El nuevo anexo de la clínica Crick tenía menos de cinco años, pero parecía sacado directamente del siglo anterior, cuando los hospitales eran enormes edificios imponentes donde ir a buscar una posibilidad de supervivencia. Todavía había cierta necesidad de lugares así: las unidades de cuidados intensivos más extremos no eran algo que se pudiese empaquetar en una caja de primeros auxilios y vender a los usuarios domésticos. Y, claro, siempre quedaban los casos trágicos de enfermedades incurables y debilitantes; era posible que una pequeña porción de la humanidad siempre acabase en alguna instalación de cuidados a largo plazo.
El nuevo anexo satisfacía algunas otras necesidades. En ellas pensaba el teniente coronel Robert Gu Jr. cada día cuando llegaba al hospital. Diariamente desde la debacle en la UCSD entraba en la rotonda de tráfico de la clínica Crick, se apeaba, y contemplaba los acantilados y la playa hasta La Jolla. La clínica se encontraba a poca distancia cuesta arriba desde algunas de las propiedades más lujosas del mundo. A unos kilómetros se encontraban los laboratorios de biotecnología que rodeaban la UCSD, quizá la fuente más prestigiosa mundialmente de medicina mágica. Claro estaba que los laboratorios podrían haber estado al otro lado del mundo en opinión de quienes no daban importancia a dónde estuvieran. Pero psicológica y tradicionalmente, la combinación de viviendas de lujo y curas mágicas era un buen cebo para los muy ricos de los muy enfermos.
La mujer de Bob, su hija y su padre no estaban encerrados allí porque fueran ricos. Una vez cruzada la imponente, y totalmente real, entrada principal, uno disfrutaba de intimidad. En aquel caso, la privacidad se debía tanto al diseño básico de la clínica como al hecho de que el Tío Sam se interesaba especialmente por ciertos pacientes.
¿Qué mejor lugar para mantener casos delicados bien apartados que un hospital de lujo? La prensa revoloteaba más allá de sus paredes y elucubraba… sin tener ninguna base para hacer una denuncia por violación de las libertades civiles. Era una tapadera muy buena.
Bob vaciló justo antes de cruzar la entrada principal.
¡Oh, Alice! Llevaba años temiendo que el ESR se la llevase. Durante años los dos habían discutido sobre los límites del deber y el honor, y el sentido de Chicago. El peor desenlace imaginado se había producido… y descubría que no estaba preparado. La visitaba todos los días. Los doctores no eran muy optimistas. Alice Gu estaba pillada bajo más capas de ESR que cualquier paciente que hubiesen visto. Por tanto, ¿qué sabían ellos? Alice estaba consciente. Le hablaba en una jerga ininteligible. Él la abrazaba y le rogaba que regresase. Porque al contrario que su padre y que Miri, Alice no era una prisionera federal: era prisionera de su propia mente.
Aquel día Bob tenía una misión oficial que cumplir en Crick. El último de los interrogatorios a los detenidos, es decir, la última de las «entrevistas», había terminado. Estaba previsto que su padre se despertase al mediodía, Miri una hora más tarde. Bob podría pasar un poco de tiempo con ellos en compañía virtual de Eve Mallory, una oficial del DSI que era la cara visible de los equipos de investigación.
A las doce en punto Bob se encontraba delante de una puerta de madera de estilo muy antiguo. A esas alturas ya había aprendido que en Crick tales cosas no eran falsas. y que tendría que girar la manilla si quería entrar.
Eve —› Bob: ‹ms› Sentimos un interés muy especial por esta entrevista, coronel. Pero que sea breve. Cíñase a los asuntos descritos en el memorando.‹/ms›
Bob asintió. Todavía no sabía contra quién estaba más furioso, si contra su padre o contra los imbéciles del DSI. Se contentó con abrir la puerta sin llamar y entrar de pronto en la habitación de hospital.
Robert Gu padre caminaba de un lado a otro por la habitación sin ventanas como un adolescente enjaulado. Nadie hubiese dicho que hacía poco tenía una pierna aplastada y la otra rota; a los médicos se les daban muy bien esas cosas. Y en cuanto al resto, bien, un pijama médico ocultaba las quemaduras.
La mirada del viejo se centró en él en cuanto Bob entró, pero las palabras eran más de desesperación que de furia.
—¡Hijo! ¿Miri está bien?
Eve —› Bob: ‹ms› Hable, coronel. Puede contarle lo que quiera sobre su hija.‹/ms›
—Miri está bien, papá. —Señaló los asientos blandos que había junto a una mesa, en un extremo de la suite.
Pero el viejo siguió dando saltos por la habitación.
—Gracias a Dios, gracias a Dios. Lo último que recuerdo es el calor y la lava avanzando hacia ella. —Se miró el pijama y de pronto pareció muy distraído por lo que veía.
—Estás en la clínica Crick de La Jolla, papá. Miri no sufrió ningún daño en el fuego. Tu brazo izquierdo quedó destrozado. —En algunos puntos la carne se había quemado hasta el hueso. El antebrazo se había quemado por completo.
Robert padre se tocó la manga suelta.
—Sí, los médicos me lo han dicho. —Se volvió y se dejó caer en uno de los asientos—. Eso es prácticamente todo lo que me han contado. ¿Estás seguro de que Miri está bien? ¿La has visto?
El viejo jamás se portaba así. Había tensión alrededor de sus ojos. O simplemente reacciona a mi expresión. Bob se sentó frente a su padre.
—La he visto. Esta tarde hablaré con ella. Su peor problema es cierta confusión mental sobre lo sucedido en los laboratorios.
—Oh. —Luego repitió en voz más baja—: Oh. —Procesó la noticia y regresó al estado de agitación—. ¿Cuánto tiempo llevo fuera? ¡Hay tantas cosas que debes saber, Bob! Quizá deberías llamar a algunos de tus amigos de la policía.
Eve —› Bob: ‹ms›¿No recuerda las entrevistas? No sabía que fuéramos tan buenos.‹/ms›
—No hace falta, papá. Puede que más tarde te planteen algunas preguntas sobre puntos concretos, pero hemos extraído todos los secretos sucios. Se te interroga desde hace varios días.
Su padre abrió los ojos un poco más. Al cabo de un momento, asintió.
—Sí, esos sueños extraños. ¿Significa eso que saben… que sabes lo de mi problema?
—Sí.
Robert apartó la vista.
—Hay malos muy extraños ahí fuera, Bob. El Extraño Misterioso, el que secuestró a Zulfi Sharif, estaba continuamente encima de mí. Nunca he conocido a nadie que pudiese manipularme como lo hacía él. ¿Te imaginas tener a alguien subido en tu hombro, diciéndote continuamente lo que debes hacer?
Eve —› Bob: ‹ms› Será mejor no hablar de Conejo.‹/ms›
Bob asintió. Conejo, el nombre que les habían sacado a los indoeuropeos, podía ser algo nuevo bajo el sol. Conejo había comprometido el EHS. La creación de escenarios por parte del DSI y el Cuerpo de Marines en realidad había dado apoyo a Conejo. Los indios, europeos y japoneses tendrían que responder de muchas cosas, pero era posible que los planes de Conejo jamás hubiesen sido detectados si ellos no hubiesen lanzado el ataque de revocación contra la criatura. Pero ¿cómo había hecho Conejo sus trucos? ¿Qué más podía hacer?
Eran preguntas candentes, pero no preguntas que pudiese comentar con el traidor de su padre.
—Nos estamos ocupando de los cabos sueltos, papá. Mientras tanto, hay resultados y consecuencias sobre los que tienes que ponerte al día.
—Sí. Consecuencias. —La mano derecha de Robert jugó nerviosamente con el exquisito tapizado del asiento—. ¿Cárcel? —Pronunció la palabra con muy poca fuerza, casi como una petición.
Eve —› Bob: ‹ms› Ni soñarlo. Queremos que esté libre.‹/ms›
—Nada de cárcel, papá. Oficialmente, tú y tus amigos formabais parte de una protesta en el campus que se desmadró en exceso. Extraoficialmente… bien, estamos difundiendo el rumor de que ayudasteis a impedir el sabotaje de los laboratorios por parte de terroristas. —Otro trabajo más para los siempre útiles Amigos de la Intimidad.
Robert cabeceó.
—Detener a los malos fue idea de Miri.
—Sí, lo fue. —Miró a su padre con expresión pétrea—. Esa noche yo era el oficial de guardia.
Eve —› Bob: ‹ms› Con cuidado, coronel.‹/ms›
Pero era una advertencia huera. Los estrategas de interrogatorio habían estado de acuerdo en que Robert debía conocer esos detalles. El único problema era decírselo a su padre sin estamparle el puño en la cara.
—¿Aquí? ¿En San Diego? Bob asintió.
—En todo el suroeste del territorio continental de Estados Unidos, pero la acción tuvo lugar exclusivamente aquí. Esa noche Alice era mi jefa de analistas. —Vaciló, intentando contener la furia—. ¿Llegaste a enterarte de que fue Alice la que me impidió echarte de casa?
—Yo… —Se pasó la mano por el pelo rebelde—. Siempre parece muy distante.
—¿Sabes lo que es quedar pillado por ESR, papá?
Un asentimiento rápido.
—Sí. Calas Rivera queda pillado en chino. ¿Carlos está bien? —El viejo alzó la vista y su rostro se puso gris—. ¿Alice?
—Alice se derrumbó durante vuestra aventura. Tenemos pruebas sólidas de que…
Eve —› Bob: ‹ms› Sin detalles, por favor.‹/ms›
Bob siguió hablando sin apenas vacilar:
—Sigue pillada.
—Bob… no pretendía hacerle daño. Simplemente estaba desesperado. Pero quizá, quizá yo le tendí la trampa. —Miró a los ojos a Bob y luego apartó la vista.
—Lo sabemos, papá. Salió en tus entrevistas. Y sí, tú la comprometiste. —El DSI había investigado el hogar de los Gu y sus archivos personales con tanto cuidado como había estudiado todo lo de la UCSD; incluso tenían imágenes del robot que su padre había usado en el baño delantero. Pero seguimos sin saber qué hacía exactamente ese cacharro. India, Japón y Europa echaban la culpa a Conejo, y Conejo había quedado reducido a rumores y fragmentos ilegibles de cachés atrasados.
Eve —› Bob: ‹ms› Je. Ya lo descubriremos. Un ataque de red sobre una víctima biopreparada… es una tecnología excesivamente interesante para ignorarla.‹/ms›
Su padre tenía la cabeza gacha.
—Lo siento. Lo siento.
Bob se puso en pie abruptamente. Fue todo un logro que su voz surgiese tranquila y firme.
—Saldrás hoya última hora. Hasta entonces, busca algo que vestir y ponte al día con el mundo exterior. Seguirás viviendo una temporada con nosotros en Fallbrook. Queremos que lo retomes… justo donde lo dejaste. Se lo contaré a Miri y a Alice…
—Bob, no saldrá bien. Miri jamás me perdonaría…
—Probablemente sea cierto. Pero ella oirá una versión resumida. Después de todo, tu participación en el ataque a Alice es circunstancial. Y está oculta tras capas de seguridad que no es probable que Miri Gu logre atravesar. Yo… te recomiendo encarecidamente que no le des detalles.
Y de este modo el teniente coronel Robert Gu Jr. cumplió con las obligaciones que le habían encomendado. Ya podía irse. Atravesó la habitación, alargó la mano hacia la puerta. Algo le hizo volverse y mirar atrás.
Robert Gu padre lo miraba con la angustia reflejada en los ojos. Era una mirada que Bob había visto en otras caras. A lo largo de los años, en ocasiones, los jóvenes a su mando habían metido la pata hasta el fondo. Los jóvenes se desesperan. Los jóvenes hacen cosas horribles, tontas y egoístas… en ocasiones con consecuencias terribles.
Pero ¡hablamos de mi padre! Ni la desesperación ni la inexperiencia le servían de excusa.
Y, sin embargo, Bob había visto el vídeo del equipo del Centro de Control de Enfermedades mientras seguía las indicaciones de Sharif para entrar en los laboratorios. Había visto a su padre y a su hija tendidos en el suelo, cerca del empaquetador del UP/Ex. Había visto cómo Robert tenía el brazo extendido, cómo retenía la piedra cuajada a pocos centímetros de la cara de Miri. Y, por tanto, a pesar de la monstruosa pifia del viejo, todavía tenía que decir una cosa:
—Gracias por salvarla, papá.
Retomarlo justo donde lo había dejado, le había dicho Bob. En Fairmont casi era posible. Juan y Robert ya habían aprobado los exámenes finales escritos y habían tenido vacaciones de Navidad y Año Nuevo. Estaban de vuelta justo a tiempo para pasar por lo que la mayoría de los estudiantes consideraban la parte más aterradora del semestre: la presentación de sus proyectos durante la Noche para Padres. Los problemas sobre la vida, la muerte y la espantosa culpa se redujeron a la preocupación por no quedar como un tonto delante de algunos niños y sus padres.
Asombrosamente, Juan Orozco todavía le hablaba. Juan no sabía exactamente qué había pasado en la UCSD. Sus recuerdos habían sido eliminados todavía más sistemáticamente que los de Miri. Se dedicaba a reunir fragmentos de las noticias intentando distinguir la verdad de las mentiras propaladas por los Amigos de la Intimidad.
—No recuerdo nada de lo sucedido desde que Miri y yo llegamos al campus. Y la policía todavía retiene mí atuendo. ¡Ni siquiera puedo ver los últimos minutos de mi diario! —El chico agitó los brazos con la misma desesperación que el primer día que Robert le había visto.
Robert le tocó el hombro.
—También se han quedado con el de Miri.
—¡Lo sé! Se lo pregunté. —Los ojos del chico se llenaron de lágrimas—. Ella tampoco lo recuerda. Empezábamos a ser amigos, Robert. No te hubiésemos seguido juntos si ella no hubiera confiado en mí.
—Claro.
—Bien, ahora me trata como cuando nos conocimos… me aparta. Cree que me entró miedo y que por eso tuvo que ir a buscarte ella sola. y quizá sí que me acobardé. ¡No lo recuerdo!
Lena —› Juan, Xiu: ‹ms› Dale tiempo, Juan. Miri está distraída por lo sucedido, especialmente por lo de su madre. Creo que se culpa, y quizá nos culpa a todos nosotros. Yo sé que no eres un cobarde.‹/ ms›
Lena —› Xiu: ‹ms› Pero me resulta incomprensible que esté buscando consuelo en el hijo de puta.‹/ms›
Juan apartó la vista de Robert un momento, recuperándose gradualmente.
Robert le dio una palmada algo torpe en la espalda. Consolar a los demás definitivamente no formaba parte de sus habilidades.
—Acabará comprendiéndolo, Juan. No te llamó cobarde cuando estábamos allá abajo. Le preocupabas mucho. Dale tiempo. —Buscó alguna distracción—. ¿Quieres que malgastemos todo el trabajo del semestre? ¿Qué hay de los chicos de Bastan y el sur? Tenemos que hacer preparativos.
Lena —› Xiu: ‹ms›¿No te fastidia el imbécil? Sólo quiere que el chico le ayude un poco más.‹/ms›
El intento de bromear de Robert no había sido muy bueno, pero Juan le sonrió sinceramente.
—Sí. ¡Hay que dedicarse a las cosas importantes!
Bob y Miri no acudieron a Fairmont para las presentaciones del ciclo formativo. Al menos no eran visibles físicamente… y Roben veía que Juan Orozco buscaba a fondo.
—Esta noche Miri está en la clínica Crick. Su madre sale del hospital. —Bob se había alegrado mucho de saber que Robert tenía otro compromiso para la velada.
El chico se alegró.
—Pero quizás eche una miradita, ¿no?
A decir verdad era un acto muy importante para Fairmont, pero no por buenas razones. La prensa popular había acumulado un montón de elucubraciones sobre los acontecimientos de la UCSD, y las mentiras de los Amigos de la Intimidad rodeaban y hundían esas elucubraciones en interminables conspiraciones. Los rumores contaminaban todo ya todos los relacionados con esa noche. Robert había consultado los archivos públicos… primero para intentar descubrir qué le había pasado a él esa noche, en el sótano de la UCSD, y luego para ver qué pensaba la gente que había sucedido. Robert y el conciliábulo formaban parte de la mayoría de las teorías, a menudo como los héroes picarescos que Bob le había comentado. Pero había otras teorías. Robert nunca había oído hablar de Timothy Huynh; sin embargo, algunos periodistas afirmaban que Huynh y Robert habían planeado todo lo sucedido en el disturbio y en el subsuelo.
Robert se había convertido en un experto en el arte de bloquear el correo de periodistas, pero la fama iba menguando; los índices tenían una vida media de unos cinco días. Fuera como fuese, pasaba mucho tiempo en Fairmont, y el instituto prohibía los visibles más molestos.
Esa noche, durante las presentaciones, la prohibición estaba vigente. Las gradas estaban atestadas de visitantes con entrada: familias de los estudiantes y sus invitados, incluidas presencias virtuales. La mayoría de la gente no sentía interés por Robert Gu. Pero, si uno consultaba las estadísticas de red, había muchísima gente observando de modo invisible.
El programa formativo no era la joya de Fairmont. La mayoría de los chicos no dominaban las aplicaciones más modernas y avanzadas (y la mayoría de los estudiantes recauchutados eran todavía menos competentes). Por otra parte, Chumlig había afirmado en un momento de debilidad que los padres preferían las demostraciones formativas, sobre todo porque para ellos tenían más sentido que las cosas que hacían los otros chicos.
Los equipos eran de dos o tres, pero se les permitía emplear soluciones tomadas de todo el mundo. La noche de las presentaciones no empezaba hasta después de la puesta de sol, por lo que combinar las superposiciones con la realidad era relativamente fácil. Chumlig no habría ofrecido semejante muleta a los estudiantes normales. Las presentaciones normales duraban dos días… y no empezarían hasta una semana después de que los alumnos de ciclo formativo lo hubiesen hecho lo mejor posible. Era un intervalo de cortesía, una semana para que los alumnos del ciclo formativo disfrutaran de sus logros.
Esa noche el público estaba sentado en el lado oeste del campo de fútbol y quedaba el opuesto libre para las grandiosas imágenes que pudiesen crearse.
Robert estaba sentado con Juan Orozco en la línea de banda con los demás alumnos. Todos conocían el orden de ejecución… eh, de representación. Sus vistas privadas incluían pequeñas indicaciones superpuestas al campo que indicaban el tiempo restante para la presentación en curso y la que venía a continuación. El orden de representación no se había escogido democráticamente. Louise Chumlig y los otros profesores tenían ideas propias, y ellos mandaban. Robert sonrió para sí. En aquel caso su viejo conocimiento de la gente no le había abandonado. Incluso sin conocer los detalles de cada proyecto sabía quién tenía uno bueno y quién no. Sabía quién temía más presentarse ante el público y en persona… Y también lo sabía Chumlig. El orden estaba orquestado para llevar a cada chico hasta su límite.
Asombrosamente, ese orden también dio como resultado un espectáculo bastante bueno.
Empezaron los Radner. Para esos dos, el lado este del campus no era suficiente. Presentaron una especie de demencial puente colgante, parecido al del ferrocarril de Firth of Forth, pero a mayor escala, que clavaba soportes de acero a ambos lado de las gradas y luego se iba elevando cada vez más al noreste hasta perderse en el crepúsculo. Pasaron los segundos y la construcción reapareció por el suroeste: su obra maestra del siglo XIX había descrito una órbita virtual alrededor de la Tierra. El punto culminante fue el paso atronador de enormes trenes a vapor atravesando el cielo. Las gradas se estremecieron con la potencia aparente de las locomotoras.
—¡Eh! —dijo Juan, y le dio un codazo a Robert—. Eso es nuevo. Deben de haber descifrado algunos de los protocolos de mantenimiento del edificio. —Si hasta entonces los Radner no habían sido blanco de la fábrica de rumores sobre el Disturbio de la Biblioteca, lo serían. Robert supuso que los gemelos estarían encantados.
La mayoría de las presentaciones eran representaciones artísticas y visuales. Pero también había alumnos que habían construido cacharros. Doris Schley y Mahmoud K won habían construido un vehículo de efecto suelo que podía subir los escalones de las gradas. Lo hicieron caer en la más alta, hubo una explosión de sonido y llegó abajo sin romperse nada. Juan se puso de pie para girarse y mirar con sus propios ojos. Vitoreó a Schley y Kwon antes de sentarse.
—Vaya, un paracaídas de efecto suelo. Pero apuesto a que la señora Chumlig no le da más de un notable. —Imitó a Louise Chumlig—: Lo que habéis hecho apenas supera lo que se puede comprar por ahí. —Pero sonreía. Lo dos sabían que notable era más de lo que la mayoría de las demostraciones iban a conseguir.
Incluso hubo chicos que se atrevieron con algo más avanzado, en proyectos que se parecían más a lo que Miri decía que hacían sus amigos. Hubo dos presentaciones de nuevos materiales: una cinta elástica extrema y una especie de filtro de agua. El elástico no era muy espectacular… hasta que uno se daba cuenta de que no contenía ni una sola imagen sintética. La demostración fue obra de dos chicos que Robert apenas conocía. Se mantenían a cuatro metros de distancia, pasándose un muñeco grande. El maniquí estaba suspendido por una fibra de su material mágico. La fibra no era simplemente un material fuerte. Los chicos podían cambiar sus características físicas apretando de formas diferentes los extremos. En ocasiones se comportaba como un resorte gigantesco que devolvía el muñeco al centro. En otras ocasiones se extendía como caramelo y el muñeco trazaba grandes arcos. La demostración obtuvo una ovación cerrada.
Por su parte, la presentación del filtro de agua consistió en una imagen amplificada de una manguera de jardín echando agua al filtro. Encima, las alumnas hacían flotar un enorme gráfico que mostraba cómo su filtro programable podía buscar impurezas especificadas por el usuario. No había efectos sonoros y los gráficos eran lentos y toscos. Robert miró al cielo y luego a las chicas.
—Van a sacar sobresaliente, ¿no?
Juan se rebullía apoyado en los codos. Sonreía, pero con envidia.
—Sí. Es de las cosas que le gustan a Chumlig. —Luego su honradez le obligó a añadir—: Lisa y Sandi jamás se molestan en pulir sus gráficos, pero he oído que tienen un comprador para el filtro de agua. Apuesto a que serán las únicas alumnas de formación que ganarán dinero con esta demostración.
—Nos toca, chico —dijo Robert.
La única indicación de que Juan le había entendido era que tenía la vista clavada en el reloj privado.
Xiu —› Juan: ‹ms› Estarás perfecto, Juan.‹/ms›
Juan —› Xiu: ‹ms› ¿Miri está viéndolo?‹/ms›
Juan y Robert eran los últimos, la única parte del plan que Chumlig no había podido controlar. No se debía a ninguna argucia de Juan y Robert. Había sido una consecuencia del hecho de que en su presentación participaban grupos exteriores que tenían sus propios problemas de horario.
Juan vaciló un segundo más. A continuación se puso a correr por el campo de fútbol, conjurando un escenario fantasma paralelo a las gradas y orientado hacia ellas. Los intérpretes subieron por ambos lados del escenario. La imagen era normal, sin imposibilidades. Se trataba de personas reales y de instrumentos musicales de verdad, explicó al público la voz amplificada de Juan.
—¡Hola, hola, hola! —Juan hablaba con el entusiasmo de un vendedor de feria y, a los oídos de Robert, claramente se moría de miedo. Robert podría haber hecho de maestro de ceremonias, o Juan podría haber grabado su voz y luego ponerla en playback… pero habrían perdido puntos con Chumlig. Así que Juan tenía que hacerlo en vivo, con una voz rota y con palabras separadas por pausas torpes y baladronadas forzadas—. ¡Damas y caballeros! ¡Les presento la Orquesta de las Américas, creada para ustedes esta noche a partir de la orquesta y el coro del instituto Charles River, en directo por red barata desde Boston —hizo un gesto hacia la izquierda— y del Gimnasio Clásico de Magallanes, también en directo por red barata desde Punta Arenas, Chile!
Ambos lados del escenario ya estaban llenos: doscientos adolescentes con uniforme escolar, rojo al norte y de cuadros verdes al sur; estudiantes que tenían que cumplir con sus propios requerimientos de «cooperación lejana». El conjunto comprendía parte de dos coros y dos orquestas, separadas entre sí por más de once mil kilómetros, con sólo una red barata de unión. Convencerlos para intentar algo así ya había sido un milagro. El éxito parecería normal a los espectadores exteriores, pero el fracaso era una posibilidad muy real. Bien, las cosas no salieron muy mal en los ensayos.
—Y ahora… —Juan habló con entusiasmo para dar énfasis—. Ahora, damas y caballeros, la Orquesta de las Américas interpretará su adaptación del himno de la Unión Europea de Beethoven, con letra de Orozco y Gu, ¡Y sincronización de red de Gu y Orozco! —Hizo un saludo teatral y corrió a la línea de banda para sentarse con Robert. El sudor le corría por la cara y estaba pálido.
—Lo has hecho bien, chico —dijo Robert.
Juan se limitó a asentir, temblando.
La orquesta híbrida se puso a tocar. Todo estaba en manos de aquellos chicos y del algoritmo de fluctuación de Robert. Los sonidos de violonchelos y bajos surgieron de los jóvenes músicos de Boston y del otro extremo del mundo. El ritmo de la adaptación era más rápido que el habitual del himno de la Unión Europea. Y cada nota llegada después de cientos de saltos sobre redes que cambiaban aleatoriamente, con retrasos que podían fluctuar varios cientos de milisegundos.
Era el mismo problema de sincronización que había hecho que el coro de Winnie de la biblioteca fuese tan cacofónico.
La letra de Juan comenzó. El coro del norte cantaba en inglés y el coro del sur en español. Sus estudiantes colaboradores habían creado una obra flexible con su propia interfaz de dirección; lo que ayudaba un poco. Además, eran músicos y cantantes sorprendentemente buenos. Pero la interpretación seguía exigiendo la magia de los retrasos adaptativos que el algoritmo de Robert inyectaba en las transmisiones. Bueno, de acuerdo, y también quizá de la magia todavía más profunda de Beethoven.
Robert prestó atención. Su contribución no era perfecta. Iba peor que en los ensayos. Había demasiadas personas mirando y demasiado de golpe. Temía lo que pudiese pasar. El problema no era el ancho de banda. Miró la gráfica de varianza que tenía en la vista privada. Mostraba la presencia de varios millones de personas que de pronto observaban, consumiendo recursos a tal velocidad que confundían a su pobre programita de predicción… y cambiaban la naturaleza de lo que se observaba.
Y aun así, la sincronización se mantuvo. El híbrido no se fragmentó.
Quedaban diez segundos. La interpretación llegó a un crescendo un tanto dislocado y luego, por efecto de algún milagro, todo fue perfecto en los últimos dos segundos. La letra de Juan terminó y la melodía central pasó al silencio.
El coro/orquesta conjunto miró al público. Sonreían, algunos posiblemente se sintiesen avergonzados… pero ¡lo habían logrado!
Hubo aplausos, muy entusiastas desde algunas zonas.
El pobre Juan parecía completamente agotado. Por suerte, no tenía que volver al campo para cerrar la actuación. Los intérpretes saludaban y salían por el norte y el sur… de regreso a sus respectivos rincones del mundo. La sonrisa de Juan era un poco forzada mientras saludaba al público local. A Robert su voz le llegó de refilón.
—Eh, no me importa la nota que nos pongan. ¡Lo hemos hecho y ya hemos terminado!