La Mente tenía una imagen favorita para ilustrar su capacidad de acumular información. Le gustaba imaginarse los contenidos de su almacén de memoria como si estuvieran escritos en tarjetas; trocitos de papel cubiertos de caracteres minúsculos que apenas si eran lo suficientemente grandes para que un humano pudiera leerlos. Suponiendo que los caracteres tuvieran un par de milímetros de altura y que cada tarjeta tuviera unos diez centímetros cuadrados de superficie y estuviera escrita por los dos lados, cabrían unos diez mil caracteres en cada una. Un cajón de un metro de longitud lleno de esas tarjetas podría almacenar un millar de cuadraditos de papel: diez millones de datos. Un cuartito que tuviera unos metros cuadrados de superficie con un pasillo central de la anchura justa para que pudieras abrir uno de esos cajones te permitiría contar con mil cajones colocados dentro de archivadores pegados los unos a los otros: diez billones de caracteres en total.
Un kilómetro cuadrado de esas pequeñas celdas abarrotadas de cajones contendría cien mil cuartitos; mil pisos de un kilómetro cuadrado darían como resultado un edificio de dos mil metros de altura con cien millones de cuartitos. Si seguías construyendo esas torres cuadradas pegándolas las unas a las otras hasta que cubrieran toda la superficie de un mundo tamaño promedio tirando a grande —un billón de kilómetros cuadrados aproximadamente—, tendrías un planeta con un trillón de kilómetros cuadrados de espacio para archivos, cien cuatrillones de habitaciones repletas de tarjetitas, treinta años luz de pasillos y un número de caracteres almacenados lo suficientemente grande para hacer vacilar la mente de cualquiera.
En base diez ese número sería un uno seguido por veintisiete ceros, e incluso esa cifra tan vasta sólo representaba una fracción de la capacidad de la Mente. Para igualarla necesitarías mil mundos como ése; sistemas enteros de ellos, un conjunto de globos repletos de información…, y esa inmensa capacidad estaba contenida en un espacio físico más pequeño que uno solo de esos cuartitos minúsculos, dentro de la Mente…
La Mente aguardaba en la oscuridad.
Había contado el tiempo que llevaba esperando hasta ahora, y había intentado calcular el tiempo que debería esperar en el futuro. Sabía el tiempo que llevaba en los túneles del Sistema de Mando con una precisión que llegaba hasta la fracción de segundo más pequeña imaginable, y pensaba en ese número con más frecuencia de lo que habría necesitado hacerlo, viendo como crecía dentro de sí misma. Suponía que era una forma de sentirse mínimamente segura, como un pequeño fetiche; algo a lo que aferrarse…
Había explorado los túneles del Sistema de Mando recorriéndolos y analizándolos. Estaba debilitada, había sufrido daños y se encontraba casi totalmente impotente; pero echar un vistazo por el laberíntico complejo de túneles y cavernas había valido la pena aunque sólo fuese para apartar su atención del hecho de que se encontraba allí en calidad de refugiada. Los lugares a los que no podía acceder por sí misma fueron visitados por el único robot manejado a control remoto que le quedaba, y eso le permitió averiguar cómo eran y ver cuanto había que ver en ellos.
Y todo lo que contenían era al mismo tiempo aburrido y terriblemente deprimente. El nivel de tecnología alcanzado por los constructores del Sistema de Mando era realmente muy limitado; todo lo que había en los túneles funcionaba mecánica o electrónicamente. Engranajes y ruedecillas, cables eléctricos, superconductores y fibras ópticas… No cabía duda de que todo aquello era muy tosco, y la Mente se dio cuenta de que no había nada susceptible de interesarle. Un rápido vistazo a cualquiera de las máquinas y artefactos que había en los túneles le bastaba para desentrañar todos sus misterios: de qué estaban hechas, cómo habían sido fabricadas e, incluso, el objetivo para el que habían sido fabricadas. No había ningún misterio, nada en que utilizar sus facultades.
Además, la inexactitud de que estaba rodeada contenía algo que la Mente encontraba casi aterrador. Podía contemplar alguna pieza de metal cuidadosamente torneada a máquina o un trozo de plástico delicadamente moldeado sabiendo que para los ojos de los humanoides que habían construido el Sistema de Mando aquellos objetos eran exactos y precisos, que habían sido fabricados para alcanzar las tolerancias más sutiles con líneas perfectamente rectas, filos impecables, superficies lisas y ángulos rectos inmaculados. Pero incluso teniendo sus sensores dañados la Mente podía ver las irregularidades de los contornos y captar la tosquedad de las partes y las piezas que formaban aquellos objetos. Oh, sí, habían sido lo bastante buenos para las gentes de su época, y no le cabía ni la más mínima duda de que habían satisfecho el criterio más importante de todos: funcionaban.
Pero eran toscos y poco elegantes, y habían sido diseñados y manufacturados de una forma terriblemente imperfecta. La Mente no sabía por qué, pero aquello la obsesionaba y la preocupaba.
Y tendría que utilizar esta vieja y tosca tecnología surgida de talleres y fabricas que rezumaban aceite. Tendría que entrar en conexión con ella…
Había analizado la situación en todas sus facetas, y decidió trazar planes para enfrentarse a la posibilidad de que los idiranos consiguieran hacer que alguien cruzase la Barrera del Silencio, amenazándola con el descubrimiento.
Se armaría, y crearía un lugar donde esconderse. Ambas acciones implicaban dañar el Sistema de Mando, por lo que no actuaría hasta no estar absolutamente segura de que se hallaba amenazada. En cuanto supiera que lo estaba, se vería obligada a actuar y correr el riesgo de irritar al Dra'Azon.
Pero quizá no llegara a ser necesario. Tenía la esperanza de que no lo sería. Trazar planes era una cosa; ejecutarlos era otra y muy distinta. Además, era improbable que tuviera mucho tiempo para armarse o esconderse. Las circunstancias podían obligarla a poner en práctica ambos planes de una forma bastante tosca, especialmente si las únicas herramientas de que disponía para manipular las instalaciones del Sistema eran un robot dirigido por control remoto y unos campos internos bastante maltrechos.
Aun así, siempre eran mejor que nada. Tener problemas era mucho mejor que permitir que la muerte los eliminara…
Aparte de eso, había descubierto otro problema de relevancia menos inmediata pero intrínsecamente más preocupante, y el problema quedaba implícito en una sola pregunta: ¿quién era?
Sus funciones más elevadas se habían visto obligadas a desconectarse cuando se transfirió del espacio tetradimensional al espacio tridimensional. La mayor parte de datos de que disponía estaba almacenada en forma binaria dentro de espirales compuestas por protones y neutrones; y cuando se encontraban fuera de un núcleo o cuando se hallaban fuera del hiperespacio los neutrones sufrían un proceso de conversión (se convertían en protones, ja, ja; poco después de haber entrado en el Sistema de Mando la inmensa mayoría de su memoria se habría reducido a un mensaje asombrosamente revelador: «000000000…»), por lo que la Mente congeló su memoria primaria y sus funciones cognitivas envolviéndolas en campos que evitaban tanto la degradación como el uso. Ahora la Mente estaba trabajando con picocircuitos de reserva que funcionaban en el espacio real, y se veía obligada a usar la luz del espacio real para pensar (qué humillante).
De hecho, seguía pudiendo acceder a toda esa memoria almacenada (aunque el proceso era complicado, y demasiado lento), por lo que no había perdido todo cuanto contenían. Pero en cuanto a pensar y ser ella misma…, eso era otro asunto muy distinto. La Mente no era la de siempre. Era una tosca copia o abstracción de sí misma, un simple plano básico con el que construir toda la complejidad laberíntica de su auténtica personalidad. Aquel plano constituía la copia más fiel posible que su limitada escala actual era teóricamente capaz de proporcionar, y la Mente seguía siendo consciente de sí misma; consciente incluso según las pautas de medida más rigurosas aplicables. Aun así, un índice no era el texto, un plano de calles no era la ciudad, y un mapa no era el terreno que representaba.
Por lo tanto, ¿qué era?
No la entidad que creía ser, ésa era la respuesta, y resultaba de lo más desconcertante, porque sabía que el yo en que se había convertido jamás podría pensar en todas las cosas que su antigua personalidad era capaz de abarcar con el pensamiento. La Mente se sentía indigna de sí misma. Se sentía falible, limitada y… torpe.
«Pero hay que pensar de forma positiva. Pautas, imágenes, la analogía indicadora…, sácale el máximo provecho a aquello de que dispones. Limítate a pensar que…»
Si no era ella misma, entonces sería algo distinto.
Entre su estado actual y lo que había sido antes había la misma distancia que entre ella y el robot (hermosa comparación).
El robot sería algo más que sus ojos y oídos en la superficie, dentro o en las proximidades de la base de los Cambiantes; sería más que un mero vigilante y un ayudante en los indudablemente frenéticos preparativos para equiparse y esconderse que se producirían si daba la alarma. Sería algo más que eso. Y algo menos.
«Mira el lado bueno de las cosas». ¿Acaso no había obrado de una forma muy astuta? Sí, claro que sí.
Su huida de la nave de guerra improvisada con los componentes disponibles había sido asombrosamente brillante y genial, aunque fuera ella misma quien aplicara esos términos. Su valerosa utilización del campo distorsionador a tales profundidades de un pozo gravitatorio habría sido extremadamente temeraria salvo en el terrible conjunto de circunstancias dentro del que se había visto atrapada, pero no cabía duda alguna de que había sabido manejarlo de una forma soberbiamente hábil… Y su asombrosa transferencia del hiperespacio al espacio real no se limitaba a ser un acto más brillante e incluso más valeroso que cualquiera de los que había llevado a cabo hasta entonces, sino que también era casi indudablemente una primicia cósmica. Su vasto almacén de información no contenía ni un solo dato indicador de que alguien hubiera eso hecho antes. La Mente estaba orgullosa de sí misma.
Pero después de todo eso ahora estaba aquí, atrapada; una lisiada intelectual, convertida en una mera sombra filosófica de su antiguo yo.
Ahora lo único que podía hacer era dejar transcurrir el tiempo, y albergar la esperanza de que quien viniera a su encuentro estuviera animado por intenciones amistosas. La Cultura debía saber lo que le había ocurrido; la Mente estaba segura de que su señal había funcionado y de que habría sido recogida en algún sitio. Pero los idiranos también sabían dónde estaba. La Mente no creía que intentaran llegar hasta allí por la fuerza. Los idiranos sabían tan bien como ella que enemistarse con los Dra'Azon era una pésima idea. Pero, ¿y si los idiranos lograban encontrar una forma de llegar hasta ella y la Cultura no? ¿Y si toda la región de espacio que rodeaba al Golfo Sombrío había caído bajo el dominio idirano? La Mente sabía que si caía en manos idiranas sólo podía hacer una cosa, pero no sólo tenía razones puramente personales para no querer autodestruirse, sino que además tampoco quería autodestruirse en las proximidades del Mundo de Schar por la misma razón por la que los idiranos jamás se presentarían allí con una flota de combate. Pero si era capturada en el planeta, ésos podían ser los últimos momentos en que tendría una posibilidad de autodestruirse. Cuando se la llevaran del planeta los idiranos quizá hubieran dado con alguna forma de impedir que se autodestruyera.
También cabía la posibilidad de que huir hubiese sido un error. Quizá debería haberse destruido junto con el resto de la nave, ahorrándose todas aquellas complicaciones y problemas. Pero cuando fue atacada y descubrió que se encontraba tan cerca de un Planeta de los Muertos… Bueno, le pareció como si el mismo cielo le enviara una posibilidad de escapar. La Mente quería vivir, desde luego, pero dejar pasar por alto una ocasión tan soberbia… Aun suponiendo que su supervivencia o su destrucción no le importaran en lo más mínimo, habría seguido siendo un auténtico desperdicio.
Bueno, ahora ya no podía hacer nada al respecto. Estaba aquí y no le quedaba más remedio que esperar. Esperar y pensar, considerar todas las opciones de que disponía (pocas) y las posibilidades existentes (muchas). Tenía que hurgar en las memorias disponibles buscando cualquier cosa que pudiera ser relevante y que pudiera ayudarla. Por ejemplo (y el único dato realmente interesante no le hacía concebir muchas esperanzas), había descubierto que existían muchas probabilidades de que los idiranos pudieran contar con los servicios de un Cambiante que había trabajado una temporada con los cuidadores asignados al Mundo de Schar. Naturalmente, el Cambiante podía estar muerto o muy ocupado con otra misión, o demasiado lejos, o —para empezar—, también era posible que la información fuese incorrecta y que la sección de recogida de datos de la Cultura hubiera cometido un error…
La creencia de que la información nociva no existía —salvo en términos muy relativos—, estaba incorporada a todos los niveles de la estructura de la Mente, pero a medida que pasaba el tiempo iba deseando con más fervor que sus bancos de memoria no hubiesen contenido aquella brizna de información. Preferiría no haber sabido nada sobre aquel hombre, el Cambiante que conocía el Mundo de Schar y que probablemente trabajaba para los idiranos. (Y, en una muestra más de perversidad, también se encontró deseando saber el nombre de aquel Cambiante.)
Pero si tenía un poco de suerte la información resultaría ser irrelevante, o la Cultura llegaría al Mundo de Schar primero. O el Dra'Azon se daría cuenta de que una Mente estaba en apuros, se conmovería ante su parentesco espiritual y la ayudaría, o… cualquier cosa.
La Mente aguardaba en la oscuridad.
Cientos de aquellos planetas se encontraban vacíos; los cien millones de torres repletas de cuartitos estaban allí; los cuartitos, los archivadores y los cajones y las tarjetas y los espacios para los números y las letras estaban allí; pero las tarjetas estaban en blanco y no contenían ni un solo signo… (A veces la Mente se distraía imaginando que viajaba por los angostos pasillos que separaban las hileras de archivadores con uno de sus robots flotando entre los archivos de memoria acumulados en aquellos corredores, de una habitación a otra, de un piso a otro, kilómetro tras kilómetro, recorriendo continentes enterrados de habitaciones, océanos repletos de habitaciones, cordilleras convertidas en llanuras, bosques talados, desiertos de habitaciones). Esos sistemas enteros de planetas oscuros y esos trillones de kilómetros cuadrados de papel en blanco representaban el futuro de la Mente; todos los espacios que llenaría durante la existencia que la aguardaba.
Si es que tenía algún futuro.