4 TIERRA DE CENIZA

~ ¿Nuestras propias naves no son lo suficientemente buenas?

~ Las suyas son más veloces.

~ ¿Aún más?

~ Eso me temo.

~ Además, odio este ir y venir. Primero una nave, luego otra, luego otra y luego una cuarta. Me siento como un paquete de mensajería.

~ Esto no será alguna oscura forma de ofensa, o una manera de retrasarnos, ¿no?

~ ¿El qué? ¿El hecho de que no nos proporcionen nuestra propia nave?

Sí.

~No lo creo. De un modo relativamente oscuro, incluso puede que lo que intenten sea impresionarnos. Dicen que están poniendo tanto empeño en corregir los errores que han cometido que no prescindirán de ninguna nave para el deber normal de cualquiera de sus miembros.

~ ¿Y tiene más sentido utilizar cuatro naves en distintos momentos?

~ Es la forma en la que tienen establecidas sus fuerzas. La primera nave era un buque de guerra. Las mantienen cerca de Chel por si se desata otro conflicto armado. Pueden trasladarse a cierta distancia, como si fueran transbordadores, pero no demasiada. La que ocupamos en estos momentos es un superelevador, como una especie de remolque rápido. A continuación, subiremos a un Vehículo General de Sistemas; una especie de depósito gigante o madre nodriza. Transporta a otras naves de guerra que pueden desplegarse en caso de eventos hostiles. El VGS puede alejarse más que el buque de guerra, pero tampoco puede distanciarse en exceso del espacio chelgriano. Y la última nave es una antigua embarcación de guerra desmilitarizada, que se utiliza normalmente en toda la galaxia para este tipo de piquetes.

~ En toda la galaxia. De alguna forma, esas palabras siguen sorprendiendo.

~ Sí. Bastante hacen tomándose semejante interés en nuestro relativamente endeble bienestar.

~ Si los cree, eso es todo lo que realmente intentan hacer.

~ ¿Usted los cree, comandante?

~ Supongo que sí. Solo que no estoy convencido de que sea una justificación suficiente para lo que ha sucedido.

~ Está claro que no.


* * *

Los primeros tres días de su viaje transcurrieron a bordo de la Unidad de Ofensiva Rápida de la clase Torturador llamada Valor de incordio. Era un objeto masivo de construcción aparentemente improvisada; un manojo de gigantescas unidades motoras tras una barquilla y un minúsculo habitáculo que tenía toda la pinta de ser una idea de última hora.

~ Mira que llega a ser fea esta cosa —dijo Huyler cuando la vieron por primera vez, recorriendo la cubierta de Tormenta de nieve en aquella pequeña lanzadera junto al avatar de piel oscura y traje gris. ¿Y se supone que estos son ascetas en decadencia?

~ Existe una teoría que afirma que se avergüenzan de su armamento. Mientras tenga un aspecto poco elegante, rudo y desproporcionado, pueden intentar fingir que no les pertenece, o que no forma parte de su civilización, o, en caso contrario, solo es algo temporal, porque todo lo que ellos hacen es de una sutileza muy refinada.

~ O podría tratarse de una cuestión de forma y función. No obstante, debo confesar que eso es nuevo para mí. ¿Qué joven genio universitario ha desarrollado esa teoría?

~ Le satisfará saber, Hadesh Huyler, que ahora contamos con una Sección Civilizacional de Perfiles Metalógicos en la Inteligencia Naval.

~ Veo que tengo mucho que recuperar con respecto a la terminología moderna. ¿Qué significa metalógico?

~ Es una abreviatura de psico-fisio-filosofilógico.

~ Ah, claro. Por supuesto. Suerte que he preguntado.

~ Es un término propio de la Cultura.

~ ¿Un puto término de la Cultura?

~ Sí, señor.

~ Ya veo. ¿Y para qué demonios sirve esa sección nuestra de la metalógica?

~ Intenta explicar cómo piensan los demás Implicados.

~ ¿Implicados?

~ También es uno de sus términos. Significa «especies que viajan por el espacio más allá de un determinado nivel tecnológico que desean y son capaces de interactuar unos con otros».

~ Ya veo. Siempre es mal síntoma eso de empezar a utilizar la terminología del enemigo.

Quilan echó un rápido vistazo al avatar sentado en el asiento contiguo. Le sonrió con cierta inseguridad.

Coincido con usted, señor dijo.

Tras pronunciar esas palabras, volvió de nuevo la vista hacia el buque de guerra de la Cultura. En realidad, era más bien feo. Antes de que Huyler expresase sus propias ideas, Quilan había estado pensando en el aspecto brutalmente poderoso de la nave. Resultaba extraño tener a alguien dentro de su cabeza, que miraba a través de los mismos ojos que él y veía exactamente las mismas cosas, que llegase a conclusiones tan distintas y experimentase emociones tan disímiles.

La nave llenaba la pantalla, como lo había hecho desde su partida. Se acercaban a ella a gran velocidad, pero el trayecto era largo, de algunos cientos de kilómetros. Un mensaje en uno de los laterales de la pantalla revelaba el nivel de aumento respecto a cero. Quilan admiró para sus adentros lo poderosa y lo fea que era la nave. Tal vez, en cierto sentido, siempre era el caso. Huyler interrumpió sus pensamientos.

~ Imagino que sus sirvientes ya están a bordo.

~ No llevo a ningún sirviente, señor.

~ ¿Cómo?

~ Viajo solo, señor. Bueno, con usted.

~ ¿Piensa viajar sin sirvientes? ¿Es usted una especie de marginado o algo así, comandante? No será uno de esos embrionicistas negadores de Castas, ¿no?

~ No, señor. En parte, el hecho de no ir acompañado de servidumbre refleja algunos de los cambios que han tenido lugar en nuestra sociedad desde su muerte corpórea, señor. Sin duda, todos le serán detallados en los informes.

~ Sí, bueno, los consultaré con más atención cuando tenga tiempo. No podría creerse la cantidad de pruebas y cosas que me han hecho, incluso cuando usted dormía. Tuve que recordarles que los revividos también necesitan echar una cabezada de vez en cuando. Si no, terminan conmigo. Pero, mire, comandante, eso de los sirvientes… He leído información sobre la guerra de Castas, pero pensaba que había terminado en tablas. Por todos los cielos, ¿todo esto significa que, en realidad, perdimos?

~ No, señor. La guerra terminó con un acuerdo tras la intervención de la Cultura.

~ Eso ya lo sé. ¿Pero era un acuerdo respecto a no tener sirvientes?

~ No, señor. La gente todavía tiene sirvientes. Los oficiales aún emplean a escuderos y palafreneros. No obstante, yo pertenezco a una orden que se abstiene de esa clase de ayuda personal.

~ Visquile mencionó que era usted una especie de monje. No me había dado cuenta de que era tan abnegado.

~ Existe otra razón para viajar solo, señor. Si me permite recordárselo, el chelgriano al que vamos a ver es un Negador.

~ Ah, sí, ese tal Ziller. Un liberal engreído venido a menos que piensa que tiene el deber divino de crear los lloriqueos para aquellos que no pueden molestarse en lloriquear por ellos mismos. Lo mejor que se puede hacer con ese tipo de gente es darles una patada. Esos mierdas no en tienden lo primero en lo que a responsabilidad y deber se refiere. No se puede renunciar a una casta más de lo que se renuncia a toda la especie. ¿Y nosotros tenemos que darle el gusto a ese imbécil?

~ Es un gran compositor, señor. Y nosotros no lo expulsamos; Ziller dejó Chel para autoexiliarse a la Cultura. Renunció a su estatus de Entregado y…

~ Oh, déjeme adivinar. Se declaró un Invisible.

~ Efectivamente, señor.

~ Lástima que no llegara hasta el final y se convirtiera en un Castrado.

~ En cualquier caso, no está muy de acuerdo con la sociedad chelgriana. La idea era que, al viajar solo, tal vez pudiera resultarle menos intimidatorio y más aceptable.

~ No somos nosotros quienes debemos ser aceptables para él, comandante.

~ En la posición en la que nos encontramos, no tenemos elección, señor. El gabinete ha decidido que debemos intentar convencerlo para que regrese. Y yo he aceptado esa misión, lo mismo que usted. No podemos obligarlo a volver, así que tenemos que pedírselo.

~ ¿Y él está dispuesto a escucharnos?

~ En realidad, no tengo ni idea, señor. Lo conocí cuando éramos pequeños, he seguido su carrera y me gusta su música. Incluso la he estudiado. Pero eso es todo lo que tengo que ofrecer. Supongo que habrán pedido a otros más cercanos a él, familiarmente o por convicciones, que hagan lo que voy a hacer yo, pero parece ser que nadie estaba preparado para asumir la tarea. Me veo obligado a aceptar que, pese a no ser el candidato idóneo, debo de ser el mejor para este trabajo y que tengo que seguir adelante.

~ Todo eso suena un poco amargo, comandante. Me preocupa su ánimo.

~ Me encuentro algo bajo de moral, señor, por razones personales. Pero mi ánimo y mi sentido del deber son más fuertes que todo eso y tengo claro que una orden es una orden.

~ Así es, comandante, así es.


* * *

La unidad Valor de incordio transportaba a una tripulación de veinte humanos y algunos drones pequeños. Dos de los humanos saludaron a Quilan desde el hangar para naves y lo condujeron a sus dependencias, formadas por una única cabina de techo bajo. Su exiguo equipaje y sus pertenencias ya estaban allí, transferidas desde la fragata militar que lo había llevado hasta el casco de Tormenta de nieve.

Habían habilitado algo parecido a un camarote militar para él y le habían asignado uno de los drones, que le explicó que el interior del compartimento podía deformarse para crear lo más cercano a sus deseos. Quilan respondió que ya le satisfacía la disposición presente y que él mismo desharía el equipaje y se quitaría el resto de su traje de vacío.

~ ¿Intentaba el dron ser nuestro sirviente?

~ Lo dudo, señor. Quizá lo haría si se lo pidiésemos con mucha amabilidad.

~ ¡Ja!

~ Hasta ahora, todos parecen muy prudentes y deseosos de ayudar, señor.

~ Sí. Y eso me huele muy mal.


* * *

Quilan fue asistido por el dron, y, para su sorpresa, este actuó como un verdadero sirviente, eficaz y silencioso. Lavó su ropa, ordenó su equipamiento y le aconsejó sobre la mínima (prácticamente inexistente) etiqueta que se aplicaba a bordo de una nave de la Cultura.

La primera noche, se celebró algo similar a una cena formal.

~ ¿Es que aún no tienen uniformes? Esta sociedad está gobernada por putos disidentes. Es odiosa.

La tripulación trataba a Quilan con una urbanidad pedante. Apenas supo nada nuevo de ellos, ni por ellos. Aparentemente, se lo pasaban en grande con las simulaciones, con las que empleaban mucho tiempo, quedándose con poco para dedicarle a él. Quilan se preguntaba si solo querían evitarlo, pese a que no le preocupaba que fuera así. Le gustaba tener tiempo para sí mismo, y estudiar los archivos de la biblioteca de la nave.

Hadesh Huyler también llevaba a cabo sus propias investigaciones, y absorbió finalmente los archivos del informe que habían descargado junto con su propia personalidad al dispositivo Guardián de Almas introducido en el cráneo de Quilan.

Acordaron un horario para que Quilan pudiese disfrutar de cierta privacidad; si no ocurría nada excepcional, una hora antes de dormir y otra hora después de despertarse, Huyler se desconectaría de los sentidos de Quilan.

Las reacciones de Huyler ante la historia detallada de la guerra de Castas, que había estudiado en primer lugar, en contra de los consejos de Quilan, fueron recorriendo una serie de fases: sorpresa, incredulidad, indignación, enfado y, finalmente cuando la parte sobre la Cultura le quedó clara, una furia repentina seguida de una gélida calma. Quilan experimentó las mismas emociones alteradas del otro ser que albergaba en su interior en el transcurso de toda una tarde. Le produjo un sorprendente desgaste.

Solo después de aquello, el viejo soldado se decidió a empezar por el principio y a estudiar en orden cronológico todo lo que había ocurrido desde su muerte corpórea y el almacenamiento de su personalidad.

Como en el caso de todos los seres revividos, la personalidad de Huyler necesitaba dormir y soñar para mantener la estabilidad, aunque aquel estado similar al coma se conseguía con una especie de aceleración del tiempo, de forma que, en lugar de dormir toda una noche, Huyler podía pasar con menos de una hora de descanso. La primera noche durmió en el mismo tiempo real que Quilan, la segunda, la pasó estudiando y reposó durante ese breve lapso de tiempo. A la mañana siguiente, cuando Quilan restableció el contacto después de su hora de gracia, la voz del interior de su cabeza dijo:

~ Comandante.

~ Señor.

~ Perdió a su esposa. Lo siento. No lo sabía.

~ No es un tema del que me guste hablar demasiado señor.

~ ¿Era esa el alma que estaba buscando en la nave en la que me encontró?

~ Sí, señor.

~ Ella también era militar.

~ Sí, señor, comandante, como yo. Nos casamos antes de la guerra.

~ Debía de quererlo mucho para seguirlo al Ejército.

~ En realidad, fui yo quien la siguió a ella, señor. Ella tuvo la idea de alistarse. E intentar rescatar las almas almacenadas en el Instituto Militar de Aorme antes de la llegada de los rebeldes también fue cosa suya.

~ Parece una hembra hecha y derecha.

~ Lo era, señor.

~ Lo siento de verdad, comandante Quilan. Yo nunca llegué a casarme, pero sé lo que significa amar y perder. Solo quería que supiera que tiene todo mi apoyo, nada más.

~ Gracias. Se lo agradezco de verdad.

~ Creo que tal vez usted y yo deberíamos estudiar un poco menos y hablar un poco más. Para tener un contacto tan íntimo, no nos hemos contado casi nada de nuestras vidas. ¿Qué le parece, comandante?

~ Creo que podría ser una buena idea, señor.

~ Empecemos entonces por tutearnos, ¿no crees? Al hacer mis deberes, he leído ese espeso párrafo legal adjunto a la información estándar del protocolo, que dice que mi rango de almirante general perdió su vigencia cuando tuvo lugar mi muerte corpórea. Mi estatus es el de oficial honorario en reserva y tú eres el que ostenta aquí el mayor rango. Si alguien tiene que hablar de usted, ese sería yo. En cualquier caso, llámame Huyler, si te parece bien; así es como me conoce la gente.

~ Bien, se… esto, Huyler, dado nuestro nivel de intimidad, el rango no tiene ninguna relevancia. Por favor, llámame Quil.

~ Trato hecho, Quil.


* * *

Los días transcurrieron sin incidencias; viajaron a una velocidad absurda y dejaron el espacio chelgriano muy, muy atrás. La UOR Valor de incordio los traspasó, con ayuda de su lanzadera, a un objeto llamado superelevador, otra gran nave grande y recia, aunque de aspecto menos improvisado que el buque de guerra. La máquina, de nombre Incivil, solo los recibió con una voz. No tenía tripulación humana. Quilan se sentó sobre lo que parecía una zona abierta sin utilizar, donde sonaba una suave música muy sosa.

~ ¿Nuca te casaste, Huyler?

~ Una execrable debilidad por las hembras inteligentes, elegantes e insuficientemente patrióticas, Quil. Siempre decían que mi primer amor era el Ejército y no ellas, y ninguna de esas zorras sin corazón estuvo preparada para anteponer a su pareja y a su gente a sus propios intereses egoístas. Si yo hubiera tenido el sentido común suficiente, probablemente ahora estaría felizmente casado con una mujer adorable, que, sin duda, me habría sobrevivido, e incluso habría tenido varios hijos.

~ Suena a huida por los pelos.

~ Veo que no especificas de quién.


* * *

El Vehículo General de Sistemas Lista departes sancionadas apareció en la pantalla de la sala del superelevador como otro punto de luz en el firmamento. Se convirtió en un círculo plateado y su tamaño fue aumentando hasta llenar la pantalla, aunque no había rastro de ningún detalle en su centelleante superficie.

~ Debe de ser esa.

~ Supongo.

~ Posiblemente hayamos pasado junto a alguna embarcación de escolta, aunque su presencia no se nos haya hecho manifiesta. Es eso que el Ejército llama «unidad de alto valor»; nunca las mandan solas.

~ Pensaba que sería algo mayor.

~ Siempre tienen ese aspecto poco imponente desde el exterior.

El superelevador se sumergió en el centro de la superficie plateada. Desde el interior, la sensación era como mirar al exterior dentro de una nave al atravesar una nube, y luego tuvieron la impresión de estar zambulléndose en otra superficie, y luego en otra, y en unas cuantas más en rápida sucesión, lo mismo que al hojear páginas de un libro antiguo a toda velocidad.

Desde la última membrana, pasaron a un inmenso espacio nebuloso iluminado por una línea amarillenta, casi blanca, situada encima de las capas de la etérea bruma. Se encontraban justo sobre la popa de la nave. El buque medía veinticinco kilómetros de largo y diez de ancho. La superficie superior estaba formada por zonas verdes; colinas y cordilleras separadas por ríos y lagos.

Enmarcados por inmensas batangas corrugadas y apuntaladas, ornadas en rojo y azul, los laterales del VGS eran de un tono dorado leonado, moteados con una confusión de plataformas cubiertas de follaje y balcones, y perforados con una asombrosa variedad de aberturas muy iluminadas, como una resplandeciente ciudad vertical, establecida sobre acantilados de arenisca de tres kilómetros de altura. El aire estaba plagado de miles de naves de todo tipo que Quilan jamás había visto ni oído mencionar. Algunas eran minúsculas, otras eran del mismo tamaño que el superelevador. Y otros puntos, todavía más pequeños, eran individuos que flotaban en el aire.

Dos gigantescos buques más, cada uno de ellos de un volumen ocho veces inferior al del Lista de partes sancionadas, compartían el envoltorio del recinto del campo que rodeaba al VGS. A pocos kilómetros hacia cada lado, más visibles y de menor densidad, sus propias concentraciones de naves pequeñas los rodearon.

~ Resulta algo más impresionante por dentro, ¿verdad?

Hadesh Huyler guardó silencio.


* * *

Un avatar de la nave y un grupo de humanos le dieron la bienvenida. Sus dependencias resultaron ser generosas hasta el punto de la extravagancia; tenía una piscina para él solo y el lateral de uno de los camarotes tenía vistas al abismo cuya pared más lejana, a un kilómetro de distancia, era una batanga de estribor del VGS. Otro dron muy discreto desempeñaba el papel de sirviente.

Lo invitaron a tantas comidas, fiestas, ceremonias, festivales, inauguraciones, celebraciones y otros eventos y reuniones que el dispositivo de administración de compromisos de su traje llenó dos pantallas solo con la lista de las distintas formas de clasificar tanta invitación. Quilan aceptó algunas, especialmente las que incluían música en directo. La gente era amable. Él era amable con la gente. Algunos expresaron su pesar con respecto a la guerra. Él se mostraba digno y apaciguador. Huyler echaba chispas en su mente, escupiendo escarnios a cada momento.

Quilan viajó y paseó por aquella inmensa nave, atrayendo las miradas a cada paso que daba. En una nave de treinta millones de pasajeros, no todos humanos ni drones, y él era el único chelgriano. Pero raras veces alguien le daba conversación.

El avatar le había advertido de que, entre los que intentarían charlar con él, habría periodistas que podrían retransmitir sus comentarios en los servicios de noticias de la nave. En tales circunstancias, la indignación y el sarcasmo de Huyler supondrían toda una ventaja. De todas formas, Quilan mediría sus palabras minuciosamente antes de decirlas, pero también escucharía los comentarios de Huyler en determinados momentos, fingiendo perderse en sus propios pensamientos. Le satisfizo y le divirtió ver cómo se ganaba una gran reputación como ser inescrutable como resultado.

Una mañana, antes de que Huyler estableciese contacto con él tras la hora de gracia, Quilan se levantó de la cama y se acercó a la ventana que daba a la zona exterior. Cuando ordenó que la superficie se tornase transparente, no se sorprendió de ver las llanuras de Phelen a través de ella, quemadas, llenas de cráteres, extensas en la distancia humeante bajo un cielo de color ceniza. Una carretera en ruinas las atravesaba y, sobre ella, circulaba el camión cochambroso y mutilado a la velocidad de un insecto amuermado por el invierno. Quilan se dio cuenta de que no se había despertado ni levantado, y de que todo era un sueño.


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El destructor terrestre sufrió una sacudida y tembló bajo él, enviándole hondonadas de dolor a todo el cuerpo. Se oyó gemir a sí mismo. El suelo debía de estar vibrando. Se suponía que se encontraba bajo aquella cosa que lo tenía atrapado y no dentro de ella. ¿Cómo había ocurrido aquello? Qué dolor. ¿Acaso estaría muriendo? Sería eso. No podía ver nada y le costaba respirar.

A cada rato, imaginaba que Worosei le habría limpiado la cara, o lo habría colocado sentado para que estuviera más cómodo, o se habría limitado a hablar con él, dándole ánimos, con tranquilidad; pero parecía más que, de alguna forma (imperdonable), había caído dormido cada vez que ella hacía esas cosas, y solo se despertaba al haberse marchado ella. Intentó abrir los ojos pero no lo consiguió. Intentó hablar con ella, gritar para que regresase, pero no lo consiguió. Y, tras unos instantes, intentaría levantarse con todas sus fuerzas, solo para asegurarse una vez más de haber perdido el contacto con ella, con su aroma, con su voz.

Sigues vivo, ¿eh, Entregado?

¿Quién eres? ¿Qué pasa?

Oyó voces a su alrededor. Le dolía la cabeza. Y también las piernas.

Tu moderna armadura no te ha salvado, ¿eh? Podrían haberte atiborrado de líquidos. No tendrían ni que haberte machacado primero. Alguien se echó a reír.

El dolor de sus piernas se hizo insoportable. El suelo tembló bajo él. Debía de encontrarse en el interior del destructor terrestre, con su tripulación. Estaban enfadados porque había sufrido un impacto y los habían matado. ¿Estaban hablando con él? Tenía que haber soñado lo de la cabina y los incendios, o tal vez el vehículo era muy grande y ahora se encontraba en una zona que no había sufrido daños. No todos estaban muertos.

¿Worosei? dijo una voz. Se dio cuenta de que debía de ser la suya.

Ooh, ¡Worosei! ¡Worosei! dijo otra voz, burlándose de él.

Por favor suplicó. Intentó mover los brazos, pero solo consiguió que le dolieran aún más.

Ooh, Worosei, ooh, Worosei, por favor.

Antiguo edificio de la facultad, bajo los juzgados Rebote, en el Instituto Técnico Militar, ciudad de Cravinyr, Aorme. Allí era donde los habían almacenado. Las almas de los viejos soldados y estrategas militares. No deseados en tiempos de paz, ahora eran considerados como un importante recurso. Además, mil almas eran mil almas, y merecía la pena salvarlas de la destrucción de los rebeldes Invisibles. La misión de Worosei; su idea. Osada y peligrosa. Había movido los hilos para llevarla a término, lo mismo que había hecho anteriormente cuando se habían unido, asegurarse de que ella y Quilan serían destinados juntos. Hora de marcharse. ¡Ahora! ¡Rápido!

¿Acaso habían estado allí?

Le pareció recordar el aspecto del lugar… el laberinto de pasillos, las pesadas puertas, la oscuridad y el frío, la falsa iluminación del visor del casco. Los otros; dos escuderos, Hulpe y Nolica, los mejores, confiables y fieles, una especie de triunvirato o trinidad de las fuerzas especiales del Ejército. Worosei al lado, con el rifle colgado del hombro y sus gráciles y elegantes movimientos, incluso con el traje. Su esposa. Tendría que haber persistido en su intento de detenerla, pero ella había insistido. Su idea.

El dispositivo de sustratos estaba allí; era mayor de lo que imaginaban, del tamaño de una cabina de refrigeración doméstica. Nunca llegaremos a la nave. No al mismo tiempo.

Hey, Entregado. Ayúdame a quitarte esto. Vamos. Alguien seguía riendo.

Quitarte esto. Nada de recuperar. La nave.

Y ella tenía razón. Dos de los militares llegaron con la máquina. Nunca lo conseguiría.

¿Era Worosei? Acababa de limpiarle la cara, lo habría jurado. Intentó llamarla con todas sus fuerzas, intentó decir algo.

¿Qué está diciendo?

Y yo qué sé. Qué más da.

Uno de los brazos le dolía muchísimo, ¿sería el izquierdo o el derecho? Se enfadó consigo mismo por no poder determinar cuál era. Qué absurdo. ¡Ay! Worosei, ¿Por qué…?

¿Estás intentando arrancarlo?

No, solo el guante. Tendrá anillos o algo. Siempre llevan algo.

Worosei le susurró algo al oído. Se había quedado dormido. Ella se acababa de ir. Intentó llamarla de nuevo.

Llegaron los Invisibles con armamento pesado. Tendrían alguna nave, probablemente con escolta. Tormenta de nieve intentaría permanecer oculta, en ese caso. Estaban solos. Esperando que la pequeña nave regresase por ellos. Luego los descubren, los atacan y los pierden a todos. Locura, destellos y explosiones por todas partes, mientras la facción de los Leales se cubría y contraatacaba desde donde demonios se encontrara. Corrieron bajo la lluvia; el edificio que dejaron atrás ardió y se derrumbó, reduciéndose a escombros por culpa de las armas energéticas. Era de noche y estaban solos.

¡Dejadlo!

Nosotros solo…

Haced lo que se os dice u os dejo tirados en la puta carretera, ¿comprendido? Si vive, pediremos un rescate. Incluso muerto vale más que dos de vosotros juntos, imbéciles descerebrados, así que aseguraos de que sigue vivo cuando lleguemos a Golse, o lo seguiréis de cerca hasta el cielo.

¿Asegurarnos de que viva? ¡Pero si tendrá suerte si aguanta esta noche!

Bueno, si recogemos a algún médico que esté menos jodido que él, nos aseguraremos de que lo atiende a él en primer lugar. Mientras tanto, es cosa vuestra. Botiquín. Os daré raciones extra si sobrevive. Ah, y no lleva nada que valga la pena.

¡Eh! Nosotros queremos una parte del rescate. ¡Eh!

Se habían caído en el interior del cráter. El vehículo se deslizaba a toda velocidad. Una gran explosión los había hecho volcar en el barro. Se habrían matado de no haber llevado los trajes. Algo golpeó con fuerza su casco, destruyendo los auriculares y atestando el visor de una luz cegadora. Se lo quitó como pudo y este cayó rodando al interior de la gran piscina formada en el fondo del cráter. Más explosiones. Atrapado e inmovilizado en el barro.

Entregado, no haces más que dar por el saco, ¿lo sabías?

¿Qué ha sido eso?

Y yo qué coño sé.

El destructor terrestre, sin cabina, con una estela de humo y una de sus grandes orugas segmentadas en la pendiente del cráter, rodó a trompicones hacia el interior. Worosei había conseguido esquivar todos los escombros y se había salvado. Intentó liberarlo, pero cayó cuando la máquina se deslizó encima de él, Quilan profirió un grito al hundirlo en el suelo el colosal peso del destructor, y sus piernas quedaron atrapadas al chocar contra algo duro. Se rompió varios huesos.

Vio marcharse a la pequeña nave que la condujo a la nodriza, y la puso a salvo. El cielo seguía salpicado de destellos y le zumbaban los oídos con las detonaciones. El destructor terrestre hizo que el suelo temblase al explotar su munición, y cada estallido le producía un tremendo dolor. La lluvia no cesaba y le empapaba el rostro y el pelaje, camuflando sus lágrimas. El nivel del agua del cráter aumentaba, ofreciéndole una forma alternativa de morir, hasta que una nueva explosión de la máquina sacudió el suelo e hizo brotar una bocanada de aire desde el centro de la mugrienta piscina, cuyo contenido se empezó a escurrir, formando un hondo túnel. Aquel lado del cráter también se desmoronó y el morro del destructor terrestre se inclinó hacia abajo, la parte posterior se elevó y la máquina pivotó sobre él, zambulléndose con furia en el orificio y provocando una nueva serie de explosiones.

Quilan intentó arrastrarse con ayuda de sus manos, pero no pudo. Empezó a tratar de excavar para liberar sus piernas.

A la mañana siguiente, un equipo de búsqueda y rescate de los Invisibles lo encontró en el barro, semiconsciente, rodeado de un hoyo poco profundo que había cavado en torno a sus piernas, pero aún incapaz de poder liberarse. Uno de sus miembros le propinó varias patadas en la cabeza y le apuntó directamente a la frente con una pistola, pero éltodavía sacó fuerzas para decir en voz alta su título militar y su rango. Los Invisibles tiraron de él, librándolo del abrazo del barro e ignorando sus gritos, lo arrastraron pendiente arriba y lo lanzaron a la parte posterior de un vehículo medio destrozado, junto con el resto de los muertos y de los que agonizaban.


Avanzaban lo más despacio que parecía posible, con los que iban a morir confinados en un vagón cuya vida tampoco parecía lo suficientemente larga como para completar el viaje. El camión había perdido las puertas traseras en lo que fuera que hubiera desembocado en la imposibilidad de avanzar a una velocidad poco mayor que la de caminar. Cuando lo movieron y limpiaron la sangre de sus ojos, pudo ver las llanuras de Phelen tras de sí. Eran tierras negras y quemadas, que se extendían hasta donde abarcaba la vista. De cuando en cuando, ráfagas de humo manchaban el horizonte. Las nubes eran negras o grises, y a veces caían cenizas como lluvia suave.

Pero la lluvia real arreciaba con fuerza cuando el vehículo se encontraba en una zona de la carretera situada por debajo del nivel de las llanuras, transformando la vía en un arroyo gris e invadiendo la puerta trasera y el compartimento posterior del camión. Habían levantado a Quilan, que gemía de dolor, y lo habían sentado en uno de los bancos de la parte de atrás. Consiguió mover un brazo y la cabeza, no sin mucha dificultad, para contemplar con impotencia cómo tres de los heridos que lo acompañaban morían en sus camillas, engullidos por la marea gris. Él y uno de los otros gritaron, pero aparentemente, nadie los oyó.

El camión empezó a girar precipitadamente de un lado al otro, deslizándose sin rumbo en el barrizal. Quilan levantó la vista, asustado, hacia el abollado techo mientras el agua mugrosa se arremolinaba sobre los cuerpos sumergidos, a la altura de sus rodillas. Se preguntó si realmente le importaba o no morir, y decidió que sí porque tenía una posibilidad de volver a ver a Worosei. Entonces, el camión se estabilizó y encontró tracción, saliendo lentamente de las aguas y recuperando el camino entre rugidos.

La mezcla de ceniza y agua empezó a escurrirse de la parte posterior, dejando al descubierto los cadáveres, rebozados en gris, como si llevaran sudarios.

El camión tomó varios desvíos para esquivar hoyos y cráteres. Atravesó dos puentes improvisados entre tambaleos. Se cruzó con otros vehículos que circulaban en dirección contraria a la suya y, en una ocasión, un par de naves supersónicas pasaron en vuelo raso por encima de él, levantando polvo y cenizas. Nadie lo adelantó en ningún momento.

Quilan fue mínimamente atendido por dos camilleros de los Invisibles, que tenían órdenes de vigilarlo. En realidad, eran Desoídos, una casta por encima de los Invisibles, perteneciente a la ideología de los Leales. Ambos parecían alternar impredeciblemente entre el alivio de que fuera a sobrevivir y pudieran obtener un pellizco del rescate y el fastidio de que hubiera sobrevivido. En su cabeza, los bautizó como Mierda y Pedo, y se enorgulleció de no poder recordar sus verdaderos nombres.

Fantaseaba. Básicamente, fantaseaba con la idea de reunirse con Worosei sin que ella se hubiese enterado de que él había sobrevivido, de forma que el encuentro supusiese una completa sorpresa. Intentaba imaginar el aspecto de su rostro, la sucesión de expresiones que vería en ella.

Por supuesto, jamás sucedería así. Ella estaría igual que él, si las circunstancias fueran inversas; intentaría por todos los medios averiguar qué le había ocurrido a él, con la esperanza, por vana que pudiera parecer, de que hubiera sobrevivido gracias a cualquier milagro. Así, lo descubriría, o alguien se lo comunicaría cuando se difundiese la información sobre su huida, y él no vería esa expresión en su rostro. No obstante, podía imaginar todo aquello y se pasaba las horas haciéndolo, mientras el camión traqueteaba y gruñía en su trayecto a través de las calurosas llanuras.

Les había dicho su nombre, una vez que hubo conseguido articular palabra, pero nadie pareció prestarle la menor atención; lo único aparentemente importante era que se trataba de un noble, con la marca y la armadura que lo acreditaban. Tampoco estaba seguro de la conveniencia de recordarles cómo se llamaba. Si lo hacía, y se lo comunicaban a sus superiores, tal vez Worosei tardaría menos en descubrir que permanecía con vida, pero también tenía aquella parte supersticiosa y cautelosa que temía hacerlo, porque se imaginaba que alguien se lo decía a ella (satisfaciendo aquella presunta vana esperanza) e imaginaba la expresión de su rostro en ese momento, pero también se imaginaba muriendo después de aquello, porque no habían podido curar sus lesiones y cada vez se sentía más débil.

Aquello resultaría demasiado cruel. Que le dijeran que, contra todo pronóstico, había sobrevivido, para descubrir más tarde que había muerto por culpa de sus lesiones… Por eso decidió guardar silencio sobre su identidad.

Si existía la posibilidad de pagar un rescate o una alternativa aún más rápida, podría haber montado un alboroto, pero no tenía medios de pago inmediato, y las fuerzas de los Leales Junto con algún independiente que pudiera haber sido aceptado en ambos bandos se habían reagrupado en algún lugar próximo a Chel. No importaba. Worosei estaría allí con ellos. A salvo. No dejaba de imaginar la expresión de su rostro.

Entró en coma antes de llegar a lo que quedaba de la ciudad de Golse. El intercambio con rescate tuvo lugar sin que él tuviera conocimiento alguno de lo que estaba ocurriendo. Un trimestre más tarde, cuando la guerra ya había terminado y regresaba a Chel, supo lo que le había ocurrido a la nave Tormenta de nieve, y que Worosei había muerto allí.


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Se marchó durante la noche del VGS, cuando la luz del sol ya había desaparecido y una profunda iluminación rojiza bañaba las tres naves y las escasas máquinas que volaban perezosamente en torno a ellas.

En realidad, se encontraba en otra embarcación, llamada Piquete muy veloz, en el último tramo de su viaje al orbital de Masaq. La nave desapareció en el interior del Lista de partes sancionadas y, al poco tiempo, salió y se separó del exterior elipsoide y plateado, virando para emprender el camino del sistema estelar de Lacelere y abandonando el VGS, que inició su giro para regresar al espacio chelgriano, una inmensa y brillante cueva de aire que centelleaba a través del vacío existente entre las estrellas.

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