CAPÍTULO 12

Al día siguiente, circula la noticia de que habían enviado a trece conspiradores al depósito de órganos, incluyendo a Buckmaster, el promotor de la rebelión. Este tipo de rumores suele ser exacto, por lo general, pero Sadrac Mordecai, que no se resigna a aceptar la idea, decide consultar el registrador maestro de personal, para averiguar dónde está Buckmaster. Marca el código del departamento de ingeniería, pero la computadora maestra le informa que Buckmaster ha sido trasladado al Departamento 111. Sadrac marca ese código, entonces, y confirma lo que ya suponía: Departamento 111 es la manera elegante de referirse a los depósitos de órganos. Buckmaster ha pasado a formar parte de las reservas humanas. Le han anulado el cerebro a través del foramen magnum. Pobre tonto. Pobre infeliz.

Como todas las mañanas, Sadrac visita al Khan, pero prefiere no traer a colación el tema de Buckmaster, que ya ha pasado a un segundo plano. Los ojos del presidente brillan con satisfacción lunática, desbordantes de pasión y vehemencia.

—¡Hemos aniquilado a los conspiradores!-declara al verlo entrar a Sadrac— ¡Hemos castigado a los culpables! Hemos combatido la amenaza a nuestro régimen. Nada ni nadie podrá desafiar los principios de la depolarización centrípeta —su cuerpo vetusto rebosa triunfante de buena salud, que vibra en los nódulos de Sadrac como un caudal embravecido de energía renaciente.

Sadrac, entonces, se dispone a extraer muestras de sangre, a administrar los medicamentos del día, a controlar los reflejos, pero el presidente, sumergido bajo un pilón de heliografías de los distintos modelos del monumento de Mangu, apenas le presta atención, como si no advirtiera su presencia, como si Sadrac no fuera más que un mucamo que esta cambiando las sábanas. Es obvio que en este momento lo único que lo preocupa es la deificación del difunto heredero. Mientras canturrea una canción que no existe, Genghis Mao examina los bosquejos que crujen sobre la cama. sobre la almohada, sobre las rodillas huesudas: los analiza desde distintas perspectivas, los aprueba, los desecha, los deja caer, garabatea acotaciones al margen, murmura comentarios personales.

—¡Ja! ¡Éste me gusta! —estalla finalmente en un gritó de admiración— Es una copia adaptada de la Gran Pirámide de Gizeh, pero dos veces más grande. De cada una de las cuatro caras se desprende una estatua de Mangú de veinte metros de altura. ¿Qué le parece? —le entrega el dibujo a Sadrac en un movimiento súbito e impulsivo—. fue idea de loniygilakis, que como todos los demás, se basa en monumentos antiguos, tratando de mejorarlos. ¿Qué le parece este dibujo Sadrac?

—Bien… eeh… las estatuas… en fin… creo qué rompen la línea de la pirámide, ¿no le parece?

—¿Y eso qué importa?

—Las pirámides son tan bellas —dice Sadrac—, tan compactas…

—La pirámide original es un concepto ya agotado —irrumpe el presidente—. Lo que me gusta de este monumento es precisamente el contraste de ángulos, el declive de la cara de la pirámide en oposición a la estatua erecta que se desprende de ella. ¿Se da cuenta? Mangú elevándose hacia arriba, hacia los costados alejándose del centro… ¡es centrípeto, Sadrac! ¿Se da cuenta?

—Yo diría que es centrífugo, señor.

Genghis Mao queda azorado, mirando a su médico como si éste lo hubiera golpeado.

—¿Centrífugo? ¿Centrífugo? ¿Está hablando en serio? —estalla en una carcajada frenética— ¡Ah, una broma! ¡Es una broma! ¡Este Sadrac tan formal y serio haciendo bromas! Dígame, Mordecai, ¿usted cree que Mangú sufrió al morir?

—Supongo que su muerte habrá sido instantánea. Dudo que estuviera consciente al caer. La aceleración…

—Claro. Mire este otro, por favor, un obelisco helicoidal.

Según dice aquí, mide novecientos metros de altura, es una gran espiral de metal a través de la cual se desplaza un campo magnético, y en cuyo vértice hay una descarga constante de destellos luminosos…

—Si me permite, señor, debo aplicarle la inyección de tritetrazol…

—Después, Sadrac.

—El nivel de absorción es apenas más elevado que el adecuado para aplicarle la infección. Si me permite su brazo…

—…y este otro también me gusta, sí. Un sarcófago gigante de alabastro con incrustaciones de ónix…

—Cierre el puño, señor.

—…construiré una tumba digna de…

—Contenga la respiración, por favor. Cuente hasta cinco.

—…una escalera digna de, Alejandro el Grande, de Tutankamón e incluso de Genghis Khan, Sí. ¿Por qué no? Mangú…

—…y relájese, ahora, señor…

—…Ch'in Shih Huang Ti. ¡Ése es nuestro prototipo! ¿Lo conoce, Sadrac?

—¿Señor?

—A Ch'in Shih Huang Ti.

—Creo que…

—El primer emperador de la China, el Unificador, el constructor de la Gran Muralla. ¿Sabe como lo enterraron? —Genghis Mao comienza a revolver la pila de documentos desparramados en la cama y finalmente saca un manojo de grabados de color verde claro y los despliega frente a Sadrac— Lo enterraron en un palacio construido en la cima de una gran colina de arena en el sur del río Wei, al pie del monte Li. ¿O era monte Wei, río Li? Wei. Li. En el palacio, había un mapa del relieve de la China moldeado en bronce, con ríos, llanuras, montañas, valles. El Yangtzé y el Huang Ho tenían canales de cuatro metros de profundidad que contenían mercurio. En la orilla de los ríos había modelos de ciudades y palacios, y toda la estructura estaba coronada por una cúpula brillante de cobre tallado, donde estaban representadas la luna y las constelaciones. ¡El ataúd del Primer Emperador, entonces, flotaba en uno de los ríos de mercurio, Sadrac!;Un viaje interminable, silencioso y fluido, a través de la China! ¡Oh, Sadrac, quiero que me bañen en mercurio, que el lecho de mi muerte sea de mercurio! ¿Ve el ataúd? AL costado, hay un poderoso arco listo para arrojar una flecha a cualquier intruso. También hay trampas y puñales ocultos para atacar a los posibles profanadores, y también hay máquinas tronadoras… y cientos de esclavos y oficiales enterrados en la colina, junto a Ch'in Shih Huang Ti para servirlo, sí. ¡Es grandioso! ¿Qué le parece, Sadrac, si construyo esto para Mangú? —el presidente parpadea, frunce el ceño, se humedece los labios. Sadrac percibe un cambio en la temperatura epidérmica y en la presión sanguínea—. Pero, si construyo semejante tumba para Mangú, ¿qué clase de tumba tendré que construir para mi? Porque, de más está decir que yo merezco una tumba mucho más majestuosa. Pero que… que… —una enorme sonrisa dibuja el rostro del presidente—. ¡Hay tiempo para pensar en eso! ¡Veinte, cincuenta años! ¿Por qué habría de pensar ahora en tumbas para Genghis Mao? Es a Mangú a quien enterramos. ¡Le daremos la tumba más suntuosa! —el anciano apila las heliografías a un costado, como dando por concluida la etapa—. Ya son cuarenta y uno los conspiradores enviados al. depósito de órganos, Sadrac.

—Tenía entendido que eran trece.

—Cuarenta y uno, y aún no hemos terminado. Le dije a Avogadro que teníamos que juntar cien. ¿Se imagina la cantidad de hígados en reserva? ¿Los metros y metros de intestino! Me encantan los depósitos de órganos, Sadrac. Usted sabe que odio el desperdicio en cualquiera de sus formas. Hay que conservar, porque conservar es algo así como… es poesía. Cuarenta y un cadáveres más. Hemos sofocado la amenaza al gobierno —la voz del presidente se vuelve grave, hueca—. Pero Mangú… ¿qué le han hecho a Mangú? Mi otro ser, la parte de mi ser que iba a reencarnarse en él, mi príncipe, mi virrey…

—Señor, tal vez se esté sobreexcitando.

—Me siento perfecto, Sadrac.

—Un poco de descanso, sin embargo…

—¿Descanso? No necesito descansar. Me siento tan bien que podría levantarme de la cama y correr de aquí a Karakorum. Descansar, ¿para qué? ¿Está preocupado por mí, Sadrac? —la risa del presidente estalla, explosiva, resonante—. Me siento perfecto. Nunca me he sentido mejor. Deje de preocuparse, Sadrac. Parece una anciana. ¿Usted es cristiano, Sadrac?

—¿Señor? —dice Sadrac confundido.

—Cristiano. Cristiano. ¿Acepta al único Hijo de Dios como nuestro Salvador? ¿Qué le pasa? ¿No oye? ¿Tiene problemas auditivos? Le voy a decir a Warhaftig que le cambie los tímpanos. Le pregunté si es cristiano.

Sadrac está desconcertado.

—Bien…

—Usted lo sabe. Lo sabe. Pater noster qui estás en los cielos. Ave María, llena eres de gracia. Todos aquellos que coman mi carne y beban mi sangre tendrán la vida eterna, y subirán a los cielos en el último día. Usted conoce estas palabras, ¿no es así Sadrac? Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Ite missa est. ¿Y bien?

—Bien, mis padres me llevaban a misa a veces, pero en realidad no puedo decir que…

—Muy mal. ¿No es creyente, entonces?

—Tal vez lo sea en el sentido restringido de la palabra, pero…

—Que yo sepa, la palabra tiene un solo sentido.

—Entonces, debo decir que no soy creyente.

—Bien, santificado sea tu nombre. ¿Le gustaría ser Papa?

—¿Señor?

—Pero, ¿eso es lo único que sabe decir? ¿Señor? ¿Señor? —Genghis Mao mimifica la obsecuencia de Sadrac con ferocidad arrasadora. El rostro del Khan arde y el pulso es cada vez más acelerado—. El reino y el poder. Ah, y la gloria. Ustedes, los cristianos me entienden. Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice el Señor, y sólo a través de mí llegarán al Padre —esta explosividad maníaca inquieta a Mordecai, quien, simulando examinar la base del sistema de mantenimiento, oprime el pedal de 9-pordenone para aumentar la dosis de tranquilizante del Khan. Genghis Mao se incorpora y grita—: ¡Contésteme sí o no, pero basta de señor! ¡Papa! Le pregunte si le gustaría ser Papa! El Papa ha muerto y los cardenales, que se reunirán este verano, me pidieron que nombre al próximo Papa. Les enviaré el nombre de mi médico, mi hermoso médico negro, ¿sí? Le Pape noir. II Papa negro. Hubo tantos santos negros, ¿por qué no habría de haber un Papa negro? Podríamos llamarlo por su nombre, que es parte del poder y la gloria. ¿Y Papa Legba? ¿Eh? ¿Eh? —Genghis Mao aplaude— ¡Papa Legba!

Es el nuevo hígado, piensa Sadrac. ¿Le habrán transplantado el hígado de un loco?

—Yo no soy Católico Romano —responde Sadrac con suavidad.

—Podría convertirse. Eso no cuesta nada. Una semana de preparación le bastará para aprender todas las oraciones y lo demás Kyrie eleison. Credo in unum Deum. Om mani palme hum.

Hay algo nefasto en este discurso demente. El cambio repentino de un tema a otro, el torrente turbulento de fantasía, la súbita efusividad verbal, no inspiran confianza con respecto a la estabilidad mental de Genghis Mao. Éste es el hombre que gobierna el mundo, piensa Sadrac; sí, aunque parezca mentira.

—Si me nombra Papa, ¿quién será su médico? —dice.

—Usted, desde luego.

—¿Desde Roma?

—Trasladaríamos el Vaticano a Ulan Bator.

—Aún así, señor, no creo que pueda desempeñarme con eficiencia en los dos trabajos al mismo tiempo.

—¿Un joven como usted? Ya lo creo que podría. ¿Cuántos años tiene, treinta y cinco, treinta y seis, algo así? Usted sería un Papa formidable, Sadrac. Yo también me convertiría al Catolicismo, y usted sería mi confesor. No rechace la oferta, Sadrac. Aquí no tiene mucho que hacer. Necesita distraerse. Se pasa el día atendiéndome, porque de otra manera caería en el ocio. ¿Qué necesidad tiene de saturarme con medicamentos? ¿Por qué me mira así?

—Preferiría que no me nombrara Papa, señor.

—¿Ultima palabra?

—Sí.

—Muy bien. Nombraré a Avogadro, entonces.

—El es italiano, al menos.

—¿Cree que estoy loco, Sadrac?

—Señor, creo que se está exigiendo demasiado. Debe permanecer dos horas en reposo absoluto. Si usted me permite, le daré una píldora para dormir.

—No le permito. Váyase a Karakorum y diviértase.

Gonchigdorge será Papa. Si, un mogol. ¿Le gusta? A mi me gusta la idea. Santificado en las alturas, el Padre Genghis, Temujin, ¿le gusta? Déjeme, Sadrac. Me pone hermoso. No estoy foco. No me estoy exigiendo demasiado. Estoy angustiado por la muerte de Mangú. Lamento su desaparición y haré que el mundo entero lo recuerde para siempre.

¡Todo un día por delante y ya enviamos cuarenta y un conspiradores al depósito de órganos! ¿Por qué no se va a Karakorum, Sadrac?

Los niveles metabólicos aumentan cada vez más. Sadrac está alarmado. Vuelve a manipular el pedal del tranquilizante. El anciano ya debe estar ahogado en 9-perdenone, pero de alguna manera el estado maníaco del presidente vence el efecto del tranquilizante. Finalmente, el Khan parece calmarse y Sadrac se va. A pesar de que está preocupado, confía en que el temperamento de Genghis Mao se estabilizará por un rato. Cuando está por salir, el presidente lo llama y grita:

—¡O Rey de Inglaterra! ¿Qué opina? ¡Pronto habrá una vacante en Windsor!

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