Aerosfera

Uagen Zlepe, erudito, se encontraba suspendido del follaje subventral del lado izquierdo del behemotauro dirigible Yoleus, con ayuda de su cola prensil y su mano izquierda. Sostenía una placa de escritura glífica con un pie y escribía en ella con la otra mano. La otra pierna quedaba colgando, temporalmente libre para posibles necesidades. Vestía unos pantalones amplios de color cereza (en aquellos momentos, enrollados por encima de las rodillas), sujetos por un firme cinturón con bolsillos, una chaqueta negra y corta con una capa plegada, recios brazaletes de espejo en los tobillos y una cadena en el cuello con cuatro piedras apagadas y un gorro con borla. Su piel era de un tono verde claro y medía unos dos metros cuando se erguía sobre sus patas traseras, y algo más desde la nariz hasta la cola.

A su alrededor, más allá de los helechos colgantes del follaje del behemotauro, agitado por el viento, el paisaje se desvanecía hacia una brumosa nada azulada en todas direcciones, excepto hacia arriba, donde el cuerpo de aquella criatura colmaba el cielo.

Dos de los siete soles apenas resultaban visibles, uno grande y rojo a la derecha, justo por encima del Horizonte Asumido, y otro de menor tamaño de color anaranjado a la izquierda, a un cuarto aproximado por debajo, en línea recta. No se veía ninguna otra megafauna, aunque Uagen sabía que había una cerca de allí, justo encima de la superficie superior de Yoleus. El behemotauro dirigible Muetenive estaba en celo, y así llevaba desde hacía tres años estándar. Yoleus había seguido a la otra criatura durante todo aquel tiempo, viajando de forma diligente tras ella, siempre justo por debajo y por detrás, practicando el cortejo, argumentando sus motivos, esperando con paciencia a alcanzar su propio momento e injuriando, infectando o, simplemente, apartando del camino a todos los demás pretendientes potenciales.

Según los parámetros de los behemotauros dirigibles, un cortejo de tres años suponía algo más que un mero capricho, pero nada más importante que un antojo pasajero. No obstante, Yoleus parecía muy comprometido con la persecución, y esa misma atracción los había llevado a tan bajo nivel de la aerosfera Oskendari a lo largo de los últimos cincuenta días estándar; normalmente, una megafauna como aquella prefería permanecer más arriba, donde el aire era menos denso. Allí abajo, donde el ambiente era tan cargado y gelatinoso que Uagen Zlepe había notado que su propia voz sonaba distinta, era necesaria una gran cantidad de la energía de un behemotauro dirigible para controlar su flotabilidad. Muetenive estaba probando el ardor de Yoleus, y también su estado de forma física.

En una zona de mayor altura tal vez a unos cinco o seis días estándar a aquel lento ritmo de deriva se encontraba la entidad lenticular de gigalitina Buthulne, donde tal vez la pareja llegase a aparearse finalmente, aunque probablemente no lo haría.

En realidad, no estaba nada claro que lograsen siquiera llegar al inmenso continente vivo en primer lugar. Las aves mensajeras habían traído noticias de una burbuja de convección masiva que parecía estar a punto de manar de las zonas inferiores de la aerosfera a lo largo de los siguientes días, y que, si se interceptaba correctamente, proporcionaría un rápido y fácil ascenso al mundo flotante de Buthulne, aunque el tiempo previsto era muy ajustado.

Los cotilleos entre la variada población de Muetenive y Yoleus, de organismos dependientes, simbiotas, parásitos y huéspedes, indicaban la alta probabilidad de que Muetenive perdería el tiempo durante los siguientes dos o tres días, tras los que realizaría una carrera a máxima velocidad por el espacio aéreo justo hasta la parte superior de la burbuja de convección, para comprobar si Yoleus era capaz de mantener contacto. Si era el caso y lo hacían, harían una entrada espléndidamente espectacular en la presencia de Buthulne, donde un colosal parlamento de miles de sus colegas serían testigos de su gloriosa llegada.

El problema era que, a lo largo de las últimas decenas de miles de años, Muetenive había demostrado ser un jugador algo imprudente en aquellas lides. A menudo, dejaba aquellos sprints deportivos o de apareamiento para cuando ya era demasiado tarde.

De esa forma, quizá no llegarían a la región adecuada hasta que la burbuja ya hubiera desaparecido, y las dos megafaunas y todos los seres que reptaban en su interior, se aferraban a su exterior o flotaban a su alrededor se quedarían sin nada más que una turbulencia o, peor aún, corrientes de aire descendentes, mientras la burbuja se elevaba en la aerosfera.

Y todavía más alarmante para los de Yoleus, dada la fabulosa y legendaria reputación de la entidad lenticular de gigalitina Buthulne, era el hecho de que las aves mensajeras afirmaban que se trataría de una burbuja especialmente grande, y que a Buthulne le apetecía cambiar de paisaje, lo que significaba que era probable que se posicionase justo encima del chorro de aire, para alcanzar las capas superiores de la aerosfera. Si eso ocurría, podían transcurrir años, o incluso décadas, antes de que encontraran a otra entidad lenticular de gigalitina, y siglos posiblemente milenios antes de que la propia Buthulne se dejase ver de nuevo.

La Casa de Invitados de Yoleus era un bulto en forma de calabaza situado justo delante del tercer conjunto dorsal de aletas de la criatura, a escasa distancia de su cima. En aquella estructura, que le recordaba a una fruta vacía pese a sus cincuenta metros de anchura, Uagen tenía sus dependencias.

Uagen estaba allí, observando a Yoleus, la otra megafauna y la ecología completa de la aerosfera, desde hacía trece años. Ahora estaba considerando seriamente la posibilidad de cambiar de forma drástica tanto su esperanza de vida como su forma corpórea, para adaptarse mejor a la escala de la aerosfera y a la prolongada duración de las vidas de sus habitantes.

Uagen había tenido una forma bastante similar a la humana durante la mayor parte de los noventa años que había vivido en la Cultura. Su actual constitución simiesca sumada al uso de cierta tecnología de la Cultura, aun sin base en la ciencia de campo, ante la que la megafauna nunca había mostrado objeción había resultado una estrategia de adaptación sensata para la aerosfera.

No obstante, poco antes, había empezado a pensar en alterar su forma para parecerse a algo más similar a un pájaro gigante, y en vivir potencialmente durante mucho tiempo y, posiblemente, de forma indefinida; lo suficiente como para experimentar, por ejemplo, la lenta evolución de un behemotauro.

En el supuesto caso de que Yoleus y Muetenive se apareasen, intercambiando y fusionando sus personalidades, ¿cómo se llamarían los dos behemotauros resultantes? ¿Yolenunive y Mueteleus? ¿Cómo afectaría exactamente aquella cópula sin descendencia a sus dos protagonistas? ¿Qué cambios sufriría cada uno? ¿Sería un intercambio equitativo o uno de los dos dominaría al otro? ¿Habría descendencia en algún caso? ¿Los behemotauros morían alguna vez por causas naturales? Nadie lo sabía. Aquellas preguntas y otras miles seguían sin respuesta. La megafauna de las aerosferas era muy escrupulosa a la hora de guardar silencio respecto a aquellas cuestiones, y en todos los registros históricos o al menos, en todos los que Uagen había consultado en los notoriamente inmodestos depósitos de datos de la Cultura, la evolución de un behemotauro jamás había sido documentada.

Uagen lo habría dado prácticamente todo para presenciar semejante proceso y aportar todas las respuestas, pero solo la posibilidad de hacerlo suponía un gran compromiso a largo plazo.

Suponía que, si conseguía algo de todo aquello, debería regresar a su orbital natal para comunicárselo a sus profesores, a su madre, a sus familiares, y a sus amigos y demás. Todos ellos lo esperaban de vuelta en otros diez o quince años, pero cada vez tenía la mayor certeza de que él era uno de esos eruditos que dedicaban sus vidas al trabajo, en lugar de pertenecer a aquel grupo que completaba un periodo de estudio intenso para adquirir un desarrollo más pleno. No experimentaba una excesiva sensación de pérdida a aquel respecto; según los parámetros humanoides de esperanza de vida, ya había tenido una existencia larga y fructífera cuando decidió dedicarse al estudio como prioridad principal.

No obstante, el largo viaje de regreso a casa le parecía algo desalentador. La aerosfera Oskendari no mantenía un contacto regular con la Cultura (ni con nadie más) y lo último que Uagen había oído era que la siguiente nave de la Cultura con un programa de ruta que se acercase al sistema no partiría hasta al cabo de otros dos años. Habría otras embarcaciones que saldrían antes, pero aún tardaría más en llegar a casa si debía salir en una nave alienígena, eso en caso de que aceptaran llevarlo.

Incluso tomando un transporte de la Cultura, pasaría al menos un año de viaje hasta su hogar, y otro año para llegar hasta allí, y después el trayecto de vuelta… ninguna nave tenía programado un destino tan lejano la última vez que lo consultó.

Quince años atrás, le habían ofrecido su propia nave, cuando llegó la noticia de que un behemotauro dirigible había consentido alojar a un erudito de la Cultura, pero adquirir una nave estelar que solo utilizaría dos veces en veinte o treinta años le había parecido un derroche excesivo, incluso según los parámetros de la Cultura. Sin embargo, si iba a quedarse allí para no volver a ver con vida a ninguno de sus familiares y amigos, no tendría elección en cuanto a su regreso. En cualquiera de los casos, tenía que meditarlo mucho.

La Casa de Invitados de Yoleus se había ubicado en un lugar que proporcionase a los visitantes de la criatura unas vistas agradables y bien ventiladas. Con el cortejo de Muetenive y la táctica de seguimiento de Yoleus por debajo y por detrás, la casa se había convertido en un lugar sombrío y claustrofóbico. Mucha gente se había marchado, y los invitados que no lo habían hecho se mostraban excesivamente parlanchines y nerviosos según la opinión de Uagen que, al fin y al cabo, estaba allí para estudiar. Por ese motivo, empezó a sociabilizarse aún menos que antes, y cada vez pasaba más tiempo sumergido en su estudio o recorriendo las bulbosas superficies del behemotauro.

Se colgó del follaje, trabajando en silencio.

Bandadas de falfícoras vagaban entre los remolinos de viento en torno a las dos inmensas criaturas; columnas y nubes de infinitésimas siluetas oscuras. Precisamente, era el vuelo de una bandada de falfícoras lo que Uagen intentaba describir en su placa de escritura glífica.

Escribir, obviamente, apenas era el término adecuado para lo que hacía Uagen. No se escribía en una placa de escritura glífica; se accedía a su interior hueco con ayuda del bolígrafo digital y se cincelaba, se modelaba, se coloreaba, se texturizaba, se mezclaba, se equilibraba y se anotaba, todo al unísono. Los glifos de ese tipo eran sólidas composiciones poéticas, creadas desde nada sólido. Eran verdaderos hechizos, imágenes perfectas, auténticas intelectualizaciones de sistemas cruzados.

Los glifos habían sido inventados por las Mentes (o sus equivalentes) y corría el infame rumor de que solo se habían creado para proporcionar un sistema de comunicación que los humanos (o sus equivalentes) fueran incapaces de comprender o reproducir. Gente como Uagen había dedicado su vida a demostrar que las Mentes no eran tan abismalmente inteligentes como pensaban o que los cínicos paranoicos se habían equivocado.

Bien. Ya he terminado dijo Uagen, sosteniendo la placa frente a su rostro y mirándola atentamente. Le dio la vuelta e inclinó la cabeza. Mostró la placa a su compañera, la intérprete Praf 974, que estaba suspendida de una rama cercana al hombro de Uagen.

Praf 974 era una Decisiva de quinto orden de la Tropa Deductora del Decimoprimer Follaje del behemotauro dirigible Yoleus, a quien habían concedido inteligencia autónoma actualizada y el título de intérprete cuando fue asignada a Uagen. Inclinó la cabeza a la misma altura que él y echó un vistazo a la placa.

No veo nada. Hablaba en marain, el idioma de la Cultura.

Estás boca abajo.

La criatura batió las alas. Sus alargados ojos miraban fijamente a Uagen.

¿Acaso importa? preguntó.

Sí. Está polarizado. Mira. Uagen giró la placa frente a la intérprete y la invirtió.

Praf 974 retrocedió, con las alas medio extendidas y el cuerpo encogido, como si estuviera preparándose para emprender el vuelo. Se relajó y recuperó la postura, balanceándose de un lado al otro.

Ah, sí. Ahí están.

Estaba tratando de utilizar el fenómeno por el cual se observa a una bandada de, por ejemplo, falfícoras desde una gran distancia, pero no pueden verse por la incapacidad de distinguir a una criatura individual desde tan lejos, con lo cual, se fusionan y se reúnen formando un grupo compacto y se vuelven visibles de repente, como si surgieran de la nada, como una metáfora de la comprensión conceptual, una experiencia a menudo igualmente precipitada.

Praf 974 volvió la cabeza, abrió el pico, sacó la lengua a toda velocidad para recolocar una hoja retorcida y miró de nuevo a Uagen.

¿Y cómo se hace eso? preguntó.

—Mmm… con mucho talento repuso él, echándose a reír con cierta sorpresa. Guardó el bolígrafo y pulsó sobre la placa para almacenar el glifo.

Pero no debió de guardarlo bien, porque se deslizó desde su ranura lateral y cayó hacia el vacío azul.

¡Oh, vaya! dijo Uagen. Tendría que haber repuesto el cordón.

El bolígrafo se convirtió en un minúsculo punto. Ambos lo miraron.

Praf 974 dijo:

Era tu instrumento de escritura, ¿no?

contestó Uagen, agarrándose la pierna derecha.

¿Tienes otro?

—Mmm… en realidad, no repuso él, mordiéndose una uña.

—Mmm… —Praf 974 inclinó la cabeza.

Supongo que tendré que ir a buscarlo dijo Uagen, rascándose la cabeza.

Es el único que tienes.

Uagen soltó la mano y la cola del follaje, y se dejó caer al vacío para recuperar el instrumento. Praf 974 también liberó sus garras y lo siguió.

El aire era cálido y cargado; bramaba y golpeaba los oídos de Uagen.

He recordado dijo Praf 974 mientras ambos empezaron a caer en picado.

¿Qué? preguntó Uagen, mientras fijaba la placa de escritura a su cinturón, de donde extrajo un par de gafas antiventisca y se las puso, con los ojos ya llorosos.

Se inclinó en el aire para seguir al bolígrafo con la vista, aunque este ya estaba casi fuera de su campo de visión. Aquellos instrumentos de escritura eran pequeños pero muy densos, y también, sin intención, muy aerodinámicos. Y estaba cayendo a una alarmante velocidad. Las ropas de Uagen revolotearon y ondearon como una bandera en un temporal.

El gorro con borla que llevaba se escapó de su cabeza; intentó agarrarlo, pero salió despedido hacia arriba. Por encima de él, la enorme masa del behemotauro dirigible Yoleus se alejaba lentamente.

¿Quieres que vaya a recuperar tu gorro? gritó Praf 974 entre los bramidos del viento.

No, gracias exclamó Uagen. Ya lo recogeremos a la vuelta.

Uagen se dio la vuelta y miró hacia las azules profundidades. El bolígrafo surcaba el viento como el proyectil de una ballesta.

Praf 974 se acercó a Uagen hasta que su pico quedó a la altura de su oído derecho y las plumas se agitaron en el cargado aire al nivel de su hombro.

Como te decía… empezó.

¿Sí?

El behemotauro Yoleus sabría más sobre tus conclusiones respecto a tu teoría sobre los efectos de la susceptibilidad gravitacional que influyen en la religiosidad de una especie con una particular referencia a sus creencias escatológicas.

Uagen estaba perdiendo de vista el bolígrafo. Miró a Praf 974 y frunció el ceño.

¿Y?

Nada. Acabo de recordarlo.

Ah, bueno. Espera un momento. ¿Podrías…? O sea, que el bolígrafo cae a toda velocidad. Uagen pulsó un botón de su puño izquierdo; sus ropas se pegaron a su cuerpo y dejaron de ondear. Adoptó una postura de salto al vacío, uniendo las manos y enrollando la cola en torno a sus piernas. Junto a él, Praf 974 plegó las alas y también consiguió un aspecto más aerodinámico.

No puedo verlo dijo ella.

Yo sí. Creo. El muy puñetero…

El bolígrafo cada vez se alejaba más de él. Su resistencia al aire debía de ser algo inferior a la suya, incluso en la posición de caída en picado. Uagen miró durante un segundo a la intérprete.

Creo que tendré que acelerar gritó.

La silueta de Praf 974 pareció alargarse cuando plegó aún más las alas, pegándolas al cuerpo, y estiró el cuello. Alcanzó enseguida a Uagen y empezó a adelantarle. A continuación, se relajó y siguió cayendo.

No puedo ir más deprisa dijo.

Bien. Entonces, nos vemos dentro de un rato.

Uagen pulsó un par de botones de su muñeca. Unos minúsculos motores situados en los brazaletes de sus tobillos se pusieron en marcha.

¡Abre paso! le gritó a la intérprete.

Las cuchillas propulsoras de los motores eran expansibles y, aunque no necesitaba demasiada energía adicional para aumentar la velocidad de la caída lo suficiente como para alcanzar el bolígrafo, sufrió el terrible accidente de atravesar con ellas a uno de los sirvientes más fieles de Yoleus.

Praf 974 ya se había alejado unos metros.

Intentaré recuperar tu gorro sin dejar que me coman las falfícoras.

Ah. De acuerdo.

Uagen incrementó su velocidad de caída. El viento ululaba en sus orejas y unos pequeños crujidos en los oídos y en las cavidades del cráneo le indicaron que la presión estaba aumentando. Había perdido de vista el bolígrafo por un momento; como si el azul oceánico del cielo, aparentemente infinito, se lo hubiera tragado.

Si hubiera mantenido los ojos clavados en él,ahora podría asegurarse de conocer su posición exacta. En todo aquello, existía una similitud, tal vez, con el glifo de la repentina aparición de las falfícoras. Una relación con la concentración perceptual, con la forma en que la visión podía extraer un significado del semicaos del campo visual.

Quizá el bolígrafo se había desviado hacia un lado. Quizá un ave de rapiña camuflada, pensando que era comida, lo había engullido. Quizá no podría reubicarlo hasta que ambos alcanzasen la curvada superficie interna de la esfera. Uagen supuso que el objeto podía rebotar contra ella. ¿Cuál sería su profundidad? La aerosfera no era realmente una esfera; en realidad, ninguno de sus dos lóbulos era una esfera. A cierto nivel, el fondo de los lados curvados de la aerosfera estaba invertido, hundiéndose bajo la masa del cuello de detritos.

¿A cuánta distancia se encontraban de la línea polar de la aerosfera? Uagen recordó que se habían acercado mucho; por lo visto, la entidad lenticular de gigalitina Buthulne no se había alejado demasiado de la línea polar desde hacía décadas. ¡Quizá tendría que posarse sobre el cuello de detritos! Volvió a mirar hacia abajo. Ni rastro de algo sólido. Además, le habían dicho que, para verlo, se necesitaban varios días de caída en picado. Y, en cualquier caso, si el bolígrafo caía en la basura y la porquería del cuello, tampoco iba a encontrarlo nunca. Por otro lado, allí abajo había… cosas. Como Praf 974 había dicho, a lo mejor se lo comían.

¡Y todavía podía aterrizar sobre el cuello de detritos justo en el momento previo a la expulsión! Entonces, moriría seguro. ¡En el vacío! ¡Como parte de una pelota de mierda glorificada! ¡Qué horror!

Las aerosferas migraban por toda la galaxia, orbitando una vez cada cincuenta o cien millones de años, en función de lo cerca que se encontrasen del centro. Arrastraban residuos y gases que se adherían a los lados externos y, desde sus bases, cada pocos cientos de años, desechaban los residuos que los carroñeros de su flora y fauna no habían podido procesar completamente. Restos del tamaño de pequeñas lunas salían de imposibilidades globulares tan grandes como enanos, dejando una estela de globos de detritos esparcidos por los brazos espirales que situaban la primera aparición de aquel extraño mundo en la galaxia en un billón y medio de años atrás.

La gente había asumido que las aerosferas debían ser obra de la inteligencia, pero en realidad, nadie o, al menos, nadie dispuesto a compartir sus conocimientos sobre el tema tenía ni idea. La megafauna podía saber algo pero, para frustración de eruditos como Uagen Zlepe, las criaturas como Yoleus se encontraban tan y tan lejos del período Inescrutable que, con cualquier propósito práctico, el mundo también podría haber sido sinónimo de «sinceridad», o un «parlanchín de corazón simple».

Uagen se preguntó a qué velocidad estaba cayendo en ese momento. Tal vez si lo hacía demasiado rápido, volaría directamente hacia el bolígrafo, se lo clavaría y se mataría. ¡Qué deliciosa ironía! Y qué dolor. Comprobó la velocidad de caída en una pequeña pantalla situada en un rincón de sus gafas. Era de veintidós metros por segundo, y su tasa de descenso estaba aumentando de forma lenta y progresiva. Ajustó su velocidad a una constante de veinte.

Volvió a fijar su atención en el gran abismo azul que se extendía al frente y por debajo, y localizó el bolígrafo, que se tambaleaba de forma mínima mientras caía, como si algo o alguien invisible estuviera garabateando una espiral con él. Uagen consideró que se acercaba al objeto a un ritmo satisfactorio. Cuando se encontró a pocos metros de él, redujo ligeramente la velocidad, hasta encontrarse al nivel del instrumento, no más rápido de lo que una pluma caería a través del aire fresco.

Uagen cogió el bolígrafo. Intentó detener su caída de la forma más impresionante, como lo haría una persona de acción (pese a ser un estudioso erudito, también era alguien ávido de aventura, por inverosímil que eso pudiera parecer), dando una vuelta en el aire hasta situar los pies por debajo, donde las cuchillas propulsoras de los brazaletes se enfrentaron a la resistencia del aire. En retrospectiva, la posibilidad de haberse mutilado él mismo era bastante alta. Pero, en lugar de ello, simplemente perdió todo control y empezó a dar caóticas volteretas en el aire, gritando y maldiciendo, intentando mantener la cola enrollada y alejada de las cuchillas propulsoras, desprendiéndose de nuevo, sin querer, del bolígrafo.

Extendió sus extremidades y esperó a que sus movimientos adquiriesen cierta regularidad, tras lo que volvió a adoptar una posición aerodinámica para retomar el control de la caída y recuperar el objeto. Alcanzó a ver un vago indicio de la silueta de Yoleus, muy, muy arriba, y un pequeño contorno lo suficiente cercano como para ser una forma y no un simple punto en diagonal ascendente. Parecía Praf 974. Y allí estaba el bolígrafo; encima de él, abandonando su caída en espiral y reemprendiendo su actitud de proyectil de ballesta. Uagen utilizó los controles de sus puños para reducir la potencia de los propulsores.

El bramido del viento aminoró; el bolígrafo cayó suavemente en su mano. Lo fijó a un lateral de la placa de escritura y volvió a usar los controles de la muñeca para relanzar los motores de las cuchillas propulsoras. La sangre le subió a la cabeza, añadiendo un nuevo rugido a sus oídos, sumado al del viento, que oscurecía y emborronaba el azul panorama. Su collar, un regalo cortesía de su tía Silder, de antes de marcharse, se deslizó bajo su barbilla.

Dejó que las cuchillas propulsoras volasen libremente durante un momento, y luego volvió a alimentar los motores. Sentía la cabeza pesada y cargada, pero aquello era lo peor que había experimentado hasta entonces. Su precipitada caída en picado se convirtió en un lento planeo, con el denso aire como ayuda para mantener su estabilidad. Finalmente, se detuvo. Pensó en intentar equilibrar su posición mediante los motores de los brazaletes de los tobillos. Activaría la capa y se dejaría flotar hacia arriba.

Se quedó allí, suspendido e inmóvil, mientras los motores giraban con dificultad en el denso ambiente.

Entrecerró los ojos.

Había algo allí abajo, a mucha distancia, pero aún perceptible entre la neblina. Una silueta. Una enorme silueta que ocupaba aproximadamente la misma parte de su campo visual que su mano estirada, pero tan lejana que apenas era visible en la nebulosa. Uagen fijó la vista, miró hacia otro lado y volvió a mirar hacia abajo.

Definitivamente, allí había algo. Desde la aleteada forma de un dirigible, parecía otro behemotauro, aunque Yoleus había mostrado que Muetenive los había conducido a un nivel inhabitual, dolorosa y discutiblemente bajo, casi sin precedentes, con lo que Uagen consideró muy extraña la posible presencia de otra de aquellas gigantescas criaturas tan por debajo incluso de la pareja del cortejo. Por otro lado, la forma tampoco parecía la habitual. Tenía demasiadas aletas y, en plano bajo la circunstancia de estar mirando hacia abajo y por la espalda, tenía aspecto de ser asimétrica. Muy poco usual. Incluso alarmante.

Se oyó un aleteo cerca.

Aquí está tu gorro.

Uagen se volvió a mirar a Praf 974, que batía las alas lentamente en la densidad del aire y sostenía en el pico el gorro con borla.

Ah, gracias repuso él, cogiendo con fuerza la prenda.

¿Tienes el bolígrafo?

—Mmm, sí, sí, lo tengo. Mira allí abajo. ¿Ves algo?

Praf 974 fijó la vista en la dirección indicada. Finalmente, dijo:

Hay una sombra.

Sí, ¿verdad? ¿Te parece que pudiera ser un behemotauro?

No contestó la intérprete, girando la cabeza.

¿No?

La intérprete giró la cabeza hacia el otro lado.

dijo.

¿Sí?

No y sí. Los dos a la vez.

¡Ah! Uagen volvió a mirar hacia abajo. Me pregunto qué será.

Y yo también. ¿Volvemos al Yoleus?

—Mmm, no sé. ¿Crees que debemos hacerlo?

Sí. Hemos caído a mucha distancia. No veo el Yoleus.

Oh. Vaya. Uagen miró hacia arriba. Claramente, la silueta gigante de la criatura había desaparecido entre la niebla. Ya veo. O, mejor dicho, no veo. Ja, ja.

Efectivamente.

—Mmm…, pero sigo preguntándome qué es eso de allí abajo.

El sombrío contorno de aquel ser gigante parecía inmóvil. Las corrientes de aire casi lo hacían desaparecer entre la niebla en ciertos momentos, dejando solo a la predisposición del ojo el hecho de que seguía allí. Y luego volvía, se distinguía, pero seguía sin mostrar nada más que una forma, una sombra de un azul más profundo que el del inmenso abismo de aire que tenían por debajo.

Deberíamos regresar al Yoleus.

¿Crees que tendrá alguna idea de lo que es eso?

Sí.

Parece un behemotauro, ¿no?

Sí y no. Quizá esté enfermo.

¿Enfermo?

Herido.

¿Herido? ¿Qué puede…? ¿Cómo se puede herir un behemotauro?

Es muy poco habitual. Deberíamos regresar al Yoleus.

Podríamos acercarnos a echar un vistazo dijo Uagen. En realidad, no estaba seguro de querer hacerlo, pero sintió que debía decirlo. Al fin y al cabo, se trataba de algo interesante. Por otro lado, también resultaba un poco inquietante. Como bien había dicho Praf 974, habían perdido el contacto visual con Yoleus. Encontrarlo de nuevo no debía entrañar mucha dificultad; el behemotauro no se movía a gran velocidad, y solo con ascender en línea recta probablemente llegarían bajo la criatura. Pero, bueno, aún así…

¿Y si Muetenive decidía emprender una fuga precipitada de la burbuja de convección en ese momento, en lugar de hacerlo al cabo de uno o dos días? En ese caso, él y Praf 974 podían perderse y quedarse a la deriva. Yoleus podía no darse cuenta de su ausencia. Y si se había percatado de que ya no estaban en su interior, y si se veía impulsado por un repentinamente fogoso Muetenive, posiblemente enviaría a un par de aves exploradoras, para protegerlos y escoltarlos de vuelta. Pero no existía garantía alguna de que supiera que él y Praf 974 no se encontraban a salvo entre su follaje.

Uagen miró a su alrededor, en busca de falfícoras. Ni siquiera iba armado; cuando rechazó cualquier clase de dispositivos de escolta, la universidad insistió en que, al menos, llevase una pistola encima, pero él ni se había molestado en sacarla de su caja.

Deberíamos regresar al Yoleus. —La intérprete hablaba a gran velocidad, que era lo más parecido a mostrar nervios o inquietud. Probablemente, Praf 974 nunca se había encontrado en la situación de no poder ver la inmensa criatura que era su hogar, su anfitriona, su líder, su madre. Debía de tener miedo, si es que aquellas criaturas podían sentirlo.

Uagen tenía miedo, él sí podía reconocerlo. No demasiado, pero sí lo suficiente como para esperar que Praf 974 rechazase acompañarlo a explorar aquella extraña silueta, para lo que debían descender un gran trecho. Ni siquiera quería calcular cuántos kilómetros.

Deberíamos regresar al Yoleus —repitió ella.

¿De verdad lo crees?

Sí. Deberíamos regresar al Yoleus.

Supongo que tienes razón. De acuerdo. Uagen suspiró. Discreción, y todo eso. Mejor que sea Yoleus quien decida qué hacer.

Deberíamos regresar al Yoleus.

Que sí, que sí. Uagen utilizó los controles de su muñeca para activar la capa plegada. Esta se abrió, formó una especie de esfera y, lentamente, empezó a expandirse.

Deberíamos regresar al Yoleus.

En eso estamos, Praf. Ahora nos vamos. Sintió que empezaba a elevarse y que un suave impulso en sus hombros lo levantaba para adoptar una posición horizontal.

Deberíamos regresar al Yoleus.

Praf, por favor. Eso es precisamente lo que estamos haciendo. Deja de…

Deberíamos regresar al Yoleus.

¡Que te he dicho que ya vamos! Uagen redujo la potencia de los motores de los brazaletes, y la capa hinchada, como una esfera negra perfecta, floreciendo por detrás de su cabeza, levantó con suavidad todo su peso y lo alzó hacia arriba.

Deberíamos…

—¡Praf!

Las cuchillas propulsoras se escondieron de nuevo en los brazaletes. Al fin, Uagen flotaba en línea ascendente. Praf 974 batió sus alas con algo más de fuerza para situarse a su altura. Miró la enorme esfera negra que formaba la capa.

Otra cosa dijo.

Uagen estaba mirando hacia abajo, entre sus botas. Aquella gigantesca silueta empezaba a desaparecer entre la bruma. Clavó los ojos en la intérprete y le preguntó:

¿Qué?

Al Yoleus le gustaría saber más sobre los vacíos dirigibles de tu Cultura.

Uagen miró el globo negro sobre su cabeza. La capa producía la elevación comprimiéndose en forma de balón y luego expandiendo su superficie, creando un vacío en el interior. Y ese vacío era el que le elevaba, desde los hombros, hacia el cielo.

¿Cómo? ¡Ah, bueno! Ojalá no hubiera mencionado aquello. Y ojalá hubiera traído consigo una bibliografía técnica más completa de la Cultura. En realidad, no soy ningún experto en la materia. Fui un mero turista sobre ellos, en alguna ocasión, en mi orbital natal.

Mencionaste algo sobre las bombas de vacío. ¿Cómo se consiguen? Parecía que a Praf 974 le costaba un considerable esfuerzo físico mantenerse a su nivel. Batía las alas con toda la fuerza con que la densa atmósfera le permitía hacerlo.

Uagen reajustó las dimensiones de la capa. Su ritmo de ascenso se redujo.

¡Ah! Según tengo entendido, se crea el vacío en esferas.

Esferas.

Esferas de armazón muy fino. Se mantienen los espacios entre las esferas llenas de… esto… bien; helio o hidrógeno, creo, en función de la inclinación. Aunque no creo que se consiga una elevación mucho mayor comparando solo el uso de hidrógeno y helio, sino el de un tanto por ciento reducido. Una de esas cosas que se suelen hacer porque pueden ser, en lugar de porque deben ser.

Ajá..

Entonces se pueden bombear. Las esferas y el gas.

Ajá. ¿Y cómo se realiza ese bombeo?

—Mmm… —Uagen volvió a dirigir la mirada hacia abajo, pero la inmensa silueta sombría ya había desaparecido.

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