13 FORMAS DE MORIR

El elevador de la nave se encontraba bajo las cataratas; cuando era necesario, su horquilla contrapesada subía balanceándose con lentitud y salía del remolino del estanque que había a los pies del torrente, dejando a su paso velos y brumas propias. Detrás de la torrencial caída, el contrapeso gigantesco iba bajando poco a poco por el estanque subterráneo, balanceando la horquilla del tamaño de un muelle que se iba elevando hasta que encajaba en una amplia estría tallada en el borde de las cataratas. Una vez allí, las puertas se iban abriendo por la fuerza contra la corriente de modo que la horquilla presentaba una especie de balcón de agua que sobresalía más allá del punto de disminución del río, de un kilómetro de anchura.

Dos naves con forma de bala se impulsaban río arriba, a ambos lados, como peces gigantes; arrastraban largas botavaras que se estiraban para formar una amplia uve que encauzaba la barcaza venidera hacia la horquilla. Una vez que se cerraban otra vez las puertas y la barcaza quedaba encerrada y a salvo, las botavaras se replegaban, la horquilla abría los cajones hidráulicos de los lados a la creciente fuerza del agua y el peso extra iba superando poco a poco la masa niveladora del contrapeso, que se hundía en la profundidad del estanque.

Horquilla y barcaza se inclinaban poco a poco hacia fuera y hacia abajo e iban descendiendo entre el rugido y la bruma hacia el torbellino de aguas que los aguardaba.

Ziller, vestido con un chaleco y unos leotardos que estaban saturados por completo, se encontraba con el avatar del Centro en una cubierta de paseo de proa, justo bajo el puente de la barcaza Ucalegon, en el río Jhree, plataforma Toluf. El chelgriano se sacudió, rociándolo todo, cuando se abrieron las puertas de la horquilla que daban a la parte inferior del río y la barcaza siguió avanzando, golpeando y chocando con los lados hinchables de la horquilla, y se adentró en el torbellino de olas opuestas y montecillos que iban surgiendo en el agua.

El músico se inclinó hacia el avatar y señaló hacia arriba, entre las nubes revueltas de vapor, hacia el borde de las cataratas que tenían encima.

¿Qué ocurriría si la barcaza no entrara en la horquilla de allí arriba? gritó por encima del sonido de la catarata.

El avatar, que estaba empapado aunque no parecía importarle, ataviado con un fino traje oscuro que se pegaba a su cuerpo plateado, se encogió de hombros.

Entonces dijo en voz alta, sería un desastre.

¿Y si las puertas de abajo se abrieran mientras la horquilla todavía está en la cima de las cataratas?

La criatura asintió.

Una vez más, un desastre.

¿Y si los brazos que sujetan la horquilla cedieran?

Desastre.

¿O si la horquilla empezara a descender demasiado pronto?

Ídem.

¿O si alguna de las puertas cediera antes de que la horquilla llegara al estanque?

Adivine.

Entonces este trasto tiene una quilla antigravitatoria o algo así, ¿no? gritó Ziller. ¿Como medida de seguridad, factor de redundancia? ¿Sí?

El avatar sacudió la cabeza.

No. Unas gotas le cayeron de la nariz y las orejas.

Ziller suspiró y también sacudió la cabeza.

No, ya me parecía a mí que no.

El avatar sonrió y se inclinó hacia él.

Me parece una señal muy alentadora que empiece a hacer ese tipo de preguntas después de que la experiencia en cuestión haya dejado atrás la etapa más peligrosa.

Así que me estoy convirtiendo en una persona tan increíblemente indiferente al riesgo como tus habitantes.

El avatar asintió con entusiasmo.

Sí. Alentador, ¿verdad?

No. Deprimente.

El avatar se echó a reír. Miró a ambos lados del cañón mientras el río se iba encauzando para unirse al Gran Río de Masaq a través de la ciudad de Ossuliera.

Será mejor que volvamos dijo la criatura plateada. Ilom Dolince no tardará en morir ni Nisil Tchasole en regresar.

Ah, por supuesto. No querríamos perdernos ninguna de esas dos pequeñas y grotescas ceremonias, ¿verdad?

Se dieron la vuelta y doblaron la esquina de la cubierta. La barcaza se iba abriendo camino entre el caos de olas, la proa chocaba contra el oleaje de agua blanca y verde y arrojaba al aire grandes cortinas de espuma que aterrizaban como torrenciales aguaceros en todas las cubiertas. El zarandeado navío se inclinaba y escoraba. Tras él, la horquilla iba sumergiéndose poco a poco otra vez en las intensas corrientes.

Un chaparrón de agua se estrelló contra la cubierta, tras ellos, y convirtió el paseo en un río torrencial de medio metro de profundidad. Ziller tuvo que apoyarse en las tres extremidades y poner una mano en la barandilla de la cubierta para sujetarse mientras avanzaban por la corriente hacia las puertas más cercanas. El avatar iba chapoteando en el río, que se agolpaba alrededor de sus rodillas como si le resultara indiferente. Abrió las puertas y ayudó a pasar a Ziller.

Ya en el vestíbulo, Ziller volvió a sacudirse y salpicó las relucientes paredes de madera y las colgaduras bordadas. El avatar se limitó a quedarse quieto mientras el agua se desprendía de su cuerpo, dejando su piel plateada y las ropas de tono mate completamente secas al tiempo que el agua le chorreaba por los pies y se escapaba por la cubierta.

Ziller se pasó una mano por el pelo de la cara y se dio unos golpecitos en las orejas. Miró la figura inmaculada que tenía delante, sonriendo, mientras él chorreaba. Se retorció el chaleco para quitarle el agua mientras inspeccionaba la piel y la ropa del avatar en busca de algún resto de humedad. La criatura parecía seca por completo.

Ese es un rasgo muy molesto le dijo.

Antes me ofrecí a resguardarnos a los dos de la espuma le recordó el avatar. El chelgriano volvió del revés uno de los bolsillos del chaleco y observó el chorro de agua resultante que cayó en la cubierta. Pero usted dijo que quería experimentar la vivencia completa con todos sus sentidos, incluyendo el del tacto continuó el avatar. Cosa que debo decir que me pareció un poco indolente en ese momento.

Ziller miró con tristeza su pipa empapada y después a la criatura plateada.

Y eso dijo, es otra.

Un pequeño dron que llevaba una toalla blanca muy grande, muy bien doblada y muy mullida, dobló una esquina y recorrió el pasaje a toda velocidad antes de pararse de repente a su lado. El avatar cogió la toalla y le dedicó un gesto de asentimiento a la otra máquina, que se inclinó y salió disparada otra vez.

Tome dijo el avatar mientras le tendía la toalla al chelgriano.

Gracias.

Se volvieron para bajar por el pasaje, junto a salones donde pequeños grupos de personas observaban las aguas agitadas y las lloviznas de espuma del exterior.

¿Y dónde está hoy nuestro comandante Quilan? preguntó Ziller mientras se frotaba la cara con la toalla.

Visitando Neremety, con Kabe, para ver unas islas torbellino. Es el primer día de la Estación de la Tentación de la escuela local.

Ziller también había visto ese espectáculo en otra plataforma, seis o siete años antes. La Estación de la Tentación era cuando las islas adultas soltaban las flores de algas que habían estado almacenando y pintaban fabulosos dibujos de remolinos en todas las bahías craterinas de su mar poco profundo. Se decía que el despliegue convencía a las crías del año anterior que vivían en el lecho del mar para que subiesen a la superficie y floreciesen convertidas en nuevas versiones de sí mismas.

¿Neremety? preguntó. ¿Y eso dónde está?

A medio millón de klicks de aquí, como mínimo. Por ahora está a salvo.

Qué tranquilizador. ¿No te estás quedando sin sitios para distraer a nuestro pequeño mensajero? Lo último que oí es que le estabas enseñando una fábrica. Ziller pronunció la última palabra con una carcajada de desdén.

El avatar parecía ofendido.

Una fábrica de naves especiales, si no le importa dijo; pero sí, una fábrica no obstante. Y solo porque me lo pidió, podría añadir. No me faltan lugares que mostrarle, Ziller. Hay sitios en Masaq de los que usted ni siquiera ha oído hablar y que le encantaría visitar si supiera que existen.

¿Los hay? Ziller paró y se quedó mirando al avatar.

Este también se detuvo con una gran sonrisa.

Pues claro. Extendió los brazos. No le iba a contar todos mis secretos a la vez, ¿no le parece?

Ziller siguió caminando mientras se secaba el pelo y miraba de soslayo a la criatura plateada que caminaba con paso ligero a su lado.

Eres más hembra que macho; lo sabes, ¿no? dijo.

El avatar levantó las cejas.

¿De verdad lo cree?

No me cabe duda.

El avatar lo miró con expresión divertida.

Después quiere ver el Centro le dijo a Ziller.

Este frunció el ceño.

Ahora que lo pienso, yo tampoco he estado allí. ¿Hay mucho que ver?

Hay una galería panorámica. Una buena vista de toda la superficie, como es obvio, pero no mejor de la que tiene la mayor parte de la gente al llegar, a menos que tengan mucha prisa y vuelen directamente a la superficie inferior. El avatar se encogió de hombros. Aparte de eso, no hay mucho que ver.

He de entender entonces que toda tu fabulosa maquinaria es tan aburrida como me imagino.

Si no más.

Bueno, eso debería distraerlo un buen par de minutos. Ziller se secó bajo los brazos y, (tras alzarse para caminar, inclinado, solo sobre las piernas traseras) se secó alrededor de la extremidad media. ¿Le has mencionado a ese miserable que es muy posible que yo no aparezca en la primera representación de mi propia sinfonía?

Todavía no. Creo que es posible que Kabe saque hoy el tema.

¿Crees que hará lo más decente y renunciará a ir al concierto?

La verdad es que no tengo ni idea. Si las sospechas que compartimos son correctas. Es probable que E. H. Tersono intente convencerlo de que vaya. El avatar le dedicó a Ziller una amplia sonrisa. Empleará algún tipo de argumento basado en la idea de que no debe ceder a lo que con toda probabilidad llamará su infantil chantaje, me imagino.

Sí, algo tan frívolo como eso.

¿Y cómo va La luz que expira? —preguntó el avatar. ¿Ya están listas las piezas básicas? Solo faltan cinco días, el mínimo de tiempo al que están todos acostumbrados.

Sí, ya están listas. Solo quiero consultar un par de ellas con la almohada una noche más, pero las publicaré mañana. El chelgriano miró al avatar. ¿Estás seguro de que esta es la mejor forma de hacerlo?

¿Qué, utilizar piezas básicas?

Sí. ¿No se perderá la gente la frescura del estreno? Ya la dirija yo o no.

En absoluto. Solo habrán oído las melodías aproximadas, el perfil de los temas, eso es todo. Así les parecerá reconocer las ideas básicas, pero no estarán familiarizados con ellas. Eso les permitirá apreciar la obra entera mucho más. El avatar golpeó al chelgriano entre los hombros, levantando una fina llovizna del chaleco. Ziller hizo una mueca, aquella criatura de aspecto ligero era más fuerte de lo que parecía. Ziller, confíe en nosotros, es lo que funciona. Ah, y tras haber escuchado el esbozo que ha enviado, es magnífico. Le felicito.

Gracias. Ziller siguió secándose los costados con la toalla y luego miró al avatar.

¿Sí? dijo este.

Me preguntaba una cosa.

¿Qué?

Algo que llevo preguntándome desde que llegué aquí, algo que nunca te he preguntado, primero porque me preocupaba cuál sería la respuesta, después porque sospechaba que ya sabía la respuesta.

Cielos. ¿Qué puede ser? preguntó el avatar con un parpadeo.

Si lo intentaras tú, si cualquier Mente lo intentara, ¿podría imitar mi estilo? preguntó el chelgriano. ¿Podría escribir una obra, una sinfonía, digamos, que al crítico informado le pareciera mía y que, cuando yo la oyera, me imaginara estar orgulloso de haberla escrito?

El avatar frunció el ceño mientras caminaba. Después se cruzó de manos a la espalda. Dio unos pasos más.

Sí, me imagino que sería posible.

¿Sería fácil?

No. No más fácil que cualquier tarea complicada.

¿Pero tú podrías hacerlo mucho más rápido que yo?

Tendría que suponer que sí.

—Mmm. —Ziller hizo una pausa. El avatar se dio la vuelta para mirarlo. Detrás de Ziller, las rocas y los árboles velo del profundo barranco pasaban a toda velocidad. La barcaza se mecía con suavidad bajo sus pies. Entonces preguntó el chelgriano, ¿qué sentido tiene que yo o cualquier otro escribamos una sinfonía o cualquier otra cosa?

El avatar alzó las cejas, sorprendido.

Bueno, para empezar, si lo hace usted, es usted el que experimenta la sensación de logro.

Si nos olvidamos de la parte subjetiva, ¿qué sentido tendría para los que la escuchan?

Sabrían que habría sido alguien de su propia especie, no una Mente, el que lo había creado.

Olvidémonos de eso también, supongamos que no se les ha dicho que es de una IA, o que no les importa.

Si no se les ha dicho, entonces la comparación no es absoluta, se está ocultando información. Si no les importa, entonces no se parecen a ningún grupo de humanos que yo me haya encontrado jamás.

Pero si tú puedes…

Ziller, ¿le preocupa que las Mentes, las IA si lo prefiere, puedan crear, o incluso aparentar crear, obras de arte originales?

Con franqueza, cuando son del tipo de obras de arte originales que yo creo, sí.

Ziller, eso no importa. Tiene que pensar como un alpinista.

¿Ah, sí?

Sí. A algunas personas les lleva días, sudan a mares, soportan el dolor y el frío, se arriesgan a sufrir lesiones y, en algunos casos, una muerte permanente para llegar a la cima de una montaña y solo para descubrir que un grupo de coetáneos acaba de llegar en avión y está disfrutando de una merienda al aire libre.

Si yo fuera uno de esos alpinistas estaría muy molesto.

Bueno, se considera de mala educación aterrizar en una cumbre hacia la que hay personas que están intentando llegar por el método más difícil, pero se puede hacer y ocurre. Los buenos modales exigen que la merienda se comparta y que los que han llegado en avión expresen admiración y respeto por el logro de los alpinistas.

»Lo que ocurre, claro está, es que las personas que se han pasado días allí y han sudado a mares también podrían haber cogido un avión hasta la cima si lo único que querían era disfrutar de la vista. Es la lucha lo que anhelan. La sensación de logro que se produce al recorrer la ruta que sube y baja del pico, no el pico en sí. Eso es solo el pliegue que hay entre las páginas. El avatar dudó un momento. Ladeó un poco la cabeza y entrecerró los ojos. ¿Hasta dónde tengo que llevar esta analogía, compositor Ziller?

Lo has dejado muy claro, pero este alpinista sigue preguntándose si debería reeducar su alma para disfrutar de los placeres del vuelo y posarse en la cumbre de otra persona.

Mejor que crear la suya. Vamos, tengo un moribundo al que despedir.


* * *

Ilom Dolince yacía en su lecho de muerte rodeado de amigos y familiares. Los toldos que habían cubierto la cubierta superior de popa de la barcaza mientras descendía las cataratas se habían retirado, dejando la cama al aire libre. Ilom Dolince se incorporó, estaba medio sumergido en almohadas flotantes y yacía en un colchón ahuecado que parecía un cúmulo; muy apropiado, pensó Ziller.

El chelgriano se quedó atrás, en la parte posterior de una media luna compuesta por unas sesenta personas que permanecían de pie o sentadas alrededor de la cama. El avatar fue a colocarse junto al anciano, le cogió la mano y se inclinó para hablar con él. Asintió y después le hizo un gesto a Ziller, que fingió no verlo y quiso hacer creer que lo había distraído un pájaro de colores estridentes que volaba bajo sobre las aguas lechosas del río.

Ziller dijo la voz del avatar desde la terminal bolígrafo del chelgriano. Por favor, acérquese. A Ilom Dolince le gustaría conocerlo.

¿Eh? Oh. Sí, por supuesto dijo. Se sentía francamente incómodo.

Compositor Ziller es un privilegio conocerlo. El anciano estrechó la mano del chelgriano. De hecho no parecía tan viejo aunque tenía la voz débil.

Su piel tenía menos manchas y arrugas que las de algunos de los humanos que Ziller había visto y no se le había caído el cabello, aunque había perdido su pigmentación y por tanto estaba blanco. El apretón de manos no era fuerte, pero Ziller ya los había sentido más flácidos.

Ah. Gracias. Me halaga que haya querido, eh, emplear parte de su, esto, tiempo, en conocer a un simple alienígena aficionado a las notas.

El anciano de cabello blanco de la cama adoptó una expresión pesarosa, dolorida incluso.

Oh, compositor Ziller dijo. Lo siento. Está un poco incómodo con esto, ¿verdad? Qué egoísta soy. No se me ocurrió que mi muerte podría…

No, no, yo, yo… Bueno, sí. Ziller sintió que se le sonrojaba la nariz. Miró a su alrededor, a las otras personas más cercanas a la cama. Parecían solidarizarse con él, comprenderlo. Los odió. Es solo que me parece raro. Eso es todo.

¿Me permite, compositor? dijo el hombre. Estiró una mano y Ziller permitió que se la cogiera otra vez. En esa ocasión el apretón fue más ligero. Nuestras costumbres deben de parecerle muy raras.

No más raras que las nuestras a ustedes, estoy seguro.

Estoy listo para morir. Ilom Dolince sonrió. He vivido cuatrocientos quince años, señor. He visto los chebalythes de Eyske y su migración a Cielo Oscuro; he contemplado a los transatlánticos de campo esculpir llamaradas solares en Nudrun Alto, he sostenido a mi propio recién nacido en mis manos, he volado a las cavernas de Sart y me he sumergido en los arcos tubulares de Lirouthale. He visto tanto, he hecho tanto, que incluso aunque mi encaje neuronal intente atar los recuerdos que tengo de otro lugar a lo que hay en mi cabeza lo más impecablemente que puede, sé que he perdido mucho de aquí. Se dio unos golpecitos en una sien. No solo recuerdos, sino también personalidad. Así que es hora de cambiar y continuar adelante, o parar sin más. He puesto una versión de mí en una mente grupal por si alguien quiere hacerme alguna pregunta en cualquier momento, pero lo cierto es que ya no puedo molestarme en seguir viviendo. Al menos, no una vez que haya visto la ciudad de Ossuliera, cosa que he estado guardando para este momento. Le sonrió al avatar. Quizá vuelva cuando llegue el fin del universo.

También ha dicho que quería que lo revivieran convertido en una animadora especialmente núbil si Notromg llegaba a ganar la Copa orbital dijo el avatar con tono solemne. Asintió y respiró hondo entre dientes. Yo me decantaría por lo del fin del universo si fuera usted.

¿Lo ve, señor? dijo Ilom Dolince con los ojos resplandecientes. Me paro. Una mano delgada palmeó la de Ziller. Solo siento no estar aquí para escuchar su nueva obra, maestro. Me he sentido tentado a quedarme pero… Bueno, siempre hay algo que puede retenernos si no nos decidimos, ¿no cree?

Yo diría que sí.

Espero que no se ofenda, señor. Poca cosa más me habría hecho plantearme siquiera un retraso. No se ofende, ¿verdad?

¿Cambiaría algo que me ofendiese, señor Dolince? preguntó Ziller.

Lo cambiaría, señor. Si yo pensara que se iba a sentir muy herido, todavía podría demorarme aunque estaría abusando de la paciencia de estas buenas personas dijo Dolince mirando a su alrededor, a las personas reunidas junto a su lecho. Se oyó un coro bajo de amistosa disconformidad. ¿Lo ve, compositor Ziller? He hecho las paces con todos. Creo que nunca han pensado tan bien de mí.

Entonces sería un honor para mí que me incluyera entre ellos. Ziller palmeó la mano del humano.

¿Es una gran obra, compositor Ziller? Espero que lo sea.

No puedo decirle, señor Dolince le dijo Ziller. Yo estoy contento con ella. Suspiró. Pero según la experiencia, eso no es indicación alguna ni de su recepción inicial ni de su eventual reputación.

El hombre de la cama esbozó una amplia sonrisa.

Espero que vaya maravillosamente bien, compositor Ziller.

Yo también, señor.

Ilom Dolince cerró los ojos durante unos momentos. Cuando los abrió con un parpadeo le fue soltando la mano al compositor poco a poco.

Un honor, compositor Ziller susurró.

Ziller soltó la mano del humano y se apartó, agradecido, mientras los demás se adelantaban alrededor de la cama.


* * *

La ciudad de Ossuliera surgió entre las sombras al doblar un recodo de la garganta. Estaba tallada en parte en los acantilados de color pardo claro del propio abismo y en parte en piedras traídas de otras zonas del mundo y más allá. El río Jhree era allí más manso y corría en línea recta, profundo y sereno, por un único canal grande, del que se separaban otros canales y muelles más pequeños, arqueados sobre delicados puentes de metalespuma y madera, tanto vivos como muertos.

Los muelles de ambas orillas eran grandes plataformas de arenisca dorada que se perdían a lo lejos entre una calima azul, salpicadas de personas y animales, plantas sombra y pabellones, fuentes saltarinas y columnas altas y retorcidas de metales que lucían enrejados extravagantes y minerales deslumbradores.

Unas barcazas altas y majestuosas permanecían ancladas junto a los escalones donde grupos de chaurgresiles se sentaban, acicalándose unos a otros con una intensidad solemne. Las velas espejadas de naves más pequeñas atrapaban los remolinos de brisas inquietas y deslizaban las sombras anguladas por las aguas tranquilas que tenían detrás antes de arrojar revoloteos de reflejos resplandecientes por los muelles bulliciosos de ambos lados.

Algo más arriba, la escarpada ciudad se alzaba con una terraza retrasada tras otra, esculpidas todas ellas en los inmensos y atestados salientes de piedra; los toldos y los árboles paraguas salpicaban las galerías y las piazzas; los canales desaparecían en el interior de túneles abovedados tallados en los acantilados cincelados, los fuegos perfumados envían finas espirales de humo de violetas y azahar hacia el pálido cielo azul, donde bandadas de colas de labranza traslúcidas, puras y blancas, giraban con las alas extendidas dibujando espirales silenciosas en el aire y arqueándose sobre una sucesión estratificada de puentes más altos, más largos y más vagamente colocados, arqueados como arco iris solidificados bajo la bruma del aire; sus superficies, con sus intrincadas tallas y deslumbrantes taraceados, desbordaban flores y estaban adornadas con guirnaldas de hojas, trepadoras y musgo velado.

Sonaba la música, que reverberaba entre los cañones, los muelles y los puentes de la ciudad. La repentina aparición de la barcaza provocó una andanada de bramidos excitados de una andrajosa manada de cumbrosauros que se habían dispuesto en un tramo de escalones que descendían hasta el río.

Ziller, ante la barandilla de cubierta, le dio la espalda al tumulto del paisaje para mirar la cama donde yacía Ilom Dolince. Unas cuantas personas parecían estar llorando. El avatar había colocado una mano sobre la frente del hombre y después le fue pasando los dedos argentinos por los ojos.

El chelgriano observó durante un rato la hermosa ciudad que se deslizaba junto a él. Cuando volvió a mirar, un largo dron gris desplazador flotaba sobre la cama. Las personas que se habían reunido alrededor se apartaron un poco y formaron un tosco círculo. Un campo plateado resplandeció en el aire donde estaba el cuerpo del hombre, después se encogió hasta convertirse en un punto y desapareció. Las mantas volvieron a posarse con suavidad sobre el lugar que había ocupado el cuerpo.

«La gente siempre mira al sol en momentos así», recordó que había señalado Kabe en cierta ocasión. Lo que estaba presenciando era el método convencional para disponer de un fallecido, tanto allí como en la mayor parte del resto de la Cultura. El cuerpo se había desplazado al núcleo de la estrella local. Y, como había señalado Kabe, si podían verlo, los presentes siempre miraban a ese sol, aunque por lo general pasarían un millón de años o más hasta que los fotones formados a partir del cadáver enviado pudieran brillar sobre el lugar en el que se encontraban ellos, fuera cual fuera.

Un millón de años. ¿Y después de todo ese tiempo seguiría allí ese mundo artificial mantenido con tanto cuidado? Lo dudaba. Para entonces hasta la Cultura en sí habría desaparecido. Chel desde luego lo habría hecho. Quizá la gente alzaba la vista porque sabía que no habría nadie para mirar al sol cuando llegara el momento.

Había otra ceremonia que llevar a cabo a bordo de la barcaza antes de abandonar la ciudad de Ossuliera. Una mujer llamada Nisil Tchasole iba a renacer. Almacenada en estado mental solo ochocientos años antes, había combatido en la guerra Idirana. Había querido que la despertaran a tiempo de ver brillar la luz de la segunda de las Dos Novas sobre Masaq. Le habían cultivado un clon de su cuerpo original y en menos de una hora iban a despertar su personalidad en su interior, así dispondría de unos cinco días para volver a aclimatarse a la vida antes de que la segunda nova irrumpiera en los cielos de la zona.

Se suponía que la combinación de ese renacimiento con la muerte de Ilom Dolince debía aliviar parte de la tristeza de la partida del hombre pero a Ziller la pulcritud de aquella combinación le parecía un acto de lo más trillado y artificial. No quiso esperar para ver aquel pulcro renacimiento; saltó del barco cuando atracó, paseó durante un rato y después cogió el metro para volver a Aquime.


* * *

Sí, en otro tiempo tuve una hermana gemela. Todo el mundo conoce la historia, creo, y está en todos los archivos. Existe un buen número de relatos e interpretaciones. Hay incluso algunas obras de ficción y musicales basados en ella, algunas más precisas que otras. Puedo recomendarle…

Sí, todo eso ya lo sé, pero me gustaría que me contaras tú la historia.

¿Está seguro?

Pues claro que estoy seguro.

Bueno, está bien entonces.

El avatar y el chelgriano se encontraban en un pequeño módulo para ocho personas, bajo la superficie que daba al exterior del orbital. La nave era un vehículo general capaz de viajar bajo el agua, de volar por la atmósfera o, como en aquellos momentos, de desplazarse por el espacio, si bien a velocidades puramente relativistas. Los dos se encontraban mirando hacia delante, la pantalla comenzaba a sus pies y se alzaba sobre sus cabezas. Era como estar en una nave espacial con el morro de cristal, salvo que ningún cristal fabricado jamás podría haber transmitido una representación tan fiel del paisaje que tenían delante y que los rodeaba.

Habían pasado dos días de la muerte de Ilom Dolince y faltaban tres para el concierto del estadio Stullien. Ziller, una vez terminada la sinfonía y comenzados los ensayos, se sentía consumido por una inquietud que le resultaba muy familiar. Tras intentar pensar en los paisajes de Masaq que no había visto todavía, había pedido que le mostraran el aspecto que tenía el orbital desde abajo al pasar a toda velocidad, así que el avatar y él habían descendido por un acceso de la plataforma al pequeño puerto espacial que había bajo las profundidades de Aquime.

La meseta en la que se encontraba Aquime era hueca en su mayor parte, el espacio del interior estaba ocupado por viejos almacenes de naves y sobre todo por anticuadas fábricas de productos generales. En la mayor parte de la zona del orbital para acceder a la plataforma solo había que descender unos cien metros o menos, desde Aquime había casi un kilómetro en línea recta hasta el espacio abierto.

El módulo de ocho personas estaba frenando en relación con el mundo que tenían encima. Estaba a favor del giro galáctico, así que el efecto era que el orbital que tenían cincuenta metros por encima comenzaba a pasar por encima de ellos, despacio al principio, pero cada vez más deprisa, mientras que las estrellas que tenían bajo los pies y a ambos lados, y que habían estado girando con lentitud, parecían estar deteniéndose.

La superficie inferior del mundo era una extensión grisácea y brillante de lo que parecía metal, apenas iluminada por la luz de las estrellas y del sol que se reflejaba en algunos de los planetas más cercanos del sistema. Había algo intimidante, plano y perfecto en aquella planicie inmensa que colgaba sobre sus cabezas, pensó Ziller, por mucho que estuviera salpicada por mástiles y puntos de acceso y estuviera entrelazada por los raíles del metro.

Los raíles se alzaban con lentitud en algunos lugares para cruzarse con otras rutas que se hundían hasta la mitad de la estructura de la superficie inferior antes de regresar a la inmensa y plana llanura. En otros lugares, los raíles giraban formando enormes bucles que tenían decenas o incluso centenares de kilómetros de anchura y que creaban un gigantesco y complicado encaje de surcos y líneas grabadas en la superficie inferior del mundo, como la fabulosa e intrincada inscripción de un brazalete. Ziller vio algunos de los vagones que pasaban disparados por la superficie inferior, en grupos de uno o dos, o incluso trenes más largos.

Los raíles eran la mejor forma de medir su velocidad relativa; se habían movido por encima de ellos a escasa velocidad al principio, parecían alejarse poco a poco o regresar dibujando una curva suave. En ese momento, a medida que el módulo iba reduciendo la velocidad y utilizando los motores para frenar, y el orbital parecía acelerar, las líneas parecían fluir y después alejarse a toda prisa por encima de ellos.

Se metieron debajo de una sierra Mampara, todavía parecían acelerar. El techo de materia gris que tenían encima se alejó a toda velocidad y desapareció en una oscuridad de cientos de kilómetros de altura, salpicada de luces microscópicas. Los raíles del metro descansaban en unos puentes colgantes imposiblemente finos que pasaron destellando, unas líneas rectas y finas perfectas de luz tenue; los monofilamentos que los sujetaban resultaban invisibles a la velocidad relativa que había acumulado el módulo.

Y entonces la ladera contraria de la sierra Mampara se abalanzó sobre ellos, destellando, precipitándose contra el morro del módulo. Ziller intentó no agacharse. Fracasó. El avatar no dijo nada, pero el módulo se alejó un poco más, de modo que se encontraron a medio kilómetro de la superficie inferior. Lo que tuvo un efecto temporal, pareció frenar un poco al orbital.

El avatar comenzó a contarle a Ziller su historia.


En otro tiempo, la Mente que se había convertido después en el Centro de Masaq (para sustituir al titular original que había decidido sublimarse no mucho después del final de la guerra Idirana) fue primero la mente del cuerpo de una nave llamada Daño permanente. Era un Vehículo General de Sistemas de la Cultura, construido hacia el final de tres agitadas décadas en las que poco a poco había ido quedando claro que la posibilidad de una guerra entre los idiranos y la Cultura era más que probable.

Se había construido para cumplir el papel de nave civil si por alguna razón no se producía el conflicto pero también se había diseñado para tomar parte en la guerra si esta estallaba, listo para construir de forma continua naves de guerra más pequeñas, transportar personal y material y (cargada con su propio armamento) implicarse directamente en la batalla.

Durante la primera parte del conflicto, cuando los idiranos presionaban a la Cultura en todos los frentes y lo único que hacía la Cultura era irse retirando cada vez más y de vez en cuando montar acciones de contención muy ocasionales, cuando había que ganar tiempo para llevar a cabo una evacuación, el número de auténticas naves de guerra listas para luchar era todavía escaso. Se encargaban del trabajo sobre todo los Vehículos de Contactos Generales pero los pocos VGS preparados para la guerra también asumían su parte de la carga.

Fueron muchas las ocasiones y las batallas en las que la prudencia militar habría dictado que se despachara un flota de naves de guerra más pequeñas; el hecho de que alguna de ellas (o incluso la mayoría) no regresara habría sido lamentable, pero no un desastre, pero a esas mismas ocasiones, mientras la Cultura continuaba implementando sus preparativos para una producción bélica a gran escala, solo podían enfrentarse con el compromiso de un VGS listo para el combate.

Un Vehículo General de Sistemas armado era una máquina de luchar poderosísima que podía sobrepasar en potencia de fuego a cualquier unidad del lado idirano sin dificultades, pero no era solo inherentemente menos flexible como instrumento de guerra, comparada con una flota de naves más pequeñas, también era única en la naturaleza binaria de su capacidad de supervivencia. Si una flota se encontraba con problemas serios, por lo general algunas de sus naves podían huir para seguir luchando otro día, pero un VGS acosado de forma similar o bien triunfaba o sufría una destrucción total, a petición propia si no era a causa de las acciones del enemigo.

Ya solo la contemplación de una pérdida de semejante magnitud era suficiente para provocarles a las Mentes de planificación estratégica del mando de guerra de la Cultura el equivalente a úlceras, noches sin dormir y rabietas varias.

Durante uno de los enfrentamientos más desesperados, para ganar tiempo mientras un grupo de orbitales culturales se preparaba para escapar e iban adquiriendo poco a poco la velocidad suficiente para garantizar la huida de los mundos del volumen de espacio amenazado, la nave Daño permanente se había metido en un entorno especialmente salvaje y peligroso de las profundidades de la naciente esfera de hegemonía idirana.

Antes de partir para lo que la mayor parte de los interesados, incluida la propia nave, pensaba que sería su última misión, transmitió automáticamente su estado mental (de hecho, su alma) a otro VGS que después envió la grabación a otra Mente de la Cultura, al otro lado de la galaxia, donde podría quedar guardada, inactiva y a salvo. Después, junto con unas cuantas unidades auxiliares (unidades que apenas merecían el nombre de naves de guerra, más bien cápsulas de armas con motor a medio desarrollar), emprendió la incursión, subió y se alzó sobre la lente de la galaxia dibujando un rumbo alto y corvo, aferrándose a la curva de las estrellas como una garra.

La nave Daño permanente se arrojó sobre la telaraña de los suministros idiranos, sobre su apoyo logístico y sus rutas de refuerzos como un ave raptora desquiciada que cayera sobre un nido de garitos en plena hibernación, devastando y trastocando todo lo que pudo encontrar en una serie errática de ataques asesinos a toda velocidad que lo pulverizaban todo y que se extendieron por siglos enteros de espacio que los idiranos ya hacía mucho tiempo que pensaban que estaba libre de naves de la Cultura.

Se había acordado que no habría ninguna comunicación por parte del VGS a menos que por algún milagro consiguiera volver a la cada vez más retraída esfera de influencia cultural; la única señal que les llegó a sus compañeras de que había evitado una detección inmediata y su consiguiente destrucción fue que la presión sobre las unidades que se habían quedado atrás para contener el empuje directo de las flotas de batalla idiranas que se redujo de forma apreciable a medida que los navíos enemigos o bien eran interceptados antes de llegar al frente, o desviados de este para enfrentarse a la amenaza que acababa de surgir.

Entonces empezaron a oírse rumores entre algunas de las naves refugiadas neutrales que huían de las hostilidades, hablaban de un grupo de flotas idiranas que se habían arremolinado alrededor de un volumen de espacio cerca de la ubicación de una incursión reciente en las mismísimas afueras de la galaxia, seguido por una batalla feroz que había culminado con una explosión aniquiladora gigantesca cuya signatura, cuando al fin se había recogido y analizado, era exactamente igual a la que producía un VGS militar asediado de la Cultura cuando había tenido tiempo de orquestar una secuencia de destrucción ajena máxima.

La noticia de la batalla, del éxito marcial del VGS y de su sacrificio final ocupó todos los titulares y fue el objetivo principal de todos los menús durante menos de un día. La guerra, como las flotas de batalla idiranas, continuó adelante, y florecieron las distracciones y las tretas, los incidentes y los estragos, el horror y el espectáculo.

Poco a poco, la Cultura implementó el cambio a una producción de guerra a gran escala; los idiranos (ya ralentizados por los compromisos que habían tenido que adquirir para controlar el colosal volumen de territorios recién conquistados) vieron cómo el ritmo de su avance titubeaba en algunos sitios, en un principio debido a su propia incapacidad para emplear los equipos de combate requeridos, pero cada vez más por la creciente capacidad de la Cultura para hacerlos retroceder; las fábricas de los orbitales de la Cultura, lejos de la guerra, habían comenzado a producir y enviar flotas enteras de naves de guerra nuevas.

Nuevas pruebas de la destrucción del VGS Daño permanente (y de los navíos de guerra idiranos que se había llevado con él) llegaron con una nave neutral de otra especie Implicada que había pasado cerca del lugar de la batalla. La personalidad almacenada de Daño permanente se resucitó como estaba previsto en la Mente en la que se había almacenado y se colocó en otra nave de la misma clase. Se unió (de nuevo) a la lucha que todo lo cercaba, se lanzó a batalla tras batalla, sin saber cuál podría ser la última para ella y conteniendo en su interior todos los recuerdos de su anterior encarnación intactos, hasta el instante en que se había deshecho de sus campos y había puesto rumbo con una trayectoria circular hacia el espacio idirano, todo un año antes.

Solo hubo una pequeña complicación.

La Daño permanente, la Mente de la nave original, no había quedado destruida. Como VGS había luchado hasta el final y había peleado hasta el último momento, con lealtad y determinación, y sin pensar en su propia seguridad, pero al final, como Mente individual, había escapado en una de sus cápsulas armamentísticas esclavas.

Tras haber sufrido su parte de las profundamente centradas atenciones no de una, sino de varias flotas de guerra idiranas, a aquellas alturas, la nave de guerra que no lo era del todo era poco más que un desecho, una nave de guerra que no lo era del todo…

Arrojada por el estallido de energía de la autodestrucción del VGS, expulsada del cuerpo principal de la galaxia con energía apenas suficiente para mantener su estructura, la nave se alejó volando por encima del plano de la galaxia, más parecida a un trozo gigante de metralla que a una nave, desarmada en su mayor parte, casi ciega y totalmente muda, sin atreverse a utilizar los motores, demasiado toscos y apenas listos para funcionar, por miedo a que la detectasen hasta que, al final, no le quedó más remedio. Incluso entonces conectó los motores solo durante el periodo de tiempo mínimo requerido para evitar chocar con la rejilla de energía que había entre los universos.

Si los idiranos hubieran tenido más tiempo, habrían buscado cualquier fragmento superviviente del VGS y es muy probable que hubieran encontrado a la náufraga. Pero el caso era que había habido asuntos más urgentes que atender. Para cuando a alguien se le ocurrió que había que comprobar otra vez que la destrucción del VGS había sido tan completa como había parecido en un principio, el navío medio destrozado, a un milenio de distancia ya del límite superior del gran disco de estrellas que era la galaxia, estaba lo bastante lejos como para evitar que lo detectaran.

Comenzó a repararse a sí misma poco a poco. Pasaron cientos de días. Con el tiempo, se arriesgó a utilizar sus muy trabajados motores para que la arrastraran hacia las regiones del espacio donde esperaba que la Cultura siguiera dominando. Sin saber muy bien quién estaba dónde, se abstuvo de enviar señales hasta que, al final, regresó a la galaxia en sí, en una región que estaba razonablemente segura de que todavía debía permanecer fuera del control idirano.

La señal que anunciaba su llegada causó alguna confusión al principio pero un VGS fue a su encuentro y la acogió a bordo. Le informaron que tenía una hermana gemela.

Fue la primera, pero no la última vez que iba a ocurrir algo parecido durante la guerra, a pesar del cuidado que tuvo la Cultura a la hora de confirmar las muertes de sus Mentes. La Mente original se volvió a colocar en otro VGS recién construido que tomó el nombre de Daño permanente I. La nave sucesora se puso un nuevo nombre, Daño permanente II.

Se convirtieron en parte de la misma flota de batalla tras una solicitud conjunta y lucharon juntas durante otras cuatro décadas de guerra. Hacia el final, las dos estaban presentes cuando tuvo lugar la batalla de las Dos Novas, en la región del espacio conocida como Arma Uno-Seis.

Una sobrevivió, la otra pereció.

Habían intercambiado sus estados mentales antes de que comenzara la batalla. La superviviente incorporó el alma de la nave destruida a su propia personalidad, como habían acordado. Esta también estuvo a punto de ser aniquilada en la lucha y una vez más tuvo que coger una nave más pequeña para salvarse tanto ella como el alma rescatada de su gemela.


¿Cuál murió? preguntó Ziller. ¿La I ó la II?

El avatar esbozó una sonrisa cohibida.

Estábamos muy cerca en el momento en que ocurrió y fue todo muy confuso. Pude ocultar quién murió y quién sobrevivió durante muchos años, hasta que alguien hizo el trabajo policial relevante. Fue la II la que murió, la I la que vivió. La criatura se encogió de hombros. No importaba. Fue solo la estructura de la nave que albergaba el sustrato lo que quedó destruido, y el cuerpo de la nave superviviente sufrió el mismo destino. El resultado fue el mismo que si hubiera sido al revés. Ambas Mentes se convirtieron en una sola Mente, yo. El avatar pareció dudar, después hizo una reverencia exquisita.

Ziller observó el orbital, que pasaba a toda velocidad sobre sus cabezas. Las hileras de vagones pasaban disparadas, casi demasiado rápido para poder seguirlas. Solo se veían las impresiones más vagas de los vagones, incluso en los trenes largos, a menos que se movieran en la misma dirección que parecía moverse el módulo. Luego parecían moverse más despacio durante un rato, antes de apartarse, adelantarse, quedarse atrás o dibujar una curva hacia alguno de los dos lados.

Me imagino que la situación debía de ser muy confusa si pudiste ocultar quién había muerto dijo Ziller.

Era bastante mala asintió el avatar con ligereza. Estaba observando la superficie inferior del orbital, que pasaba zumbando, con una sonrisa vaga en la cara. Como suele ocurrir en la guerra.

¿Qué hizo que quisieras convertirte en la Mente de un Centro?

¿Quiere decir aparte de la necesidad de asentarme y hacer algo constructivo después de todas las décadas que me había pasado cruzando como un rayo la galaxia para destruir cosas?

Sí.

El avatar se giró para mirarlo.

He de suponer que ha hecho sus deberes, compositor Ziller.

Sé algo de lo que ocurrió. Pero piensa en mí como alguien lo bastante anticuado, o lo bastante primitivo, como para querer oír las cosas directamente de la persona que estaba allí.

Tuve que destruir un orbital, Ziller. De hecho, tuve que bombardear tres en un solo día.

Bueno, la guerra es un infierno.

El avatar lo miró como si quisiera averiguar si el chelgriano se estaba esforzando demasiado para quitarle importancia a la situación.

Como ya he dicho, los acontecimientos se encuentran todos en los archivos públicos.

¿He de entender que no había alternativa?

Así es. Ese fue el criterio con el que tuve que actuar.

¿El tuyo?

En parte. Formé parte del proceso de toma de decisiones, aunque si no hubiera estado de acuerdo, quizá hubiera actuado de todos modos como lo hice. Para eso está la planificación estratégica.

Debe de ser una carga, no poder decir siquiera que solo estabas obedeciendo órdenes.

Bueno, eso siempre es mentira, o señal de que se está luchando por una causa indigna, o que todavía le falta mucho para desarrollarse de una forma civilizada.

Un desperdicio terrible, tres orbitales. Una responsabilidad.

El avatar se encogió de hombros.

Un orbital no es más que materia inconsciente, aunque represente un gran esfuerzo y un gran empleo de energía. Sus Mentes ya estaban a salvo, hacía tiempo que se habían ido. Fueron las muertes humanas lo que me afectó.

¿Murió mucha gente?

Tres mil cuatrocientas noventa y dos.

¿De cuántas?

Trescientos diez millones.

Una proporción pequeña.

Siempre es el cien por cien para los individuos en cuestión.

Con todo.

No, no hay ningún «con todo» dijo el avatar sacudiendo la cabeza. La luz se deslizó por su piel plateada.

¿Cómo sobrevivieron esos cientos de millones?

Los sacaron de allí, en su mayoría. Alrededor de un veinte por ciento fue evacuado en vagones de metro, funcionan como botes salvavidas. Hay muchas formas de sobrevivir, se pueden trasladar orbitales enteros si tienes tiempo, o puedes sacar a la gente, o (a corto plazo) utilizar vagones de metro u otros sistemas de transporte, o simples trajes. En unas cuantas ocasiones se evacuaron orbitales enteros por medio de la transmisión/almacenamiento; los cuerpos humanos quedaron inertes después de que se transmitieran sus estados mentales. Aunque eso no siempre te salva, si el sustrato de almacenamiento también se ha convertido en escoria antes de poder transmitir la información.

¿Y los que no escaparon?

Todos sabían lo que estaban eligiendo. Algunos habían perdido seres queridos, algunos estaban, supongo, locos, pero nadie estaba lo bastante seguro como para negarles la posibilidad; otros eran viejos o estaban cansados de la vida, y algunos esperaron demasiado para escapar, ya fuera de forma corpórea o enviando la información después de ver el espectáculo, o tuvieron algún problema con su transporte o con el archivo o la transmisión de su estado mental. Algunos tenían creencias que les hicieron quedarse. El avatar clavó los ojos en los de Ziller.

»Salvo por los que experimentaron fallos en el equipo, grabé todas y cada una de esas muertes, Ziller. No quería que fueran seres anónimos, no quería ser capaz de olvidar.

Un poco morboso, ¿no?

Llámelo como quiera. Fue algo que sentí que tenía que hacer. La guerra puede alterar tu percepción, cambiar tus valores. Yo no quería sentir que lo que estaba haciendo era cualquier otra cosa que no fuera trascendental y horrendo, incluso, en cierto sentido primario, una barbarie. Envié drones, micromisiles, plataformas con cámaras y micrófonos ocultos a esos tres orbitales. Vi morir a cada una de esas personas. Algunas desaparecieron en menos de un abrir y cerrar de ojos, destruidas por mis propias armas de energía o aniquiladas por las cabezas nucleares que había desplazado. Algunas tardaron solo un poco más, incineradas por la radiación o destrozadas por los estallidos. Algunas murieron muy despacio, cayendo al espacio para toser sangre, que se convertía en hielo rosa delante de sus ojos congelados, o se encontraron de repente ingrávidas cuando el suelo desapareció bajo sus pies y la atmósfera que las rodeaba se alzó en el vacío como una tienda atrapada en una galerna, de modo que ellos se encontraron buscando aire hasta que murieron.

»A la mayoría los podría haber rescatado, los mismos desplazados que estaba usando para bombardear el sitio podrían haberlos absorbido y como último recurso mis efectores podrían haberles extraído los estados mentales de la cabeza al tiempo que los cuerpos se congelaban o ardían a su alrededor. Hubo tiempo de sobra.

Pero las dejaste allí.

Sí.

Y las observaste.

Sí.

Con todo, la decisión de quedarse fue suya.

Así es.

¿Y les pediste permiso para grabar su agonía?

No. Ya que me daban la responsabilidad de matarlos, al menos podían complacerme en eso. Sí que les dije antes a todos los interesados lo que iba a hacer. Esa información salvó a unos cuantos. Aunque atrajo bastantes críticas. Algunas personas pensaban que era un acto de insensibilidad.

¿Y tú cómo te sentiste?

Espeluznado. Compadecido. Desesperado. Distanciado. Eufórico. Endiosado. Culpable. Horrorizado. Miserable. Contento. Poderoso. Responsable. Manchado. Apenado.

¿Eufórico? ¿Contento?

Esas son las palabras que más se acercan. Hay una euforia innegable cuando se provoca el caos, cuando se produce una destrucción tan masiva. En cuanto a lo de sentirme contento, me satisfizo que algunos de los que murieron lo hicieran porque fueron lo bastante estúpidos como para creer en dioses o en un más allá que no existe, aunque sentí una pena terrible por ellos cuando murieron en la ignorancia y por culpa de sus disparates. Me sentí contento porque mis sistemas armamentísticos y sensoriales estaban funcionando como se suponía que debían funcionar. Me sentí contento porque, a pesar de mis recelos, fui capaz de cumplir con mi obligación y actuar como había determinado que debía hacerlo un agente moralmente responsable, dadas las circunstancias.

¿Y eso te convierte en el ser más adecuado para regir un mundo de cincuenta mil millones de almas?

Desde luego dijo el avatar sin inmutarse. He saboreado la muerte, Ziller. Cuando mi gemela y yo nos fusionamos, estábamos lo bastante cerca como para que la nave que estaba siendo destruida mantuviese un enlace en tiempo real con el substrato de la Mente de su interior al tiempo que la destrozaban las fuerzas mareomotrices producidas por un arma de línea. Todo terminó en un microsegundo, pero la sentimos morir poco a poco, zona por zona distorsionada, recuerdo por recuerdo desaparecido, todos continuaron adelante hasta el final amargo y absoluto gracias al ingenio del diseño de la Mente, todos retrocedieron, se replegaron, se cerraron, retiraron, reagruparon, comprimieron, abandonaron, abstrajeron y se hicieron valer de artificios, intentando siempre y por cualquier medio posible, mantener la personalidad de la nave, su alma intacta, hasta que ya no quedaba nada más que sacrificar, ningún otro sitio al que ir y ya no quedaban estrategias de supervivencia que aplicar.

»Al final fue desapareciendo en la nada, fue haciéndose añicos hasta que se disolvió convertida en una bruma de partículas subatómicas y la energía del caos. Las últimas dos cosas coherentes a las que se aferró fueron su nombre y la necesidad de mantener el enlace que comunicaba todo lo que le estaba pasando y nos lo enviaba. Experimentamos todo lo que experimentó esa nave, todo su desconcierto y terror, cada pizca de cólera y orgullo, hasta el último matiz de dolor y angustia. Morimos con ella, nosotras éramos ella y ella era nosotras.

»Así que ya ve que ya he muerto y puedo recordar y revivir la experiencia con todo detalle cada vez que lo desee. El avatar esbozó una sonrisa sedosa al inclinarse sobre el compositor, como si quisiera hacerle una confidencia. No olvide jamás que no soy este cuerpo plateado, mahrai. No soy un cerebro animal, ni siquiera soy un intento de producir una IA a través de un programa que se ejecuta en un ordenador. Soy una Mente de la Cultura. Somos casi dioses, y estamos muy por encima.

»Somos más rápidos, vivimos más deprisa y de una forma más completa que vosotros, con muchos más sentidos, una reserva mucho mayor de recuerdos y con un nivel mucho más refinado de detalles. Morimos con más lentitud y también de una forma mucho más completa. No se olvide que he tenido la oportunidad de comparar y contrastar las formas de morir.

Miró hacia otro lado durante un momento. El orbital corría sobre sus cabezas. Nada permanecía ante ellos más de lo que duraba un parpadeo. Los raíles del metro eran contornos borrosos. La impresión de velocidad era colosal. Ziller bajó la cabeza. Las estrellas parecían inmóviles.

Había echado cuentas mentalmente antes de entrar en el módulo. La velocidad que llevaban en relación con el orbital era de unos ciento diez kilómetros por segundo. Los trenes expresos de largo recorrido todavía serían capaces de adelantarlos, al módulo le llevaría un día entero rodear el mundo que se cernía allí, mientras que la garantía de tiempo de viaje que daba el Centro era solo de dos horas de un puerto de tren expreso a otro, y un viaje de tres horas desde cualquier punto de acceso de una plataforma dada a otro.

He visto morir a las personas con todo detalle, exhaustivo y penetrante continuó el avatar. Lo he sentido con ellos. ¿Sabía usted que el verdadero tiempo subjetivo se mide en la duración mínima de pensamientos independientes demostrados? Por segundo, un humano (o un chelgriano) quizá tenga veinte o treinta, incluso en el estado enaltecido de angustia extrema que se asocia con el proceso de morir de forma dolorosa. Los ojos del avatar parecían brillar. Se adelantó, quedó separado de la cara del compositor solo por la anchura de una mano.

»Mientras que yo susurró, tengo billones. Sonrió y hubo algo en su expresión que hizo que Ziller apretara los dientes. Vi morir a esos pobres desgraciados a cámara muy, muy lenta y sabía, incluso mientras miraba, que era yo el que los había matado, el que estaba en esos momentos ocupado en el proceso de matarlos. Es muy, muy fácil que algo como yo pueda matar algo como ellos, o como usted; y, como descubrí, algo absolutamente repugnante. Igual que no me hace falta preguntarme qué se siente al morir, tampoco me hace falta preguntarme qué se siente al matar, Ziller, porque lo he hecho y es un desperdicio, un acto torpe, indigno y odioso.

»Y como quizá se imagine, considero que tengo una obligación que cumplir. Tengo intención de pasar el resto de mi existencia aquí, siendo el Centro de Masaq durante el tiempo que me necesiten o hasta que ya no me quieran, oteando para siempre a barlovento por si se acercan tormentas y protegiendo, en general, este pintoresco y pequeño círculo de cuerpecitos frágiles, y los vulnerables cerebritos que albergan, para evitarles cualquier daño que un gran universo mecánico y tonto, o cualquier fuerza consciente malévola, les pueda o desee infringir, sobre todo porque sé lo espeluznantemente fácil que es destruirlos. Daré mi vida para salvar la suya, si en algún momento se llega a eso. Y además la daré encantado, con alegría, sabiendo que el intercambio puede saldar la deuda que adquirí hace ochocientos años, allá en Arma Uno-Seis.

El avatar dio un paso atrás, esbozó una amplia sonrisa y ladeó la cabeza. Ziller pensó que de repente parecía que había estado comentando el menú de un banquete o la ubicación de un nuevo tubo de acceso al metro.

¿Alguna otra pregunta, compositor Ziller?

Este lo miró durante unos momentos.

dijo. Levantó la pipa. ¿Puedo fumar aquí?

El avatar se adelantó, le rodeó los hombros con un brazo y con la otra mano chasqueó los dedos. Una llama amarilla azulada surgió del dedo índice.

Por favor.

Sobre sus cabezas, en cuestión de segundos, el orbital fue frenando hasta detenerse mientras bajo sus pies las estrellas comenzaban a girar una vez más.

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