3. TIMOTHY

Eli se toma todo esto mucho más en serio que el resto de nosotros. Supongo que es natural; lo ha descubierto él, él ha organizado toda la operación. Y, de todas formas, siente esa llama que se alimenta de él, ese misticismo del europeo del este que le permite concentrarse al máximo en una cosa aunque, en último análisis, sepa que es puramente imaginaria. Debe tratarse de algún rasgo judío ligado a la kabala, o no sé muy bien a qué. Por lo menos, creo que es un rasgo judío, como la inteligencia, la cobardía o el amor al dinero, pero, en definitiva, ¿qué sé yo de los judíos? Por ejemplo, nosotros cuatro en este coche. Oliver es, sin duda, el más inteligente. Ned, el más débil físicamente, basta con mirarle a los ojos para que se derrumbe. En cuanto al dinero, lo tengo yo, aunque no haya hecho nada para ganarlo. Reunimos los que dicen ser los rasgos típicos de los judíos. Y el misticismo. ¿Místico, Eli? Puede que simplemente no quiera morir. ¿Qué tiene eso de místico?

Nada, desde luego, pero cuando se trata de creer en la existencia de egipcios o babilonios, o sobre los inmortales exilados al desierto, cuando se trata de creer que basta con ir allí, decirles las palabras adecuadas y que en el momento te den la inmortalidad, ¡entonces, sí! Salvo Eli, ¿quién puede tragarse eso? ¿Quizás Oliver? ¿Ned? No, él, no. Ned no cree en nada, ni siquiera en sí mismo. Y yo tampoco, no hay que preocuparse por eso.

En ese caso, ¿qué pinto aquí?

Como le he dicho a Eli, hace buen tiempo en Arizona en esta época del año. Además, me gusta viajar. Y me da la impresión de que la experiencia va a ser interesante. Ver cómo evoluciona todo esto. Ver a mis amigos enfrentarse con su destino en las mesas. ¿Para qué ir a la universidad sino para tener experiencias interesantes y enriquecer nuestro conocimiento de la naturaleza humana mientras uno se divierte? Yo no he ido para aprender geología o astronomía, sino para observar a otros seres humanos mientras hacen el idiota. ¡Eso es la educación! ¡Eso es pasarlo bien! Como me dijo mí padre el día que me fui de casa por primera vez, después de recordarme que representaba la octava generación de los Winchester que pisaba la noble institución: «Recuerda una cosa, Timothy: el único tema de estudio interesante para el hombre, es el hombre. Lo dijo Sócrates hace tres mil años, y todavía es válido.» En realidad, fue Pope quien lo dijo en el siglo XVIII, lo aprendí en segundo curso de inglés, pero no tiene importancia. Se aprende observando a los demás; sobre todo si uno ha perdido la oportunidad de fortificar el carácter en la adversidad, eligiendo cuidadosamente a los tátara-tátara-abuelos. Tendría que verme ahora el abuelito: en coche con un marica, un judío y un campesino. Creo que no tendría nada que decir. No olvido que soy el mejor.

Eli habló primero con Ned. Les vi cuchichear un montón de cosas. Ned se reía. «Te burlas de mí», repetía; y Eli se ponía como un tomate de rojo. Ned y Eli son muy amigos. Sin duda porque son dos mequetrefes y pertenecen a minorías oprimidas. Desde el principio estuvo claro que, si nos uníamos los cuatro, ellos dos estarían en un lado y Oliver y yo en el otro. Los dos intelectuales contra los dos banales. Los dos maricas… es injusto. Eli no es marica, aunque le moleste al tío Clark. Mi tío insiste continuamente en hacernos creer que los judíos, se reconozca o no, son, fundamentalmente, homosexuales. Es cierto que Eli, con esos andares y ese ceceo, parece marica. De hecho, más que Ned. Quizá por eso persigue Eli de esa manera a las chicas. ¿Tendrá algo que ocultar? En fin, el caso es que Eli y Ned cuchicheaban, se pasaban notas y, después se lo contaron a Oliver. «¡Mierda! ¿Es que yo no puedo enterarme?», les pregunté. Creo que sentían un maligno placer excluyéndome de sus manejos, algo así como si quisieran demostrarme lo que significa ser un ciudadano de segunda categoría. O, a lo mejor, tenían miedo de que me riera de ellos. Terminaron por contármelo todo. Oliver hizo de embajador.

—¿Qué harás en Semana Santa? —me preguntó.

—No sé. Tal vez las Bermudas. O Florida. O Nassau —el caso es que no lo había pensado mucho.

—¿Te seduce Arízona?

—¿Y qué podemos hacer allí?

Aspiró profundamente.

—Eli ha estado examinando unos manuscritos antiguos en la biblioteca —me dijo sonriendo y evitando mirarme a los ojos—. Ha encontrado algo que se llama El Libro de los Cráneos, un libro que, al parecer, ha estado allí durante cincuenta años sin que nadie pensara en traducirlo. Eli ha investigado algunas cosas y piensa…

Piensa que los Guardianes de los Cráneos todavía existen, y que nos dejarán aprovecharnos de su maravilloso tesoro. Eli, Ned y Oliver están de acuerdo en ir allí y ver de qué se trata, y me invitan a completar el cuarteto. ¿Por qué? ¿Por mi dinero? ¿Por mi encanto personal? En realidad, es porque solamente admiten que vayan los candidatos de cuatro en cuatro, y, como somos compañeros de habitación, les ha parecido lógico que…

Y etcétera, etcétera. Acepté quizá por divertirme. Cuando mi padre tenía mi edad, se fue al Congo Belga para buscar minas de uranio. No encontró nada, pero se lo pasó en grande. También yo tengo derecho a correr detrás de alguna quimera. Me voy con vosotros, contesté. Y se me ocurrió durante los exámenes. Sólo más tarde, Eli me contó algunas de las reglas del juego. De cuatro candidatos, como mucho, sólo dos consiguen la inmortalidad. Los otros dos deben morir. Era precisamente el toque melodramático que faltaba. Eli me miró fijamente a los ojos:

—Ahora que ya conoces los riesgos —me dijo—, puedes dejarlo si quieres.

Me miraba intensamente, como si buscara alguna paja amarilla en mi sangre azul. Me eché a reír.

—¡Una posibilidad entre dos está bastante bien! —le dije.

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