salvaste, Robert. —Te salvé, niña. Sí. Pero yo creé el problema. Jugué con algo malvado… o con algo muy extraño.
—Estabas desesperado. Yo lo sabía. Simplemente no sabía hasta dónde llegarían las cosas. Así que los dos nos equivocamos.
Había llegado el momento de pedir perdón de rodillas. Pero antes tenía que hacerle saber por qué era imperdonable. Le costó pronunciar las palabras.
—Miri, tú te equivocaste intentando corregir la situación. Pero yo… yo soy el tipo que puso la trampa a tu madre que casi la mata. —Ya estaba. Ya lo había dicho.
Miri permaneció completamente inmóvil. Al cabo de un momento, bajó la mirada. Dijo en voz baja:
—Lo sé.
Ahora los dos se quedaron inmóviles.
—¿Bob te lo contó?
—No. Alice. —Alzó la vista—. Y también me contó que todavía no han conseguido descubrir cómo lo que hiciste logró hundirla. No pasa nada, Robert.
Y de pronto Miri se echó a llorar. Y Robert se arrodilló. Su nieta le pasó los brazos por el cuello. Lloraba a lágrima viva, estremeciéndose. Le golpeó la espalda con los puños.
—Lo siento mucho, Miri. Yo…
El gemido de Miri se intensificó, pero dejó de pegarle. Al cabo de medio minuto su llanto se convirtió en sollozos y luego en silencio. Pero todavía le agarraba. Habló entrecortadamente.
—Acabo de descubrir que… que Alice… Alice vuelve a entrenar.
Oh.
—¡Ni siquiera se ha recuperado! —Miri volvía a sollozar.
—¿Qué dice tu padre?
—Bob está desconectado esta noche.
—¿Desconectado? —«¿ En esta época?»
Miri se alejó de él. Se puso a limpiarse la cara con la manga para luego agarrar la cajita de pañuelos que Robert le había tendido.
—Desconectado de veras. Apagón táctico. ¿N o sigues las noticias, Robert?
—Ajá.
—Lee entre líneas. Bob está en alguna parte haciendo que las cosas brillen en la oscuridad. —Se frotó enérgicamente la cara y su voz recuperó cierta normalidad—. Vale, quizá no literalmente. Bob habla de esa forma cuando tiene que hacer algo que realmente no quiere hacer. Pero sigo de cerca los rumores y observo a Bob y a Alice. Con esos dos, se me da bien hacer suposiciones. A veces Bob está desconectado y yo leo sobre algo maravilloso o terrible que sucede en algún otro país. A veces Alice va a entrenarse y yo sé que alguien precisa ayuda o de lo contrario sucederá algo fatal. Ahora mismo, Bob está lejos y Alice se está entrenando. —Se tapó la cara con las manos un momento y luego siguió limpiándose la cara—. Mi suposición es que los rumores son ciertos. Algo terrible sucedió en el Disturbio de la Biblioteca, algo peor que lo de GenGen. Ahora las superpotencias están asustadas. Creen que alguien ha descubierto la forma de romper sus sistemas de seguridad. Alice casi lo ha admitido esta noche. ¡Ésa era su excusa!
Robert volvió a sentarse, pero en el borde de la mesa. Su gran confesión se había hundido en el abismo.
—Deberías hablar con Bob cuando regrese.
—Lo haré. Y él discutirá con ella. Ya lo has visto otras veces. Pero Bob no podrá impedirlo.
—Quizás esta vez Bob pueda recurrir a sus superiores o lograr que los médicos le apoyen.
Miri vaciló, aparentemente relajándose un poco.
—Sí. Esta vez es diferente… Me alegro de que podamos hablar, Robert.
—Cuando quieras, niña.
Pero Miri guardó silencio.
Al fin Robert dijo:
—¿Estás conspirando o googleando?
Miri cabeceó.
—Ninguna de las dos cosas. Intentaba llamar a alguien… pero no responden.
¡Ah!
—Miri, Juan está en Puebla visitando a su bisabuelo. Puede que no vista continuamente.
—¿Juan? No le llamaría. No es demasiado listo y cuando me hizo falta en Pilchner Hall resultó un inútil.
—¡Eso no puedes saberlo!
—Sé que bajé sola a los túneles.
—Miri, he hablado con Juan casi todos los días desde que empecé en Fairmont. No te dejaría colgada. Piensa en lo que realmente recuerdas. Los dos debisteis de conspirar para seguirme. Estoy seguro de que él cumplió. Juan podría ser un nuevo amigo, otra persona con la que hablar.
Por una vez, Miri se echó atrás.
—Sabes que no puedo hablar con él de esas cosas. No podría hablar de ellas contigo tampoco, pero tú ya las sabes.
—Eso es cierto. Hay cosas que no puedes decirle. Pero… pero creo que no se merece esto de ti.
Miri alzó los ojos para mirarle, pero no habló.
—¿Recuerdas que te dije que me recordabas a tu tía abuela Cara?
Miri asintió.
—Te encantó saberlo. Pero creo que sabes cómo traté a Cara. Fue como el incidente Ezra Pound, una y otra vez, durante años. Nunca tuve la oportunidad de compensarla; murió cuando no era mucho mayor que Alice ahora.
A Miri se le llenaron los ojos de lágrimas, pero sostuvo los pañuelos en el regazo.
—Así fui durante toda mi vida, Miri. Me casé con una dama maravillosa que me amaba profundamente. Lena aguantó todavía mucho más que Cara y durante muchos años más. Incluso después de alejarla de mí ya sabes cómo me ayudó en Al Final del Arco Iris. Y ahora también ha muerto. —Robert agachó la vista y por un momento sólo pudo pensar en las oportunidades perdidas. ¿Por dónde iba? Oh—. Por tanto… creo que se lo debes a Juan. Tomarla con él no está a la altura de mis pifias. Pero todavía tienes la oportunidad de hacerlo bien.
Miró a su nieta. Tenía los hombros hundidos. Destrozaba los pañuelos que tenía en las manos.
—Piénsalo, ¿vale, Miri? No pretendía dejarme llevar.
Al fin Miri habló.
—¿Alguna vez has roto una promesa solemne, Robert?
¿A qué viene eso? Pero antes de poder hablar, Miri añadió:
—¡Bien, yo acabo de hacerlo! —Tras decirlo, agarró la cajita y salió corriendo del cuarto.
—¡Miri! —Cuando llegó al pasillo la niña ya se había encerrado en su cuarto.
Robert vaciló un momento. Podía aporrear la puerta o quizás era mejor enviarle un mensaje.
Entró en su cuarto, se giró… y vio una luz dorada sobre la mesa, donde Miri había estado sentada. Era un enum que le concedía opciones limitadas de mensajería. Pero él ya tenía esa opción, y muchas más, con Miri. Abrió el enum dorado y miró en su interior.
Era para Lena Llewelyn Gu.
Robert se quedó sentado junto al enum casi media hora. Lo examinó. Examinó la documentación. Era exactamente lo que parecía. Lena está viva.
No había dirección física, pero podía enviarle un mensaje simple. Sólo le llevó dos horas redactarlo. Menos de doscientas palabras. Eran las palabras más importantes que Robert Gu hubiese escrito nunca.
Esa noche Robert no pudo dormir. Se hizo de día, luego llegó la tarde.
No hubo respuesta.