CAPÍTULO 5

Llegó la noche por fin, la labor diaria está concluida, las responsabilidades hipocráticas cumplidas. Sadrac se prepara, entonces, para compartir con Nikki Crowfoot el placer de una noche en Karakorum, la ciudad de esparcimiento reservada exclusivamente para la clase gobernante.

Tres horas después de la operación, Mordecai pasa a buscar a Nikki por el laboratorio del Proyecto Avatar, en el séptimo piso de la Gran Torre del Khan. El lugar de trabajo de la doctora Crowfoot es un salón enorme, de paredes verdes, repleto de animales enjaulados, animales locos, halcones que cacarean y gorilas arborícolas; donde no hay jaulas hay inmensos armarios con material de prueba. El aire de la habitación huele a laboratorio, un olor que Sadrac recuerda de sus épocas de estudiante en la Universidad de Harvard: una mezcla de Lysol y formaldehído y alcohol etílico y excremento de ratón y gases de mechero Bunsen y forros aislantes quemados y… Todo el personal del Proyecto Avatar ya se ha retirado, menos Nikki que, vistiendo ropa de laboratorio, trabaja concentrada entre un amontonamiento de computadoras, cabezales y pantallas de televisión que configuran una inmensa mole de cinco metros de altura. Está de pie, de espaldas a la puerta, observando explosiones pirotécnicas de color verde, azul y rojo, que vibran alocadas en el cuadrante de un gigantesco osciloscopio. Sadrac se acerca sigiloso por detrás y, sin que ella advierta su presencia desliza las manos por debajo de los brazos de Nikki y le acaricia los pechos a través de la bata. Al advertir la mano de Mordecai, un escalofrío recorre la espalda de Nikki, inmediatamente se relaja, y sin volverse, dice:

—Tonto —su voz es afectiva—, no me distraigas. Estoy probando un simulacro triple. Aquella cinta verde, abajo, es el Genghis Mao verdadero, aquella otra, arriba, la azul, es la reproducción de personalidad que hicimos en abril, y…

—Deja de preocuparte ya. Genghis Mao murió durante la operación, cuando le sacaron el hígado; la revolución empezó hace una hora. La ciudad…

Nikki aparta los brazos de Sadrac y lo mira atónita, pasmada.

—…está en llamas. Escucha, lo comprobarás por las explosiones: están volando todas las estatuas…

Nikki, que finalmente advierte la expresión de Sadrac, echa a reír.

—¡Idiota! ¡Idiota!

—No, la verdad es que está perfecto, a pesar de que Warhaftig puso el hígado al revés.

—Basta ya, Sadrac.

—Está bien. Ahora, hablando en serio, está en perfectas condiciones. Sólo tardó diez minutos en recuperarse, tanto que ahora está dirigiendo, como un payaso mogol, la actividad en el Vector de. Comité Uno.

—Sadrac…

—No puedo evitarlo. Estoy pasando por la etapa maníaca del postoperatorio.

—Bueno, yo no. Hoy tuvimos un día espantoso aquí adentro.

Sadrac comprueba, finalmente, que Nikki está realmente deprimida. Lo advierte por los ojos agotados, el rostro tenso y los hombros caídos, característica poco común en ella.

—¿Qué sucede? ¿Las pruebas no dan resultados positivos?

—No pudimos saber nada. Se arruinó una de las bobinas de realimentación y se borraron tres cintas claves. Estoy tratando de salvar lo que queda. Esto es un atraso de un mes, un mes y medio.

—¡Pobre Nikki! ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

—Sí, sácame de aquí —dice Nikki—. Necesito divertirme, distraerme, necesito tus muecas. Pero, cuéntame, ¿Cómo fue la operación, finalmente?

—Perfecta. Warhaftig es un erudito. Es capaz de hacer una implantación nuclear a una ameba y volver a extraerla con los pulgares.

—¿Y el supremo, el gran hombre? ¿Cómo está?

—Una maravilla —dice Mordecai—. Es casi obscena la manera en que este anciano de ochenta y siete años supera operaciones de este tipo cada cinco o seis semanas.

—¿Ochenta y siete? ¿Tiene ochenta y siete años?

—Esa es la cifra oficial —dice Mordecai encogiéndose de hombros—. Algunos dicen que es mayor, mucho mayor, noventa, noventa y cinco años, y otros, incluso, dicen que tiene más de cien. Se rumorea que peleó en la Segunda Guerra Mundial. Desde luego, nos estamos refiriendo al cerebro, a la epidermis y a la estructura ósea, ya que el resto de sus órganos son relativamente nuevos: un pulmón aquí, un riñón allá, arterias de dacrón; las articulaciones de la cadera son de cerámica, el esófago, de plástico, un hombro es de molibdeno y cromo y de tanto en tanto se le renueva el hígado. Realmente, no se como todo eso puede mantenerse en su cuerpo. Lo que sí puedo asegurar es que cada vez está más joven, más fuerte, más astuto. Tendrías que escuchar el ritmo espléndido de los signos vitales.

Nikki, sonriendo, coloca las manos en los muslos de Sadrac, como si quisiera localizar los nódulos.

—Sí, es una maravilla, y con la edad que tiene… En este momento está fornicando a una enfermera. A ver, espera, espera, creo que esta llegando. Ah, no, era un estornudo.

—Ahora capto una entrada de audio. —dijo Gezundheit—. Bueno, hablando en serio, ¿cómo es la vida sexual de Genghis Mao?

—Prefiero no preguntar.

—Pero, ¿acaso los nódulos no te dan información?

—Honni soit qui mal y pense —dice Mordecai—. No me cabe ninguna duda de que lleva una vida sexual espléndida, probablemente, mucho más activa que la mía.

—No tenías ninguna obligación de dormir solo anoche.

—Mi vocación me lo exige —hace un gesto señalando la puerta—. ¿Karakorum?

—Sí, Karakorum. Pero primero tengo que darme un baño y cambiarme.

Suben al departamento de Nikki, que está ubicado en el piso cuarenta y siete de la Gran Torre. Todos los miembros importantes del personal de Genghis Mao residen en el edificio, pero no todos gozan de las mismas comodidades, ya que, por ejemplo, el prestigio de la directora de un grupo de investigación. no es igual que el del médico personal del presidente. La suite de Nikki, por lo tanto, no es tan suntuosa como la de Sadrac Mordecai: tiene sólo tres habitaciones, moblaje sencillo, pisos de madera común, no tiene balcón y, por consiguiente, no tiene muy linda vista. Sadrac se acomoda en un mullido sillón de gomaespuma mientras Nikki se desviste y se dirige a la ducha. Su figura desnuda, bella e impactante, de pechos pardos, muslos exuberantes, vientre plano y rígido, despierta el deseo en Sadrac. Es alta, esbelta, de hombros abultados, cintura pequeña, caderas anchas, nalgas suaves y musculosas, cabello negro que le cubre casi toda la espalda. Al desvestirse, deja atrás la aureola del laboratorio, el aspecto tenso y fatigado del científico que no ha cumplido con su objetivo, y se transforma en algo primitivo, salvaje, rudimentario, en una Pocahontas, una Sacajewa, una Nokomis nacida de la luna. Una vez, cuando estaban juntos en la cama, él hizo una de estas comparaciones, y ella se sintió avergonzada y turbada y, en una actitud burlona y defensiva lo comparó con Otelo, y Ras Tafari y Chaka Zulu. Desde entonces, Sadrac no volvió a hacer esas comparaciones románticas del origen salvaje de Nikki, porque a él no le gusta, tampoco, que le recuerden su propio origen. Sin embargo, cada vez que ella se desnuda frente a él, Mordecai no puede dejar de ver en su figura a una princesa de una nación del pasado, a la sacerdotisa de las grandes llanuras, a la amazona encarnada de la noche pagana.

Por fin, Nikki sale de la ducha luciendo un vestido dorado, largo hasta el piso, de malla abierta que deja ver pezones achocolatados, sombras negras y azuladas del triángulo púbico, de muslos, de nalgas; una prenda provocativa y sensual, por cierto, la antítesis de la bata que usa en el laboratorio. De buena gana, Sadrac la llevaría a la cama en este momento, pero sabe que está cansada, que tiene hambre, que todavía está preocupada por los fracasos del día y —que, por lo tanto, no está con animo, por ahora, para hacer el amor. Además, la conoce bien, y sabe que no le gusta mantener relaciones sexuales en horas de la tarde, que prefiere dejar la excitación erótica para la noche. Por lo tanto, Sadrac se conforma con un beso suave y juguetón y con una sonrisa cariñosa. ¡A Karakorum, entonces. A sumergirse en las profundidades de la torre para esperar el tren subterráneo que los llevará a la diversión!

Karakorum está a cuatrocientos kilómetros al oeste de Ulan Bator. El túnel que une las dos ciudades por debajo del desierto de Gobi fue cavado hace cinco años por el perforador térmico de un taladro subterráneo que, activado por energía nuclear, fue rompiendo los granitos y esquistos paleozoicos de las profundidades. En la actualidad, a pesar de los cuatrocientos kilómetros de distancia, el viaje desde Ulan Bator hasta Karakorum no dura más de una hora gracias a los trenes que se desplazan a velocidades vertiginosas, sobre carriles movibles, uniendo así la capital moderna y la antigua. Sadrac Mordecai y Nikki Crowfoot se unen a la multitud, que, en busca del placer, espera el tren que partirá en unos pocos minutos. La gente los saluda, pero nadie se acerca a ellos: hay algo sublime y misterioso en una pareja atractiva, un halo que los enmarca en un circuló gélido, impenetrable. Sadrac bien sabe que Nikki y él forman una parea atractiva, los dos altos, ella de piel cobriza y porte vigoroso, él negro y delgado, rostros y cuerpos impactantes, elegancia y buen gusto en el vestir: Otelo y Pocahontas en un paseo nocturno. Pero hay, además, otro factor que los aísla del resto: la relación de Mordecai con el Khan. Todos saben que el doctor Mordecai es uno de los pocos que tiene contacto directo con Genghis Mao y, aunque a Sadrac no le guste la idea, el Khan le ha transmitido esa especie de aureola temeraria que lo caracteriza y que hace que la gente se aleje de su alrededor. Lamentablemente no puede hacer nada para evitarlo.

El tren llega a destino. Allá van Sadrac y Nikki, a la noche de Karakorum… Karakorum. Fundada hace ochocientos años por Genghis Khan. Transformada en majestuosa capital por el hilo de Genghis, Ogodai. Abandonada, una generación más tarde, por Kublai Khan, el nieto de Genghis, quien prefirió gobernar desde Cambaluc, en China. Destruida por Kublai Khan cuando su rebelde hermano menor intento hacer de ella un centro revolucionario. Más tarde fue reconstruida, pero finalmente abandonada para quedar así sumergida en la decadencia y perdida en el olvido. A mediados del siglo XX, un grupo de arqueólogos de la República Popular de Mongolia y la Unión Soviética redescubrieron su asiento. Y ahora tire restaurada por decreto de Genghis II Mao IV Khan, sucesor autoconsagrado del imperio antiguo y del moderno, que desea recordarle al mundo la grandeza de Genghis y hacerle olvidar los años de letargo mogol posterior a la caída de los Khanes.

La noche de Karakorum resplandece con un brillo ultraterreno, con una majestuosa incandescencia lunar. A la izquierda de la estación están las ruinas de la vieja ciudad de Karakorum. Nikki y Sadrac se detienen a contemplarlas: sobre el pasto amarillento hay una solitaria tortuga de piedra, vestigios de paredes de ladrillos, columnas hechas pedazos. En las cercanías, se levantan stupas de piedra gris, monumentos a los lamas sagrados, erigidos en el siglo XVI. A lo lejos, al pie de las colinas resecas por el sol, se ven los edificios de estuco blanco del Centro de Agricultura de Karakorum, un grandioso proyecto de la desaparecida República Popular de Mongolia, una inmensa empresa agrícola que ocupa medio millón de hectáreas de terreno. Entre el centro de agricultura y los stupas se eleva la Karakorum de Genghis Mao, una extravagante reconstrucción de la ciudad original: el gran palacio de las mil columnas, de Ogodai Khan, renovado; el espléndido observatorio con sus cúpulas aguijones que llegan a Dios; las mezquitas e iglesias; los coloridos alfeneques de seda de la nobleza, las casas de ladrillo oscuro de los comerciantes extranjeros; todo, atestigua la fuerza y magnificencia del príncipe de los príncipes, Genghis Mao, quien, de acuerdo con alguna leyenda, a veces desmentida, tuvo alguna vez un nombre mas humilde, Choijamtse u Orchirbal o Gombojab —las versiones varían según el relator— y fue un funcionario de menor jerarquía, un apparatchik insignificante en la burocracia de la antigua República Popular en los días ya pasados del marxismo, antes de que el mundo se derrumbara y se construyera en su lugar el nuevo imperio mogol.

Sin embargo, la ciudad de Karakorum, así renacida, no es simplemente un monumento estéril al pasado: por decreto de Genghis Mao, es un lugar de diversión, un parque de rebeldías y placeres, un Xanadu del siglo XXI radiante de energía frenética. En este complejo multicolor de alfeneques amarillos, verdes y escarlata, se come, se bebe, se juega; aquí están en venta las últimas invenciones, las más descabelladas; también hay cabida para el sexo en este parque: el visitante puede elegir su pareja a gusto. En Karakorum, además, se practican los ritos populares del momento: la muerte onírica, el transtemporalismo y la carpintería. Sadrac practica el rito de la carpintería y, a veces, aunque no últimamente, el del transtemporalismo, culto favorito de Nikki. Una vez, Sadrac vino a Karakorum con Katya Lindman, esa mujer salvaje y temperamental, y a pesar de la insistencia de su acompañante, se negó a probar la muerte onírica. Esta actitud de Sadrac bastó para que Katya se burlara de su timidez durante días y días, no con palabras, ya que la doctora Lindman tiene un poder especial para humillar en silencio, sino con miradas castradoras, expresiones furiosas, y una infinidad de gestos burlones.

Ahora, al pasar por el pabellón de la muerte onírica, apenas lo miran. Sadrac, tratando de alejar de su mente la imagen de la figura ardorosa de Katya Lindman, escucha a Nikki que dice:

—¿No es peligroso que te alejes de Ulan Bator, habiendo pasado tan pocas horas después de la operación?

—No precisamente. Es más, siempre salgo a la noche, después de un transplante. Es una especie de premio que me doy después de un día de mucho trabajo. Además, es el momento más adecuado para haber venido a Karakorum.

—¿Por qué?

—Esta noche el Khan está en terapia intensiva. En caso de que surja alguna complicación, las alarmas sonarán en toda la torre y algún médico auxiliar responderá al instante. Además, mi trabajo no me exige estar veinticinco horas por día al lado del Khan: no es necesario y él tampoco quiere que así sea, ¿entiendes?

El cielo se cubre de pronto de fuegos artificiales: estallidos, aros de oro y carmín, lanceros nocturnos. A Sadrac le parece ver la imagen de Genghis Mao reflejada en las alturas, pero no, no, es sólo una ilusión óptica, el dibujo es completamente abstracto, completamente.

—En caso de emergencia, te llamarán, ¿no es así? —pregunta Nikki.

—No será necesario —le explica Mordecai. El pabellón de la muerte onírica despide una música discordante, de otro mundo, de gaitas enloquecidas. Esto le trae a la memoria una fría madrugada de invierno, en que Katya Lindman entonaba posesionada canciones en sueco. El solo recuerdo lo hace temblar. Palpa el muslo donde lleva insertados los nódulos y dice—: Recuerda que recibo transmisión completa.

—¿Aunque estés aquí, tan lejos?

Sadrac hace un gesto afirmativo con la cabeza.

—El alcance de la telemedición es de unos mil kilómetros. En este momento estoy recibiendo al detalle toda la información acerca de la actividad de Genghis Mao: está descansando plácidamente, mejor dicho, dormitando; la temperatura excede en un grado a la normal; el pulso está un poco acelerado; el nuevo hígado se está integrando sin problema e incluso ya ha hecho cambios positivos en el metabolismo general. Si algo comienza a deteriorarse, lo sabré de inmediato y, si es necesario, puedo volver a la torre en noventa minutos aproximadamente. Mientras tanto, puedo controlar todo desde aquí y divertirme a gusto al mismo tiempo.

—Siempre Al tanto de su estado de salud.

—Sí, siempre. Hasta cuando duermo. Mis nódulos reciben constantemente la corriente de información.

—Tus nódulos… Cuando pienso en ellos en términos de filosofía, quedo fascinada —dice Nikki. Se detienen frente a un puesto de golosinas para comprar refrescos. El vendedor, un mogol regordete de nariz ancha, les ofrece airag, el milenario brevaje mogol de leche de yegua fermentada. Mordecai se encoge de hombros y toma un frasco para él y otro para Nikki, quien a pesar del gesto de desagrado que se dibuja en su rostro, lo bebe y dice—: Lo que quiero decir es que, al pensar en ti y en el presidente en términos puramente cibernéticos, me resulta difícil determinar dónde terminan los límites de tu individualismo y dónde comienzan los de él.

Los dos conforman una sola unidad de procesamiento de datos autocorrectiva, prácticamente un solo sistema de vida.

—Yo no lo veo así, sin embargo —le dice Sadrac— A pesar de que yo recibo una corriente constante de información metabólica del presidente, y a pesar de que esa información afecta de alguna manera el desarrollo de mis actividades y, sobre todo el de las de él, Genghis Mao sigue siendo un ser autónomo: nada menos que el presidente del CRP, con todo el tremendo poder que eso supone, y yo no soy mas que…

—No —interrumpe Nikki impaciente—, piensa en términos de un sistema integral. Supongamos que tú eres Miguel Ángel y quieres transformar un inmenso bloque de mármol en un David. La figura está dentro del mármol y tú debes liberarla con el mazo y el formón, ¿no es así? Das el primer golpe, otro pedacito; unos pedacitos más y tal vez comience a vislumbrarse el contorno de un brazo. El ángulo del formón es distinto en cada golpe, ¿verdad? Probablemente, también sea distinta la intensidad de la fuerza que empleas para golpear el formón con el mazo. Tú modificas y corriges los golpes constantemente de acuerdo con la información que recibes de la figura tallada en el bloque de mármol: la forma que va tomando el bloque, los planos de clivaje, etcétera. ¿Te das cuenta de que se trata de un sistema integral? El proceso de crear un David no consiste simplemente en que tú, Miguel Ángel, actúas sobre una masa de piedra pasiva: el mármol es una fuerza activa también, parte del circuito, en cierto sentido, es parte del sistema mental que constituye Miguel Ángel escultor, porque…

—Yo no…

—Déjame terminar. Quiero trazarte todo el circuito. Tú percibes todos los cambios que se producen en el contorno del mármol. Dichos cambios son evaluados por tu cerebro, que transmite a los músculos del brazo instrucciones acerca de la fuerza y ángulo del próximo golpe. Esto provoca un cambio en la respuesta neuromuscular en el momento en que das el próximo golpe, lo cual afecta, a su vez, la estructura del marmol, cambio que percibes y que altera la programación que elabora tu cerebro. Entonces, vuelve a corregirse la respuesta neuromuscular para el próximo golpe, y así sucesivamente, hasta que la escultura esté completa. El proceso de esculpir la estatua es un proceso de percepción y respuesta ante cada cambio, ante la diferencia de un golpe a otro, y el bloque es un elemento esencial del sistema integral.

—Sí, pero no está consciente de ello —acota Sadrac en tono suave—. El bloque de mármol no sabe que es parte del sistema.

—Eso no tiene importancia. Quiero que veas el sistema como un universo limitado. El mármol cambia y sus cambios producen cambios en la mente de Miguel Ángel, lo cual, a su vez, lleva a nuevos cambios en el mármol. Dentro del limitado universo de escultor— herramientas-mármol, es incorrecto considerar a Miguel Ángel como el "individuo", el sujeto, y al mármol como una "cosa", el objeto. El escultor, las herramientas y el mármol en conjunto, conforman una sola cadena cuyos eslabones guardan entre sí una relación causal, una sola entidad de pensamiento, acción y cambio, una sola persona, si quieres. Ahora bien, tú y Genghis Mao…

—Son dos personas diferentes —insiste Mordecai—. El proceso de realimentación no es el mismo. Si el riñón le deja de funcionar, yo reacciono hasta el punto de percibir el desperfecto, tratarlo y tomar medidas para que se le reemplace el riñón, lo cual no significa que yo también me enferme. Y si algo anda mal con mi riñón, no lo afectará a él en absoluto.

La doctora Crowfoot se encoge de hombros.

—Es verdad, pero no deja de ser un detalle trivial. ¿No te das cuenta de que la relación causal entre tú y él es mucho más íntima? La transmisión que recibes de Genghis Mao controla toda tu actividad diaria: que duermas solo o conmigo, que vayas a Karakorum o que te quedes a su lado, todo depende de la salud del presidente. Si la información que recibes de él evidencia complicaciones, te provoca trastornos somáticos; la mayor parte de tus inclinaciones y respuestas en la vida están regidas por su metabolismo, eres la continuación de Genghis Mao. Con respecto a él, su vida o su muerte depende de tu opción: hoy, es el presidente de CRP, pero mañana puede ser un cadáver más si tú dejas de percibir un síntoma clave o si adoptas un tratamiento que no es el adecuado. Eres esencial para su supervivencia, y él controla todos tus movimientos y actividades. ¡Un sistema, Sadrac, un circuito cerrado, tú y Genghis Mao, Genghis Mao y tú!

Sadrac insiste aún en que Nikki no está en lo cierto. Haciendo un gesto de desacuerdo, dice:

—La analogía se ajusta a la realidad, pero no lo suficiente como para convencerme. Es cierto que estoy equipado con extraordinarios dispositivos de diagnóstico, pero no son tan especiales: los nódulos me ayudan a responder ante un caso de emergencia más rápido que un médico común con un paciente común, pero eso es todo. Es sólo una diferencia cuantitativa. Cualquier unidad médico-paciente puede ser definida como un sistema de procesamiento de datos autocorrectivo, pero no creo que la relación entre Genghis Mao y yo cree una diferencia significativa en ese tipo de sistema. Si los trastornos de Genghis Mao se transmitieran a mi organismo, tu punto de vista sería válido, pero…

Nikki Crowfoot suspira.

—Dejémoslo pasar, Sadrac. No vale la pena discutir. En el laboratorio Avatar nos referimos constantemente al principio de que la noción general de "individuo" no tiene ningún sentido, que es necesario pensar en términos de un sistema que abarque más información, pero tal vez esté tratando de aplicar este principio en áreas en que no corresponde, aunque lo más probable es que —el único problema sea que tú y yo no logremos entendernos esta noche— cierra los ojos y aprieta los dientes, como si tratara de descargar, a través de su cerebro, las tensiones de la discusión. El cielo vuelve a iluminarse con una cortina de fuegos artificiales, de púrpura ostentoso y franjas verdes. Una música salvaje y rajante, gruñidos estridentes, perforan el aire. Nikki se relaja, por fin, y sonríe. Señalando la carpa de los transtemporalistas, radiante de luz trémula, dice—: Basta de hablar. A divertirnos, ahora.

Загрузка...