10 Un excelente tema para una tesis

En casa, Miri mantenía un perfil bajo. Eso molestaba a Alice, lo que en sí mismo era contradictorio, porque Bob no quería de ningún modo que hablase con Robert. En cualquier caso, ambos creían que, si tenía ocasión, Robert volvería a hacerle daño.

Dejaba que Robert se quedase el cuarto de estar siempre que le daba la gana. Se aseguraba de no estar en casa si él estaba. Pero también le vigilaba en cuanto resultaba honrado hacerlo.

Halloween estaba a la vuelta de la esquina. Tendría que haber estado en los sitios de sus amigos, inmersa en la planificación. Ella, Annette y Paula habían hecho muchos preparativos con Spielberg-Rowling. Ya todo parecía una tontería.

Así que Miri pasaba el tiempo con amigos más lejanos. Los padres de Jin eran psiquiatras del Grupo Provincial de Asistencia Médica de Hainan. Jin no hablaba un inglés muy bueno, pero el mandarín de Miri era todavía peor. En realidad, el idioma no era un problema. Se reunían en la playa de él o de ella, dependiendo de en qué lado del mundo fuese de día o el tiempo fuese mejor, y charlaban en un inglés pasable, con el aire que los rodeaba llenándose de posibilidades de traducción e imágenes sustitutas. Esa pequeña camarilla había contribuido mucho a los foros de respuesta; de las aficiones de Miri, era la más «socialmente responsable».

Jin tenía muchas teorías sobre Robert.

—Tu abuelo estaba casi muerto antes de que los médicos le trajesen de vuelta. No tiene nada de sorprendente que ahora se sienta mal. —Hizo flotar un par de artículos académicos apoyando su tesis.

Aquel día Jin era anfitrión de otros chicos que convivían con personas seniles o con otros problemas. La mayoría se limitaban a escuchar en forma de cangrejos de arena o meros iconos de presencia. Unos cuantos tenían forma humana, incluso posiblemente su aspecto en el mundo real. Una chica que aparentaba unos diez años habló.

—Mi tía abuela es así. En el año 2000 era ejecutora de cuentas. —Ejecutora de cuentas no significaba lo que parecía—. Pero luego quedó lisiada. He visto las imágenes. Se volvió voluble y estaba deprimida. Mi abuela dice que perdió el talento y luego su trabajo.

Uno de los cangrejos de arena alzó la cabeza, un mirón que había decidido mostrarse.

—¿Y qué tiene eso de raro? Mi hermano está en el paro y deprimido y sólo tiene veinte años. Es difícil mantenerse al día.

La chica ignoró la interrupción.

—La tía abuela simplemente estaba chapada a la antigua. La abuela le consiguió trabajo como paisajista. —La pequeña pasó a mostrar sólo imágenes de viejos anuncios de escenas de fondo de alquiler para cuando la gente te llamaba y tú estabas en el baño—. A la tía abuela se le daba bien, pero no llegó a ganar tanto dinero como antes. Y luego los paisajes de vídeo dejaron de tener interés. En cualquier caso, vivió con mi abuela doce años. Se parece mucho a lo que comentas tú, Miri.

¡Doce años! Me volvería loca al cabo de un solo año así. Miró a la niña.

—¿Qué pasó entonces?

—Oh, al final todo salió bien. Mi madre encontró un sitio de tratamiento especializado en actualizaciones de especialidades. Cuarenta y ocho horas en su clínica y la tía abuela tenía las habilidades de un ejecutivo publicitario, que era más o menos el equivalente moderno de un «ejecutor de cuentas».

Silencio. Incluso algunos de los cangrejos parecían conmocionados.

Al cabo de un momento, Jin dijo:

—A mí me suena a ESR.

—¿Entrenamiento para la Situación Requerida? ¿Y qué si lo es?

—El ESR es ilegal —dijo Miri. No es algo de lo que quiera hablar.

—No era ilegal entonces. Y aquel ESR no estuvo tan mal. La tía abuela vive bastante bien siempre que siga tomando las actualizaciones. Parece feliz, aparte de que llora mucho.

—A mí me suena a control mental —dijo Jin.

La niña rio.

—No lo es. ¡Tú deberías saberlo, Jin Li! Tú, chino, con padres psiquiatras. —Sus ojos se movieron, buscando cosas que los demás no podían ver—. Tú padres pertenecían al Ejército, ¿no? Deben de saberlo todo sobre el control metal. ¡Es lo que tu Han intentó en Myanmar!

Jin se puso en pie y pateó arena a través de la imagen de la niña. —¡No! Es decir, eso pasó hace años y años. Ya nadie hace nada así. ¡Nosotros no lo hacemos!

Miri decidió que no le caía bien la niña. Lo que decía era más o menos cierto, pero… Bob le había hablado en una ocasión sobre la Restauración Myanmar cuando preparaba un trabajo de historia en quinto curso. Le había citado como «fuente anónima de alto nivel del Ejército norteamericano»; de hecho, le había dicho lo mismo que la mayor parte de los sitios web. Durante años la tecnología Tienes-Que-Creerme había sido una Gran Pesadilla. Myanmar era el único lugar donde habían probado la TQC a gran escala.

—Todo se reduce a un problema de envío —le había dicho Bob—. El Ejército chino tenía unas drogas nuevas que resultaban persuasivas en laboratorio. Pero ¿en la realidad? Los chinos malgastaron la mitad de su presupuesto en TQC y no obtuvieron mejores resultados que con una buena campaña de propaganda. Los humanos llevaban millones de años de evolución aprendiendo a resistirse al poder de la sugestión; ¡no había ninguna forma de quebrar esa resistencia!

Miri también se puso en pie.

—¡Eh! —dijo en el tono que Alice empleaba ocasionalmente—. ¡No he venido aquí a hablar de política! He venido en busca de ayuda para mi abuelo.

La niña la miró un momento con el rostro torcido en una curiosa sonrisa. La atmósfera estaba cargada de apoyo a Miri, unánime. Al cabo de un momento, la niña se encogió de hombros.

—Sólo intentaba ayudar. Seré buena. Soy todo oídos. —y lo demostró con una exageración gráfica, haciendo que le creciesen orejas de conejo.

Todos volvieron a sentarse y se produjo un momento de silencio. Miri contempló la playa. Sabía que era la panorámica real, a pesar de que jamás había ido en persona a Hainan. Era hermosa, muy parecida a la cala de La Jolla, pero mucho mayor, con lo cual había en ella mucha más gente real. Cerca del horizonte se apreciaban tres picos blancos, icebergs de camino a las ciudades costeras situadas más al norte. Igual que California.

—Entonces vale —dijo Jin—. ¿Cómo ayudamos a Miri Gu? Pero nada de ESR. Es un callejón sin salida. ¿Hoy en día tu abuelo vale para algo?

—Bien, siempre se le dieron bien las palabras, mejor que a cualquiera que yo conozca. No sabe vestirse, pero se ha vuelto muy rápido con los números y los artilugios mecánicos. —Aquello despertó una oleada de interés; algunos cangrejos intervinieron con pequeñas anécdotas sobre la matemática básica—. Pero eso sólo le pone furioso. —Les mostró la historia del automóvil destripado. Le habrían expulsado de no haberle defendido Louise Chumlig.

Las orejotas de la niña habían vuelto al tamaño normal. Claro está, tenía sus propias opiniones.

—Je. Estoy leyendo sobre él, sobre cómo era antes. Tenía todo un currículum en el siglo XX. «Famoso poeta», bla, bla, bla. Pero sólo le quería la gente que jamás le había conocido.

—¡Eso no es cierto! Robert nunca soportó a los tontos, pero… —Se quedó sin fuelle cuando recordó a Lena y las historias sobre la tiíta Cara. Y al recordar el incidente de Ezra Pound.

Jin hundió los dedos de los pies en la arena.

—Volvamos a lo importante. ¿Tiene amigos en el instituto?

—No. Lo han emparejado con Juan Orozco. Ese chico es como los de su clase, un tonto.

—¿Qué hay de los amigos de antes? —dijo la niña.

Miri cabeceó. La gente a la que Robert había conocido y ayudado cuando era poeta… nadie se había puesto en contacto. ¿La amistad era así de transitoria?

—Hay otras personas mayores en la clase, pero trabajan en proyectos diferentes. Apenas se hablan.

—Prueba con un emparejamiento de personalidad. Tiene que haber cientos de personas con problemas complementarios. —La niña sonrió—. Luego, arreglas un encuentro casual. Si tu abuelo no sabe que actúas a sus espaldas, no podrá estar resentido. —Alzó la vista, como si se le ocurriese una idea—. Mejor aún… en su época tu abuelo despertó mucho el interés de los críticos. Apuesto a que todavía quedan estudiantes graduados deseando adularle. ¡Encuentra a uno y véndele un excelente tema para una tesis!

Después de aquello Miri ejecutó un buen montón de búsquedas. ¡Uno de los que iban a clase con Robert en Fairmont le conocía desde hacía años! Tendría que haberse dado cuenta antes. ¡Los dos tenían tanto en común! Si pudiese unirlos. Mmm. Qué pena que ese tonto de Orozco fuese el compañero de Robert… Pero Winston Blount se encargaba de algo fuera de la escuela, algo en lo que estaba implicada al menos otra persona que había estudiado con Robert en los años setenta. ¿Cómo montar algo para reunirlos a todos?

También buscó a graduados interesados en hablar con Robert. Sabía perfectamente que ningún abuelo de Miri Gu se rendiría ante falsas alabanzas. Si era alguien poco hábil para los datos… bien, eso también estaría bien; ella misma ayudaría, directamente.

Realizó una búsqueda mundial, de las que encuentran a pastores de yaks deseosos de aprender inglés. Pero en esa ocasión, eh… en menos de cinco minutos consiguió un resultado casi perfecto y el tal Sharif estaba en Oregón, lo suficientemente lejos como para que la mayor parte del contacto fuese virtual y modificable. A pesar de su altanería, la niña había propuesto algunas ideas muy buenas.

Miri vaciló. De hecho, todas las propuestas verdaderamente útiles habían sido de la niña. Quizás el avatar «niña pequeña» estuviese ocultando algo. Miri inició una consulta que se reprodujo a través de todo lo que pudiese ofrecer una pista de identidad. Pero incluso si la niña resultaba tener realmente diez años, eso no demostraría nada. Algunos niños de esa edad daban miedo.

La mujer era alta e iba vestida de negro.

—Tengo entendido que busca ayuda —dijo.

¿Eh? Zulfikar Sharif apartó la vista del taco de carne. No la había oído acercarse. Luego se dio cuenta de que estaba sentado solo al fondo de la cafetería de la DEO. Frunció el ceño a la aparición.

—No acepto fantasías.

Que Dios me proteja. Me han pervertido otra vez.

La mujer le miró muy seria. No tenía más de treinta años, pero no se imaginaba saliendo con ella.

—Jovencito, no soy su fantasía. Busca ayuda para un tema de tesis, ¿no es así?

—¡Oh! —Zulfi Sharif no adoraba la alta tecnología, pero ya llevaba dos años en el Departamento de Literatura de la UEO y estaba un poco desesperado. Su directora de tesis no le ayudaba; la profesora Blandings parecía más interesada en tener un ayudante de investigación permanente y al que no tuviera que pagar. Así que en enero Sharif había mandado algunas peticiones de ayuda. Le habían llegado infinidad de anuncios para plagios y escritos a medida. Annie Blandings era tan desagradable que Sharif se había sentido casi tentado por algunas de las primeras ofertas… hasta que sus amigos más tecnófilos le habían explicado hasta qué punto podía estallarle aquello en la cara.

Sharif había filtrado a los plagiarios y a los gilipollas sarcásticos. Lo que no le había dejado mucho. Vaya con la alta tecnología. Había pasado los últimos dos meses apuntalando la carrera de Blandings en Revisionismo Deconstructivo. En el tiempo libre que le quedaba, trabajaba en un puesto 411 en la Asociación Americana de Poesía y hacía lo posible por conjurar una tesis del aire. Había ido a Norteamérica buscando comprender la literatura que adoraba. Empezaba a preguntarse si no hubiese sido mejor quedarse en casa, en Calcuta.

Y, de pronto, esa mujer. La respuesta a mis plegarias. Sí, seguro. Le indicó que se sentase; al menos eso la avergonzaría.

Pero la aparición sabía exactamente dónde estaba situada. Se colocó sobre la silla, al otro lado de la mesa, sin apenas superponer cuerpo y mueble.

—Realmente esperaba un e-mail —dijo Sharif. La mujer de negro se encogió de hombros. Su mirada imperiosa no vaciló. Al cabo de un momento, Sharif añadió—: La verdad es que estoy buscando un tema para mi tesis. Pero le advierto de que no me interesan el fraude, el plagio ni la colaboración. Si eso es lo que me vende, por favor, márchese. Simplemente quiero la dirección, y el apoyo, que ofrece un buen director de tesis.

La dama sonrió con crueldad y de pronto Sharif pensó que podía estar relacionada con Annie Blandings. La vieja ni siquiera vestía… pero quizá tuviese amigos que sí lo hacían.

—Nada ilegal, señor Sharif. Simplemente vi su anuncio. Le ofrezco una oportunidad estupenda.

—¡Y no tengo mucho dinero!

—Estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo. ¿Interesado?

—Bien… es posible.

La dama de negro se inclinó hacia delante. Incluso su sombra se ajustaba a la iluminación de la cafetería. Sharif ni siquiera sabía que fuese posible tanta precisión.

—¿Supongo que no sabe que Robert Gu está vivo, en buen estado y que reside en el sur de California?

—¿Eh? ¡Tonterías! Murió hace años. No ha habido… —La mirada silenciosa le obligó a callar. Tecleó brevemente en su teclado fantasma, solicitando una búsqueda estándar. Desde que había empezado a trabajar en 411 se había vuelto muy bueno con esas búsquedas ultrarrápidas. Los resultados pasaron sobre la mesa—. Vale. —Simplemente dejó de escribir—. Alzheimer… y ¡ha vuelto!

—Efectivamente. ¿Le sugiere posibilidades?

—Mmm. —Sharif siguió con su imitación pez de acuario durante un segundo o dos. Si hubiese mirado los datos correctos, yo mismo lo habría sabido hace un mes—. Sugiere posibilidades. —Entrevistar a Robert Gu iría justo por detrás de charlar con William Shakespeare.

—Bien. —La dama de negro unió las puntas de los dedos—. Sin embargo, hay complicaciones.

—¿Como cuáles? —Una oportunidad tan buena debía de ser una estafa.

—Robert… —La imagen de la mujer pareció congelarse un instante, quizás un fallo de comunicación—. El profesor Gu no soporta a los tontos. Y menos ahora. Puedo darle capacidad de acceso a su enum privado. Será cosa suya conseguir que le interese el asunto.

Sin el enum, llegar hasta el gran hombre sería muy difícil.

—¿Cuánto? —dijo. Tenía veinte mil dólares en su crédito de estudiante. Quizá su hermano desde Calcuta pudiese hacerle un préstamo. —Ah, mi precio no es en dólares. Simplemente pido asistir, de vez en cuando, para hacer sugerencias o plantear preguntas.

—Pero ¿yo tendré los derechos de publicación?

—Por supuesto.

—Yo, bien… —Sharif vaciló. ¡Robert Gu!—. Vale, trato hecho.

—Muy bien. —La dama le señaló la mano—. Deme un momento de acceso total.

Regla Número Uno de Epifanía, que recuerdan en todas las instrucciones: «El acceso total es sólo para padres y esposos… y aun así sólo si te gusta arriesgarte.» Sharif nunca supo si fue por necesidad o por el tono de la mujer, pero tendió la mano y tocó el aire vacío. Al mismo tiempo, redujo la seguridad. El cosquilleo del dedo fue pura imaginación, sin duda, pero entre ellos el aire estuvo de repente lleno de certificados vinculantes.

Y el papeleo acabó. Lo que quedó flotando fue un único enum. Con aprensión súbita, Sharif miró el identificador.

—¿Y, simplemente, le llamo?

Ella asintió.

—Ahora puede hacerlo. Pero recuerde lo que le he dicho… es intolerante con los tontos. ¿Conoce su obra?

—Claro que sí.

—¿La admira?

—¡Sí! La admiro sincera e inteligentemente. —Era una afirmación que había surtido efecto con todos los profesores que Sharif había conocido. Además, en aquel caso era la verdad.

La dama asintió.

—Puede que sea suficiente. Tenga en cuenta que el profesor Gu no se siente muy bien. Todavía se recupera de su enfermedad. Es posible que tenga usted que serle de utilidad práctica.

—Vaciaré su orinal si hace falta.

Una vez más, la expresión se congeló brevemente.

—¡Ah! No creo que vaya a ser necesario. Pero echa de menos cosas del pasado. Echa de menos la forma de los libros. Ya sabe, esos objetos incómodos que hay que cargar.

¿Quién es esta criatura? Pero asintió.

—Lo sé todo sobre los… libros físicos. Puedo mostrarle muchos y en persona. —Ya estaba mirando los servicios de taxi.

—Muy bien. —La aparición sonrió—. Buena suerte, señor Sharif. —Y desapareció.

Sharif se quedó casi un minuto mirando al espacio recientemente ocupado por la mujer de negro. Luego le consumió el deseo de compartir esa noticia con los demás. Por suerte, a esas horas de la noche la cafetería estaba casi desierta, y Sharif no era de los que podían enviar mensajes tan rápido como necesitaba. No, al cabo de un momento comprendió que se trataba de algo que sería mejor no decir, al menos hasta haber establecido una conexión con Roben Gu.

Además… empezaba a tener reparos. ¿Cómo he podido ser tan estúpido como para dejarla acceder a mi atuendo? Ejecutó un par de veces la comprobación de integridad de Epifanía. Los indicadores de pureza flotaron en el aire sobre el taco. Según Epifanía estaba limpio; claro, si le habían pervertido por completo eso era exactamente lo que diría. Maldita sea. No quiero tener que freír la ropa para limpiarla. i Otra vez no!

Sobre todo en aquel caso. Miró el enum dorado: el identificador directo de Robert Gu. Si lograba la aproximación adecuada, al fin tendría su tesis. No cualquier tesis. Sharif consideraba que Roben Gu ocupaba el estante más alto de la literatura moderna, junto con Williams y Cho.

Y Annie Blandings opinaba que Gu era Dios.

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