34 El museo británico y la biblioteca británica

Los chicos abandonaron las gradas a toda prisa, un poco por el hecho de que Chumlig y compañía repasarían la noche y determinarían quién había sido inaceptablemente ruidoso. Juan y Robert salieron más despacio, con los otros alumnos que habían hecho demostraciones, intercambiando felicitaciones. Las notas de las presentaciones no saldrían hasta al cabo de veinte horas más o menos. Tendrían tiempo de sobra para sufrir por los fallos. Aun así, Louise Chumlig parecía bastante contenta. Felicitaba a todos los alumnos… y rechazaba cualquier pregunta sobre si uno u otro defecto sería muy importante para la nota.

Seguía sin haber rastro de Miri ni de Bob. La atención de Robert estaba centrada en los chicos, en Chumlig y en Juan Orozco… este último alternaba entre la histeria del alivio y el convencimiento del fracaso.

Así que fue sin previo aviso que Roben se encontró cara a cara, casi nariz contra nariz, con Winston Blount. Detrás del antiguo decano, Tommie Parker daba la mano a Xiu Xiang. Vaya, ¡era la pareja más extraña que podría haber surgido de aquella aventura! El hombrecito sonreía de oreja a oreja. A Roben le hizo un gesto con el pulgar.

Pero, por el momento, Blount acaparaba toda su atención. Robert había visto poco a Tommie y Winnie desde la noche en la UCSD. Ellos y Carlos habían pasado varios días en la clínica Crick. Por lo que Robert podía ver, habían llegado a acuerdos, más o menos como en su caso. Y estaban libres. La historia oficial era la que le había dicho Bob: las actividades del conciliábulo habían sido una protesta, pero jamás habían tenido intención de dañar el equipo del laboratorio y lo lamentaban profundamente. La historia extraoficial de sacrificio heroico ayudaba a explicar que la universidad y los laboratorios biológicos estuviesen encantados de no presentar cargos. Si el Conciliábulo de Ancianos mantenía la boca cerrada, no habría consecuencias.

En aquel momento Winnie sonreía de un modo extraño. Saludó a Juan y estiró el brazo para tomar la mano de Robert.

—Aunque he dejado Fairmont, todavía tengo familia aquí. Doris Schley es mi tatarasobrina.

—¡Oh! ¡Lo ha hecho muy bien, Winston!

—Gracias, gracias. Y tú… —Winston vaciló. En el pasado, los halagos para Robert Gu llegaban de todas partes y a menudo se habían empleado como maza para hundir a Winston Blount—. Has escrito algo maravilloso, Robert. Esa letra. Nunca hubiese imaginado algo así para Beethoven, y en inglés y español. Ha sido… arte. —Se encogió de hombros, como si esperara la pulla sarcástica.

—No fue obra mía, Winston. —Y quizá sea una pulla, pero no lo pretendo—. Juan se encargó de la letra. Colaboramos durante todo el semestre, pero en ese aspecto le dejé hacer, criticando sólo el resultado final. Sinceramente… y Chumlig es la demoledora de las mentiras… sinceramente, Juan es el responsable.

—¿Oh? —Winnie se apartó y sólo entonces pareció ver a Juan. Tendió la mano al joven—. Ha sido una belleza, hijo. —Lanzó una mirada de soslayo, todavía incrédulo, a Robert—. ¿Sabes, Roben, que, a su modo, ha sido tan bueno como lo que tú hacías antaño?

Robert meditó un segundo, escuchando mentalmente la letra de Juan como solía escuchar su propia poesía. No, ha sido aún mejor. Mucho mejor. Pero no mejor en un mundo diferente. Si el antiguo Robert hubiese podido ver esa letra… bien, el antiguo Robert no aguantaba a los segundones. Con la mínima excusa habría abortado la carrera artística de Juan.

—Tienes razón. Juan creó algo hermoso. —Vaciló—. No sé qué… efecto han tenido los años, Winston.

Juan miraba alternativamente a uno y al otro. En su rostro empezaba a verse el orgullo, aunque parecía darse cuenta que Robert y Winnie se decían cosas que no articulaban con palabras.

Winnie asintió.

—Sí. Han cambiado muchas cosas. —La multitud iba reduciéndose, pero eso sólo hacía que algunos chicos creyesen que podían correr todavía más rápido. Los empujaba el flujo de cuerpos y los gritos y las risas todavía más intensos—. Bien, si no te has ocupado de la letra, ¿cuál ha sido tu contribución, Robert?

—¡Ajá! Me he ocupado de la sincronización. —En la medida en que ha sido posible.

—¿En serio? —Winnie intentaba ser amable, pero, incluso después de su experiencia con el coro, no parecía especialmente impresionado. Bien, había sido un poco desigual.

Xiu —› Lena: ‹ms› ¡Por amor de Dios, dile algo, Lena!‹//ms›

Lena —› Xiu: ‹ms› ¡Déjame en paz!‹/ms›

Xiu —› Lena: ‹ms› Entonces yo hablaré por ti.‹/ms›

Después de intercambiar algunas cortesías más, Winnie se acercó a la familia Schley, llevándose a Tommie y a Xiu Xiang. Pero Robert vio una línea de texto dorado que se extendía detrás de Xiang.

Xiu —› Robert; ‹ms› Ha sido genial, Robert.‹/ms›

Juan era completamente ajeno al mensaje silencioso de Xiang.

—El decano Blount no ha comprendido en qué consistía tu parte del proyecto, ¿verdad?

—No. Pero le ha gustado la parte que ha entendido. No importa. Tú y yo lo hemos hecho mejor de lo que creíamos.

—SÍ, así es.

Juan le acompañó por las gradas. Aunque Bob y Miri no estuviesen, los padres de Juan sí que estaban presentes. Saludos y felicitaciones para todos, aunque los Orozco seguían sin saber qué pensar de Robert Gu.

Un grupo de familiares y amigos permaneció más tiempo en el campo de fútbol. Más que otra cosa, los padres parecían un poco sorprendidos de sus hijos. Amaban a los muy torpes, pero creían conocer sus límites. De alguna forma, Chumlig los había transformado convirtiéndolos en… no en superhombres, sino en criaturas capaces de hacer cosas que sus padres jamás habían dominado. Era hora de sentirse orgullosos y un poco incómodos.

Miri seguía sin aparecer. Pobre Juan. Y yo espero que Alice vuelva hoy a casa. Con un solo brazo no se le daba igual de bien comprobarlo.

Robert penetró en la zona más densa de la multitud, la gente que daba vueltas alrededor de Louise Chumlig. La mujer parecía feliz y cansada, y negaba toda responsabilidad.

—Simplemente les he enseñado a mis alumnos a usar lo que tienen dentro y lo que el mundo puede ofrecer.

Robert se le acercó y le apretó la mano.

—Gracias.

Chumlig le miró con una sonrisa torcida en la cara. La mujer retuvo su mano un momento.

—¡Tú! Mi niño más extraño. Tú eres casi el problema opuesto que tenía con los demás.

—¿Cómo es eso?

—En el caso de los demás, tenía que hacerles salir para descubrir lo que son. Pero tú… primero debías renunciar a lo que habías sido. —Su sonrisa fue triste durante un instante—. Lamenta lo que perdiste, Robert, pero alégrate de lo que eres.

¡Ella lo ha sabido siempre! Pero alguien requirió la atención de Chumlig, que se apresuró a garantizar que el resto del año académico sería todavía más emocionante.

Robert dejó a Juan ya los demás con sus elucubraciones sobre cómo serían las presentaciones normales. Después de una noche como aquella, los chicos no querían creer que alguien fuese a superarlos.

Robert vio dos siluetas familiares de camino a la rotonda de tráfico.

—Creía que estabais con Winston —dijo.

—Lo estábamos —dijo Tommie—, pero hemos vuelto. Quería felicitarte por ese truco de la sincronización musical.

Xiu Xiang asintió manifestando su acuerdo. De los dos, sólo ella vestía. A su alrededor flotaban logotipos de felicitación. El pobre Tommie seguía cargando con su portátil, aunque lo que quedase dentro probablemente pertenecía a la policía secreta.

—Gracias. Estoy orgulloso, pero hay que remarcar la palabra «truco». En realidad, nadie necesita sincronizar música a lo largo de miles de kilómetros de red barata. Y me aproveché de la previsibilidad del enrutamiento y de que sabía la música que iban a interpretar.

—Además de usar algunos análisis de tiempo de los intérpretes por separado. Cierto, ¿no? —dijo Tommie.

—Sí.

—Además te serviste de algunas contrafluctuaciones que insertaste tú —dijo Xiu.

Robert vaciló.

—La verdad es que ha sido divertido.

Tommie rio.

—Se han dado cuenta de tu truco. En mi juventud podrías haberlo patentado. Hoy en día…

Xiu tocó a Tommie en el hombro.

—Hoy en día, vale para obtener una nota decente en una clase de instituto. Tú y yo… tenemos cosas que aprender, Thomas.

Tommie refunfuñó.

—Lo que quiere decir es que debo aprender a vestir. —Miró a la mujer de aspecto juvenil—. Nunca soñé con que X. Xiang acabaría salvándome la vida. Pero ¡claro está, lo logró haciendo que nos arrestasen a todos!

Lena —› Xiu: ‹ms› Parker teme probar cosas nuevas, a pesar de lo mucho que habla del futuro.‹/ms›

Recorrieron unos pasos en silencio. Más palabras doradas de Xiang; lo de la mensajería silenciosa cada vez se le daba mejor.

Xiu —› Robert: ‹ms›‹sigh/› Tommie es viejo y la medicina no le ha ayudado tanto. Tiene miedo de probar cosas nuevas.‹/ms›

Robert evitó que la mujer notara su sorpresa. ¿Desde cuándo la tecnóloga se había convertido en psiquiatra de salón? Sin embargo, tal vez tuviera razón respecto a Tommie.

Tommie hacía caso omiso del paso de mensajes, pero la sonrisa pícara de siempre se iba extendiendo por su rostro.

—¿Qué? —dijo Robert al fin.

—Sólo pensaba. Nuestra operación en la UCSD fue la mayor y la más peligrosa en la que haya participado. Nos utilizaron, sí. Pero, ¿sabes?, se parecía mucho a esas cosas modernas… esas afiliaciones. Hicimos nuestra contribución y, en cierto modo, obtuvimos lo que pretendíamos.

Robert pensó en la promesa del Extraño.

—¿Cómo es eso?

—Le dimos de lleno en las narices al Proyecto Bibliotoma de Huertas.

—Pero los libros de la biblioteca han desaparecido.

Tommie se encogió de hombros.

—La verdad es que me gusta la visión de los Bibliotecarios Militantes. Lo importante es que hemos puesto a Huertas totalmente en evidencia.

—¿Eso es un triunfo?

Ya caminaban por la rotonda, seguidos de un automóvil esperanzado.

—Sí. No se puede parar el progreso, pero detuvimos a Huertas lo justo para que otros hechos nos salvaran. —Miró a Robert—. ¿No lo has oído? Vistes todo ese equipo moderno y ni siquiera sabes mantenerte al tanto de las noticias. —Tommie no esperó la respuesta—. Verás, Huertas se estaba dando prisa por una razón. Resulta que los chinos se estaban comiendo el Museo Británico y la Biblioteca Británica mucho más rápido de lo que creíamos. Y los chinos tienen años de experiencia en digitalización semi-no-destructiva. Sus métodos son muy benignos comparados con la operación de triturado de Huertas. Hicieron que lo sucedido en San Diego pareciese una tontería e incluso obtuvieron datos hápticos de objetos que no eran libros. Hay todo un mundo de diferencia entre ellos y todos los demás, incluidos los archivos de Google. En cualquier caso, retrasamos a Huertas unos días, lo suficiente para que no pueda reclamar prioridad. Y el tiempo suficiente para que los chinos le pusiesen la guinda al pastel.

Tommie metió la mano en la chaqueta y sacó un trozo de plástico de unos veinte centímetros cuadrados.

—Toma. Un regalo que me ha costado 19,99 dólares.

Robert sostuvo el plástico negro. Se parecía mucho a los discos flexibles que había usado muchas veces en los ordenadores del cambio de siglo. Le hizo una consulta. Las etiquetas flotaron en el aire: Tarjeta de datos. Capacidad de 128 PB. Usada al 97%. Había más, pero Robert se limitó a mirar a Tommie.

—¿La gente sigue usando este tipo de cosas?

—Sólo los viejos paranoicos y defensores de la propiedad como yo.

Es un incordio para llevarlo por ahí, pero tengo un lector en el portátil. —Claro—. Los datos están todos en línea, junto con los análisis cruzados por los que los chinos te cobran un extra. Pero, incluso aunque no tengas lector de tarjetas, me ha parecido que estarías intensado en sostenerlo en tus manitas.

—Ah. —Robert echó un vistazo al directorio superior. Era como alzarse sobre una montaña muy alta—. Entonces, esto es…

—El Museo Británico y la Biblioteca Británica, digitalizado e insertado en una base de datos por Coalición Informágica China. Los datos hápticos y de artefactos son de baja resolución, para que quepan en una sola tarjeta. Pero la sección de la biblioteca es veinte veces superior a lo que Max Huertas chupó de la UCSD. Dejando aparte cosas que jamás llegaron a la biblioteca, se trata esencialmente de un registro de la humanidad hasta el año 2000. Todo el mundo premoderno.

Robert sopesó la tarjeta de plástico.

—No parece gran cosa.

Tommie rio.

—Bueno, ¡no lo es!

Robert fue a devolvérsela, pero Tommie la rechazó.

—Como he dicho, es un regalo. Ponlo en la pared, para que recuerdes que eso es todo lo que un día fue. Pero, si realmente quieres verlo, mira en la red. Los chinos lo han ensartado todo muy bien. Y sus servidores especiales son muy ingeniosos.

Tommie se echó atrás y le hizo un gesto al coche que los seguía. La puerta trasera se abrió y le indicó a Xiu que entrase primero. Durante un instante chocante, Tommie pareció un viejo verde acompañado de una jovencita guapa. No era más que otra imagen del pasado que no tenía nada que ver con la verdad.

—Así que Huertas ha salido del mercado del troceo y los chinos prometen que a partir de ahora lo harán todavía más sutilmente que en la Biblioteca Británica. No tienes más que pensar en delicadas manos robóticas sonrosadas recorriendo pacientemente todas las bibliotecas y museos del mundo. Harán comprobaciones cruzadas, buscarán anotaciones… lo que ofrecerá a toda una generación de académicos como Zulfi Sharif algo sobre lo que escribir sus tesis. —Saludó a Robert—. ¡Ya nos veremos!

Era casi medianoche cuando Xiu Xiang regresó a Al Final del Arco Iris. Lena seguía levantada. Estaba en la cocina, preparándose un tentempié. La osteoporosis la obligaba a inclinarse tanto que tenía la cara a sólo unos centímetros de la mesa. Quedaba muy raro, pero la silla de ruedas y el diseño de la cocina le daban mucha libertad de maniobra.

Xiu entró, completamente avergonzada.

—Siento haberte cortado, Lena…

La otra se volvió para mirarla directamente. Tenía una sonrisa torcida en la cara.

—Eh, no pasa nada. Los jóvenes necesitáis intimidad. —Le indicó a Xiu que se sentase y tomase algo.

—Sí. Bien, Tommie no es tan joven. —Notó que enrojecía—. Yo, eh, no me refiero a físicamente. Quiere mantenerse al día del progreso, pero no puede con todo lo que eso implica.

Lena se encogió de hombros.

—La mente de Tommie es mejor que la de algunos. —Dio un mordisco a un bocadillo.

—¿Crees que algún día recuperará su talento?

—Podría ser. La ciencia sigue avanzando. Y aunque eso no sirva de nada en el caso de Parker, podemos empujarle en la dirección adecuada. Gran parte de su problema se debe a que para él la vida era demasiado fácil cuando era joven. Es demasiado irascible para atreverse con nada que le resulte realmente difícil. —Señaló a Xiu—. Come.

Xiu asintió y tomó un bocadillo. Ya lo habían hablado antes. De hecho, esas discusiones eran las que habían ayudado a cierta doctora X. Xiang. Pero quizá para ella fuese más complicado que para Tommie. Su principal problema en el futuro cercano podía ser evitar las «ofertas de trabajo» del Gobierno.

Xiu mordió el bocadillo. Mantequilla de cacahuete y confitura. No estaba malo.

—¿Has tenido la oportunidad de aplicar tus habilidades a las personas que hemos visto hoy?

—¿Te refieres a jugar a psiquiatra? Sí, repasé tu archivo de Epifanía; he realizado algunas consultas anónimas. El consejo que le dimos a Carlos Rivera estaba bien. Tiene un problema crónico, pero así es la vida. Y en cuanto a Juan, hemos hecho todo lo posible, al menos por ahora.

Xiu sonrió a pesar de tener la boca llena de mantequilla de cacahuete y mermelada. Había tardado en comprender que Lena era un genio. Después de todo, la psiquiatría no era una especialidad dura. Lena decía que a la pequeña Miri le encantaba considerar a su abuela como una especie de bruja con poderes. Afirmaba saberlo a pesar de que la chica nunca lo había comentado. Xiu había llegado a comprender que Lena era todo lo que Miri imaginaba, al menos metafóricamente. Nunca he comprendido a los demás, pero, con Lena viendo por mis ojos y hablándome al oído, estoy aprendiendo.

Quedaban misterios.

—No comprendo por qué tu nieta mantiene a raya a Juan. Cierto, los chicos no recuerdan lo que sucedió realmente en Pilchner Hall, pero sabemos que estaban haciéndose amigos. Si pudiésemos conseguir los registros de Miri… —Que el Gobierno todavía retenía.

Lena no respondió directamente.

—¿Sabes que Alice ha salido del hospital?

—¡Sí! Me he enterado por ti, sin detalles.

—No habrá detalles. «Alice estuvo enferma y ya está mejor.» De hecho, hace tiempo que sé que Alice juega a los dados con su propia alma. En esta ocasión ha estado a punto de perderla y de alguna forma eso guarda relación con la tremenda pifia de mi marido en la UCSD. Creo que Alice se recuperará. Lo que debería ayudar a Juan con Miri. —Lena se acomodó en la silla. O, más bien, dejó que la silla adoptase otra postura. Por sí misma, Lena no podía enderezarse—. Ya hemos hablado de eso antes. Miri puede ser testaruda hasta el punto de volverse gilipollas. Lo heredó del hijo de puta, un rasgo que se saltó a Bob. y ahora esa testarudez se ha aliado con una culpa muy profunda: inconscientemente, Miri siente que ella y Juan fallaron y le causaron ese problema espantoso a Alice.

—No parece muy científico, Lena.

—Te estoy ahorrando los tecnicismos.

Xiu asintió.

—Obtienes resultados. Hay personas en Fairmont que creen que soy un genio de las relaciones humanas. ¡Yol

Lena movió una mano algunos centímetros sobre la mesa, todo lo que podían esforzarse sus huesos deformados. Xiu se la tomó con suavidad.

—Hemos formado un buen equipo, ¿no? —dijo Lena.

—Sí. —No sólo por la facilidad de Lena con la gente. No sólo por haber salvado a Tommie y a sus amigos. También por esos días tenebrosos al comienzo de su periodo en Fairmont, cuando estaba segura de que no lograría regresar… y tampoco era que Lena estuviese muy contenta. Juntas habían salido a la luz. Xiu miró a la ancianita que era diez años más joven que ella. Juntas, Lena y yo nos hemos convertido en algo asombroso. ¿Separadas…?

—Lena, ¿crees que algún día se me dará tan bien como a ti comprender a la gente?

Lena se encogió de hombros y sonrió.

—Oh, no sé.

Xiu inclinó la cabeza, recordando pequeños incidentes ocurridos a lo largo de los últimos meses. Lena Gu nunca mentía directamente. Parecía comprender que eso le restaba credibilidad. Pero Lena podía engañar, incluso respondiendo a una pregunta directa.

—¿Sabes, Lena, que cuando dices «oh, no sé» y te encoges de hombros… eso significa «ni en un millón de años»?

Lena abrió mucho los ojos. Apretó la mano de Xiu.

—Vaya, ahí lo tienes. ¡Quizás en tu caso no haga falta un millón de años!

—Bien. Porque quiero decirte, Lena… que no creo que Robert sea el hijo de puta que recuerdas. Creo que ha cambiado de veras.

Lena apartó la mano.

—Retiro lo dicho. En tu caso, un millón de años no será suficiente. Xiu le tendió la mano, pero Lena ocultó la suya en el regazo. No importaba. Eran cosas que había que decir.

—Robert fue brutal al principio, pero mira cómo ayudó a Juan. Tengo una hipótesis. —Lanzó la referencia de Nature al otro lado de la mesa, hacia Lena. En realidad no era la hipótesis de Xiu—. Robert sufrió el equivalente a un gran trauma, de los que reconstruyen la visión del mundo de una personalidad.

—Lees demasiada ciencia basura, Xiu. Déjasela a los profesionales.

—Es como si hubiese retrocedido. Conserva todos sus recuerdos, pero físicamente es un hombre joven. Tiene una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. ¿No lo ves, Lena?

Lena hizo una mueca al oír las palabras, para luego inclinarse aún más hacia delante. Guardó silencio un buen rato, mirando su cuerpo retorcido, cabeceando. Finalmente miró a Xiu. En sus ojos relucía algo que podían ser lágrimas.

—Te queda mucho por aprender, niña mía. —y dicho esto, Lena se alejó de la mesa. La silla ejecutó una elevación y unos giros ágiles—. Me temo que ya hemos acabado por esta noche. —Se marchó al dormitorio.

Xiu se ocupó de los platos. Habitualmente Lena insistía en hacer todo lo de la cocina.

«Es algo que todavía puedo hacer con mis dos manos», decía siempre. Esa noche no. Y si supiese un poco más sobre la gente, sabría por qué, se dijo Xiu.

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