31. ELI

La meditación, estoy convencido, es el centro del proceso. Ser capaz de replegarse al interior. Es absolutamente necesario llegar a ello si se quiere realizar algo aquí. El resto, la cultura física, el régimen, los baños, el trabajo en el campo, todo ello no es sino una serie de técnicas con el fin de adquirir autodisciplina, someter el recalcitrante ego al grado de control que requiere la verdadera longevidad. Desde luego, si se quiere vivir largo tiempo, hacer mucho ejercicio, mantener el cuerpo en forma, evitar los sentimientos insanos, es de gran ayuda. Pero pienso que sería un error cargar demasiado la vara sobre este aspecto de la vida de la Hermandad. La higiene y la gimnasia son útiles cuando se trata de prolongar la duración de la vida normal hasta los ochenta o noventa años, pero es necesario algo más trascendental para llegar hasta los ochocientos o novecientos años. (¿O nueve mil? ¿Noventa mil?) El control total de las funciones corporales se convierte en necesario. Y la meditación es la llave para ello.

En el estado actual, estamos a punto de que nos enseñen a desarrollar nuestra conciencia interior. Hemos de mirar fijamente el sol que se pone, por ejemplo, y transferir su calor a diversas partes de nuestro cuerpo. Primero el corazón, después los testículos, después los pulmones, el bazo y lo demás. Yo sostengo que no es la radiación solar lo que les interesa —es sólo una metáfora, un símbolo—, sino más bien la idea de ponernos en contacto con el corazón, los testículos, los pulmones, el bazo, etcétera, de tal modo que, si se produjera algún problema en estos órganos, pudiéramos examinarlos con nuestro espíritu, y arreglar lo que hubiera de ser arreglado. Todas estas historias de cabezas de muerte, en torno a las que se hace la mayor parte de la meditación, también son símbolos, estoy seguro, destinados, únicamente, a suministrar la fuerza adecuada para nuestra concentración. De suerte que podamos servirnos de la imagen del cráneo como de un trampolín para el salto interior. Parece importante que otro símbolo hubiera servido probablemente igual de bien para este asunto: un tornasol, un ramillete de bellotas, un trébol de cuatro hojas. Una vez revestido del velo psíquico adecuado, el mana, no importa cuál, podrá servir. Resulta que la Hermandad ha elegido la simbología de los cráneos, lo cual dista mucho de ser inadecuado. De hecho, hay algo de misterio en un cráneo, algo de romanticismo, algo de maravilloso. Cuando nos sentamos ante el hermano Antony y nos pide que nos fijemos en su pequeño colgante de jade y que verifiquemos diversas absorciones en cuanto a las relaciones entre la vida y la muerte, lo que de hecho quiere es que sepamos concentrar toda nuestra energía mental en un solo objeto. Una vez dominada la concentración, podremos aplicar nuestro nuevo talento a tareas de conservación y regeneración permanente de nuestro cuerpo. He ahí todo el secreto. Las drogas para la longevidad, la alimentación, el culto al sol, la oración, todas son cosas secundarias. La meditación lo es todo. Es algo parecido al yoga, supongo, el espíritu dominando a la materia. Aunque si la Hermandad es tan vieja como el hermano Miklos da a entender, quizá fuera más exacto decir que el yoga emana del Monasterio de los Cráneos.

Tenemos que recorrer un largo camino. No estamos más que en el estado preliminar de la serie de entrenamientos que los hermanos designan con el nombre de la Prueba. Imagino que lo que ahora nos espera es de orden psicológico, o incluso psicoanalítico: hacer una purga del excedente del equipaje intelectual. La horrible amenaza del Noveno Misterio forma parte de ello. No sé todavía si este pasaje de El Libro de los Cráneos ha de ser interpretado literal o metafóricamente, pero, en cualquier caso, estoy seguro de que se trata de eliminar las malas vibraciones del Receptáculo; matamos a nuestro chivo expiatorio, metafóricamente o de otro modo, y el otro chivo expiatorio se elimina por sí mismo, metafóricamente o de otro modo, y el resultado de todo ello es que quedan dos hermanos desembarazados de las emanaciones de muerte aportadas por el dúo defectuoso. Después de haber hecho la purga del grupo, en bloque, es necesario hacer la purga de las individualidades por separado.

Ayer por la noche, después de la cena, el hermano Javier vino a buscarme a mi cuarto y supongo que también fue a buscar a los demás; me dijo que debía prepararme para el rito de la confesión. Me pidió que pasara revista a toda mi experiencia poniendo especial atención en los episodios de culpabilidad y vergüenza, y que estuviera dispuesto a discutirlos en profundidad cuando llegara el momento. Supongo que se prepara una sesión colectiva para muy pronto bajo la supervisión del hermano Javier. ¡Qué hombre tan formidable! Ojos grises, labios finos, rostro cincelado. Tan accesible como una losa de granito. Cuando camina por los corredores tengo la impresión de escuchar una música sombría y dolorida que le acompaña. ¡El Gran Inquisidor! Sí, el hermano Javier en el papel de Gran Inquisidor. Noche y frío; dolor y niebla. ¿Cuándo comienza la Inquisición? ¿Qué le voy a decir? ¿Cuál de mis faltas, de mis vergüenzas, colocaré sobre el altar?

Creo comprender que el objeto de esta confesión es aligerar nuestras almas liberando… —¿qué término puedo utilizar?— nuestras neurosis, nuestros pecados, nuestros bloqueos mentales, nuestros complejos, nuestras taras, nuestros depósitos de karma defectuosos. Debemos prepararnos. Guardarnos los huesos y la carne, pero el espíritu debe estar disecado. Debemos esforzarnos en alcanzar una especie de quietismo en el que no haya conflictos ni tensiones. Evitar todo aquello que vaya contra la piel y si es posible reorientar la piel. Acción sin esfuerzo, he ahí la clave. No perder energía. Luchar acorta la vida. Bien, ya veremos, llevo dentro de mí escorias interiores, todos las llevamos. Un lavado psíquico no ha de ser tan mala cosa.

¿Qué he de decirle, hermano Javier?

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