Al día siguiente estaba yo en mi laboratorio y trabajaba junto a Zorina. Trabajábamos ya con trajes especiales que nos preservaban de los rayos cósmicos. Encima de nosotros había además una especie de techo aislante. Sólo en donde estaban los animales en experimentación se recibía la lluvia de radiaciones.
Zorina me comunicó que Falieev se reponía. Su cuerpo y cara tomaban el aspecto normal. El estado psíquico también mejoraba. Pero Kramer estaba aún mal, a pesar que Meller tenía fe en curarle.
La puerta del laboratorio se abrió. Inesperadamente se presentó Tonia.
— ¡Me voy, Lenia! — dijo ella—. He venido a despedirme y hablar contigo antes de partir.
Zorina, para no estorbar, se fue al otro extremo del laboratorio. Tonia miró en pos de ella y dijo en voz baja:
— ¡Lástima que no vengas conmigo!
— Bueno, nuestra separación no será larga — dije.
En ese momento se acercó a nosotros «Dgipsi».
— ¿Tonia, recuerdas lo que te conté sobre la acción de los rayos cósmicos? Pues mira lo que han hecho con «Dgipsi».
— ¡Qué fantástico monstruo…! — exclamó Tonia.
El perro sonrió y meneó la cola.
— Veo que es peligrosa tu estancia aquí — dijo Tonia—. No sea que vuelvas a mí convertido en un monstruo así.
— No te preocupes. Estoy bien protegido por estos vestidos y por las capas aislantes. Ellos protegen mi cuerpo, mi cerebro…, ¡y mi amor hacia ti!
Tonia me miró incrédula.
— ¡Procede como creas necesario! — dijo ella y, despidiéndose cordialmente de mí, se marchó.
— ¡Ah, «Dgipsi», quedamos los dos sin compañía! — exclamé.
Dgipsi lamió mi mano.