26. OLIVER

Así pues, henos aquí; es cierto; nos toman como candidatos. Te ofrecemos la vida eterna. Por lo menos un punto de referencia. Es cierto. Pero, ¿está bien? Vas a la iglesia todos los domingos puntualmente, rezas tus oraciones, llevas una vida irreprochable, echas dos monedas en el platillo y te dicen: Irás al cielo y vivirás eternamente entre los ángeles y los apóstoles, pero, ¿se va realmente allí? ¿Existe un paraíso? ¿Y ángeles y apóstoles? ¿Para qué sirve ir honradamente a la iglesia si todo es mentira? Sin embargo, existe realmente un monasterio de los cráneos y una Hermandad, y Guardianes —el hermano Antony es uno de ellos—, y nosotros somos un Receptáculo, pero eso, ¿qué prueba? Te ofrecemos la vida eterna, pero, ¿en qué medida es real? ¿Y si fueran historias como las de los ángeles o los apóstoles?

Eli cree en ello. Parece que Ned también. Timothy parece divertido, quizás irritado, sería difícil saberlo. ¿Y yo? ¿Y yo? Tengo la impresión de ser un sonámbulo. Sueño despierto.

Continuamente me pregunto, no sólo aquí, sino en todas partes, sí las cosas son reales, si tengo de ellas una experiencia auténtica. ¿Estoy realmente en contacto con la realidad? ¿Y si no lo estoy? ¿Y si las sensaciones que experimento no fueran más que el débil eco de lo que sienten los otros? ¿Cómo saberlo? Cuando bebo vino, ¿siento todo aquello que sienten los otros? Cuando leo un libro, ¿comprendo las palabras o solamente creo comprenderlas? Cuando acaricio a una chica, ¿percibo realmente la textura de su piel? A veces creo que mis sensaciones son demasiado débiles. A veces creo que soy el único en el mundo que no siente plenamente las cosas, pero, ¿cómo hacer para saberlo? ¿Cómo puede un daltónico decir si los colores que ve son los verdaderos? A veces tengo la impresión de vivir en una película, de no ser sino una sombra sobre una pantalla derivando de un episodio a otro según un guión escrito por otra persona, un retrasado, un chimpancé, un ordenador loco, y no tengo profundidad, ni textura, ni soy tangible, ni soy real. Nada cuenta; nada es real. Todo es únicamente una puesta en escena. Y así será siempre para mí. En estos momentos me entra una especie de desesperanza. No puedo ya creer en nada. Incluso las palabras pierden su significado para no ser más que sonidos huecos. Todo se vuelve abstracto, aunque no es justamente el caso de palabras brumosas como «amor, esperanza, muerte», sino el de palabras concretas como «árbol, calle, amargo, caliente, suave, caliente, ventana». Nada puede asegurarme que una cosa sea lo que se considera que es, pues su nombre no es sino un sonido. Todo nombre puede perder su contenido. «La vida, la muerte. Todo. Nada.» Todo se parece, ¿qué es real? ¿Qué no lo es? ¿Qué diferencia hay? ¿No es el universo entero un ramillete de átomos que nosotros disponemos ordenados en motivos gracias a nuestra facultad de percepción? Y las percepciones que ensamblamos, ¿no pueden desensamblarse con facilidad cuando dejamos de creer en el proceso? Sólo me queda retirarle mi aceptación a la noción abstracta según la cual lo que veo, lo que creo ver, se encuentra realmente ahí. Podría atravesar la pared de esta habitación si lograra negar su existencia, podría vivir eternamente… si negara la muerte. Podría morir ayer… si negara el hoy. Cuando tengo este tipo de pensamiento, bajo, bajo por la espiral de mi propio torbellino hasta el momento en que me pierdo, me pierdo en la eternidad.

Estamos bien aquí. Es real. Estamos dentro y ellos nos aceptan para la iniciación.

Todo esto queda establecido. Es real. Pero, «real», no es más que una palabra. «Real» no es real. Ya estoy desconcertado. Los otros tres pueden irse al restaurante y pensar que muerden un bistec sangrante; yo sé que muerdo un conjunto de átomos, un concepto abstracto al que hemos puesto la etiqueta «bistec» y nos alimentamos de conceptos abstractos. Niego la existencia del bistec. Niego la realidad del Monasterio de los Cráneos. Niego la realidad de Oliver Marshall. Niego la realidad de la realidad.

He debido estar demasiado tiempo al sol hoy.

Tengo miedo. Estoy desconcertado. Me desmadejo. Y no puedo decírselo, puesto que niego su existencia, lo niego todo. ¡Dios me ayude! Niego a Dios. Niego la muerte y niego la vida. ¿Qué piden los seguidores del zen? ¿Qué ruido hace una mano que aplaude? Y ¿a dónde va la llama de una vela cuando se apaga? ¿A dónde va la llama?

Creo que allí será a donde iré yo muy pronto.

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