Gimishin Foug, sin aliento, tarde como de costumbre, considerablemente embarazada y, casualmente, tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tataranieta de Perosteck Balveda (así como poetisa en ciernes), subió al Vehículo General de Sistemas una hora después que el resto de su familia. El vehículo les había recogido en el lejano planeta de la Nube mayor, donde habían estado pasando las vacaciones, y debía llevarles a ellos y a unos cuantos centenares de personas más al gigantesco y flamante VGS clase Sistema Determinista, que no tardaría en efectuar el trayecto desde las Nubes a la parte principal de la galaxia.
Foug estaba mucho más interesada en la nave a bordo de la que irían que en el viaje propiamente dicho. Nunca había estado en una clase Sistema, y albergaba la secreta esperanza de que la escala del navío, con sus numerosos componentes separados suspendidos dentro de una burbuja de aire de doscientos kilómetros de longitud, y su dotación de seis mil millones de almas, le proporcionarían alguna inspiración. La idea era muy emocionante y su nuevo estado y sus responsabilidades la preocupaban un poco, pero —aunque algo tarde—, cuando subió al vehículo de la clase Cordillera, mucho más pequeño, recordó que debía ser cortés.
—Lo siento, no hemos sido presentados —dijo mientras bajaba del módulo y ponía el pie en una Minibodega iluminada con luces suaves e indirectas. Se dirigía a una pequeña unidad dirigida por control remoto que la estaba ayudando con su equipaje—. Yo soy Foug. ¿Cómo te llamas?
—Soy la Bora Horza Gobuchul —dijo la nave a través de la unidad.
—Qué nombre tan raro… ¿De dónde lo has sacado?
La unidad manejada por control remoto inclinó levemente su parte delantera en el equivalente a un encogerse de hombros humano.
—Es una historia muy larga.
Gimishin Foug se encogió de hombros.
—Me gustan las historias largas.