CAPÍTULO 3

En el tiempo que le queda antes de ir a buscar al Khan, Mordecai cumple con una de sus responsabilidades burocráticas ordinarias: recibir el informe diario redactado por los directores de los tres grandes programas de investigación a través de los cuales Genghis Mao reúne los recursos necesarios para el desarrollo gubernamental, el Proyecto Talos, el Proyecto Fénix y el Proyecto Avatar. En su carácter de médico del Khan, Sadrac es el director principal de los tres proyectos. En función de ello, todas las mañanas dialoga con los encargados de cada uno de los proyectos, cuyos laboratorios están ubicados en los pisos inferiores de la Gran Torre del Khan.

Primero aparece en la pantalla Katya Lindman del Proyecto Talos.

—Ayer codificamos los párpados —explica Katya—. Esto es uno de los mayores adelantos en nuestro programa de conversión del modo analógico al digital. Ya tenemos la representación gráfica y los equivalentes de siete de los trescientos rasgos cinéticos básicos del presidente.

Katya es una sueca de baja estatura, cabello negro y hombros anchos. Es una persona sumamente inteligente, que se irrita con facilidad, una mujer de belleza considerable, a pesar de, o tal vez, por su boca amenazadora, singularmente salvaje, los labios delgados y dientes filosos. El proyecto que tiene a su cargo es el mas complicado de los tres, un intento de crear un Genghis Mao mecánico, una entidad análoga a través de la cual el Khan seguirá gobernando después de su muerte, una marioneta, un simulacro que llevará una vida similar a la de Genghis Mao. La tecnología para crear un autómata de ese tipo ya existe, desde luego, pero el problema es crear algo que sea superior a los robots de Walt Disney que Mordecai recuerda de su juventud, como el de Abe Lincoln, Tomás Edison y Cristóbal Colón, tan reales en el color de la piel, los movimientos y la manera de hablar. Las máquinas de Disney no bastan para satisfacer las necesidades actuales. Un Abe Lincoln de Disney sería capaz de pronunciar, sin interrupción, el discurso de Gettysburg ocho veces en una hora, pero nunca podría llegar a lidiar con una delegación de reconstruccionistas del Congreso. Un Genghis Mao de metal y plástico podría, por otra parte, recitar los principios de la depolarizacion centrípeta con una elocuencia cautivante, pero, ¿de qué serviría al tener que enfrentarse con una sociedad desafiante y multifacética? No, deben capturar la esencia de Genghis Mao en vida, codificarla, haciendo de ella un programa que continuará desarrollándose y respondiendo a estímulos. Sadrac Mordecai tiene dudas en cuanto al éxito de este proyecto. Como lo hace periódicamente, Sadrac le pregunta a Katya cómo marcha en su departamento la tarea de reducir a números dígitos los procesos mentales de Genghis Mao, proceso mucho más complicado que el de elaborar programas digitales de su expresión facial y sus posturas habituales. Esta pregunta, una amenaza para Katya, hace brillar sus ojos por un instante. Sin embargo, todo lo que responde es: —Seguimos insistiendo sobre ese problema. Los miembros mas capacitados de nuestro personal se están dedicando a ello sin descanso.

—Gracias —concluye Sadrac. Casi simultáneamente cambia de contacto para comunicarse con el canal de Irayne Sarafrazi, la conductora del Proyecto Fénix. Es una joven gerontóloga persa, una. persona menuda, casi frágil, de grandes ojos pardos, labios anchos y majestuosos, de cabello negro estirado hacia atrás. La función de su grupo es elaborar una técnica de renovación física que permita el rejuvenecimiento de las células vivas de Genghis Mao, de manera que puedan reproducirse en su propia piel cuando ya no tenga la fuerza y resistencia para aceptar transplantes de órganos. El factor principal que obstaculiza la labor de este grupo es la falta de disposición del cerebro para regenerar las células que día a día desecha. Invertir el proceso de deterioro de los demás órganos y rejuvenecerlos requiere la tarea relativamente fácil de reprogramar el ácido nucleico, pero nadie ha encontrado la manera de detener la muerte constante del cerebro y lograr que éste se reintegre por sus propios medios. En los años que Genghis Mao lleva de vida, el peso estimado del cerebro ha disminuido en un diez por ciento con la correspondiente pérdida de la memoria y del tiempo de respuesta neuronal. No es senil, de ningún modo, pero si sigue viviendo uno o dos siglos más, como es su deseo, con el mismo conjunto cerebro-cerebelar, tiene todas las sibilidades en su contra para ser víctima de cualquier deficiencia mental. Cientos de simios desgraciados se han entregado a Irayne Sarafrazi quien: conservando los cerebros en campanas de vidrio en la repisa de su laboratorio, somete a investigación el contenido craneal de los mismos. Los cerebros, así conservados, continúan con vida respondiendo a distintos estímulos, pero, aunque Irayne busca día a día distintas maneras de regenerar las neuronas, hasta el momento no se han obtenido resultados positivos. Esta mañana la doctora Sarafrazi está desanimada: sus ojos, siempre luminosos, hoy se ven opacos y cansados. EL cerebro de Pan, un chimpancé, se desintegrado de pronto, justo cuando algunas células comenzaban a regenerarse.

—Estamos por comenzar la autopsia —dice Irayne Sarafrazi en un tono triste—, pero creemos que la muerte de Pan significa que nuestro programa de estímulo cerebral es erróneo. Pienso que tenemos que dejar de insistir en la regeneración de las células cerebrales y concentrarnos más en la activación de los tejidos de reserva. ¿Qué te parece, Sadrac? —Mordecai se encoge de hombros. Sabe, desde luego, que en el cerebro humano hay tejidos de reserva, cuyas células tienen como única función actuar en casos de emergencia. Sabe, también, todo lo que sé ha logrado con la rehabilitación de víctimas de ataques cerebrales y otras lesiones, orientando las vías de conducción hacia los tejidos de reserva. Sin embargo, cree que recurrir a los tejidos de reserva del cerebro es sólo una manera de retrasar el proceso de envejecimiento de las células, pero no de evitarlo. Las células seguirán muriendo, y así, aunque se rejuvenezca el cuerpo de Genghis Mao, en cincuenta, setenta o noventa años, el Khan será, eventualmente, presa de la senectud: una mente decrépita contenida en un marco vigoroso y renovado.

—La activación de los tejidos de reserva es una medida a corto plazo —dice Sadrac—. Sin la regeneración del cerebro, son muchos los riesgos que se corren, porque el cerebro de un anciano no puede funcionar en un cuerpo joven. Deja que mañana vea el informe de la autopsia del chimpancé, tal vez se me ocurra alguna idea.

Sadrac ya no puede soportar la imagen de ese rostro agobiado. Corta la comunicación con la doctora Sarafrazi y sintoniza de inmediato el canal de Nikki Crowfoot, quien aparece en la pantalla.

—¿Dormiste bien anoche, Sadrac? —pregunta Nikki con una sonrisa tierna.

La fuerza de la doctora Crowfoot y la fuerza de su interés por Mordecai brillan radiantes en la pantalla. Es una mujer corpulenta, una atleta, una cazadora, de piel tostada y pechos voluminosos. Mide casi un metro noventa de estatura; su rostro es firme, de huesos macizos, labios anchos, ojos grandes y nariz agresiva, respingada. Los padres eran de origen amerindio: la madre pertenecía a la tribu de indios navajos y su padre al grupo de Assiniboin. Nikki y Sadrac Mordecai son amantes desde hace cuatro meses y amigos desde hace más de un año. Mordecai tiene la esperanza de que Genghis Mao no sepa nada de este idilio, aunque también sabe que es ridículo pensar que el presidente no lo sospecha.

—Dormí bien, pero por un rato nada más —responde Mordecai.

—¿Estabas preocupado por la operación del presidente?

—Supongo, aunque tal vez estaba preocupado por todo en general.

—Yo podría haber ayudado a calmarte —dice Nikki mientras se dibuja en su rostro una sonrisa astuta.

Tal vez sí. Pero mi costumbre ha sido siempre abstenerme la noche anterior a una operación del Khan, como hacen los boxeadores o los cantantes de ópera. Quizás sea una medida tonta, pero esa es mi norma, Nikki.

—Está bien, está bien. Sólo bromeaba. De todos modos podemos vernos esta noche.

—Esta noche sí, o esta tarde. A las 14.30 terminaremos con él. ¿Te gustaría venir conmigo a Karakorum, por el túnel?

—No puedo —suspira Nikki—, esta tarde tengo que hacer las pruebas de evaluación definitiva. ¿Quieres escuchar mi informe?

El trabajo de la doctora Crowfoot se superpone, en algunos aspectos, con los otros dos proyectos, ya que el Proyecto Avatar se propone desarrollar una técnica de transferencia de personalidad que hará posible que Genghis Mao —su alma, su espíritu, su persona, su esencia, todo excepto la parte física propiamente dicha— pase a otro individuo, a un cuerpo mas joven. Al igual que el Proyecto Talos, Avatar procura reducir. los patrones de respuesta mental de Genghis Mao a códigos numéricos, lo cual hace posible su programación y reproducción; por otra parte, al igual que el Proyecto Fénix, Avatar intenta darle al presidente un cuerpo nuevo y sano. Pero, mientras que Talos se propone construir un Genghis Mao mecánico que aloje el equivalente dígito codificado del Khan, Avatar piensa utilizar un cuerpo verdadero de carne y hueso; por otra parte, mientras que Fénix tiene como objetivo dar vitalidad al Khan rejuveneciendo su propio cuerpo; Avatar tiene en mente alojar la esencia del presidente en un cuerpo ya habitado por otra persona, específicamente Mangú. El proyecto de la doctora Crowfoot evitaría, en primer lugar, el acto inhumano de crear un Khan robot y, en segundo lugar, el problema del deterioro de las células cerebrales, ya que hará posible que la esencia abstracta e intangible del Khan se filtre en un cerebro joven y vigoroso. A pesar de ésta superposición, las investigaciones de cada uno de los tres proyectos se llevan a cabo en forma independiente, sin realizar intercambio de ideas. La redundancia, después de todo, es nuestro principal sendero de supervivencia.

Tal vez la única persona que sepa realmente cuál es la posición que cada uno de los proyectos ocupa en relación con los otros dos sea Sadrac Mordecai, ya que sólo él está al tanto de todas las actividades. Sabe perfectamente que el equipo de Katya Lindman está intentando algo que probablemente no de resultados positivos, ya que una máquina, aunque esté imbuida del alma de un ser humano, será siempre una máquina, incapaz de constituir un duplicado convincente del original y viable desde el punto de vista político. Con respecto al grupo de Irayne Sarafrazi, Mordecai sabe que la dificultad del deterioro cerebral, aparentemente imposible de resolver, siempre constituirá un obstáculo en la labor de dicho grupo, aunque el camino que siga sea el más razonable para brindarle a Genghis Mao la vida eterna que tanto anhela. Es consciente, asimismo, de que la técnica seguida por Nikki Crowfoot para la codificación de la personalidad ha dado más resultados que la de Katya Lindman, y que en unos pocos meses, los científicos del Proyecto Avatar podrán infundir la esencia de Genghis Mao como un baño de pintura penetrante, en la mente de un cuerpo cuyo primer ocupante ha sido destruido a través de técnicas encefalográficas que anulan la mente. Pobre Mangú, un pequeño príncipe lleno de esperanzas pero desgraciado, cuyo destino no es más que ser la tabula rasa del Khan.

El destino de Mangú no tardará mucho en dilucidarse. Mordecai escucha con fascinación estremecedora a Nikki, quien le informa acerca de las últimas maravillas que se han llevado a cabo. Han llegado al punto de codificar el alma de animales, de cuyas mentes sustraen los. patrones eléctricos únicos para transformarlos en números; esos números son, a su vez, utilizados para reproducir dichos patrones eléctricos en el cerebro de animales donantes. Codificaron la esencia de un gallo y la inyectaron en un halcón cuya mente había sido previamente anulada: el halcón ya no vuela, sino que cacarea por el gallinero batiendo torpemente sus regias alas y asustando a las gallinas aterradas. Codificaron la mente de un gibón y la alojaron en el cuerpo de un gorila: el gorila ha tomado costumbres arborícolas y se lo ve, desesperado y frenético, abriéndose paso, con bruscos movimientos de brazos, entre la copa de los árboles; la esencia del gorila, de la que fue despojado reside ahora en el cuerpo de otro mono antes un gibón, que, apoyándose sobre sus articulaciones arqueadas, camina soberbio y pesado al nivel del suelo, de tanto en tanto se lo ve detenerse para palmear su pecho esquelético. Han logrado esto y mucho más. Ya están preparados para comenzar, en unas pocas semanas, a realizar este tipo de transferencias con seres humanos. Mordecai no le pregunta a la doctora Crowfoot quien será el sujeto experimental, ya que hay confusos problemas de ética en cuanto a esta cuestión, como sucede siempre cuando se trata de servir al Khan; por lo tanto, prefiere no cargar su conciencia con las actividades de su amada.

—Llámame cuando la operación haya terminado —le dice Nikki.

—Pero, si lo hago, interrumpiré las pruebas de evaluación definitiva.

—No afectará demasiado. Llámame. Te veré esta noche.

—Sí, esta noche —dice Sadrac con voz suave. Son las 8.55: ya es hora de llevar a Genghis Mao a la Sala de Cirugía.

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