~ Qué poco territoriales.
~ Supongo que cuando tienes tanto territorio puedes permitirte serlo.
~ ¿Crees que soy anticuado por dejarme afectar por eso?
~ No, creo que es de lo más natural.
~ Tienen demasiado de todo.
~ Con la posible excepción de la suspicacia.
~ No podemos estar seguros de eso.
~ Lo sé. Con todo, hasta ahora, todo va bien.
Quilan cerró la puerta sin cerradura de su apartamento y miró el suelo de la galería, treinta metros más abajo. Grupos de humanos paseaban entre las plantas y los estanques, entre los puestos y los bares, los restaurantes y… bueno, ¿tiendas, exposiciones? Era difícil saber qué eran.
El apartamento que le habían dado estaba cerca del nivel del tejado de una de las galerías centrales de la ciudad de Aquime. Varias de las habitaciones se asomaban a la ciudad y al mar interior. El otro lado del piso, como ese vestíbulo acristalado exterior, se asomaba a la propia galería.
La altitud de Aquime y sus consiguientes inviernos fríos implicaban que buena parte de la vida de la ciudad tenía lugar en lugares cerrados en lugar de al aire libre, y por tanto, lo que habrían sido calles normales en una ciudad más templada, bajo el cielo abierto, en Aquime eran galerías, calles cubiertas con bóvedas que iban desde vidrio antiguo a campos de fuerza. Era posible pasear de un extremo a otro de la ciudad a cubierto y con ropa de verano, incluso cuando, como en ese momento, soplaba una ventisca.
A salvo de la nevada torrencial que reducía la visibilidad a unos cuantos metros, la vista que había desde el exterior del apartamento era tan delicada como impresionante. La ciudad se había construido con un estilo deliberadamente arcaico, sobre todo con piedra. Los edificios eran rojos, dorados, grises y rosas, y las tejas de pizarra que cubrían los escarpados tejados eran de varias tonalidades de verde y azul. Unas franjas de bosque largas y ahusadas se adentraban en la ciudad casi hasta el centro, poniendo en juego nuevos tonos de verde y azul y, junto con las galerías, dividiendo la ciudad en bloques y formas irregulares.
A lo lejos, a unos cuantos kilómetros, los muelles y los canales resplandecían bajo el sol de la mañana. Al otro lado, en una pendiente suave que se alzaba en las afueras de la ciudad, cuando el tiempo estaba despejado, Quilan podía ver los altos contrafuertes y torres del ornamentado edificio de apartamentos que albergaba el hogar de mahrai Ziller.
~ ¿Así que podríamos entrar en su apartamento, así sin más?
~ No. Hizo que alguien le fabricara unas cerraduras cuando se enteró de que venía. Al parecer, se produjo un pequeño escándalo.
~ Bueno, nosotros también podríamos tener cerraduras.
~ Mejor no.
~ Creí que querrías.
~ No querríamos dar la impresión de que tengo algo que esconder.
~ Desde luego que no.
Quilan abrió de golpe una ventana y dejó que los sonidos de la galería se colaran en el apartamento. Oyó el tintineo del agua, las conversaciones y las risas de la gente, el canto de unos pájaros y música.
Vio drones y personas pasar deslizándose con arneses de flotación bajo él, pero por encima de los otros humanos; vio que unas personas de un apartamento que había al otro lado de la galería lo saludaban con la mano y les devolvió el saludo casi sin pensar, y olió perfumes y el aroma de unos guisos.
Levantó la cabeza y miró al techo, que no era de cristal, sino de algún otro material más perfecto y transparente, suponía que podría haberle preguntado qué era a su pequeña terminal, pero no se había molestado, e intentó oír en vano el sonido de la tormenta que giraba y soplaba en el exterior.
~ Les encanta su pequeña existencia aislada de todo, ¿no?
~ Sí, les encanta.
Recordó una galería no muy distinta de aquella, en Shaunesta, en Chel. Fue antes de que se casaran, un año, más o menos, después de conocerse. Habían estado paseando de la mano y se habían parado a mirar el escaparate de una joyería. Quilan le había echado un vistazo bastante despreocupado a todas aquellas alajas y se había preguntado si podría comprarle algo a su novia. Entonces la oyó hacer aquel ruidito, una especie de siseo de elogio, pero apenas audible, «Mmm, mmm, mmm, mmm».
Al principio supuso que estaba haciendo aquel ruido para hacerlo reír. Había tardado unos momentos en darse cuenta que no solo no era por eso, sino que ni siquiera era consciente de que estaba haciendo ruido.
Y al darse cuenta sintió de repente que su corazón estaba a punto de estallar de amor y alegría. Se giró, la cogió en sus brazos y la abrazó, riéndose de la expresión sorprendida, confusa y absurdamente encantada de su novia.
~ ¿Quil?
~ Perdona. Sí.
Alguien se echó a reír en el suelo de la galería, abajo. Una carcajada aguda, gutural, femenina, desenfrenada y pura. La oyó reverberar por las superficies duras de la calle cerrada y recordó un lugar donde no había ningún eco.
Se habían emborrachado la noche antes de irse; el estodien Visquile con su extenso séquito, incluyendo al fornido Eweirl, con su pelo blanco, y él. Un risueño Eweirl tuvo que ayudarlo a levantarse de la cama al día siguiente. Unos segundos bajo una ducha fría lo despertó un poco y luego lo llevaron directamente al ADAC y de allí, con el suborbital, al campo, después a la ciudad de Lanzamiento del Ecuador, donde un vuelo comercial los subió a un pequeño Orbitador. Un ex corsario desmilitarizado de la marina los esperaba allí. Ya habían abandonado el sistema, rumbo al espacio profundo, cuando comenzó a remitir la resaca y se dio cuenta de que lo habían elegido a él para hacer lo que fuera que tenía que hacer y recordó lo que había pasado la noche antes.
Se encontraban en un antiguo comedor decorado con las cabezas de varios animales de presa que adornaban tres de las paredes; la cuarta pared de puertas de cristal se abría a una estrecha terraza que se asomaba al mar. Soplaba una brisa cálida y estaban abiertas todas las puertas para dejar entrar en el bar el olor del océano. Les servían dos sirvientes Invisibles ciegos, vestidos con pantalones y chaquetas blancas, que les traían las varias graduaciones de licores fermentados y destilados que requería cualquier borrachera.
La comida era escasa y salada, una vez más como dictaba la tradición. Se propusieron brindis, se jugó a beber y se volvió a beber, y Eweirl y otro participante de la fiesta, que parecía casi tan corpulento como el macho de pelo blanco, se abrieron camino por la pared de la terraza, de un extremo a otro, guardando el equilibrio, con la caída de doscientos metros a un lado. El otro macho fue primero, Eweirl lo ganó parándose a medio camino y engullendo una copa de licor.
Quilan bebió el mínimo requerido, se preguntaba a qué contribuía todo aquello y sospechaba que hasta esa aparente celebración formaba parte de una prueba. Intentó no aguarles mucho la fiesta a los demás y se unió a varios de los juegos con un entusiasmo forzado que pensó que todos notarían.
La noche fue pasando. Poco a poco, la gente se fue retirando a sus colchones ondulados. Después de un rato ya solo quedaban Visquile, Eweirl y él, servidos por el más grande de los dos Invisibles, un macho incluso más fornido que Eweirl que se abría paso entre las mesas con una destreza sorprendente; su cabeza, vendada de verde, se balanceaba de un lado a otro y sus ropas blancas lo hacían parecer un fantasma bajo la luz tenue.
Eweirl lo hizo tropezar un par de veces, en la segunda ocasión incluso le hizo tirar una bandeja de vasos. Cuando lo vio, Eweirl echó la cabeza hacia atrás y lanzó una sonora carcajada. Visquile lo miró como un padre indulgente mira a su hijo malcriado. El gran sirviente se disculpó y regresó a tientas a la barra para regresar con una escoba y un recogedor.
Eweirl se tomó otra copa de licor, al ver que el sirviente levantaba una mesa con una mano para quitarla del medio, lo retó a echar un pulso. El Invisible declinó, así que Eweirl le ordenó que participase, cosa que el criado hizo, y ganó.
Eweirl se quedó jadeando por el esfuerzo mientras el robusto Invisible volvía a ponerse la chaqueta, inclinaba la cabeza vendada de verde y regresaba a sus obligaciones.
Quilan estaba desplomado en su sillón ondulado contemplando los acontecimientos con un ojo cerrado. A Eweirl no parecía haberle hecho gracia que le hubiera ganado el sirviente. Bebió un poco más. El estodien Visquile, que no parecía muy borracho, le hizo a Quilan algunas preguntas sobre su mujer, su carrera militar, su familia y sus creencias. Quilan recordó que había intentado no mostrarse evasivo. Eweirl observaba al gran Invisible, que cumplía con sus tareas; su cuerpo blanco parecía tenso y enroscado.
—Quizá todavía encuentren la nave, Quil —le decía el estodien—. Puede que todavía haya restos. La Cultura, sus conciencias, nos ayudan a buscar las naves perdidas. Quizá todavía aparezca. Ella no, por supuesto. Ella está perdida. Los desaparecidos dicen que no hay señal, no hay rastro de que su Guardián de Almas haya funcionado. Pero quizá todavía encontremos la nave y sepamos más de lo que pasó.
—No importa —dijo Quilan—. Está muerta. Eso es todo lo que importa. Nada más. Me da igual todo lo demás.
—¿También le da igual su propia supervivencia después de la muerte, Quilan? —preguntó el estodien.
—Eso menos que nada. No quiero sobrevivir. Quiero morir. Quiero ser lo mismo que es ella. Sin más. Nada más. Nunca más.
El estodien asintió en silencio, dejó caer los párpados y una pequeña sonrisa jugueteó por su rostro. Después miró a Eweirl. Quilan también lo observó.
El macho de pelo blanco había cambiado de sitio sin ruido. Esperó hasta que se acercó el gran Invisible y después se puso de repente en pie y se colocó en su camino. El sirviente chocó con él y derramó tres copas de licor sobre el chaleco de Eweirl.
—¡Puto torpe! ¿Es que no miras por dónde vas?
—Lo siento, señor. No sabía que se había movido. —El sirviente le ofreció a Eweirl un paño que llevaba en la cintura.
Eweirl lo tiró al suelo.
—¡No quiero ese trapo! —le gritó—. He dicho que si no miras por dónde vas. —Cogió el borde inferior de la banda verde que cubría los ojos del otro macho. El gran Invisible se encogió por instinto y se apartó un poco. Eweirl le había colocado una pierna detrás, el sirviente tropezó y cayó y Eweirl se hundió con él entre un torbellino de copas rotas y sillas volcadas.
Eweirl se levantó tambaleándose y alzó al gran macho con él.
—Me quieres atacar, ¿verdad? Me quieres atacar, ¿verdad? —chilló. Le había bajado la chaqueta al sirviente por los hombros, hasta los brazos, de tal modo que estaba medio indefenso, aunque, de todos modos, el sirviente no parecía estar resistiéndose. Permanecía allí de pie, sin inmutarse, mientras Eweirl le gritaba.
A Quilan aquello no le gustaba. Miró a Visquile, pero el estodien seguía observando con expresión tolerante. Quilan se levantó de la mesa ante la que estaban enroscados. El estodien le puso una mano en el brazo pero, él se la apartó.
—¡Traidor! —le chillaba Eweirl al Invisible—. ¡Espía! —Tiró del sirviente, le dio la vuelta y lo empujó hacia uno y otro lado; el gran macho chocó con mesas y sillas, se tambaleó y estuvo a punto de caer, incapaz de salvarse con los brazos atrapados y utilizando cada vez la extremidad media como palanca para esquivar los obstáculos invisibles.
Quilan empezó a rodear la mesa. Tropezó con una silla y tuvo que tirarse sobre la mesa para evitar caerse al suelo. Eweirl estaba girando y empujando al Invisible, intentando desorientarlo o marearlo además de hacerlo caer.
—¡Bien! —le gritó al sirviente al oído—. ¡Te voy a llevar a las celdas! —Quilan se apartó con un empujón de la mesa.
Eweirl sostuvo al sirviente delante de él y empezó a dirigirse con paso firme no a las puertas dobles que salían del bar, sino hacia las puertas de la terraza. El sirviente fue sin quejarse al principio, pero después debió de recuperar su sentido de la orientación o quizá solo olió u oyó el mar y sintió el aire libre en el pelo, porque se resistió y empezó a decir algo para protestar.
Quilan estaba intentando ponerse delante de Eweirl y el Invisible para interceptarlos. Ya estaba a unos metros, en uno de los lados, abriéndose camino entre mesas y sillas.
Eweirl levantó una mano, bajó la banda verde, de modo que por un instante Quilan pudo ver las dos cuencas vacías de los ojos del Invisible, y se la metió a la fuerza en la boca al sirviente. Después le puso la zancadilla al otro macho y mientras este intentaba recuperar el equilibrio lo sacó corriendo a la terraza, hasta el muro, y tiró al Invisible por encima, hacia la noche.
Después se quedó allí, respirando con dificultad mientras Quilan llegaba tropezando a su lado. Los dos miraron por el borde. Había una leve gola blanca de espuma alrededor de la base del cañón. Después de un momento, Quilan vio la forma pálida de la diminuta figura caída que se perfilaba contra el mar oscuro. Un instante después, el indistinto sonido de un grito subió flotando hasta ellos. La figura blanca se unió a la espuma sin ningún chapoteo visible y el grito se detuvo unos instantes después.
—Qué torpe —dijo Eweirl. Se limpió un poco de saliva de la boca, le sonrió a Quilan y después pareció inquietarse y sacudió la cabeza—. Una tragedia —dijo—. Anímate. —Rodeó con una mano el hombro de Quilan—. Viva la jarana, ¿eh? —Estiró los brazos y atrajo a Quilan hacia sí, apretándolo contra su pecho. Quilan intentó apartarse, pero el otro macho era demasiado fuerte. Los dos se balancearon, cerca del muro y del precipicio. Quilan tenía los labios del otro macho en el oído—. ¿Crees que quería morir, Quil? ¿Mmm, Quilan? ¿Mmm? ¿Crees que quería morir? ¿Qué me dices?
—No lo sé —balbuceó Quilan, que por fin pudo utilizar la extremidad media para apartarse del otro. Se quedó allí, con la cabeza levantada para mirar al macho de pelo blanco. Ya se sentía un poco más sobrio. Estaba medio aterrorizado y a la vez tampoco le importaba del todo—. Sé que tú lo has matado —dijo y de inmediato pensó que quizá él fuera a morir también allí mismo. Se planteó colocarse en la clásica posición de defensa, pero no lo hizo.
Eweirl sonrió y volvió la cabeza para mirar a Visquile, que seguía sentado en el mismo sitio de siempre.
—Un accidente trágico —dijo Eweirl. El estodien abrió las manos. Eweirl se apoyó en el muro para dejar de balancearse y le hizo un gesto a Quilan—. Un accidente trágico.
Quilan se mareó de repente y se sentó. El paisaje comenzó a desaparecer por los bordes.
—¿Tú también nos dejas? —oyó que preguntaba Eweirl. Y después nada hasta por la mañana.
—¿Entonces me han elegido?
—Usted se eligió a sí mismo, comandante.
Visquile y él se encontraban sentados en el salón del corsario. Junto con Eweirl, eran los únicos que viajaban a bordo. La nave tenía su propia IA, aunque era bastante reservada. Visquile afirmaba no conocer las órdenes de la nave ni su destino.
Quilan bebió poco a poco un reconstituyente al que le habían añadido sustancias químicas antiresaca. Funcionaba, aunque podría haber funcionado más rápido.
—¿Y lo que Eweirl le hizo al Invisible ciego?
Visquile se encogió de hombros.
—Lo que ocurrió fue lamentable. Son accidentes que pasan cuando la gente bebe demasiado.
—Fue un asesinato, estodien.
—Eso sería imposible de demostrar, comandante. Personalmente, yo, como el desgraciado en cuestión, también carecía de vista en ese momento. —Sonrió. Después se desvaneció la sonrisa—. Además, comandante, creo que se dará cuenta de que Llamado-A-Armas Eweirl tiene libertad en tales temas. —Estiró un brazo y le dio unas palmaditas a Quilan en la mano—. No debe seguir inquietándose por ese desdichado incidente.
Quilan pasó mucho tiempo en el gimnasio de la nave. Eweirl también, aunque no hablaron mucho. Quilan no tenía mucho que decirle al otro macho y a Eweirl no parecía importarle. Se ejercitaron, levantaron pesas, remaron, corrieron, sudaron, jadearon, se dieron baños de polvo y duchas uno junto al otro, pero apenas reconocieron la presencia del otro. Eweirl llevaba auriculares y un visor y a veces se reía mientras hacía ejercicio o bien emitía gruñidos apreciativos.
Quilan se limitó a no hacerle caso.
Un día se estaba cepillando el pelo tras un baño de polvo cuando una gota de sudor le cayó por la cara y se estrelló contra el polvo como un glóbulo de mercurio sucio que rodó hasta el hueco que había quedado a sus pies. Habían copulado una vez en un baño de polvo, durante su luna de miel. Una gota de su dulce sudor había caído igual entre las exquisitas líneas grises y había rodado con una elegancia sedosa por las suaves muescas que habían creado los dos.
Quilan fue consciente de repente de que había hecho un ruido intenso, como un gemido. Miró a Eweirl, que se encontraba en la parte central del gimnasio, con la esperanza de que no lo hubiese oído, pero el macho de pelo blanco se había quitado los auriculares y el visor y lo miraba con una gran sonrisa.
El corsario se encontró con algo a los cinco días de viaje. La nave se quedó en silencio y se movió de forma extraña, como si estuviese en tierra firme, pero la estuvieran deslizando de un lado a otro. Se oyeron golpes secos, después siseos y luego se apagó la mayor parte del ruido restante de la nave. Quilan se quedó sentado en su pequeño camarote e intentó acceder al exterior por las pantallas, nada. Intentó pedir información al sistema de navegación, pero también lo habían desactivado. Hasta ese momento jamás había lamentado que las naves no tuvieran ventanillas ni ojos de buey.
Encontró a Visquile en el pequeño, austero y elegante puente de la nave, estaba sacando un alfiler de datos de los controles manuales y se lo estaba metiendo entre las túnicas. Las pocas pantallas de datos que todavía quedaban encendidas en el puente se apagaron con un parpadeo.
—¿Estodien? —preguntó Quilan.
—Comandante —dijo Visquile. Le dio unas palmaditas a Quilan en el codo—. Nos van a llevar. —Levantó una mano cuando Quilan abrió la boca para preguntar a dónde—. Es mejor que no pregunte quién ni a dónde, comandante, porque no puedo decírselo. —Sonrió—. Solo finja que seguimos adelante utilizando nuestra propia potencia. Es más fácil. No tiene de qué preocuparse, aquí dentro estamos seguros. Muy seguros. —Le tocó la extremidad media con la suya—. Le veo en la cena.
Pasaron otros veinte días. Quilan siguió poniéndose en forma. Estudió las historias antiguas de los Implicados. Pero un día despertó y se encontró de repente con que la nave hacía ruido a su alrededor. Encendió la pantalla de la cabina y vio el espacio que tenía delante. Las pantallas de navegación seguían desconectadas, pero él observó el exterior de la nave a través de los diferentes sensores y ángulos distintos y no reconoció nada hasta que vio una borrosa forma de Y y supo que estaban en algún lugar de las afueras de la galaxia, cerca de las Nubes.
No sabía qué era lo que los había llevado hasta allí en solo veinte días, pero tenía que ser mucho más rápido que sus propias naves. Se preguntó qué sería.
La nave corsaria se encontraba en una burbuja de vacío dentro de un inmenso espacio verde azulado. Un tembloroso ramal de atmósfera de tres metros de diámetro salió fluyendo con lentitud, para reunirse con su exclusa de aire exterior. Al otro lado del tubo flotaba algo parecido a una aeronave pequeña.
Cuando pasaron, el aire se enfrió por un instante antes de irse calentando poco a poco a medida que se acercaban a la aeronave. El ambiente parecía cargado. Bajo sus pies, el túnel de aire parecía tan dócil y flexible como la madera. Quilan llevaba su propio y modesto equipaje, Eweirl cargaba con dos inmensas bolsas de equipo como si fuesen simples bolsos y a Visquile lo seguía un dron civil que llevaba sus maletas.
La aeronave medía unos cuarenta metros, era un único elipsoide gigante de color morado oscuro, recubierto por una funda de piel de aspecto liso con largas vetas amarillas de puntillas que se rizaban poco a poco bajo el aire cálido, como las aletas de un pez. El tubo llevó a los tres chelgrianos a una pequeña góndola que había colgada debajo del navío.
La góndola parecía algo que hubiera crecido solo, en lugar de ser una construcción, como la cáscara vacía de una fruta inmensa; no parecía tener ventanas hasta que subieron a bordo, haciendo que la nave se inclinara un poco, pero los paneles vaporosos dejaban entrar la luz y hacían que el suave interior resplandeciera con una luz de color verde pastel. El interior era cómodo. El tubo de aire se disipó tras ellos cuando el iris de la góndola se cerró.
Eweirl se colocó los auriculares, se puso el visor y se recostó en su asiento, aparentemente ajeno a todo. Visquile se sentó con el bastón plateado plantado entre los pies y la cabeza redondeada bajo la barbilla y se puso a mirar por una de las ventanillas vaporosas.
Quilan solo tenía una vaga idea de dónde estaba. Antes del encuentro, ya hacía varias horas que veía aquel objeto oblongo y gigante con forma de ocho alargado que giraba poco a poco. La nave corsaria se había acercado con mucha lentitud, al parecer solo con el propulsor de emergencia y la cosa aquella, (el mundo, como empezaba a verlo, tras haber hecho un cálculo aproximado de su tamaño) no había hecho más que irse agrandando cada vez más, invadiendo el paisaje que tenían delante, pero sin traicionar todavía ningún detalle.
Al fin uno de los lóbulos del cuerpo había bloqueado la vista del otro y pareció que al fin se acercaban a un planeta inmenso de resplandeciente agua de color verde azulado.
Se veían lo que podrían ser cinco soles pequeños que giraban con la inmensa forma, aunque parecían demasiado pequeños para ser estrellas. Su posición implicaba que habría otros dos, ocultos tras el mundo. Cuando se aproximaron más y coordinaron su velocidad rotacional con la del mundo, se acercaron lo suficiente como para ver la muesca que se estaba formando y a la que se dirigían, con el diminuto punto morado justo detrás, Quilan vio dentro lo que parecían capas de nubes, apenas insinuadas.
—¿Qué es este sitio? —dijo Quilan sin intentar ocultar la sorpresa y el asombro que traicionaba su voz.
—Las llaman aerosferas —dijo Visquile. Parecía receloso y satisfecho, y no especialmente impresionado—. Esto es un ejemplo de lóbulos gemelos giratorios. Es la aerosfera Oskendari.
La aeronave bajó y se hundió un poco más en el aire cargado. Atravesaron una capa de nubes finas, como islas flotando en un mar invisible. La aeronave se bamboleó cuando atravesó la capa. Quilan estiró el cuello para ver las nubes, iluminadas desde abajo por un sol que se encontraba muy por debajo de ellas. Experimentó una repentina sensación de desorientación.
Un poco más abajo salió algo de la bruma que le llamó la atención, una forma inmensa de una tonalidad más oscura que el azul que los rodeaba. Cuando la aeronave se acercó, vio la inmensa sombra que arrojaba la forma y que se estiraba hacia arriba, hacia la calima. Una vez más lo golpeó algo parecido al vértigo.
A él también le habían dado un visor. Se lo puso y aumentó lo que veía. La forma azul desapareció entre un brillo trémulo de calor. Se quitó el visor y utilizó solo los ojos.
—Un behemotauro dirigible —dijo Visquile. Eweirl había vuelto de repente con ellos, se quitó el visor y se cambió al lado de la góndola en el que estaba Quilan para poder mirar, con lo que por un momento desequilibró la aeronave. La forma que tenían debajo se parecía un poco a una versión plana y más complicada de la nave en la que ellos estaban. Unas formas más pequeñas, algunas parecidas a otras aeronaves, algunas con alas, volaban sin prisas a su alrededor.
Quilan vio surgir los rasgos más pequeños de la criatura cuando bajaron hacia ella. La piel que envolvía al behemotauro era azul y morada, y también poseía largas líneas de pálidas puntillas verdes y amarillas que ondeaban por el cuerpo y parecían impulsarlo. Unas aletas gigantes sobresalían en la parte superior y en los lados, coronadas por largas protuberancias bulbosas, como los tanques de combustible de las puntas de las alas de los antiguos aviones. La línea de la cumbre y los costados la recorrían unas grandes cordilleras festoneadas de color rojo oscuro, como tres enormes espinas que la encerraran. Otras protuberancias, bulbos y morones le cubrían la parte superior y los lados, produciendo en general un efecto simétrico que solo se rompía a un nivel más detallado.
Al acercarse todavía más, Quilan tuvo que pegarse contra el marco de la ventanilla de la góndola de la pequeña aeronave para ver los dos extremos del gigante que tenía debajo. La criatura debía de medir unos cinco kilómetros de largo, quizá más.
—Este es uno de sus dominios —continuó el estodien—. Tienen siete u ocho más distribuidos por las afueras de la galaxia. Nadie sabe con seguridad cuántos hay. Los behemotauros son tan grandes como montañas y más viejos que Matusalén. Son inteligentes, al parecer; restos de una especie que se sublimó hace más de un billón de años. Claro que, solo es lo que se dice. Este se llama el Sansemin. Está en poder de aquellos que son nuestros aliados en este asunto.
Quilan le dirigió una mirada inquisitiva al anciano. Visquile, todavía encorvado sobre su resplandeciente bastón, se limitó a encoger los hombros.
—Los conocerá, a ellos o a sus representantes, comandante, pero no sabrá quiénes son.
Quilan asintió y volvió a mirar por la ventanilla. Quiso preguntar por qué habían ido allí, pero se lo pensó mejor.
—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, estodien? —preguntó en su lugar.
—Una temporada —dijo Visquile con una sonrisa. Observó el rostro de Quilan durante un momento y luego dijo:
»Quizá dos o tres meses, comandante. No vamos a estar solos. Aquí ya hay varios chelgrianos, un grupo de unos veinte monjes de la orden de Abremile. Residen en la nave templo Refugio del alma, que está dentro de la criatura. Bueno, la mayor parte lo está. Según tengo entendido, en realidad solo están presentes el fuselaje y las unidades de soporte vital de la nave templo. El navío tuvo que abandonar los motores, fuera, en el espacio. —El anciano hizo un gesto con una mano—. Los behemotauros son muy sensibles a la tecnología de los campos de fuerza, según nos han dicho.
El superior de la nave templo era alto y elegante e iba vestido con una airosa interpretación de las sencillas túnicas de la orden. Los recibió en una amplia plataforma de aterrizaje en la parte posterior de lo que parecía una fruta gigante, nudosa y vacía que se había pegado a la piel del behemotauro. Los tres salieron de la aeronave.
—Estodien Visquile.
—Estodien Quetter. —Visquile hizo las presentaciones.
Quetter se inclinó apenas ante Eweirl y Quilan.
—Por aquí —dijo mientras les indicaba una hendidura en la piel del behemotauro.
Tras recorrer ochenta metros de un túnel levemente inclinado, con el suelo cubierto de algo parecido a una madera suave, llegaron a una gigantesca cámara ribeteada cuya atmósfera era húmeda y opresiva y estaba impregnada de un vago olor a osario. La nave templo Refugio del alma era un cilindro oscuro de noventa metros de largo y treinta de ancho que ocupaba más o menos la mitad de aquella cámara húmeda y cálida. Parecía estar atada a las paredes de la cámara por medio de parras y lo que parecían unas enredaderas habían recubierto buena parte del casco.
Tras tantos años de vida militar, Quilan se había acostumbrado a encontrarse en campamentos provisionales, puestos de mando temporales, cuarteles generales recién requisados y demás. Parte de él absorbió la sensación que había en aquel lugar, (la organización improvisada, la mezcla de confusión y orden) y decidió que el Refugio del alma llevaba allí un mes más o menos.
Un par de drones grandes, ambos con la forma de dos conos gruesos colocados uno junto a la base del otro, subieron flotando hasta ellos en la penumbra, con un suave zumbido.
Tanto Visquile como Quetter hicieron una reverencia. Las dos máquinas flotantes se inclinaron durante un instante hacia ellos.
—Usted es Quilan —dijo uno. No supo cuál.
—Sí.
Las dos máquinas flotaron hasta él, acercándose mucho. Quilan sintió que el pelo de la cara se le ponía de punta y olió algo que no supo identificar. Una brisa le sopló alrededor de los pies.
«Misión de Quilan gran servicio aquí para preparar prueba posterior ¿miedo a morir?»
Fue consciente de que se había encogido y que casi había dado un paso hacia atrás. No había oído nada, solo las palabras que resonaban en su cabeza. ¿Le estaban hablando los desaparecidos?
«¿Miedo?» dijo la voz de su cabeza una vez más.
—No —dijo Quilan—. No tengo miedo, no a la muerte.
«Correcto muerte nada.»
Las dos máquinas se retiraron al lugar donde habían estado flotando.
«Bienvenidos todos. Prepararse pronto.»
Quilan sintió que tanto Visquile como Eweirl se mecían hacia atrás, como si los hubiese sorprendido una repentina ráfaga de viento, aunque el otro estodien, Quetter, no cedió ni un ápice. Las dos máquinas volvieron a inclinarse. Al parecer, los habían despedido y regresaron al exterior por el túnel.
Sus alojamientos estaban, por suerte, en el exterior de la gigantesca criatura, en el gigantesco bulbo vacío junto al que habían aterrizado. El aire seguía siendo empalagoso, húmedo y cargado pero si olía a algo era a vegetación, así que parecía aire fresco en comparación con el de la cámara donde descansaba el Refugio del alma.
Ya habían descargado su equipaje y una vez instalados, los llevó a hacer un recorrido por el exterior del behemotauro la misma aeronave en la que habían llegado. Anur, un macho joven y desgarbado con aspecto incómodo, era el monje más joven del Refugio del alma, y los escoltó para explicarles parte de la historia legendaria de las aerosferas y su hipotética ecología.
—Creemos que hay miles de behemotauros —dijo mientras se deslizaban bajo el voluminoso vientre de la criatura, por debajo de selvas colgantes del follaje de la piel—. Y casi cien entidades globulares megalitinas y gigalitinas. Son incluso más grandes, las más grandes son del tamaño de continentes pequeños. La gente tampoco sabe muy bien, incluso menos que en otros casos, si son seres inteligentes o no. No deberíamos ver ninguno, ni tampoco otros behemotauros, porque estamos a mucha profundidad del lóbulo. Casi nunca descienden hasta aquí. Problemas de flotación.
—¿Cómo se las arregla el Sansemin para permanecer aquí abajo? —quiso saber Quilan.
El joven monje miró a Visquile antes de responder.
—Lo han modificado —dijo. Después señaló una docena aproximadamente de vainas colgantes, lo bastante grandes como para contener a dos chelgrianos adultos—. Aquí ven cómo se cría parte de la fauna auxiliar. Estas se convertirán en exploradoras de rapiña cuando salgan y eclosionen.
Quilan y los dos estodiens estaban sentados con las cabezas inclinadas en el espacio posterior más profundo del Refugio del alma, una cavidad casi esférica de solo unos metros de diámetro y rodeada por paredes de dos metros de grosor hechas de sustratos que albergaban miles de almas chelgrianas de fallecidos. Los tres machos se encontraban formando un triángulo, de cara al interior y desnudos.
Fue el mismo día que llegaron, ya por la tarde, según la hora del Refugio del alma, aunque Quilan tenía la sensación de que estaban en plena noche.
Fuera sería de día, un día eterno, pero siempre cambiante, como llevaba siendo un billón y medio de años o más.
Los dos estodiens se habían comunicado durante unos momentos con el Puen-Chelgriano y las sombras que tenían a bordo, pero sin implicar a Quilan; aun así, el comandante había experimentado una especie de reacción incómoda a sus conversaciones mientras duraron. Había sido como estar en una gran caverna y oír hablar a la gente, a lo lejos.
Y entonces le tocó a él. La voz era alta, un grito en su cabeza.
«Quilan. Somos el Puen-Chelgriano.»
Le habían dicho que intentara pensar en las respuestas y no articular, que subvocalizara.
~ Es un honor hablar con ustedes —pensó.
«Tú: ¿Razón aquí?»
~ No lo sé. Me están entrenando. Creo que ustedes quizá sepan más de mi misión que yo.
«Correcto. Dado conocimiento actual: ¿Dispuesto?»
~ Haré lo que se requiera.
«Significa tu muerte.»
~ Soy consciente de ello.
«Significa el cielo para muchos.»
~ Estoy dispuesto a cambiar mi vida por eso.
«No para Worosei Quilan.»
~ Lo sé.
«¿Preguntas?»
~ ¿Me permiten preguntar lo que quiera?
«Sí.»
~ Está bien. ¿Por qué estoy aquí?
«Para prepararte.»
~ ¿Pero por qué en este lugar en concreto?
«Seguridad. Medidas profilácticas. Denegación. Peligro. Insistencia de los aliados.»
~ ¿Quiénes son sus aliados?
«¿Otras preguntas?»
~ ¿Qué he de hacer al final de mi entrenamiento?
«Matar»
~ ¿A quién?
«A muchos. ¿Otras preguntas?»
~ ¿A dónde me enviarán?
«Lejos. No a la esfera chelgriana.»
~ ¿Está involucrado en mi misión el compositor mahrai Ziller?
«Sí.»
~ ¿Debo matarlo?
«Si es así, ¿Te niegas?»
~ Yo no he dicho eso.
«¿Escrúpulos?»
~ Si así fuera, me gustaría saber las razones.
«Si no se dan razones, ¿Te niegas?»
~ No lo sé. Hay algunas decisiones que no se pueden anticipar hasta que debes tomarlas. ¿No van a decirme si mi misión implica matarlo o no?
«Correcto. Clarificación en su momento. Antes de que empiece misión. Preparación y entrenamiento primero.»
~ ¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?
«¿Otras preguntas?»
~ ¿A qué se referían cuando mencionaron el peligro, antes?
«Preparación y entrenamiento. ¿Otras preguntas?»
~ No, gracias.
«Nos gustaría leerte.»
~ ¿Qué quieren decir?
«Mirar en tu mente.»
~ ¿Quieren mirar en mi mente?
«Correcto.»
~ ¿Ahora?
«Sí.»
~ Muy bien. ¿Tengo que hacer algo?
Se mareó durante un instante y fue consciente de que se tambaleaba en la silla.
«Hecho. ¿Ileso?»
~ Eso creo.
«Luz verde.»
~ ¿Quieren decir… que puedo irme?
«Correcto. Mañana: preparación y entrenamiento.»
Los dos estodiens permanecían sentados, sonriéndole.
Solo pudo dormir a ratos y despertó de otro de esos sueños en los que se ahogaba para parpadear en aquella oscuridad extraña y cargada. Tanteó hasta que encontró el visor y con la imagen azul grisácea de las paredes curvadas de la pequeña habitación ante él, se levantó del colchón ondulado y se acercó a la única ventana que había, donde una brisa cálida se colaba poco a poco y luego parecía morir, como si el esfuerzo la hubiera agotado. El visor le mostró una imagen fantasmal del marco tosco de la ventana y fuera, apenas una insinuación de nubes.
Se quitó el visor. La oscuridad parecía absoluta y se quedó allí de pie, dejando que lo empapara hasta que creyó ver un destello en algún lugar de las alturas, azul por la distancia. Se preguntó si era un rayo; Anur había dicho que ocurría entre las nubes y las masas de aire cuando se cruzaban, elevándose y cayendo por los gradientes térmicos de la caótica circulación atmosférica de la esfera.
Vio unos cuantos destellos más, uno de ellos de una longitud considerable, aunque todavía parecía muy, muy lejano. Volvió a ponerse el visor y levantó la mano con las garras extendidas, casi uniendo dos puntas, a solo un par de milímetros de distancia. Eso. El destello había sido así de largo.
Otro destello. Visto con los visores, era tan brillante que el sistema óptico del visor tiñó de negro el centro del diminuto destello para proteger su visión nocturna. En lugar de ver solo la minúscula chispa en sí, vio que también se iluminaba todo un sistema de nubes; los balanceos y torres de aquel vapor lejano y apilado se destacó en medio de un remoto baño azul de luminiscencia que se desvaneció casi en cuanto fue consciente de él. Se volvió a quitar el visor e intentó oír el ruido producido por aquellos destellos. Todo lo que oyó fue un ruido vago, envolvente, como un viento fuerte oído desde lejos que parecía venir de todas partes y trepar por sus huesos. Parecía contener en su interior frecuencias lo bastante profundas como para ser truenos distantes, pero eran bajas y continuas, y firmes, y por mucho que lo intentara no era capaz de detectar ningún cambio ni cumbre en aquella lenta corriente de sonido percibido a medias.
Aquí no hay ecos, pensó. No hay un suelo sólido ni acantilados por ninguna parte para que rebote el sonido. Los behemotauros absorben el sonido como bosques flotantes y en su interior, los tejidos vivos absorben todo el ruido.
Acústicamente muertos. Volvió a recordar aquella frase. Worosei había trabajado un tiempo con el departamento de música de la universidad y le había mostrado una extraña habitación forrada de pirámides de espuma. Acústicamente muerta, le había dicho. Y eso era lo que parecía, sus voces parecían morir con cada palabra que abandonaba sus labios, cada sonido expuesto y solo, sin resonancia.
—Su Guardián de Almas es algo más que un Guardián de Almas normal —le dijo Visquile. Estaban solos en el espacio posterior más profundo del Refugio del alma, al día siguiente. Era su primera reunión informativa—. Desempeña las funciones normales de tal mecanismo y toma nota de su estado mental; sin embargo, también tiene la capacidad de albergar otro estado mental en su interior. En cierto sentido, usted tendrá a otra persona a bordo cuando se disponga a realizar su misión. Todavía hay más, pero ¿le gustaría decir o preguntar algo sobre eso?
—¿Quién será esa persona, estodien?
—No estamos seguros todavía. En un mundo ideal, (y según los encargados de trazar el perfil de la misión, en Inteligencia, o más bien, según sus máquinas), sería una copia de Sholan Hadesh Huyler, el difunto almirante general que estaba entre las almas que les encargaron recuperar del Instituto Militar de Aorme. Sin embargo, dado que la nave Tormenta de nieve se ha perdido, y se presume que ha quedado destruida, y el substrato original se encontraba a bordo de esa nave, es probable que tengamos que decantarnos por una segunda alternativa. Todavía se está discutiendo esa alternativa.
—¿Por qué se considera necesario, estodien?
—Piense que tiene un copiloto a bordo, comandante. Tendrá a alguien con quien hablar, alguien para aconsejarlo, con quien comentar las cosas, mientras realiza su misión. Quizá no le parezca necesario ahora, pero hay una razón por la que creemos que es aconsejable.
—¿Debo entender que va a ser una misión larga?
—Sí. Es posible que lleve varios meses. La duración mínima sería de unos treinta días. No podemos ser más precisos porque en parte depende de su medio de transporte. Es posible que lo trasladen a su destino en una de nuestras propias naves o en un navío más rápido de una de las civilizaciones Implicadas más antiguas, o es posible que en alguna que pertenezca a la Cultura.
—¿Esta misión involucra a la Cultura, estodien?
—Sí. Se le envía al mundo Masaq, perteneciente a la Cultura, un orbital.
—Ahí es donde vive mahrai Ziller.
—Correcto.
—¿He de matarlo?
—Esa no es su misión. Su tapadera es que va allí para intentar convencerlo de que regrese a Chel.
—¿Y mi auténtica misión?
—Llegaremos a eso a su debido tiempo. Y en ella hay un precedente.
—¿Un precedente, estodien?
—Cuando comience no tendrá clara su auténtica misión. Sabrá cuál es su tapadera y casi con toda certeza tendrá la sensación de que hay algo más que eso, pero no sabrá qué es.
—¿Así que se me va a entregar algo parecido a unas órdenes selladas, estodien?
—Algo así. Pero esas órdenes estarán encerradas en su mente. Irá recordando este periodo de tiempo (probablemente desde un poco después del final de la guerra hasta el final de su entrenamiento aquí) poco a poco, a medida que se acerca la conclusión de su misión. Para cuando recuerde esta conversación, al final de la cual usted sabrá cuál es su verdadera misión, aunque todavía no sabrá con exactitud cómo la va a llevar a cabo, ya debería estar bastante cerca, aunque no exactamente en la posición correcta.
—¿Los recuerdos se pueden ir filtrando gota a gota con tanta precisión, estodien?
—Así es, aunque la experiencia quizá sea un poco desorientadora y esa es la razón más importante para proporcionarle un copiloto. Sobre todo porque en la misión está involucrada la Cultura. Según nos han dicho, nunca leen las mentes de la gente, el interior de su cabeza es el único lugar que consideran sacrosanto. ¿Lo ha oído alguna vez?
—Sí.
—Creemos que es muy probable que sea verdad, pero su misión tiene la suficiente importancia como para que tomemos precauciones por si no lo es. Imaginamos que si es cierto que leen el pensamiento, el momento más probable es cuando el sujeto en cuestión sube a bordo de una de sus naves, sobre todo una de sus naves de guerra. Si podemos arreglarlo para que lo trasladen a Masaq en uno de esos navíos y este mira dentro de su cabeza, todo lo que encontrará, incluso en un nivel muy profundo, será su inocente tapadera.
»Creemos, y hemos verificado por medio de varios experimentos, que ese escaneado podría llevarse a cabo sin su conocimiento. Para profundizar más, para descubrir los recuerdos que en un primer momento le ocultaremos incluso a usted, el proceso de escaneado tendría que revelar su presencia, usted sería consciente de que se está llevando a cabo, o al menos que ha tenido lugar. Si eso ocurriera, comandante, su misión terminará antes de tiempo. Morirá.
Quilan asintió, pensativo.
—Estodien, ¿ya se ha llevado a cabo algún tipo de experimento conmigo? Me refiero a si ya he perdido recuerdos, accediera o no a ello.
—No. Los experimentos que he mencionado se han llevado a cabo con otros. Estamos seguros de que sabemos lo que estamos haciendo, comandante.
—¿Así que cuanto más me adentre en mi misión, más sabré sobre ella?
—Correcto.
—¿Y la personalidad, el copiloto, lo sabrá todo desde el principio?
—Así es.
—¿Y no lo puede leer un escáner de la Cultura?
—Puede, pero requeriría una lectura más profunda y detallada que la que requiere un cerebro biológico. Su Guardián de Almas será como su alcázar, Quilan; su cerebro es la muralla. Si el alcázar ha caído, hace ya tiempo que se ha irrumpido en la muralla o bien esta ha dejado de tener importancia.
»Bien. Como ya le he dicho, hay más que decir sobre su Guardián de Almas. Contiene, o lo hará, una pequeña carga útil de lo que comúnmente se conoce como transmisor de materia. Al parecer, en realidad no transmite materia, pero tiene el mismo efecto. Debo confesar que la importancia de tal distinción se me escapa.
—¿Y eso está en algo del tamaño de un Guardián de Almas?
—Sí.
—¿Esa tecnología nos pertenece, estodien?
—Eso no es algo que necesite saber, comandante. Todo lo que importa es si funciona o no. —Visquile dudó un momento y luego continuó—. Nuestros científicos y tecnólogos hacen y aplican sin parar descubrimientos nuevos y asombrosos, como estoy seguro de que ya sabe.
—Por supuesto, estodien. ¿Y qué sería esa carga útil que ha mencionado?
—Eso quizá nunca lo sepa, comandante. En este momento, ni yo mismo sé lo que es con exactitud, aunque me informarán en su debido momento, antes de que comience de verdad su misión. De momento, todo lo que sé es una parte del efecto que tendrá.
—¿Y eso sería qué, estodien?
—Como se puede imaginar, un cierto grado de daño, de destrucción.
Quilan se quedó callado unos momentos. Era consciente de la presencia de los millones de personalidades ya desaparecidas almacenadas en los sustratos que lo rodeaban.
—¿Debo entender que la carga útil se transmitirá a mi Guardián de Almas?
—No, ya se ha colocado junto con el mecanismo del Guardián de Almas.
—¿Así que se transmitirá desde el mecanismo?
—Sí. Usted controlará la transmisión de la carga útil.
—¿La controlaré yo?
—Por eso está aquí, para entrenarlo para eso, comandante. Se le instruirá en el uso del mecanismo para que cuando llegue el momento, pueda transmitir la carga útil a la ubicación deseada.
Quilan parpadeó unas cuantas veces.
—Me he quedado un poco atrás con los últimos avances tecnológicos, pero…
—Yo me olvidaría de eso, comandante. Las tecnologías previas carecen de importancia en este asunto. Esto es nuevo. Que nosotros sepamos, no existen precedentes de este tipo de proceso, no hay ningún libro que se pueda consultar. Usted va a contribuir a escribir ese libro.
—Ya veo.
—Permítame contarle algo más sobre el mundo Masaq de la Cultura. —El estodien se recogió las túnicas y se acomodó un poco mejor en el arrugado colchón ondulado—. Es lo que llaman un orbital, una banda de materia con forma de brazalete muy fino que órbita alrededor de un sol, en este caso la estrella Lacelere, en la misma zona en la que esperaríamos encontrarnos un planeta habitable.
»Los orbitales existen a una escala diferente a la de nuestros hábitats espaciales; Masaq, al igual que la mayor parte de los orbitales de la Cultura, tiene un diámetro de unos tres millones de kilómetros y por tanto una circunferencia de casi diez millones de kilómetros. Su anchura al pie de sus muros de contención es de unos seis mil kilómetros. Esos muros tienen una altura de unos mil kilómetros y están abiertos por la parte superior; la gravedad aparente creada por la rotación del mundo es lo que sujeta la atmósfera.
»El tamaño de la estructura no es arbitrario. Los orbitales de la Cultura están construidos de tal forma que la misma velocidad de la revolución que produce una gravedad estándar también crea el ciclo de día y noche de uno de sus días estándar. La noche local se produce cuando una parte dada del interior del orbital le da la espalda al sol. Están hechos de materiales exóticos y se mantienen unidos gracias, sobre todo, a campos de fuerza.
»Flotando en el espacio, en el centro del orbital, a una distancia equidistante de todos los lugares del borde, se encuentra el Centro. Ahí es donde existe el sustrato de IA que la Cultura llama Mente. La máquina supervisa todos los aspectos de la gestión del orbital. Hay miles de sistemas auxiliares encargados de supervisar todos los procedimientos salvo los más críticos, pero el Centro puede asumir el control directo de todos y cualquiera de ellos al mismo tiempo.
»El Centro tiene millones de entidades representativas con forma humana llamadas avatares, gracias a ellas trata con sus habitantes de uno en uno. En teoría, es capaz de regir cada uno de ellos y todos los demás sistemas del orbital directamente mientras se comunica de forma individual con cada humano y dron presente en su mundo, además de relacionarse con otras naves y Mentes.
»Cada orbital es diferente y cada Centro tiene su propia personalidad. Algunos orbitales solo tienen unos cuantos componentes en tierra firme, suelen ser trozos cuadrados de tierra y mar llamados plataformas. En un orbital tan ancho como Masaq, suelen ser sinónimos de continentes. Antes de que se dé por terminado un orbital, en el sentido de formar un anillo cerrado como Masaq, la estructura puede contar con tan solo dos plataformas, separadas de todos modos por tres millones de kilómetros y unidas tan solo por campos de fuerza. Un orbital así podría tener una población total de solo diez millones de seres humanos. Masaq se encuentra más bien en el otro lado de la escala, con más de cincuenta mil millones de personas.
»Masaq es famoso por contar con un alto índice de copias de seguridad de sus habitantes. Hay quien afirma que es porque muchos de ellos practican deportes peligrosos, pero en realidad es una práctica que data de los comienzos del mundo, cuando comprendieron que Lacelere no es una estrella totalmente estable y que por tanto existe la posibilidad de que lance una llamarada con la violencia suficiente como para matar a las personas expuestas en la superficie del mundo.
»Mahrai lleva viviendo allí los últimos siete años. Parece darse por satisfecho con permanecer en ese mundo. Como ya le he dicho, en un principio parecerá que va allí para persuadirlo de que renuncie a su exilio y regrese a Chel.
—Ya veo.
—Mientras que su verdadera misión será facilitar la destrucción del Centro de Masaq y por tanto provocar la muerte de una proporción significativa de sus habitantes.
El avatar iba a enseñarle una de las fábricas, situada bajo una de las sierras Mamparas. Se encontraban en un vagón de metro, una cápsula cómoda y hecha a medida que se precipitaba bajo la parte inferior de la superficie del orbital, en el vacío del espacio. Habían recorrido medio millón de kilómetros alrededor del mundo, con las estrellas brillando entre los paneles del suelo.
La línea del metro salvaba la brecha que había bajo la gigantesca A de la sierra Mampara por un puente colgante sostenido por monofilamentos de dos mil kilómetros de longitud. En ese momento, el vagón se detenía de golpe cerca del centro para ascender en vertical y entrar en el espacio de la factoría, cientos de kilómetros más arriba.
~ ¿Estás bien, comandante?
~ Bien. ¿Y tú?
~ Igual. ¿El objetivo de la misión acaba de aparecer?
~ Sí. ¿Cómo lo estoy haciendo?
~ Todo va bien. No hay ningún signo físico obvio. ¿Estás seguro de que estás bien?
~ Del todo.
~ ¿Y seguimos adelante?
~ Sí, seguimos adelante.
El avatar de piel plateada se volvió para mirarlo.
—¿Está seguro de que no se va a aburrir viendo una fábrica, comandante?
—En una que produce naves espaciales no, desde luego. Aunque ya se le deben de estar terminando los sitios para distraerme —dijo Quilan.
—Bueno, es un orbital muy grande.
—Hay un sitio que me gustaría ver.
—¿Y cuál es?
—Su casa. El Centro.
El avatar sonrió.
—Vaya, desde luego.