39. OLIVER

«Lo sé todo», me dijo Ned. «Conozco toda la historia.» Me sonreía tímidamente. Mirada dulce, sus ojos de perro apaleado inmersos en los míos. «No tengas miedo de lo que eres, Oliver, nunca hay que tener miedo de lo que se es. No te das cuenta de que es muy importante que te conozcas, que te explores tan lejos como puedas, y que después actúes en consecuencia. Hay tanta gente que levanta estúpidamente barreras entre ellos, muros hechos de abstracciones inútiles. Un montón de no-harás-nada, de no-osarás-nunca, y, ¿por qué? ¿Qué bien puede hacer todo eso?»

Su rostro estaba brillante. Un tentador, un demonio. Eli ha debido contárselo. Karl y yo, yo y Karl. Hubiera triturado su cabeza por esto. Ned rondaba a mi alrededor, gesticulando, como un gato, como un luchador dispuesto a lanzarse. Hablaba en voz baja, casi arrullante: «Déjate hacer, Oliver, LuAnn no lo sabrá. No iré gritándolo a los cuatro vientos. Déjate hacer, Oliver, por favor. No somos dos extraños. Hemos estado mucho tiempo alejados el uno del otro. Eres tú, Oliver, eres el verdadero tú que quisiera salir de su prisión, éste es el momento, Oliver. ¿Di, quieres? Aprovecha tu oportunidad. Yo estoy aquí». Y se acercaba a mí. Levantaba la cabeza para mirarme. El pequeño Ned que apenas si me llegaba a la altura del pecho. Sus dedos corrían ligeramente por mi antebrazo. «No», dije sacudiendo la cabeza. «¡No me toques, Ned!» Seguía sonriendo. Acariciándome. Murmuraba: «No me rechaces. Haciéndolo, te rechazas a ti mismo. Rechazas aceptar la realidad de tu propia existencia, y, ¿no puedes hacer eso, di, Oliver? No puedes hacerlo si quieres tener la eternidad para ti. Soy una etapa que debes franquear en tu viaje. Hace años que los dos lo sabemos, en nuestro fuero interno. Filtraba. Está en la superficie, Oliver. Todo sube a la superficie, todo converge, todo nos lleva a este instante. Aquí mismo, Oliver. En esta habitación, esta noche. ¿Sí? Di que sí, Oliver. ¡Di que sí!».

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