CAPÍTULO 16

Sadrac está solo en su oficina, reflexionando entre sus reliquias médicas, y sus libros y sus valiosos instrumentos y el fragmento de aorta que acaba de embotellar. Todo esto le inspira seguridad y cómoda protección. La alarma causada por la noticia de Avatar ya se disipará. Después de todo, el Khan es conservador: cualquiera sea la tentación que lo impulsa a alojarse en el marco joven, fuerte y vital de Sadrac, Genghis Mao se aferrará, mientras pueda, a su cuerpo mogol, a su bien amada y vigorosa figura llena de remiendos. Y en los próximos meses, o tal vez años, Sadrac tratará de lograr que la fantasía del Khan se aleje por completo del Proyecto Avatar y se concentre en el Proyecto Talos, lo cual supone truncar las investigaciones de Nikki Crowfoot, pero Mordecai, que ya ha reflexionado mucho sobre el tema, no se siente culpable por su actitud.

Sadrac coloca la aorta en un lugar destacado de su biblioteca. Con el pasar de los siglos, tal vez se transforme en un objeto sagrado, conservado en un relicario de platino y marfil; y los serviles adoradores cantaran las gracias al gran Sadrac Mordecai por haber salvado este trozo de carne divina para la posteridad. ¿Quién sabe? Hay una historia apócrifa según la cual los órganos originales de Genghis Mao están preservados bajo tierra en un laberinto secreto, conservados en frío o quizás en vivo, con el fin de utilizarlos, eventualmente para hacer una reproducción asexual del Khan. Sadrac, sin embargo, duda de que eso sea cierto, ya que si el Khan tuviera verdadero interés en ser reproducido asexualmente, se habrían reunido sumas presupuestarias para financiar la investigación pie tejidos, y, según lo que Sadrac sabe, no se han tomado medidas a ese respecto. O, probablemente, se habrían creado duplicados de Genghis Mao conservados, en perfectas condiciones genéticas, dentro de receptáculos contenidos en tanques de suspensión, esperando que se les dé vida.

Muchas veces, Mordecai pensó en escribir una monografía científica sobre su paciente, una biografía médica de Genghis Mao, un informe completo de los miles de transplantes e implantaciones, de la infinidad de malabarismos quirúrgicos que son responsables de la longevidad del Khan y tal vez de su vitalidad aterradora. Ninguna de las obras de la bibliografía médica universal sería comparable a ésta, ni aun el estudio de Beaumont sobre el aparato digestivo de Alexis St. Martin, ni el de Lord Maron sobre Churchill. ¿Acaso hubo alguna vez dedicación médica tan constante y duradera, concentrada en un único propósito, el de mantener. vivo y sano a un ser humano? Lo que se ha logrado hasta el momento está ya a la vera del milagro, pero los verdaderos milagros ocurrirán en el futuro, a medida que Genghis Mao, para quien los años no pasan, siga viviendo, eternamente renovado, hasta llegar a cumplir cien años, ciento diez, ciento veinte…

Sin embargo, hay otra idea que lo atrae aún más a Sadrac: la de no sólo escribir un estudio médico, sino también un relato completo de la vida de Genghis Mao. No existe una biografía del presidente, sólo hay panfletos publicitarios muy generales que no proporcionan detalles de la vida del Khan sino simples enumeraciones de sus logros políticos y otros eventos externos. Es como si Genghis Mao sintiera una especie de temor supersticioso de que su alma quede capturada en el papel. De ahí que el vehemente capricho de Sadrac sea fijar al Khan en palabras, perpetuarlo con magia literaria. Es una manera de dominar al hombre más poderoso del mundo, aunque más no sea de un modo metafórico.

El problema es que no hay fuentes disponibles de donde obtener material. Los bancos de computación de Ulan Bator están atestados de información acerca de la vida privada de todos los seres vivos, menos de Genghis Mao. Basta oprimir el botón correspondiente para obtener el relato de todos los sucesos que se deseen, excepto sucesos de la vida de Genghis Mao, que nadie ha llegado a conocer y que, probablemente, nunca se lleguen a conocer. Sólo se tiene información de sus actuaciones públicas más significativas y elementales, de su proclamación de la filosofía de la depolarización centrípeta, de la fundación del CRP, y de su nombramiento para el cargo de la presidencia. El resto sigue siendo un secreto oculto en la oscuridad. ¿Cuándo nació? ¿En qué lejano pueblo? ¿Cómo fue su infancia? ¿Qué ambicionaba cuando niño? ¿Cuál era su nombre verdadero, en la época de la antigua República Popular, antes de autoproclamarse Genghis Mao? ¿Cual fue su labor en los primeros años de su carrera? ¿Qué clase de educación recibió? ¿Viajó alguna vez al extranjero? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos…? Si, ésa es una buena pregunta… ¿Hay, acaso, en algún lugar de Mongolia, hombres o mujeres de mediana edad, que son, de hecho, hijos naturales de Genghis Mao? Y si los hay, ¿saben quién es su padre? Nadie es capaz de responder a todas estas preguntas, a no ser con el escaso fundamento, de lo que han oído decir, o basándose en historias apócrifas o leyendas. Genghis Mao ha ocultado su pasado con tanto recelo, que el éxito rotundo de ese intento de reserva absoluta evidencia una suerte de locura.

¿Pero hay, acaso, alguien en el mundo que desee realmente borrar todo rastro de su vida privada? Dicen que los criminales se sienten de alguna manera impulsados a regresar al lugar del crimen. Es posible que aquellos que se empeñan en mantenerse a las sombras del misterio tiendan, para fines históricos, a revelar sus propios enigmas en un relato secreto de lo que han tratado de ocultar durante toda su vida. ¿Habrá entonces un lugar en el que Genghis Mao conserve una crónica secreta de todo lo que sus. súbditos ignoran? Un diario, por ejemplo, un diario íntimo que revele la esencia del alma enmascarada de Genghis Mao. En la fantasía de Sadrac se refleja su imagen frente a ese documento oculto en algún recóndito y pequeñísimo ángulo del banco de memoria de una computadora, en el que se refleja la esencia viva y veraz de la vida de Genghis Mao, sus confesiones, sus memorias al descubierto. De ellas, el leal doctor Sadrac Mordecai elaborará la primera y única narración verdadera del hombre siniestro y extraño que vino a dominar a la civilización agonizante en los comienzos del siglo XXI.

Pero no, ese diario no existe. Sólo los ladrones y delincuentes comunes pondrían en peligro su seguridad por un mero impulso. Sadrac conoce muy bien a Genghis Mao como para ser consciente de que si el Khan quiere mantener su vida en secreto, se cuidará muy bien de no sellarla en memorias que podrían caer en manos de extraños. La vida privada de Genghis Mao es tan enigmática como su vida pública: una caja vacía dentro de otra caja vacía. Pero a Sadrac no le importa. La fantasía lo nombra autor de la biografía del Khan, y, por lo tanto, perpetuará las memorias del. presidente, inventando las fuentes que Genghis Mao omitió proporcionar. Sadrac da rienda suelta a su imaginación y, del crisol de su cerebro palpitante, brotan las palabras que darán forma al diario del Khan.


11 de noviembre de 2010

Hoy es mi cumpleaños. Hoy Genghis Mao cumple ochenta y cinco años. No. No. Genghis Mao tiene… ¿qué… veinte años? Sí, aproximadamente. Es Dashiyin Choijamste quien cumple ochenta y cinco años. Dashiyin Choijamste, que vive en mi interior como un mellizo del alma. ¿Quién recuerda a aquel bebé, pequeñito y rozagante, en brazos de su padre? Ya han pasado tantos años. Fue una noche de invierno de 1925, en el pueblo de Dalan-Dzadagad, al Sur del Gobi. DalanDzadagad, donde estuve por última vez hace quince años. Mi pueblo natal; pero, ¿quién lo sabe? ¿Quién sabe algo de mi pasado? Yo lo sé. Hoy Dashiyin Choijamste cumple ochenta y cinco años. ¿Cuántos de los que nacieron el 11 de noviembre de 1925 están aún con vida? No muchos, no. Y los que quedan son decrépitos vejestorios. Yo, en cambio estoy en la flor de la vida. Yo, Dashiyin Choijamste, hijo de Yumzhaghiyin Choyamste, director de la estación experimental para la cría de camellos en Bogdo-Goom. Yo, Genghis Mao, me siento fuerte, sí, tengo ochenta y cinco años y me siento vigoroso. No todo es a causa de los transplantes, no: es la herencia, la sangre tártara. No olvides que cuando estalló la Guerra del Virus tenías casi setenta años y, sin embargo no eras viejo, estabas lleno de vigor, no te faltaba ningún diente, tenías el cabello negro azabache y caminabas veinte kilómetros por semana. Todavía no te habían hecho ningún transplante. Todavía eras Dashiyin Choijamste. ¡Qué extrañas suenan esas sílabas, aunque así te llamaste más de seis décadas! Sobreviví la Guerra del Virus sin que me atacara la podredumbre. Todos se desplomaban a mi alrededor. Náuseas por doquier. Los transplantes llegaron más tarde, mucho más tarde, con el tiempo. Llegaron después del poder. El poder. He alcanzado el más encumbrado de los poderes. Y ahora, sabios médicos apuntalan mi vigor.

Podría vivir muchísimos años más.

¿Y mi infancia? ¿Qué recuerdo de mi infancia? ¡Cuánta nieve se acumula en ochenta y cinco años! Me parece ver la cara de mi padre, delgada como la mía, cejas espesas, pómulos salientes. Yumzhaghiyin Choijamste de la estación experimental para la cría de camellos en Bogdo-Goom, más tarde Héroe de la Orden de Lenin. Herido en la batalla de Khalkhin Gol en 1948, luego nombrado secretario del Departamento de Agricultura… Ves, padre, cómo recuerdo. ¡Recuerdo todo! El padre de Genghis Mao murió en 1948 en una colisión aérea, entre Moscú y Ulan Bator, de regreso a su hogar después de haber asistido a una conferencia sobre trigo. Estos malditos aviones soviéticos, siempre con accidentes. ¿O era un jet? Hace tanto tiempo… Para ese entonces ya había jets. ¿No es así? Los Ilyushins, los Tupolevs. Podría buscarlo. Ya hace sesenta y dos años que está muerto, Yumzhaghiyin Choijamste. Los niños que nacieron la noche de tu accidente ya son ancianos. Y yo; padre, todavía estoy aquí. Yo soy Genghis Mao. Te recuerdo en la estación experimental. Yo estoy de pie en la nieve y mi padre está a mi lado, tirando de las vendas del camello, que se eleva por encima de mí como una montaña, la cara larga y rústica, los labios de goma, una mirada dulce y opaca que expresa una suerte de desprecio. El camello se inclina hacia mí y desliza su enorme lengua por mis mejillas y mis labios. ¡Un beso! Huelo su aliento agrio, escucho la risa de mi padre, que me toma entre sus brazos y me aprieta con todas sus fuerzas. ¡Qué enorme que es! Más grande que el camello, para mí. Yo tengo tres o cuatro años. ¿Y mi madre. Mi madre? No llegué a conocerla. Murió cuando yo era un bebé, atropellada por una manada de yacs, durante una tormenta de nieve. Me he olvidado hasta de tu nombre, madre. Podría buscarlo, ¿pero dónde… dónde…?


Sadrac se detiene, piensa, reflexiona. ¿Es plausible? ¿Tiene coherencia interna? El tono está bien, ¿pero qué pasa con los hechos? Sadrac probará distintas maneras: tal vez cambiando los detalles mas significativos, logre algunas diferencias. Veamos…


17 de octubre de 2012.

Hoy es mi cumpleaños. Genghis Mao cumple noventa y dos años, aunque se dice oficialmente que tengo sólo ochenta y siete. Por otra parte, hay algunos que creen que tengo más de cien años, lo cual supone que nací en 1905, aproximadamente. ¿Acaso son capaces de creer semejante cosa? ¿Ya no es bastante con haber nacido en 1920? Wilson, Clemenceau, Henry Ford, el General Pershing, Lloyd George, Lenin, Trotsky, Sukhe Bator… todos hombres de mi época. Y yo estoy vivo aún, en el año 2012 d. C. Yo, ex Namsan Gombojab, nacido en Sain-Shanda, hijo menor del pastor Khorloghiyin Gombojab, quien…


No. No tiene mucha importancia cambiar los detalles. Que su nombre original sea Choijamste, Gombojab, Ochirbal, que haya nacido en 1925, 1920, 1915; que haya desempeñado su carrera en el Ministerio de Defensa, en el Departamento de Redistribución Agraria, en la Administración de Telecomunicaciones, lo mismo da. Por más ornamentos y detalles que agregues, Sadrac, no habrá diferencia. Las pautas esenciales del alma de Genghis Mao son mucho más profundas y significativas, y tu tema, Sadrac, son las percepciones del Khan, su forma de mirar el mundo, no los datos triviales de época y lugar.


14 de mayo de 2012

Han transcurrido sólo dos horas desde que concluyó el transplante de hígado, y he aquí a Genghis Mao, viejo y curtido, aún con vida, sí, y por muchos años más. Está alerta, lúcido, desbordante de energía. Estoy orgulloso de él, de su vitalidad inagotable, de su inacabable capacidad de recuperación. ¡Salud, Genghis Mao! ¡Ah! Siento dolores en el abdomen, pero ésa no es razón para quejarse: el dolor es la señal de que vivimos, de que sentimos, de que respondemos a los estímulos. La pesadez provocada por los trastornos del hígado anterior ya está desapareciendo. Siento que mi organismo se purifica. Es como si estuviera a dos metros de altura, flotando sobre la cama, revoloteando sobre la espléndida maquinaria que nutre mi figura con líquidos curativos. ¡Qué bello es el dolor, ese latido silencioso, bum, bum, bum, una campana que repica en el interior del anciano Genghis Mao, impulsándolo a vivir muchos años! ¡Diez mil años para el Emperador! Mis sabios médicos han triunfado una vez más. Warhaftig, Mordecai.

Mis médicos. Warhaftig no es más que una máquina. Me aburre, pero es perfecto. Me encanta ver cómo sus manos desaparecen en el hueco de mi vientre y luego vuelven a aparecer, retirando el bulto enfermo, rojo y blando, para desecharlo a un costado y luego reemplazarlo por un órgano nuevo. Warhaftig nunca falla pero es feo, con esa nariz plana, esos labios caídos. Tiene la piel blanca, enfermiza y mortecina. Un genio, pero feo y aburrido, tan sólo una máquina. Me pregunto si Warhaftig habrá sido joven alguna vez. ¿Escondido detrás de un arbusto, espiando a una mujer desnuda que se está bañando en un arroyo? No, es incapaz de hacerlo. ¿Riendo, revolcándose en el pasto? ¿Warhaftig? Nunca.

Sadrac es más interesante. Estilizado, inteligente, el cuerpo bello y fuerte, la mente fresca y clara. Su presencia deleita la mirada. La piel negra. La primera vez que vi un negro tenía cuarenta aros. Fue una delegación de Guinea que había venido a visitar el departamento a mi cargo. Recuerdo sus caras brillosas, casi púrpuras, sus cabelleras espesas y onduladas, sus vestiduras tribales. Los ojos eran blancos, resplandecientes, las palmas rosadas como las de los gorilas, las voces graves y extrañas, extrañas. Hablaban francés. Sadrac es distinto a aquellos africanos, sólo comparten esa especie de inteligencia seria y perspicaz. Sadrac es marrón, no es negro, es muy alto, muy— americano, no hay vestigios de selva en su figura. Me habla como a un niño, como a un bebé travieso. Siempre preocupado por mi salud. Es consciente, formal, dedicado a su profesión, ingenuo. Es demasiado cuerdo para vivir entre todos nosotros. Le falta… ¿qué es lo que le falta? Oscuridad. Pero, ¿puede faltarle oscuridad a Sadrac? Sí. Oscuridad interior es lo que le falta: en su alma no habitan los demonios. Tal vez lo esté subestimando. Los demonios habitan, seguramente en todas las almas, aun en la del robot Warhaftig, aun en la del sereno y alegre Sadrac Mordecai. Es muy joven y eso me gusta. Es, por lo menos cincuenta años menor que yo, y, sin embargo somos contemporáneos, somos dos individuos del momento actual y hasta hace relativamente poco, nadie nos conocía, ni a él ni a mí, a pesar de que yo esperé mucho tiempo para llegar a ser lo que soy, y él, tan joven, ya ha realizado su ideal. Su sonrisa es sincera. No hay cinismo en su persona, hasta el momento. A pesar de haber vivido la Guerra del Virus y todos los acontecimientos desagradables que la sucedieron, Sadrac es tranquilo, tiene fe en el futuro, su único deseo es curara— los enfermos. No dudaría en curar ni aún a los que esclavizaron a sus antepasados. Yo, en cambio, me vengaría mil veces de los opresores. Lo que sucede es que yo soy tártaro de naturaleza, y los tártaros somos feroces, somos los lobos del Gobi, mientras que él es hijo de apacibles campesinos. Todas— las mañanas va al Vector de Vigilancia Uno y se detiene a contemplar al mundo inmerso en la podredumbre. No sé lo que piensa. Yo lo miro mientras mira, y veo su rostro delgado y expresivo, sus ojos tristes y sagaces. Sé que las imágenes lo lastiman. Es un hombre compasivo, infantil. No es un santo, pero lleva la esencia de los mártires en su persona.


23 de enero de 2012

Reunión plenaria del Comité. Horthy, Labile, lonigylakis, Eyuboglu, Lapostolle, Farinosa, Parlator, Blount. Los burócratas más destacados. Moscardones, moscardones, moscardones, y yo los escucho, sin escucharlos. Son máquinas. El Comité mismo es una máquina que yo construí, un mecanismo frágil e inútil, como un reloj sin agujas. Cuando yo me muera, si me muero, el día que me muera el Comité se derrumbará. Hoy deje que Mangú presidiera la sesión. Poco a poco hago que se acostumbre a la responsabilidad y a la sombra de autoridad que nunca tendrá. Está fascinado con esta multitud de burócratas aburridos, estos apparatchiks, como un niño que, fascinado por el zumbido de moscas que revolotean en el estiércol, no se fija en el estiércol. ¿Era esto lo que yo tenía en mente cuando tomé las riendas del mundo, que iba a crear un Comité Revolucionario Permanente de moscas revoloteando en el estiércol? ¡Revolucionarios! Lapostolle duerme; Farinosa se retuerce esa larga nariz y no piensa en otra cosa que Karakorum; el estómago de lonigylakis retumba en burbujeos. Debería haber nombrado a más mogoles como miembros del Comité: estos extranjeros blancos no tienen dinamismo. Pero necesito a los mogoles en otra parte. No querría que se transformaran en moscardones. ¡Roncan, roncan, roncan! Hoy ha vuelto a nevar. Podría escaparme de la reunión del Comité, salir del edificio sin que nadie me vea, y encontrarme con la nieve, recostarme en ella, rodar, embriagar el aire con copos blancos. Cabalgar toda la noche, sin montura; dejar que las herraduras se hundan silenciosas en la blancura, hombre y bestia atravesando la estepa sin pausa, un mendrugo para mí, una bota de piel de cabra llena de airag para beber en el camino… Yo, que soy un anciano, seguiré siendo. joven por siempre jamás. ¡Y ellos, ellos son viejos! Pero, seguramente, Sadrac me prohibiría salir. Yo gobierno al mundo, y él me gobierna a mí. ¿Y si insisto? ¿Acaso tengo que soportar a esos moscardones, cuando el Gobi está cubierto de nieve fresca? Podrá reemplazar un riñón dañado. Sí, eso es lo que le diré. O no costará nada curar la nariz congelada dé un anciano. Sí. Sí. Iré. Debo escapar de este aburrimiento.

¿Era esto lo que tenía en mente cuanto tomé las riendas?

¿Qué era lo que tenía en mente? ¿Acaso tenía algo en mente además de la idea de que todo se esta desintegrando y de que era mi labor evitar que el mundo desapareciera por completos Creo que eso fue lo único que pensé. El mundo esta sumergido en el caos. ¡Cómo aborrezco el desorden! Todo era confusión, todo estaba alterado: muerte de pueblos y naciones; malones de hombres descontrolados que se arrastraban por el mundo, la simplicidad había desaparecido de la Tierra. Amo la simplicidad, una estructura sencilla y organizada, armónica y satisfactoria, una nación, un gobierno, un código de leyes, todo unificado hacia un horizonte. Yo tenía setenta y tres años, y desbordaba de vigor; el mundo tenía millones de años, y estaba consumido por el agotamiento. Yo no podía soportar el caos. Pienso que todos aquellos que llegaron a gobernar el mundo no lo hicieron porque amaban el poder, sino porque odiaban el caos. Napoleón, Atila, Alejandro Magno, el gran Genghis, y aun Hitler, ese pobre demente, deseaban la sencillez, la simplicidad, tenían visión de! orden; sí, y la única manera de lograr ese orden era imponerse sobre el mundo. Eso es lo que hice yo. Claro que, finalmente, la mayoría de ellos empeoró el caos que querían eliminar y tuvieron que eliminarse a ellos mismos. Hitler, por ejemplo. Yo no cometí ese error. Lucho en contra de la entropía, me ofrezco, ofrezco a Genghis II Mao IV Khan como el símbolo de la unificación, el centro de la energía mundial, el cristal de la simplicidad. Pero, ¡oh Padre Genghis, estas sesiones plenarias, estos moscardones revoloteando en el estiércol! Padre Genghis, ¿tuviste alguna vez a un Horthy que te sermoneara? ¿Tuviste que aguantar a un Parlaton o. a un Blunt, mientras soñabas en un caballo veloz y en la brisa helada? ¡Oh! ¡Oh! ¿Fue para esto queme hice cargo del caos de un mundo putrefacto que se hacía pedazos?


Sadrac se pone de pie. Ya es hora de terminar con esta fantasía y disponerse a cumplir con las responsabilidades y obligaciones. Tiene que redactar algunos informes y supervisar proyectos: por empezar, debe actualizar la historia clínica de Genghis Mao con un relato conciso del transplante de aorta de hoy, lo que significa cotejar una serie de textos impresos y seleccionar, de esa información fragmentaria y no elaborada, los puntos significativos de un esquema médico eficaz. Muy bien. Oprime las teclas correspondientes para obtener los detalles de la operación de esta mañana, pero no puede concentrarse en su tarea:. la voz de Genghis Mao invade su mente como en sueños, dictándole jirones extraviados de memorias imaginarias:


27 de mayo de 1998

Esta mañana, el gobierno de la República Popular ha quedado acéfalo, y pienso que en muy pocas horas se derrumbará por completo. Shirendyb el quinto primer ministro en las últimas seis semanas, ha muerto anoche de descomposición orgánica. Ya no queda nadie en el politburó; el presidium está totalmente destruido. Las calles de Ulan Bator están atestadas de gente, un torrente lento y constante de carretas tiradas por bueyes y carros en condiciones deplorables que, en, busca de asilo, se dirigen a… ¿a dónde? En todas partes es lo mismo. Esto es el fin, la muerte de nuestra sociedad. Hace sólo diez años pensaba que el cambio radical era imposible. Luego estalló el volcán, reinó el terror, las rebeliones, la Guerra del Virus, la descomposición orgánica, y tres mil millones de seres humanos han muerto, y las instituciones se derrumban como enormes edificios endebles en un terremoto. No me iré de Ulan Bator. Creo que por fin me ha llegado el momento, pero el gobierno que proclamaré no se llamará república popular.


16 de noviembre de 2008

Para celebrar el décimo aniversario de mi reincido, viajé a Karakorum y presidí la inauguración del nuevo complejo recreativo. Me invitaron a participar de los entretenimientos que llaman "muerte onírica" y "transtemporalismo". Elegí la muerte onírica. La irresistible fascinación de lo mórbido, especialmente, la ilusión de lo mórbido. El rito se lleva a cabo en una tienda repleta de motivos seudoegipcios. Antiguos dioses monstruos suspendidos como gárgolas. Me parecía sentir el olor al barro del Nilo, y el zumbido de las moscas en el aire. Sirvientes enmascarados, luces brillantes. Se deshacían por atenderme. Yo era el único visitante que estaba allí, desde luego. Dejé que me hipnotizaran custodiado por un cuerpo de selectos guardias de seguridad. La sensación de la muerte. La idea es convincente. (¿Quién de nosotros, los vivos, sabe cómo es?) Después un sueño. Pero el mundo que vi en el sueño es el mismo mundo que veo cuando estoy despierto. Me prometieron ilusiones y fantasías surrealistas. No vi nada de eso. ¿Acaso me engañaron? ¿O es que tienen miedo de dejar que Genghis Mao experimente la verdadera sensación?


4 de junio de 2010

Hoy inició sus actividades el nuevo médico Sadrac Mordecai, un nombre extraño. Americano, inteligente, formal. Me tiene terror, pero ya se le pasará. ¡Está tan tenso cuando está conmigo! Se ha especializado en gerontología, y durante varios anos fue miembro del personal del Proyecto Fénix. Esta mañana le dije: "Usted y yo haremos un, pacto. Usted cuida de mi salud, y yo de la suya. ¿Qué le parece? "Sonrió, pero su sonrisa transparentaba una especie de turbación. Tal vez fui algo torpe.


Sadrac logra de alguna manera concluir la actualización de la historia clínica y comienza con la próxima tarea que consiste en la lectura del informe del proyecto a cargo de Irayne Sarafrazi. No hay nada nuevo: Fénix continúa desvirtuado por los problemas del deterioro de las células cerebrales y, como lo había previsto Sadrac, hay muy pocas esperanzas de obtener resultados satisfactorios. De todas maneras, debe leer el informe y pensar en alguna observación alentadora. La voz solapada, sin embargo, continúa retumbando en su cabeza, y lo distrae con arranques de fantasía. Sadrac sigue trabajando con tenaz perseverancia, tratando de ignorar la estática mental.


15 de mayo de 2012

¡Una noticia horrorosa! Asesinaron a Mangú. Horthy irrumpe en mi habitación, y, entre gritos histéricos, me dicte algo de cuerpos que caían en el vacío. ¿Cómo es posible? Entraron en el dormitorio de Mangú sin que nadie los advirtiera, lo llevaron a la ventana y… ¡abajo! ¡Oh, qué amargura, qué terrible! ¿Qué haré ahora? Han frustrado el plan que tenía preparado para Mangú. Sadrac me dice que el Proyecto Fénix está obstaculizado por problemas biológicos, probablemente para siempre. El Proyecto Talos avanza con lentitud, y, en realidad, nunca me gustó la idea de Talos. El único recurso, por lo tanto, es Avatar, y Avatar sin Mangú…

Ya sé. Utilizaré a Sadrac. Bella figura… Me sentiré feliz en ella. Y negra. Una novedad. Debo experimentar todas las variedades de las razas humanas. Tal vez, cuando el cuerpo de Sadrac envejezca, me traslade a un cuerpo blanco… ¿por qué no al de una mujer… o al de un gigante… o un enano…? Hay muchas posibilidades.

Sadrac ha sido un compañero agradable y un muy buen médico. Pero hay otros médicos, y la compañía cada vez me interesa menos. Quizá me sienta culpable por destruirlo, pero sólo por un rato, por un día tal vez, o por dos. Debo superar esos sentimientos.


16 de mayo de 2012

Sigo pensando en la elección de Sadrac como reemplazante de Mangú. No puedo evitar los remordimientos. ¿Pero por qué? No es mi intención asesinarlo, sino ennoblecerlo, transformando su cuerpo en portador de inmenso poder. Sé que él podría decirme que, si bien lo que me propongo hacer no es un asesinato, en el cabal sentido de la palabra, es una forma de esclavitud, y su raza ya ha tenido que soportar muchos años de esclavitud. Pero Sadrac no es uno de sus antepasados, y además, la Guerra del Virus ha saldado la vieja deuda, destruyendo a esclavos y patrones sin discriminación, matando a generales y a niños. Los que siguieron viviendo después de la guerra, lo han hecho en calidad de sobrevivientes, nada más, individuos sin pasado, liberados a un nuevo sistema de cosas en el que la historia nace fresca y virgen cada día. ¿Qué significado tienen hoy los pecados de aquellos que sometieron a los negros a la esclavitud? La sociedad, la trama de relaciones que se fue desarrollando bajo el estímulo de fa esclavitud y sus consecuencias, y aun de la emancipación y sus consecuencias, ya han desaparecido. Yo soy Genghis Mao y exijo el cuerpo de Sadrac Mordecai. No tengo por qué contrariarme por culpas ajenas. No soy alemán: puedo condenar a los judíos si es necesario, sin tener que disculparme por los pecados del pasado. No soy blanco, y por lo tanto, estoy en plena libertad de esclavizar a un negro. El pasado ya no existe, las páginas de la historia están vacías. Por otra parte, si las normas de la historia siguen en vigencia, yo soy mogol: mis antecesores esclavizaron a la mitad del mundo. ¿Por qué habría de ser menos, entonces? El cuerpo de Sadrac Mordecai será mío.


27 de mayo de 2012

Controlé las cintas de las distintas conversaciones de esta semana y descubrí que Katya Lindman le dijo la verdad a Sadrac, que será el próximo donante para Avatar. Katya habla demasiado, no quería que Sadrac lo supiera, pero lo dejaré pasar. Ahora que lo sabe todo, debo controlarlo de cerca. Los pesares de la humanidad me han hecho conocer el arte de gobernar. O, para ser más rudo, me encanta verlos aterrorizados. ¿No es horrible mi actitud? Sí. ¿Pero, acaso no he ganado el derecho de entregarme al placer de pasatiempos maquiavélicos? Yo, que soporté la carga del poder durante catorce años. No fui ni Hitler ni Calígula, pero, sin embargo, el poder me autoriza a gozar de ciertos entretenimientos, como recompensa por soportar esta carga y esta terrible responsabilidad. Lo extraño es que Sadrac no está aterrorizado aún. Su serenidad me desconcierta. Seguramente no cree que lo que le dijo Katya es la verdad. Aun no lo ha asimilado, pero lo hará. Espera. Tan sólo espera, que tarde o temprano reaccionará.


De pronto, este juego deja de ser un entretenimiento para Sadrac. Ya no hay nada de divertido en estos hábiles ejercicios de paralaje irónica, en estos experimentos de perspectiva psicológica. La distancia entre él y su fantasía se ha acortado de pronto y lo lastima hasta lo más hondo de su ser, lo hiere, lo hiere con asombrosa intensidad. En los últimos diez minutos logró perforar su imperturbable ecuanimidad y no sólo está aterrorizado ahora, sino que tiene el alma hecha pedazos, presa del dolor, el miedo y la indignación. Siente que todos han conspirado en su contra para venderlo. Él, el ingenioso, mundano, elegante, sensible y devoto Sadrac Mordecai, es otro negro más, disponible para el sacrificio, Esa es la realidad, si lo que le dijo Katya es cierto… si es cierto… si es cierto. Sadrac está atormentado. Aquí, ahora, esto es el horno de fuego ardiente del Libro de Daniel. Sí, y él está entre las llamas. La sombra siniestra de Genghis Mao pesa sobre Sadrac. Un día vendrán a buscarlo, le conectarán electrodos al cerebro y anularán su alma, única e irremplazable, para filtrar, en su lugar, la mente ladina de ese viejo mogol. ¿Así sucederá? Sí, eso es lo que dice Katya. ¿Y es posible creer semejante cosa? ¿Hay que creer semejante cosa? Tiembla. El terror lo azota como un torbellino helado. Paz. Por favor, un poco de paz: podría inyectarse una dosis del tranquilizante de Genghis Mao, una buena dosis de 9-pordenone o algo más fuerte, pero a Sadrac no le gusta tomar calmantes en plena crisis. Necesita estar más lúcido que nunca.

¿Qué hará?

Sabe cuál es el primer paso que debe dar, y también sabe que debió haberlo dado ayer: irá a verla a Nikki Crowfoot otra vez. Necesita hacerle algunas preguntas.

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