15 UNA CIERTA PÉRDIDA DE CONTROL

Despertó poco a poco, un poco mareado. Estaba muy oscuro. Se estiró con pereza y sintió a Worosei a su lado. La hembra se acercó adormilada, se enroscó contra su cuerpo y se adaptó a él. La rodeó con un brazo y la joven se acurrucó un poco más contra él.

Justo cuando empezaba a despertarse del todo y decidía que la deseaba, la hembra volvió la cabeza hacia él, le sonrió y abrió los labios.

Se deslizó sobre él y fue una de esas veces en las que el sexo es tan fuerte, equilibrado y excitante que es casi como si estuviera más allá de la diferencia de géneros, es como si no importara quién es el macho y quién es la hembra, ni qué parte pertenece a quién, cuando los genitales parecen de algún modo compartidos e independientes a la vez, partes que pertenecen a los dos y a ninguno; el sexo de él era una entidad mágica que los penetraba a los dos por igual cuando ella se movió sobre él, mientras que el de ella se convertía en una especie de manto fabuloso y encantado que se había extendido y crecía para cubrir los cuerpos de los dos, convirtiendo cada parte en una única superficie sensual y sexual.

Fue haciéndose de día muy poco a poco mientras hacían el amor y después, después de que terminaran los dos y tuvieran el pelo apelmazado por la saliva y el sudor y los dos se encontraran jadeando con fuerza, se quedaron echados el uno junto al otro, mirándose a los ojos.

Estaba sonriendo. No podía evitarlo. Miró a su alrededor. Todavía no estaba muy seguro de dónde estaba. La habitación parecía anónima y, sin embargo, parecía tener un techo altísimo y estar llena de luz. Tenía la extraña sensación de que deberían dolerle los ojos, pero no le dolían.

La miró otra vez. Había apoyado la cabeza en un puño y había bajado la cabeza para mirarlo. Cuando vio aquel rostro, cuando asimiló aquella expresión, sintió una impresión extraña y después un terror exquisito, intenso y perfecto. Worosei jamás lo había mirado así, no solo a él, sino también todo lo que tenía alrededor, como si viera a través de él.

Había una frialdad absoluta y una inteligencia feroz e infinita en aquellos ojos oscuros. Algo sin piedad ni ilusión había clavado los ojos en su alma y más que encontrar carencias en ella, la había encontrado ausente.

El pelo de Worosei había adquirido un tono argentino perfecto y se había alisado sobre su piel. Era un espejo desnudo de plata y él se vio en su cuerpo largo y ágil, perversamente distorsionado como algo que fundieran y fueran deshaciendo. Abrió la boca e intentó hablar. Tenía la lengua demasiado grande y se le había secado la garganta.

Fue ella la que habló, no él.

No creas que me han engañado ni por un momento, Quilan.

No era la voz de Worosei.

Se apoyó en el codo y se levantó de la cama con un movimiento ágil, elegante y poderoso. La vio irse y luego fue consciente de que detrás de él, al otro lado del colchón ondulado, había un macho viejo, también desnudo y mirándolo con un parpadeo.

El anciano no dijo nada. Parecía confuso. Era a la vez alguien muy conocido y un extraño absoluto.


* * *

Quilan despertó jadeando y se quedando mirando a su alrededor con expresión de loco.

Estaba en el amplio colchón ondulado del apartamento de la ciudad de Aquime. Parecía que estaba a punto de amanecer y había un torbellino de nieve más allá de la cúpula del tragaluz.

Luces dijo con la voz entrecortada y miró la enorme habitación cuando se iluminó.

Nada parecía estar fuera de lugar. Estaba solo.

Era el día que terminaría con el concierto en el estadio Stullien, que llegaría a su punto culminante con el estreno de la nueva sinfonía de mahrai Ziller, La luz que expira, que a su vez culminaría cuando la luz de la nova inducida sobre la estrella Junce ochocientos años atrás llegara al fin al sistema de Lacelere y el orbital Masaq.

Con una sensación vil y desgarradora de náuseas recordó que había cumplido con su obligación y el asunto ya no estaba en sus manos, ni en su cabeza. Lo que tuviera que ocurrir, ocurriría. No podía hacer más que ninguno de los demás. Menos, de hecho. Nadie más tenía otra mente a bordo, escuchando cada uno de sus pensamientos.

Por supuesto, desde la noche anterior, si no había sido antes, ya no disponía de su hora de gracia al final y al comienzo de cada día.

~ ¿Huyler?

~ Aquí. ¿Ya has tenido antes sueños como ese?

~ ¿Tú también lo has experimentado?

~ Estoy vigilando y observando por si hay alguna señal que pudieras enviar y que pudiera advertirles sobre lo que va a pasar esta noche. No estoy invadiendo tus sueños. Pero tengo que monitorizar tu cuerpo así que sé que fue un sueño erótico de la leche que pareció convertirse de repente en algo aterrador. ¿Quieres hablar de ello?

Quilan dudó. Apagó las luces con un gesto y se quedó echado en la oscuridad.

No.

Fue consciente de que había dicho la palabra en lugar de pensarla al mismo tiempo que se dio cuenta de que no podía decir la siguiente palabra que creyó que iba a decir. Habría vuelto a ser «No» pero nunca salió de sus labios.

Se dio cuenta de que no podía hacer ningún movimiento. Otro momento de terror, por la parálisis y por el hecho de estar a merced de otra persona.

~ Perdona. Estabas hablando, no comunicándote. Ya está; ya, esto, vuelves a estar al mando.

Quilan se movió por el colchón y carraspeó para comprobar que volvía a controlar su cuerpo.

~ Todo lo que iba a decir era, no, no hace falta. No hace falta hablar de ello.

~ ¿Estás seguro? Jamás habías estado tan angustiado, no te había visto así en todo el tiempo que llevamos juntos.

~ Te estoy diciendo que estoy bien, ¿de acuerdo?

~ Está bien, de acuerdo.

~ E incluso si no lo estuviera, tampoco importaría, ¿no? No después de esta noche. Voy a intentar dormir un poco más. Podemos hablar luego.

~ Lo que tú digas. Que duermas bien.

~ Lo dudo.

Se echó y observó los copos oscuros de nieve, de aspecto seco, que se lanzaban como un torbellino contra la cúpula del tragaluz, con una furia sorda cuyo sentido parecía equilibrarse a medio camino entre lo cómico y lo amenazador. Se preguntó si la nieve le parecería igual a la otra inteligencia que miraba a través de sus ojos.

No creía que el sueño volviera acudir a él, y no lo hizo.


* * *

La docena más o menos de civilizaciones que con el tiempo terminarían formando la Cultura, durante sus épocas independientes de escasez habían empleado fortunas inmensas para convertir la realidad virtual en algo tan palpablemente real y tan poco virtual como fuera posible. Incluso una vez establecida la Cultura como entidad y cuando el uso del dinero convencional terminó por verse como un obstáculo arcaico que impedía el desarrollo en lugar de ser el sistema que lo moderaba y hacía posible, se habían empleado unas cantidades notables de tiempo y energía (tanto biológica como mecánica) perfeccionando los varios métodos gracias a los que los sistemas sensoriales humanos podían convencerse de que estaban experimentando algo que en realidad no estaba pasando.

Gracias sobre todo a ese esfuerzo preexistente, el nivel de precisión y credibilidad exhibidas por lo general por los entornos virtuales de los que podía disponer cualquier ciudadano de la Cultura había llegado a alcanzar tal perfección que ya hacía mucho tiempo que era necesario (al nivel de saturación más profundo de la manipulación de entornos manufacturados) introducir accesos sintéticos en la experiencia, solo para recordarle al sujeto que lo que parecía real, no lo era.

Incluso en estados mucho menos excesivos de impregnación ilusoria, la inmediatez y la intensidad de la aventura virtual estándar bastaba para que todos, salvo los más decididos y comprometidos de los cuerpos humanos, olvidaran que la experiencia que estaban viviendo no era real, y la omnipresencia de esta convicción común y corriente era un poderoso tributo a la tenacidad, inteligencia, imaginación y determinación de todos esos individuos y organizaciones de todas las épocas que habían contribuido a que, en la Cultura, cualquiera, en cualquier momento, pudiera experimentar cualquier cosa, en cualquier lugar, y por nada, y que nunca tuvieran que preocuparse por la idea de que, en realidad, todo era mentira.

Claro que, como es natural, había, para casi todo el mundo en ocasiones y para algunas personas casi de forma constante, un caché casi incalculable en el hecho de haber visto, oído, olido, saboreado, sentido o en general experimentado algo que fuera de la forma más absoluta y definitiva real, sin que se interpusiera en el camino ninguna de esas despreciables tonterías virtuales.

El avatar lanzó un bufido.

Lo están haciendo de verdad.

Se rió con un entusiasmo sorprendente, pensó Kabe. No era el tipo de cosa que te esperabas que hiciera una máquina, ni siquiera una representación con forma humana de una máquina.

¿Haciendo qué? preguntó.

Reinventado el dinero dijo el avatar con una amplia sonrisa y sacudiendo la cabeza.

Kabe frunció el ceño.

¿Eso es posible?

No, pero es posible en parte. El avatar miró a Kabe. Es un viejo refrán.

Sí, lo sé. «Serían capaces de reinventar el dinero por esto» citó Kabe. O algo parecido.

Eso. El avatar asintió. Bueno, pues para conseguir entradas para el concierto de Ziller prácticamente lo están haciendo. Hay personas que no soportan a otras y que las están invitando a cenar o reservan juntas cruceros por el espacio profundo; por todos los cielos, incluso acceden a ir de acampada juntas. ¡De acampada! El avatar lanzó una risita. La gente está intercambiando favores sexuales, han accedido a embarazos, han alterado su apariencia física para adaptarse a los deseos de sus parejas, han comenzado a cambiar de sexo para complacer a amantes, y todo para conseguir entradas. Extendió los brazos. ¡Qué maravilloso, extraño, romántico y bárbaro por su parte! ¿No le parece?

Desde luego dijo Kabe. ¿Estás seguro del término «romántico»?

Y, de hecho continuó el avatar, han llegado a acuerdos que van mucho más allá del trueque, una forma de liquidez sobre consideraciones futuras que tiene un parecido notable con el dinero, al menos tal y como yo lo entiendo.

Extraordinario.

Lo es, ¿verdad? dijo la criatura plateada. Uno de esas extrañas modas que surge por un instante, como un destello, del caos muy de vez en cuando. De repente todo el mundo admira la música sinfónica en directo. Pareció perplejo durante unos segundos. He dejado claro que en realidad no hay sitio para bailar. Se encogió de hombros y luego dio un barrido con el brazo para señalar la vista. Bueno, ¿qué le parece?

Impresionante.

El estadio Stullien estaba casi vacío. Los preparativos para el concierto de esa noche iban según lo previsto y a buen ritmo. El avatar y el homomdano se encontraban al borde del anfiteatro, cerca de una batería de luces, láseres y morteros de efectos, cada uno de los cuales eclipsaba a Kabe y que al embajador se le parecieron mucho a armas.

Aquel día azul, fresco y despejado, solo tenía un par de horas de vida y el sol empezaba a salir detrás de los dos espectadores. Kabe apenas podía distinguir las sombras diminutas que el avatar y él arrojaban sobre un conjunto de asientos que tenían a cuatrocientos metros de distancia.

El estadio tenía más de un kilómetro de anchura: un coliseo con una escarpada inclinación de fibras de carbono entrelazadas y laminado de diamante transparente cuyos asientos y plataformas se centraban alrededor de un generoso campo circular que podía adaptarse para albergar varios deportes, una gran variedad de conciertos y otro tipo de espectáculos. Tenía un techo de emergencia, pero nunca se había usado.

Lo que daba sentido al estadio era que se encontraba al aire libre y si el tiempo tenía que ser de cierto tipo, bueno, entonces el Centro hacía algo que casi nunca hacía e interfería con la climatología utilizando su prodigiosa proyección de energía y su capacidad para manejar campos, manipulaba los elementos hasta que conseguía el efecto deseado. Semejante intromisión carecía de elegancia y pulcritud, y era torpe y coercitiva, pero se aceptaba que era lo que había que hacer para tener a la gente contenta, que era, en último caso, toda la razón de ser del Centro.

Técnicamente hablando, el estadio era una barcaza gigante especializada. Flotaba en el interior de una red de amplios canales, ríos que fluían con lentitud, lagos anchos y mares pequeños que se extendían por una de las plataformas continente más variadas de Masaq y a través y a lo largo de la cual podía desplazarse (aunque con bastante lentitud) para proporcionar una amplia selección de fondos que se podían ver entre la estructura en la que se apoyaba y sobre el borde del estadio, selección que incluía montañas irregulares salpicadas de nieve, acantilados gigantes, inmensos desiertos, selvas pobladas, imponentes ciudades de cristal, grandes cataratas y bosques de árboles dirigibles que se agitaban bajo las suaves brisas.

Para un evento especialmente salvaje había una pista de rápidos. Un río gigante y torrencial sobre el que el estadio podía descender como un flotador monstruoso para bajar por la garganta más grande del mundo, girando sobre sí mismo de una forma monumental, virando y meciéndose hasta que se encontraba con el inmenso remolino rodeado de acantilados del fondo, donde se limitaba a girar sobre una agitada espiral de agua, una columna que era absorbida y se hundía en un juego de bombas colosales capaces de vaciar un mar, hasta que uno de los superelevadores del Centro llegaba para devolverlo a pulso a su altura habitual, entre las vías fluviales de la parte superior.

Para la representación de esa noche, el estadio se iba a quedar donde estaba, en la punta de una pequeña península de las costas del lago Bandel, en la plataforma Guerno, a una docena de continentes en el sentido del giro galáctico de Xaravve. La punta de la península contaba con una serie de puntos de acceso subterráneos, varios edificios de apoyo y almacenes elegantemente disfrazados, una amplia explanada repleta de bares, cafés, restaurantes y otros locales de ocio, además de un muelle gigante con forma de repisa donde el estadio se sometía a cualquier tipo de mantenimiento o reparación necesaria.

Los sistemas estratégicos táctiles, de iluminación y sonido que incorporaba el estadio, incluso sin ningún tipo de optimización participativa personal, eran inmejorables, el Centro asumía la responsabilidad del resto de las condiciones externas.

El estadio era uno de los seis existentes, todos construidos de forma específica para proporcionar lugares a los eventos que debían celebrarse al aire libre. Estaban distribuidos por todo el mundo para que siempre hubiera uno en el lugar adecuado en el momento más conveniente, fueran cuales fueran las condiciones requeridas.

Aunque, por supuesto se sintió obligado a señalar Kabe, podrías tener solo uno y luego ralentizar o acelerar el orbital entero para sincronizarlo.

Ya se ha hecho dijo el avatar con cierto desdén.

Eso me había parecido.

El avatar levantó la cabeza.

Ajá.

Justo encima de ellos, apenas visible entre la calima matinal, una diminuta forma más o menos rectangular resplandecía con el reflejo del sol.

¿Qué es eso?

Ese es el Vehículo General de Sistemas, clase Ecuador, Experimentando una significativa falta de gravedad —dijo el avatar. Kabe vio que el otro estrechaba un poco los ojos y una débil sonrisa se formaba alrededor de los labios y los ojos. También ha cambiado su calendario de vuelo para venir a ver el concierto. El avatar vio que la forma se agrandaba y frunció el ceño. Pero tendrá que irse de ahí; por ahí es por donde pasan mis meteoritos explosivos.

¿Explosivos? dijo Kabe. Estaba observando el creciente rectángulo del VGS, que iba aumentando poco a poco. Parece, bueno, espectacular. —Peligroso quizá fuera un término más adecuado, pensó el embajador.

El avatar sacudió la cabeza. Él también estaba mirando la gigantesca nave que descendía y entraba en la atmósfera, sobre ellos.

Na, no es tan peligroso dijo el avatar, que, en apariencia aunque era de suponer que no en realidad, le había leído el pensamiento. La coreografía de la lluvia ya está casi lista. Quizá haya unos cuantos trocitos de materias blandas que todavía podrían excederse y necesitar un nuevo trazado de trayectoria, pero, de todos modos, todos tienen sus propios motores escolta. El avatar le sonrió. He utilizado un montón de viejos cuchillos misil, reservas de guerra reactivadas, cosa que me pareció muy apropiada. Supuse que les haría falta practicar.

Volvieron a mirar al cielo. El VGS ya era casi del mismo tamaño de una mano cuando se estira todo el brazo. Sus rasgos comenzaban a aparecer sobre las superficies doradas y blancas.

Todas las rocas están colocadas, cargadas y olvidadas hace tiempo continuó el avatar, meterlas es tan simple como colocar los anillos en un planetario. Ningún peligro ahí tampoco. Señaló con un gesto al VGS, que estaba cerca y era lo bastante brillante como para arrojar su propia luz sobre el paisaje circundante, como una luna dorada, extraña y rectangular flotando sobre el mundo.

»Ese es el tipo de cosas por las que las Mentes Centrales no pueden evitar preocuparse dijo el avatar alzando una ceja plateada. Un trillón de toneladas de nave capaz de acelerar como una flecha disparada con un arco y que se acerca lo suficiente a la superficie como para que yo sintiese la curva del campo de gravedad de la muy cabrona si no estuviese protegido. Sacudió la cabeza. Esas naves VGS dijo chasqueando la lengua como si se refiriese a un niño travieso, pero encantador.

¿Crees que se aprovechan de ti porque antes fuiste una de ellas? preguntó Kabe.

La gigantesca nave parecía haberse detenido al fin, llenaba casi una cuarta parte del cielo. Algunos jirones de nubes se habían formado bajo su superficie inferior. Unos caparazones concéntricos de campo asomaban en forma de líneas apenas visibles a su alrededor, como una serie de burbujas cavernosas y anidadas que flotaran en el cielo.

Cómo lo sabe dijo el avatar. A cualquier Mente nacida Centro se le fundirían los plomos con solo pensar en dejar que algo así de grande entrara en el perímetro; les gusta que las naves se queden fuera, donde, si en algún momento hubiera algún problema, se limitarían a desmoronarse sin más. El avatar se echó a reír de repente. Le estoy diciendo que se largue de mi chorro de propulsión ahora mismo. Lo que, por supuesto, es una grosería.

Las nubes que se estaban formando bajo la nave gigante empezaron a arremolinarse y subir, la nave Experimentando una significativa falta de gravedad estaba empezando a alejarse. Las nubes hirvieron a su alrededor, como un millón de estelas que se formaran a la vez, y unos rayos parpadearon entre las nacientes torres de vapor.

Mire eso. Me está arruinando la mañana entera. El avatar volvió a sacudir la cabeza. Típico de un VGS. Será mejor que ese pequeño despliegue no evite que mis nubes de nácar se formen esta noche porque puedo montar un follón. La criatura miró a Kabe. Venga, no hagamos caso de ese alarde y vamos abajo. Quiero enseñarle los motores de este trasto.


* * *

Pero, compositor Ziller, ¡su público!

Está en Chel y es muy probable que pagara lo que fuera por verme colgado, empalado y quemado.

Mi querido Ziller, de eso es de lo que se trata. Estoy seguro de que lo que dice es una burda exageración, aunque comprensible; pero incluso si en eso hubiera una sola pizca de verdad, aquí ocurre todo lo contrario. En Masaq hay un número inmenso de personas que estarían encantadas de dar su vida para salvar la suya. Es a ellas a las que yo me refería, como estoy seguro de que sabe. Muchas de ellas estarán esta noche en el concierto, y el resto lo estará viendo, absortos.

»Llevan años esperando con paciencia, con la esperanza de que un día usted se sintiese inspirado para terminar otra obra larga. Y ahora que al fin ha ocurrido, están deseando experimentarla de la forma más absoluta posible y rendirle el homenaje que saben que se merece. Están desesperados por estar allí, escuchar su música y verlo con sus propios ojos. ¡Anhelan verlo dirigir esta noche La luz que expira!

Pues ya pueden anhelarlo todo lo que quieran, pero se van a llevar una decepción. No tengo ninguna intención de ir, no si ese trozo supurante de forraje de escritorio va a estar presente.

¡Pero si no se van a ver! ¡Les mantendremos separados!

Ziller levantó su gran morro negro y apuntó con él el recubrimiento de cerámica teñido de rosa de Tersono, lo que hizo que el dron se encogiera un poco.

No te creo le dijo el chelgriano.

¿Qué? ¿Porque pertenezco a Contacto? ¡Pero eso es ridículo!

Apuesto a que fue Kabe el que te dijo eso.

Da igual cómo lo he averiguado. No tengo ninguna intención de obligarlo a que se reúna con el comandante Quilan.

Pero te gustaría que lo hiciera, ¿no?

Bueno… El aura del dron se recubrió de repente de un arco iris de confusión.

—¿Te gustaría o no?

¡Bueno, por supuesto que me gustaría! dijo la máquina bamboleándose en el aire con lo que parecía un ataque de furia, frustración o ambas cosas. Su aura parecía confusa.

¡Ja! exclamó Ziller. ¡Lo admites!

Desde luego que me gustaría que se reunieran; es absurdo que no lo hayan hecho, pero yo solo querría que ocurriera si se produce de forma natural, ¡no si se lograra contra sus expresos deseos!

—Shh. Aquí viene uno.

¡Pero…!

—¡Shh!

El bosque Pfesine, en la plataforma Ustranhuan, (era imposible alejarse más del estadio Stullien sin abandonar Masaq del todo) era famoso por sus cotos de caza.

Ziller había viajado hasta allí desde Aquime a última hora de la noche anterior, se había alojado en un alegre pabellón de caza, se había levantado tarde, había encontrado un guía local y se había ido a saltar sobre el cuello de los janmandresiles de Kussel. En ese momento creía oír a uno acercándose, abriéndose paso entre la densa maleza que bordeaba el estrecho sendero que cruzaba justo por debajo del árbol en el que se había ocultado.

El compositor miró a su guía, un tipo pequeño y fornido con equipo antiguo de camuflaje que estaba agachado en otra rama, a cinco metros de distancia. Estaba asintiendo y señalando en la dirección del ruido. Ziller se sujetó a la rama que tenía encima y se asomó para intentar ver al animal.

Ziller, por favor dijo la voz del dron, sonaba muy extraña en su oído.

El chelgriano se volvió de repente hacia la máquina que flotaba a su lado y la miró furioso. Se llevó un dedo a los labios y lo agitó. El dron se tiñó de un color crema turbio por la vergüenza.

Estoy hablándole haciendo vibrar directamente la membrana interna de su oído. No hay posibilidad de que el animal que…

Y yo susurró Ziller con los dientes apretados e inclinándose mucho hacia Tersono, estoy intentando concentrarme. ¿Quieres cerrar el puto pico de una vez?

El aura del dron se tiñó por un instante de blanco de pura furia y luego se fue sosegando, adquirió un tono gris de frustración mezclado con puntos morados de arrepentimiento. De inmediato ondeó un color verde amarillento que indicaba docilidad y cordialidad, intercalado con franjas rojas para demostrar que se lo estaba tomando como una especie de chiste.

¿Y quieres dejar ya el puto arco iris de mierda? siseó Ziller. ¡Me estás distrayendo! ¡Y es probable que el animal también pueda verlo!

Se agachó cuando algo muy grande y con manchas azules pasó por debajo de la rama. Tenía una cabeza tan larga como todo el cuerpo de Ziller y un lomo lo bastante ancho como para haber dado acomodo a media docena de chelgrianos. El compositor se lo quedó mirando.

Dios suspiró, qué bichos tan grandes. Miró a su guía, que asentía y señalaba al animal.

Ziller tragó saliva y se dejó caer. La caída era de solo unos dos metros, aterrizó sobre las cinco patas y de un salto se encaramó al cuello de la bestia, se sujetó con los pies a los dos lados del cuello, sobre las orejas con forma de abanico que tenía, y se aferró a un puñado de las crines de color marrón oscuro de la cresta del animal antes de que este tuviera tiempo de reaccionar. Tersono bajó flotando para hacerle compañía. El janmandresile de Kussel se dio cuenta de que tenía algo pegado a la nuca y emitió un chillido ensordecedor. Sacudió la cabeza y el cuerpo con tanto vigor como pudo y salió disparado por el sendero que atravesaba la selva.

¡Ja! ¡Ja ja ja ja ja! chilló Ziller sujetándose con fuerza mientras el enorme animal corcoveaba y se sacudía bajo él. El viento lo golpeaba al pasar, hojas, frondas, enredaderas y ramas que pasaban zumbando, haciéndolo agacharse, esquivarlas y jadear. El pelo que le rodeaba los ojos se agitaba bajo la brisa, los árboles de ambos lados del camino pasaban en un contorno borroso de color verde azulado. El animal volvió a sacudir la cabeza para intentar desmontarlo.

¡Ziller! gritó el dron E. H. Tersono mientras cabalgaba sobre el aire, justo detrás de él. ¡No he podido evitar observar que no lleva ningún tipo de equipo de seguridad! ¡Esto es muy peligroso!

¡Tersono! dijo Ziller, le empezaron a castañetear los dientes cuando la bestia que tenía debajo siguió cargando por la serpenteante pista.

¿Qué?

¿Quieres irte a la mierda?

Se abrió una especie de brecha en el dosel que tenían encima y la velocidad del animal aumentó al empezar a correr cuesta abajo. Lanzado hacia delante, Ziller tuvo que inclinarse hacia atrás, hacia los hombros cargados del bicho, para evitar que el animal lo arrojase por encima de su cabeza y lo pisotease. De repente, entre las frondas colgantes de musgo y las hojas suspendidas, se produjo un reflejo de luz en el suelo del bosque. Apareció un río muy ancho, el janmandresile de Kussel bajó como un trueno por el sendero y atravesó las aguas poco profundas, levantando grandes surcos de espuma con las patas, después se lanzó a las aguas profundas del centro, se zambulló y corcoveó con las patas delanteras mientras intentaba tirar a Ziller de cabeza al agua.


* * *

Despertó escupiendo en las aguas poco profundas, lo arrastraban de espaldas hacia la orilla del río. Levantó la cabeza, miró hacia atrás y vio que Tersono tiraba de él con un campo de manipulación; la máquina lucía el tono gris de la frustración.

El chelgriano tosió y escupió.

¿Me he quedado K.O. un momento? le preguntó a la máquina.

Solo unos segundos, compositor dijo Tersono tirando de él con lo que parecía una enorme facilidad, después lo posó en una orilla arenosa y lo incorporó. Y casi fue mejor que se hundiese le dijo. El janmandresile de Kussel lo estuvo buscando antes de cruzar hasta el otro lado. Seguramente quería meterlo bajo el agua o arrastrarlo hasta la orilla para patearlo. Tersono se colocó detrás de Ziller y le dio unos cuantos golpes en la espalda mientras el compositor tosía un poco más.

Gracias dijo Ziller, se había inclinado y escupido un poco más de agua de río. El dron seguía dándole golpes. Pero no creas continuó el chelgriano que esto significa que voy a volver para dirigir la sinfonía en una especie de ataque de gratitud.

Como si yo esperase semejante gentileza, compositor dijo el dron con voz derrotada.

Ziller se dio la vuelta, sorprendido. Rechazó con un gesto el campo de la máquina que le daba los golpes. Se sonó y se alisó el pelo de la cara.

Estás muy disgustado, ¿verdad?

El dron volvió a destellar con un tono gris.

¡Pues claro que estoy disgustado, compositor Ziller! ¡Ha estado a punto de matarse! Nunca se ha tomado en serio este tipo de pasatiempos peligrosos, ¡hasta los ha desdeñado! ¿Qué le pasa?

Ziller bajó la cabeza y miró la arena. Se había rasgado el chaleco, notó. Maldita fuera, se había dejado la pipa en casa. Miró a su alrededor. El río seguía fluyendo, los pájaros y los insectos gigantes revoloteaban sobre él, bajaban, se zambullían, zumbaban. En la otra orilla, algo bastante grande estaba haciendo mecerse y temblar las profundas hojas fractales. Una especie de bicho peludo de miembros largos y orejas grandes los observaba con curiosidad desde una rama, en lo alto del dosel. Ziller sacudió la cabeza.

¿Qué estoy haciendo aquí? dijo en voz baja. Se levantó con una mueca. El dron extendió unos gruesos campos manipuladores por si el chelgriano quería apoyarse en ellos, pero no insistió en ayudarlo a levantarse.

¿Y ahora qué, compositor?

Oh, me voy a casa.

¿De verdad?

Sí, de verdad. Ziller se escurrió un poco de agua del pelo. Se tocó la oreja, donde debería tener el terminal pendiente. Le echó un vistazo al río, suspiró y después miró a Tersono. ¿Dónde está el acceso al metro más cercano?

Ah, resulta que tengo una aeronave preparada, por si no quería molestarse con el…

¿Una aeronave? ¿Y eso no llevará una eternidad?

Bueno, es más bien una pequeña nave espacial, en realidad.

Ziller respiró hondo y se levantó arrugando la frente. El dron se apartó un poco, flotando. Entonces el chelgriano volvió a relajarse.

Está bien dijo en voz baja.

Unos momentos después una forma que no parecía mucho más que un ovoide rieló en el aire, se lanzó entre los árboles que se proyectaban sobre el río, se precipitó hacia la orilla y se detuvo de repente a un metro de distancia. El campo de camuflaje se desactivó con un parpadeo. El lustroso casco era de color negro y una puerta lateral se abrió con un suspiro.

Ziller entrecerró los ojos y miró al dron.

Nada de trucos gruñó.

Como si pudiera.

El compositor subió a bordo.


* * *

La nieve se estrellaba contra la ventana en remolinos y giros que a veces parecían tomar la forma de algo. Estaba mirando por la ventana, a las montañas que había al otro lado de la ciudad, pero de vez en cuando la nieve lo obligaba a centrarse en ella, a solo medio metro de sus ojos, distrayéndolo con su breve inmediatez y haciendo que se le olvidara la perspectiva a largo plazo.

~ ¿Entonces vas a ir?

~ No lo sé. Lo más cortés sería no ir, para que vaya Ziller.

~ Cierto.

~ ¿Pero qué sentido tiene la cortesía cuando algunas de estas personas estarán muertas al final de la velada, y cuando yo voy a estarlo con toda seguridad?

~ Es cómo se comporta la gente cuando se enfrenta a la muerte lo que demuestra cómo son en realidad, Quil. Descubres si de verdad son tan corteses, e incluso tan valientes, como…

~ No me hacen ninguna falta los sermones, Huyler.

~ Perdón.

~ Podría quedarme aquí, en el apartamento, y ver el concierto, o hacer alguna otra cosa, o puedo ir a escuchar la sinfonía de Ziller con un cuarto de millón de personas más. Puedo morir solo o puedo morir rodeado de gente.

~ No vas a morir solo, Quil.

~ No, pero tú vas a volver, Huyler.

~ No, solo volverá el yo que era antes de todo esto.

~ Aún así. Espero que no pienses que me estoy autocompadeciendo demasiado si considero que la experiencia es bastante más profunda para mí que para ti.

~ Pues claro que no.

~ Al menos la música de Ziller podría distraerme durante un par de horas. Morir en el punto culminante de un concierto único, saber que has producido la parte final y la más espectacular del juego de luces, parece un contexto más deseable para dejar esta vida que derrumbarme sobre la mesa de un café o que me encuentren aquí tirado, en el suelo, a la mañana siguiente.

~ No te lo discuto.

~ Y hay otra cosa. La Mente Central va a dirigir todos los efectos atmosféricos, ¿no?

~ Sí. Se habla de auroras boreales y lluvias de meteoritos y demás.

~ Así que si se destruye el Centro, hay muchas posibilidades de que pase algo en el estadio. Si Ziller no está allí, es probable que sobreviva.

~ ¿Quieres que sobreviva?

~ Sí, quiero que sobreviva.

~ Es poco más que un traidor, Quil. Tú vas a dar tu vida por Chel y todo lo que ha hecho él es escupirnos a todos. Tú estás haciendo el mayor sacrificio que puede hacer un soldado y todo lo que ha hecho él es quejarse, huir, empaparse de adulación y hacer su santa voluntad. ¿De verdad crees que está bien que tú te vayas y él sobreviva?

~ Sí, lo creo.

~ Ese hijo de una perra de presa se merece… Bueno, no. Lo siento, Quil. Sigo pensando que te equivocas, pero tienes razón sobre lo que nos va a pasar esta noche. Es cierto que significa más para ti que para mí. Supongo que lo menos que puedo hacer es no intentar disuadir al condenado para que se olvide de su última voluntad. Vete al concierto, Quil. Yo me conformo con ver que vas a cabrear como a un mono a ese cabrón.


* * *

¿Kabe? dijo una voz muy característica por el terminal del homomdano.

Sí, Tersono.

He conseguido convencer a Ziller para que regrese a su apartamento. Creo que hay una pequeña posibilidad de que esté flaqueando. Por otro lado, acabo de enterarme de que Quilan va a ir. ¿Querrías hacerme, hacernos a todos, lo que quizá sea un favor incalculable y venir aquí para intentar persuadir a Ziller para que asista al concierto a pesar de todo?

¿Estás seguro de que serviría para algo?

Por supuesto que no.

—Mmm. Un momento.

Kabe y el avatar se encontraban justo delante del escenario principal, unos cuantos drones técnicos flotaban por allí y la orquesta iba saliendo del escenario después del último ensayo. Kabe había mirado, pero no había querido oír, un trío de auriculares le había procurado los sonidos de una cascada para que no oyera la música.

Los músicos (no todos humanos y algunos de ellos humanos, pero con un aspecto muy singular) regresaron a su sala de descanso entre grandes murmullos. Les inquietaba que hubiera sido uno de los avatares del Centro el que había dirigido el ensayo. Había hecho una imitación encomiable de Ziller, aunque sin el mal genio, los tacos y las maldiciones pintorescas. Cualquiera pensaría, pensó Kabe, que los músicos preferirían un director tan ecuánime como ese, pero parecían sinceramente preocupados ante la posibilidad de que el compositor no estuviera allí, durante la representación, para dirigir la obra en persona.

Centro dijo Kabe.

La criatura plateada se volvió hacia él. Iba vestido con un serio traje gris muy formal.

¿Sí, Kabe?

¿Crees que podría acercarme a Aquime y volver a tiempo para ver el principio del concierto?

De sobra dijo la máquina. ¿Tersono está buscando refuerzos en el frente de Ziller?

Lo has adivinado. Al parecer cree que puedo ser de ayuda para convencerlo de que asista al concierto.

Y puede incluso que tenga razón. Iré yo también. ¿Vamos en metro o cogemos un avión?

¿Un avión no sería más rápido?

Sí, así es, aunque desplazarse sería lo más rápido.

Nunca me han desplazado. Hagamos eso.

Debo llamar su atención sobre un hecho concreto, un desplazamiento incurre en una posibilidad de aproximadamente una entre sesenta y un millones de fracaso absoluto, cuyo resultado es la muerte del sujeto. El avatar esbozó una sonrisa maliciosa. ¿Todavía dispuesto?

Desde luego.

Hubo un chasquido seco, precedido por una brevísima impresión de un campo de plata desapareciendo a su lado, y otro avatar se colocó al lado de la criatura con la que él había estado hablando, vestido de forma parecida pero no idéntica.

Kabe se dio unos golpecitos en la terminal del aro que llevaba en la nariz.

¿Tersono?

¿Sí? dijo la voz del dron.

Los gemelos plateados se dedicaron una reverencia mínima.

Ya vamos.

Kabe experimentó algo que más tarde describiría como si alguien parpadeara por ti y cuando la cabeza del avatar se alzó después de su breve inclinación, de repente se encontraron los dos en la sala de recepción principal del apartamento de Ziller, en la ciudad de Aquime, donde los esperaba el dron E. H. Tersono.

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