10

El silencio seguía y seguía. Desde la tarima, donde se encontraba con Lars Telander, Ingrid Lindgren miraba al grupo. Ellos le devolvían la mirada. Y nadie en aquella habitación podía encontrar palabras.

Las suyas habían sido elegidas con cuidado. La verdad era menos terrible en su garganta que en la de ningún hombre. Pero cuando llegó al punto medio previsto…

—Hemos perdido la Tierra, hemos perdido Beta 3, hemos perdido la humanidad a la que pertenecíamos. Nos queda el coraje, el amor, y, sí, esperanza. —No pudo continuar. Se quedó con los labios atrapados entre los dientes, con los dedos entrelazados y lentas lágrimas que le salían de los ojos.

Telander se movió.

—Ah… si pudiesen —intentó—. Por favor, presten atención. Existen medios… —La nave se burló de él con gritos de truenos lejanos.

Glassgold no aguantó más. No lloró con estrépito, pero al intentar detenerse hizo que el sonido fuese más patético. M'Botu, a su lado, intentó consolarla. Él, sin embargo, se había refugiado en tal estoicismo que podía haber sido un robot. Iwamoto se alejó de ellos, de todos ellos; podía verse cómo llevaba su alma a algún nirvana con una cerradura en la puerta. Williams agitó los puños en alto y blasfemó. Otra voz, femenina, empezó a gemir. Una mujer miró al hombre con el que formaba pareja y dijo:

—¿Tú, para toda la vida? —Y se alejó. El intentó seguirla y chocó con un pasajero que le lanzó un gruñido y se ofreció a pelear si no se disculpaba.

Un hormigueo recorrió toda la masa humana.

—Escúchenme —dijo Telander—. Por favor, escuchen.

Reymont se liberó del brazo con que Chi-Yuen Ai-Ling lo agarraba, en la primera fila, y subió de un salto a la tarima.

—Nunca los convencerá de esa forma —dijo sotto voce—. Está usted acostumbrado a profesionales disciplinados. Déjeme que maneje a estos civiles. —Se volvió a ellos—. ¡Calma! —Su grito se repitió en los ecos—. Cerrad la boca. Actuad como adultos por una vez. No tenemos personal para cambiaros los pañales.

Williams gritó resentido. M'Botu enseñó los dientes. Reymont desenfundó el aturdidor.

—¡Quedaos quietos! —Bajó el volumen de su voz, pero todos lo oyeron—. El primero que se mueva queda fuera de combate. Después lo someteremos a una corte marcial. Soy el condestable de esta expedición, y tengo la intención de mantener el orden y la cooperación efectiva. —Cambió a un tono malicioso—. Si creen que me excedo en mi autoridad, pueden presentar una queja en la oficina apropiada de Estocolmo. Pero ahora, ¡me escucharán!

Su abuso verbal activó la adrenalina de todos. El autocontrol regresó con mayor vigor. Estaban enfadados pero esperaron alerta.

—Bien. —Reymont se volvió amable y enfundó el arma—. No hablaremos más de esto. Comprendo que han recibido un golpe que nadie estaba preparado psicológicamente para sufrir. Aun así, tenemos un problema. Y tiene una solución, si podemos trabajar juntos. Repito: si.

Lindgren se había tragado el llanto.

—Creía que se suponía que yo… —dijo.

Él agitó la cabeza hacia ella y continuó:

—No podemos reparar los desaceleradores porque no podemos desconectar los aceleradores. La razón es, como se les ha dicho, que a grandes velocidades debemos tener activados los campos de fuerza de uno u otro sistema para protegernos del gas interestelar. Por tanto, parece que estamos atrapados en esta nave. Bien, a mí tampoco me gusta la idea, aunque creo que podríamos soportarlo. Los monjes medievales vivían peor.

»Sin embargo, hablando en el puente se nos ocurrió una idea. Una posibilidad de escapar, si mantenemos la calma y la determinación. El oficial de navegación Boudreau hizo unos cálculos preliminares para mí. Después llamamos al profesor Nilsson para que nos diese su opinión experta.

El astrónomo se aclaró la garganta y adoptó un aire de importancia. Jane Sadler parecía menos impresionada que los demás.

—Tenemos una oportunidad de éxito —les informó Reymont.

Un sonido como de viento recorrió la asamblea.

—¡No nos haga esperar! —gritó la voz de un joven.

—Me alegra ver algo de espíritu —dijo Reymont—. Todo debe hacerse con precisión o estaremos perdidos. Para que no sea muy largo, después el capitán Telander y los especialistas les darán los detalles, aquí está la idea.

Su tono podía haber sido el empleado para describir una nueva forma de llevar la contabilidad.

—Si encontramos una región donde apenas haya gas, podremos desconectar los campos con seguridad, y nuestros ingenieros podrán salir fuera para reparar el sistema de desaceleración. Los datos astronómicos no son tan precisos como nos gustaría. Sin embargo, aparentemente en la galaxia, e incluso en el espacio intergaláctico cercano, el medio es demasiado denso. Menos allí que aquí, por supuesto; aun así demasiado denso en términos de choques atómicos por segundo, lo suficiente para matarnos sin protección.

»Pero las galaxias forman grupos. Nuestra galaxia, las Nubes de Magallanes, M31 en Andrómeda, y otras trece, grandes y pequeñas, forman uno de esos grupos. El volumen que ocupan tiene unos seis millones de años luz de ancho.

»Más allá hay una distancia enormemente grande hasta la siguiente familia de galaxias. Por coincidencia, también está en Virgo, a cuarenta millones de años luz de aquí.

»A esa distancia, esperamos que el gas sea lo suficientemente escaso como para no necesitar protección.

Se elevaron las voces. Reymont levantó las dos manos. De hecho, se rió.

—¡Esperen, esperen! —pidió—. No se molesten. Sé lo que quieren decir. Cuarenta millones de años luz es imposible. No tenemos tau para eso. Una proporción de cincuenta, o cien, o un millar, no nos sirve. De acuerdo. Pero…

La última palabra los detuvo. El llenó los pulmones.

—Pero recuerden —dijo—, no hay límite para la tau inversa. También podemos acelerar a mucho más de tres g, si extendemos los campos y escogemos un camino que nos lleve por secciones de la galaxia donde la materia es densa. Los parámetros exactos que hemos estado utilizando fueron escogidos para nuestro viaje a Beta Virginis. La nave no está limitada a ellos. El navegante Boudreau y el profesor Nilsson estiman que podemos viajar a una media de diez g, probablemente mucho más. El ingeniero Fedoroff está razonablemente seguro de que el sistema de aceleración puede soportarlo, después de ciertas modificaciones que sabe que puede realizar.

»Por tanto, los caballeros hicieron cálculos estimativos. Los resultados indican que podemos recorrer media galaxia, en espiral hacia dentro hasta que nos sumerjamos directamente en el núcleo y salgamos por un lado. De todas formas cualquier cambio de rumbo será lento. ¡No podemos girar en una moneda de diez öre a nuestra velocidad! Y eso nos permitiría conseguir la tau necesaria. No olviden que decrecerá constantemente. Nuestro viaje a Beta Virginis habría sido mucho más rápido si no hubiésemos tenido la intención de pararnos allí: si, en lugar de frenar a medio camino, nos hubiésemos limitado a seguir aumentando la velocidad.

»El navegante Boudreau estima, tendremos que recoger datos durante el camino, pero se trata de una opinión informada, que considerando la velocidad que ya tenemos podremos salir de esta galaxia y dirigirnos hacia fuera en un año o dos.

—¿Cuánto tiempo cósmico? —se oyó en el grupo.

—¿A quién le importa? —respondió Reymont—. Ya conocen las dimensiones. El disco galáctico tiene unos cien mil años luz de diámetro. En este momento estamos a unos treinta mil del centro. ¿Cien o doscientos mil años? ¿Quién sabe? Depende de la ruta que sigamos, que a su vez dependerá de lo que las observaciones a larga distancia nos digan.

Les apuntó con un dedo.

—Lo sé. Se preguntan qué pasa si golpeamos una nube como la que nos metió en esta situación. Tengo dos respuestas. Primero, debemos asumir algunos riesgos. Pero segundo, a medida que tau sea más y más pequeña podremos utilizar regiones que sean más y más densas. Tendremos demasiada masa para que nos afecte como lo ha hecho ahora. ¿Lo ven? Cuanto más tenemos más podemos conseguir, y más rápido según el tiempo de la nave. Es concebible que abandonemos la galaxia con una tau del orden de una cien millonésima. En ese caso, ¡según nuestros relojes estaremos fuera de la familia de galaxias en días!

—¿Cómo volveremos? —dijo Glassgold, alerta e interesada.

—No lo haremos —admitió Reymont—. Nos dirigiremos al cúmulo de Virgo. Allí invertiremos el proceso, desaceleraremos, entraremos en una galaxia, haremos que tau sea razonable y empezaremos a buscar un planeta en donde podamos vivir.

»¡Sí, sí, sí! —repitió al tumulto renovado del grupo—. A millones de años en el futuro. A millones de años luz de aquí. La especie humana probablemente se habrá extinguido… en esta esquina del universo. Bien, ¿no podemos empezar de nuevo, en otro lugar y tiempo? ¿O preferirían quedarse sentados en esta concha de metal sintiendo pena de ustedes mismos, hasta que sean seniles y mueran sin hijos? A menos que no puedan soportar la situación y se vuelen los sesos. Yo voto por continuar mientras duren las fuerzas. Tengo en suficiente estima a este grupo para creer que estarán de acuerdo conmigo. ¿Aquellos que no opinen así tendrían la amabilidad de apartarse de nuestro camino?

Bajó de la tarima.

—Ah… oficial de navegación Boudreau, ingeniero jefe Fedoroff, profesor Nilsson —dijo Telander—. ¿Podrían subir aquí? Damas y caballeros, se abre el turno de preguntas.

Chi-Yuen abrazó a Reymont.

—Estuviste maravilloso —dijo sollozando.

Él apretó la boca y miró más allá de ella, de Lindgren, de la asamblea, hacia los mamparos.

—Gracias —contestó seco—. No fue nada.

—Oh, sí lo fue. Nos devolviste la esperanza. Es un honor vivir contigo.

Él no pareció escucharla.

—Cualquiera podía haber presentado una nueva idea brillante —dijo—. En esta situación, se agarrarían a cualquier cosa. Sólo aceleré el proceso. Cuando acepten el programa es cuando comenzarán los verdaderos problemas.

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