Desde que tenía memoria, siempre había tenido el mismo problema con sus abuelos. Los padres de Alice, y también los abuelos de Alice, habían vivido en Chicago; ninguno había sobrevivido. Por parte de Bob, Robert había estado casi muerto, pero ¡luego había vuelto! Ahora Miri se temía que volvía a perderle.
Y luego estaba Lena…
Lena Gu estaba muerta en los registros. Lena había convencido a Bob para que montase esa mentira con los Amigos de la Intimidad. Lena incluso le había ordenado que ocultase los detalles a Miri. Pero Bob se lo había contado. Lo que fue inteligente, porque Miri habría acabado descubriéndolo igualmente. De esta forma Miri quedaba prisionera de sus promesas a Bob. No le había contado a Robert ni una pizca de la verdad, incluso cuando todavía se hablaban y él estaba tan desesperado.
Pero en aquellos momentos era Miri la que se iba desesperando. Hacía cinco meses que no veía a Lena. Casi había llamado a Lena tras el incidente Ezra Pound. Pero con eso sólo habría logrado confirmar la opinión que Lena tenía de Robert. Bob quería ignorar los problemas de Robert; el muy cobarde. Alice no era una cobarde, pero estaba muy enfrascada en entrenarse y no tenía tiempo. Vale, puedo ocuparme de esto yo sola, se dijo Miri. Había concebido un ingenioso plan de rehabilitación trabajando con Zulfi Sharif. Al principio, había sido genial. El vestible de Sharif había sido fácil de manipular; tenía acceso directo a Robert. Pero después del viaje de Robert a la UCSD, Miri se dio cuenta de que alguien más usaba a Sharif.
Definitivamente era hora de visitar a Lena.
Miri esperó al fin de semana y tomó un coche hasta Pyramid Hill. Los sábados estaba realmente atestado. Bob decía que le recordaba a los salones de videojuegos de su infancia. Tenías que viajar físicamente hasta el parque, pero una vez allí podías sensotocar los mejores juegos. Lo administraba Baja Casinos, pero era para chicos demasiado pequeños para apostar legalmente. Para Miri lo importante era que el parque disponía de muy buena seguridad. Incluso si Robert sentía curiosidad sobre su paradero, era muy poco probable que pudiese seguirla hasta llegar a Lena.
Sacó la bicicleta del colgador trasero del coche y la imaginó como un pequeño burro. Para sí misma había escogido los rasgos clásicos anime: grandes ojos, pelo de punta y boca diminuta. Eso bastaría para desalentar a cualquiera que pretendiese jugar con ella.
Miri llevó el burrito por un sendero que daba la vuelta a la colina. Rechazó el imaginario anime para ver qué era lo más popular ese día. Qué desagradable. En su mayoría eran tonterías Scooch-a-mout. Salsipuedes y baba llagas por todas partes. Un año antes nadie había oído hablar de los scoochis y ya eran más famosos que algunas grandes corporaciones. Incluso habían hecho mella en la megasalida del más reciente Regreso al Cretácico. Había cientos de tipos diferentes de scoochis. Algunos eran propiedad intelectual ladinamente robada. El resto pertenecía al folclore del mundo remoto. Las imágenes eran muy, muy cutres, sin la más mínima creatividad. Quizá por eso los niños pequeños eran sus mayores fans.
Cerca de la cumbre de la colina, un Pequeño Scooch-a-mout rugía. El sonido no eran vatios sacados de un sintetizador. El Scooch-a-mout viajero era como ella veía el lanzador de caída libre del parque. La cápsula de viaje surgía de las profundidades de la colina y alcanzaba cuatro ges antes de volar inercialmente por el cielo, ofreciendo a los pasajeros casi un minuto de gravedad cero antes de caer en el anexo del parque. Era el viaje más espectacular del sur de California. Los amigos de Miri lo desdeñaban: «Bien podrías ser un paquete UP/Ex.» Pero cuando Miri era pequeña se había pasado más de una tarde dando tumbos por el cielo.
Aquel día llegó a medio camino de la salida este sin escoger ningún juego en concreto. Tuvo cuidado de no tocar, y menos aún cabalgar, los robots. Evitó sobre todo los bichos monos y peludos. Excepto en las salidas, la regla de Pyramid Hill era: «Lo tocas, lo pagas.» Quizá debiera comprar un juego simplemente para reducir la presión de la mercadotecnia.
Se detuvo, miró al otro lado de la colina. Había mucho ruido y acción, pero si prestabas atención te dabas cuentas de que los chicos en los arbustos jugaban realmente en otros universos, todo coreografiado de forma que ni jugadores ni equipo se metiesen en el camino de otros. Había escogido la tapadera adecuada; para aquellos imbéciles el anime clásico era demasiado intelectual.
—¿Qué tal Espíritu Gemelo? Para eso sólo te hacen falta dos físicos.
—¡Ah! —Miri casi se cae del burrito. Se giró, situando la bicicleta delante de la voz. Una persona real, también de anime. Miri pasó a la visión real: Juan Orozco. Hablando de mala suerte. Nunca hubiese dicho que a él le gustase el anime clásico.
Miri encontró su voz, una voz inglesa chillona y aguda que Annette Russell le había regalado.
—Me temo que hoy no. Busco algo más espectacular.
Orozco, y el bicho pelopincho al que representaba, inclinó la cabeza inquisitivamente.
—Eres Miri Gu, ¿verdad?
Era una tremenda falta de etiqueta, pero ¿qué se podía esperar de un perdedor de catorce años?
—¿Y? Sigo sin querer jugar. —Le dio la espalda y empujó la bici por el sendero. Orozco la siguió. Tenía una bicicleta plegable que no le daba trabajo.
—¿Sabes que soy el compañero de tu abuelo en la clase de composición de la señora Chumlig?
— Lo sabía. —¡Maldición! Si Juan descubría lo que Miri tramaba, entonces Robert también podría enterarse—. ¿Me has estado siguiendo?
—¡No va en contra de la ley!
—No es muy cortés. —Se limitó a seguir avanzando rápidamente, sin mirarlo.
—No he estado siguiéndote segundo a segundo. Simplemente tenía la esperanza de encontrarme contigo y te vi entrar por la puerta oeste… —Así que quizá simplemente hubiese establecido alertas de proximidad—. ¿Sabes?, tu abuelo intenta ayudarme. Con mi escritura. Creo que estoy mejorando. y yo le enseño a vestir. Pero… siento pena por él. Parece siempre furioso.
Miri siguió caminando.
—En todo caso, pensaba yo que si pudiese reunirse con algunos de sus viejos amigos… quizá se sintiera mejor.
Miri se volvió de súbito. —¿Estás reclutando?
—¡No! Es decir, tengo una afiliación a la que le vendrían bien unos mayores, pero no se trata de eso. Tu abuelo me está ayudando y yo quiero ayudarle a él.
Bajaban, acercándose a la puerta este. Era la última oportunidad para Pyramid Hill de ganar dinero. Cuanto más te acercabas a la puerta, mayores eran los esfuerzos por venderte todas las realidades soportadas por el parque. Los peluches bailaban juguetones a tu alrededor, rogando ser recogidos. Los bichos eran mecanismos reales; si alargabas la mano y los tocabas, bajo la mano encontrabas pelaje largo y abundante, y verdadera masa en sus cuerpos. Cerca de la puerta, la administración quería venderte esos robotitos, y un adiós había convencido a miles de niños que por lo demás se resistían. Cuando Miri era más joven, compraba como una muñeca al mes. Sus favoritas todavía funcionaban en su dormitorio.
Llevó su pobre burrito entre la gente, evitando los osos parlantes y los Scooch-a-mout en miniatura, y a los niños reales. y de pronto estuvieron fuera. Miri se desconcertó momentáneamente y perdió su imagen. Era una niña gordita y normal, y su bici no era más que un artefacto estúpido. Orozco simplemente parecía delgaducho y nervioso. Tenía una flamante bicicleta nueva, pero no parecía capaz de desplegarla.
No quiero que descubra lo de Lena.
Lanzó un dedo hacia el pecho del chico.
—Mi abuelo está bien. No necesita que le recluten en ningún plan de pago. Fuera de la escuela te mantendrás alejado de él. —Hizo aparecer las imágenes que Annette había creado para su grupo Vengadores. El chico hizo una mueca.
—Pero ¡si sólo quiero ayudar!
—Y más aún, si te pillo siguiéndome… —Pasó a un modo anónimo, un envío aplazado que Juan no vería hasta al cabo de unas horas.
Anónimo —› Juan Orozco: ‹ms› Si me haces enfadar de verdad, tus registros escolares darán la impresión de que intentaste manipular las notas.‹/ms›
Juan abrió un poco más los ojos a causa del súbito silencio. Tendría tiempo para cocerse en su salsa con lo que estaba por venir.
No era más que una amenaza huera, claro está; Miri respetaba la ley, aunque fingiese lo contrario.
Corrió con la bicicleta un par de pasos, saltó al sillín y estuvo a punto de caerse. Luego se recuperó y fue colina abajo, alejándose de Orozco.
La comunidad de jubilados Al Final del Arco Iris estaba situada en un valle, al noreste de Pyramid Hill. Era una institución antigua y famosa. La habían fundado hacía sesenta años, mucho antes de que el suburbio llegase hasta tan lejos. Había alcanzado su máxima expansión a principios del siglo XXI, con la llegada de una oleada de nuevos ricos viejos
Miri fue pedaleando por el sendero para bicicletas, haciendo lo posible por no chocar con nadie. Su pase de visitante seguía siendo válido, pero en Al Final del Arco Iris los niños eran en general ciudadanos de segunda. De pequeña, cuando iba a visitar a Lena creía que era un pueblecito mágico. Los jardines de verdad eran tan hermosos como los falsos de West Fallbrook. Había estatuas de bronce de verdad. Las columnatas y los enlosados también eran reales, de una exquisitez que sólo igualaban los centros comerciales más caros.
Desde entonces, en la escuela ya había estudiado asuntos de vejez… y no había forma de evitar ciertas conclusiones cínicas: en Al Final del Arco Iris seguía habiendo dinero de verdad, pero era dinero que gastaba gente que no podía permitirse nada mejor. La mayoría de los que quedaban vivían de las promesas caducas y la biotecnología, desafortunados tanto en las inversiones como en la medicina.
Orozco no había intentado seguirla ni ocultar su rastro; le había visto irse por el este. Finalmente había desplegado su bici y pedaleaba hacia las viviendas de Mesitas. Le miró con los ojos entornados. ¿Podría ser Juan Orozco el gamberro que había secuestrado brevemente a Sharif en la UCSD? De ninguna forma. Aquél había sido un listillo bocazas que no hacía otra cosa que presumir. Lo que era más importante, el señor Listillo era realmente competente, quizá tan listo como la propia Miri.
Vale. En aquel momento había cuestiones más importantes. La casa de Lena se encontraba al final de la segunda calle, subiendo. Era hora de imaginar y visualizar. Había pensado mucho en ese encuentro, considerando todo lo que podría decir, todas las cosas tristes que podría ver. Miri había construido una visión especial. Se basaba en elementos que llevaba refinando desde segundo curso, cuando aprendió por sí sola el significado de «osteoporosis intratable variante 12».
Primero, hizo que los árboles que bordeaban el camino fuesen más altos y más anchos, muy diferentes a las palmeras. Mientras ascendía, las hojas fueron reemplazadas por largas ramas de árboles de hoja perenne. Por supuesto, Miri no tenía apoyo físico para nada de eso. No llevaba franjas de juego en la camisa; no disponía de microenfriamiento. El sol todavía brillaba con fuerza, incluso si ella hacía que el cielo estuviese cubierto y que los árboles se inclinasen. Quizá debiese considerar el calor corno un hechizo. Ya se había planteado hacerlo antes, pero siempre parecían más importantes otras mejoras. Después de tantos meses de soñar despierta, esa visión estaba exenta de cualquier arte comercial. Bebía de cientos de fantasías, pero el efecto pertenecía totalmente a Miri unido a su idea de Lena. Jamás lo había hecho público. La mayoría de las visiones eran más divertidas si se compartían, pero no en este caso.
Finalmente se detuvo y bajó de la bici. Debía recorrer los últimos metros a pie. Había otras personas por los alrededores, pero en su visión no eran más que campesinos corrientes. Veía las aceras y las rampas para las sillas de ruedas como senderos del bosque y escalones mohosos gastados por el tiempo. Tropezó más de una vez por las inconsistencias, pero parecía lo justo en el caso de una humilde suplicante como ella.
Y llego hasta el bosquecillo interior. Había senderos laterales ocasionales, señales de cabañas ocultas en las profundidades del bosque. Allí sus árboles eran muy viejos, de ramas inmensas que se cernían sobre su cabeza. Miri empujó la bicicleta siguiendo el antiguo camino. La gente del bosquecillo interior tenía otro nivel… no era de la categoría de Lena, pero aun así poseía poderes respetables. Miri mantuvo la vista fija en el suelo y deseó que nadie le hablase.
Pasó la última curva y caminó otros quince metros hasta una gran cabaña de madera. Cuando alzaba la vista veía huecos en las copas, pero no el cielo, sino un verde soleado. Las ramas más altas estaban justo sobre la cabaña. La de la más bruja de las brujas. La fuente de la sabiduría antigua. Apoyó la bicicleta contra la madera y alargó la mano para golpear la enorme aldaba de metal. El sonido resonó con fuerza. Ignoró la melodía tonta del siglo XX que sonó en realidad; era el viejo timbre que Lena se había traído de Palo Alto.
Al cabo de un momento Miri oyó pasos en el interior. ¿Pasos? La enorme puerta se abrió hacia dentro con un crujido y lo que Miri vio fue para ella una conmoción: una mujer, que no parecía mucho mayor que los profesores del instituto. ¡Qué haces aquí! Miri la estudió un momento, sin habla. Rara vez se llevaba sorpresas de ese calibre. Se recuperó pasado un momento y asintió respetuosa.
—¿Xiu Xiang?
—Sí. Eres Miri, ¿verdad? La nieta de Lena. —Se hizo a un lado y le indicó que entrase.
—Mmm, no sabía que me reconocería. —Miri entró, conjurando imágenes a toda prisa. Xiu Xiang tenía un aspecto demasiado juvenil para ser una bruja de verdad. ¡Vale, la convertiré en aprendiz de Lena, una cómodicegoogle… una bruja novata!
La novata Xiang le sonrió.
—Lena me ha enseñado fotos. Además, una vez te vi en la escuela.
Lena me dijo que vendrías, tarde o temprano.
—Bien… ¿me recibirá?
—Se lo preguntaré.
Miri hizo un gesto de cortesía.
—Gracias, señora.
La novata Xiang guió a Miri hasta un sillón tapizado situado cerca de una mesa llena de libros.
—Volveré dentro de un momento.
Miri se acomodó en el sillón. Vaya. Era de plástico duro. En cuanto a la mesa… bien, los libros eran de verdad, de los que algunas personas usaban para lecturas al momento. Contenían el texto que uno quería, pero las páginas eran reales. Claro, no eran los objetos gruesos y pesados que Miri imaginaba, pero sí que los había a montones. Encima había una página visor, totalmente fuera de lugar y una confesión de ineptitud. Miri la transformó rápidamente en un grimorio. Se sentó en el borde del sillón y examinó los libros. Ingeniería eléctrica y mecánica. Debían de ser de la novata Xiang; Miri había comprobado el pasado de todos los estudiantes de las clases de Robert. La caja de juguetes que había bajo la mesa debía de contener lo que había construido en taller. Miri reconoció la bandeja de transporte doblada que había visto en las noticias.
Qué coincidencia más increíble que Xiu Xiang viviese con Lena…
Ruidos a su espalda. La puerta interior se abría. Era la novata Xiang, con una bruja mayor siguiéndola. Miri ya tenía preparadas las imágenes. La silla real de Lena disponía de seis ruedecitas dispuestas en ejes articulados, muy práctica y aburrida. Pero la silla de la matriarca Gu era de ruedas de madera altas revestidas de plata e inclinadas hacia fuera. Cuando se movía dejaba una estela de chispas azules. Miri veía a Lena vestida de negro profundo, un negro que absorbía la luz de la estancia, como era propio de la magia clásica. Un negro que impedía ver los detalles de la ropa. El sombrero de punta y ala ancha colgaba garboso del respaldo alto de la silla. Y ahí terminaban los efectos especiales de Miri. El resto se conservaba tal y como era en realidad. De hecho, sus visiones no tenían otro sentido que ofrecer a su abuela el marco adecuado, uno que destacase lo maravillosa que era en realidad.
La bruja mayor estudió a Miri de arriba abajo.
—¿Bob no te pidió que me dejases en paz? —No parecía enfadada, como Miri había temido que estuviera.
—Sí. Pero te echo mucho de menos.
—Oh. —Se inclinó un poco—. ¿Cómo está tu madre, Miri? ¿Está bien?
—Alice está bien. —Lena sabía demasiado sobre Alice, pero no tenía necesidad de saber tanto. Además, Lena no podía ayudar a Alice—. Quería hablarte de otras cosas.
La matriarca Gu suspiró y cerró los ojos, muy hundidos. Cuando los abrió, era posible que la expresión fuese una sonrisa.
—Bien, me alegro de verte, niña. Simplemente no quiero discutir contigo ni con Bob. Y sobre todo, no quiero que Ya-Sabes-Quién sepa que ando por aquí.
—Sólo voy a discutir un poco, Lena. —Lo suficiente como para lograr algo ahora y, sin embargo, poder volver a visitarte—. No te preocupes por Ya-Sabes-Quién. —Las palabras de la matriarca Gu surgían directamente de la tradición fantástica, aunque resultaba triste que Robert representase el papel del mal definitivo—. Te prometo que no se lo contaré. —Al menos, no sin tu permiso—. He tomado muchas precauciones para venir aquí. Además, a Ya-Sabes-Quién no se le da bien fisgonear.
Lena cabeceó.
—Eso es lo que tú crees.
La novata Xiang se sentó junto a la silla de ruedas y las observó en silencio. Quizá pudiese ayudar.
—Usted ve a Ya-Sabes-Quién todos los días, ¿no, señora? —dijo Miri.
—Sí —dijo Xiang—, en el taller y en búsqueda y análisis de Louise Chumlig.
—La clase de la señora Chumlig no está tan mal. —Al menos para ser una clase para imbéciles. Miri tuvo los reflejos de suprimir el comentario, pero aun así notó que enrojecía.
La novata Xiang no pareció darse cuenta.
—La verdad es que es muy buena. Se lo he estado contando a Lena. —Miró a la bruja mayor—. Louise sabe detalles sobre cómo plantear preguntas que a mí me llevó toda una vida comprender. Y más que nadie, me ha demostrado la importancia del análisis empaquetado. —Señaló el viejo grimorio. Miri quedó un poco sorprendida. Sí, la señora Chumlig era agradable, pero no hacía más que repetir tópicos y hablaba sin parar.
Pero tampoco podía contradecir a una bruja novata, y Miri deseaba congraciarse con ella. Hundió la cabeza.
—Sí, señora. En cualquier caso, ve mucho a Ya-Sabes-Quién. ¿Es de verdad una persona tan terrible?
Xiu Xiang cabeceó.
—Es un hombre extraño. Tiene un aspecto muy juvenil. Robert… es decir Ya-Sabes-Quién… puede ser muy amable y de pronto abrirte en canal. Se lo he visto hacer a varios niños. Los mayores se alejan de él. Creo que Winston Blount le odia.
Sí. Miri había observado a Winston Blount el sábado, en la biblioteca de la UCSD. Había concentrado gran parte de su atención en la batalla por Zulfikar Sharif, pero la hostilidad de Blount no le había pasado inadvertida.
La novata Xiang miró a la frágil dama de la silla de ruedas.
—Me temo que Lena tiene razón. Manipula a la gente. Dijo que le gustaba mi proyecto de taller y luego se lo llevó.
Lena se carcajeó; algo que se le podía dar muy bien a una persona mayor. Según Miri, era el único aspecto positivo de la vejez.
—Xiu, Xiu. Me dijiste que te había encantado verle destrozar el coche.
La novata Xiang parecía avergonzada.
—Bueno, sí. Me metí en la ciencia a través de los modelos de cohetes y los controles de radiofrecuencia caseros. Nunca he sido nada sin la experiencia práctica. Hoy en día, el acceso a los objetos reales queda limitado por capas y capas de burocracia automática… y supongo que mi propio EHS tiene en parte la culpa. Así que Robert y yo queríamos romper algo y le aplaudí por actuar. Pero lo que yo quería no le importaba. No fui más que una herramienta conveniente.
Lena volvió a reír.
—Tienes mucha suerte. Aprendiste en unos cuantos días lo que a mí me llevó años. —Levantó una mano corno una garra para apartarse el pelo. La medicina moderna no le había fallado del todo a Lena Gu. Cinco años antes sufría Parkinson. Miri recordaba los temblores. La medicina moderna había invertido el Parkinson, había conservado su mente, había detenido varias dolencias grandes y pequeñas. Pero su osteoporosis seguía siendo incurable. Ya en segundo curso Miri había comprendido las razones técnicas de ese hecho. La razón moral era algo que ni siquiera Alice podía explicar.
Miri estudió el rostro arrugado de la bruja mayor.
—Me alegro de que te llevase años comprender a Ya-Sabes-Quién. En caso contrario no habríais tenido a Bob y no le habríais criado para casarse con Alice… y yo no habría llegado a existir.
Lena apartó la vista.
—Sí —gruñó—. Bobby fue mi única razón para seguir con tu abuelo. Le dimos un buen hogar a Bobby. Y era casi humano con el chico, al menos hasta que quedó claro que no podía dirigir la vida adulta de Bob. Para entonces, Bob había escapado a los marines. —Su mirada regresó a Miri—. Me felicito por ello. Cometí un terrible error al casarme con tu abuelo, pero di la existencia a dos vidas adorables… y sólo me costó veinte años.
—¿Jamás le echas de menos?
La matriarca Gu entornó los párpados.
—Eso se acerca peligrosamente a discutir conmigo, jovencita.
—Lo siento. —Miri se acercó para arrodillarse junto a la silla de ruedas de Lena. Agarró la mano de la anciana, que sonrió. Sabía lo que vendría a continuación, pero no poseía ninguna defensa totalmente efectiva—. Disfrutaste de todos esos años lejos de él. Recuerdo que tú nos visitabas, mientras que Ya-Sabes-Quién estaba bien y no nos visitaba nunca. —Incluso entonces, Lena era una ancianita, una doctora ocupada que sonreía sobre todo cuando hablaba con Miri—. ¿Eras feliz?
—¡Claro que lo era! ¡Después de tantos años me había librado del monstruo!
—Pero Ya-Sabes-Quién fue perdiendo la cabeza y tú le ayudaste.
Lena hizo un gesto de exasperación y miró a la novata Xiang.
—Cuando te lo diga, echa a esta mocosa a patadas.
Xiang no parecía del todo segura.
—Eh, vale.
—Pero… todavía no. —Lena se volvió hacia Miri—. Ya lo he dicho en otras ocasiones, Miri. Bob vino a Al Final del Arco Iris y me pidió ayuda. ¿Recuerdas? Vino contigo. Bob jamás ha comprendido cómo eran las cosas entre Robert y yo. Que Dios le bendiga, pero no comprende que el afecto que veía no era más que una representación en su beneficio. Pero entre sus ruegos y tu carita, acepté ayudar al monstruo durante los años finales. Y, ¿sabes?, a veces la demencia suaviza a las personas. Hubo más o menos un año en el que Robert estaba completamente indefenso, pero todavía podía reconocer a la gente y recordar nuestros años juntos… Hubo un periodo en el que se le podía tratar. ¡Nos llevamos bien durante un tiempo!
Miri asintió.
—Y luego descubrieron cómo curar la demencia concreta de Robert. Para entonces tu abuelo había pasado de lo dócil a una especie de estado vegetativo. Miri, yo me hubiese quedado con él hasta el final de no haberse interpuesto la cura milagrosa. Pero ya sabía lo que pasaría. El monstruo regresaría. —Lena avanzó un dedo retorcido hacia su nieta—. Ya me había engañado una vez, no iba a picar otra. Así que prefiero mantenerme alejada. ¿Comprendes?
Pero la otra mano siguió con la de Miri; la niña la apretó.
—Pero ¿no es posible que ahora sea diferente? Cuando curaron al abuelo, una parte de él ya había muerto. —Era la teoría de Jin Li, no de Miri—. Sé que ahora está furioso muchas veces, pero es porque ha perdido muchas cosas. Quizá todo lo malo que recuerdas también haya desaparecido.
Lena agitó la mano en dirección a la novata Xiang.
—¿No has oído lo que ha contado Xiu sobre su nueva nobleza de carácter?
Miri pensó son rapidez: con Alice nunca surtía efecto, pero en ocasiones un cambio rápido de tema distraía a Bob. Miró a la novata Xiang.
—Lena, vives aquí desde que el abuelo enfermó. Podrías haberte mudado a cualquier lugar, porque ya no nos visitas nunca. Pero sigues a quince kilómetros.
Lena alzó la barbilla.
—Llevo años viviendo en San Diego. No vaya renunciar a ver a mis amigos, a comprar en las tiendas de siempre, a los paseos por el campo… bueno, he renunciado a los paseos. Lo que quiero decir es que ni siquiera resucitado voy a permitir que Ya-Sabes-Quién dirija mi vida.
—Pero… —¡En este punto el hielo es muy delgado!—. ¿Conocías de antes a la doctora Xiang?
La bruja mayor apretó los labios.
—No. y no vas a comentar ni a dar a entender con un silencio lastimero que, dado que hay dos mil quinientos ancianos en Al Final del Arco Iris, nuestra relación no puede ser una coincidencia.
Miri guardó silencio.
Finalmente, la novata Xiang habló.
—Fue decisión mía. Me trasladé aquí este verano, más o menos cuando recibí mi ponte-en-pie-y-vuelve. Soy una de las personas más ancianas que viven en Al Final del Arco Iris, pero soy tan alegre y vivaz… que no saben qué hacer conmigo. —Una extraña sonrisa triste—. Así que me ofrecí para compartir. Ha salido bastante bien. Tu abuela es diez años más joven que yo, pero a nuestra edad eso no importa mucho. —Tocó a Lena en el hombro.
Miri recordó que Lena Llewelyn Gu había tenido consulta psiquiátrica durante años en Al Final del Arco Iris. Si alguien podía arreglar un emparejamiento con Xiu Xiang, era ella. Abrió la boca para comentarlo… y percibió el brillo de advertencia en los ojos de Lena, tan claro como cualquier otro mensaje silencioso.
Lena se rebulló en la silla.
—¿Ves, mi niña? Pura coincidencia. Pero admito que ha resultado útil. Xiu me mantiene al día con las aventuras de Ya-Sabes-Quién en la educación moderna. —Soltó una desagradable carcajada de bruja que no precisaba ninguna contribución de los efectos especiales de Miri.
—Sí —dijo Xiang—. Le vigilamos con nuestro ojo colectivo.
—Esta vez el monstruo no va a pillarme por sorpresa.
Miri se inclinó hacia atrás.
—¡Mantenéis una entidad conjunta! —No había soñado que las dos brujas pudiesen ser verdadera y modernamente mágicas.
—¿Una qué? —dijo la novata Xiang.
—Una entidad conjunta. Compañeras con fuerzas y debilidades complementarias. En público una sola entidad representada por el compañero con movilidad. Pero lo que puede hacer y comprender es lo mejor de ambos.
Xiang la miró sin comprender.
Oh. Miri hizo un ping a las dos. Salvo por el equipamiento médico de Lena, estaban totalmente desconectadas. Las imágenes de Miri la habían confundido por completo.
—No viste, ¿verdad?
Xiu hizo un gesto hacia la mesa.
—Tengo la página visor yesos libros. Intento aprender cosas serias, Miri. No tengo tiempo para molestarme en vestir.
Miri casi olvidó su misión.
—Doctora Xiang, se confunde con los vestibles. Es decir, ¿no lo ha comentado la señora Chumlig? Algunos análisis empaquetados no ofrecen tracción a menos que los ejecutes con vídeo estático.
La novata Xiang asintió reacia.
—Me mostró BLAST9. Pero no parecía otra cosa que un diseño molecular disfrazado de juego tonto.
—Pero ¡sólo lo ha ejecutado en la página visor!
La joven bruja se hundió.
—Tengo mucho que aprender, Miri. Estoy trabajando con lo simple, con lo que puedo ejecutar en la página visor.
Lena observó a Xiang un segundo y luego pareció marchitarse en la silla. Miró a su nieta.
—Pobre Miri. No lo entiendes. Vives en una época que cree posible ignorar la condición humana. —Inclinó la cabeza—. Nunca has leído Secretos de las edades, ¿verdad?
—¡Claro que lo he leído!
—Perdona, Miri, claro que lo has leído. Después de todo, es el logro más famoso de mi odioso ex marido. Y voy a concedérselo: esos poemas son obra de un genio. Su «gravedad implacable» es todo su dolor empleado para sostener grandes verdades. Pero no puedes apreciarlo, ¿no es así, Miri? Vives rodeada de promesas médicas y curas a medias. Eso te distrae del sustrato de la realidad. —Calló y cabeceó. Parecía como si los temblores de antaño hubiesen vuelto, pero quizá simplemente se tratase de indecisión al preguntarse si debía decir más—. Miri, la verdad es que, si tenemos cuidado y suerte, llegamos a vivir hasta la vejez, sintiéndonos débiles y extremadamente cansados. La agonía tiene un final.
—¡No! Mejorarás, Lena. Sólo has tenido mala suerte. Es sólo cuestión de tiempo.
Se oyó un débil estallido de la risa de bruja y Miri recordó que «es sólo cuestión de tiempo» era el verso que se repetía en el ciclo poético de Robert.
Por un momento, abuela y nieta se miraron con certidumbre. Luego Lena dijo:
—Y aquí es donde suponía que llegaría nuestra charla. Lo lamento, Miri.
Miri inclinó la cabeza. «Pero ¡si sólo quiero ayudar!» Extraño. Ese mismo había sido el patético comentario del chico, Orozco. Dirigido a Miri. Vale, quizá no fuese un imbécil integral. y quizá fuese de ayuda. Pero también había dicho otra cosa, que ahora resultaba infinitamente más importante… ¡Sí! De pronto Miri supo cómo convertir la derrota en victoria. Miró al rostro de su abuela y sonrió con inocencia:
—Lena, ¿sabías que… Ya-Sabes-Quién está aprendiendo a vestir?