48 Una lanza brillante

Elayne trotaba en su caballo entre montones de trollocs muertos. El día había acabado con victoria. Encargó a todos los que podían sostenerse de pie que buscaran supervivientes entre los muertos.

Tantos... Cientos de miles de hombres y trollocs yacían en pilas por todo Merrilor. Las riberas del río eran mataderos; y las ciénagas, una tumularia fosa común en la que aún flotaban cadáveres. Un poco más allá, al otro lado del río, los Altos crujieron y retumbaron. Elayne había retirado a los suyos de aquella zona. Y ella apenas se sostenía en el caballo.

Los Altos de Polov se derrumbaron sobre sí mismos y enterraron a los muertos. Elayne lo vio como si estuviera entumecida, sintiendo el temblor del suelo. Se...

«Luz.»

Se sentó erguida al percibir el aumento de energía en Rand. Su atención se alejó de los Altos para centrarse en él. La sensación de fuerza suprema, la belleza del control y el dominio. Una intensa luz salió disparada hacia el cielo, en el lejano norte, tan brillante que Elayne soltó un grito ahogado.

Había llegado el fin.


Thom se retiró de la entrada a la Fosa de la Perdición al tiempo que se protegía los ojos con el brazo cuando una luz —radiante como el mismo sol— salió proyectada de la caverna. ¡Moraine!

—Luz —susurró Thom.

Luz era, irrumpiendo con un estallido por la cima de la montaña de Shayol Ghul, un inmenso haz radiante que fundió el pico de la montaña y salió disparado hacia el cielo.


Min se llevó la mano al corazón mientras se apartaba de las hileras de heridos a los que había estado cambiando vendajes.

«Rand», pensó al percibir su angustiosa determinación. Lejos, al norte, un haz de luz ascendió en el aire, tan rutilante que iluminó Campo de Merrilor a pesar de haber una distancia tan enorme. Los ayudantes y los heridos por igual parpadearon y se levantaron, tambaleándose y protegiéndose la cara del resplandor.

Esa luz, una lanza brillante al cielo, consumió las nubes y dejó el cielo despejado.


Aviendha parpadeó por la intensidad de la luz y supo que era cosa de Rand.

Eso la hizo volver en sí cuando estaba al borde de la inconsciencia, y la inundó de calidez. Él estaba venciendo. Estaba venciendo. Era tan fuerte... Ahora veía al verdadero guerrero que había en él.

Cerca, Graendal dio un traspié y cayó de rodillas, con los ojos vidriosos. El acceso a medio destejer había explotado, pero no con un estallido tan fuerte como la otra vez. Los tejidos y el Poder Único se habían deshilado expandiéndose en una rociada, justo en el momento en que Graendal intentaba tejer Compulsión.

La Renegada se volvió hacia Aviendha y adoptó un gesto de adoración. Le hizo una reverencia, como si la venerara.

«La explosión», comprendió Aviendha, aturdida. Le había hecho algo al tejido de la Compulsión. Para ser sincera, había esperado que ese estallido matara a la Renegada. Sin embargo, el desenlace había sido otro.

—Por favor, gloriosa —dijo Graendal—. Decidme lo que deseáis que haga. ¡Permitid que os sirva!

Aviendha giró la cabeza para contemplar la luz que era Rand y contuvo la respiración.


Logain salió de las ruinas llevando en brazos a un pequeñín de unos dos años. La llorosa madre del niño tomó a su hijo.

—Gracias. Bendito seáis, Asha’man. Que la Luz os bendiga.

Logain se frenó de golpe en medio de la gente. El aire apestaba a carne quemada y a trollocs muertos.

—¿Los Altos han desaparecido? —preguntó.

—En efecto —dijo de mala gana Androl, que se encontraba a su lado—. Los terremotos los han destruido.

Logain suspiró. Entonces... ¿el premio se había perdido? ¿Alguna vez podría desenterrarlo?

«Soy un necio», pensó. ¿A cambio de qué había abandonado ese poder? ¿De salvar a esos refugiados? ¿Gente que lo desdeñaría y lo odiaría por lo que era? Gente que...

Gente que lo miraba con temor reverencial.

Logain frunció el entrecejo. Eran personas corrientes, no como la gente que vivía en la Torre Negra y que estaba acostumbrada a los hombres que encauzaban. En ese momento, no habría sido capaz de distinguir a unos de otros.

Observó con asombro que la gente se arremolinaba en torno a sus Asha’man y lloraban por haberse salvado. Los hombres mayores les estrechaban la mano, conmovidos, entre elogios y alabanzas.

Cerca, un joven lo miraba a él con admiración. Una docena de jóvenes. Luz... Un centenar. Ni el menor atisbo de temor en los ojos.

—Gracias —dijo de nuevo la madre del niño—. Gracias.

—La Torre Negra protege —se oyó decir Logain a sí mismo—. Siempre.

—Cuando tenga la edad os lo mandaré para que le hagáis la prueba —prometió la madre mientras estrechaba a su pequeño—. Para que se una a vosotros, si tiene el talento.

El talento. No la maldición. El talento.

La luz los bañó a todos.

Se quedó parado. Ese haz de luz al norte... El resultado de encauzar alguien como jamás se había visto, ni siquiera durante la limpieza del Saidin. Qué poder.

—Está ocurriendo —dijo Gabrelle, que se aproximó a él.

Logain se llevó la mano al cinturón y sacó tres objetos de la bolsa. Discos, mitad blancos, mitad negros. Los Asha’man que estaban cerca se volvieron hacia él e hicieron una pausa en las Curaciones y en reconfortar a la gente.

—Hazlo —le apremió Gabrelle—. Hazlo, Quebrantador de los Sellos.

Logain partió los otrora irrompibles sellos, uno por uno, y tiró los trozos al suelo.

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