MARTES 14 DE DICIEMBRE DE 1999, 18:10 HT

Kinsman se echó hacia atrás en su banco y sintió que sus hombros golpeaban contra la pared acolchada del gimnasio. Los jóvenes oficiales que lo rodeaban interrumpieron lo que estaban haciendo: uno sostenía un manojo de papeles; otro, sentado frente a Kinsman estaba por alcanzar la cafetera; un tercero simplemente se quedó boquiabierto mirando fijamente al teléfono de pared.

Extrañamente Kinsman no sintió sorpresa alguna, ningún impacto. Todo el tiempo había pensado que era imposible conseguirlo sin lucha. Nunca se entregarían tan fácilmente. Tenía que haber sangre.

Su voz, tan inexpresiva como su espíritu, dijo al micrófono:

—Cierren todas las portezuelas que conducen al Nivel Cuatro. Que nadie entre ni salga.

—Pero, señor…, un par de los nuestros están aún allí. —dijo el muchacho al otro extremo de la línea.

—Aislen el Nivel Cuatro —repitió con voz más enérgica—. Herméticamente. Vayan con un par de técnicos y controlen las portezuelas exteriores también. No quiero que salga una sola molécula de ese nivel. ¿Comprendido?

Una mínima pausa.

—Comprendido, señor.

Kinsman interrumpió la comunicación, y dirigiéndose al oficial que tenía los papeles en las manos le preguntó:

—¿Cuántos hombres tiene Stahl allá?

El muchacho revisó las hojas.

—Turnos de guardia, personal… ¡Aquí está! —Sacó una de las hojas del manojo—. Según esta lista, hay treinta y cinco hombres… no, treinta y tres. Hay dos en la enfermería.

—¿Cuántas mujeres hay? —preguntó el muchacho que tenía la taza de café en la mano.

—Unas diez, aproximadamente.

—Ellas no lucharán.

—¡Eso es lo que crees! Dales una pistola y dispararán como cualquier otro hombre. —Ellas luchan, como Kinsman sabía, y también mueren.

El otro joven que estaba de pie pareció recobrarse.

—La provisión de armas pequeñas está en el Nivel Cuatro, ¿verdad? Tendrán ametralladoras.

Comenzaban a mostrarse preocupados. La seriedad de la situación empezó a hacérseles evidente.

—Si Stahl está en el Nivel Cuatro, entonces hemos quedado aislados del centro de comunicaciones, y…

—Y ellos separados de nosotros y de la plataforma de descarga.

Kinsman asintió con la cabeza. Lo que significa que la mitad de nuestros hombres no pueden llegar hasta nuestra vía de escape a Selene.

—Oh, Señor…

Giró a medias sobre el banco y apretó el botón del teléfono.

—Centro de Comunicaciones —pidió.

Rápidamente describió la situación a los hombres de Comunicaciones.

—Sí, señor, podemos verlos en las pantallas visoras desde aquí. Tienen armas, efectivamente, y están comenzando a abrir algunos de los trajes presurizados de emergencia.

—Muy bien —dijo Kinsman—. Corten el suministro de aire en esa sección.

—¿Qué?

—Dígale a nuestros muchachos en el generador que cierren las bombas de aire del Nivel Cuatro. En quince minutos estarán todos inconscientes.

—Siempre que no tengan trajes presurizados.

—Sólo hay unos pocos trajes ahí. No son suficientes para treinta y tres hombres —replicó Kinsman.

—Pero tienen a tres de nuestros muchachos. Uno de ellos parece bastante mal herido. Tenemos que tratar de llevarlo a la enfermería.

Kinsman dudó.

—Conécteme con el sistema de altoparlantes, sólo para el Nivel Cuatro. Envíe las respuestas sólo a este teléfono.

—Sí, señor.

La portezuela del otro extremo del gimnasio se abrió, y un joven oficial entró abruptamente. Su ropa estaba manchada por la transpiración, y pugnaba enloquecido por acercarse a Kinsman corriendo en la baja gravedad.

—Señor… llegué… lo más rápido que pude.

Kinsman reconoció la voz; el miedo también se dibujaba en sus ojos.

—Está bien, está bien. Tranquilícese. Con calma. ¿Qué pasó en el Nivel Cuatro?

—Yo… Es difícil decirlo, señor. Todo ocurrió muy rápido. Estábamos de guardia junto a la portezuela que comunica el salón de oficiales y sus habitaciones. Simplemente, atravesaron la portezuela. Hicieron explotar las trabas. Caímos al suelo. No tuvimos la menor posibilidad… Dispararon contra Polanski mientras estaba ahí…, en el pecho.

—¿Cómo pudo escapar usted?

Uno de los jóvenes le alcanzó una taza de café. Otro buscaba algo en el botiquín de primeros auxilios que había abierto sobre la mesa.

—La explosión de la portezuela me arrojó detrás de una mesa —dijo el muchacho. Tomó la taza de café, que salpicó su temblorosa mano—. En el primer momento no me vieron. Me levanté y vacié mi pistola de dardos sobre ellos. Se produjo una confusión entonces. Comenzaron a agacharse y caer, unos sobre otros. Me arrastré hasta la cocina y luego subí la escalera que lleva al Nivel Cinco.

—Muy bien, excelente. Eso era lo que había que hacer —dijo Kinsman, tranquilizándolo.

El muchacho tragó el café.

—Vi morir a Polanski. Le dispararon… No le dieron la menor posibilidad…

Su cara estaba congestionada. El oficial que estaba con el botiquín de primeros auxilios sacó una hipodérmica pulverizadora.

—Está bien, todo está bajo control —mintió Kinsman, y dirigiéndose al oficial más cercano, ordenó—: Busque rápido otro teléfono. Dígale a los muchachos que están custodiando las portezuelas que desarmen los explosivos de las trabas.

—Sí, señor. —El joven ya estaba corriendo antes de que Kinsman terminara de hablar.

El otro terminaba de beber el café justo en el momento en que el oficial le apoyó contra la manga la hipodérmica pulverizadora.

—Sólo es un tranquilizante —le dijo—. Te hará bien a los nervios.

—Le dispararon —murmuraba—. El mismísimo coronel Stahl… apuntó su arma a Polanski y le disparó mientras estaba en el suelo.

El guerrero de la semana. Stahl conseguirá una medalla de heroísmo por disparar contra los muchachos.

El teléfono llamó.

—Señor, las bombas del Nivel Cuatro también proveen de aire a algunas secciones del Nivel Tres. Entre ellas, el centro de comunicaciones donde estamos nosotros.

¡Mierda!

—Será mejor que se pongan los trajes presurizados, de prisa.

—Sí, señor. —La voz sonó claramente descontenta.

—¿Qué pasa con mi comunicación con los altoparlantes del Nivel Cuatro?

—Está todo listo, señor. Cuando usted quiera.

—¿Están cerradas las bombas?

Se produjo un silencio y se oyó el murmullo de una conversación alejada del teléfono.

—Sí, señor. Acaban de cerrarlas en este momento.

—Muy bien —dijo Kinsman—. Conécteme con los altoparlantes.

—Conectando… Ahora.

Kinsman vaciló un momento. Luego comenzó:

—Coronel Stahl, habla Kinsman. Será mejor que se detenga ahora, antes de que alguien sufra algún daño.

Durante un momento nada, salvo un zumbido, salió del enrejado del teléfono. Luego se oyó claramente la voz de Stahl:

—¡Kinsman, el juego ha terminado! Tienes cinco minutos para entregarte o recapturaremos la estación, nivel por nivel. ¡Tengo los hombres y las armas para hacerlo!

Parece que estuviera contento, se dijo Kinsman. Exaltado. ¡El hijo de puta está disfrutando con todo esto!

—Stahl, escúcheme. No puede salir del Nivel Cuatro. Todas las portezuelas están cerradas.

—Eso es lo que usted dice.

—Hemos desarmado las trabas explosivas.

—Tenemos mechas y explosivos de la sección de ingenieros. Atravesaremos las portezuelas. Vamos. Kinsman, está derrotado. Entregúese.

Siempre pasa lo mismo. Sabías que esto ocurriría. Los golpes incruentos no existen. Ahora debes optar: o lo dejas que gane la partida, o tienes que estar dispuesto a matarlo. Nada de simples amenazas. Con éste no tienes la posibilidad de convencerlo hablando. Tienes que estar dispuesto a matarlo. A matarlos a todos; eso es lo único que comprenderán.

—¡Vamos, Kinsman! —insistió Stahl, impaciente—. Tenemos a tres de sus hombres con nosotros. Uno de ellos se está desangrando. Será mejor que abandone la empresa rápidamente, así podremos llevarlo a la enfermería y salvarle la vida.

Súbitamente la furia sobrepasó los límites del autocontrol de Kinsman.

—¡Maldito bastardo hipócrita! Le disparaste al muchacho, ¡y ahora lo estás usando como rehén!

—Correcto. Lo único que lamento es no tenerte a ti en su lugar, ¡traidor!

Y con la misma prontitud, al oir esa palabra, la furia de Kinsman se transformó en hielo. El miedo y la furia no habían desaparecido; estaban aun ahí, más grandes que nunca. Pero en lugar de hacerle arder las entrañas, se habían convertido en firmes y ferreos propósitos. Más allá de todo temblor. Más allá de la autodesconfianza. Stahl ya no era una amenaza, un hombre al que había que temer. Era simplemente un obstáculo que había que superar, una puerta trabada que había que romper.

Kinsman casi sonrió. Con calma miró las caras de los hombres que lo rodeaban: aprensión, interrogación, miedo.

Heme aquí —se dijo—, en una sala acolchada, rebelándome con un puñado de muchachos contra los Estados Unidos de Norteamérica. Un hombre de la humanidad. Un hombre de la paz…, listo para matar a una treintena de personas. Y sólo Dios sabe cuántos más. Un hombre de la paz.

—Si esto es una traición —dijo lentamente al teléfono—, traten entonces de decirlo ahora. He hecho cortar el suministro de aire de esa sección hace diez minutos. —Era mentira. Más bien unos tres o cuatro minutos, como máximo—. Tienen unos cinco minutos antes de que comiencen a desmayarse.

—¿Qué…?

—¿De modo que quieres convertirte en héroe, Stahl? Bien. Ya has matado a un hombre, y estás dejando que otro se desangre. ¿Cuántos trajes presurizados hay allí? ¿Doce? Entonces, decide ahora quién morirá y quién no. Esa es una tarea ideal para un héroe, Stahl: seleccionar a los que vas a matar.

Kinsman interrumpió la comunicación. Inmediatamente volvió a llamar al centro de comunicaciones.

—¿Cómo van las cosas allí en el Nivel Cuatro? —preguntó—.¿Cuántos trajes tienen?

—Estamos controlando todas las pantallas, señor. Y nos estamos poniendo los trajes también. No es fácil…, lleva su tiempo.

—¿Qué está haciendo Stahl? —preguntó Kinsman, alzando la voz.

—El coronel Stahl gesticula y grita para que sus hombres estén tranquilos. Todos están discutiendo. Han sacado unos diez trajes, pero nadie ha logrado ponérselos.

—Bien. Diga a nuestros hombres del otro lado de las portezuelas que conducen al Nivel Cuatro que se pongan los trajes presurizados. Yo haré lo mismo e iré para allá.

—¡Perdón, señor! Si cerramos el aire durante mucho tiempo, morirán o sufrirán daños cerebrales. Y nuestros hombres…

—Haga lo que le digo —interrumpió Kinsman. Y luego agregó—: No podemos hacer otra cosa, hijo.

Cuando Kinsman estuvo listo y se lanzó por uno de los tubos que conducía al Nivel Cuatro, el centro de comunicaciones informó que la mayoría de los hombes de Stahl habían perdido el conocimiento. Sólo cinco de ellos habían logrado ponerse los trajes. Entre ellos estaba el mismo coronel.

Kinsman hizo que sus hombres abrieran todas las portezuelas simultáneamente. Luego entraron al Nivel Cuatro. Eran diez hombres con trajes espaciales llevando pistolas de dardos en sus manos enguantadas. Kinsman descendió por la escalera que conducía a la cocina. Un hombre más joven, imposible de identificar en su traje espacial, abría la marcha.

El área estaba mortalmente calma. No se veía a nadie. Los únicos ruidos en los oídos de Kinsman eran los de su propia respiración y el murmullo de la bomba de aire del traje.

Atravesaron la cocina y llegaron al salón de oficiales. Allí encontraron algunos cuerpos. Estaban caídos y con la cara azul, pero todavía vivos.

—Colóquenle máscaras de oxígeno a esa gente —ordenó Kinsman.

Seis cuerpos. Dos mujeres. Pasó junto a ellos y se dirigió al corredor que atravesaba el sector de oficiales.

—¡Tengo a dos tipos aquí! —oyó decir por los auriculares—. Se están rindiendo…

—¿Dos hombres con trajes presurizados? —preguntó Kinsman.

—Sí, señor. Sin resistencia. Se rinden.

Quedaban tres más. Se encontró con dos de sus propios hombres que venían por el corredor hacia él. Casi les dispara, pero alcanzó a ver que sus trajes eran uno anaranjado y el otro rojo. Esos colores podían ser fácilmente vistos en la desolada superficie lunar, mucho mejor que los trajes blancos de la tripulación de la estación espacial.

Todos juntos inspeccionaron cada uno de los compartimientos a lo largo del corredor. Vacíos. Mientras tanto, continuaban llegando los informes por la radio del traje. Se habían encontrado hombres y mujeres asfixiados en otras secciones del Nivel Cuatro. La mayoría estaba aún con vida. Había ocho muertos, incluyendo al muchacho herido del grupo de Kinsman.

Abrió la puerta de uno de los compartimientos y sus nervios lo hicieron ponerse rojo súbitamente. Una figura en traje presurizado estaba sentada en la litera, con una pistola ametralladora en las rodillas.

La pistola de dardos en la mano de Kinsman estuvo cargada y apuntando al pecho de la figura sentada antes de que su cerebro le dijera: ¿Es un hombre o una mujer? ¿Te está amenazando?

—¡Ponga el arma en el suelo! —gritó. Aunque el oxígeno del aire había ya desaparecido, había todavía suficiente presión como para conducir el sonido.

La figura en la litera tomó el arma por el caño y la dejó en el suelo con un movimiento suave.

—De pie.

—No dispare… —Era una voz de hombre: sonaba aguda y asustada—. Soy sólo un ayudante del grupo jurídico. ¡Yo no he venido a pelear!

Un abogado. Kinsman casi comenzó a reír aliviado. Un abogado asustado. ¿Cómo demonios pudo ponerse el traje, mientras los demás se asfixiaban?

Todavía había que encontrar al otro hombre con traje espacial. Y al coronel Stahl.

Las habitaciones de Stahl están por aquí, se dijo a sí mismo mientras atravesaba el corredor junto con los otros dos luniks. No sería extraño que comenzara a disparar. La imagen de su pistola de dardos contra una ametralladora no le resultó agradable, especialmente en los estrechos límites del corredor y los minúsculos compartimientos.

¡Disparos!

Una apagada ráfaga de ametralladora, cuyo eco venía de adelante. Kinsman comenzó a correr a los saltos, dejando atrás a los dos jóvenes que lo seguían. No había duda, esa era la puerta de Stahl. Cerrada, y probablemente trabada. ¿Y los disparos? Pateó la puerta y ésta se abrió. Stahl estaba sentado en su pequeño escritorio de espaldas a Kinsman. La pistola ametralladora estaba en el suelo junto a él.

Con la fatalidad de un drama griego. Kinsman sabía lo que iba a encontrar. Ni siquiera se molestó en llamar al coronel. Vio toda la escena en su imaginación: Stahl sentado ahí, en su escritorio, derrotado. Quizá comenzando a escribir unas líneas a su mujer, o a su familia, o a su oficial de comando. Se había dado cuenta de que los traidores se habían apoderado de la estación. Encontró imposible escribir con los guantes del traje espacial puestos. Supo que era sólo cuestión de tiempo antes de que lo tomaran prisionero. Pensó en toda esa tradición, siglos de historia militar que se amontonaban en su cabeza, toda la valentía, todo el honor, todo el coraje. Había fallado.

Y él creía en todas esas tonteras, pensó Kinsman, mientras atravesaba el diminuto compartimiento.

Stahl frente a la derrota, deshonrado ante sí mismo. Observando el arma. Contuvo la respiración y levantó el visor, apoyando la boca de su pistola ametralladora en el borde de su casco. Estaba colocada en semiautomático. Un apretón en el disparador… Su último pensamiento: No me dejes morir en vano. Acuérdate de la Estación Espacial Alfa.

Kinsman lo sabía, como si Stahl lo hubiera grabado telepáticamente en su cerebro.

Puso una mano sobre el hombro de Stahl e hizo girar al coronel en su silla. Esta giró sin dificultad. No había una mancha de sangre en ninguna parte, excepto dentro del casco. Por primera vez en su vida, Kinsman hizo una arcada dentro de su traje presurizado.


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

COMUNICACIONES CON ESTACIONES ALFA, BETA, GAMMA INOPERANTES. FVR ENVÍEN INSTRUCCIONES.


DE SACHQ/SJL A PAFB/SCM

USO DE SISTEMAS DE APOYO AUTORIZADO. SI ES NECESARIO USE COMUNICACIÓN LASER.


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

NO HAY RESPUESTA EN NINGUNA FRECUENCIA, INCLUYENDO COMUNICACIÓN LASER.


DE SACHQ/SJL A PAFB/SCM

¿CUANTO TIEMPO HAN ESTADO INCOMUNICADAS LAS ESTACIONES ORBITALES?


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

ULTIMO CONTROL AUTOMÁTICO DE RUTINA A LAS 15:45 HT. SIN RESPUESTA A LLAMADAS PERSONALES, TRAFICO DE RUTINA, ETC DESDE 17:45 HT.


DE SACHQ/SJL A. PAFB/SCM

¿HAN REGISTRADO ALGUNA ACTIVIDAD SOLAR? ¿SUPERPOSICIÓN? ¿POSIBLE ALGUNA OTRA INTERFERENCIA?


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

EQUIPOS COMPLETOS DE ESPECIALISTAS EN COMUNICACIONES CONTROLARON DURANTE TRES HORAS. NINGUNA INTERFERENCIA. SIMPLEMENTE NO RESPONDEN. ULTIMO MENSAJE FUE PEDIDO DE EVACUACIÓN MEDICA. ASEGURABAN INFECCIÓN EN ALFA. ¿ES POSIBLE QUE EL PERSONAL DE COMUNICACIONES ESTE INFECTADO E IMPOSIBILITADO DE CUMPLIR FUNCIONES?


DE SACHQ/SJL A PAFB/SCM

DIFÍCILMENTE OCASIONARÍA INCOMUNICACIÓN EN BETA Y GAMMA. CONSULTARE SUPERIORES. ESTE PREPARADO PARA POSIBLE ALERTA ROJA.


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

¿QUE SE HACE CON LA MISIÓN MEDICA ? YA ESTA EN VIAJE A ALFA.


DE SACHQ/SJL A PAFB/SCM

CONTINUE MISIÓN MEDICA. ¿COMUNICACIÓN CON ELLOS CORRECTA?


DE PAFB/SCM A SACHQ/SJL

LOS OÍMOS PERFECTAMENTE. CONTINUAREMOS MISIÓN Y LISTOS PARA ALERTA ROJA. FIN MSJE.


DE SACHQ/SJL A JCS/SJL, ADC/SCM

COMUNICACIONES CON ESTACIONES ORBITALES ALFA, BETA Y GAMMA INTERRUMPIDAS. HEMOS COMENZADO PREPARACIONES PARA ALERTA ROJA. ESPERAMOS ORDENES.


JCS/SJL A TODOS LOS COMANDOS

ALERTA ROJA. REPITO. ALERTA ROJA. PREPARAR TODOS LOS PROYECTILES LISTOS PARA LA ORDEN DE FUEGO. SEGURIDAD TOTAL EN TODAS LAS BASES Y SUBMARINOS TODAS LAS LICENCIAS CANCELADAS. PONER EN ACCIÓN SUBRUTINA 93-00622.

MOMENTO. MOMENTO. MOMENTO. LA RED NECESITA AUTORIZACIÓN PARA MENSAJES AUTOMATIZADOS.

SUBCODIGO PARA AUTORIZACIÓN JCS/AAA PARA SUBRUTINA 93-00622


GRACIAS. RECIBIDA. COMIENZA SUBRUTINA.


JEFE DE ESTADO MAYOR A TODAS LAS BASES Y COMANDANTES FBMS

SOLDADOS, ESTAMOS AL BORDE DEL SUPREMO TEST DE LOS PUEBLOS. EL MUNDO CONFÍA EN NOSOTROS PARA REPELER AL AGRESOR QUE AMENAZA LA CIVILIZACIÓN. SÉ QUE CADA UNO DE USTEDES CUMPLIRÁ CON SU DEBER, Y LAS FUTURAS GENERACIONES DE AMERICANOS ESTARÁN ORGULLOSAS DE SU HEROÍSMO Y DEDICACIÓN. BUENA SUERTE. DIOS SALVE A AMÉRICA. FIN MSJE.


A las 20:00 horas, Alfa estaba totalmente en manos de Selene. Todos los hombres de Stahl estaban en sus habitaciones, desarmados y apaciguados. Había varios en la enfermería con máscaras de oxígeno y tubos IV mientras los equipos de médicos trataban de reducir a un mínimo los daños sufridos por la falta de oxígeno. A los muertos se los estaba preparando para ser embarcados de vuelta a la Tierra.

Kinsman dividió su pequeño grupo en tres secciones y organizó turnos para dormir. Puso a un teniente a cargo como oficial de día y luego se dirigió hacia el Nivel Tres y el centro de comunicaciones.

El peso extra allí era todavía doloroso. Se apoyó en la puerta mientras recibía los informes. Venían hombres de refuerzo de Selene. El transporte de tropas había entrado en la atmósfera terrestre y aterrizado en Patrick. La misión de evacuación entraría en contacto con la estación en menos de una hora.

—Hay toda clase de preguntas y mensajes de la Tierra —le dijo el muchacho que estaba a cargo del centro de comunicaciones—. ¿Debemos mantener silenciadas las radios por tanto tiempo?

Asintió lentamente, y esto le hizo sentir su cabeza como si fuera un bloque de cemento.

—Tenemos que hacerlo así. No podemos permitir que sepan nada de lo que está pasando hasta que tengamos suficientes hombres como para manejar la red ABM completa.

El joven técnico se encogió de hombros. La gravedad no parecía molestarlo de ningún modo.

Kinsman regresó rápidamente a su improvisado cuartel central en el área de recreaciones, aliviado por la progresiva disminución de peso mientras subía la escalera metálica que se enroscaba a través del rayo tubular que conectaba los diversos niveles de la estación.

Sabía que ordenarían la alerta roja…, pero pronto descubrirían que los rusos tampoco podían comunicarse con sus estaciones. Esperarán hasta resolver ese enigma. Esperarán. Pero el ardor en su pecho contradecía la certeza lógica que su mente estaba tratando de establecer.

Había cuatro civiles que esperaban para verlo. Permanecieron sentados en el banco junto a su escritorio mientras él arrastraba los pies lentamente sobre el suelo del gimnasio. Pasó casi una hora con ellos, asegurándoles pacientemente que podían permanecer en la estación o volver a la Tierra tan pronto como se pudiera arreglar el problema de transporte.

Uno de ellos era un enjuto y pequeño japonés, anciano y frágil; un astrónomo.

—Somos científicos, no políticos —dijo con voz tranquila y pausada—. No queremos abandonar nuestro trabajo aquí. Varios de nosotros estamos en medio de experimentos u observaciones que no deben ser interrumpidas. Sin embargo, no tenemos deseos de ser atrapados entre dos fuegos militares.

—Nada podría estar más lejos de mis propios deseos —respondió Kinsman, imitando inconscientemente la formal cadencia del modo de hablar de los japoneses—. Sinceramente creo que puedo asegurarles que nadie ha de interferir en vuestro trabajo. Me sería muy grato si continuaran con sus investigaciones como si nada hubiera pasado.

—Bueno, yo no soy científico —dijo uno de los otros hombres. Estaba muy excitado. Era más joven que los otros y vestía al último estilo de la moda terrestre. Era más bien corpulento, y con tendencia a engordar. Sus jóvenes músculos comenzaban a aflojar en una prematura vejez—. Soy simplemente un ciudadano contribuyente de Denver —continuó—, y quiero saber qué demonios está ocurriendo aquí. Mi mujer y yo vinimos a pasar las vacaciones que soñamos toda la vida, y esto cuesta mucho. Permítame…

Kinsman lo hizo callar con un gesto.

—Usted volverá a su casa dentro de una hora. Será mejor que vaya a preparar su equipaje.

—¿Que? ¿Después de todo lo que gasté para llegar hasta aquí? Usted no puede…

—No tengo tiempo para discutir —dijo Kinsman—. ¡Vaya a preparar su equipaje! Lamento que sus vacaciones se vean interrumpidas y que le hayan costado tanto, pero estará mucho mejor en su casa que aquí. —Se volvió hacia los otros tres—. Y eso vale también para todos ustedes. Cualquiera que desee volver a la Tierra puede hacerlo.

El turista se puso de pie de un salto, y gritó con indignación:

—¡A los extranjeros les permite quedarse, pero un contribuyente americano es expulsado!

—Si así lo desean, los científicos pueden quedarse —respondió Kinsman—. Los civiles y los turistas será mejor que regresen. Esta estación ya no es territorio americano. Ahora forma parte de la nación independiente de Selene.

El turista pestañeó sin comprender. El astrónomo japonés demostró su comprensión con un suspiro.

—No entiendo —dijo el turista.

—Cuando llegue a la Tierra lo entenderá —aseveró Kinsman—. Ahora apúrese, no tiene tiempo que perder.

Uno de los científicos más jóvenes atrajo la atención de Kinsman:

—Se nos mantiene incomunicados. Sus hombres no nos permiten llamar a la Tierra.

—Es sólo por poco tiempo.

—¿Y qué ha hecho con el doctor Marrett? Desapareció con uno de sus oficiales después de una discusión, y desde entonces nadie lo ha visto.

—Está en la sección del observatorio, continuando con su experimento.

—¿Quiere decir que le ha permitido establecer contacto por radio con la Tierra ?

Con un gesto de asentimiento, Kinsman explicó:

—Sólo con los puestos de observación, y únicamente para hablar del experimento en el que está trabajando. Tenemos un oficial con él para asegurarnos de que no haga… política.

—Esto es una locura —argumentó el joven; su acento era decididamente británico—. La mitad de las tropas de los Estados Unidos se lanzarán sobre este lugar apenas se den cuenta de lo que ha ocurrido. Será como el tiro al blanco de una feria.

—Es posible —dijo Kinsman, inexpresivamente.

—Pero aún más importante que eso —dijo con suavidad el astrónomo japonés—, es la posibilidad de que América lance sus fuerzas nucleares de ataque por temor de que esta situación haya sido causada por los soviéticos.

Cuando se dieron cuenta de lo que había dicho el anciano, todos se volvieron hacia Kinsman. Pero éste no tenía ninguna respuesta que darles.

El capitán Ryan cerró su libro de códigos con un chasquido. Los otros oficiales en la sala de guardia lo miraban fijamente. No había ninguna sonrisa en las ocho caras. El libro de códigos personal del capitán era usado sólo para los mensajes ultrasecretos, de esos que venían marcados con la leyenda: Para ser leído solo por el capitán. Todos los otros mensajes eran descifrados por la computadora del submarino.

—Efectivamente, es la alerta roja —dijo.

La tensión de las caras se aflojó un poco. El miedo a lo que se conoce es siempre más tolerable que lo desconocido.

—Además, un mensaje personal del Jefe de Estado mayor Conjunto —continuó—. Espera que cumplamos con nuestro deber y que nuestros hijos puedan estar orgullosos de nosotros.

Los hijos de García vivían en un barrio residencial abierto al sur de San Diego. El capitán Ryan lo sabía. Diez minutos después de apretado el botón desaparecerían. Recorrió con sus ojos las caras de sus colegas oficiales. Lo mismo ocurriría con Mattingly y Rizzo. Lo mismo con mis propios hijos… ¡y mi nieto!

—Bueno —dijo apoyándose pesadamente sobre los codos contra la tapa de felpa verde del escritorio—, parece que esta vez las cosas han llegado al límite. Y nosotros tenemos trabajo. Escúchenme —dijo inexpresivamente—. Cuando esos proyectiles sean disparados, habrá muchos americanos muertos. Nuestra tarea es perseguir y destruir submarinos enemigos. Hay dos de ellos en nuestra área, según el informe del sonar de esta mañana, y no andarían por aquí si no fueran a lanzar sus malditos proyectiles.

Se miraron los unos a los otros haciendo gestos de asentimiento. No hubo ninguna demostración de impetuosidad. Era la respondabilidad del capitán infundir una alta moral en su tripulación, especialmente en los oficiales. Los oficiales deben dar el ejemplo a la tropa y el capitán debe dar el ejemplo a los oficiales.

—Ahora bien, uno de esos submarinos tiene por lo menos un proyectil cuyo objetivo es San Diego —continuó. Eso los conmovió. Hubo gestos de tensión. Se sentaron más erguidos—. Tenemos que evitar que ese proyectil sea lanzado.

—Señor —dijo García—, no sé cómo podremos… Quiero decir, alerta roja no significa que se ha declarado la guerra.

—No habrá declaración de guerra, Mike —argumento Mattingly con su maldito acento nasal de Princeton—. Se aprieta el botón y se lanzan los proyectiles. Nada de papeleo ni delicadezas diplomáticas.

—Y entonces, ¿cómo hacemos para evitar el lanzamiento?

El capitán Ryan dijo:

—Iremos en busca de esos submarinos ahora. No después que hayan lanzado sus proyectiles. No después de recibir la orden del Cuartel general de la Armada. ¡Ahora!

—Pero…

—¿Quieres esperar hasta que hayan borrado San Diego del mapa?

—No, pero… no podemos actuar sin órdenes.

—Una alerta roja da libertad al capitán de un buque de guerra para actuar por propia iniciativa en caso de una falla en las comunicaciones.

—Pero no tenemos ninguna falla en las comunicaciones —dijo Rizzo, con una voz que comenzaba a sonar cavernosa.

—Ya lo sabemos —dijo el capitán Ryan.

Ninguno se opuso.

El gimnasio se parecía cada vez más a un puesto de comando. Constantemente entraban y salían hombres. Habían traído algunas mesas y sillas. Un terminal de computadora operaba sobre una mesa, y una consola de comunicaciones completa con cuatro pequeñas pantallas visoras estaba sobre otra.

Kinsman estaba devorando rápidamente un bocadillo. Ya era más de las 21. La nave espacial de la misión de evacuación se había llevado a la mayoría de los civiles de la estación. Las noticias de los acontecimientos en la estación Alfa debían estar volando ya hacia Washington.

—Señor, el coronel Leonov en la pantalla cuatro —dijo una de las operadoras, una muchacha que se había ofrecido como voluntaria para permanecer junto a los luniks.

Tragó el último bocado de un indiscernible producto de soja con un poco de café sintético y se dirigió a la consola de comunicaciones.

Leonov se veía ásperamente triunfante en la pequeña pantalla.

—Las estaciones orbitales rusas están completamente en nuestras manos —informó—. Increíblemente, hubo muy pocos disparos. Sorpresa y mucho apoyo ante nuestros objetivos fueron las emociones dominantes. Fui muy elocuente. —Arqueó sus cejas, desafiando a Kinsman a que lo negara.

—Buen trabajo, Peter —fue todo lo que Kinsman pudo replicar—. Tuvimos algunos malos momentos por aquí, pero ahora todo está en orden. Beta y Gamma están aseguradas y tengo al capitán Perry inspeccionando los sistemas de control ABM en la Estación Beta.

—Creía que el centro principal de control estaba en Alfa.

—Así es —confirmó Kinsman—, pero aún tenemos a varios civiles y unos pocos prisioneros disidentes a bordo. Habría que transferirlos a la Tierra , pero no hubo suficiente espacio para todos ellos en la nave de evacuación.

—Y entonces quieres que todos los satélites no tripulados puedan ser controlados desde Beta —concluyó Leonov.

—Exactamente. Nos enviarán a sus prisioneros y los retendremos aquí hasta que consigamos otra nave de la Tierra.

—En tu lugar, camarada, yo me quedaría con el resto de los prisioneros. Pueden ser muy valiosos como rehenes. Eso es lo que estamos haciendo aquí. —Kinsman asintió con la cabeza—. Otra cosa: ¿qué piensas sobre el anuncio de lo que hemos hecho a los antiguos dueños de esos satélites?

—Los evacuados están ya probablemente desgañitándose frente a los transmisores de la nave de evacuación —dijo Kinsman—. Washington estará analizando esos informes en muy poco tiempo.

—Sí, pero… ¿te das cuenta de que ambos lados están ya en alerta total? Podrían enviar sus proyectiles antes de que estemos en condiciones de detenerlos. Debemos hacer algún tipo de anuncio conjunto, para que no comiencen a bombardearse mutuamente.

—Lo sé, Pete, pero temo que si hacemos el anuncio antes de que efectivamente controlemos los satélites ABM ellos nos ataquen o envíen tropas. Prefiero esperar hasta que lleguen los refuerzos de Selene y tengamos suficiente personal como para manejar los centros de control ABM adecuadamente.

Leonov pestañeó lentamente.

—Entiendo. Pero es mucho más rápido lanzar un proyectil o una nave de transporte de tropas desde la Tierra que hacer venir especialistas de refuerzo desde Selene. Aun cuando nuestras naves aceleren al máximo de su velocidad…

Se detuvo. Algo que no se veía en la pantalla atrajo su atención. Leonov respondió rápidamente en ruso y con voz excitada habló a Kinsman, casi sin aliento. Su cara estaba blanca.

—¡Chet, es demasiado tarde! Uno de nuestros… un submarino ruso ha sido torpedeado y hundido frente a la costa de California. ¡La guerra ha comenzado!

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