CAPITULO 19 — SOLUCIÓN

Aunque Bob no participaba del torbellino de pensamientos que bullían dentro de la mente del Cazador, tardó un largo rato para dormirse. Había encontrado a Hay en la casa de Malmstrom; charlaron junto al lecho del enfermo hasta que la madre de éste dijo que debía ya descansar. Pero la mente de Bob había permanecido muy alejada de la conversación.

El Cazador había llevado más lejos sus conclusiones y había dicho que estaba en condiciones de elaborar un nuevo plan de acción; Bob, en cambio, no podía decir lo mismo y se imaginaba que debía parecer muy estúpido en comparación con su huésped.

Esto lo preocupaba y trataba de imaginar cómo el Cazador podía seguir deduciendo conclusiones, a partir del hallazgo de la pieza de metal en el arrecife… si Rice y Teroa quedaban fuera de la investigación.

También el Cazador estaba disconforme consigo mismo. El había sugerido esas ideas a Bob. En realidad, no esperaba extraer muchas conclusiones de ellas, pero contenían posibilidades de acción para su anfitrión, que podían permitirle elaborar libremente nuevas ideas que estuvieran más de acuerdo con su entrenamiento y su experiencia. Esas últimas, sin embargo, habían fracasado miserablemente, a pesar de que esperaba que la civilización lo hubiera ayudado con su empuje técnico; y ahora se daba cuenta de que habían ignorado deliberadamente, durante algunos días, la respuesta a su problema, a pesar de los innumerables argumentos de Bob y del doctor.

Había sido una suerte que Bob trabajara por su cuenta en esa historia de la «trampa» del bosque; si no lo hubiera hecho, el plan de que el Cazador examinara individualmente a Teroa y a los otros muchachos, se hubiera puesto en práctica antes de que el doctor participara del secreto. Eso hubiera obligado al Cazador a permanecer fuera del cuerpo Bob unas treinta y seis horas, por lo menos, perdiendo de este modo datos que le fueron llegando día tras día. La mayor parte de ellos significaban muy poco considerados aisladamente, pero juntos…

El Cazador deseaba que su anfitrión se durmiera. Tenía varias cosas que hacer y muy pronto había cerrado los ojos y el único contacto quedaba al Cazador con lo que lo rodeaba era por intermedio del oído. Pero el ritmo respiratorio y los latidos del corazón del joven demostraban claramente que aún se hallaba despierto. Por milésima vez el detective hubiera querido leer en su mente; tenía una sensación de impotencia semejante a la del espectador de una película cinematográfica sentado en su butaca mientras el héroe camina por una callejuela oscura. Sólo podía escuchar.

Los sonidos que percibía le daban una noción de lo que ocurría a su alrededor: el infatigable rumor de las olas a una milla de distancia, más allá de la montaña; el débil susurro de los insectos en la selva que los rodeaba; el crujido, más irregular, de las pequeñas alimañas y el ruido, mucho más diferenciado, causado por los padres de Bob al ascender las escaleras de la casa.

Venían conversando pero se callaron al aproximarse a la habitación, quizás porque Bob había sido el tema de su charla o porque no querían perturbarlo Sin embargo, el joven los oyó; el repentino cese de sus pasos y el silencio posterior, le dió al Cazador la pauta de que la señora Kinnaird se había limitado a echar un vistazo dentro de la habitación de su hijo, dejando la puerta entreabierta. Un instante después el Cazador oyó que se abría otra puerta, para cerrarse en seguida.

Se encontraba tenso y ansioso. Bob se quedó dormido. El Cazador se puso inmediatamente en acción. Su masa gelatinosa comenzó a salir a través de los poros de la piel del joven, aberturas que para el simbiota resultaban tan amplias y cómodas como las salidas de un estadio de fútbol. Le costó menos aún atravesar las sábanas y el colchón y dos o tres minutos después todo su cuerpo yacía debajo de la cama del muchacho.

Se detuvo un momento para volver a escuchar y luego se deslizó hacia la puerta, extendiendo un seudópodo con un ojo en el extremo a través de la rendija de la misma. Tenía intenciones de examinar personalmente a su sospechoso, o mejor dicho, de asegurarse definitivamente, ya que tenía la certeza de la exactitud de sus conjeturas. No había olvidado el argumento del doctor, quien sostenía que era necesario posponer esa investigación hasta que el Cazador estuviera preparado para tomar medidas inmediatas en caso de que llegara a encontrar algo, pero él sabía ahora que esos argumentos adolecían de un grave error. Si las hipótesis del Cazador eran exactas, Bob debía haberse traicionado innumerables veces. No era posible demorarse más. Había luz en el vestíbulo, pero no suficientemente intensa como para molestarlo. Había adoptado la forma de una cuerda del grosor de un lápiz para deslizarse por el piso. Allí volvió a detenerse mientras analizaba los ruidos respiratorios provenientes de la habitación donde se hallaba el señor Kinnaird. Tanto él como su esposa estaban dormidos. Entró en la pieza. La puerta estaba cerrada pero eso no significaba nada para él. Aunque hubiera sido hermética, siempre le quedaba el recurso de utilizar el ojo de la cerradura.

Distinguía al señor y a la señora Kinnaird por el ritmo y la profundidad de sus respiraciones. Dirigióse sin vacilar hacia un punto situado debajo de la cama del sospechoso. Un hilo de gelatina comenzó a ascender hasta tocar el colchón y atravesarlo. El resto del informe cuerpo lo siguió, consolidándose dentro del colchón. Entonces, cuidadosamente, el Cazador localizó el pie de la persona que dormía. Su técnica se había perfeccionado y, si hubiera querido, podría haber entrado aun mas rápido que la primera vez que penetrara dentro del cuerpo de Bob, ya que ahora no necesitaba ninguna exploración previa. Sin embargo, no figuraba en sus planes realizar esta maniobra, y la mayor parte de su masa permaneció en el colchón, mientras sus tentáculos de exploración comenzaban a atravesar la piel. No fué muy lejos.

La piel humana está compuesta de varias capas distintas, pero las células que las constituyen tienen un tamaño y una estructura semejantes ya se encuentren muertas y endurecidas, como en la capa exterior, o vivas y en pleno desarrollo, como en las de más abajo. No existe normalmente una capa, ni siquiera una red discontinua de células que sean más sensitivas, móviles y de menor tamaño que las demás. Bob, por supuesto, poseía una capa semejante, ya que el Cazador se la había fabricado para satisfacer sus propósitos. El detective no se sorprendió en absoluto al encontrar un tejido semejante debajo de la epidermis del señor Arturo Kinnaird. Por el contrario, lo esperaba. Las células que rozó por su parte, sintieron y reconocieron el, tentáculo del Cazador. Por un momento, se registró en ellas un movimiento desordenado, como si la red corporal simbiota enemigo tratara de evitar el contacto del Cazador; y a lo largo de aquellas células capaces de actuar como nervios o músculos, órganos sensoriales o glándulas digestivas, se trasmitió un mensaje. No era hablado; en ese mensaje no se emplearon sonidos, ni imágenes, ni ningún otro vehículo sensorial de tipo humano. Tampoco era telepatía. En nuestro idioma no existe una palabra capaz de describir exactamente esa forma de comunicación. Era como si los sistemas nerviosos de dos seres se fusionaran durante algún tiempo, como para permitir que la sensación experimentada por uno fuera apreciada por el otro; corrientes nerviosas que establecían un puente entre los individuos, del mismo modo que lo establecían entre sus células corporales.

El mensaje fué sin palabras, pero estaba cargado de mayor sentimiento y significado que las palabras comunes.

—Me alegro de encontrarte, Matador. Lamento haber tardado tanto en encontrarte.

—Te conozco, Cazador. No precisas disculparte. Especialmente cuando hablas en tono tan jactancioso. Que me hayas encontrado no tiene tanta importancia, pero lo que me divierte extraordinariamente es que hayas demorado medio año, del tiempo de este planeta, para darme caza. ¡Cómo has cambiado! Me imagino cómo has andado arrastrándote un mes tras otro, por esta isla, entrando en todas las casas… y eso para nada, ya que ahora eres impotente contra mí. Te agradezco mucho la diversión que me proporcionas.

—Estoy seguro que te divertirá también saber que sólo te he buscado en esta isla durante siete días, y que este hombre es el primero que examino físicamente.

El Cazador era suficientemente humano como para poseer vanidad y hasta para demostrarla sin mayores ambages. Tardó un rato en darse cuenta que su enemigo no había sospechado en ningún momento de Bob, y que con su respuesta, quizás, le había suministrado demasiados datos.

—No te creo. No existen formas de investigar a distancia un ser humano. Y mi anfitrión no ha sufrido infecciones serias desde que yo he llegado. Si le hubiera sucedido algo semejante, habría preferido buscar un nuevo anfitrión antes que traicionarme ayudándolo.

—Lo creo.

Las actitudes de su enemigo producían al Cazador una viva repugnancia y un claro sentimiento de desprecio.

—Yo no me refería a infecciones y heridas graves —prosiguió el Cazador.

—Sólo he intervenido en las lesiones pequeñas, en aquellas que pasan comúnmente inadvertidas —contestó su enemigo—. Si daba la casualidad de que otro ser humano estuviera presente en momento de producírsela, no intervenía. Hasta he permitido que insectos parásitos absorbieran sangre de mi anfitrión, si había testigos.

—Ya lo sé. Y te jactas de ello.

El disgusto del Cazador iba en aumento.

—¿Lo sabes? No te gusta admitir que has sido derrotado ¿verdad, Cazador? Y ahora crees vas a poder engañarme con tus baladronadas.

—Has estado engañándote tú mismo. Ya sabía que has permitido que los mosquitos picaran a tu anfitrión cuando se hallaba acompañado y no en otros momentos; tampoco ignoraba que acostumbrabas curar levísimas heridas. Supongo que habrás obtenido algo en cambio, aunque probablemente sólo buscarás la forma de mitigar tu aburrimiento. Fué por eso que te has traicionado. Ningún ser inteligente puede estar absolutamente inactivo sin enloquecer. Fuiste bastante astuto como para ocuparte solamente de lesiones sin importancia. Sin embargo, existía una persona que, en un momento u otro, debía advertir tus actividades, las atribuyera o no a su causas verdadera. Esa persona era tu mismo anfitrión. Escuché una conversación (y a propósito, ¿no se te ocurrió aprender el idioma inglés?) donde se referían a este hombre, calificándolo de muy prudente, incapaz de arriesgarse o de arriesgar inútilmente a los miembros de su familia. Estas palabras fueron pronunciadas por un amigo que lo conoce desde muchos años. Sin embargo, lo he visto revolver a ciegas dentro de una caja llena de herramienta filosas buscando algo que necesitaba; lo he visto deslizarse sobre un tablón de madera erizado de astillas y trasportar tablas similares con sus manos o debajo del brazo, en contacto con su piel desnuda; lo he visto cortar un trozo de alambre tejido, que hubiera podido fácilmente arañar su mano desguarnecida; lo he visto tomar un hoja de cuchillo, dentada, por el lado del filo, cuando hasta un adolescente que se caracteriza generalmente por su falta de cuidado, la tomaría por el medio. Puedes haberte ocultado de la mayor parte de los seres humanos, amigo mío, pero tu anfitrión percibía tu presencia… consciente o inconscientemente. El debió advertir que nada le sucedía ante esas pequeñas distracciones, volviéndose cada vez más descuidado. Por experiencia sé que los seres humanos tienden a actuar de esa manera. También en una ocasión he oído a tu anfitrión quejarse, bromeando, delante de otras personas, de la predilección que tenían algunos insectos por su sangre. Esto no le sucedía cuando estaba solo. Ya ves que no has podido permanecer oculto. Si tratas de dominar a tu anfitrión, te traicionas; si realizas un mínimo de tu tarea, también te traicionas; y si te limitas a no hacer nada, salvo pensar durante el resto de tu vida, estarás igualmente vencido. Estabas destinado a caer en mi poder, hasta en la misma Tierra, donde carezco de colaboradores entrenados o de congéneres que puedan ayudarme. Sólo necesitaba estar en tu proximidad. En nuestro planeta hubieras tenido la oportunidad de ser recluido; aquí, la única posibilidad es destruirte.

El Matador, muy impresionado por las palabras de su enemigo, le preguntó:

—¿Cómo podrías hacerlo? No tienes drogas capaces de expulsarme de este cuerpo y careces, además, de los medios para preparar cualquier sustancia análoga. Te conozco y sé que no eres capaz de sacrificar a mi anfitrión para deshacerte de mí; pero te aseguro que yo no tengo escrúpulos semejantes con respecto al tuyo. Hasta ahora ignoraba que te hallabas en este planeta; pero ahora sé que estás aquí y sin ayuda. Yo estoy a salvo, pero tú, Cazador, debes tener mucho cuidado.

—Puedes pensar lo que quieras —replicó el Cazador.

Y sin pronunciar otras palabras se retiró, dirigiéndose nuevamente hacia la habitación de Bob.

El Cazador estaba furioso consigo mismo. Después de haber llegado a la conclusión de que el señor Kinnaird era el anfitrión de su presa, no le quedaron dudas sobre la causa del accidente del muelle. Había sido deliberado y provocado por la interferencia del simbiota en la visión y coordinación de su anfitrión. Eso significaba que el secreto de Bob era conocido y que de nada les valdría seguir ocultándose hasta iniciar el ataque, como pensaba el doctor Seever.

Resultaba ahora que estaba muy equivocado… El fugitivo, aparentemente, no había sospechado siquiera el paradero de su perseguidor; y durante la conversación le había facilitado datos suficientes como para que el simbiota enemigo pudiera ahora ubicarlo. Ahora no podría abandonar a Bob… El criminal no escatimaría ninguna oportunidad de dañarlo y el Cazador debía permanecer junto a él para protegerlo.

Mientras se introducía nuevamente en el cuerpo de Bob, que seguía durmiendo, pensaba que el problema consistía ahora en decidir si era mejor poner al tanto al muchacho de los últimos acontecimientos y del peligro que corría. Había muchos argumentos en pro y en contra. Seguramente, cuando se enterara de que su padre estaba complicado en el asunto, su eficiencia disminuiría. Pero, por otra parte, la ignorancia no resultaría muy fructífera. Generalmente el Cazador se sentía inclinado a consultar todo con el joven. Daba vueltas a esta idea en su mente cuando se abandonó a un estado de reposo similar al sueño.

Bob recibió la noticia con bastante serenidad. Era lógico que estuviera preocupado e impresionado, pero su ansiedad frente al riesgo que corría su padre era mayor que la que sentía ante su propia situación. Con esa agilidad mental que el Cazador le reconocía, comprendió la situación en que se encontraban, pero no culpó al Cazador de haber dejado escapar el gato de la bolsa. Apreciaba ampliamente la necesidad de actuar con rapidez y además, percibió un aspecto que el Cazador no había considerado: la tremenda probabilidad de que su enemigo hubiera cambiado de morada durante la noche. Bob observó que, en adelante, ya no podrían saber si se hallaba oculto dentro del cuerpo de su padre o de su madre.

—No creo que debamos preocuparnos por eso —comentó el Cazador—. En primer lugar, se siente tan seguro que no se molestará en cambiar de ubicación; en segundo lugar, si lo hiciera, lo sabríamos en seguida.

Al verse privado de la inmunidad que ha estado gozando durante tantos meses, tu padre nos proporcionará abundantes noticias sobre eso, si continúa tan descuidado como lo ha estado últimamente.

—Aún no me has contado por qué se te ocurrió pensar que mi padre albergaba a nuestro enemigo.

—He seguido siempre el mismo criterio en mis razonamientos. Sabíamos que nuestro enemigo había aterrizado entre los arrecifes. El signo de civilización más cercano era uno de los tanques de cultivo que se hallaba a pocos centenares de metros de distancia. Cualquiera, en su situación, hubiera nadado hasta allí. Las únicas personas que visitan regularmente esos tanques son los operadores de la barca de fertilizantes. No tendría oportunidad de introducirse dentro de uno de ellos, aunque podría entrar en la embarcación. De esa manera llegamos hasta el lugar de la montaña donde se cultiva el alimento para los tanques; mi problema era encontrar a la persona que hubiera dormido en las cercanías de ese lugar. Por supuesto, siempre existía la posibilidad de que se hubiera trasladado por su cuenta, atravesando la montaña en dirección a las casas. En tal caso tendríamos que haber buscado en toda la isla. Sin embargo, tu padre, hace algunas noches, dijo algo que me dio la pauta de que debía haber dormido, o al menos descansado en la cima del cerro, cerca de los tanques nuevos. Desde mi punto de vista, era él, en consecuencia, una de las personas más sospechosas a la que aún no habíamos tenido oportunidad de examinar.

—Ahora todo me parece muy fácil. Pero a mí no se me hubiera ocurrido algo semejante. Hoy tendremos que pensar rápidamente. Si tenemos suerte, no se moverá del cuerpo de mi padre hasta que sepa con exactitud dónde te encuentras. Será fácil vigilar a papá, ya que siempre anda por allí. Lo malo es que aún no disponemos de las drogas necesarias. ¿Hay algo capaz de forzar a alguno de tus congéneres a que abandone a su anfitrión, Cazador?

—¿Qué podría forzarte a ti a abandonar tu casa? —contestó el detective.

—Puede haber muchos motivos para ello; pero tendrían que ser de índole material. Tienes tantas posibilidades como yo de encontrar una explicación adecuada. Si yo estuviera en el lugar de nuestra presa, me guardaría bien de salir del lugar en que se halla. Es el más seguro.

Bob movió la cabeza y bajó a tomar el desayuno. Trataba de conducirse de la manera más natural posible, especialmente cuando aparecía su padre, pero no sabía si lo lograba. Se le ocurría que el simbiota enemigo quizás ignoraba que él ayudaba conscientemente al Cazador. Y ésta era una circunstancia favorable.

Seguía meditando en esos problemas mientras se dirigía hacia el colegio. En realidad, aunque no se lo dijera al Cazador, estaba tratando de resolver dos cuestiones al mismo tiempo y esto lo colocaba en inferioridad de condiciones.

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