19. OLIVER

Es posible que me haya pasado un poco con el rollo del autoestopista. No sé. No entiendo nada. Normalmente, mis motivos son limpios, claros como el cristal. Esta vez, no. El pobre Ned no podía saber qué le iba a caer encima cuando empecé a gritar. Eli me echó la bronca, luego me dijo que no me podía oponer a su libre decisión de ayudar a un ser humano. Ned conducía, podía pararse si quería. Incluso Timothy, que me dio la razón, me dijo luego que me había pasado. El único que no hizo ningún comentario fue Ned, aunque yo sabía lo que estaba pensando.

Me pregunto por qué hice eso. No podía tener tantas ganas de llegar al monasterio. Aunque el autoestopista nos hubiera desviado un cuarto de hora de nuestro camino, ¿qué importaba? Coger una rabieta por un cuarto de hora teniendo en cuenta que nos esperaba la eternidad. No, no era perder el tiempo lo que me fastidiaba, tampoco las tonterías de Charles Manson. Era algo más profundo. Lo sé muy bien.

Justo en el momento en que Ned iba más despacio, tuve una intuición. Este hippie es marica, me dije. Exactamente así. Este hippie es marica. Ned lo ha notado con ese sexto sentido que parecen tener los de su especie. Ned lo ha notado, me dije, y quiere subírselo al motel esta noche. Debo ser sincero conmigo mismo. Esto es lo que pensé. Pensé en la imagen de Ned y el hippie, juntos en la cama, abrazándose, jadeando, sudando uno sobre otro, acariciándose, haciendo todo lo que a los homosexuales les gusta hacer. No tenía ninguna razón para pensar algo parecido. El hippie era exactamente igual a los otros cinco millones de hippies: descalzo, un cabello exagerado, chaleco cerrado, unos pantalones cortos descoloridos. ¿Qué fue lo que me hizo pensar que era marica? Aunque lo fuera, ¿acaso no nos dedicamos Timothy y yo a pescar chicas en Chicago y Nueva York? ¿Por qué Ned no tenía derecho a practicar su deporte favorito? ¿Tengo algo en contra de los homosexuales? ¿No es acaso uno de ellos compañero mío de habitación, uno de mis mejores amigos? Yo sabía a qué atenerme con Ned cuando vino a vivir con nosotros. Me importaba muy poco, ya que a mí no me hacía proposiciones. Yo le quería como individuo. No me interesaban sus gustos sexuales. ¿Y por qué este repentino ataque de beatería en medio de la carretera? Reflexiona, Oliver. Piensa en esto.

Es posible que estuvieras celoso, ¿no? Oliver, ¿has pensado en esa posibilidad? Puede que tú no quisieras que Ned se fuera con otro. ¿Podrías examinar esa idea durante un instante?

De acuerdo. Sé que le intereso. Desde hace mucho tiempo. Esa mirada de perrito cuando me mira de reojo, ese aire soñador, sé qué significa. No es que me haya propuesto nada. Tiene demasiado miedo, demasiado miedo para romper una amistad útil. Pero, a pesar de todo, el deseo está ahí. ¿He jugado, pues, a ser el perro del hortelano, al no recordar a Ned lo que él quería de mí e impidiéndole también hacerlo con ese hippie? ¡Qué cabronada! Tendré que reexaminar todo esto meticulosamente. Mi reacción cuando Ned empezó a frenar. Los gritos. Una histeria visible, un mecanismo que se desencadenó en mí. Tengo que volver a pensar en esto. Tengo que poner en claro todo este asunto. Me da miedo. Tengo miedo de descubrir algo en mí que no quiero saber.

Загрузка...