23 En la catedral

El disturbio de la biblioteca de la UCSD era la noticia de la noche. Sin duda, durante las próximas semanas la repetirían una y otra vez por todo el mundo, la última novedad del entretenimiento público. Era también un punto brillante en el tablero de situación de Bob Gu. Demasiado brillante. Bob observó que los analistas, incluso personas de especialidades tan poco conocidas como la virología forense, se agrupaban alrededor de ese único punto del sur de California.

Esta noche están pasando otras cosas, chicos. El asalto de la DEA en Kern había desatado violencia real en el norte canadiense. Eso quedaba fuera de la zona de vigilancia de Bob… pero podía indicar que se trataba de algo más que de un asunto de drogas mejoradoras. De no ser por el disturbio de la biblioteca, habría estado viendo flotar decenas de teorías: quizás el asunto de Kern County fuese una tapadera para atacar a inmigrantes. Quizás hubiese de por medio algo más letal que drogas mejoradoras. A los analistas se les daban estupendamente esas conjeturas tan exageradas, y se les daba igualmente bien alimentarse de ellas hasta dejarlas reducidas a nada… o hasta encontrar pruebas sólidas y dirigir la potencia de fuego bajo el control de Bob Gu.

Pero esa noche… bueno, el altercado de la UCSD tenía la apariencia de una distracción típica para tapar algo grande, muy malo y que sucedía en algún otro punto del suroeste del territorio continental de Estados Unidos. Alice había duplicado el tamaño del grupo de análisis. Ya formaban parte de él especialistas del Centro de Control de Enfermedades, incluso gente de otras guardias. Normalmente, Alice hubiese controlado su revoltoso enjambre de especialistas; poseía la capacidad, la profundidad y el carisma para mantener a raya incluso a académicos civiles. Pero aquella noche Alice era parte del problema. Cada vez que Bob dirigía al grupo para explorar otras situaciones, Alice lo volvía a concentrar en lo mismo. Era ella la que había desviado a los virólogos. Había un grupo muy compacto de biocientíficos que iba adquiriendo brillo y se iba acercando más, consumiendo cada vez más ancho de banda. Alice no estudiaba el disturbio en sí, sino si tenía que ver con los laboratorios biológicos que rodeaban la universidad. Excepto por la distracción del personal de noche, los laboratorios estaban en verde. y cuando más golpeaba Alice la red de seguridad del laboratorio, más limpia parecía.

Es el maldito ESR. Alice acababa de terminar su entrenamiento para la auditoría del biolaboratorio. Había sido el ESR más extenso por el que hubiese pasado nunca. Bob suponía que en aquel momento no había nadie en todo el mundo que supiese más sobre automatización de laboratorios e investigación. Debería hablar con ella directamente, nada de redirecciones corteses… ¡Demonios, si no se echa atrás debería cesarla! y esas ideas se parecían en exceso a las recientes peleas en casa.

Así que fue Bob el que se echó atrás. Se quedó sentado y contempló las correlaciones, los picos estadísticos. Desplazó a los miembros de su grupo lejos de los asuntos de San Diego. Ellos darían la voz de alarma si lo de la UCSD resultaba ser una distracción.

El brillo del equipo de ciencias biológicas aumentó. Alice había requisado la división genómica del Centro de Control de Enfermedades. Bob tendría que enfrentarse a las consecuencias en la reunión posterior. Tuvo un mal presentimiento. Ésa sería la noche. Sucedería lo que más miedo le daba, se haría realidad la posibilidad que Alice siempre negaba. ¿Estás empezando a hundirte, Alice? ¿Cómo sería un colapso ESR completo de alguien que se había entrenado una decena de veces más que el peor caso de ESR de un hospital de veteranos?

—¿Habéis oído algo?

—¿Como qué, Tommie?

—Ya sabes, un golpe lejano.

Se detuvieron y miraron atrás. Winnie resopló. Era igual que antaño, cuando Tommie hacía lo posible por incrementar el suspense de sus expediciones ilícitas.

Tommie vaciló. Iba detrás para que los demás no se enredasen en la fibra. Prestó atención un momento más y luego se volvió para alcanzarlos.

—Quizá no haya sido nada… pero la fibra también ha estado muerta un momento. —Miró el portátil— Ahora parece que va bien. —Hizo un gesto hacia el túnel, hacia la oscuridad situada más allá del pequeño charco de luz—. Seguid adelante.

La primera parte del túnel les había resultado muy familiar, un paseo siniestro por la avenida de los recuerdos. Hada más de cincuenta años que todos ellos, menos Carlos, habían explorado los túneles. Tommie había sido un estudiante listillo de primero que se pavoneaba ante dos graduados que se preguntaban más de una vez cómo habían acabado metidos en esas expediciones demenciales.

Al seguir avanzando, ya no estaban en terreno conocido. Las paredes estaban llenas de tubos de vidrio. Robert vio señales pintadas, crípticos apoyos físicos para nodos que no respondían a su caja computerizada. Zas. Algo blanco del tamaño de una pelota de balonvolea corrió por uno de los tubos. Zas, zas. Tráfico similar en dirección opuesta. Tubos neumáticos, que en su época habían sido futuristas. Siendo niño, Robert los había visto en centros comerciales moribundos.

—¿Por qué tubos neumáticos, Tommie?

—Bien, ahí es donde la teoría choca con la realidad. Proteómica, genómica, regulómica… nombra una «ómica» y aquí la tienen. Estos laboratorios son enormes. El tráfico local de datos es un millón de veces superior al de una rama pública, con la latencia de una red doméstica. Pero aun así necesitan mirar muestras biológicas reales y a veces tienen que transportarlas. Usan bandejas de transporte para los desplazamientos conos, tubos neumáticos para los largos. GenGen posee incluso su propio lanzador UP/Express para enviar paquetes a otros laboratorios de todo el mundo.

Robert oía sonidos que provenían de la oscuridad, voces que no pronunciaban palabras reconocibles, chasquidos parecidos a los de máquinas de escribir antiguas. Esto es ciencia?

Carlos dijo:

—Cuando intento sondear la red local sólo veo las paredes desnudas.

—Ya os lo he dicho. Hablar con la red del laboratorio complicaría demasiado esta operación.

—El túnel debe saber que estamos aquí. —Llegaron a una pequeña zona iluminada. Detrás y por delante el túnel estaba oscuro.

—Sí. Sabe que estamos aquí. Pero podríamos decir que sólo a nivel inconsciente.

Robert iba a la cabeza y señaló hacia la pared, justo delante de la luz. —¿Qué hay de estas indicaciones? —Las letras estaban realmente pintadas en el muro:

5PBps:Prot‹—›Geno.10PBps:Multi

Tommie se adelantó.

—¡Quizá sea el ramal principal de General Genomics! —Levantó mucho la rueda de oración, alejando la fibra de los otros. El Extraño era visible detrás de Tommie, pero ahí abajo el monstruo no podía situarse con precisión. Sus pies flotaban sobre el suelo y su mirada se desviaba noventa grados.

Tommie situó el portátil de forma que la cámara enfocase las letras.

—Debo admitir que este enlace de fibra va bien. Puede enviar vídeo a mi consultor. —Sin que Tommie le viese, el Extraño Misterioso se señaló con el pulgar y sonrió. Tommie examinó brevemente la pantalla del portátil—. ¡Sí! Hemos llegado al ramal óptico de GenGen —señaló el túnel lateral—. Aquí es donde se complica.

A los cinco metros, el túnel lateral se abría a una zona mucho más grande… cavernosa. En las sombras, algo se inclinaba hacia las alturas.

—¿Veis esa torre? —dijo Tommie—. Es el lanzador privado de GenGen. Estos tipos no se molestan en recurrir a los lanzadores de East County.

Los chasquidos los rodeaban por completo. Provenían de la parte superior de los armarios de equipo; seguían un patrón, como poesía tecleada simplemente para aliviar el estrés. Al final de una estrofa, las cosas se movieron. La luz destelló desde lo más profundo de cristales enmarañados. Algunos de los armarios tenían etiqueta física: «Mus MCog».

El Extraño bailó entre ellos, una fantasía producida por el portátil de Tommie y la fibra que arrastraba. Pero la fantasía los observaba a través de la cámara del portátil y hablaba… al menos le hablaba a Robert. El Extraño señaló más o menos hacia los cristales.

—Las maravillas de los nanofluidos. Una década de la antigua ciencia biológica completada con cada cambio de luces. ¿Cómo representas un billón de muestras y mil millones de billones de análisis? ¿Cómo puede representarlo el arte? —Vaciló, como si realmente esperase ansiosamente la respuesta, y luego volvió a desaparecer. Pero dejó atrás sus propias etiquetas y explicaciones.

Robert miró las filas de máquinas, la torre que casi se perdía en la distante oscuridad. Aquel lugar era una catedral mecánica. Pero ¿cómo representarlo cuando a él le llevaría años comprenderlo siquiera mínimamente? La maraña de cristal no estaba demasiado coloreada; buena parte de los carriles de fluidos eran microscópicos y estaban ocultos en aparatos que hubiesen podido ser refrigeradores enormes. Las etiquetas del Extraño flotaban aleatoriamente, subtítulos fantasmales para un proceso trascendente. Y, sin embargo, le recordaba lo que había perdido; las palabras burbujeaban en su imaginación, palabras con las que intentaba capturar el asombro que sentía.

Recorrieron estrechos corredores, girando sólo cuando Tommie les decía que girasen. Más o menos cada minuto se detenía y sacaba algunos aparatos más de la mochila.

—Hay que instalarlos correctamente, chicos. Permanecer invisibles aquí es mucho más difícil que en el túnel. —Tommie quería que situasen los dispositivos cerca de los nodos de comunicación, que resultaron estar detrás de los cristales de fluidos, muy al fondo. Robert realizó la mayoría de las «instalaciones». Carlos lo subía a un armaría. Robert se retorcía, acercándose tanto al cristal que oía chasquidos apagados y el fluido susurrando tan débilmente como una filtración. Repetido millones de veces, aquel sonido formaba la atmósfera de la sala.

En un caso, Robert esperó y se dio cuenta de que el propio aparato se ocupaba de la instalación final, alejándose de él para sumergirse entre el vidrio… como si debajo tuviese una bandeja de transporte en miniatura.

—¿De qué te ríes, Gu? —dijo desde abajo la voz de Blount.

—¡De nada! —Robert se arrastró por el armario y bajó—. Acabo de entender un pequeño misterio.

Siguieron avanzando. En la mayor parte de los armarios decía «Dros MCog». Avanzaban más rápidamente, más que nada porque Carlos y Robert le habían pillado el truco a la gimnasia de la operación.

—¡Ése ha sido el último, chicos! —Tommie apartó la vista del portátil y miró los cristales de fluidos—. ¿Sabéis?, es realmente curioso que todos esos nodos estén situados detrás del equipo de laboratorio, tan al fondo —dijo.

El Extraño Misterioso se situó delante de Tommie y agitó los dedos verdosos en dirección a Robert, Carlos y Winnie Blount.

—No es un misterio que importe. ¿Por qué no sugiere alguien seguir con el gran plan de Tommie?

Por un momento nadie dijo nada, pero Robert dedujo dos cosas sobre lo que acababan de hacer: era realmente a eso a lo que habían ido allí. Era así como el Extraño podría cumplir su promesa. Quizá Carlos y Winnie hubiesen llegado a la misma conclusión, porque de pronto todos hablaban. Blount hizo un gesto para que los otros se callasen y se volvió hacia Parker.

—¡Quién sabe, Tommie! Dijiste que este lugar estaba lleno de sutilezas. Podría llevarnos semanas comprender cómo encaja todo.

—Sí, sí. —Tommie asintió, sin ver la expresión de satisfacción del Extraño—. ¡Más tarde habrá tiempo para el análisis! —Miró el portátil—. En cualquier caso, esto ha sido lo difícil. Ahora tenemos vía libre hasta donde Huertas almacena el troceado.

No instalaron más aparatos. El portátil de Tommie aconsejó darse prisa y Tommie se apresuró. Lo que fuese que el Extraño Misterioso estuviese planeando para GenGen, ellos ya no le hacían falta. Robert miró atrás. Winnie estaba sin aliento, iba casi trotando. El Extraño debía de haberle dado ánimos especiales, y detrás de Carlos, Tommie giraba su rueda de oraciones, tejiendo el hilo de araña.

De pronto el suelo de cemento dio paso a algo blando y el sonido de sus pasos fue como los golpes de las baquetas sobre un enorme tambor.

—¿Cuándo vuela un túnel? —dijo Tommie—. ¡Cuando es realmente un túnel en el cielo!

De pronto Robert comprendió dónde se encontraban. En uno de los pasos cerrados que surgían de un lado de Rose Canyon, al norte del campus. En aquel momento estaban de pie en un túnel situado veinte metros por encima de la ladera cubierta de maleza y gayubas.

Luego pisaron de nuevo cemento. Delante tenían otra caverna, casi vacía. Territorio Huertas.

Miri corrió, pero un punto de luz la siguió. No, era la iluminación normal del túnel. Redujo el paso, se detuvo, se apoyó contra la pared… y miró atrás. No la seguía ningún humano. El agujero de entrada era la única otra luz y estaba a cierta distancia. ¡Juan!

Lo miró y prestó atención. Nadie iba tras ella, lo que podía significar que allí abajo seguía funcionando la seguridad de la UCSD.

Intentó sondear las paredes. Llamó al número de emergencia. Otra vez. Nada. Quizás el Tipomalo hubiese freído permanentemente su Epifanía. Hizo un gesto para activar algunas rutinas de comprobación. No, no estaba muerta. Podía consultar sus propios archivos pero los nodos locales pasaban de ella. Luego se dio cuenta del chispazo rosa en el límite del diagnóstico, una respuesta inalámbrica que su Epifanía normalmente habría rechazado por demasiado remota, demasiado errática. Pasó un segundo, Dios sabe cuántos reintentos, y obtuvo una identificación. Era Juan, su vestible.

Miri —› Juan: ‹ms›¡Por favor, responde!‹/ms›

No tuvo respuesta y no podía comprobar el estado de salud de Juan sin tener más derechos de acceso. Abruptamente la luz de Juan aumentó de brillo y murió. Miri contuvo el aliento. El señor Conserje/Profesor seguía allá arriba. Había vuelto a pegar al pobre Juan. No, para ser precisos: había vuelto a pegar al hardware de Juan, quizá para impedir que Miri lo usara para comunicarse. Por un momento, Miri dudó de sí misma. No era muy buen resultado que toda su planificación y su liderazgo hubiesen acabado así. Alice no tenía jamás esos problemas. Siempre sabía qué hacer a continuación. Bob… a veces Bob cometía errores. A él era a quien siempre parecía faltarle seguridad. ¿Qué pensaría Bob de todo esto? Me pregunto qué haría Juan.

Miri encaró el túnel que se alejaba de la entrada. Estaba oscuro, pero el silencio no era absoluto. Le pareció oír voces charlando, sin llegar a entender las palabras. Robert y sus amigos de la biblioteca estaban allí abajo, seguro que perseguidos por el señor Conserje/Profesor. ¿Cómo puedo detener los planes del malo? Miri corrió con cuidado por el túnel, todavía atrapada en su propio cono de luz. No había ni rastro de Robert y ninguna de las voces apagadas sonaba bien. Pasó por algunos cruces. Cosas diminutas corrían a toda velocidad por los tubos transparentes.

Algunos minutos más tarde seguía sin ver ni rastro de Robert. Miri leía mientras corría; había guardado mucho material sobre la UCSD y los laboratorios de biotecnología: material de seguridad y privado que ella no podía tener, pero… Los túneles laterales llevaban a laboratorios concretos. ¡Un millón doscientos mil metros cuadrados repartidos en diecisiete cámaras distintas!

Miri dejó de correr y se puso a caminar hasta detenerse, rendida.

Robert podía estar en cualquier parte. ¿Cuánto control tenía el Tipomalo allí abajo? Quizá debería ponerme a gritar.

Muy lejano, a su espalda, oyó un sonido diferente. Martillos blandos golpeando un tambor de metal. Pero la cadencia era como de pasos. Y de pronto tuvo una idea bastante clara de dónde estaban los otros. Sólo tenía que saber dónde estaba ella. Miri volvió sobre sus pasos.

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