CAPÍTULO 21


Leando bajó la mirada a las manos que apretaba con fuerza y dijo, con voz llena de emoción:

—Me resulta imposible asimilarlo, Índigo. Es demasiado... —Se quedó sin palabras.

—¿Increíble? —sugirió Índigo, con suavidad.

listaba sentada en su diván, las piernas cruzadas bajo MI cuerpo y la cálida presencia de Grimya a su lado, contemplando a Leando sentado al otro lado de la mesa. Luk estaba sentado en otro diván, apoyado sobre almohadones; había luchado por mantenerse despierto pero iba perdiendo la batalla, y la cabeza se le inclinaba.

—No. —Leando lo había considerado, y ahora sacudió la cabeza con energía—. Ésa es una de las cosas que me desconciertan... te creo. Por lógica sé que no debería hacerlo; pero no puedo ignorar la evidencia, especialmente a la luz de mi propia experiencia. Y la historia de Karim... Sabíamos que había abandonado la corte de forma repentina, y que quería que se olvidara su antigua identidad: nuestra familia lo había conocido durante muchos años, y es por eso por lo que confiaba en que mantendríamos MI secreto. Pero jamás nos quiso decir por qué se fue, ni la causa de su ceguera. Pensamos, decidimos, que se trataba de una decisión personal; no sabíamos nada de los archivos de palacio. Ahora es cuando empiezo a entender muchas más cosas.

«Pero en lo que respecta a lo que me has contado sobre ti misma... —Forzó una rápida y pálida sonrisa—. También lo creo. Llámalo instinto si quieres; no tengo una palabra mejor. Pero... por la Gran Madre del Mar, no había previsto esto.

Ella no dijo nada más, consciente de que él necesitaba tiempo para dejar que los hechos se acomodaran en su agitada mente. Una conversación larga y seria con Grimya bastantes horas antes había reforzado su decisión de contárselo todo a Leando, incluida la verdad sobre su propia misión. Eso, sospechaba, era lo que lo había conmocionado por encima de todo: se había quedado mirándola durante un largo rato cuando ella hubo terminado su relato, el rostro inexpresivo pero los ojos en una lucha silenciosa para equiparar lo que veían con la terrible revelación de la muchacha. Incapaz de envejecer, de cambiar, de morir, hasta que su búsqueda hubiera terminado y el mal arrancado de raíz y destruido: era cosa de leyendas, de los cuentos que se contaban a la luz de las velas a niños adormilados. Pero lo creía. El instinto que había mencionado le decía que no podía hacer otra cosa.

A lo lejos, Índigo escuchó sonar las campanas del puerto que anunciaban las mareas. Debía de ser muy tarde; pero dudó de que ella o Leando pudieran dormir aquella noche. Habían cenado en la sala de recepción privada del Takhan, un raro honor; y el grupo había sido pequeño y selecto. Ella y Leando, Jessamin, hermosa y recatada, al lado de Augon, Luk y Phereniq. Era, había dicho muy solemne Augon a Leando, una acción de gracias por haber regresado sano y salvo y a la vez un recuerdo personal a Mylo y Elsender; e Índigo se había visto obligada a admitir, aunque no sin cierto cinismo, su aparentemente genuina demostración de dolor cuando, sin ostentación ni teatralidad, había mencionado con discreción su respeto por Mylo y cómo se sentía en deuda con la familia Copperguild. Leando había soportado el breve discurso con rígida compostura y había dado las gracias a su anfitrión con toda cortesía. Tan sólo Índigo —y, a ella le dio la impresión, Luk— habían observado el destello de odio en sus ojos mientras ocupaba su lugar en la mesa.

La reunión había transcurrido bastante bien; aunque Phereniq llamó la atención por su silencio. La astróloga tenía mal aspecto; su mirada era vidriosa y carecía de coordinación; su mano temblaba al comer, y en una ocasión volcó una copa de vino produciendo una gran mancha rojiza sobre el mantel adamascado. Puesto que la conocía de antiguo, Índigo se dio cuenta de que la mujer se había drogado casi hasta la inconsciencia, y sintió lástima por ella. Ella y Grimya y los Copperguild no eran, al parecer, las únicas personas de Khimiz que no deseaban ver casado a Augon Hunnamek; y éste era el único consuelo de Phereniq.

Y luego, cuando la pequeña recepción hubo terminado y llegó el momento de las despedidas, Augon tomó las manos de Índigo y, con Leando esperando sólo a un paso de distancia dijo:

—Espero, mi querida Índigo, que aún pueda surgir la alegría de la tragedia. Me satisfaría en gran manera saber que mi felicidad y la de la Infanta pudieran verse reflejadas sin demora en la tuya propia.

Las mejillas de Índigo se tiñeron de rojo, y no se atrevió a encontrarse con la mirada de Leando. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras regresaban con Luk a la habitación de ella; y ella había dado por supuesto que el tenso silencio de Leando emanaba, como el de ella, de la perplejidad y la cólera. Pero ahora, mientras lo contemplaba y veía su batalla interior para asimilar y aceptar lo que le había contado, la muchacha comprendió que había cometido un error fundamental.

Él levantó la cabeza bruscamente y clavó sus ojos en los de ella, y el rostro de la joven debió delatarla.

—¡Oh, Diosa de misericordia! —Se puso en pie, hizo como si fuera a avanzar hacia ella y luego cambió de idea—. ¿Qué he de hacer, Índigo? Había ensayado lo que iba a decirte hasta la última sílaba. Se ha estado desarrollando todos estos años en las Islas de las Piedras Preciosas, y parecía tan justo... Todas tus canas, y las cosas que Luk me ha contado... — Dirigió una rápida mirada a su hijo como para disculparse, pero Luk se había dormido—. Había pasado mucho tiempo planeando nuestro futuro juntos. —Una aguda carcajada irónica se escapó de su garganta antes de que pudiera evitarlo—. Debes de encontrar esto difícil de creer de mí. Pero...

—Por favor, Leando. —Sentía un nudo en la garganta—. No digas nada más.

Él aspiró con fuerza.

—No. Tienes razón; no debiera haber dicho nada. Pero lo adivinaste, ¿no es así?

—Sí —le respondió con suavidad—. Lo adiviné.

—Y tú... —Era él ahora el que luchaba por encontrar las palabras, queriendo salvar las apariencias y sin embargo en busca al mismo tiempo de alguna seguridad—. Si as cosas hubieran sido diferentes, Índigo, ¿crees que podía haber sido posible que...?

Índigo cerró los ojos. No quería mentir; pero había veces en las que la verdad sólo hacía daño sin que sirviera para nada. Y quizá, pensó, si las circunstancias hubieran sido diferentes...

—Creo que podría haber sido posible —respondió.

Durante lo que pareció un largo espacio de tiempo se produjo un gran silencio y quietud en la habitación. Leando contemplaba el oscuro jardín del exterior en actitud tensa. Luego, de forma tan brusca que tanto Índigo como Grimya se sobresaltaron, unió las manos dando una palmada. Era un gesto de ritual, el cerrar de un libro, de una persiana; y cuando se volvió de nuevo hacia ella su expresión volvía a ser de calma.

—Es una máxima favorita de mi abuela que el pasado, al ser una acción pretérita y por lo tanto inmutable, es algo que es mejor dejar tranquilo. —Regresó a su asiento, se sentó y se sirvió una nueva copa de vino—. Y tenemos el futuro en que pensar; incluso aunque no sea exactamente el futuro que yo tenía en mente.

Le dedicó una leve y forzada sonrisa, e Índigo supo de forma intuitiva que no volvería a mencionarle nunca más sus frustradas esperanzas, que a partir de aquel momento sería simplemente Leando su camarada en la conspiración y su amigo; nada más. Esperaba tan sólo su definitiva confirmación: la joven le devolvió la sonrisa, y con ella un apenas perceptible gesto de asentimiento con la cabeza.

Leando suspiró con una mezcla de pesar y alivio, y cuando habló de nuevo su tono había cambiado: era enérgico y práctico.

—Hemos sufrido un gran revés —dijo—. Parece inhumano considerarlo de esta forma, y ser tan prácticos cuando deberíamos estar llorando la pérdida de nuestros parientes y amigos. Pero el tiempo no se detendrá ante nuestros delicados sentimientos. Y no creo que Karim ni Mylo ni Elsender habrían querido que perdiéramos el poco que nos queda, Índigo, sólo tenemos once días para acabar con el usurpador. Debemos encontrar una forma de matarlo antes de que sea demasiado tarde...

Era lo que Índigo había temido que dijera, y sacudió la cabeza en enérgica negativa.

—Leando, eso no es factible. Si es lo que yo creo que es, entonces ¿qué armas poseemos que puedan sernos de alguna utilidad? El veneno o una espada no le harían daño: pueden herir su forma humana, pero de nada sirven contra lo que existe bajo ella. ¡Nos enfrentamos a un demonio, no a un hombre mortal! ¿Tienes... perdóname pero, nenes alguna idea de lo que eso significa?

La miró entristecido, inseguro de sí mismo, y con una amarga punzada Índigo se acordó del primer demonio con el que se había encontrado, años atrás en el valle de Charchad, y el terrible poder que se había necesitado para lograr su destrucción.

—Sólo sé una forma de luchar contra este tipo de mal siguió ella con calma—. El fuego con el fuego: a la hechicería se la derrota con la hechicería. Pero tú y yo no somos magos, Leando. Y si intentamos ir en contra de Augon Hunnamek sin ayuda, la única cosa que conseguiremos destruir será a nosotros mismos.

—Pero ¿qué otra alternativa tenemos? —contraatacó Leando—. Karim sabía algo de magia, y eso nos habría ayudado, pero...

—Pero Karim está muerto —lo interrumpió Índigo—. , No te dice eso ya más que suficiente? El talento de Karim no pudo salvarlo cuando lo atacaron. ¿Cómo habría podido vencer en una confrontación cara a cara?

Leando reconoció que tenía razón.

—Muy bien. Acepto eso; y no soy tan estúpido como para despilfarrar mi vida sin que sirva para nada. Pero si no podemos matar a Augon Hunnamek, ¿quién puede?

—No lo sé.

Índigo sintió cómo la frustración se apoderaba de ella al tiempo que el ya bien conocido razonamiento circular empezaba de nuevo a dar vueltas en su mente. Sin un arma lo bastante fuerte no se atrevían a atacar a su enemigo. No obstante, si no lo atacaban, el poder diabólico llegaría a su plena manifestación dentro de once días justos, y entonces toda esperanza habría desaparecido. Estaban, al parecer, en un callejón sin salida.

Leando contemplaba su copa con el entrecejo fruncido, dando vueltas a su pie entre las manos y observando la agitación del vino en el recipiente como una diminuta marea. De repente dijo:

—Existe una posibilidad. Años atrás, cuando Mylo, Karim y yo hicimos nuestros planes por primera vez, incluimos una eventualidad. No pensamos que jamás necesitaríamos utilizarla, y ahora, con sólo dos de nosotros para llevarla a cabo, no será fácil, pero puede darnos algo de tiempo.

Índigo se inclinó hacia adelante ansiosa.

—Cuéntame.

Alzó los ojos hacia ella.

—No puede haber boda si no hay novia. Si la Infanta desapareciera, ¿qué podría hacer el usurpador entonces?

—¿Quieres decir... secuestrarla?

—Exactamente.

Índigo consideró la idea.

—Sería peligroso, Leando. Ya sabemos lo que les ha sucedido a aquellos que han intentado oponerse a la voluntad del matrimonio.

—Cierto. ¿Pero qué riesgo sería mayor? ¿Ése, o quedarse a un lado y contemplar la celebración de la boda?

Índigo observó a Grimya, que yacía con el hocico sobre el regazo de su amiga. Los ojos de la loba brillaban ambarinos en la habitación en penumbra, y le dijo en silencio:

«Creo que puede ser el único camino. Y él tiene razón: u» hacer nada sería peor.»

—No sé cómo podríamos conseguirlo, o a dónde podríamos llevarla —continuó Leando, bajando la voz aunque no había nadie que pudiera oírlos—. Pero no son problemas insalvables: podríamos huir por mar o ir al desierto. Y aunque Augon pudiera perseguirnos físicamente, creo que se contendría de llevar a cabo cualquier otra acción por temor a hacer daño a la Infanta. Luego, una vez la conjunción haya pasado, podemos decidir qué hacer para que todo salga bien.

Se trataba de un proyecto insensato, pero a pesar de ello Índigo empezó a sentirse excitada. Leando tenía razón al decir que Augon no se arriesgaría a poner en peligro a Jessamin: y si ellos conseguían llevársela, llevársela lejos lo Simhara, al menos tendrían un respiro. De momento a ella no se le ocurría nada más allá de aquel punto, pero no importaba: habrían alejado el inminente desastre. Y, va que al parecer no había otros caminos abiertos a ellos, era una posibilidad que no podían permitirse despreciar.

—Necesitamos planear cada paso con el mayor cuidado —contestó ella—. Pero... creo que podemos hacerlo.

IJQS ojos de Leando se iluminaron.

—¡Sé que podemos, Índigo! —Entonces vaciló—. Sólo hay una condición que debo poner. —Dirigió una rápida mirada al otro diván, en el que Luk seguía durmiendo—. No quiero que Luk se vea involucrado en esto. Es demasiado joven y demasiado vulnerable. Yo arriesgaré mi propia seguridad, pero no arriesgaré la suya.

—Puede que tenga que verse involucrado —indicó Índigo—. No podemos arriesgarnos a dejarlo en Simhara; eso lo pondría aún en mayor peligro.

—Lo sé; pero de momento no debe saber nada de nuestros planes. Lo dejaré con mi abuela, y una vez que tengamos a Jessamin a salvo lejos de la ciudad, enviaré a buscarlo.

—Existe una complicación —repuso Índigo.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te has dado cuenta? ¿Luk no ha dicho nada?

El rostro de Leando estaba totalmente en blanco, Índigo suspiró.

—Leando, Luk está enamorado de Jessamin. Hace meses, cuando se enteró de que regresabas a casa, me dijo que todo se arreglaría, porque tú detendrías la boda y le darías tu bendición para que se casara con Jessamin en lugar de Augon Hunnamek.

Leando la contempló, aturdido.

—Madre del Mar... —dijo al fin, y miró rápidamente de nuevo en dirección al diván y a su hijo dormido— Pero si no es más que un niño...

—Tiene trece años —le recordó Índigo—. Lo bastante mayor como para considerarse casi un hombre. —Y añadió suavemente—: Has estado fuera durante mucho tiempo.

—Sí. —La frente de Leando se arrugó—. Sí; es cierto... y resulta tan fácil de olvidar... Pobre Luk... —Aspiró con fuerza apretando los dientes—. Esto no va a ser una tarea sencilla, Índigo. Pero todavía pienso que es la única elección que tenemos.

—Quizá deberíamos no decir nada más de momento —indicó Índigo y se puso en pie—. Nos veremos de nuevo tan pronto como podamos, y entretanto estudiaré el programa de las actividades de la Infanta para los próximos días y veré si puedo encontrar el momento más propicio para nosotros. Cuando...

Y se interrumpió a mitad de la frase cuando Grimya de repente proyectó una muda y silenciosa advertencia. Hubo un movimiento en la periferia de su visión. Su cabeza giró a toda velocidad, y vio a Jessamin de pie en la puerta que conectaba sus aposentos con los de Índigo.

¡Chera!

Índigo sintió cómo sus mejillas se ruborizaban de sorpresa y contrariedad. ¿Cuánto tiempo había permanecido la niña allí, sin que nadie lo advirtiera? Sin duda no habría podido oír...

Jessamin se frotó los ojos.

—Me he despertado y he oído vuestras voces —dijo; luego.

Movió una mano a la boca para ahogar un bostezo—. Lo siento. No quería interrumpir. —Miró tímidamente a Leando y sonrió, luego miró detrás de él al diván— ¿Duerme Luk?

Aliviada, ya que parecía que nada se había estropeado, Índigo se acercó a la Infanta y la rodeó con su brazo, echándole hacia atrás los despeinados cabellos.

—Sí, querida mía, y tú también deberías hacerlo. ¿Qué es lo que te ha despertado?

—No lo sé. No creo que estuviera soñando, Índigo, ¿puedo tomar un poco de ponche de frutas?

—Desde luego.

Se volvió hacia la mesa y Leando le tocó el brazo.

—Nos iremos ahora, Índigo. Te vendré a ver mañana, si me lo permites...

—Sí..., por favor.

Observó mientras cogía a Luk en sus brazos —el muchacho ni se movió— y se dirigía a la puerta que daba al pasillo, Índigo lo acompañó y, en el umbral, Leando vio que Jessamin los contemplaba por encima del borde de su copa, y fingió besar a Índigo en la frente.

—Hasta mañana.

La puerta se cerró tras él. Jessamin se terminó su ponche y depositó la copa sobre la mesa, luego dejó que Índigo la condujera de nuevo a su dormitorio. Mientras se acomodaba entre las sábanas de seda, dijo.

—Me siento muy feliz por ti, Índigo.

—¿Feliz por mí?

—Ahora que el padre de Luk ha vuelto, chero Takhan me ha dicho que te vas a casar con él pronto.

—Yo... —No, pensó; lo mejor era no decir nada—. Gracias, chera. —Su voz sonaba un poco forzada.

—Yo seré Takhina entonces, de modo que no podré ir detrás de ti y arrojar la red de la Madre del Mar sobre tus cabellos. Pero te haré un regalo muy especial. Cualquier cosa que yo quiera, dice chero Takhan. Pensaré muy bien ni ello.

Índigo sintió como si el corazón se le partiera. Tanta dulzura, tanta inocente alegría. Debían tener éxito en lo que habían decidido hacer, se dijo con fiereza. La alternativa era impensable.

—Eres un encanto y muy buena, Jessamin —repuso, intentando no dejarse dominar por la emoción—. Y siempre te querré.

—Yo también te quiero, Índigo.

Jessamin tendió los brazos hacia arriba y la abrazó. Mientras Índigo salía en silencio de la habitación se acostó de nuevo, y sólo sus satisfechos ojos color miel tostada quedaron visibles como tenues lámparas brillando en la oscuridad.

Estaban listos. Aunque se veía constantemente atormentada por la incertidumbre, perseguida por temores de que algo saldría mal en el último instante, Índigo comprendía que no se podía hacer otra cosa que rezar a la Madre Tierra para que el plan saliera bien.

Había resultado fácil preparar frecuentes encuentros con Leando durante los cuatro días que siguieron a aquella primera reunión. Con pocas obligaciones en palacio que la limitaran, había estado libre de hacer casi por completo lo que deseara, y aunque la sonriente aprobación de Augon; le repugnaba, era, no obstante, una bien recibida cortina de humo para el auténtico motivo de sus citas.

Escoger el momento oportuno para el secuestro de Jessamin había sido, afortunadamente, cosa fácil. Dos noches; antes de la boda, Augon Hunnamek planeaba observar una tradición khimizi según la cual la novia y el novio celebraban ambos, por separado, su inminente paso del estado de soltería al de casados. Las dos celebraciones tendrían lugar de forma estrictamente separada, los hombres se reunirían todos en uno de los jardines de palacio

mientras que las mujeres se reunirían en otro; y todo el mundo, desde el principal consejero al más bajo de los sirvientes, debería estar presente. Hacia la medianoche más o menos casi todos los celebrantes estarían ya desenfrenadamente borrachos —eso, también, era parte de la tradición— y no habría mejor oportunidad para hacer desaparecer a Jessamin.

La parte de Índigo en el plan era relativamente sencilla. Sólo tenía que asegurarse de la conformidad de Jessamin, y eso lo podía conseguir con facilidad. Una dosis de un cierto polvo en el vino aguado que se le permitía beber a la Infanta en ocasiones especiales, y la niña dormiría profundamente hasta el día siguiente. Le administraría la droga durante la fiesta, y el cansándole la Infanta se achacaría un sólo a la sobreexcitación; Índigo se la llevaría a sus aposentos, lejos de la concurrencia, y allí la esperaría Leando. Luk había sido instalado a buen recaudo en casa de su bisabuela; Grimya vigilaría en los tranquilos jardines exteriores; las puertas del palacio estarían mal custodiadas debido a la fiesta, y podrían deslizarse fuera sin que nadie se diera cuenta hasta la mañana siguiente, en que fuese a buscar a Jessamin.

El día de la fiesta prenupcial, los nervios de Índigo estaban a punto de estallar. Exteriormente, realizó sus deberes con tranquilidad, pero su mente era un torbellino, al igual que su estómago. Daba un brinco al menor ruido, se veía incapaz de concentrarse en nada por más de cinco minutos seguidos, y una y otra vez regresaba al ornado armarito de su habitación para dar una mirada a los polvos que había preparado y asegurarse una vez más de que los componentes y la dosis eran correctos.

Pero por fin el sol empezó a ponerse, y se encendieron los faroles y los músicos empezaron a tocar y comenzaron a llenarse las primeras copas de vino; y con Hild a su lado, Índigo condujo a Jessamin por el sendero de losas hasta el jardín de las mujeres a recibir a sus invitadas.

La Infanta estaba radiante. De acuerdo con el significado de la celebración —su última aparición pública como doncella— llevaba un sencillo vestido azul celeste, y sus únicas joyas eran su anillo de compromiso y un sencillo aro de perlas marinas que le ceñía la frente. Sus cabellos estaban sueltos, cayendo en forma de cascada sobre sus diminutos hombros, y se movía con solemne dignidad mientras, con sus acompañantes, avanzaba por entre la multitud.

Índigo permitió que Hild la distrajera por un tiempo, con sus últimos chismorreos palaciegos. Se sintió agradecida por aquel respiro, y asintió y rió y expresó su sorpresa según requería la ocasión mientras Hild le relataba nuevos escándalos y anécdotas. Pero durante todo ese tiempo parte de su atención estaba fija en Jessamin, y su mente aguardaba, calculando el momento oportuno.

Cuando ese momento llegó resultó demasiado fácil, casi como si la misma Jessamin estuviera confabulada en la conspiración. Se acercó a Índigo sonriente y le pidió otra bebida: ¿podría beber tan sólo un poquito de vino sin agua, ya que ésta era una noche especial? Índigo fingió dejarse convencer, incapaz casi de creer en su buena suerte: el vino sin agua disimularía mejor cualquier sabor que pudieran dejar los polvos, y le sirvió a Jessamin una copa de la mejor cosecha de palacio. La droga pasó inadvertida a todo el mundo, disolviéndose rápidamente en el rojo líquido, y la Infanta sorbió con expresión satisfecha, mirando de soslayo a Índigo con el ilícito y compartido placer de aquella

aventura en el mundo de los adultos.

Los polvos no tardaron en hacer efecto. Al cabo de quince minutos, Jessamin había encontrado una silla y se había sentado, y aunque se resistía obstinadamente, Índigo vio los bostezos que intentaba ocultar. Hild los vio también y arrugó el entrecejo.

Ana. La pequeña chera está cansada, creo. Demasiada excitación: ¡se olvidan de que no es más que una niña!

—Le he dado un poco de vino puro —le confió Índigo—. Sé que no he debido hacerlo, pero deseaba tanto sentirse como una mujer adulta... —Se encogió de hombros fingiendo un impotente sentimiento de culpabilidad, y Hild sonrió.

—Probablemente una buena cosa para ella. Tiene otro ensayo de la ceremonia mañana, y luego al día siguiente... Bien, todos sabemos lo que sucederá. Quizá es mejor que duerma un poco.

Índigo le dio las gracias en silencio a la Madre Tierra.

—Sí; estoy de acuerdo. —Sonrió—. La llevaré a su habitación. No se sentirá demasiado desilusionada.

—¡Ah; eso está bien! ¿Quieres ayuda?

—No, no; me las puedo arreglar.

Jessamin se tambaleaba ya cuando Índigo la ayudó a salir, sacándola del jardín y acompañándola por el sendero. Pocos advirtieron su marcha; tal y como había previsto, el vino era de bastante graduación y las mujeres cedían alegremente a sus efectos. Cuando alcanzaron el silencioso refugio de las habitaciones, la cabeza de la Infanta se Balanceaba contra el brazo de Índigo; Índigo no la desvistió, se limitó a colocarla sobre su lecho, con el ligero edredón sobre su pequeño cuerpecito y vigiló luego hasta asegurarse de que la niña estaba profundamente dormida.

Hasta ahora, todo iba bien. Regresó a sus habitaciones y miró el reloj que tenía sobre una mesita. Faltaba una hora para que llegara Leando; se habían dado un ancho margen para mayor seguridad. Todo lo que tenía que hacer ahora era regresar a la reunión, y esperar el momento indicado.

Cuando éste llegó, el baile se había iniciado. Libres de las limitaciones de ocasiones más formales, algunas de las mujeres habían persuadido a los músicos para que desempolvaran de su memoria algunas de las antiguas danzas marineras, y una alegre danza estaba en todo su apogeo Cuando Índigo levantó la mirada y vio que la parte inferior de la luna rozaba apenas las enredaderas que cubrían el muro este. Se levantó, dejando su copa —no había bebido otra cosa que zumo de frutas y agua durante toda la noche, aunque nadie se había dado cuenta— y, colocándose detrás de un grupito de sirvientas que acompañaban la danza con sus palmas, se deslizó fuera del círculo de luz de los faroles, y marchó a sus habitaciones.

Leando la esperaba. La habitación estaba iluminada tan sólo por una lámpara; pero incluso en la penumbra la joven pudo apreciar la tensión de su rostro.

—Están bailando. —Mantuvo la voz apenas en un susurro—. Y dudo de que haya una sola que esté sobria de entre ellas.

—Ocurre lo mismo con los hombres. Incluso Augon Hunnamek acusa los efectos de la bebida, demos gracias por ello a la Gran Diosa. ¿Y Jessamin?

—Dormida desde hace una hora. No se despertará.

—Bien. —Leando miró a su alrededor—. ¿Has recogido todo lo que quieres llevarte contigo?

—Solo necesito ropa de viaje para mí y para Jessamin, y mi arpa. Todo está listo.

—Entonces lo mejor es que no perdamos tiempo.

Fueron juntos hacia los aposentos de Jessamin. Los lejanos sonidos de la fiesta penetraban débilmente por la ventana abierta, aunque apenas si soplaba una ligera brisa, Índigo dedicó una última y prolongada mirada a la habitación que había sido su hogar durante más de diez años. No sentía dolor, ni pena; sólo una sensación de vacío mientras el abismo de un futuro desconocido se abría ante ella. Contuvo esa sensación con un esfuerzo, abrió la puerta de Jessamin, y entró.

No había ninguna luz en la habitación de la Infanta, pero un leve resplandor procedente de la luna se filtraba por la ventana, arrojando una pátina metálica sobre las lujosas colgaduras y el lecho. Era suficiente para poner de manifiesto que la cama estaba vacía.

—¡Leando! —El frenético siseo de Índigo hizo que él se acercara deprisa a la puerta, mientras ella empezaba a volverse excitada en su dirección.

Y de detrás de la cama, una forma se movió con una sinuosa convulsión.

La intuición le gritó una advertencia, pero la mente consciente de Índigo reaccionó con más lentitud. Durante un instante crucial la advertencia no se registró, y en esa fracción de segundo la serpiente plateada se alzó con furia de entre las sombras, volcando la cama, una mesa, una silla, mientras su enorme y desenrollada longitud surgía como un trallazo de una oscuridad situada más allá de los planos físicos y se abalanzaba a través de la habitación en dirección a su garganta.

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