15

La Leonora Christine se abrió paso tormentosamente a través del núcleo galáctico en veinte mil años. Para los que iban a bordo, el tiempo se midió en horas. Fueron horas de miedo, mientras el casco se agitaba y chirriaba por la tensión, y el paisaje exterior pasaba de la oscuridad total a una neblina cegadora y brillante por los grupos de estrellas. La posibilidad de chocar con un sol no era despreciable; escondido tras una nube de polvo, podría estar frente a la nave en un instante (nadie sabía qué podría sucederle a la estrella. Podría volverse nova. Pero con seguridad la nave quedaría destruida, con demasiada rapidez para que nadie se diese cuenta). Por otra parte, aquélla era la región en la que la inversa de tau alcanzaba valores que sólo podían estimarse, no medirse con precisión. Valores que estaban absolutamente fuera de toda comprensión.

Tuvo un respiro al cruzar la región de espacio vacío en el centro, como atravesar el ojo de un huracán. Foxe-Jameson miró por el visor a los soles amontonados —rojos, blancos y estrellas de neutrones, dos o tres veces más viejos que el Sol o sus vecinos; otros, entrevistos, completamente diferentes a cualquier otro visto o sospechado en el exterior de la galaxia— y casi se echó a llorar.

—¡Terrible! ¡La respuesta a un millón de preguntas, justo ahí fuera, y ni un solo instrumento que pueda usar!

Sus compañeros sonrieron.

—¿Dónde lo publicarías? —preguntó alguien.

La esperanza renacida se expresaba a menudo en ese tipo de humor cruel.

Sin embargo no hubo chistes cuando Boudreau anunció una conferencia con Telander y Reymont. Eso sucedió tan pronto como la nave salió de la nebulosa al otro lado del núcleo y volvía a recorrer el brazo espiral por el que había venido. La escena de la que se alejaba era una bola de fuego que se empequeñecía, mientras se acercaba a una oscuridad en aumento. Pero habían salvado los escollos, el largo viaje a las galaxias de Virgo llevaría sólo unos pocos meses más de vida humana; se había anunciado con gran optimismo el programa de investigación y desarrollo de técnicas para encontrar planetas. Había baile y un alboroto ligeramente borracho en las áreas comunes para celebrarlo. Las risas, los ruidos, las canciones alegres del acordeón de Urho Latvala se deslizaban suavemente hasta el puente.

—Quizá debí dejar que disfrutasen como todos los demás —dijo Boudreau. Su piel parecía sorprendentemente cetrina en comparación con la barba y el pelo—. Pero Mohandas Chidambaran me ha dado los resultados de los cálculos a partir de las últimas medidas, después de que saliésemos del núcleo. Pensaba que yo era el más cualificado para juzgar las consecuencias prácticas… ¡como si existiese algún manual para la navegación intergaláctica! Ahora está a solas en su camarote, meditando. Yo, cuando me sobrepuse al golpe, pensé que lo mejor era informar inmediatamente.

El rostro del capitán Telander se puso rígido, listo para recibir un nuevo golpe.

—¿Cuál es el resultado? —preguntó.

—La densidad de materia en el espacio por delante de nosotros —dijo Boudreau—. Dentro de esta galaxia, entre galaxias y entre grupos completos de galaxias. Dada nuestra tau actual y el corrimiento de frecuencia de la radio emisión de hidrógeno, los instrumentos ya construidos por el equipo astronómico han conseguido una precisión sin precedentes.

—¿Qué han descubierto entonces?

Boudreau se puso tenso.

—La concentración de gas desciende a menor velocidad de lo que suponíamos. Con la tau que probablemente tengamos para cuando dejemos la galaxia de la Vía Láctea… a veinte millones de años luz, a medio camino del grupo de Virgo… y con toda la precisión con la que podemos determinarlo, no nos atreveremos a desconectar los campos de fuerza.

Telander cerró lo ojos.

Reymont habló en un espasmo.

—Ya hemos discutido antes esa posibilidad. —La cicatriz estaba marcada en la frente—. Que incluso entre dos grupos de galaxias no podríamos realizar las reparaciones. Esa es en parte la razón por la que Pereira y Fedoroff quieren mejorar el sistema de soporte vital. Actúa como si tuviese una idea distinta.

—De la que hablamos no hace mucho, usted y yo —le dijo Boudreau al capitán.

Reymont aguardaba.

Boudreau se lo contó con voz desapasionada.

—Los astrónomos descubrieron hace siglos que un grupo o familia de galaxias, como nuestro grupo local, no es la forma más grande en que pueden organizarse las galaxias. Esos conjuntos completos de una o dos docenas de galaxias pueden, a su vez, formar asociaciones mayores. Superfamilias…

Reymont rió con falta de práctica.

—Llámalas clanes —propuso.

—¿Hein? ¿Por qué?… vale. Un clan está compuesto de varias familias. La distancia media entre miembros de una familia, galaxias individuales dentro de un grupo, es de, digamos, un millón de años luz. La distancia media entre una familia y la siguiente es mayor, como podría esperarse: del orden de los cincuenta millones de años luz. Nuestro plan era dejar esta familia e ir a la siguiente, el grupo de Virgo. Ambas pertenecen al mismo clan.

—Pero si no tenemos la oportunidad de detenernos, tendremos que dejar el clan.

—Sí, me temo que sí.

—¿A qué distancia está el siguiente?

—No sabría decirlo. No me traje las tablas. Ahora estarían un poco desfasadas, ¿no?

—Tenga cuidado —le advirtió Telander. Boudreau tragó saliva.

—Le pido perdón al capitán. Ése fue un chiste algo peligroso. —Volvió al tono de conferencia—: Chidambaran no cree que nadie estuviese seguro. La concentración de grupos galácticos cae muy rápidamente a una distancia de unos sesenta millones de años luz de aquí. Más allá de eso, hay mucho camino hasta otras regiones ricas. Chidambaran supone que cien millones de años luz, o algo menos. De otra forma, los astrónomos hubiesen podido identificar la estructura jerárquica del universo con mayor facilidad.

»Por supuesto, entre clanes, el espacio está tan cerca del vacío perfecto que no necesitaremos protección.

—¿Podemos navegar ahí? —le soltó Reymont.

El rostro de Boudreau estaba lleno de sudor.

—Entiende los riesgos —dijo—. Nos internaremos en lo desconocido más de lo que habíamos soñado. No podremos tener ni observaciones ni situaciones precisas. Necesitaremos una tau tan…

—Un minuto —dijo Reymont—. Déjenme parafrasear la situación en mi lenguaje coloquial para estar seguro de que la entiendo. —Hizo una pausa, rascándose la barbilla con el sonido del papel de lija (con la lejana música de fondo), con el ceño fruncido, hasta que pudo ordenar sus pensamientos—. Debemos llegar… no sólo al espacio entre familias, sino al espacio interclan —dijo—. Debemos hacerlo en un tiempo de nave prudencial. Por tanto debemos reducir tau a una mil millonésima o menos. ¿Podemos hacerlo? Es evidente, o no habría hablado como lo ha hecho. Supongo que el método es establecer una ruta dentro de esta familia que nos haga pasar por el núcleo de al menos otra galaxia más. Y de la misma forma por la siguiente familia, ya sea el grupo de Virgo o uno diferente determinado por nuestro nuevo plan de vuelo, a través de tantas galaxias individuales como sea posible, siempre acelerando.

»Una vez que dejemos atrás el clan, podremos realizar las reparaciones. Después necesitaremos un período similar de desaceleración. Y ya que nuestra tau será tan pequeña, y el espacio tan vacío, no podremos virar. No habrá suficiente material allí para que actúen los propulsores, ni datos navegacionales suficientes para guiarnos. Habrá que tener la esperanza de atravesar otro clan.

»Con el tiempo, eso debería suceder. Por pura estadística. Sin embargo, podríamos estar ahí fuera mucho tiempo.

—Correcto —dijo Telander—. Lo entiende.

Arriba habían empezado a cantar.

…Pero mi verdadero amor y yo nos volveremos a encontrar

en las blancas, blancas orillas del lago Lomond.

—Bien —dijo Reymont—, parece que la cautela no es una virtud. Más bien para nosotros se ha convertido en un vicio.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Boudreau.

Reymont se encogió de hombros.

—Necesitaremos algo más que la tau para atravesar el espacio hasta el siguiente clan, a cien millones de años luz o donde esté. Necesitaremos la tau para una búsqueda que nos llevará más allá de un gran número de ellos, quizá por miles de millones de años luz, hasta que encontremos uno en el que podamos entrar. Confío en que podrá establecer una ruta por ese primer clan que nos dé esa velocidad. No se preocupe por las posibles colisiones. No podemos permitirnos preocupaciones. Mándenos por el área de gas y polvo más densa que pueda encontrar.

—Se… lo está tomando… con bastante frialdad —dijo Telander.

—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Echarme a llorar?

—Esa es la razón por la que pensé que debía ser usted el primero en oír la noticia —dijo Boudreau—. Así podrá decírselo a los otros.

Reymont miró a ambos hombres durante un momento que se hizo eterno.

—No soy el capitán, ¿saben? —les recordó.

La sonrisa de Telander fue un espasmo.

—En cierto sentido, condestable, lo es.

Reymont se acercó al panel de instrumentos más cercano.

Se quedó de pie frente a sus ojos de duende con la cabeza inclinada y los pulgares en el cinturón.

—Bien —murmuró—. Si de verdad quiere que me haga cargo.

—Creo que es mejor que lo haga.

—Bien, en ese caso… Son buena gente. La moral vuelve a subir, ahora que han visto un verdadero logro propio. Creo que comprenderán, no sólo intelectualmente, sino emocionalmente, que no hay diferencia humana entre un millón, mil millones o diez mil millones de años luz. El exilio es el mismo.

—El tiempo implicado, sin embargo… —dijo Telander.

—Sí. —Reymont volvió a mirarles—. No sé qué proporción de nuestras vidas podemos dedicar a este viaje. No mucha. Las condiciones son demasiado artificiales. Algunos podemos adaptarnos, pero sabemos que otros no pueden. Debemos hacer que tau sea tan baja como podamos, sin que importen los peligros. No sólo para hacer que el viaje sea lo más corto posible para soportarlo. Sino también por la necesidad psicológica de hacer lo máximo posible.

—¿Cómo es eso?

—¿No lo entiende? Es nuestra forma de luchar contra el universo. Vogue la galére. Apostarlo todo. A toda máquina y al infierno los torpedos. Creo que si podemos plantear el problema a nuestros compañeros de esa forma, se animaran. Durante un tiempo, al menos.

Los pajarillos cantan y las florecillas salvajes brotan,

y bajo la luz del sol duermen las aguas…

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