22

Boudreau y Nilsson se miraron el uno al otro. Sonreían.

—Sí, de verdad —dijo el astrónomo.

Reymont miró inquieto por todo el observatorio.

—Sí, ¿qué? —exigió. Señaló con el pulgar a una pantalla. El espacio estaba repleto de pequeñas incandescencias danzarinas—. Lo puedo ver por mí mismo. Los grupos galácticos están todavía juntos. La mayoría de ellos no son nada más que nebulosas de hidrógeno. Y entre ellos los átomos de hidrógeno se encuentran todavía en abundancia, hablando comparativamente. ¿Qué pasa?

—Unos cálculos con los datos básicos —le dijo Boudreau—. He estado hablando con los jefes de equipo. Creemos que mereces y necesitas oír en privado lo que hemos descubierto, para que puedas tomar una decisión.

Reymont se puso rígido.

—Lars Telander es el capitán.

—Sí, sí. Nadie quiere tomar decisiones a sus espaldas, especialmente ahora que vuelve a realizar un gran trabajo con la nave. Los pasajeros, sin embargo, son otra cuestión. Sé realista, Charles. Sabes lo que representas para ellos.

Reymont cruzó los brazos.

—Bien, entonces continúa.

Nilsson se puso en modo de conferencia.

—No importan los detalles —dijo—. El resultado viene del problema que nos planteaste para encontrar en qué direcciones iba la materia y en cual la antimateria. Recuerda, fuimos capaces de hacerlo siguiendo las trayectorias de las masas de plasma por los campos magnéticos del universo como un todo mientras su radio era pequeño. Y por tanto los oficiales fueron capaces de llevar esta nave con seguridad a la mitad material del todo.

»Pero, en el proceso de realizar esas investigaciones, recogimos y procesamos una cantidad increíble de datos. Y he aquí lo que hemos descubierto. El cosmos es nuevo y en algunos aspectos desordenado. Las cosas todavía no se han colocado en su lugar. A corta distancia de nosotros, comparado con las distancias que ya hemos atravesado, hay conjuntos materiales, galaxias y protogalaxias, con todas las velocidades posibles.

»Podemos usar ese hecho como una ventaja. Es decir, podemos elegir, el clan, la familia, el grupo y la galaxia individual que queramos como destino… elegir una a la que podamos llegar con velocidad relativa cero en cualquier momento que escojamos de su evolución. De cualquier forma, dentro de límites más o menos amplios. No podemos llegar a una galaxia que tenga más de quince mil millones de años de antigüedad: no, a menos que queramos aproximarnos por otra ruta. Tampoco podemos llegar antes de que tenga mil millones de años. Por otra parte, podemos elegir lo que queramos.

»Y…elijamos lo que elijamos, ¡el tiempo máximo a bordo para llegar allí y frenar no será mayor que unas semanas!

Reymont sorprendido soltó una obscenidad.

—Ves —le explicó Nilsson—, podemos elegir un destino que tenga una velocidad casi idéntica a la nuestra cuando lo alcancemos.

—Oh, sí —murmuró Reymont—. Eso lo entiendo. Simplemente no estoy acostumbrado a tener la suerte a nuestro favor.

—No es suerte —dijo Nilsson—. Dado un universo oscilante, es inevitable. O al menos eso parece. Sólo tenemos que aprovecharnos del hecho.

—Mejor que elijas un destino —le apresuró Boudreau—. Ahora. Esos idiotas discutirían durante horas si hacemos una votación. Y cada hora significa una cantidad inconcebible de tiempo cósmico perdido, lo que reduce las opciones. Si nos dices lo que quieres, prepararé el curso apropiado y la nave podrá comenzar a acercarse en poco tiempo. El capitán aceptará tu recomendación. El resto de la gente aceptará cualquier fait accompli que les des, y además te lo agradecerán. Lo sabes.

Reymont dio vueltas durante un rato. Las botas resonaban sobre la cubierta. Se acarició la frente, donde se veían profundas arrugas. Finalmente se enfrentó a sus interlocutores.

—Queremos algo más que una galaxia —dijo—. Queremos un planeta en el que vivir.

—Entendido —dijo Nilsson—. ¿Podríamos decir un planeta, un sistema, de la misma edad aproximadamente que la Tierra? Digamos, ¿cinco mil millones de años? Parece que se necesita ese tiempo para tener una probabilidad razonable de que haya evolucionado una biosfera como la que nos gusta. Supongo que podríamos vivir en un ambiente como el del Mesozoico pero creo que sería mejor que no.

—Parece razonable —admitió Reymont—. Sin embargo, ¿qué hay de los metales?

—Ah, sí. Queremos un planeta tan rico en metales pesados como lo era la Tierra. No menos, o no podríamos crear una civilización industrial. No más, o podríamos encontrar amplias zonas donde la tierra fuese venenosa. Ya que los elementos más pesados se forman en las primeras generaciones de estrellas, deberíamos buscar una galaxia tan vieja, en el momento del encuentro, como lo era la nuestra.

—No —dijo Reymont—. Más joven.

—¿Hein? —Boudreau parpadeó.

—Probablemente podamos encontrar un planeta como la Tierra, en lo que a metales se refiere, en una galaxia joven —dijo Reymont—. Un cúmulo globular debería tener muchas supernovas en su primera fase, lo que debería enriquecer el medio interestelar local, dando lugar a una segunda generación de soles de tipo G, aproximadamente la misma composición que el Sol. Cuando entremos en la galaxia, busquemos ese tipo de estrellas.

—Podríamos no detectar ninguna que podamos alcanzar en menos de un año —le advirtió Nilsson.

—Bien, entonces no lo haremos —contestó Reymont—. Podemos aceptar un planeta menos dotado en hierro y uranio que la Tierra. Eso no es crucial. Tenemos la tecnología para emplear metales ligeros y materiales orgánicos. Tenemos hidrógeno como fuente de energía.

»Lo importante es que seamos la primera especie inteligente de esa zona.

Se le quedaron mirando.

Él sonrió de una forma que no habían visto antes.

—Me gustaría que pudiésemos elegir los mundos, cuando nuestros descendientes realicen la colonización interestelar —dijo—. Y me gustaría que fuésemos… oh, los antiguos. No imperialistas; eso es ridículo; sino la gente que estaba ahí desde el principio y sabe desenvolverse, y de los que vale la pena aprender. No importa qué formas físicas tengan las jóvenes especies. ¿A quién le importa? Pero hagamos que ésa sea, en lo posible, una galaxia humana, en el más amplio sentido de la palabra «humano». Quizás incluso un universo humano.

»Creo que nos hemos ganado ese derecho.


La Leonora Christine sólo precisó tres meses de la vida de su gente para pasar del momento de la creación al momento en que encontró su hogar.

Fue en parte buena suerte y en parte previsión. Los átomos recién nacidos habían salido disparados con una distribución al azar de velocidades. Así, con el paso de las eras, habían formado nubes de hidrógeno que adoptaron individualidad propia. Al separarse, esas nubes se condensaron en subnubes, que bajo la lenta acción de muchas fuerzas, se diferenciaron en familias separadas, luego en galaxias, y finalmente en soles individuales.

Pero inevitablemente, en las primeras fases, ocurrieron situaciones excepcionales. Las galaxias estaban todavía muy juntas. Todavía contenían grupos anómalos. Por tanto intercambiaban materia. Un gran grupo de estrellas podía formase en el interior de una galaxia, pero al tener una velocidad superior a la de escape, podía pasarse a otra (con estrellas formándose mientras tanto) que la capturase. De esa forma, la variedad de tipos estelares que pertenecían a una galaxia particular no estaba limitada a aquellos que podían evolucionar en su propio tiempo.

Apuntando a su destino, la Leonera Christine seguía a un grupo bien desarrollado cuya velocidad podía igualar con facilidad.

Al entrar en sus dominios, buscó una estrella con las características adecuadas de espectro y velocidad. Nadie se sorprendió al saber que la más próxima tenía planetas. Desaceleró hacia ella.

El procedimiento difería del plan original, que había sido ir a gran velocidad observando mientras la nave atravesaba el sistema.

Reymont fue el responsable. Por una vez, dijo, corramos un riesgo. Las posibilidades no eran malas. Medidas realizadas a través de años luz con instrumentos y técnicas desarrolladas a bordo de la nave daban razones para esperar que un compañero de ese sol amarillo podría ser el refugio de la humanidad.

Si no, se habría perdido un año, el año necesario para aproximarse a C con respecto a toda la galaxia. Pero si había un planeta como el que recordaban, no se necesitaría ninguna desaceleración posterior. Se habrían ganado dos años.

La apuesta parecía razonable. Dadas veinticinco parejas fértiles, dos años extra significaban medio centenar de ancestros más para la raza futura.

La Leonora Christine encontró su mundo, a la primera.

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