—¿Cuántos morirán?
—Quizá el diez por ciento. Esos son los cálculos.
—Lo que serían… ¿cinco mil millones?
—Mmm, sí. Es más o menos lo que perdimos nosotros. Ese es el número aproximado de almas a las que se les prohíbe llegar al más allá por culpa de la catástrofe que nos infligió la Cultura.
—Es una gran responsabilidad, estodien.
—Es una matanza, comandante —dijo Visquile, con una sonrisa carente de humor—. ¿Es eso lo que está pensando?
—Es una venganza, una compensación.
—Sigue siendo una matanza, comandante. No nos andemos con remilgos. No nos escondamos tras los eufemismos. Es una matanza de no combatientes y, como tal, ilegal según los acuerdos galácticos que hemos firmado. No obstante, creemos que es un acto necesario. No somos bárbaros ni estamos locos. No se nos ocurriría hacer algo tan horrendo, ni siquiera a los alienígenas, si no hubiera quedado claro que se ha convertido (a causa de las acciones de esos mismos alienígenas) en algo que debe hacerse para rescatar a nuestro propio pueblo del limbo. No cabe duda de que la Cultura nos debe esas vidas. Pero sigue siendo un acto espeluznante, hasta su planteamiento lo es. —El estodien se adelantó un poco en su asiento y cogió una de las manos de Quilan entre las suyas—. Comandante Quilan, si ha cambiado de opinión, si está comenzando a replanteárselo, díganoslo ahora. ¿Todavía está dispuesto a hacerlo?
Quilan miró a los ojos al anciano.
—Una sola muerte ya es espeluznante, estodien.
—Por supuesto. Y cinco mil millones de vidas parecen un número irreal, ¿no es cierto?
—Sí. Irreal.
—Y no lo olvide, los desaparecidos lo han leído, Quilan. Han mirado en su cabeza y saben incluso mejor que usted de lo que es usted capaz. Han declarado que puede hacerlo. Por tanto, deben de estar seguros de que hará lo que debe hacerse aunque hasta usted tenga dudas.
Quilan bajó la mirada.
—Es un consuelo, estodien.
—Es inquietante, diría yo.
—Quizá también un poco. Quizá una persona a la que se podría llamar civil confirmado sentiría más inquietud que consuelo. Pero yo sigo siendo un soldado, estodien. No está mal saber que soy capaz de cumplir con mi obligación.
—Bien —dijo Visquile mientras soltaba la mano de Quilan y se acomodaba otra vez en la silla—. Bueno. Volvemos a empezar. —Se levantó—. Acompáñeme.
Habían pasado cuatro días desde su llegada a la aerosfera. Quilan se había pasado la mayor parte de ese tiempo en la cámara que contenía la nave templo Refugio del alma, con Visquile. Se sentaba o se echaba en la cavidad esférica que había en el espacio interno más profundo del Refugio del alma mientras el estodien intentaba enseñarle a utilizarla función del desplazador del Guardián de Almas.
—El alcance del mecanismo es solo de catorce metros —le dijo Visquile el primer día. Estaban sentados a oscuras, rodeados por un sustrato que albergaba millones de muertos—. Cuanto más pequeño sea el salto y por supuesto, cuanto menor sea el tamaño del objeto que se desplaza, menos potencia se requiere y menos probabilidades hay de que se detecte la acción. Catorce metros debería ser suficiente para lo que se requiere.
—¿Qué es lo que estoy intentando enviar, desplazar?
—En un principio, una de una reserva de veinte cabezas nucleares de fogueo que se introdujeron en su Guardián de Almas antes de que se colocara en su interior. Cuando llegue el momento de que se enfade y dispare, estará manipulando la transferencia de un extremo de un agujero de gusano microscópico, aunque sin el agujero de gusano.
—Eso suena…
—Extraño, como poco. No obstante, es lo que hay.
—¿Entonces no es una bomba?
—No. Aunque el efecto final será bastante parecido.
—Ah —dijo Quilan—. Así que, una vez que ha tenido lugar el desplazamiento, ¿yo me voy tan tranquilo?
—En un principio sí. —Quilan consiguió distinguir que el estodien lo estaba mirando—. ¿Por qué, comandante, esperaba que ese fuera el momento de su muerte?
—Sí, así es.
—Eso sería demasiado obvio, comandante.
—Me han descrito esto como una misión suicida, estodien. Odiaría pensar que hay alguna posibilidad de que sobreviva y me sienta engañado.
—Qué molesto es que aquí esté tan oscuro y no pueda ver la expresión de su cara cuando dice eso, comandante.
—Hablo muy en serio, estodien.
—Mmm. Quizá sea lo mejor. Bueno, permítame tranquilizarlo, comandante. No hay ninguna duda de que morirá cuando se active el agujero de gusano. Al instante. Espero que eso no esté reñido con algún deseo que haya podido albergar de una muerte lenta.
—Con el hecho es suficiente, estodien. El modo no es algo que me preocupe demasiado aunque preferiría que fuera rápido en lugar de lento.
—Y rápido será, comandante. Tiene usted mi palabra.
—Bueno, estodien, ¿y dónde llevo a cabo ese desplazamiento?
—Dentro del Centro del orbital Masaq. La estación espacial que se encuentra en el medio del mundo.
—¿Es un lugar accesible de ordinario?
—Por supuesto. Quilan, los colegios hacen excursiones allí para que sus retoños puedan ver dónde acampa la máquina que supervisa sus consentidas vidas. —Quilan oyó que el anciano recogía las túnicas a su alrededor—. Solo tiene que pedir que se lo enseñen. No parecerá en absoluto sospechoso. Lleva a cabo el desplazamiento y regresa a la superficie del orbital. A la hora señalada, la boca del agujero de gusano se conectará con el agujero en sí. El Centro quedará destruido.
»El orbital continuará funcionando utilizando otros sistemas automáticos situados en el perímetro, pero se perderán algunas vidas cuando varios procesos especialmente críticos se dejen funcionando sin control, serán sistemas de transporte en su mayor parte. Las almas almacenadas en los sustratos del propio Centro también se perderán. En cualquier momento dado, las almas almacenadas pueden llegar a ser más de cuatro mil millones; esas serán las que representen la mayor parte de las vidas que el Puen-Chelgriano requiere para permitir la entrada de los nuestros en el cielo.
«Pensamientos de Quilan»
Las palabras resonaron de repente en su cabeza y lo hicieron estremecerse. Sintió que Visquile se quedaba callado a su lado.
~ Desaparecidos —pensó en voz alta e inclinó la cabeza—. Solo un pensamiento, en realidad. Uno obvio; ¿por qué no permiten que nuestros muertos entren en el más allá sin un acto tan terrible?
«Cielo de héroes. Honrar a los asesinados por el enemigo sin respuesta deshonra a todos los llegados antes (muchos más). Deshonra asumida cuando se creía que guerra culpa nuestra. La responsabilidad es nuestra: aceptamos la deshonra/aceptamos a los deshonrados. Sabemos ahora que guerra causada por otros. Culpa suya deshonra suya responsabilidad suya: deuda suya, ¡alégrate! Los deshonrados se convierten también en héroes una vez que se logre el equilibro de pérdidas.»
~ Me resulta difícil alegrarme sabiendo que tendré tanta sangre en las manos.
«Vas al olvido, Quilan. Tu deseo. La sangre no cae sobre ti, sino sobre tu recuerdo. Restringido a muy pocos si la misión tiene éxito. Piensa en acciones que llevan a misión no en resultados. Resultados no incumbencia tuya. ¿Otras preguntas?»
~ No, no hay ninguna pregunta más, gracias.
—Piense en la copa, piense en el interior de la copa, piense en el espacio de aire que es la forma del interior de la copa, después piense en la copa, luego piense en la mesa, después en el espacio que rodea a la mesa, luego en la ruta que tomaría para llegar de aquí a la mesa, para sentarse a la mesa y tomar la copa. Piense en el acto de ir de aquí a allí, piense en el tiempo que llevaría ir desde este lugar a ese lugar. Piense en cómo camina desde donde está ahora a donde estaba la copa cuando la vio hace unos momentos… ¿Está pensando en eso, Quilan?
—… Sí.
—Envíelo.
Hubo una pausa.
—¿Lo ha enviado?
—No, estodien. Creo que no. No ha pasado nada.
—Esperaremos. Anur está sentado junto a la mesa, observando la copa. Quizá haya enviado usted el objeto sin saberlo. —Se quedaron sentados unos minutos más.
Después, Visquile suspiró y empezó a hablar otra vez.
—Piense en la copa, piense en el interior de la copa, piense en el espacio de aire que es la forma del interior de la copa…
—Nunca lo conseguiré, estodien. No puedo enviar esa maldita cosa a ninguna parte. Quizá el Guardián de Almas esté roto.
—No lo creo. Piense en la copa…
—No se desanime, comandante. Vamos, coma. Mi familia procede de Sysa, y hay un viejo dicho sysano que dice que la sopa de la vida ya tiene sal suficiente sin tener que añadirle encima lágrimas.
Se encontraban en el pequeño refectorio del Refugio del alma, en una mesa apartada del puñado de monjes cuyo turno de vigilancia significaba que también era su hora de comer. Tenían agua, pan y sopa de carne. Quilan bebía el agua de la sencilla copa de cerámica blanca que llevaba usando toda la mañana como objetivo del desplazamiento. Se la quedó mirando de mal humor.
—Pero es que me preocupo, estodien. Quizá haya algún problema. Quizá no tengo la imaginación adecuada o algo, no lo sé.
—Quilan, estamos intentando hacer algo que ningún chelgriano ha hecho jamás. Usted está intentando convertirse en una máquina chelgriana de desplazamiento. No esperará hacerlo bien la primera vez, la primera mañana que lo intenta. —Visquile levantó la cabeza y miró a Anur, el monje desgarbado que los había llevado a ver el exterior del behemotauro el día que habían llegado y que en ese momento pasaba junto a su mesa con una bandeja. Se inclinó con torpeza y estuvo a punto de tirar el contenido de su bandeja al suelo, salvándolo solo por los pelos. Esbozó una sonrisa ridícula. Visquile asintió. Anur había estado vigilando la copa toda la mañana, esperando a que una diminuta mota negra (posiblemente precedida por una diminuta esfera plateada) apareciera en el interior blanco.
Visquile debió de leer la expresión de Quilan.
—Le he pedido a Anur que no se siente con nosotros. No quiero que piense en él ahí sentado y mirando la copa. Quiero que piense solo en la copa.
Quilan sonrió.
—¿Cree que podría desplazar el objeto de prueba y meterlo en el interior de Anur por error?
—Dudo que fuera a ocurrir, aunque nunca se sabe. Pero, en cualquier caso, si empieza a ver a Anur ahí sentado, dígamelo y lo sustituiremos por uno de los otros monjes.
—Si desplazara un objeto y lo metiera en una persona, ¿qué ocurriría?
—Por lo que tengo entendido, casi con toda certeza, nada. El objeto es demasiado pequeño para provocar algún daño. Supongo que si se materializase en el interior del ojo de una persona, esta podría ver una mota, o si apareciera junto a un receptor del dolor, quizá sintieran un pinchazo mínimo. En cualquier otra parte del cuerpo pasaría desapercibido. Si pudiera desplazar esta copa —dijo el estodien mientras levantaba su propia copa de cerámica, idéntica a la de Quilan— y meterla en el cerebro de alguien, me atrevería a decir que les podría explotar la cabeza, solo por la presión provocada por el repentino aumento de volumen. Pero las cabezas nucleares de fogueo con las que está usted trabajando son demasiado pequeñas para que se puedan notar.
—Podría bloquear algún pequeño vaso sanguíneo.
—Un capilar, quizá. Nada lo bastante grande como para provocar un daño en los tejidos.
Quilan bebió de su copa y luego la levantó y la miró.
—Voy a ver este maldito cacharro hasta en sueños.
Visquile sonrió.
—Eso quizá no nos viniera mal.
Quilan tomó unas cucharadas de sopa.
—¿Qué le ha pasado a Eweirl? No lo he visto desde que llegamos.
—Oh, anda por ahí —dijo Visquile—. Está haciendo preparativos.
—¿Tienen que ver con mi entrenamiento?
—No, para cuando nos vayamos.
—¿Cuando nos vayamos?
Visquile sonrió.
—Todo a su debido tiempo, comandante.
—¿Y los dos drones, nuestros aliados?
—Como ya le he dicho, todo a su debido tiempo, comandante.
—Y envíe.
—¡Sí!
—¿Sí?
—… No. No, esperaba… Bueno, no importa. Vamos a volver a intentarlo.
—Piense en la copa…
—Piense en un lugar que conoce o conocía bien. Un lugar pequeño. Quizá una habitación o un apartamento o una casa pequeña, quizá el interior de una cabina, un coche, una nave, lo que sea. Debe ser un lugar que conocía lo bastante bien como para poder orientarse por la noche, de tal modo que sabía dónde estaba todo en la oscuridad y no tropezaba con las cosas ni las rompía. Imagine que está allí. Imagine que va a un lugar concreto y deja caer, digamos, una miga o una cuenta pequeña o una semilla en una copa u otro recipiente.
Esa noche le costó dormir otra vez. Yació mirando la oscuridad, enroscado en la amplia plataforma de dormir, aspirando el aire dulce y especiado de aquella especie de fruta gigante y bulbosa en la que se habían alojado Visquile, él y casi todos los demás. Intentó pensar en la maldita copa, pero se rindió. Estaba harto de ella. En lugar de eso intentó averiguar con exactitud lo que estaba pasando allí.
Era obvio, pensó, que la tecnología que se ocultaba dentro del Guardián de Almas adaptado que le habían colocado no era chelgriana. Algún otro Implicado tomaba parte en aquella operación, una especie Implicada cuya tecnología podía equipararse a la de la Cultura.
Dos de sus representantes seguramente se encontraban en el interior del par de drones con forma de cono doble que había visto antes, los que habían hablado con él dentro de su cabeza antes de que lo hicieran los desaparecidos. Los drones no habían vuelto a aparecer.
Suponía que quizá estuvieran dirigiendo a los drones por control remoto, quizá desde algún lugar del exterior de la aerosfera, aunque la sonada antipatía que mostraba Oskendari ante cualquier muestra de tal tecnología significaba que había muchas probabilidades de que los drones contuvieran de verdad a los alienígenas. De igual forma, era de lo más desconcertante que se hubiera elegido la aerosfera como lugar para entrenarlo en el uso de una tecnología tan avanzada como la que albergaba su Guardián de Almas, a menos que la idea fuera que si el uso de semejantes mecanismos no se detectaba allí, también pasaría desapercibido en la Cultura.
Quilan revisó todo lo que sabía del relativamente escaso número de especies Implicadas lo bastante avanzadas como para enfrentarse a la Cultura de ese modo. Había entre siete y doce especies que se encontraban a ese nivel, dependiendo de los criterios que se utilizaran. Se suponía que ninguna era demasiado hostil a la Cultura, y algunas incluso eran aliadas.
Nada que él supiera habría proporcionado un motivo obvio para el acto para el que lo estaban entrenando, claro que lo que él sabía era solo lo que los Implicados permitían que se supiera sobre algunas de las relaciones más profundas que los unían y eso desde luego no incluía todo lo que estaba pasando en realidad, sobre todo dada la escala de tiempo a la que algunos de los Implicados se habían acostumbrado a pensar.
Sabía que las aerosferas de Oskendari era fabulosamente viejas, incluso para los estándares de aquellas razas que se hacían llamar los Ancianos, y que habían conseguido conservar su misterio a lo largo de las Eras Científicas de cientos de especies que habían llegado y desaparecido o que habían estado allí y luego se habían sublimado. Según los rumores quedaba una especie de vínculo entre quienquiera que hubiera creado las aerosferas y luego se había largado de la vida material del universo, y la mega y gigafauna que todavía habitaba esos entornos.
Ese vínculo con los desaparecidos de los constructores de las aerosferas era, al parecer, la razón por la que todas las especies con tendencias hegemónicas e invasoras (por no mencionar las descaradamente entrometidas, como la Cultura) que se habían encontrado con las aerosferas se lo habían pensado dos veces antes de intentar conquistarlas (o estudiarlas de una forma demasiado íntima).
Esos mismos rumores, respaldados por documentos ambiguos conservados por los Ancianos, insinuaban que, mucho tiempo atrás, unas cuantas especies habían creído que podrían convertir en parte de su imperio a los inmensos mundos vagabundos, o que se habían atrevido a enviar mecanismos de estudio contra los deseos expresos de los behemotauros y las entidades globulares megalitinas y gigalitinas. A partir de ese momento, tales especies tendieron a desaparecer de forma rápida o gradual de los documentos en cuestión y había pruebas estadísticas firmes de que desaparecieron de forma más rápida y absoluta que las especies sin un historial de haber suscitado el antagonismo de los habitantes (y por implicación de los guardianes) de las aerosferas.
Quilan se preguntó si los desaparecidos de las aerosferas habían estado en contacto con los desaparecidos de Chel. ¿Había algún vínculo entre los sublimados de las dos especies (o más, por supuesto)?
¿Quién sabía cómo pensaban los sublimados, cómo interactuaban? ¿Quién sabía cómo funcionaban las mentes alienígenas? Y en realidad, ¿quién podía tener siquiera la certeza de saber cómo funcionaba la mente de un miembro de tu propia especie?
Los sublimados, supuso Quilan, eran la respuesta a todas esas preguntas. Pero cualquier interpretación parecía ser decididamente unilateral.
Le estaban pidiendo que hiciera una especie de milagro. Le estaban pidiendo que hiciera una matanza. Intentó mirar en su interior y se preguntó si, incluso en ese momento, el Puen-Chelgriano estaba escuchando sus pensamientos, observando las imágenes que revoloteaban por su mente, midiendo hasta qué punto era firme su compromiso y sopesando la valía de su alma, y le horrorizó un poco, pero solo un poco, darse cuenta de que, si bien dudaba de su capacidad para hacer el milagro, estaba, como mínimo, resignado a la comisión de ese genocidio.
Y esa noche, cuando todavía no se había quedado dormido del todo, recordó la habitación que había tenido ella en la universidad, donde se habían descubierto, donde llegó a conocer el cuerpo de aquella hembra mejor que el suyo propio, mejor de lo que había conocido cualquier tema o asignatura (y desde luego mejor que todo lo que se suponía que estaba estudiando) y lo conocía de día y a oscuras, y no cabía duda de que allí había colocado una semilla en un recipiente una y otra vez.
No podía utilizar eso. Pero recordaba la habitación, podía ver la forma oscura que era el cuerpo femenino cuando se movía por ella a veces, ya muy tarde, para desconectar algo, apagar una espiral de incienso o cerrar la ventana cuando llovía. (Una vez, la joven había traído unos libros encordados antiguos, relatos eróticos contados en nudos y lo había dejado atarla; después fue ella la que lo ató a él, y él, que siempre se había creído el más sencillo de los jóvenes, engañosamente orgulloso de su normalidad, descubrió que aquellos juegos sexuales no eran el coto vedado de los que él consideraba débiles y degenerados).
Vio la sombra que dibujaba el cuerpo femenino entre las luces y reflejos reveladores de la habitación. Y en aquel momento, en aquel extraño mundo, a tantos milenios de años luz y tantos años después de aquel bendito tiempo y lugar, Quilan se imaginó levantándose y cruzando el espacio que separaba el colchón ondulado del otro lado de la habitación. Allí estaba (allí había estado) una copita plateada sobre un estante. A veces, cuando quería estar desnuda del todo, se quitaba el anillo que le había regalado su madre. Esa sería su obligación, su misión, quitarle el anillo de la mano y colocar la alianza de oro en la copita plateada.
—Muy bien. ¿Ya estamos allí?
—Sí, estamos allí.
—Bien. Envíe.
—Sí… No.
—Mmm. Bueno, empezamos otra vez. Piense en…
—Sí, la copa.
—¿Estamos seguros de que el mecanismo funciona, estodien?
—Sí, lo estamos.
—Entonces soy yo. No puedo… No lo tengo. —Echó un poco de pan en la sopa, después se rió con amargura—. O lo tengo y no puedo sacarlo.
—Paciencia, comandante. Paciencia.
—Listo. ¿Estamos allí?
—Sí, sí, estamos allí.
—Y… envíe.
—Yo… Espere. Creo que he sentido…
—¡Sí! ¡estodien! ¡Comandante Quilan! ¡Ha funcionado! —Anur llegó corriendo desde el refectorio.
—Estodien, ¿qué cree que obtendrán nuestros aliados con mi misión?
—La verdad es que no lo sé, comandante. No creo que sea un tema que nos beneficie a ninguno de los dos preocuparnos por él.
Estaban sentados en un vehículo pequeño, una nave de líneas puras con capacidad para dos personas y propiedad del Refugio del alma, en el espacio, fuera de la aerosfera.
La misma y pequeña aeronave que los había llevado desde el portal de la aerosfera el día que habían llegado, había trasladado a Quilan y Visquile en el viaje de vuelta. Habían atravesado a pie otra vez el tubo de aire de apariencia sólida, en esa ocasión para llegar al vehículo. Este se había alejado flotando del portal y luego había acelerado. Parecía dirigirse hacia uno de los soles-lunas que iluminaban la aerosfera. La luna se acercó flotando. La luz salía a borbotones de lo que parecía un cráter gigante y casi plano que cubría la mitad de una de las caras. Parecía el globo ocular incandescente de alguna deidad infernal.
—Todo lo que importa, comandante —dijo Visquile—, es que la tecnología parece funcionar.
Habían llevado a cabo diez pruebas con éxito, con la reserva de cabezas nucleares de fogueo que habían cargado en el Guardián de Almas. Había tardado una hora en repetir el éxito inicial, una hora de intentos fallidos, pero luego había conseguido llevar a cabo dos desplazamiento seguidos.
Después de eso, habían trasladado la copa a diferentes partes del Refugio del alma; Quilan solo falló dos veces antes de ser capaz de desplazar las motas a donde le pidieran. Al tercer día, intentó, y realizó, solo dos desplazamientos a ambos extremos de la nave. Y llegado el cuarto día, Quilan intentaría por primera vez llevar a cabo un desplazamiento fuera del Refugio del alma.
—¿Vamos a esa luna, estodien? —preguntó cuando el satélite gigante creció hasta llenar el paisaje que tenían ante ellos.
—Cerca —dijo Visquile. Después señaló—. ¿Ve eso? —Una diminuta mota de color gris flotaba a un lado del sol-luna, apenas visible bajo la estela de luz que brotaba del cráter—. Ahí es a donde vamos.
Era una especie de cruce entre nave y estación. Daba la sensación de que podría haber sido cualquiera de las dos cosas, y que podría haberla diseñado una de los miles de civilizaciones Implicadas que todavía estaban en sus primeras etapas. Era una colección de ovoides de color negro grisáceo, esferas y cilindros unidos por gruesas vigas que giraban poco a poco en una órbita que rodeaba el sol-luna y que estaba configurada de tal modo que nunca volase por encima del inmenso haz de luz que surgía del lado que miraba hacia al aerosfera.
—No tenemos ni idea de quién lo construyó —dijo Visquile—. Lleva aquí las últimas decenas de miles de años y la han modificado mucho las diferentes especies que han decidido utilizarla para estudiar la aerosfera y las lunas. En estos momentos hay algunas partes que están equipadas para proporcionarnos a nosotros unas condiciones razonables.
El pequeño vehículo se deslizó en el interior de una cápsula hangar pegada al costado de la más grande de las unidades esféricas. Se posaron en el suelo y esperaron mientras las puertas giratorias del exterior de la cápsula se cerraban y entraba el aire.
La cubierta de la cabina se despegó del fuselaje de la pequeña nave y los dos chelgrianos salieron al aire frío que olía a algo acre.
Los dos drones grandes con forma de cono doble llegaron zumbando desde otra exclusa de aire y se colocaron a ambos lados de ellos.
En esa ocasión no resonó ninguna voz en su cabeza, solo un murmullo profundo de uno de los conos que se moduló para hablar.
—Estodien, comandante. Síganme.
Y lo siguieron, bajaron por un pasillo y atravesaron un par de puertas gruesas con un terminado de espejos, entraron en lo que parecía una especie de galería ancha con una única ventana larga que les quedaba enfrente y que se curvaba por detrás de por donde habían llegado ellos. Podría haber sido la cúpula panorámica de un trasatlántico o de un crucero estelar. Se adelantaron y Quilan se dio cuenta de que la ventana, o la pantalla, era más alta y profunda de lo que había supuesto en un principio.
La impresión de que era una franja de cristal o una pantalla se fue desvaneciendo cuando comprendió que estaba mirando a una única y gran cinta, la superficie de un mundo inmenso, una superficie que iba girando poco a poco. Las estrellas brillaban con suavidad por encima y por debajo de él; un par de cuerpos más brillantes, que no eran más que simples puntos de luz, debían de ser planetas del mismo sistema. La estrella que los iluminaba tenía que estar casi justo detrás del lugar desde el que él estaba mirando.
El mundo parecía plano, estirado como la piel de una fruta colosal, y extendido entre las estrellas que formaban el fondo. Ribeteado por arriba y por abajo con la resplandeciente translucidez azul grisácea de unos enormes muros de contención, la superficie estaba dividida en largas franjas por numerosas secciones verticales, colocadas a intervalos regulares, de color marrón grisáceo, blanco y (en el centro) negro grisáceo puro. Esas enormes cordilleras montañosas se extendían de una pared a otra por todo el mundo, partiéndola en lo que debían de ser una docena de divisiones independientes.
Entre ellas se encontraban iguales cantidades de tierra y océano, la tierra distribuida en parte en forma de islas continente, en parte en forma de islas más pequeñas, pero de todos modos de un tamaño notable (colocadas en mares de varios tonos de azul y verde), y en parte en grandes ringleras de color verde, pardo claro, marrón y rojo que se extendían desde un muro de contención a otro, a veces salpicadas de mar, otras no, pero siempre atravesadas por una única hebra oscura y serpenteante o por una colección de filamentos apenas visibles, zarcillos verdes y azules tendidos sobre los ocres, pardos y tostados de la tierra.
Las nubes se arremolinaban, salpicaban, ondeaban, moteaban, se arqueaban y lo cubrían todo con un caos de dibujos, casi dibujos y trozos, pinceladas que regaban el lienzo de terreno y agua del suelo.
—Esto es lo que verá —zumbó uno de los drones.
El estodien Visquile palmeó el hombro de Quilan.
—Bienvenido al orbital Masaq —le dijo.
~ Cinco mil millones, Huyler. Machos, hembras, sus retoños. Es terrible lo que nos piden que hagamos.
~ No lo estaríamos haciendo si esta gente no nos hubiera hecho a nosotros algo igual de horrendo.
~ ¿Estas personas, Huyler? ¿Estas personas que están justo aquí, en Masaq?
~ Sí, estas personas, Quil. Las has visto. Has hablado con ellas. Cuando descubren de dónde eres se moderan un poco por miedo a insultarte, pero es obvio que están orgullosos del alcance y profundidad de su democracia.
»Están encantados, maldita sea, de estar tan involucrados en todo, están orgullosos de poder dar su opinión, de poder excluirse y largarse si disienten lo bastante de las medidas tomadas.
»Así que sí, estas personas. Comparten la responsabilidad colectiva de los actos de sus Mentes, incluyendo las Mentes de Contacto y de Circunstancias Especiales. Así es como lo han dispuesto, así es como quieren que sea. Aquí no hay ningún ignorante, Quil, no hay explotados, ni Invisibles, ni una clase trabajadora pisoteada condenada para siempre a obedecer las órdenes sus amos. Aquí son todos amos, todos y cada uno de ellos. Todos pueden dar su opinión sobre todo. Así que, según sus preciosas reglas, sí, fueron estas personas las que dejaron que pasara lo que le pasó a Chel, aunque en realidad muy pocos supieran los detalles en su momento.
~ ¿Soy yo el único que piensa que esto es… muy duro?
~ Quil, ¿has oído sugerir aunque solo fuera a uno de ellos que podrían disolver el Contacto? ¿O meter en vereda a CE? ¿Hemos oído a alguno de ellos sugerir siquiera que lo ha pensado? Bueno, ¿sí o no?
~ No.
~ No, ni a uno solo. Oh, nos dicen lo mucho que se arrepienten con unas palabras muy bonitas, Quilan, dicen que lo sienten tanto, joder, de tantas formas hermosas, elegantes, todas bien expresadas y mejor articuladas, para ellos es como un juego. ¡Es como si compitieran para ver quién se arrepiente con más convencimiento! ¿Pero están preparados para hacer algo de verdad, aparte de decirnos lo mucho que lo sienten?
~ Sufren su propia ceguera. Es con las máquinas con las que tenemos la auténtica disputa.
~ Es una máquina lo que vas a destruir.
~ Y con ella a cinco mil millones de personas.
~ Se lo han buscado ellos, comandante. Podrían votar para disolver Contacto hoy mismo, y cualquiera de ellos o cualquier grupo de ellos podría irse mañana rumbo a Ulterior o algún otro sitio, si decidieran que ya no estaban de acuerdo con esa maldita política de la Interferencia.
~ Sigue siendo una cosa terrible lo que nos han pedido, Huyler.
~ Estoy de acuerdo. Pero debemos hacerlo. Quil, he evitado decirlo en estos términos porque suena muy pomposo y estoy seguro de que, de todos modos, es algo que tú también has pensado, pero tengo que recordártelo: cuatro mil millones y medio de almas chelgrianas dependen de ti, comandante. Tú eres su única esperanza.
~ Eso me han dicho. ¿Y si la Cultura toma represalias?
~ ¿Por qué iba a tomar represalias contra nosotros solo porque una de sus máquinas se vuelve loca y se autodestruye?
~ Porque no se dejarán engañar. Porque no son tan estúpidos como nos gustaría que fueran, solo descuidados a veces.
~ Incluso si sospechan algo, seguirán sin tener la certeza de que hemos sido nosotros. Si todo va según el plan, parecerá que el Centro se suicidó; e incluso si tuvieran la certeza, de que los responsables somos nosotros, nuestros planificadores creen que aceptarán que hemos llevado a cabo una venganza honesta.
~ Ya sabes lo que dicen, Huyler. “No se te ocurra joder a la Cultura”. Pues nosotros estamos a punto de hacerlo.
~ Yo no me creo eso de que sea un tratado de sabiduría que los otros Implicados han ido desarrollando con esmero a lo largo de milenios de contacto con esta gente. Creo que es algo que se ha inventado la propia Cultura. Es propaganda, Quil.
~ Aun así, muchos de los otros Implicados parecen pensar que es cierto. Trata bien a la Cultura, aunque solo sea un poco y esta se desvivirá a su vez para tratarte incluso mejor. Trátalos mal y…
~ Y se hacen los ofendidos. Es todo artificio. Tienes que portarte como un auténtico diablo para que dejen esa pose ultracivilizada.
~ ¿Y matar a cinco mil millones de personas, por lo menos, no va a constituir lo que ellos considerarían un acto de maldad?
~ Ellos nos costaron eso, nosotros les costamos eso. Reconocen ese tipo de venganza, esa clase de intercambio, como cualquier otra civilización. Vida por vida. No van a tomar represalias, Quil. Mejores mentes que las nuestras lo han examinado desde todos los ángulos. Tal y como lo verá la Cultura, confirmará su propia superioridad moral sobre nosotros al no tomar represalias. Aceptarán lo que les vamos hacer como una forma de saldar la deuda por lo que nos hicieron ellos, sin provocación. Trazarán una línea y lo tratarán como una tragedia, la otra mitad de la debacle que empezó cuando intentaron inmiscuirse en nuestro desarrollo. Una tragedia, no un escándalo.
~ Quizá quieran darnos un castigo ejemplar.
~ Estamos demasiado abajo en la jerarquía de los Implicados para ser unos oponentes dignos, Quilan. Qué clase de honor hay en seguir castigándonos. Ya nos han castigado siendo inocentes. Lo único que tú y yo estamos intentando hacer es ajustar las cuentas con ese primer daño.
~ Me preocupa que estemos siendo tan ciegos a su auténtica psicología como ellos lo fueron a la nuestra cuando intentaron inmiscuirse. Con toda su experiencia, se equivocaron con nosotros. Nosotros tenemos muy poca preparación cuando se trata de adivinar las reacciones de especies alienígenas, ¿cómo podemos tener la certeza de que vamos a acertar donde ellos fracasaron de una forma tan estrepitosa?
~ Porque esto nos importa, por eso. Hemos pensado mucho lo que vamos a hacer. Todo esto empezó precisamente porque ellos no reflexionaron. Les traen tan sin cuidado esos asuntos que intentan interferir con el menor número de naves posible, con tan pocos recursos como sea posible, en busca de una especie de elegancia matemática. Han convertido el destino de civilizaciones enteras en parte de un juego que juegan entre ellos, para ver quién puede producir el mayor cambio cultural con la menor inversión de tiempo y energía.
»Y cuando les estalla todo en la cara, no son ellos los que sufren y mueren, sino nosotros. Cuatro mil millones y medio de almas a las que se les impide entraren la gloria porque algunas de sus Mentes inhumanas creyeron haber encontrado una forma bonita, pulcra y elegante de alterar una sociedad que había tardado seis milenios en evolucionar y alcanzar la estabilidad.
»Para empezar, no tenían ningún derecho a interferir en nuestras vidas pero si estaban decididos a hacerlo, al menos podrían haber tenido la decencia de asegurarse de que lo hacían bien, pensando un poco en el número de vidas inocentes con las que estaban jugando.
~ Pero puede que todavía estemos cometiendo un segundo error tras el primero. Y quizá sean menos tolerantes de lo que imaginamos.
~ En todo caso, Quilan, incluso si hay alguna represalia por parte de la Cultura, por muy poco probable que eso sea, ¡no importa! Si conseguimos cumplir nuestra misión, se habrán salvado esos cuatro mil millones y medio de almas chelgrianas, les permitirán entrar en el cielo. No importa lo que pase después, estarán a salvo porque el Puen-Chelgriano les habrá permitido entrar.
~ El Puen podría permitir entrar a los muertos ahora, Huyler. Podrían cambiar las reglas y ya está, aceptarlos en el cielo.
~ Lo sé, Quilan. Pero debemos considerar el honor, y el futuro. Cuando se reveló en un principio que cada una de nuestras muertes debía equilibrarse con la de un enemigo…
~ No se reveló, Huyler. Se inventó. Fue una historia que nos contamos a nosotros mismos, no algo con lo que nos honraran los dioses.
~ En cualquier caso. Cuando decidimos que así era como queríamos vivir nuestras vidas con honor, ¿no crees que la gente comprendió que podría conducir a lo que parecían muertes innecesarias, esa orden de quitar una vida por otra? Pues claro que lo sabían.
»Pero merecía la pena porque, a la larga, nos beneficiábamos siempre que mantuviéramos el principio. Nuestros enemigos sabían que no descansaríamos mientras tuviéramos muertes sin vengar. Y sigue siendo pertinente, comandante. Esto no es una especie de simple dogma consignado a los libros de historia o a los textos encordados de las bibliotecas de los monasterios. Es una lección que tenemos que seguir reforzando. La vida continuará después de esto y Chel se impondrá, pero cada nueva generación, y cada nueva especie con la que nos encontremos, debe entender sus reglas y sus doctrinas.
»Cuando todo esto haya terminado y estemos todos muertos, cuando esto no sea más que otro trozo de historia, se habrán mantenido los límites y seremos nosotros los que los habremos mantenido. No importa lo que pase, siempre que tú y yo cumplamos con nuestra obligación, en el futuro todos sabrán que atacar a Chel es provocar una venganza terrible. Por su bien, y lo digo muy en serio, Quil, por su bien además de por el de Chel, merece la pena hacer ahora lo que haya que hacer.
~ Me alegro de que estés tan seguro, Huyler. Una copia tuya tendrá que vivir sabiendo lo que estamos a punto de hacer. Al menos yo estaré muerto, sin copia de seguridad. O por lo menos que yo sepa.
~ Dudo que la hayan hecho sin tu consentimiento.
~ Yo dudo de todo, Huyler.
~ ¿Quil?
~ ¿Sí?
~ ¿Piensas seguir adelante? ¿Todavía tienes intención de llevar a cabo tu misión?
—Sí.
~ Buen chico. Déjame decirte una cosa, te admiro, comandante Quilan. Ha sido un honor y un placer compartir tu cabeza. Solo siento que se termine tan pronto.
~ No la he llevado a cabo todavía. No he hecho el desplazamiento.
~ Lo harás. No sospechan nada. La bestia te acoge en su seno, te lleva al centro de su guarida. Te irá bien.
~ Estaré muerto, Huyler. En el olvido. Eso es todo lo que me importa.
~ Lo siento, Quil. Pero lo que estás haciendo… No hay mejor forma de irse.
~ Ojalá pudiera creer eso. Pero pronto dejará de importar. No importará nada.
Tersono emitió un ligero carraspeo.
—Sí, una vista extraordinaria, ¿no te parece, embajador? Asombrosa. No es la primera persona que se queda aquí, de pie o sentado, y la contempla durante horas. Kabe, tú te quedaste aquí durante lo que pareció medio día, ¿no?
—Debí de hacerlo —dijo el homomdano. Su voz profunda reverberó por la galería panorámica, despertando ecos—. Te ruego que me disculpes. Qué largo debe parecerle medio día a una máquina que piensa al ritmo que tú lo haces, Tersono. Por favor, perdóname.
—Oh, no hay nada que perdonar. Los drones estamos totalmente acostumbrados a ser pacientes mientras tienen lugar los pensamientos y acciones significativas de los humanos. Poseemos toda una serie de procedimientos desarrollados de forma específica a largo de los milenios para enfrentarnos a esos momentos. En realidad, somos bastante menos aburribles, si me permites crear el neologismo, que el humano medio.
—Es un consuelo —dijo Kabe—. Y gracias. Siempre encuentro gratificante ese nivel de detalles.
—¿Se encuentra bien, Quilan? —dijo el avatar.
El chelgriano se volvió hacia la criatura plateada.
—Estoy bien. —Señaló con un gesto la vista de la superficie del orbital que se iba deslizando poco a poco con un brillo glorioso a un millón y medio de kilómetros de distancia, aunque parecía mucho más cerca. Por lo general, la vista desde la galería se magnificaba, no se mostraba como hubiera sido si no hubiera nada salvo cristal entre el espectador y el paisaje. El efecto pretendía acercar el perímetro interior para que se pudiera ver con más detalle.
El ritmo al que pasaba también daba una impresión falsa, la sección de la galería panorámica del Centro giraba muy poco a poco en la dirección contraria a la superficie del mundo, así que en lugar de que el orbital tardase un día entero en pasar delante del espectador, la experiencia por lo general ocupaba menos de una hora.
~ Quilan.
~ Huyler.
~ ¿Estás listo?
~ Sé por qué te pusieron a bordo de verdad, Huyler.
~ ¿Lo sabes?
~ Creo que sí.
~ ¿Y por qué sería, Quil?
~ No eres mi copia de seguridad, ¿verdad? Eres la suya.
~ ¿La suya?
~ La de Visquile, la de nuestros aliados, sean quienes sean, y la de los mandamases militares y políticos que sancionaron esto.
~ Tendrás que explicarte, comandante.
~ ¿Se supone que es demasiado tortuoso para que se le haya ocurrido a un viejo soldado fanfarrón?
~ ¿Qué?
~ No estás aquí para que yo tenga a alguien a quien quejarme, ¿verdad, Huyler? No estás aquí para hacerme compañía ni para ser una especie de experto sobre la Cultura.
~ ¿Me he equivocado en algo?
~ Oh, no. Deben de haberte cargado una base de datos completa de la Cultura. Pero son todo cosas que podría sacar cualquiera de las reservas públicas normales. Todas tus percepciones son de segunda mano, Huyler. Lo he comprobado.
~ Me has dejado estupefacto, Quilan. ¿Creemos que esto cuenta como difamación o como simple libelo?
~ Pero eres mi copiloto, ¿no?
~ Eso es lo que te dijeron que iba a ser. Eso es lo que soy.
~ En uno de esos viejos aeroplanos de manejo manual, el copiloto está ahí, al menos en parte, para reemplazar al piloto si este es incapaz de cumplir con su obligación. ¿No es cierto?
~ Desde luego.
~ Así que si yo cambiara de opinión, si estuviera decidido a no hacer el desplazamiento, si decidiera que no quiero matar a todas esas personas… ¿Qué? ¿Qué pasaría? Dímelo. Y, por favor, sé sincero. Nos debemos el ser sinceros el uno con el otro.
~ ¿Estás seguro de que quieres saberlo?
~ Del todo.
~ Tienes razón. Si tú no quieres hacer el desplazamiento, yo lo hago por ti. Sé con exactitud qué trozos de cerebro has usado para hacerlo, conozco los procedimientos precisos. Mejor que tú, en cierto sentido.
~ ¿Así que el desplazamiento tienen lugar a pesar de todo?
~ Así que el desplazamiento tiene lugar a pesar de todo.
~ ¿Y qué me pasa a mí?
~ Eso depende de lo que intentes hacer. Si intentas advertirles, caes muerto, quedas paralizado, sufres un ataque, empiezas a balbucear tonterías o te quedas catatónico. La elección es mía, lo que suscite menos sospechas dadas las circunstancias.
~ Vaya. ¿Y puedes hacer todo eso?
~ Me temo que sí, hijo. Todo forma parte del conjunto de instrucciones. Sé lo que vas a decir antes de que lo digas, Quil. Literalmente. Solo justo antes pero es suficiente. Pienso bastante rápido aquí dentro. Pero Quil, no me gustaría tener que hacer nada de eso. Y no creo que vaya a tener que hacerlo. ¿No me estarás diciendo que se te acaba de ocurrir?
~ No. No, se me ocurrió hace mucho tiempo. Solo quería esperar hasta ahora para preguntártelo, en caso de que eso estropeara nuestra relación, Huyler.
~ ¿Lo vas a hacer, verdad? No voy a tener que hacerme cargo yo, ¿no?
~ En realidad no he tenido todas esas horas de gracia al principio y al final de cada día, ¿verdad? Me has estado observando todo el tiempo para asegurarte de que no les daba ninguna señal, por si ya había cambiado de opinión.
~ ¿Me creerías si te dijera que sí tuviste ese tiempo sin que yo te observara?
—No.
~ Bueno, de todos modos no importa. Pero, como te imaginarás, desde ahora, y hasta el final, estaré escuchando. Quilan, una vez más, ¿lo vas a hacer, verdad? No voy a tener que hacerme cargo yo, ¿no?
~ Sí, lo voy a hacer. No, no tendrás que hacerte cargo tú.
~ Bien hecho, hijo. Es odioso, es cierto, pero tiene que hacerse. Y pronto habrá terminado todo, para los dos.
~ Y también para muchos más. Muy bien. Allá vamos.
Había conseguido hacer seis desplazamientos seguidos con la maqueta del Centro que se había construido en la estación que orbitaba alrededor del sol-luna de la aerosfera. Seis éxitos de seis intentos. Podía hacerlo. Y lo haría.
Se encontraban dentro de la maqueta de la galería panorámica, con los rostros iluminados por la imagen de una imagen. Visquile le explicó el razonamiento que había tras la misión.
—Tenemos entendido que dentro de unos meses la Mente Central del orbital Masaq va a marcar el paso de la luz de las dos estrellas que explotaron y que le dieron su nombre a la batalla de las Dos Novas durante la guerra Idirana.
Visquile permanecía muy cerca de Quilan. La amplia banda de luz, una simulación de la imagen que vería cuando se encontrara de verdad en la galería panorámica del Centro del orbital Masaq, parecía entrar por una de las orejas del estodien y salir por la otra. Quilan contuvo las ganas de echarse a reír y se concentró en escuchar con atención lo que le decía el anciano.
—La Mente que es ahora el Centro de Masaq estuvo en otro tiempo encarnada en una nave de guerra que jugó un papel muy importante en la guerra Idirana. Tuvo que destruir tres orbitales de la Cultura durante la misma batalla para evitar que cayeran en manos enemigas. Quiere conmemorar la batalla, y las dos explosiones estelares en concreto, cuando la luz de la primera y después de la segunda pase por el sistema en el que se encuentra Masaq.
»Debe conseguir acceso al Centro y hacer el desplazamiento antes de la segunda nova. ¿Lo entiende comandante Quilan?
—Sí, estodien.
—La destrucción del Centro se calculará de tal modo que coincida con el momento de la llegada de la luz del espacio real de la segunda nova a Masaq. Parecerá por tanto que la Mente Central se destruyó a sí misma en un ataque de contrición porque se sentía culpable por las acciones de las que fue responsable durante la guerra Idirana. La muerte de la Mente Central y la de los humanos parecerá una tragedia, no una atrocidad. Las almas de los chelgrianos retenidos en el limbo por los dictados del honor y la piedad quedarán liberadas y entrarán en el cielo. La Cultura sufrirá un golpe que afectará a cada Centro, a cada Mente, a cada humano. Nosotros tendremos nuestra venganza numérica y nada más, pero tendremos esa satisfacción extra que no cuesta más vidas, solo el desconcierto añadido de nuestros enemigos, de las personas que, de hecho, nos atacaron por sorpresa y sin provocación alguna. ¿Lo ve, Quilan?
—Lo veo, estodien.
—Observe, comandante Quilan.
—Estoy observando, estodien.
Habían salido de la estación espacial de la órbita y Visquile y él se encontraban en el biplaza. Los dos drones alienígenas estaban en una nave de fuselaje negro, un poco más grande y con forma de cono, junto a ellos.
Uno de los recipientes de contención presurizada de la antigua estación espacial había sufrido una explosión ideada con todo cuidado y que parecía una catástrofe totalmente fortuita provocada por una larga dejadez. Comenzó a caerse en una órbita alterada, su nuevo rumbo la llevaba a gran velocidad hacia la inmensa emisión de energías que estallaba en el lado del sol-luna que miraba a la aerosfera.
Observaron los efectos durante un rato. La estación fue dibujando una curva y acercándose cada vez más al borde de la columna de luz invisible. El monitor de cabeza de la pequeña nave imprimió una línea por la cubierta para cada uno de los dos, para mostrarles dónde estaba el borde. Justo antes de que la estación se encontrara con el perímetro de la columna, Visquile habló.
—Esa última cabeza nuclear no era de fogueo, comandante. Era real. El otro extremo del agujero de gusano puede que esté colocado dentro del propio sol-luna, o es posible que dentro de algo muy parecido, muy lejos de aquí. Las energías implicadas se parecerán mucho a lo que le ocurrirá al Centro de Masaq. Por eso estamos aquí y no en otro sitio.
La estación no llegó a chocar contra el borde de la columna de luz. Un instante antes del posible choque, aquella figura que giraba lentamente y tenía una configuración errática quedó sustituida por un estallido de luz espeluznante y cegador que hizo que la mitad de la cubierta del biplaza se oscureciera. Quilan cerró los ojos por instinto. La postimagen le quemaba tras los párpados con un color amarillo y naranja. Oyó gruñir a Visquile. A su alrededor, el pequeño biplaza zumbaba, chasqueaba y gemía.
Cuando abrió los ojos ya solo quedaba la postimagen, un naranja resplandeciente sobre el negro anónimo del espacio que se adelantaba a su mirada cada vez que la desviaba, intentando, en vano, ver lo que podría haber quedado de aquella estación espacial golpeada y caída.
~ Listo.
~ No lo he visto nada mal. Creo que lo has conseguido. Buen trabajo, Quil.
—Listo —dijo Tersono mientras colocaba un aro de luz roja en la pantalla, sobre un grupo de lagos que había en un continente—. Ahí es donde está el estadio Stullien. El lugar donde se hará mañana el concierto. —El dron se volvió hacia el avatar—. ¿Está todo listo para el concierto, Centro?
El avatar se encogió de hombros.
—Todo salvo el compositor.
—¡Oh! Estoy seguro de que solo nos está tomando el pelo —dijo Tersono de inmediato. Su campo de aura brilló con una luz tajante de color rojo rubí—. Por supuesto que el compositor Ziller estará allí. ¿Cómo no iba a estarlo? Estará allí. Estoy convencido.
—Yo no estaría muy seguro de eso —bramó Kabe.
—¡No, lo estará! Tengo la certeza de que lo hará.
Kabe se volvió hacia el chelgriano.
—¿Tú vas a aceptar la invitación, no, comandante Quilan? ¿… Comandante?
—¿Qué? Ah. Sí. Sí, estoy deseando ir. Por supuesto.
—Bueno —dijo Kabe asintiendo con su inmenso cuerpo—, ya encontrará a alguien que lo dirija, diría yo.
El comandante parecía distraído, pensó Kabe. Después pareció recuperar la compostura.
—Bueno, no —dijo mirándolos uno por uno—. Si mi presencia va a ser impedimento para que mahrai Ziller asista a su propio estreno, por supuesto que yo no acudiré.
—¡Oh, no! —dijo Tersono, el aura resplandeció por un instante con un tono azul—. Eso no será necesario. No, en absoluto, estoy seguro de que el compositor Ziller tiene intención de estar allí, tengo la certeza absoluta. Por favor, comandante Quilan, debe estar allí para el concierto. La primera sinfonía de Ziller en once años, la primera obra que se estrena fuera de Chel, usted, que ha venido desde tan lejos, son los dos únicos chelgrianos que hay en milenios… Tiene que estar allí. ¡Será una experiencia única en la vida!
Quilan miró al dron durante un instante sin pestañear.
—Creo que la presencia de mahrai Ziller en el concierto es más importante que la mía. Ir, sabiendo que mi asistencia le impediría ir a él, sería un acto egoísta, descortés e incluso deshonroso, ¿no le parece? Pero, por favor, no hablemos más de ello.
Dejó la aerosfera al día siguiente. Visquile lo despidió en la pequeña pista de aterrizaje que había tras el gigantesco cascarón vacío que les había servido de alojamiento.
A Quilan le pareció que el anciano parecía distraído.
—¿Va todo bien, estodien? —preguntó.
Visquile lo miró.
—No —dijo, después de lo que pareció una pequeña reflexión—. No, hemos recibido una información actualizada esta mañana y nuestros magos del contraespionaje han mencionado dos noticias preocupantes en lugar de lo más habitual, que suele ser una bomba; no solo parece que tenemos un espía entre los nuestros, sino que puede que también haya un ciudadano de la Cultura por alguna parte de esta aerosfera. —El estodien frotó la cabeza de su bastón plateado y miró con el ceño fruncido la imagen distorsionada que reflejó el objeto—. Hubiera sido de esperar que nos hubieran dicho todo eso antes, pero supongo que es mejor tarde que nunca. —Visquile sonrió—. No ponga esa cara de preocupación, comandante. Estoy seguro de que todo sigue bajo control. O que pronto lo estará.
La aeronave se posó y salió Eweirl. El macho de pelo blanco esbozó una gran sonrisa e hizo una elaborada reverencia cuando vio a Quilan. La inclinación fue más profunda cuando miró al estodien, que le palmeó el hombro.
—¿Lo ve, Quilan? Eweirl está aquí para ocuparse de todo. Vuelva, comandante. Prepárese para su misión. Tendrá a su copiloto dentro de muy poco tiempo. Buena suerte.
—Gracias, estodien. —Quilan miró al sonriente Eweirl y después se inclinó ante el anciano—. Espero que todo vaya bien aquí.
Visquile dejó descansar la mano en el hombro de Eweirl.
—Estoy seguro de que así será. Adiós, comandante. Ha sido un placer. Una vez más, buena suerte y cumpla con su obligación. Estoy seguro de que todos nos sentiremos orgullosos de usted.
Quilan subió a bordo de la pequeña aeronave. Después miró por una de las ventanas veladas cuando la nave despegó de la plataforma. Visquile y Eweirl ya estaban inmersos en su conversación.
El resto del viaje fue un reflejo de la ruta que había seguido para llegar allí, salvo que cuando llegó a Chel lo sacaron de la ciudad de Lanzamiento del Ecuador en una lanzadera sellada que lo llevó directamente a Ubrent y luego en coche, por la noche, sin paradas, a las verjas del monasterio de Cadracet.
Estaba en el antiguo sendero. El aire de la noche era fragante, olía a la resina del árbol de los suspiros y parecía ligero como el agua después de la atmósfera densa como la sopa de la aerosfera.
Había vuelto solo para que lo volvieran a llamar. En lo que a los archivos oficiales se refería, nunca se había ido, nunca se lo había llevado la extraña dama de la capa oscura muchos meses atrás, nunca había descendido con ella a la carretera que lo había devuelto al mundo y que estaba manchada de sangre fresca.
Al día siguiente lo llamarían a la propia Chelise, donde le pedirían que aceptara una misión que lo llevaría al mundo de la Cultura llamado Masaq para que intentara persuadir al renegado y disidente mahrai Ziller, compositor, para que regresara a su ciudad natal y se convirtiera en el símbolo del renacimiento de Chel y del dominio chelgriano.
Esa noche, mientras dormía (si todo iba según el plan y las microestructuras temporales, las sustancias químicas y los procesos nanoglandulares que le habían conferido a su cerebro tenían los efectos deseados), olvidaría todo lo ocurrido desde la aparición de la coronel Ghejaline entre la nieve del monasterio ciento y pico días antes.
Recordaría lo que necesitara recordar, y no más, poco a poco. Los recuerdos disponibles se mantendrían a salvo de intrusiones y lecturas salvo por los procedimientos más obvios y dañinos. Tuvo la sensación de que empezaba a sentir el comienzo del proceso del olvido al mismo tiempo que recordaba que tendría lugar.
La lluvia estival caía con suavidad a su alrededor. El sonido del motor y las luces del coche que lo había llevado hasta allí habían desaparecido entre las nubes, mucho más abajo. Levantó la mano ante la pequeña puerta incrustada en las verjas.
El postigo se abrió de inmediato y en silencio y le hicieron señas para que entrara.
~ Sí. Bien hecho.
Se le había ocurrido que una vez que había hecho lo que se suponía que tenía que hacer, una vez terminada la misión, podría empezar (o intentar empezar) a contarle al dron Tersono, o al propio avatar del Centro, o al homomdano Kabe, o a los tres, lo que acababa de hacer, para que a Huyler no le quedara más remedio que incapacitarlo; con un poco de suerte lo mataría, pero no hizo nada.
Huyler quizá no lo matase, después de todo, quizá solo lo incapacitase y además, en parte estaría comprometiendo la misión. Era mejor para Chel, mejor para la misión, que todo pareciera normal, hasta que la luz de la segunda nova inundase el sistema y cruzase el orbital.
—Bueno, con eso completamos la visita —dijo el avatar.
—Bien. Amigos míos, ¿nos vamos? —dijo el dron E. H. Tersono con un gorjeo. Su recubrimiento de cerámica estaba rodeado por un saludable resplandor rosa.
—Sí —se oyó decir Quilan—. Vamos.