Uagen Zlepe, erudito, se estaba preparando una infusión de hojas de jhagel cuando Praf 974 apareció de repente en el alféizar de la ventana de la pequeña cocina.
El humano adaptado a simio y la tomadora de decisiones de quinto orden convertida en intérprete habían regresado al behemotauro dirigible Yoleus sin contratiempos, tras recuperar el bolígrafo errante de la placa de escritura glífica y tras avistar lo que fuera que avistaron bajo ellos en las azules profundidades de la aerosfera. Praf 974 había salido volando, literalmente, para informar a su superior. Y Uagen había decidido echar una cabezadita después de tantos nervios. Al despertarse, al cabo de una hora exacta, tenía la boca seca y llegó a la conclusión de que un té de hojas de jhagel sería lo mejor.
La ventana circular de su minúscula cocina daba a un bosque inclinado, que conformaba la superficie frontal superior de Yoleus. De ella, colgaba una serie de cortinas de gasa que podía abrir y cerrar a su antojo, pero que casi siempre dejaba recogidas a los lados. Las vistas, anteriormente, habían sido fantásticas y luminosas, pero a lo largo de los últimos tres años, solo consistían en una gran sombra bajo la acechadora presencia de Muetenive, la eventual pareja de Yoleus. El follaje de la piel del behemotauro Yoleus estaba empezando a adquirir un aspecto encogido y anémico bajo la oscuridad de la otra criatura. Uagen suspiró e inició el proceso de preparación de su infusión.
Las hojas de jhagel eran muy preciadas para él. Solo había traído consigo algunos kilos desde casa; y no le quedaba más que un tercio de aquella cantidad en aquel momento, por lo que se había impuesto un racionamiento de una taza cada veinte días para controlar el consumo. Debería haber traído semillas, supuso, pero, por alguna razón, lo había olvidado.
Preparar la infusión se había convertido en una especie de ritual para Uagen. Presuntamente, el té de jhagel debía tener efectos tranquilizantes, pero para él, solo el proceso de preparación ya lo relajaba notablemente. Tal vez cuando se terminasen las existencias, tendría que realizar los mismos movimientos con alguna mezcla placebo —sin bebérsela, naturalmente—, para observar qué grado de tranquilidad podía inducirse únicamente mediante la ceremonia de la preparación.
Con el ceño fruncido por la concentración, empezó a colar parte de la infusión de color verde pálido a una taza caliente con la ayuda de un hondo recipiente que contenía veintitrés capas graduadas de filtros, con temperaturas oscilantes entre los cuatro y los veinticuatro grados.
Entonces, la intérprete Praf 974 se posó en el alféizar de su ventana sin previo aviso. Uagen dio un respingo y parte del líquido caliente se vertió sobre su mano.
—¡Ay! Mmm, hola, Praf. Mmm, sí, ¡ay!
Dejó la taza y la tetera sobre la encimera y puso la mano bajo el grifo de agua fría.
La criatura saltó a través de la ventana circular, con las alas fuertemente plegadas. En el pequeño fregadero, pareció de pronto enormemente grande.
Miró el pequeño charco que había dejado la infusión.
—Momento de relax —observó.
—¿Eh? Ah, sí —repuso Uagen—. ¿Qué puedo hacer por ti, Praf?
—El Yoleus quiere hablar contigo.
Aquello no era algo habitual.
—¿Cómo? ¿Ahora?
—Inmediatamente.
—¿Por qué iba…? ¿Sobre…?
—Sí.
Uagen se sintió algo asustado. Podía intentar tranquilizarse un poco. Señaló la tetera que reposaba sobre los fogones.
—¿Y mi té de hojas de jhagel?
Praf 974 miró la tetera y luego a Uagen.
—Su presencia no ha sido requerida.
—¿Estás seguro, Yoleus? Mmm. Es decir, que…
—Suficientemente seguro. ¿Necesitas un porcentaje de expresión?
—No. No hace falta. Es terriblemente. Solo es que. No estoy seguro de. Es muy…
—Uagen Zlepe, erudito, no estás acabando las frases.
—Ah, ¿no? Bueno, me refiero a… —Uagen tragó saliva—. ¿Realmente crees que es necesario que vaya allí abajo?
—Sí.
—Ah.
—Mmm. El. Mmm. Sea lo que sea, ¿no subirá hasta aquí?
—No.
—¿Seguro?
—Suficientemente seguro. Ese lo que sea piensa que la mejor forma de experimentar es en una situación/circunstancia similar a esta.
—Ah. Ya veo.
Uagen se encontraba de pie, de una forma algo precaria, sobre lo que parecía una zona pantanosa especialmente inestable. De hecho, estaba en el interior más profundo del cuerpo del behemotauro dirigible Yoleus, en una estancia que solo había visto una vez anteriormente, y que hubiera preferido no tener que visitar de nuevo a lo largo de toda su estancia.
El lugar era del tamaño aproximado de un salón de baile. Era semiesférico, con nervios y curvas por todas partes. Incluso el suelo tenía ondulaciones, olas bajas y huecos. Las paredes parecían gigantescas cortinas plegadas, reunidas en forma de esfínter en la cumbre. Estaba oscuro y Uagen se veía obligado a utilizar su sensor interno de infrarrojos, que hacía que todo pareciera gris y granulado, y si cabía, aún más aterrador.
El olor era similar al de una alcantarilla situada bajo un matadero. Adheridos a la pared, había seres muertos, muertos vivientes y vivos. Uno de ellos —perteneciente a la última categoría, por suerte— era Praf 974. Por debajo de ella, empequeñeciendo visualmente su tamaño, estaban las recién adheridas carcasas, con aspecto seco, de dos falfícoras, con las alas y las garras colgando. Junto a la intérprete, se hallaba el cuerpo aún mayor de un explorador de rapiña.
Praf 974 no tenía mal aspecto; estaba colgada, con las alas bien plegadas y las patas en posición de parada. La criatura que estaba suspendida junto a ella, cuyo cuerpo era casi del tamaño del de Uagen y cuyas alas medían quince metros de punta a punta, parecía encontrarse muy debilitada y —si no estaba ya muerta— cerca de la muerte. Tenía los ojos entornados, y su enorme cabeza con pico caía desplomada sobre su pecho, con las alas pegadas a la curvada pared de la estancia, y las piernas colgando sin movimiento.
Algo que parecía una raíz o un cable partía de la base de su cráneo y se adentraba en la pared. La zona por donde se introducía en su cabeza estaba manchada de sangre, empapando su oscura piel escamosa. La criatura experimentó un súbito escalofrío y dejó escapar un grave gemido.
—El informe del explorador de rapiña sobre la criatura de allí abajo ha resultado insuficiente —dijo el behemotauro dirigible Yoleus a través de Praf 974—. Las falfícoras capturadas aún saben menos, excepto por un rumor reciente de alimentos. Su información podría ser suficiente.
Uagen tragó saliva.
—Mmm —fue capaz de decir, mirando fijamente al explorador de rapiña. Según los estándares locales, ni lo habían torturado, ni tan siquiera maltratado, pero lo que fuera que le había ocurrido no parecía nada agradable. Lo habían enviado a reconocer la silueta que Uagen y Praf 974 habían avistado cuando buscaban el bolígrafo de la placa de escritura glífica.
El explorador de rapiña se había zambullido en las profundidades, escoltado por el resto de su banda. Se había posado sobre lo que, aparentemente, era otro behemotauro dirigible, pero que estaba herido o dañado y que, posiblemente, había perdido el rumbo y, probablemente, la razón. Había investigado algo en su interior, y emprendido el vuelo a toda prisa hacia Yoleus, que había escuchado sus informaciones y llegado a la conclusión de que la criatura no era lo suficientemente elocuente como para explicar de forma adecuada lo que había observado —el explorador de rapiña ni siquiera fue capaz de determinar la identidad del otro behemotauro—, por lo que Yoleus decidió mirar directamente en sus recuerdos, hurgando en ellos con la ayuda de un enlace directo entre su mente y la de Yoleus, fuera cual fuera, y estuviera donde estuviera.
En todo aquello no había nada inhabitual, ni siquiera cruel; el explorador de rapiña era, en cierto sentido, una parte del behemotauro dirigible, y no hubiera tenido sentido que tuviera intereses o incluso una existencia ajena a la inmensa criatura; probablemente, se había sentido orgulloso de que la información que albergaba fuese lo bastante importante como para que Yoleus quisiera verla directamente. No obstante, a ojos de Uagen, seguía pareciendo un pobre miserable encadenado a un muro en una cámara de tortura, después de que su torturador le hubiera extraído lo que quería. La criatura gimió de nuevo.
—Mmm. Sí —dijo Uagen—. Yo podría hacer ese informe. Verbal, ¿no?
—Sí —respondió el behemotauro dirigible a través de Praf 974.
Uagen sintió cierto alivio.
Entonces, la intérprete se apoyó contra la pared que se erigía tras ella. Parpadeó unas cuantas veces y dijo:
—Mmm.
—¿Qué? —preguntó Uagen, repentinamente consciente de un curioso sabor en su boca. Sabía que estaba manoseando el collar que le había regalado su tía Silder. Bajó las manos a los lados. Le temblaban.
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—También estaría…
—¿El qué? ¿El qué? —Uagen era consciente de que su voz era poco menos que un aullido.
—La placa de escritura glífica.
—¿Qué?
—Tu placa. Se puede utilizar para registrar las impresiones que recibas, lo que me resultará de gran utilidad.
—¡Ah! La placa. Sí, sí, claro. ¡Eso!
—Bien, entonces, estamos de acuerdo.
—Mmm. Sí. Supongo. Es…
—Libero a la Decisiva de quinto orden de la Tropa Deductora del Decimoprimer Follaje que ahora es la intérprete Praf 974. —Se oyó un sonido similar al de un beso sonoro, y Praf 974 se despegó de la pared, dejándose caer en picado a lo largo de los dos primeros metros antes de replegar sus alas con un fuerte estrépito, con la mirada salvaje, como si la hubieran despertado de un susto. Praf 974 flotó frente al rostro de Uagen, aleteando y esparciendo con el movimiento un olor a podrido hacia él. Se aclaró la garganta.
—Siete bandas de exploradores de rapiña te acompañarán —le dijo—. Llevarán una vaina de señalización por luces con ellos y te esperarán.
—Y ahora, ¿qué?
—Pronto equivale a bueno, tarde a peor, Uagen Zlepe, erudito. Por tanto, inmediatez.
—Mmm.
Cayeron en masa, entrelazados, por el abismo de aire azul oscuro. Uagen se estremeció y miró a su alrededor. Uno de los soles había desaparecido. El otro se había desplazado. Por supuesto, no se trataba de soles reales, sino de inmensos puntos de luz; esferas del tamaño de pequeñas lunas cuyo calor aniquilador se encendía y se apagaba siguiendo un patrón dictado por su propio baile por aquel inmenso mundo.
A veces, brillaban lo suficiente como para evitar caer en lo más hondo del pozo gravitatorio de Oskendari, otras veces ardían, bañando de radiación las zonas más cercanas de la aerosfera mientras la presión de la luz liberada los impelía hacia arriba, de forma que habrían podido escapar de la atracción de la aerosfera de no ser porque giraban y emitían un pulso de luz que los hacía retroceder de nuevo.
Aquellas lunas solares podían copar varias vidas de estudio; Uagen lo sabía, pero posiblemente pertenecían más al campo de alguien interesado en la física que a alguien como él. Subió el sistema de calefacción de su traje —habían logrado persuadir a Yoleus para que le permitiese volver a sus dependencias y vestirse con algo más adecuado para una misión de exploración—, pero empezó a transpirar. En realidad, no tenía frío, sino miedo. Lo volvió a bajar.
Las tres bandas de exploradores de rapiña caían en torno a él, con sus largos cuerpos oscuros en forma de dardos girando lentamente mientras surcaban el viento denso y azul con sus enormes picos. Los motores de los brazaletes de los tobillos rugían suavemente, manteniéndolo al ritmo de los aerodinámicos y esbeltos exploradores. Praf 974 iba agarrada a su espalda, con el cuerpo pegado al suyo desde la nuca hasta la grupa, y las alas envolviendo su torso. Si hubieran caído por separado, la intérprete las habría desplegado. Su abrazo era fuerte, y Uagen ya se había visto obligado a pedirle que aflojara un poco la intensidad porque se estaba quedando sin respiración.
Tenía la vana esperanza de que el otro behemotauro dirigible hubiera desaparecido, pero, de pronto, allí estaba; un extenso y alarmante abismo de un azul aún más profundo yacía bajo ellos. Uagen sintió encogerse su corazón y se preguntó si la criatura pegada a su espalda podía sentir su miedo.
Intentó decidir si se avergonzaba de estar asustado, y decidió que no. El miedo existía por algún propósito. Se hallaba conectado a cualquier criatura que no hubiera vuelto completamente la espalda a su herencia evolutiva y se había rehecho en cualquier imagen que codiciaba. Cuanto más sofisticado se volvía un ser, menos recurría al miedo y al sufrimiento para mantenerse vivo; podía permitirse ignorarlos porque existían otras formas de afrontar las consecuencias cuando las cosas se torcían.
Se preguntó cómo encajaba en todo aquello la imaginación. Tenía la sensación de que debía hacerlo. Cualquier organismo podía aprender a evitar experiencias de una determinada índole, que previamente le hubieran producido daños y, por ende, dolor. Pero con la inteligencia real aparecía una forma de anticipación al dolor, que prevaciaba la herida. Uagen pensó que existiría alguna serie de glifos sobre el tema. Trabajaría con ellos más tarde, suponiendo que sobreviviera.
Levantó la vista. Yoleus era invisible, con su inmensa masa perdida en la dispersa neblina superior. Lo único que alcanzó a ver fue la silueta de la vaina de señalización por infrarrojos, y a sus exploradores de rapiña ayudantes, cayendo a la mayor velocidad posible. En torno a él, desplomándose hacia la colosal sombra azul, doscientas siluetas oscuras susurraban y silbaban en el denso y cálido aire.
Al cabo de lo que parecieron pocos segundos, dichas siluetas empezaron a expandirse de repente, agarrándose a la atmósfera con sus inmensas alas desplegadas. Praf 974 se desprendió de su espalda y cayó por separado, con las alas medio extendidas.
Uagen pudo ver con detalle el plano superior del behemotauro dirigible que tenía debajo; cicatrices y aberturas en los bosques del lomo de la criatura y aletas hechas jirones arrastraban tiras de materiales gaseosos a lo largo de varios kilómetros tras la lánguida estela que dejaba atrás la criatura. Algunas de sus aletas habían desaparecido en masa, y hacia la parte posterior de la enorme silueta, había una especie de enorme mordisco, como si un ser todavía mayor hubiera dado un gran bocado al behemotauro.
—Parece que se han comido un trozo, ¿no? —gritó Uagen a Praf 974.
Ella volvió ligeramente la cabeza hacia él, y contestó:
—El Yoleus cree que nunca han existido precedentes de daños semejantes.
Uagen se limitó a asentir, y luego recordó que los behemotauros dirigibles vivían decenas de millones de años, como mínimo. Aquel tiempo era mucho como para que no se hubieran dado precedentes.
Miró hacia abajo. El lomo marcado del behemotauro anónimo se elevó hasta donde se encontraban. Uagen observó que bullía de actividad. La criatura agonizante había sido descubierta por más seres que un simio humano y unas falfícoras.
Era como un terrible cruce entre un cáncer y una guerra civil. Todo el ecosistema formado por el behemotauro dirigible Sansemin se estaba desgarrando. Y ahora, otros seres se unían a ellos.
Habían descubierto su nombre gracias a su descripción. Praf 974 efectuó un vuelo de reconocimiento en torno a él, tomando un registro de todas las marcas distintivas no destruidas o alteradas por la destrucción que estaba teniendo lugar. Seguidamente, se posó sobre el pequeño mogote de la piel desnuda que lo envolvía, en la parte superior, donde la tropa de exploradores de rapiña había establecido su base principal. La intérprete había transmitido todos sus hallazgos mediante la enorme vaina de señalización con forma de semilla, que se encontraba en el centro del improvisado complejo. Los rayos infrarrojos de la vaina habían encontrado a Yoleus a varias decenas de kilómetros en dirección ascendente, y recibieron respuesta unos momentos más tarde. Según los registros de la biblioteca que compartía Yoleus con su especie, el behemotauro agonizante se llamaba Sansemin.
Sansemin siempre había sido un forastero, un renegado, casi un fugitivo. Había desaparecido de la sociedad miles de años atrás, y se le atribuía el hecho de frecuentar los volúmenes menos elegantes y acogedores de la aerosfera, tal vez a solas, o posiblemente en compañía de un grupo reducido de otros behemotauros inadaptados cuya existencia era conocida. Se habían dado otros casos difusos y no confirmados de avistamientos de la criatura a lo largo de los primeros siglos de su exilio voluntario, pero, a partir de entonces, no se supo nada más.
Y ahora lo habían redescubierto, pero se encontraba en guerra consigo mismo y estaba a punto de morir.
Bandadas de falfícoras rodeaban al gigante en nubes confusas, alimentándose de su follaje y de las capas externas de su piel. Esmerinos y fueléridos, las mayores criaturas aladas de la aerosfera, repartían su tiempo entre la carne viva del behemotauro y los enjambres de falfícoras cuya temeridad se había dejado tentar por el exceso de alimentos disponibles. Los lustrosos cuerpos bulbosos de los diseisores ogrinos —una forma rara de behemotauros flexibles de tan solo unos cientos de metros de longitud, y los mayores depredadores del mundo— nadaban por el aire con movimientos tremendamente veloces y sinuosos, dejándose caer en picado para arrancar trozos del cuerpo de Sansemin y sin dejar escapar a grupos enteros de falfícoras despistadas, así como de los ocasionales esmerinos y fueléridos.
Fragmentos de piel y tendones del behemotauro caían en las sombras azules como velas oscuras desgarradas de máquinas arrasadas por ciclones; nubes de gas surgían de la nada, dispersando bocanadas de vapor en el aire mientras las bolsas externas de gas de la criatura estallaban en pedazos; los cuerpos desmembrados de las falfícoras, los esmerinos y los fueléridos se tambaleaban en espirales sangrientas hacia el abismo, con alaridos que sonaban alarmantemente cercanos en las profundas masas compactas de aire, y casi ahogados por todas las criaturas presentes.
Los exploradores de rapiña, los atacantes en masa, los defensores externos y el resto de criaturas que formaban parte del dispersado Sansemin, y que en circunstancias normales habrían mantenido a raya a sus agresores, no se veían por ninguna parte. Solo se habían descubierto los restos de algunos al caer otros en picado y despojarse de los cuerpos. Los dos esqueletos más enteros se encontraron con las mandíbulas clavadas en sendos cuellos.
Uagen Zlepe estaba de pie sobre la aparentemente sólida superficie del gran lomo del behemotauros dirigible, contemplando un desolador panorama de follaje desgarrado y marchito, arrancado a jirones por bandadas de falfícoras. Se encontraba junto a la vaina de señalización, que medía siete metros de anchura y estaba anclada a la superficie que envolvía a la criatura por una docena de ganchos pequeños, hechos con talones de falfícoras y tensada por unos cuantos Decisivos casi idénticos a Praf 974.
Formando una circunferencia junto a ellos, había una barrera viva defensiva formada por cien exploradores de rapiña de Yoleus, patrullada desde arriba por otras cincuenta o sesenta criaturas iguales, volando en círculos. Hasta el momento, habían repelido todos los ataques y no habrían causado bajas; incluso uno de sus diseisores ogrinos, claramente intrigado por la vaina de señalización, había salido huyendo tras enfrentarse a veinte exploradores de rapiña en formación de ataque, y había regresado a las zonas descubiertas de la superficie del behemotauro agonizante.
A doscientos metros hacia el interior del lomo de Sansemin, cerca de la protuberancia de un espinazo, un esmerino bajó en picado, dispersando a las criaturas de menor tamaño en una ventisca de desgarradores gritos; abalanzándose sobre una gigantesca herida de la piel del behemotauro. Uagen vio el impacto del animal contra la carne. El depredador batió sus alas de veinte metros y sumergió su enorme cabeza, despellejando el tejido expuesto.
Una bolsa de gas, separada de su estructura de apoyo, se alzó hacia arriba desde la herida abierta. Empezó a ascender. El esmerino la miró, y la ignoró; la bandada de falfícoras que había más arriba se abalanzó sobre ella, chillando, hasta que se perforó y salió despedida, desinflándose en un largo quejido gaseoso y dispersando a las rabiosas falfícoras que había dejado atrás.
Se oyó un ruido sordo a sus pies. Uagen saltó.
—Ah, Praf —dijo, mientras la intérprete escondía las alas. Se había marchado con una docena de exploradores de rapiña para investigar el interior del behemotauro—. ¿Has descubierto algo?
Praf 974 contempló la bolsa de gas mientras caía, completamente desinflada, sobre el follaje del bosque cercaba a las aletas superiores delanteras de Sansemin.
—Hemos encontrado algo —repuso—. Ven a echar un vistazo.
—¿Dentro? —preguntó Uagen, nervioso.
—Sí.
—¿Es seguro… mmm… el interior?
—Puede haber una explosión —contestó Praf 974, con tono indiferente—. De tener lugar, sería de naturaleza catastrófica.
—¿Catastrófica? —Uagen tragó saliva.
—Sí. El behemotauro dirigible Sansemin quedaría totalmente destruido.
—Mmm… ¿y nosotros?
—También.
—¿También?
—También quedaríamos destruidos.
—Bien. Genial.
—Las probabilidades de que ocurra van aumentando con el paso del tiempo. Con lo cual, retrasarnos no es una opción inteligente. Emprender la expedición es la alternativa recomendable. —Praf 974 arrastró los pies—. Extremadamente recomendable.
—Praf —dijo Uagen— ¿debemos hacerlo?
La criatura se volvió sobre sus talones y lo miró fijamente.
—Por supuesto. Es un deber para con el Yoleus.
—¿Y qué pasa si me niego?
—¿A qué te refieres?
—¿Si no quiero entrar y ver lo que habéis descubierto?
—Entonces, nuestras investigaciones se retrasarán.
Uagen miró a la intérprete a los ojos.
—Se retrasarán —repitió.
—Exacto.
—¿Y qué es lo que habéis encontrado?
—No lo sabemos.
—Entonces…
—Es una criatura.
—¿Una criatura?
—Muchas criaturas. Todas muertas, excepto una. De una especie desconocida.
—¿Qué tipo de especie desconocida?
—Eso es lo que se desconoce.
—Pero, ¿a qué se parece?
—Se parece un poco a ti.
La criatura parecía la muñeca de un bebé alienígena, lanzada contra una pared de púas y suspendida allí. Era de estatura considerable, con una cola que medía la mitad del tamaño de su cuerpo. Tenía la cabeza ancha, cubierta de pelo y arrugada —o esa impresión tuvo Uagen—, aunque en la oscuridad, y con la única ayuda del sensor de infrarrojos, no podía determinar el color de su piel. Sus grandes ojos estaban cerrados. Su cuello era grueso, sus hombros anchos, y tenía dos brazos del tamaño de los de un humano adulto, con unas manos muy voluminosas y pesadas, que más bien parecían zarpas. Solo un behemotauro dirigible o uno de sus acólitos hubiera pensado que se parecía en algo a Uagen Zlepe.
Era una de las veinte formas similares que colgaban de la pared de aquella estancia. Las demás estaban muertas y en estado de descomposición.
Por debajo de los brazos de la criatura, apoyado sobre otro par de hombros, aún más ancho, yacía lo que parecía ser un faldón gigante de piel de animal. Pero, al mirar más de cerca, Uagen se percató de que era una extremidad. Una protuberancia de piel endurecida se extendía de un extremo al otro en forma de ocho, con series de dedos o garras que punteaban el perímetro del miembro. Por debajo del torso, dos fuertes piernas colgaban desde unas amplias caderas. Otra protuberancia cubierta de pelo probablemente ocultaba genitales de alguna clase. La cola era de rayas. Uno de los cables arraigados que Uagen había visto introducidos en el explorador de rapiña en la sala similar de Yoleus se adentraba en la pared desde la cabeza de la criatura.
Allí, el olor era aún peor que en Yoleus. El viaje había resultado horrible. Los behemotauros dirigibles estaban plagados de fisuras, cámaras, cavidades y túneles dispuestos de forma que su colección de fauna anexa pudiera desempeñar sus distintas labores. Muchas de aquellas estancias eran lo suficientemente grandes como para albergar a los exploradores de rapiña y en una de ellas se encontraban tras haber recorrido la distancia desde una entrada del complejo de aletas situado en la zona dorsal trasera del behemotauro.
Los efectos de la revuelta de las criaturas ayudantes del behemotauro contra él eran patentes en todas partes. Habían perpetrado enormes orificios y hendiduras en las paredes de los túneles, manchando el suelo curvado con brotes líquidos en algunas zonas y empalagando otras; varios faldones de tejido colgaban del techo como obscenas pancartas, y las grietas del suelo podían tragarse una pierna, un ala o incluso —al menos, en el caso de Uagen— un cuerpo entero.
Por todas partes, criaturas de menor tamaño seguían dándose un festín con el ser que habían sitiado; otros cadáveres inundaban el suelo del serpenteante túnel, y donde los dos exploradores de rapiña acompañaban a Praf 974 y a Uagen Zlepe por el cuerpo del behemotauro podían hacer lo propio, sin demorarse en sus avances, al arrancar a los parásitos y despedazarlos, abandonándolos tras ellos a su suerte.
Finalmente, llegaron a la estancia en la que el behemotauro recibía información sobre sus semejantes y sus huéspedes. Un gran temblor recorrió la caverna cuando se adentraron en ella, sacudiendo las paredes y lanzando al suelo algunos de los cuerpos en estado de descomposición.
Dos de los exploradores de rapiña especialistas se habían abierto paso escalando con ayuda de sus garras junto a la criatura que parecía viva todavía. Intentaron examinar su cabeza donde el cable arraigado desaparecía. Uno de ellos sostenía algo pequeño y brillante.
—¿Conoces la naturaleza de este ser? —preguntó Praf 974.
—No —repuso Uagen, mirando fijamente a la criatura—. Bien, no del todo. Me resulta vagamente familiar. Puede que la haya visto en televisión o algo así. Pero no sé qué es.
—¿No pertenece a tu clase?
—Por supuesto que no. Míralo. Es mayor, tiene unos ojos enormes y una cabeza completamente distinta. Es decir… mmm… que no es de mi especie, al menos no originalmente, no sé si me explico —dijo Uagen volviéndose hacia Praf, que lo miraba parpadeando—. Pero lo que marca la diferencia es… mmm… esa zona central. Parece una pierna añadida. Bueno, o dos que han crecido juntas. ¿Y ves esas dos… crestas? Apuesto a que son los huesos de lo que eran dos piernas separadas en sus antepasados, antes de evolucionar a una única extremidad.
—¿Y no sabes qué es?
—Mmm… lo siento, pero no.
—¿Crees que si se consigue que hable podrá ser comprendido por ti?
—¿Cómo?
—No está muerto. Está enlazado a la mente del Sansemin, pero la mente del Sansemin sí está muerta. Pero la criatura no lo está. Si conseguimos separar ese enlace con el Sansemin, que sí lo está, entonces tal vez pueda hablar. Si eso fuera así, ¿tú comprenderías lo que dice?
—Ah. Mmm, lo dudo.
—Qué infortunio. —Praf 974 guardó silencio durante unos segundos—. Y, no obstante, significa que debemos apresurarnos en deshacer el enlace lo más pronto posible, lo que resulta positivo porque menguarán nuestras probabilidades de morir cuando el Sansemin sufra su explosión catastrófica.
—¿Qué? —aulló Uagen. La intérprete empezó a repetir literalmente sus palabras, más despacio, pero él la hizo callar—. ¡Es igual! ¡Separad el enlace ahora mismo, y salgamos rápido de aquí! ¡Vamos!
—Así se hará —respondió Praf 974. Parloteó y chasqueó la boca mirando a los dos exploradores de rapiña que colgaban de la pared junto a la criatura alienígena. Ellos se volvieron y le contestaron. Parecía que estaban en desacuerdo.
Otra convulsión sacudió la estancia. El suelo tembló bajo los pies de Uagen, que levantó los brazos hacia los lados para mantener el equilibrio y sintió que se le secaba la boca. Sopló una corriente de aire que pasó a convertirse en una brisa de aire caliente, impregnado de un olor que identificó como el del metano. Borró gran parte del olor a carne podrida, pero Uagen se sintió mareado de terror. Tenía la piel helada y húmeda.
—Por favor. Por favor, marchémonos —susurró.
Los dos exploradores de rapiña hicieron algo tras la cabeza de la criatura colgada en la pared. Esta se desplomó y cayó hacia delante. Acto seguido, empezó a tiritar y levantó la cabeza. Movió la mandíbula, y luego abrió los ojos. Eran muy grandes y oscuros.
Miró a su alrededor, primero a los exploradores de rapiña que tenía a los lados, después al resto de la estancia, a Praf 974 y, finalmente, a Uagen Zlepe. Emitió un sonido, o una serie de sonidos, pero no era un lenguaje que Uagen hubiese oído nunca antes.
—¿No conoces esta forma de comunicación? —preguntó la intérprete. En la pared de tejido vivo agonizante, la criatura puso de pronto los ojos en blanco.
—No —contestó Uagen—. No significa absolutamente nada para mí, me temo. Mmm. Por favor, ¿podemos salir de aquí de una buena vez?
—Tú. Tú… —murmuró la criatura de la pared, en un marain con acento pero reconocible. Miraba fijamente a Uagen, que le devolvía la mirada—. Ayúdame —susurró.
—¿C-c-cómo? —dijo Uagen, casi de forma involuntaria.
—Por favor —prosiguió la criatura—. Cultura. Agente. —Tragó saliva con evidentes síntomas de dolor—. Trama. Asesino. Informe. Por favor. Urgente. Muy urgente.
Uagen intentó hablar, pero no pudo pronunciar palabra. Un olor a quemado impregnaba la corriente de aire de la estancia.
Praf 974 intentó mantenerse en pie cuando un nuevo temblor sacudió el lugar e hizo tambalearse el suelo. Miraba alternativamente a Uagen y a la criatura colgada de la pared.
—¿Conoces esta forma de comunicación? —preguntó.
Uagen asintió.