17 Los voluntarios de Alfred

Günberk Braun y Keiko Mitsuri eran oficiales de alto rango de sus respectivas agencias. Vaz había seguido su trayectoria desde la universidad. Sabía más sobre ellos de lo que ellos hubiesen podido suponer: una de las ventajas de ser muy viejo y estar muy bien relacionado. En cierto sentido, él había guiado sus carreras en la inteligencia, aunque ni ellos ni sus organizaciones lo sospechaban. No eran traidores a la UE ni a Japón, pero Alfred los conocía tan bien que podía guiarlos sutilmente.

Eso había creído y seguía teniendo esa esperanza. Y, sin embargo, los denodados esfuerzos de aquellos dos jóvenes para ayudar se habían convertido en la mayor amenaza para sus planes. Como aquel día.

—Sí; sí. Hay riesgos —decía Vaz—. Eso 10 sabíamos desde un principio. Pero permitir que un proyecto TQC con posibilidades de éxito no fuese detectado sería mucho más peligroso. Debemos descubrir lo que pasa en los laboratorios de San Diego. Con el Plan Conejo podemos lograrlo.

Keiko Mitsuri negó con la cabeza.

—Alfred, tengo contactos en el espionaje americano desde hace muchos años. No son mis agentes, pero jamás tolerarían un proyecto armamentístico de renegados. En ese punto les confiaría mi vida. Yo digo que hablemos con ellos, muy extraoficialmente, y veamos lo que podemos descubrir sobre los laboratorios de San Diego.

Alfred se inclinó hacia delante.

—¿Les confiarías la supervivencia de tu país? Porque de eso estamos hablando. En el peor de los casos, en San Diego no sólo se está desarrollando un proyecto TQC, sino que se desarrolla con el apoyo de las más altas instancias del Gobierno de Estados Unidos. En tal caso los esfuerzos de tus amigos sólo conseguirían alarmar a sus superiores. Las pruebas desaparecerían. Cuando se trata de investigar una amenaza tan importante, debemos hacerlo nosotros.

De una forma u otra, era una discusión que se remontaba a la reunión de Barcelona. La entrega de aquel día podía ser decisiva.

Keiko se arrellanó con un encogimiento de frustración. Se presentaba más o menos con su aspecto y en su situación reales: una mujer de treinta años sentada en su despacho de Tokio. Había transformado un extremo del despacho de Vaz con su mobiliario minimalista y una vista panorámica de Tokio.

Günberk Braun era menos atractivo. Su imagen simplemente ocupaba uno de los sillones de la oficina de Alfred. Seguramente Günberk pensaba que la UE tenía tanto poder que podía permitirse un aspecto normal. Tal vez acabara siendo un verdadero problema aquel día, pero de momento se limitaba a escuchar.

Vale. Alfred abrió los brazos.

—Sinceramente opino que el rumbo que elegimos en Barcelona es el más prudente. ¿Podéis negar lo mucho que hemos avanzado? —Señaló los informes biográficos dispersos sobre la mesa—. Tenemos manos y cerebros trabajando sobre el terreno… Podemos negarlo todo sin que sepan que los manipulamos. Es más, tienen una idea muy equivocada sobre la importancia de la operación. ¿Lo dudáis? ¿Creéis que los americanos sospechan de nuestra investigación?

Los dos jóvenes negaron con la cabeza. Keiko incluso se permitió una sonrisa de arrepentimiento.

—No. Tu compartimentalización basada en EHS es ciertamente una revolución en asuntos militares.

—Efectivamente, y que hayamos compartido esos métodos, incluso con agencias hermanas de la Alianza, demuestra con qué seriedad se toma la EIA las necesidades actuales. Por tanto, por favor, si lo retrasamos más de cien horas bien podríamos empezar de nuevo. ¿Qué pega tenéis para dar el visto bueno definitivo?

Günberk miró a su homóloga japonesa. Ella hizo un gesto de impaciencia para indicarle que hablase.

—Doy por supuesto que la pregunta es retórica, Alfred. La pega del Plan Conejo es Conejo. Todo depende de él y no sabemos casi nada de él.

—Ni tampoco lo sabrán los americanos. La idea es poder negarlo todo. Conejo es precisamente lo que queremos.

—Es más que eso, Alfred. —La mirada de Günberk era firme. A pesar de su juventud, Braun tenía el aspecto imperturbable de un alemán del siglo XX. Pasaba de un punto a otro lenta, inexorablemente—. Montando esta operación Conejo ha obrado milagros para nosotros. Esa habilidad demuestra que él mismo es una amenaza.

Vaz miró a los resultados de la investigación más reciente de Günberk.

—Pero tú has descubierto debilidades importantes en Conejo. Por mucho que intente ocultarlo, has descubierto que toda su autoridad certificada procede de una única autoridad certificadora de alto nivel. —Tener una única AC de alto nivel no tenía nada de raro; que Günberk hubiese logrado descubrir la de Conejo era un triunfo. Para Alfred, considerando su delicada relación con Conejo, era una buena noticia milagrosa.

Günberk asintió.

—La Crédit Suisse. ¿Y qué?

—Si Conejo resulta ser una pesadilla, no tendrás más que desconectar la Crédit Suisse y dejarle en la calle.

—¿Desconectar la AC Crédit Suisse? ¿Tienes alguna idea del efecto de algo así sobre la economía europea? Estoy orgulloso de mi gente por haber logrado desenterrar este secreto… pero no es un arma efectiva.

—Deberíamos habernos olvidado de Conejo tras el primer encuentro en Barcelona —dijo Keiko—. Es demasiado listo.

Vaz alzó una mano.

—Quizá, pero ¿cómo íbamos a saberlo?

Ja? Discúlpame, Alfred, pero nos preguntamos si no sabrás más sobre Conejo que nosotros.

¡Maldición!

—En absoluto. En serio. —Alfred se arrellanó en el sillón y examinó las posturas nerviosas de sus colegas—. Habéis estado hablando a mis espaldas, ¿no es cierto? —Les dedicó una sonrisa amable—. ¿Creéis que Conejo pertenece en realidad al espionaje americano? ¿Al chino? —Habían invertido mucho tiempo en investigar esas posibilidades, pero Keiko negó con la cabeza—. Entonces, ¿cuál es vuestra teoría, amigos?

—Bien —dijo Günberk, algo avergonzado—. Quizás el señor Conejo ni siquiera sea humano. Quizá sea una Inteligencia Artificial.

Vaz río. Miró a Keiko Mitsuri.

—¿Y tú?

—Creo que la IA es una posibilidad que deberíamos tener en cuenta. Los talentos de Conejo son tan amplios, su trabajo tan efectivo y su personalidad tan juvenil… Esto último es una de las características que la DARPA de Estados Unidos les atribuía. —Vio la incredulidad en el rostro de Vaz—. No toda amenaza proviene de una secta o es una conspiración.

—Claro que no. Pero ¿monstruos de IA? Eso es un temor del siglo XX. ¿Quién se lo toma en serio en la comunidad del espionaje? ¡Ah! Es el tema favorito de Pascal Heriot, ¿no? —El tono de Alfred se volvió grave y serio—. ¿Habéis estado hablando con Pascal sobre este proyecto?

—Claro que no. Pero la IA es una amenaza a la que nadie ha prestado atención en los últimos años.

—Cierto, porque nunca se ha hecho realidad. Antes de la guerra sinoamericana, sabemos que la DARPA invirtió miles de millones en el proyecto Pequeño Ayudante. Fue un fracaso casi tan grande como su iniciativa Negar el Acceso al Espacio.

—Negar el Acceso al Espacio funcionó.

Vaz río de nuevo.

—Funcionó contra todos, Keiko, sobre todo contra los propios americanos. Pero tienes razón, la NAE no es la comparación adecuada. Lo que quiero decir es que algunos de los individuos más inteligentes del mundo intentaron crear una IA y fracasaron.

—La investigación fue un fracaso, pero seguro que se salvó código ejecutable. Internet no es el juguetito que fue en su día. Quizá por ahí fuera queden piezas del Pequeño Ayudante de la DARPA, creciendo para convertirse en algo que era imposible en el pasado de baja tecnología.

—¡Eso es ciencia ficción! Incluso hicieron una película…

—En realidad, más de una —dijo Günberk—. Alfred, no estoy de acuerdo con Keiko en eso de que programas de hace años pudiesen autoorganizarse simplemente porque los recursos actuales sean decentes. Creo que Pascal Heriot tiene parte de razón. El simple hecho de que la mayoría de la gente haya rechazado la posibilidad no quiere decir que no sea real. Desde luego ya hemos superado el límite en lo que a hardware informático se refiere. Pascal cree que cuando suceda finalmente no habrá precedentes institucionales. Será como muchos avances de investigación pero bastante más catastrófico. —Otra forma en que la humanidad podía no sobrevivir al siglo.

—Independientemente de la explicación que tenga —dijo Keiko—, Conejo es demasiado competente, demasiado anónimo… Lo siento, Alfred, creemos que habría que detener la operación. Hablemos con nuestros amigos americanos.

—Pero el equipo está en su sitio. Nuestra gente está preparada. Keiko se encogió de hombros.

—¿Con Conejo controlándolo todo? Eso podría dejar a Conejo con lo que se descubriese en San Diego. Incluso si nosotros estuviésemos de acuerdo contigo, nuestros jefes jamás lo aceptarían.

Lo decía en serio. Alfred miró a Braun. Él también. Mal asunto. —Keiko, Günberk, por favor. Valorad los riesgos.

—Lo estamos haciendo —dijo Keiko—. ¡Conejo con las manos libres dentro de este plan grandioso es un peligro de proporciones cósmicas! —La mujer se expresaba con toda la moderna franqueza japonesa.

Vaz dijo:

—Podríamos arreglarlo de forma que Conejo recibiera la información de la operación sólo a medida que se desarrollaran los acontecimientos.

Por suerte, Günberk descartó esa idea de inmediato.

—No. Una microadministración remota así garantiza el desastre.

Vaz vaciló un buen rato, intentando aparentar que estaba muy concentrado, que tomaba una decisión difícil.

—Quizás haya una forma de que podamos tener el… eh, «plan grandioso» y un riesgo mínimo en lo concerniente a Conejo. Supongamos que no le damos de antemano los últimos detalles. Supongamos que ponemos a uno de los nuestros en el sur de California la noche de la intrusión.

Mitsuri y Braun le miraron un segundo.

—Pero ¿qué hay de la necesidad de negarlo todo? —dijo Keiko—. Si uno de nuestros agentes participa…

—Piénsalo, Keiko. Mí propuesta tal vez alerte a los americanos, cosa que sucederá sin duda si hacemos lo que tú propones. y podemos minimizar los riesgos. Simplemente situamos al agente cerca, en una posición bien estudiada. Lo que los americanos llaman un Cabecilla Local.

Günberk sonrió.

—¡Como Alice Gong en Ciudad General Ortiz!

—Sí. Exacto. —No había pensado en Alice, pero Günberk tenía razón. Alice Gong había estado sobre el terreno en Ortiz, para descubrir y desmantelar prácticamente sola el Frente del Agua Libre. Quizás el Frente hubiese fracasado igualmente. Después de todo, nadie jamás había intentado convertir una bomba corriente en una de trescientos megatones. Pero, si la bomba hubiese detonado, su «declaración de principios» habría envenenado la industria minera de agua dulce de Antártica Occidental. Gong seguía siendo una desconocida para el mundo, pero era una leyenda en la comunidad de inteligencia. Era una de los buenos.

Gracias al cielo, ni Braun ni Mitsuri parecieron notar la incomodidad de Alfred al oír el nombre.

—Sería difícil infiltrar un cabecilla ahora —dijo Keiko—. ¿Hablamos de un turista o de una ruleta de transporte de carga? —Una infiltración realmente indetectable se parecía al tráfico de armas de destrucción masiva; eran operaciones que ponían de los nervios a todos los implicados—. Ninguno de mis agentes sobre el terreno está capacitado para llevar a cabo esta operación. Haría falta una persona especial, con un talento especial y un permiso especial.

—Tengo buenos agentes en California —dijo Günberk—, pero ninguno de tanto nivel.

—No importa —dijo Vaz, con una voz que era todo resolución—. Estoy dispuesto a ir yo mismo.

Ya los había sorprendido antes, pero aquello fue una bomba. Braun se quedó boquiabierto.

—¡Alfred!

—Es tan importante como eso —dijo Vaz. A los dos les dedicó su mirada más directa y sincera.

—Pero ¡eres un hombre de despacho, como nosotros!

Alfred negó con la cabeza. Tendría que dar a conocer parte de su pasado. Tenía la esperanza de que la situación no se desmadrase por completo. Alfred había pasado años intentando encajar como burócrata de nivel medio en la Agencia de Inteligencia Exterior. Si le desenmascaraban, entonces en el mejor de los casos acabaría como primer ministro, obligado a dedicarse de nuevo a los chanchullos políticos de altos vuelos. En el peor… en el peor de los casos, Günberk y Keiko deducirían qué pasaba realmente en San Diego.

Vaz —› Oficina Interna AIE: ‹ms› Liberar Paquete Biográfico 3 para visión conjunta confidencial.‹/ms›

En voz alta dijo:

—Tengo experiencia de campo. De hecho en Estados Unidos, en mí juventud.

Braun y Mitsuri miraban sin ver. Estaban muy ocupados leyendo. El Paquete Biográfico 3 les ponía al corriente de las operaciones. Todo era consistente con lo que sabían de antes, pero revelaba aspectos nuevos del amigo indio. Günberk fue el primero en recuperarse.

—Ya… veo. —Guardó silencio un momento, leyendo más—. Lo hiciste bien. Pero eso fue hace años, Alfred. Ésta será una misión muy técnica y muy dependiente de la red.

Alfred aceptó la crítica con un asentimiento.

—Cierto. Ya no soy joven. —Mitsuri y Braun creían que tenía cincuenta y pocos años—. Por otra parte, mi especialidad en la AIE son los asuntos de red, por lo que no estoy desfasado.

Una sonrisa de sorpresa destelló en el rostro de Keiko.

—Y conoces esta operación mejor que nadie. Por lo que estando sobre el terreno puedes facilitar elementos importantes sin entregárselos a Conejo…

—Exacto.

Günberk seguía sin estar satisfecho.

—Sin embargo, se trata de una operación extremadamente peligrosa. Las Grandes Potencias competimos, es cierto. Pero cuando se trata de la amenaza de las Armas, debemos mantenernos unidas. Es la primera vez en mi carrera que se rompe el pacto.

Alfred asintió con solemnidad.

—Debemos descubrir la verdad, Günberk. Podríamos estar equivocados con respecto a San Diego. Si es así, nos retiraremos aliviados y en silencio. Pero sea cual sea la fuente de esa arma, debemos descubrirla. Y si resulta ser San Diego, lo más probable es que los americanos nos den las gracias.

Mitsuri y Braun se miraron largamente. Al final asintieron y Keiko dijo:

—Apoyaremos la infiltración del Cabecilla Local, presumiblemente la tuya. Haré que nuestros planificadores preparen las estrategias por si quedas expuesto. Ofreceremos apoyo de red y análisis. Será cosa tuya administrar los datos críticos sobre el terreno…

—¡Y evitar que el señor Conejo se quede con todo! —dijo Günberk.

Cuando sus amigos se hubieron marchado, Alfred se quedó varios minutos sentado en su despacho. Había estado cerca.

Cuanto más estaba en juego, mayores eran las amenazas. El Plan Conejo era la operación más delicada en la que el Gobierno indio hubiese participado nunca (sabiéndolo); no había sido fácil lograr el apoyo del primer ministro. Keiko y Günberk habían estado a punto de desmantelarlo con tanta contundencia como podría haberlo hecho el primer ministro. En cuanto a Conejo, bueno, una IA podía ser una fantasía, pero Conejo era una amenaza tan grande como temían Günberk y Keiko.

Alfred se relajó un poco, permitiéndose sonreír. Sí, las amenazas se habían multiplicado como, bueno, como conejos. Pero aquel día se había enfrentado a algunas y las había neutralizado. Llevaba semanas planeando su papel de Cabecilla Local. Al final, Günberk y Keiko le habían ofrecido la excusa lógica para presentarse sobre el terreno en San Diego.

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