—¿Ya hemos llegado?
—Respuesta incierta. Lo que dijo la criatura. ¿Qué significaba?
—¿Qué mas da eso? ¿Ya hemos llegado?
—Es difícil de saber con certeza. Y volviendo a lo que dijo la criatura. ¿Ya eres consciente de lo que significa?
—¡Sí! ¡Bueno, más o menos! Por favor, ¿podemos ir un poco más rápido?
—En realidad no. Avanzamos tan rápido como nos es posible dadas las circunstancias y, por tanto, pensé que podríamos emplear el tiempo compartiendo lo que has entendido de lo dicho por la criatura. ¿Cuál dirías tú entonces que es la trascendencia de lo dicho?
—¡No importa! ¡Bueno, sí, pero! Es que. Oh. ¡Date prisa! ¡Más rápido! ¡Ve más rápido!
Uagen Zlepe, 974 Praf y tres de las exploradoras de rapiña estaban dentro del behemotauro dirigible Sansemin. Se abrían camino por el estrecho y sinuoso túnel que iba ondulándose y cuyas paredes cálidas y resbaladizas palpitaban de una forma alarmante cada pocos minutos. El aire que pasaba a su lado, procedente de algo más adelante, apestaba a carne podrida. Uagen contuvo las arcadas. No podían volver al exterior por donde habían entrado; el conducto había quedado bloqueado por algún tipo de ruptura que había atrapado y ahogado a dos de las exploradoras que se habían adelantado.
En lugar de ese camino (y después de que la criatura le hubiera dicho lo que le había dicho a Uagen y después de una discusión agonizante, larga y absurdamente relajada entre las exploradoras y 974 Praf), habían tomado otra ruta para salir de la cámara de interrogatorios. En un principio esa ruta se adentraba cada vez más en el tembloroso cuerpo del behemotauro moribundo.
Dos de las tres exploradoras de rapiña insistieron en ir por delante por si surgían problemas, pero se estaban abriendo camino con cierta dificultad por un pasaje estrecho, entre las circunvoluciones del pasadizo serpenteante y Uagen estaba convencido de que podría haber ido más rápido si hubiera estado solo.
El suelo del pasaje estaba profundamente ribeteado, lo que hacía difícil caminar sin apoyarse en las paredes húmedas y temblorosas. Uagen pensó que ojalá se hubiera llevado unos guantes. Su sentido parcial de infrarrojos no distinguía demasiados detalles porque todo parecía estar a la misma temperatura, con lo que todo lo que veía se reducía a una pesadilla monocroma de sombras superpuestas; era peor que estar ciego, pensó Uagen.
La exploradora que iba delante llegó a una bifurcación del pasaje y se detuvo, al parecer para pensar.
Hubo un golpe seco y repentino a su alrededor, como una conmoción, y luego una corriente de aire fétido los envolvió desde atrás, anulando durante un instante el flujo de aire que venía de más adelante y provocando un hedor incluso peor que estuvo a punto de hacer vomitar a Uagen.
Este se oyó gañir.
—¿Qué ha sido eso?
—La respuesta se desconoce —le dijo la intérprete 974 Praf. Volvió a soplar el viento en contra. La exploradora de rapiña que iba en cabeza escogió el pasaje inferior de la izquierda y encogió las alas para meterlas por la estrecha hendidura.
—Por ahí —dijo 974 Praf para ayudar.
Voy a morir, pensó Uagen, con bastante claridad y casi con calma. Voy a morir metido dentro de esta aeronave alienígena que tiene diez millones de años y que está medio podrida, medio hinchada y medio incinerada, a mil años luz de cualquier otro ser humano y con una información que podría salvar vidas y convertirme en un héroe.
¡La vida es muy injusta!
La criatura del muro de la cámara de interrogatorios había vivido el tiempo justo para contarle algo que también podría matarlo, por supuesto, si es que era verdad y si es que conseguía salir de allí. Por lo que le había dicho, lo que sabía en esos momentos lo convertía en objetivo de personas que no se lo pensarían dos veces antes de matarlo a él o cualquier otro.
—¿Es de la Cultura? —le había dicho a aquella cosa larga con cinco extremidades que colgaba del muro de la cámara.
—Sí —le había dicho mientras intentaba mantener la cabeza levantada para hablar con él—. Agente. Circunstancias Especiales.
Uagen volvió a oírse tragar saliva otra vez. Había oído hablar de ce. De niño había soñado con ser un agente de Circunstancias Especiales. Mierda, incluso había soñado con serlo cuando era joven. Jamás se había imaginado que conocería a uno de verdad.
—Ah —dijo y se sintió como un auténtico imbécil—. Encantado.
—¿Y usted? —dijo la criatura.
—¿Qué? ¡Ah! Mmm. Erudito. Uagen Zlepe. Erudito. Un placer. Bueno. Quizá no. Mmm. Es solo. Bueno. —Volvía a manosearse el collar. Seguro que parecía que balbuceaba—. No importa. ¿Podemos bajarlo de ahí? Todo este sitio, bueno, cosa, está…
—Ja. No. Creo que no —dijo la criatura y quizá incluso estuviera intentando sonreír. Hizo un gesto con la cabeza, como si la echara hacia atrás y después se estremeció de dolor—. Odio tener que decírselo. Yo soy lo único que sujeta esto, la verdad. A través de este enlace. —Sacudió la cabeza—. Escuche Uagen. Tiene que salir de aquí.
—¿Sí? —Al menos eso era una buena noticia. El suelo de la cámara se bamboleó bajo sus pies cuando rugió otra detonación y sacudió las formas de los muertos y los moribundos que parecían marionetas atadas a la pared. Una de las exploradoras extendió las alas para sujetarse y derribó a 974 Praf. Esta dio un chasquido con el pico y miró furiosa a la culpable.
—¿Tiene comunicador? —le preguntó la criatura—. ¿Algo para mandar señal fuera de la aerosfera?
—No. Nada.
La criatura volvió a hacer otra mueca.
—Joder. Entonces tiene que… largarse de Oskendari. A una nave, un hábitat, a cualquier parte. A algún sitio donde se pueda poner en contacto con la Cultura, ¿entiende?
—Sí. ¿Por qué? ¿Para decir qué?
—Conspiración. No es broma, Uagen, no es ejercicio. Conspiración. Una puta conspiración muy seria. Creo que para destruir… orbital.
—¿Qué?
—Orbital. Todo un orbital llamado Masaq. ¿Lo conoce?
—¡Sí! ¡Es famoso!
—Quieren destruirlo. Facción chelgriana. Han enviado chelgriano. No sé nombre. No importa. Está de camino, o lo estará pronto. No sé cuándo. El ataque ocurre. Tú. Sal de aquí. Lárgate. Díselo a la Cultura. —La criatura se puso rígida de repente y se inclinó sobre el muro de la cámara cerrando los ojos. Un tremendo estremecimiento recorrió la cavidad y arrancó un par de cadáveres de los muros de la cámara para tirarlos inertes al suelo convulso. Uagen y dos de las exploradoras cayeron de espaldas. Uagen se volvió a poner en pie con cierto esfuerzo.
La criatura de la pared lo miraba fijamente.
—Uagen. Díselo a CE, o a Contacto. Me llamo Gidin Sumethyre. Sumethyre, ¿entendido?
—Entendido. Gidin Sumethyre. Mmm. ¿Eso es todo?
—Suficiente. Y ahora sal de aquí, orbital Masaq. Chelgriano. Gidin Sumethyre. Eso es todo. Ahora largo. Intentaré sujetar esto… —La cabeza de la criatura fue dejándose caer poco a poco sobre el pecho. Otra convulsión titánica sacudió la cámara.
—Eso que la criatura acaba de decir —empezó a decir 974 Praf, parecía perpleja.
Uagen se inclinó y cogió a la intérprete por las alas secas y correosas.
—¡Hay que salir! —le gritó a la cara—. ¡Ahora!
Habían llegado a una parte un poco más ancha del pasaje que ya se había convertido en una pendiente bastante escarpada cuando el viento que pasaba susurrando junto a ellos cobró fuerza de repente y se convirtió en una galerna. Las dos exploradoras de rapiña que iban delante de Uagen y cuyas alas dobladas actuaban como velas en medio del aullador torrente de aire, intentaron incrustarse contra las paredes, que se ondulaban y cedían. Empezaron a deslizarse hacia atrás, hacia él, mientras Uagen también intentaba sujetarse contra los tejidos húmedos del tubo.
—Oh —dijo 974 Praf con tono prosaico, estaba detrás de Uagen, un poco más abajo—. Este cambio no indica nada bueno.
—¡Socorro! —chilló Uagen mientras miraba a las dos exploradoras, que aunque seguían aferrándose desesperadas a las paredes del pasaje, continuaban deslizándose hacia él. Uagen intentó convertirse en una equis contra las paredes, pero estas ya se habían separado demasiado.
—Aquí abajo —dijo la intérprete 974 Praf. Uagen miró entre sus pies. 974 Praf se asía al suelo ribeteado, se había aplastado todo lo posible contra él.
El erudito levantó la cabeza cuando la exploradora más cercana resbaló un poco más, ya casi podía tocarlo.
—¡Buena idea! —jadeó. Se hundió. La frente le rebotó contra el espolón de la exploradora. Se aferró a los ribetes del suelo cuando las dos exploradoras se deslizaron sobre él. El viento aulló y le tiró del traje, después amainó. Se desenredó de 974 Praf y miró hacia atrás. En una dolorosa maraña de picos, alas y patas, las dos exploradoras estaban incrustadas pasaje arriba, junto con la que cerraba la marcha, en la parte estrecha que acababan de atravesar todos. Una de las criaturas aladas dijo algo con un chasquido.
974 Praf le respondió con otro chasquido y luego se levantó de golpe y se escabulló por el pasaje.
—Se da la circunstancia de que las aves exploradoras de Yoleus intentarán permanecer ahí incrustadas y bloquear así el viento que alimenta el incendio mientras nosotros completamos el viaje hacia al exterior del Sansemin. Por aquí, Uagen Zlepe, erudito.
El erudito se quedó mirando la espalda de la intérprete y después salió gateando tras ella. Empezaba a tener una sensación extraña en el estómago. Intentó identificarla y luego se dio cuenta. Era como estar en un ascensor o en una nave sometida a la inercia.
—¿Nos estamos hundiendo? —dijo con un gimoteo.
—Da la sensación de que el Sansemin está perdiendo altura con rapidez —dijo 974 Praf, rebotando de ribete en ribete por el escarpado suelo que tenía delante.
—¡Oh, mierda! —Uagen volvió la vista atrás. Habían dado la curva y habían perdido de vista a las exploradoras de rapiña. El pasaje se hundía todavía más, era como bajar por un tramo de escaleras muy empinadas.
—Aja —dijo la intérprete cuando el viento volvió a tirar de ellos.
Uagen sintió que se le abrían mucho los ojos. Se quedó mirando lo que tenía delante.
—¡Luz! —chilló—. ¡Luz! ¡Praf! Veo… —Se fue quedando sin voz.
—Fuego —dijo la intérprete—. Al suelo, Uagen Zlepe, erudito.
Uagen se dio la vuelta y se tiró a los escalones un momento antes de que lo golpeara la bola de fuego. Tuvo tiempo de tomar aliento e intentar enterrar la cara entre los brazos. Sintió a 974 Praf encima de él, con las alas extendidas, cubriéndolo. El estallido de calor y luz duró un par de segundos.
—Arriba otra vez —dijo la intérprete—. Tú primero.
—¡Estás ardiendo! —chilló él cuando la intérprete lo empujó con las alas y el erudito bajó tropezando por los escalones ribeteados.
—Así es —dijo Praf. El humo y las llamas se enroscaban tras las alas de la intérprete mientras esta pinchaba y empujaba a Uagen para que siguiera bajando. El viento era cada vez más fuerte, el erudito tenía que luchar contra él para poder avanzar, bajar por la fuerza por el lado ribeteado de lo que ya era casi un tubo vertical, como si por alguna razón hubieran vuelto al mismo nivel.
Al mirar hacia delante, Uagen volvió a ver una luz. Gimió y luego vio que esa vez era blanca y azul, no amarilla.
—Nos acercamos al exterior —jadeó 974 Praf.
Se dejaron caer del vientre del behemotauro moribundo, aunque no cayeron mucho más rápido que lo que quedaba de la inmensa criatura en sí, que ardía, se desintegraba, se derrumbaba y descendía todo al mismo tiempo. Uagen atrajo a 974 Praf contra sí y apagó las llamas que le consumían las alas, después utilizó los motores de los tobillos y la capa globo para detener su caída y tras una eternidad de precipitarse entre restos que aleteaban y ardían y animales heridos, los dos rodearon por debajo la inmensa ruina en forma de uve que era el behemotauro moribundo y salieron al aire fresco del espacio donde los restos de la fuerza expedicionaria de exploradoras de rapiña del Yoleus los encontró momentos antes de que un diseisor ogrino pudiera descender sobre ellos para tragárselos enteros.
La aturdida y silenciosa intérprete se estremecía entre sus brazos, el olor a carne quemada le llenaba a Uagen la nariz mientras iban subiendo poco a poco con la tropa de exploradoras para regresar al behemotauro dirigible Yoleus.
—¿Irte?
—Sí, fuera. Ir. Partir. Abandonar esto.
—¿Deseas irte, partir, abandonar esto, ahora?
—En cuanto sea posible. ¿Cuándo sale la próxima nave? De quién sea. Bueno, no, mmm, que no sea chelgriana. Sí; chelgriana, no.
Uagen nunca se había imaginado que la cámara de interrogatorios de Yoleus le pudiera parecer ni remotamente acogedora, pero en ese momento lo pensaba. Por extraño que pareciera, allí se sentía seguro. Era una pena que tuviera que irse.
Yoleus estaba hablando con él a través de un cable de conexión y un intérprete llamado 46 Zhun. El cuerpo más fornido de lo que solo de nombre era el macho 46 Zhun estaba encaramado a un saliente, junto a 974 Praf, que estaba pegada a la pared de la cámara y tenía un aspecto chamuscado, inerte y muerto, pero que al parecer estaba comenzando su reconstitución y recuperación. 46 Zhun cerró los ojos. Uagen se quedó allí de pie, en el suelo cálido y suave de la cámara. Todavía podía sentir el olor a quemado que desprendían sus ropas. Se estremeció.
46 Zhun volvió a abrir los ojos.
—El próximo objeto que parte tiene previsto salir del Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación, en el lóbulo de Allende, dentro de cinco días —dijo el intérprete.
—Cogeré ese. Espera, ¿es chelgriano?
—No. Es un mercante jhuvuoniano.
—Cogeré ese.
—Ahora mismo no hay tiempo suficiente para que viajes y llegues a tiempo al susodicho Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación.
—¿Qué?
—Ahora mismo no hay tiempo suficiente para que…
—Está bien, ¿cuánto tiempo me llevaría?
El intérprete cerró los ojos otra vez durante unos momentos, después los abrió.
—Veintitrés días sería el tiempo mínimo requerido para que un ser como tú viaje y llegue al Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación desde este punto.
Uagen podía sentir un retortijón persistente en las tripas, era una sensación que no tenía desde que era muy pequeño. Intentó no perder la calma.
—¿Y después, cuándo sale la nave siguiente?
—Eso se desconoce —respondió el intérprete de inmediato.
Uagen venció las ganas de llorar.
—¿Es posible enviar una señal desde Oskendari? —preguntó.
—Por supuesto.
—¿A una velocidad superior a la de la luz?
—No.
—¿Podrías enviar una señal para pedir una nave? ¿Tengo algún modo de irme de aquí en un futuro cercano?
—La definición de futuro cercano. ¿Cuál sería?
Uagen contuvo un gemido.
—¿En los próximos cien días?
—No hay objetos conocidos que lleguen o partan durante ese periodo de tiempo.
Uagen se llevó las manos a los cabellos y tiró. Rugió de pura frustración, después se detuvo y parpadeó. Jamás había hecho eso. Jamás había hecho ninguna de las dos cosas. Nunca se había tirado de los pelos ni rugido de frustración. Se quedó mirando al cuerpo ennegrecido y lisiado de 974 Praf, después bajó la cabeza y se quedó mirando el suelo de la cámara. Los pequeños motores que llevaba en los tobillos le devolvieron un reflejo burlón.
Levantó la cabeza. ¿En qué había estado pensando?
Repasó lo que sabía de los mercantes jhuvonianos. Solo semicontactados. Bastante pacíficos, bastante fiables. Todavía en la era de la escasez. Naves capaces de unos cuantos cientos de años luz. Lentas según los estándares de la Cultura, pero con eso bastaba.
—Yoleus —dijo con calma—. ¿Puedes enviar una señal al Segundo Trópico de Secesión del Portal Inclinatorio o como se llame?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo llevaría eso?
La criatura cerró los ojos y los abrió.
—Se requeriría un día más un cuarto de día para la señal de salida y se requeriría un periodo de tiempo parecido para una señal de respuesta.
—Bien. ¿Dónde está el portal más cercano al sitio en el que estamos y cuánto tiempo me llevaría llegar allí?
Otra pausa.
—El portal más cercano a donde estamos ahora es el Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación, lóbulo Presente. Son dos días más tres quintas partes de un día de vuelo desde aquí, para una exploradora de rapiña.
Uagen respiró hondo. Pertenezco a la Cultura, pensó para sí. Eso es lo que se supone que tienes que hacer en una situación así, de eso trata, se supone.
—Por favor, envíale una señal al navío de los mercantes jhuvonianos —dijo— y diles que se les pagará una cantidad de dinero equivalente al valor de su navío si me recogen en el Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación, lóbulo Presente, dentro de cuatro días y me llevan a un destino que les revelaré cuando nos encontremos allí. Menciona también que se agradecerá su discreción.
Se planteó la posibilidad de dejarlo así, pero esa nave parecía su única oportunidad y no podía permitirse el riesgo de que sus capitanes desecharan la señal como si estuviera loco. Y si se habían comprometido con esa fecha de salida, entonces tampoco había tiempo para meterse en una conversación por medio de señales para convencerlos. Volvió a respirar hondo antes de añadir algo más.
—Puedes informarles de que soy ciudadano de la Cultura.
Nunca tuvo oportunidad de decirle adiós a 974 Praf como le hubiera gustado. La decisiva deductora de follaje convertida en intérprete seguía inconsciente y pegada al muro de la cámara de interrogación cuando se fue, un día después.
Hizo las maletas, se aseguró de que un registro de sus notas de investigación, glifos y todo lo que había ocurrido durante el último par de días quedaba a salvo, en un sitio seguro del Yoleus y al final tuvo el empeño especial de prepararse y beber una taza de infusión de hojas de jhagel. No le supo muy bien.
Una escuadrilla de exploradoras de rapiña lo escoltó al Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación. Lo último que vio del behemotauro dirigible Yoleus fue cuando miró por encima del hombro y contempló a la gigantesca criatura que desaparecía en la distancia azul verdosa, sobre la sombra de un complejo de nubes, fiel al compañero que deseaba, Muetenive, detrás de él y algo más abajo. Se preguntó si las criaturas todavía saldrían corriendo hacia la predicha burbuja que seguía formándose allí delante, en algún lugar del horizonte de bruma, para reclamar su viaje gratis a las alturas, a los múltiples esplendores de la entidad globular gigalitina Buthulne.
Sintió una especie de tristeza dulce al pensar que no estaría allí para compartir el viaje ni la llegada con ellos y experimentó una punzada de culpa al sentir una especie de deseo, ojalá que la nave de los mercantes jhuvonianos rechazara su oferta y no apareciera y, en realidad, no le dejara más alternativa que intentar regresar al Yoleus.
Los dos behemotauros desaparecieron entre las sombras ligeras y cavernosas que había sobre el sistema de nubes. Uagen volvió a mirar hacia delante. Los motores de los tobillos zumbaron y la capa hizo un ajuste mínimo para adaptarse al cambio de posición, todavía tensa para convertirse en ala. Las alas de las aves exploradoras batían el aire a su alrededor con el ritmo sincopado de un tartamudeo que creaba un curioso efecto relajante. Uagen miró a 46 Zhun, que se aferraba al cuello y el lomo del líder de la cuadrilla de exploradoras, pero la criatura parecía dormida.
El Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación resultó andar un poco escaso de instalaciones. No era más que un trozo de unos diez metros de diámetro en un costado del tejido de la aerosfera, donde las capas de material de contención se encontraban y fundían para producir una ventana transparente al espacio. Alrededor de esa zona circular se habían apiñado un puñado de lo que parecían las cáscaras de la megafruta que crecía en los behemotauros y en una de las cuales, hasta un día antes, él había tenido su hogar. Allí las exploradoras encontraron un lugar para encaramarse y recuperar fuerzas y él pudo sentarse a esperar. Había algo de comida y agua, pero eso era todo.
Se pasó el tiempo mirando las estrellas; los trozos de portales eran las únicas zonas transparentes de verdad en la superficie de la aerosfera, el resto solo era traslúcido en comparación, y compuso un poeglifo que intentaba describir la sensación de terror que había sentido solo un día antes, atrapado en el interior del cuerpo moribundo del behemotauro Sansemin.
Fue un proceso frustrante. No dejaba de posar el bolígrafo (el mismo puñetero bolígrafo que lo había llevado a encontrarse allí, esperando a una nave espacial alienígena que quizá ni aparecería) para intentar resolver lo que le había pasado al Sansemin y por qué estaba allí el agente de la Cultura, si es que eso era lo que era de verdad aquel tipo o tipa; no sabía si de veras había una conspiración como la que le habían descrito y lo que debería hacer si resultaba que todo aquel asunto era una especie de broma, una alucinación o el producto de la imaginación de una mente loca y atormentada.
Se había quedado dormido dos veces, había borrado seis intentos de componer el poeglifo y (tras llegar a una conclusión provisional, es decir, que en lugar de que los acontecimientos de los últimos días hubieran sido reales, era ligeramente más probable que se hubiera vuelto loco) estaba debatiendo consigo mismo los méritos relativos del suicidio, el almacenamiento, la transcorporación a una entidad grupal o la posibilidad de solicitar el regreso a Yoleus para reanudar sus estudios (con una alteración física apropiada y una esperanza de vida mayor, como ya se había estado planteando) cuando viró por el otro lado del portal la nave de los mercantes jhuvonianos, un insólito aparato compuesto por tubos y palos.
Los mercantes jhuvonianos no eran en absoluto lo que se había imaginado. Por alguna razón él se esperaba unos humanoides achaparrados, peludos y con aspecto tosco, vestidos con cueros y pieles, cuando de hecho parecían una colección de plumas rojas muy grandes. Uno de ellos atravesó flotando el portal, encerrado en una burbuja que en su mayor parte era transparente y estaba contenida en una intrusión de aire con aspecto de dedo que formaba un túnel que se alargaba para poner en contacto el portal y el navío tubular del exterior. Uagel se reunió con el túnel en una terraza de la cáscara del megafruto. 46 Zhun se aferró al parapeto, a su lado; observaba al alienígena encerrado que se acercaba con el aire de una criatura que evalúa un posible material de nidificación.
—¿Usted es la persona de la Cultura? —dijo la criatura de la burbuja, una vez que estuvo flotando a su mismo nivel. La voz era apagada, hablaba en marain con un acento tolerable.
—Sí. Encantado.
—¿Va a pagar el valor de nuestra nave para que lo llevemos a su destino?
—Sí.
—Es una nave magnífica.
—Ya lo veo.
—Querríamos tener otra idéntica.
—La tendrán.
El alienígena emitió una serie de chasquidos y habló con el intérprete que permanecía al lado de Uagen. 46 Zhun le respondió con otros chasquidos.
—¿Cuál es su destino? —dijo el alienígena.
—Necesito enviar una señal a la Cultura. En un principio pónganme en posición de hacer eso y luego llévenme a cualquier sitio donde pueda encontrarme con una nave de la Cultura.
A Uagen se le había ocurrido que la nave quizá pudiera hacerlo desde allí mismo, sin tener que llevarlo a ninguna parte, aunque dudaba que fuera a tener tanta suerte. Con todo, durante los momentos siguientes, experimentó un escalofrío de esperanza y ansiedad hasta que habló la criatura.
—Podríamos viajar hasta la entidad Beidite Critoletli, donde ambas, comunicación y reunión, podrían lograrse.
—¿Cuánto tiempo llevaría eso?
—Setenta y siete días estándar de la Cultura.
—¿No hay ningún sitio que esté más cerca?
—No lo hay.
—¿Podríamos enviar antes una señal a la entidad, al acercarnos?
—Podríamos.
—¿Cuándo estaríamos al alcance de hacer eso?
—En unos cincuenta días estándar de la Cultura.
—Muy bien. Me gustaría partir de inmediato.
—Satisfactorio. ¿Nuestro pago?
—Lo hará la Cultura cuando yo llegue a salvo. ¡Oh! Debería haberlo mencionado.
—¿Qué? —dijo el alienígena; su colección de filamentos rojos aleteó dentro de la burbuja.
—Quizá haya una recompensa adicional, aparte del pago que ya hemos acordado.
El plumoso cuerpo de la criatura volvió a cambiar de posición.
—Satisfactorio —repitió.
La burbuja se acercó flotando al parapeto. Había una segunda burbuja formándose al lado de la que encerraba al alienígena. Uagen pensó que era como ver dividirse una célula.
—La atmósfera y la temperatura se adaptan al estándar de la Cultura —le dijo el alienígena—. La gravedad de la nave será menor. ¿Es aceptable para usted?
—Sí.
—¿Puede proporcionar su propio sustento?
—Me las arreglaré —dijo, y después lo pensó—. ¿Tienen agua?
—La tenemos.
—Entonces sobreviviré.
—Suba a bordo, por favor.
La burbuja desdoblada chocó contra el parapeto. Uagen se agachó, recogió las bolsas y miró a 46 Zhun.
—Bueno, adiós. Y gracias por tu ayuda. Dale a Yoleus recuerdos de mi parte.
—El Yoleus te desea un buen viaje y una vida subsiguiente que te sea placentera.
Uagen sonrió.
—Dale las gracias por mí. Espero volver a verlo.
—Así se hará.