22 El ataque de la bicicleta

Alfred esperó un tiempo prudencial antes de entrar en la habitación. No tenía sentido hacer ruidos que las víctimas de Conejo pudiesen oír.

—¿Qué te había dicho, viejo? ¡Hemos entrado! ¡Hemos entrado! —Conejo bailó alegremente alrededor del pozo. La fibra óptica que tanto alegraba a Conejo era invisible de tan delgada excepto cuando la luz incidía sobre ella en cierto ángulo.

Vaz asintió. Él podía celebrar un éxito de comunicación diferente; había reestablecido su enlace milnet a través del Pacífico.

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Seguridad Interior de Estados Unidos parece tranquila, Alfred.‹/ms›

Alfred estudió las estadísticas que entraban. Provenían de los centros de escucha de la Alianza. El panorama nacional estaba efectivamente tranquilo, incluso a pesar de que el altercado en la biblioteca había atraído multitudes al campus de la UCSD. Conejo había creado la distracción paradójica perfecta. Casi perfecta; la situación empezaba a descontrolarse.

Vaz se agachó junto a la caja que marcaba el punto donde acababa el enlace de fibra de Thomas Parker. La caja era un puente. Por un lado entraba el flujo de datos sin certificar proveniente de los ordenadores ilegales de Parker. Por el otro lado, parecía que «buen ciudadano» ejecutaba el Entorno de Hardware Seguro exigido por el gobierno. Ocultaba los datos de Parker en paquetes inocentes recubiertos de todas las licencias y permisos requeridos para sobrevivir en el EHS. No era más seguro que la milnet de Vaz, pero bastaría en muchos de los puntos del árbol de contingencias.

Alfred trasteó con la caja y enseguida captó en directo el vídeo de Parker. Al fin era realmente un Cabecilla Local.

El vídeo proveniente del portátil de Parker saltaba bastante, pero Vaz reconoció el equipo de las paredes y algunas de las señales físicas. Los tontos de Conejo habían violado la seguridad del biolaboratorio y, lo que resultaba todavía más impresionante, el juego delicado de mantener engañado el sistema automático de seguridad del laboratorio era un éxito.

—¿A cuánto están del Objetivo A? —le preguntó Alfred a Conejo. En realidad, era la sede de su programa privado de investigación. Fingiría examinarlo con los demás.

—Ya casi han llegado. —Conejo se agitó ligero—. Dentro de menos de diez minutos empezarán a soltar equipo. No te preocupes.

Alfred miró por sus puntos de vista de la superficie.

—La mayoría de mis móviles están atrapados al norte de Gilman Drive. —Durante un combate convencional, esos robots se hubiesen limitado a tomar el control de la infraestructura local y hubieran cruzado todos juntos. En lugar de eso, los retenía el tráfico de coches y humanos de la carretera. Al menos uno había chocado con un vehículo.

Conejo abrió las patas fingiendo lástima. Al menos no sacó otra zanahoria.

—No se puede tener todo. Los fans de Hacek y Scoochi han hecho todo lo que queríamos: el personal humano ha salido de los laboratorios. El altercado se está tragando los recursos locales de comunicación. Para cuando llegue al máximo, esto será un agujero negro. Y todo parece totalmente inocente. No me digas que tú podrías haber organizado una operación mejoro

Vaz no respondió. Había comprendido que la irritación era la emoción más positiva que podía sentir por Conejo. Se sentó dando la espalda al pozo de cemento y siguió la situación. Podía ver que la gente del Departamento de Seguridad Interior vigilaba de cerca, pero vigilaba lo que debía. El consenso de los analistas era que Conejo lo había orquestado todo para ajustarse a la perfección a la paranoia del DSI. ¿Podría ser que hubiesen retirado a Alice Gong pero los monitores de la Alianza no lo hubiesen detectado? En el subsuelo, los tontos de Conejo casi habían llegado al Objetivo A. La «investigación» del lugar comenzaría al cabo de diez minutos. Media hora más tarde, él empezaría a ofrecer sus resultados manipulados… y después de eso sólo sería cuestión de escapar y dejar que atrapasen a los tontos. Las cosas iban sobre ruedas. Podría haberse quedado en Mumbai. Pero ¡no se quejaba!

Bandera roja de análisis. Alguien repasando vídeos anteriores había captado algo. Alfred pidió el informe. Eran diez segundos de uno de los móviles situados al norte de Gilman Drive: dos niños en bicicleta. Estaban junto a la carretera y miraban algo que podía ser un mecanismo aplastado. Son los dos que he visto antes. Planteó las preguntas: ¿quiénes eran esos niños? ¿El móvil era de Alfred?

Llegaron las desagradables respuestas.

Conejo no tenía acceso a los analistas indoeuropeos, pero de pronto la criatura se puso en pie y soltó un silbido de admiración.

—Bien, ¡que me aspen! Tenemos compañía, viejo.

Miri dejó su bici en la reja exterior de Pilchner Hall. Juan insistió en entrar con su avanzada bici plegable. Cuando Miri le comentó lo absurdo que era eso, se encogió de hombros.

—Mi bici es especial.

Lena y Xiu ya no eran visibles, pero la voz de Lena los siguió cuando cruzaron las puertas abiertas de par en par.

—Debería haber más seguridad, Miri. Esto no me gusta.

—Es el comportamiento de sobrecarga del sistema, Lena. Las habitaciones en las que no hay nadie siguen cerradas. Las otras están abiertas.

Lena dijo:

—Y ya no os vemos.

La súbita caída de datos resultaba muy extraña, pero Miri no estaba dispuesta a decirlo. Repuso en cambio:

—Apuesto a que el redireccionamiento de alta transferencia no tiene alimentación más que alrededor de la biblioteca.

Xiu dijo:

—Sí, de allí todavía tenemos unas vistas espectaculares.

Los pasillos principales de Pilchner Hall tenían puntos de vista que se podían examinar. Se vislumbraba el reciente paso de Robert. Era suficiente para guiarlos escaleras abajo. Pero en algunos puntos Juan y Miri sólo podían hablar entre sí.

—Es como una casa encantada. —Juan hablaba en voz baja. Agarró la mano de Miri; ella no se soltó. Necesitaba a Juan para seguir tranquila. Perder la conectividad en un edificio de oficinas era siniestro.

Doblaron una esquina y hubo un destello de conectividad, suficiente para la mensajería silenciosa.

Miri —› Banda de Miri: ‹ms› Creo que nos acercamos.‹/ms›

Lena —› Banda de Miri: ‹ms› Primero hemos perdido el vídeo. Ahora apenas podemos hablar. Salid de ahí.‹/ms›

Miri —› Banda de Miri: ‹ms› Es temporal Estoy segura de que wikiBell está redirigiendo cobertura extra a esta zona.‹/ms›

Un disturbio por entretenimiento no podía llegar muy lejos, ¿no?

Miri supuso que Lena mantenía una discusión similar con la doctora Xiang, en cierto coche que se movía por la zona norte del campus. La abuela parecía ansiosa.

Xiu —› Banda de Miri: ‹ms› Estoy de acuerdo con Miri. Pero enviad a Lena informes regulares.‹/ms›

Lena —› Banda de Miri: ‹ms› ¡Sí! Incluso si eso significa tener que retroceder. ¿Dónde está ahora Robert?‹/ms›

Miri —› Banda de Miri: ‹ms› Muy cerca. Puedo hacerle un ping directo.‹/ms›

El pasillo sinuoso estaba muy iluminado, justo lo que cabía esperar durante un apagón parcial de red. La bici de Juan se desplazaba casi en silencio, plegada en la configuración de portabilidad. No tenía más que darle un empujón de vez en cuando. Los únicos sonidos eran sus pisadas y el débil susurro de las ruedas. Doblaron otra esquina. El pasillo se estrechaba y se cruzaba con otros frecuentemente. Era una de esas remodelaciones temporales que tanto gustaban a los arquitectos aficionados lunáticos.

A lo largo de algunos metros dispusieron de conectividad de alta capacidad. En las paredes aparecieron anuncios y notificaciones; a la izquierda, un proyecto de investigación médica se alzaba como un monstruo. Miri ofreció a Lena y Xiu vídeo continuo mientras doblaban otra esquina… y perdieron toda conectividad externa.

Juan redujo el paso, y Miri se detuvo.

—Esto está realmente muerto.

—Sí —dijo Miri.

Avanzaron algunos pasos más. Exceptuando el enlace con Juan, bien podrían haber estado en la otra cara de la Luna. Y delante tenían otra esquina. Miri obligó a Juan a avanzar.

Más allá de aquella esquina el pasillo acababa en una puerta cerrada. —Ya no puedo hacer ping a tu abuelo, Miri.

Miri estudió el mapa que había guardado.

—Tienen que estar aquí, Juan. Si no podemos pasar, nos limitaremos a llamar a la puerta. —De pronto, ya no le importaba nada avergonzar a Robert y sus amigos. Todo aquello era muy extraño.

Pero la puerta se abrió y de ella salió un hombre vestido con ropa oscura. Podía ser un conserje o un profesor. En cualquier caso, no parecía muy amistoso.

—¿Puedo ayudaros? —dijo.

—¿Cómo nos han encontrado?

Conejo hizo un gesto de advertencia.

—No grites, viejo —susurró—. Es posible que puedan oírnos. —Conejo miró por encima del hombro de Alfred—. Yo diría que siguen al abuelo de la chica.

Vaz se fijó en los motones de ropa que había junto al pozo. Envió un mensaje silencioso en formato de voz:

—Esa ropa sigue transmitiendo.

—Sí, claro. Para el exterior, da la impresión de que los viejos están por aquí sentados, quizá jugando a las cartas. Yo lo estoy falseando todo, incluso sus constantes médicas.

Alfred se dio cuenta de que le rechinaban los dientes.

—Esa niña Gu es un incordio —añadió Conejo—. A veces creo que…

Alfred agitó una mano y la criatura desapareció… junto con todas las comunicaciones de la red pública. Había un completo silencio local, era una zona completamente muerta.

Pero su milnet seguía activa, una cadena frágil que pasaba por sus móviles, llegaba al aerobot invisible y, de ahí, atravesaba el Pacífico. El grupo de analistas de Alfred en Mumbai estimaba que faltaban sesenta segundos hasta que la zona muerta llamase la atención de la policía del campus y los bomberos.

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Esto no se puede mantener, Alfred.‹/ms›

Vaz —› Braun, Mitsuri: ‹ms› Retiraré la zona muerta dentro de unos segundos.‹/ms›

Ésa era la razón por la que las misiones con éxito tenían un Cabecilla Local. Comprobó los móviles que habían entrado en el edificio: los niños estaban a unos diez metros dentro de la zona muerta, y seguían avanzando. Podía oírlos a través de la pared de plástico. Miró la puerta; estaba atrancada. Quizá pudiese fingir que la habitación estaba vacía mientras ellos llamaban. No, simplemente volverían atrás y llamarían a la policía.

Vale, es hora de actuar directamente. Alfred puso en movimiento los dos móviles más cercanos. Eran robots de superioridad de red sin capacidad para actuar contra las personas, pero servirían como distracción. Luego abrió la puerta y salió al pasillo para enfrentarse a dos niños y una bicicleta plegada.

—¿Puedo ayudaros?

Miri intentó mirar al viejo con furia. Cuesta fingir indignación petulante cuando has entrado sin permiso e intentas que se te ocurra una buena mentira. Y su conexión con el mundo exterior seguía totalmente muerta.

Juan avanzó y se limitó a soltar la verdad.

—Buscamos al abuelo de Miri. Le hacemos ping en un punto detrás de usted.

El conserje/profesor›/lo-que-fuese se encogió de hombros.

—Aquí sólo estoy yo. Como sabéis, esta noche la conexión de red no es muy buena. El edificio no debería haberos permitido bajar. Tengo que pediros que volváis a la zona pública. —Había de repente una señal en la puerta, uno de los símbolos de peligro biológico que adornaban muchas de las aulas y los laboratorios de Pilchner Hall. Se hubiese dicho que la red pública volvía a… sólo que Miri seguía sin ver más allá de lo que tenía delante.

Juan asintió, como si lo que decía el viejo fuese perfectamente razonable. Avanzó unos pasos más, enviando simultáneamente a Miri lo que veía. Al otro lado de la puerta la habitación estaba muy iluminada. Había una especie de agujero en el suelo y se veía la parte superior de una escalera metálica.

—Vale —dijo Juan, conforme. Jugueteaba con algo de la bici. Pero, punto a punto, sus palabras eran un torrente.

Juan —› Miri: ‹ms› ¡Mira la ropa! ‹/ms›

Estaba apilada en el suelo, junto al pozo.

Miri —› Juan: ‹ms› Es hora de irse.‹/ms›

Salir, llegar hasta donde pudiesen llamar a la policía. Se encogió de hombros todo lo despreocupadamente que pudo y dijo:

—Entonces nos iremos.

El extraño se opuso.

—No, ya es demasiado tarde. —Avanzó hacia ellos. Miri oyó a su espalda algo duro que crujía contra el suelo y vio formas oscuras acercándose. No podía retroceder ni avanzar.

Y entonces Juan avanzó. Lanzó la bici contra el extraño. Se oyó el chirrido de la goma. Las ruedas giraron a toda potencia y la bici cruzó la habitación y derribó al extraño contra el equipo que tenía detrás. Miri corrió hacia el pozo.

—¡Vamos, Juan! —Sabía dónde estaría Robert y cómo enviar el aviso de la alarma.

Pasó por encima del borde y vio los travesaños de metal.

—¡Juan!

El señor Conserje/Profesor volvía a estar en pie y avanzaba. Empuñaba un objeto puntiagudo. Miri se quedó petrificada un instante, viendo cómo el objeto puntiagudo se le acercaba.

Orozco era tan tonto… No podía detener a alguien así, pero lo intentó. El tipo malo retrocedió y la cosa que llevaba en la mano emitió un destello violeta. Miri sintió un pinchazo paralizador en un costado. Cayó al pozo y logró agarrar un travesaño con la mano que todavía le funcionaba, pero los pies le colgaban en el vacío. Intentó sujetarse con la mano entumecida, fracasó y cayó sobre el cemento duro.

Había perdido todas las imágenes; quizá su Epifanía estuviese frita. Pero veía el círculo de luz de arriba y podía oír.

—¡Corre, Miri! Corre… —Un golpe sordo cortó el grito de Juan. Miri corrió.

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