CAPÍTULO 4

El hígado, la glándula más grande del cuerpo humano, es un órgano útil y complejo cuyo peso es de un kilogramo y medio, aproximadamente un dos por ciento del peso total del cuerpo. Como tal, cumple una serie de importantes funciones bioquímicas. En primer lugar, produce bilis, un líquido verde esencial para la digestión. La sangre portal que va al corazón pasa por el hígado, el cual, a modo de filtro, elimina bacterias, sustancias tóxicas, drogas y otras impurezas nocivas. La sangre recibe, además, las proteínas plasmáticas que. el hígado produce, entre las cuales se encuentran el fibrinógeno, agente coagulante, y la heparina, agente anticoagulante. El hígado, a su vez, recibe azúcar de la sangre, que convierte en glucógeno y almacena hasta que el cuerpo. lo necesite. El hígado también es responsable de la conversión de brasas y proteínas a carbohidratos, del almacenaje de vitaminas grasas solubles, de la producción de anticuerpos, de la destrucción de eritrocitos desgastados, etcétera.

Así, pues, el hígado cumple tantas funciones metabólicas que ningún vertebrado puede vivir más de unas pocas horas sin él. Tan fundamental es su importancia para la vida, que posee extraordinarios poderes regenerativos: si se eliminan tres cuartos del hígado, las células restantes se multiplican tan rápidamente que la glándula recupera sus dimensiones originales en el lapso de dos meses. Incluso si se destruye un noventa por ciento del volumen total del hígado, éste sigue produciendo bilis al ritmo normal. La redundancia es nuestro principal sendero de supervivencia. El hígado, no obstante, está sujeto a diversos trastornos: ictericia, necrosis, septicemia abscesos disentéricos, cáncer de los conductos biliares, etcétera. La energía total del hígado hace que soporte todos estos trastornos por lapsos prolongados, pero el poder de recuperación disminuye con la edad, como sucede con muchas otras cosas.

Genghis Mao padece de trastornos hepáticos crónicos. Para mantener en vida las órganos artificiales y transplantados contenidos en el cuerpo del presidente, el organismo debe ingerir día a día litros de medicamentos. La función del hígado es eliminar la corriente constante de sustancias químicas de alto poder, que ni el más fuerte de los hígados sería capaz de resistir. Por otra parte, debido a la presencia de tantos órganos ajenos, se producen fenómenos de interacción bioquímica, que el hígado debe contrarrestar, lo cual requiere también esfuerzo excesivo. Este bloqueo constante hace del hígado del presidente un órgano delicado, lo cual, sumado a la edad y a la complejidad contranatural de su estructura interna mixta, lleva a la necesidad de reemplazarlo periódicamente, necesidad que, precisamente, se evidente en este momento.

Dos ayudantes corpulentos levantan la figura pequeña de Genghis Mao y la depositan en la camilla. Comienza así el viaje, ya tan conocido, desde los aposentos imperiales hasta la mesa de operaciones. A pesar de sus ojos húmedos, su aspecto febril y endeble, el Khan está alegre: entre gestos de aprobación y guiños, le dice a los ayudantes que está cómodo, emite risitas astutas e, incluso, ensaya una o dos morisquetas. Mordecai comprueba, a través de la información telemetrada que llega a sus sensores internos, la calma increíble del Khan en momentos como éste, lo cual, como siempre, lo deja maravillado. Genghis Mao sabe, seguramente, que existen bastantes probabilidades de que muera durante la operación, pero, de acuerdo con los registros de la producción somática, parece no estar consciente de ello, como si el espíritu del presidente, al estar suspendido entre el amor por la vida y el anhelo por la muerte, se mantuviera en perfecto equilibrio metabólico. Sea como fuere, Sadrac esta mucho mas tenso que su amo, tal vez porque considera que los riesgos de un transplante de hígado no constituyen en absoluto una cuestión trivial y porque no está preparado, desde ningún punto de vista, para enfrentar el desafío de la incertidumbre personal en un mundo post-Genghis Mao.

La camilla donde yace Genghis Mao se desliza sobre silenciosos neumáticos desde los aposentos imperiales hasta la oficina imperial, luego se dirige al comedor privado, atraviesa la oficina de Sadrac Mordecai y, finalmente, llega a la Sala de Cirugía, sin eximirse, desde luego, del eterno control de los radares de la Interfaz Cinco. La Sala de Cirugía, que ocupa los dos últimos pisos de la Gran Torre del Khan, es un magnífico recinto en forma de tetraedro, cuya base subtiende un arco de aproximadamente treinta grados, formando así una bóveda que reviste las paredes internas de la cúspide del alargado edificio cónico. Desde la parte más alta de la habitación, penden artefactos cromados agrupados en forma de cruz, que inundan el lugar con una luz brillante, aunque no intensa. En el extremo opuesto a la entrada, se ve una plataforma que se desprende de la pared, dividiendo ese sector de la sala en dos partes. Sobre esa plataforma está ubicada la burbuja aséptica, transparente y luminosa, en donde se llevan a cabo las intervenciones quirúrgicas propiamente dichas; debajo de la plataforma que sostiene la burbuja se encuentra el aparato que mantiene la humedad, asepsia y temperatura del campo quirúrgico: un siniestro cubo de metal verde opaco, provisto de una cubierta que, según imagina Mordecai, contiene bombas, filtros, conductos de caldeos, sustancias químicas esterilizantes, humidificadores y otros equipos. En el otro extremo, hay una serie de gradas de color azul verdoso, dispuestas en forma de torre, en donde están ubicados los elementos complementarios. Todo este conjunto de aparatos ocupa una extensión de aproximadamente treinta metros. En el fondo se alcanza a ver la unidad motriz, de color ladrillo, aparatos de medición, un autoclave, un bisturí láser, la consola de anestesia, una cámara adosada a un brazo metálico y pantallas monitores, que permiten a los médicos seguir paso a paso, todo lo que se lleva a cabo en la burbuja.

Todo este material desconcierta a Mordecai. Sin embargo, tío es necesario que sepa la función que cumple cada uno de estos aparatos, ya que no será él quien lleve a cabo la intervención quirúrgica propiamente dicha: su función es actuar como parte del equipa complementario, porque con su capacidad para monitorear, evaluar y transmitir minuto a minuto, los cambios fisiológicos que se producen en el organismo de Genghis Mao, hace las veces de una supercomputadora, mucho más útil y perceptiva que cualquier aparato médico… Los demás aparatos, desde luego, controlarán también el estado del Khan (la redundancia es nuestro principal sendero…), pero Sadrac, que se mantendrá junto a Warhaftig, recibiendo información directa de los procesos fisiológicos del presidente, podrá captar los mensajes y asesorar al cirujano con una inteligencia intuitiva y deductiva que ninguna máquina posee. Sadrac no se siente en absoluto disminuido u ofendido por cumplir el papel de una supercomputadora, ya que esa es, precisamente, la función que se le ha asignado.

La camilla se dirige zigzagueando hacia la, unidad quirúrgica y se ubica junto a la mesa de operaciones. Los brazos mecánicos de metal brillante adosados a la mesa, semejantes a los de un pulpo, comienzan a desplegarse a la manera de un telescopio, abrazan a Genghis Mao, lo levantan y lo depositan sobre la mesa. La camilla, cumplida su función, se retira. Mordecai, Warhaftig y los dos ayudantes, perfectamente esterilizados y envueltos en camisolines, entran a la burbuja aséptica. La puerta se cierra detrás de ellos, y no volverá a abrirse hasta tanto la operación no haya concluido. Se escucha un silbido: son los purificadores de aire, que están eliminando las impurezas de la atmósfera, para crear así el medio ambiente propicio para la operación.

A pesar, de la boca abierta y posición horizontal, Genghis Mao está inquieto, ansioso, anonado y alerta, sin perder detalle de todos los preparativos. Los ayudantes descubren el torso pequeño y macizo del presidente —el cuerpo de Genghis Mao es de estructura lituana, pero musculosa, con escaso tejido adiposo y poco vello; las cicatrices de las operaciones anteriores, apenas perceptibles, se entrecruzan en su piel amarillenta— y comienzan la complicada tarea de conectar los terminales de los monitores. Warhaftig palpa concentrado el abdomen del Khan y regula el filo del bisturí láser. El anestesista, que desempeña sus funciones fuera de la burbuja, determina las combinaciones de acupuntura preliminar en su tablero.

—Conecte la perfusión, Mordecai —indica Warhaftig meditabundo. A Sadrac le alegra tener algo que hacer.

Genghis Mao tendrá que pasar unas horas sin hígado, por lo tanto es necesario utilizar un hígado artificial para mantenerlo durante la operación. A pesar de que ya hace más de cincuenta años que se desarrolla la tecnología de transplante de órganos, todavía no se ha logrado crear un hígado artificial que funcione a la perfección. El aparato cúbico utilizado por Warhaftig es un compuesto mecano-orgánico: caños, tubos bombas y filtros de electrodiálisis mantienen purificada la sangre del paciente, pero, las funciones bioquímicas básicas del hígado, debido a que hasta el momento ha sido imposible crear un duplicado mecánico, son desempeñadas por el hígado de un perro, sumergido en una solución fisiológica caliente en el centro del aparato. Mordecai introduce hábilmente dos agujas en el brazo de Genghis Mao, una canaliza una vena y otra una arteria. Esta última parece encontrar resistencia, lo cual hace dudar a Sadrac. El presidente hace un guiño: esto es, una vieja historia para él.

—Adelante —murmura—, estoy bien.

Mordecai le hace un gesto al asistente, indicando que la conexión está lista. Casi instantáneamente, la sangre del presidente llega a las bobinas de diálisis, atraviesa el hígado canino y regresa al cuerpo del Khan. Sadrac controla constante y cuidadosamente la información telemetrada que recibe desde el interior de Genghis Mao: perfecto, perfecto, todo perfecto.

—Inmunosupresores —ordena Warhaftig.

Durante las ultimas semanas anteriores a la operación el Khan debió ingerir, siguiendo las indicaciones de Mordecai, drogas antimetabólicas, aumentando gradualmente la dosis, para disminuir la inmunidad, de manera que no se produzca el rechazo. La estructura antigénica del Khan está tan debilitada que la posibilidad de rechazo es mínima. Además no se correrá ningún riesgo, ya que, en este momento, Genghis Mao está recibiendo la última dosis de sustancias antimetabólicas y corticosteroides, y un ayudante activa un nódulo que irradiará la sangre que atraviesa el hígado sustituto, de manera de destruir los linfocitos que inducen al rechazo. ¡La redundancia, la redundancia, siempre la redundancia! El corazón del Khan late con fuerza. Sadrac percibe que todo funciona a ritmo normal: la presión sanguínea el pulso, la temperatura, el ritmo peristáltico, la dilatación de las pupilas, los reflejos musculares, el tono muscular.

—Anestesia —dice Warhaftig.

El anestesista, que está ubicado en el otro extremo de la sala frente al tablero de un intrincado instrumento, mucho más complicado que un sintetizador de conciertos, se prepara para comenzar su actuación. Con sólo una sutil pulsación, las brillantes garras retráctiles de la mesa de operaciones comienzan a desplegarse y quedan suspendidas sobre el cuerpo del presidente. Activadas a control remoto por el anestesista, buscan los puntos de acupuntura, tanteando con pequeños impulsos sónicos hasta que localizan los conductos de energía neural. El anestesista, conforme con la ubicación de sus dedos metálicos, activa los generadores ultrasónicos, y los dedos, suspendidos sobre la mesa de operaciones, emiten rayos de fuerza sónica que atraviesan el cuerpo, relajado e inmóvil del Khan… Para anestesiar a Genghis Mao, no es necesario utilizar agujas de acupuntura: sólo basta un flujo laminar de sonido de alta frecuencia que canalice los meridianos de acupuntura. Warhaftig controla las reacciones del Khan utilizando electrodos epidérmicos, coteja con el anestesista, vuelve a controlar, le pide información a Mordecai, controla nuevamente, esta vez con más detalles, para comprobar, finalmente, que no hay reacciones de dolor por parte de Genghis Mao.

Los dedos de acero del equipo de sonicupuntura resplandecen en la luz intensa del quirófano; rodean al Khan de manera tal que tienen un aspecto de anténulas, aguijones u oviscaptos encrispados. La sonicupuntura es el método anestésico elegido por el cirujano y por el paciente, ya que Genghis Mao nunca permite que se le administre anestesia general (la pérdida de la conciencia se parece mucho a la muerte), y Warhaftig no aprueba el uso de anestésicos químicos, ya tengan efecto general o local. Sadrac comprueba que el Khan va perdiendo gradualmente la sensibilidad, a pesar de su vivacidad aterradora y de que aún está consciente. Finalmente, Warhaftig y el anestesista dan por concluido el proceso.

—Ya comenzamos —anuncia el cirujano.

Todos los aparatos quirúrgicos y el sistema de mantenimiento comienzan a funcionar al mismo tiempo. Se produce una baja de tensión, y Mordecai se imagina a la Torre vibrando por la repentina demanda de energía. A la izquierda de la mesa de operaciones está la máquina de percusión, que bombea constantemente la sangre del cuerpo de. Genghis Mao para filtrarla a través de las bobinas de diálisis. A la derecha aguarda el nuevo hígado, sumergido en una solución fisiológica caliente, para mantenerlo a la temperatura del cuerpo, ya que desde que fue extraído del cuerpo donante, estuvo conservado en una solución salina congelada. Warhaftig controla por última vez el bisturí láser, oprime con su dedo largo y delgado la perilla de control, y el bisturí, entonces, emite un hilo de luz púrpura que imprime una delgada incisión roja en el abdomen de Genghis Mao, quien esta completamente inmóvil. El cirujano echa una mirada a Sadrac, que dice:

—Todos los sistemas funcionan a la perfección. Siga adelante.

Warhaftig profundiza hábilmente los cortes, al tiempo que los radares registran los estratos epidérmicos hasta el nivel celular, de manera que en el momento de volver a cerrar la cavidad abdominal, las uniones sean perfectas. Los retractores de acero se ubican automáticamente de manera tal que sujetan los laterales del torso de Genghis Mao para evitar que la incisión se abra. El Khan observa fascinado las primeras etapas, pero a medida que los órganos internos se hacen visibles, vuelve la cabeza y fija la mirada en el techo abovedado. Es probable que sus vísceras lo asusten o le repugnen, piensa Mordecai, pero más probable aun es que, después de tantas operaciones, sus órganos sencillamente lo aburran.

El hígado enfermo, pesado, fofo y negruzco ya está a la vista. Los dedos de Warhaftig, pinzas infalibles, sujetan las arterias y venas conectadas a la glándula. El escalpelo láser emite destellos agresivos que separan la vena portal, la arteria hepática, la vena cava inferior, el ligamento teres y el conducto biliar.

—Listo —murmura, al tiempo que extrae del abdomen el tercer hígado de Genghis Mao, que más tarde será sometido a la biopsia. El reemplazante, grande, voluminoso y sano, espera en un cofre de cristal.

El cirujano y su equipo se disponen a cumplir la etapa más difícil de la operación, cualquier médico es capaz de hacer una incisión, pero sólo un artista es capaz de realizar una sutura perfecta. Warhaftig une los tejidos con un soldador laser, vuelve a conectar las arterias, venas y conducto biliar al nuevo hígado. Está tranquilo, no muestra señales de fatiga. Genghis Mao, en cambio está decaído, casi en estado comatoso, boquiabierto, la mirada perdida, pero no hay por qué alarmarse: Mordecai entiende esa reacción, ya que no es la primera vez que observa al Khan en este estado. No es una señal de agotamiento ni de shock, sino una especie de ejercicio yoga por medio del cual el presidente aísla su mente de esta operación aburrida e interminable. Warhaftig, que no deja de trabajar, ya ha instalado el nuevo hígado. El pulso del Khan acelera su ritmo; es necesario tomar medidas para solucionarlo, pero no hay que preocuparse porque eso es lo que se esperaba. Warhaftig une meticulosamente el peritoneo, los estratos musculares, la dermis y epidermis, contando con la ayuda, en esta etapa, de la computadora que le suministra los datos de estratificación que ha recopilado cuando se hacía la incisión. Finalmente cierra la pared abdominal: la sutura es perfecta, apenas quedará una cicatriz. El cirujano, tranquilo y satisfecho, se retira, paró dar lugar a asistentes de menor importancia. La operación ha durado exactamente cinco horas. Mordecai se inclina sobre el presidente para examinar su rostro. Aparentemente está durmiendo, ya que los músculos faciales están relajados y los ojos inmóviles y el pecho muestra movimientos respiratorios, elevándose a intervalos regulares; pero no, no, la sombra de Sadrac parece registrarse en la conciencia del Khan, quien, abriendo el ojo izquierdo hace el guiño característico e inconfundible; en sus labios se dibuja una sonrisa gélida:

—Y bien, un hígado más —dice Genghis Mao con voz clara y firme.

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