6 LA RESISTENCIA FORTALECE EL CARÁCTER

Quilan no dejaba de hacerse preguntas sobre los nombres de las naves. Tal vez se trataba de alguna elaborada broma para enviarlo al inicio del último tramo de su viaje, a bordo de una nave unitemporal, una Unidad de Ofensiva Rápida de la clase Gángster, a la que habían desmilitarizado para convertirla en un Piquete muy veloz, cuyo nombre era La resistencia fortalece el carácter.. Era un nombre humorístico, aunque mordaz. La mayor parte de los nombres de sus naves eran de ese estilo, incluso más guasones.

La flota chelgriana tenía denominaciones románticas, útiles o poéticas, pero en la Cultura aunque tenía algunas naves con nombres de similar naturaleza, solían recurrir a apelativos irónicos, minuciosamente oscuros, presuntamente divertidos o francamente absurdos. Quizá aquello se debía en parte a que tenían una infinidad de naves. Quizá reflejaba el hecho de que sus naves eran sus propios capitanes y escogían sus propios nombres.

Lo primero que hizo al subir a bordo del buque, al adentrarse en un pequeño vestíbulo con el suelo cubierto de madera pulida y bordeado por plantas azules y verdes, fue respirar hondo.

Huele como… empezó.

~ … en casa —terminó la voz en su cabeza.

Sí. Quilan tomó aire y experimentó una sensación extraña aunque agradable, entre la debilitación y la tristeza. De pronto, se acordó de la infancia.

~ Cuidado, hijo.

Comandante Quilan, bienvenido a bordo lo saludó una voz de procedencia incierta. He incorporado una fragancia al ambiente que podría proporcionarle reminiscencias de la atmósfera del Lago Itir, en Chel, durante la primavera. ¿Le resulta agradable?

Sí. Sí, por supuesto asintió Quilan.

Bien. Sus dependencias se encuentran justo al frente. Espero que se sienta como en casa.

El comandante esperaba un camarote pequeño como el que le habían asignado en la unidad Valor de incordio, pero recibió una agradable sorpresa al ver que el interior de La resistencia fortalece el carácter, había sido reformado para alojar cómodamente a unas doce personas, al contrario que los habituales camarotes estrechos que albergaban a la misma cifra cuadruplicada.

La nave no tenía tripulación y prefirió no utilizar avatares o drones para comunicarse. Se limitaba a dirigirse a Quilan directamente, y llevaba a cabo las mundanas tareas del hogar creando campos internos de manipulación, mediante los cuales parecía que las ropas, por ejemplo, flotaban en el aire, se lavaban de alguna forma, se doblaban y se guardaban por sí solas.

~ Es como vivir en una puta casa encantada —dijo Huyler.

~ Menos mal que ninguno de los dos es supersticioso.

~ Pero piensa que eso significa que te está escuchando todo el tiempo. Te espía.

~ Eso podría interpretarse como una forma de honestidad.

~ O de arrogancia. Estas cosas no eligen sus nombres por casualidad.

La resistencia fortalece el carácter. Cuando menos, como lema era un poco insensible, dadas las circunstancias de la guerra. ¿Acaso intentaban decirle, y al propio Chel a través de él, que en realidad no les importaba lo que había ocurrido, a pesar de todas sus protestas? ¿O que sí les importaba y lo sentían, pero que todo había sido por su propio bien?

Era más probable que el nombre de la nave fuese mera coincidencia. En ocasiones, la Cultura se caracterizaba por un determinado nivel de despreocupación, la cara inversa de la moneda de la legendaria minuciosidad y profundidad de la sociedad, así como de la tenacidad de sus propósitos, como si de vez en cuando, se sorprendiera a sí misma en una actitud excesivamente obsesiva y precisa, e intentase incurrir en una irresponsabilidad o frivolidad repentinas.

¿O tal vez se aburre de hacerlo todo bien?

Supuestamente, tenía una paciencia infinita, unos recursos ilimitados, una comprensión incesante, ¿y ninguna mente racional, con letras mayúsculas o sin ellas, iba a cansarse nunca de tanta bondad sin fronteras? ¿Nadie iba a querer provocar algún altercado, aunque fuera solo uno, solo para demostrar de lo que eran capaces?

¿O acaso tales pensamientos se limitaban a traicionar su propia herencia de ferocidad animal? Los chelgrianos se mostraban orgullosos de haber evolucionado a partir de depredadores. Era una especie de orgullo doble, también, aunque algunos lo considerasen contradictorio por naturaleza; estaban orgullosos de que sus ancestros lejanos hubiesen sido depredadores, pero también se jactaban de que su especie hubiese evolucionado y madurado lejos de la clase de comportamiento que podía implicar la herencia.

Tal vez solo una criatura con un legado tan antiguo de salvajismo podría pensar igual que Quilan, que, en su mente, había acusado a las Mentes de pensar. Tal vez los humanos que no podían vanagloriarse de una pureza de depredación ancestral como la de los chelgrianos, pero que se habían comportado con un salvajismo más que notable contra los de su propia especie y contra otras desde que empezaron a considerarse civilizados también podían pensar de esa forma, pero sus máquinas no. Quizá incluso ese era el motivo por el que habían entregado gran parte de la gestión de su civilización a las máquinas en primer lugar; no confiaban en ellos mismos con los poderes y energías colosales que su ciencia y su tecnología les habían proporcionado.

Aquello podía resultar reconfortante, pero por el hecho de que muchos lo consideraban preocupante, y Quilan sospechaba que la Cultura lo veía como algo embarazoso.

Muchas civilizaciones que habían adquirido los medios necesarios para desarrollar inteligencias artificiales genuinas lo hacían debidamente, y la mayoría diseñaba o daba forma a la consciencia de dichas IA en mayor o menor medida; obviamente, cuando uno construye un ser inteligente que es, o puede llegar a ser, mucho mayor que él mismo, no le interesa desarrollar algo susceptible de detestarlo, con la posibilidad de idear formas de exterminarlo.

Así, las IA, sobre todo al principio, solían reflejar el comportamiento civilizacional de sus especies de origen. Incluso cuando experimentaban su propia forma de evolución y empezaban a designar a sus sucesores con o sin la ayuda, o los conocimientos, de sus creadores solía aparecer un sabor detectable de su carácter intelectual y de la moralidad básica de su especie precursora, que se hallaba presente en la consciencia resultante. Aquel suave sabor podía ir desapareciendo gradualmente en las siguientes generaciones de IA, pero normalmente se veía reemplazado por otro, adoptado y adaptado de cualquier otro lugar, o simplemente, mutaba más allá del reconocimiento en lugar de desaparecer por completo.

Lo que varios Implicados pertenecientes a la Cultura también habían intentado, a menudo por pura curiosidad cuando la IA ya se había convertido en una tecnología establecida e incluso habitual, era concebir una consciencia sin sabor alguno, sin bagaje de ningún tipo, que había pasado a denominarse IA perfecta.

Crear tales inteligencias no resultó particularmente difícil una vez se hubo conseguido la creación de las IA en primer lugar. Las complicaciones afloraron cuando tales máquinas ya contaban con el suficiente poder como para hacer cualquier cosa que quisieran. Ni se volvieron locas ni intentaron aniquilar a sus creadores, y tampoco cayeron en ningún estado de solipsismo autómata.

Lo que sí hicieron, a la primera oportunidad que se les presentó, fue sublimarse, o abandonar el universo material por completo y unirse a los seres, comunidades y civilizaciones enteras que lo habían hecho anteriormente. Sin duda, era una norma y terminó siendo una ley el hecho de que «las IA perfectas siempre se subliman».

Otras muchas civilizaciones quedaron perplejas ante aquello, o afirmaron que se trataba de algo natural, o menospreciaron el hecho tachándolo de poco interesante y meramente suficiente como para demostrar que no merecía la pena desperdiciar tiempo y recursos en crear consciencias tan perfectas y, a la vez, tan inútiles. Prácticamente solo la Cultura encontró que el fenómeno era casi un insulto personal, si se podía considerar a una civilización entera como un único ser.

Así, un vestigio de prejuicio o similar, un elemento de moral o de otro tipo de parcialidad debía estar presente en las Mentes de la Cultura. ¿Por qué ese mismo vestigio no iba a ser, entre humanos o chelgrianos, lo que se convirtiera en una predisposición natural hacia el aburrimiento, provocada por la pura y aguda implacabilidad de su célebre altruismo y una debilidad por el delito menor ocasional; un hierbajo de despecho en los interminables campos dorados de su caridad?

Aquel pensamiento no le provocaba ninguna inquietud, lo que a él mismo le parecía extraño. Una parte de él, una parte oculta, dormida, incluso pensaba que la idea, si no agradable, resultaba al menos satisfactoria, incluso útil.

Cada vez tenía una mayor sensación de que le quedaba mucho por descubrir acerca de la misión en la que se había embarcado, y de que esta era importante, y de que cada vez estaba más decidido a cumplir con lo que fuera que debiese cumplir.

Sabía que, más tarde, tendría más información sobre ello; recordaría más después, porque estaba recordando más ahora. Cada vez más.


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¿Cómo estamos hoy, Quil?

El coronel Jarra Dimirj se acomodó en el asiento que yacía junto a la cama de Quilan. El coronel había perdido su extremidad media y un brazo al estrellarse su nave el último día de la guerra. Los miembros ya se estaban regenerando. A muchos de los mutilados del hospital parecía no importarles ir deambulando por ahí con extremidades en pleno proceso de desarrollo a la vista, y algunos, normalmente los más quejosos y doloridos, incluso bromeaban con que tenían algo que se asemejaba mucho a un brazo, una extremidad media o una pierna infantil pegados al cuerpo.

El coronel Dimirj prefería mantener cubiertos sus incipientes miembros, lo que en la medida en que le preocupaba cualquier cosa Quilan encontró de mejor gusto. El coronel parecía haberse impuesto como deber el hecho de hablar en rotación con todos los pacientes del hospital. Y, obviamente, ahora era su turno. A Quilan le pareció que aquel día estaba diferente. Se lo veía con más energía. Tal vez se iría pronto a casa, o quizá lo habían promocionado.

Estoy bien, Jarra.

Aja. ¿Cómo va tu nuevo yo?

Parece que están contentos. Dicen que estoy progresando satisfactoriamente.

Se encontraban en el Hospital Militar de Lapendal, en Chel. Quilan seguía postrado en una cama, aunque la propia cama tenía ruedas y un programa de automovimiento, y podía transportarlo, si él lo deseaba, por casi todo el hospital y por casi cualquier tipo de terreno. Quilan pensaba que aquella era la fórmula ideal para el caos, pero, aparentemente, el personal médico había encomendado a los sanitarios que diese todos los paseos que quisiera. Pero daba lo mismo; totalmente lo mismo; Quilan no había utilizado la movilidad de su cama para nada. Se quedó allí donde estaba, junto a la gran ventana que daba, según le dijeron, a los jardines y el lago de la costa del otro lado.

Ni siquiera se había asomado. Tampoco había leído nada, excepto el monitor de su revisión ocular. No había visto nada, excepto el ir y venir del personal médico, los pacientes y las visitas del pasillo exterior. En ocasiones, cuando alguien dejaba la puerta de la habitación cerrada, solo escuchaba a la gente en el pasillo. Prácticamente todo el tiempo, Quilan miraba al frente, a la pared blanca que tenía justo delante.

Eso está bien, sí dijo el coronel. ¿Cuándo crees que podrás levantarte de esa cama?


Sus lesiones eran graves. Un día más en aquel camión ruinoso cruzando las llanuras de Phelen en Aorme y habría muerto. Por lo que fuera, lo habían dejado en la ciudad de Golse y, después de un triaje, lo habían transferido a una nave depósito de los Invisibles en unas horas. Los médicos de la nave, sobresaturados de trabajo, hicieron todo lo posible por estabilizarlo. Pero, pese a ello, estuvo a punto de morir en varias ocasiones.

La facción militar de los Leales y su familia negociaron el rescate. Una lanzadera médica neutral de una de las Órdenes de Cuidados lo llevó a una nave hospital del ejército. Agonizaba cuando llegó. Tuvieron que desechar su cuerpo desde el estómago hacia abajo, la necrosis se lo había comido todo hasta la extremidad media y estaba destrozando sus órganos internos. Finalmente, también los desecharon y le amputaron dicha extremidad, tras lo que fue conectado a una máquina que lo mantendría con vida hasta completarse la regeneración del resto de su cuerpo, parte por parte; esqueleto, órganos, músculos y ligamentos, piel y pelo.

El proceso casi había terminado, aunque su recuperación fue más lenta de lo que habían calculado. Quilan apenas podía creer que hubiera estado tantas veces tan cerca de la muerte y no hubiera tenido la suerte de morir.

Tal vez pensaba en ver a Worosei, en sorprenderla, en contemplar aquella expresión en su rostro, con la que había soñado tantas veces en la parte trasera del camión al cruzar las llanuras. Tal vez aquello precisamente era lo que lo había mantenido con vida. No lo sabía, porque lo único que podía recordar tras los primeros días en el camión tenía la forma de sensaciones momentáneas e inconexas: dolor, olores, rayos de luz, náuseas repentinas, alguna frase o palabra suelta… Ignoraba cuáles habían sido sus pensamientos suponiendo que hubiera pensado durante los momentos más confusos y febriles de la travesía, pero le parecía perfectamente posible, a la vez que probable, que aquellas fantasías sobre Worosei lo hubieran mantenido con vida, y hubieran marcado la diferencia entre la muerte y la supervivencia.

Qué cruel resultaba aquel pensamiento. Haberse encontrado tan cerca de una muerte que habría agradecido felizmente, y haberla evitado aferrándose a la equivocada convicción de que podía verla con vida otra vez. Se enteró de su muerte a su llegada a Lapendal. No había dejado de preguntar por ella desde que se despertó de la primera operación en la nave hospital, cuando lo dejaron reducido a una cabeza y un tronco.

Había ignorado la solemne y meticulosa explicación del doctor sobre lo radical de su intervención quirúrgica, y sobre la gran proporción de su cuerpo que se habían visto obligados a sacrificar para poder salvarle la vida, pero él se había limitado a preguntar, entre náuseas y confusión, dónde estaba ella. El doctor no tenía ni idea. Le dijo que lo averiguarían, pero nunca lo volvió a ver en persona, y ningún otro miembro del personal sanitario pudo ayudarlo en su búsqueda.

Un capellán de una Orden de Cuidados hizo todo lo que pudo para descubrir el paradero de la nave Tormenta de nieve y de Worosei, pero la guerra aún proseguía, y la ubicación de una embarcación de combate o de cualquiera de los miembros de su tripulación no era la clase de información que se obtenía fácilmente.

Se preguntó quién sabía entonces que la nave se encontraba desaparecida, presumiblemente perdida. Posiblemente, solo el Ejército. Era probable que ni siquiera su propio clan hubiera obtenido la información antes de que esta se hiciera pública y notoria. ¿Acaso había existido un momento en que hubieran podido informarle sobre el destino de Worosei, en el que él estuviese lo suficientemente cerca de la muerte como para traspasar su umbral? Tal vez. O tal vez no.

Al final, su cuñado, el gemelo de Worosei, se lo notificó, el día después de que el clan supiese la noticia. La nave se había perdido, e imaginaban que había sido destruida. Una flota de los Invisibles la sorprendió a unos días de Aorme. El enemigo atacó con algo que parecía una especie de arma de impacto de ondas de gravedad. Primero impactó contra la nave mayor, y su escolta informó sobre la destrucción interna total de Tormenta de nieve, casi de forma instantánea. No quedó rastro de ningún alma rescatada.

La tripulación de la nave escolta intentó escapar, pero la persiguieron y la derribaron. Su propia destrucción dio fin a su último mensaje, antes incluso de poder notificar su posición. De allí sí se pudieron rescatar algunas almas, que más tarde confirmaron los detalles de lo ocurrido.

Worosei había muerto en el acto, hecho que Quilan supuso que debía considerar como una bendición, pero la catástrofe que había sufrido la nave Tormenta de nieve había sobrevenido con tal rapidez que la tripulación de a bordo no tuvo tiempo de ser salvada por sus Guardianes de Almas, y el armamento utilizado contra ellos había sido configurado específicamente para destruir los propios dispositivos.

Quilan tardó medio año en apreciar la ironía de que, al preparar el ataque que destruiría la tecnología de los Guardianes de Almas, el arma autora había dejado casi indemne la antigua tecnología de rescate de sustratos de Aorme.

El hermano gemelo de Worosei se había desmoronado al darle la noticia a Quilan. Este sintió una especie de preocupación distante por su cuñado y emitió algunos de los sonidos utilizados para reconfortar, pero no lloró; e intentando examinar sus propios pensamientos y sentimientos, lo único que consiguió fue experimentar un terrible vacío, una ausencia casi total de emotividad, excepto por una sensación de perplejidad tal vez excesivamente limitada.

Sospechó que su cuñado sintió vergüenza al llorar frente a él, o quizá se ofendió por que él no mostrase apenas un signo de dolor. En cualquier caso, solo acudió a visitarlo en esa ocasión. Otros miembros del clan de Quilan hicieron el viaje para verlo; su padre y otros familiares. Él no sabía qué decirles. Las visitas se fueron terminando y él se sintió bastante aliviado.

Le asignaron una consejera de duelo, pero él no sabía qué decirle y sentía que la estaba defraudando, puesto que no era capaz de seguir su guía hacia el terreno emocional que ella aseguraba que debía explorar. Los capellanes ya no se servían de ayuda.

Cuando la guerra terminó, de pronto, inesperadamente, tan solo unos días antes, Quilan experimentó algo parecido a la alegría por el fin del conflicto, pero casi de inmediato, se dio cuenta de que, en realidad, no había sentido nada. El resto de los pacientes y del personal del hospital lloró, rió, y, los que podían, lo celebraron emborrachándose por la noche. Pero él se sintió extrañamente alejado de todos ellos, y no notó más que cierto enojo resignado ante el ruido, que lo mantuvo despierto hasta horas intempestivas para él. Ahora, su única visita regular, aparte del personal médico, era el coronel…


Supongo que no te has enterado, ¿no? preguntó el coronel Dimirj. Sus ojos brillaban y a Quilan le parecía alguien que acababa de escapar de la muerte, o que había ganado una apuesta inesperada.

¿Enterarme de qué, Jarra?

De lo de la guerra. Cómo empezó, quién la desató, por qué terminó de una forma tan repentina…

No. No sé nada de todo eso.

¿No te pareció raro que terminase tan rápido?

En realidad, no pensé mucho en ello. Supongo que perdí el contacto con la realidad cuando estuve tan mal. No me di cuenta de cómo se acabó todo.

Bueno, pues ahora ya sabemos la razón dijo el coronel, golpeando la cabecera de la cama de Quilan con el brazo sano. ¡Fueron esos cabrones de la Cultura!

¿Ellos pusieron fin a la guerra? Chel había mantenido contacto con la Cultura durante varias centenas de años. Eran conocidos por su extendida presencia por toda la galaxia, por su superioridad tecnológica (aunque no gozaban del vínculo aparentemente único que los chelgrianos tenían con los sublimados) y por su tendencia a sus interferencias presuntamente altruistas. Una de las esperanzas más vanas que había albergado el pueblo durante la guerra era que la Cultura interviniese de pronto y separase a los combatientes, arreglándolo todo de nuevo.

Pero aquello no ocurrió. Ni tampoco intervino el Puen-Chelgriano, la propia fuerza avanzada de Chel entre los sublimados, esperanza todavía más pía que la anterior. Lo que había sucedido, de forma más prosaica pero poco menos sorprendente, fue que los dos bandos de la guerra, los Leales y los Invisibles, empezaron a dialogar de repente y llegaron a un acuerdo a una velocidad prodigiosa. Era un compromiso que, en realidad, no favorecía especialmente a nadie, pero sin duda era mejor que seguir con una guerra que estaba amenazando con desgarrar a toda la civilización chelgriana. ¿Y decía el coronel Dimirj que la Cultura había intervenido?

Bueno, la detuvieron, sí lo quieres ver así. El coronel se inclinó sobre Quilan. ¿Quieres saber cómo?

A Quilan no le interesaba particularmente el tema, pero hubiera sido grosero por su parte decirlo.

¿Cómo? preguntó.

Diciéndonos la verdad, a nosotros y a los Invisibles. Nos mostraron quién era el auténtico enemigo.

Ah. Entonces, al final sí intervinieron. Quilan seguía confuso. ¿Quién es el auténtico enemigo?

¡Ellos! ¡Los ciudadanos de la Cultura! repuso el coronel, dando otra palmada sobre la cabecera de la cama de Quilan. Se recostó de nuevo en su asiento; le brillaba la mirada. Detuvieron la guerra confesando que fueron ellos quienes la iniciaron. Eso fue lo que hicieron.

No comprendo.

La guerra se había desencadenado cuando los recién emancipados y fortalecidos Invisibles pusieron en marcha todo el armamento que acababan de adquirir contra quienes habían sido sus superiores en el antiguo sistema de castas.

Se crearon nuevas milicias y compañías de guardias como resultado de la frustrada sublevación de las Guardias, cuando una facción del Ejército había intentado organizar un golpe de Estado tras la primera elección, que ganaron los Ecualitarios. Las milicias y compañías, y el entrenamiento acelerado de las castas antiguamente inferiores, cuyo objetivo era hacerse cargo de la mayoría de las naves del Ejército, formaban parte de un intento de democratizar las fuerzas armadas de Chel y de asegurar que, mediante un sistema de equilibrio de poderes, ningún brazo aislado de dichas fuerzas pudiese tomar el control del Estado.

Resultó una solución imperfecta y muy cara, que conllevó a que más gente que nunca tuviera acceso a un armamento tremendamente poderoso, pero lo único que tenía que suceder para que funcionase fue el hecho de que nadie se comportase de forma insensata. Pero entonces, Muonze, el presidente de la casta de los Castrados, hizo precisamente eso, y fue respaldado por la mitad de quienes habían obtenido mayores beneficios gracias a las reformas. ¿Qué relación podía tener la Cultura con todo eso? Quilan tenía claro que el coronel estaba decidido a contárselo.

Fue la Cultura quien consiguió la elección de ese idiota Ecualitario Kapyre como presidente, antes de Muonze continuó Dimirj, inclinándose de nuevo sobre Quilan. Sus dedos movieron los hilos todo el tiempo. Prometieron a los parlamentarios toda la puta galaxia si votaban a Kapyre; naves, hábitats, tecnologías; solo los dioses saben qué más. Por eso salió elegido ese Ecualitario, y desaparecieron el sentido común y tres mil años de tradición, así como el sistema. Y luego apareció ese cretino de Muonze. ¿Y sabes qué?

No. ¿Qué?

Que también consiguieron que fuese elegido. Con las mismas tácticas.

Ah.

¿Y ahora qué dicen?

Quilan negó con la cabeza.

Ahora dicen que no sabían que se volvería loco, que jamás se les ocurrió que un poco de igualdad, justo lo que la gente había estado pidiendo a gritos durante todo aquel tiempo, no iba a ser suficiente para ellos, ni que algunos resultarían ser tan estúpidos y ambiciosos como para querer venganza. Que nunca pensaron que sus malditos amigos de las castas querrían llevar a cabo algún tipo de acción subversiva. Algo así no tendría sentido, no sería nada lógico. El coronel casi escupió aquellas últimas palabras. Entonces, cuando todo nos explotó en la cara, todavía estaban trasladando sus propias naves y sus propias armadas lejos de nosotros. No tenían fuerzas disponibles para intervenir, no encontraron a casi nadie de toda la gente a quien habían compensado, porque estaba muerta, como Muonze, o prisionera u oculta.

El coronel se apoyó otra vez en el respaldo de su asiento.

Por lo tanto, nuestra guerra civil no fue tal. Fue obra de esos presuntos buenos samaritanos. Y, francamente, ni siquiera sé si esa es toda la verdad. ¿Cómo podemos saber realmente si son tan poderosos y avanzados como afirman ser? Quizá su ciencia es poco superior a la nuestra y estaban empezando a tenernos miedo. Quizá deseaban que ocurriese todo esto.

Quilan todavía intentaba digerir lo que estaba escuchando. Tras unos momentos, durante los que el coronel permaneció allí sentado, asintiendo con la cabeza, dijo:

Bueno, en caso de haber ocurrido todo de esa forma, tampoco lo reconocerían así, por las buenas, ¿no?

¡Ja! Puede que todo se hubiera descubierto al final de cualquier manera, y que intentasen parecer honestos confesándolo todo.

Pero si nos lo dijeron a nosotros y a los Invisibles en primer lugar, para detener la guerra…

Es lo mismo; quizá estábamos a punto de descubrirlo. Intentaron disfrazar su intervención. El coronel apoyó una de sus garras en un lateral de la cama de Quilan. Es decir, ¿de verdad podemos creer que realmente han tenido el descaro de revelarnos cifras y estadísticas? ¿de decirnos que esto casi nunca ocurre, que en el noventa y nueve por ciento de los casos ese tipo de «intromisiones» funcionan según lo previsto, que nosotros hemos tenido muy mala suerte, que lo sienten de veras y que nos ayudarán a reconstruirnos? El coronel negó con la cabeza con vehemencia. ¡Para nada! ¡Si no hubiéramos perdido casi todo lo que teníamos en esa puta guerra loca que ellos provocaron, me entrarían ganas de entrar en conflicto contra ellos!

Quilan miró a Jarra. Los ojos del coronel eran grandes, y el pelo de su cabeza se erizó al moverla. Sintió que la suya daba vueltas, por la incredulidad.

¿Todo eso es cierto? preguntó ¿De verdad?

El coronel se levantó, como si su rabia lo hubiera hecho saltar de la silla.

Deberías ver las noticias, Quil. Miró hacia ambos lados, como si esperase que algo o alguien le extrajera la rabia acumulada, y luego respiró hondo. Esto no acaba aquí, puedes creerme. Esto no terminará hasta dentro de mucho, mucho tiempo. Te veré más tarde, Quilan. Adiós, por ahora. El coronel salió de la habitación dando un portazo.

Y Quilan encendió un monitor, por primera vez en meses, y descubrió que todo era como el coronel le había contado, y que las pautas del cambio de su propia sociedad las había marcado la Cultura que, con su propia confesión, había ofrecido lo que ellos mismos denominaban ayuda, y que otros podían considerar como un soborno, para las elecciones de quienes creían que debían ser elegidos, y aconsejados y persuadidos y casi amenazados, para obtener lo que la Cultura creía que era mejor para los chelgrianos.

Su implicación había empezado a descender, y la Cultura había iniciado el retiro de las fuerzas que había acercado secretamente a la esfera de influencia y colonización chelgriana por si las cosas iban mal cuando, sin precedente alguno, todo había ido estrepitosamente mal.

Sus excusas eran las que había enumerado el coronel, aunque, bajo la perspectiva de Quilan, también existía el hecho de que no estaban tan acostumbrados a especies evolucionadas desde depredadores como lo estaban a otras especies, y aquello había resultado ser un factor importante en su fracaso a la hora de anticiparse al catastrófico cambio de comportamiento que se inició con Muonze y cayó como una cascada por toda la sociedad recién reestructurada, o a la ferocidad y velocidad con que este tuvo lugar una vez que hubo empezado.

Apenas podía creerlo, pero no tenía otro remedio. Pasó horas frente a la televisión y habló con el coronel y con otros pacientes que habían empezado a visitarlo. Era todo verdad. Todo.



Un día, la víspera de la primera vez que le permitían levantarse de la cama, oyó cantar a un pájaro en el exterior, junto a su ventana. Pulsó los botones del panel de control de la cama para girarla y elevarla, y así poder mirar al exterior. El ave ya se había marchado, pero Quilan vio un cielo con algunas nubes dispersas, los árboles de la orilla lejana del resplandeciente lago, las olas que rompían en la rocosa costa y la hierba del jardín que ondeaba al son del viento.

(Una vez, en un mercado de Robunde, había comprado para ella un pájaro enjaulado porque su canto era hermoso. Lo llevó a la habitación que habían alquilado mientras ella terminaba su tesis sobre la acústica en los templos.

Ella le dio las gracias con mucha elegancia, se acercó a la ventana, abrió la puerta de la jaula y ahuyentó al pajarillo, que salió volando, sin dejar de cantar. Lo contempló durante un momento, hasta que desapareció, y luego se volvió hacia él con una expresión que reflejaba disculpa, desafío y preocupación, todo a un tiempo. Él estaba de pie, bajo el quicio de la puerta, dedicándole una sonrisa).

Sus lágrimas disolvieron el paisaje.


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