21 Un error que no debe pasarse por alto

Siuan movió el hombro en círculos e hizo una mueca de dolor al sentir un fortísimo pinchazo.

—Yukiri —gruñó—, todavía tienes que pulir ese tejido tuyo.

La menuda Gris masculló una maldición y se incorporó. Había estado agachada junto a un soldado que había perdido la mano. No había usado la Curación con él, sino que lo había dejado para sanadoras más convencionales que usaban vendajes. Gastar energía para Curar a ese hombre sería un despilfarro, ya que no podría volver a luchar nunca. Tenían que reservar la fuerza para soldados que pudieran reincorporarse a la batalla.

Era un razonamiento brutal. En fin, vivían tiempos brutales. Siuan y Yukiri se dirigieron al siguiente soldado en la hilera de heridos. El hombre que había perdido la mano sobreviviría sin la Curación. Probablemente. Tenían a las Amarillas en Mayene, pero su energía se había consumido en Curar a las Aes Sedai que habían sobrevivido a la huida y a soldados que aún estaban en condiciones de luchar.

Por todo el improvisado campamento, instalado en suelo arafelino al este del vado del río, los soldados lloraban y gemían. Tantos heridos, y Siuan y Yukiri se encontraban entre las pocas Aes Sedai que aún tenían algo de fuerza para Curar. Casi todas las demás se habían esforzado hasta el límite del agotamiento para abrir accesos por los que evacuar al ejército atrapado entre dos fuerzas atacantes.

Los sharaníes atacaban con agresividad, pero asegurarse el control del campamento de la Torre Blanca los había tenido ocupados durante un rato, y eso les había dado tiempo a ellas para facilitar la huida de su ejército. Al menos, parte de él.

Yukiri realizó el Ahondamiento al siguiente hombre y después asintió con la cabeza. Siuan se arrodilló y empezó un tejido de Curación. Nunca había sido muy buena en eso, e incluso con un angreal le costaba un esfuerzo ímprobo. Logró sacar al soldado del borde de la muerte al Curarle el costado. El hombre soltó un jadeo, pues gran parte de la energía para la Curación provenía de su propio cuerpo.

Siuan se tambaleó y acabó por caer de rodillas, exhausta. ¡Luz, tenía tan poca estabilidad como una noble en su primer día a bordo de un barco!

Yukiri la miró y alargó la mano para pedirle el angreal, una pequeña flor de piedra.

—Ve a descansar, Siuan —dijo.

Siuan apretó los dientes, pero le entregó el angreal. El Poder Único la abandonó y ella soltó un profundo suspiro, aliviada y entristecida a partes iguales por la pérdida de la belleza del Saidar.

Yukiri se acercó al siguiente soldado. Siuan se tumbó donde estaba; su cuerpo protestó por las numerosas contusiones y dolores. Los sucesos de la batalla eran un vago recuerdo para ella. Se acordaba del joven Gawyn Trakand irrumpiendo en la tienda de mando y gritando que Egwene quería que el ejército iniciara la retirada.

Bryne había actuado con rapidez, y había arrojado una orden escrita a través del acceso del suelo. Era su nuevo método de transmitir órdenes: el astil de una flecha —con una nota y una cinta larga atadas a él— que caía desde un acceso en lo alto. Esos astiles no tenían punta, sino una pequeña piedra para darles peso.

Antes de que apareciera Gawyn, Bryne se había mostrado muy inquieto. No le gustaba cómo se estaba desarrollando la batalla. La forma en que los trollocs se movían lo había puesto sobre aviso de que la Sombra planeaba algo. Siuan no dudaba de que él ya tenía preparada la orden de retirada cuando había llegado la de Egwene.

Entonces se produjeron explosiones en el campamento. Y Yukiri empezó a gritarles que saltaran por el agujero del suelo. ¡Luz, ella había imaginado que la mujer se había vuelto loca! Lo bastante, al parecer, para salvarles la vida a todos los que se hallaban en la tienda.

«Así me abrase si voy a quedarme tendida aquí como un pez de la captura del día anterior tirado en la cubierta», pensó mientras contemplaba el cielo. Se obligó a incorporarse y echó a andar a través del nuevo campamento.

Yukiri afirmaba que su tejido no era tan inaudito y poco de fiar como decía ella, pero Siuan nunca había oído hablar de él a nadie. Un enorme colchón de Aire pensado para resguardar a alguien que hubiera caído desde una gran altura. Realizarlo había atraído la atención de las encauzadoras sharaníes —¡sharaníes, nada menos!—, pero ellos habían huido. Bryne, Yukiri, ella y unos pocos ayudantes. Así se abrasara, pero habían escapado, aunque recordar la caída todavía la hacía encogerse. ¡Y Yukiri no dejaba de repetir que creía que el tejido podía ser el secreto que conduciría a descubrir cómo volar! Estúpida mujer. Había una buena razón para que el Creador no hubiera dado alas a las personas.

Encontró a Bryne a un extremo del nuevo campamento, sentado en un tocón, exhausto. Tenía dos mapas de batalla extendidos en el suelo, delante de él.

«Estúpido hombre —pensó—. Arriesgar la vida por un par de trozos de papel.»

—... según los informes —decía el general Haerm, el nuevo comandante de los Compañeros Illianos—. Lo siento, milord. Los exploradores no se atreven a acercarse demasiado al antiguo campamento.

—¿Alguna señal de la Amyrlin? —preguntó Siuan.

Tanto Bryne como Haerm negaron con la cabeza.

—Seguid buscando, joven —le dijo a Haerm al tiempo que movía el índice. Él enarcó una ceja al oír que lo llamaba «joven». Maldito rostro, por ser tan juvenil—. Lo digo en serio. La Amyrlin está viva. Encontradla, ¿me habéis oído?

—Eh... Sí, Aes Sedai.

El hombre mostró cierto respeto, pero no el suficiente. Esos illianos no sabían cómo tratar a una Aes Sedai.

Bryne despidió al oficial con un ademán y, por una vez, parecía que no había nadie esperando para hablar con él. Seguramente era que todo el mundo estaba demasiado exhausto. Su «campamento» parecía más el de un cúmulo de refugiados de un terrible incendio que el de un ejército. La mayoría de los hombres se habían envuelto en sus capas y se habían dormido. Los soldados eran mejores que los marineros para dormirse cuando y dondequiera pudieran hacerlo.

Los comprendía perfectamente; ella ya estaba agotada antes de que los sharaníes aparecieran. Y ahora se sentía muerta de cansancio. Tomó asiento en el suelo, junto a Bryne.

—¿Aún te duele el brazo? —le preguntó él, que empezó a frotarle el hombro.

—Ya notas que sí —rezongó.

—Sólo quería ser agradable, Siuan.

—No creas que se me ha olvidado que tengo amoratado el brazo por culpa tuya.

—¿Mía? —dijo Bryne, que parecía divertido.

—Me empujaste a través del agujero.

—Porque no parecías dispuesta a moverte.

—Estaba a punto de saltar. A punto casi.

—Seguro, no me cabe duda.

—Es culpa tuya —insistió Siuan—. Tropecé. Y no pretendía tropezar. Y el tejido de Yukiri... Qué cosa tan horrible.

—Funcionó —le recordó Bryne—. Dudo que haya mucha gente que pueda contar que se ha precipitado desde una altura de trescientos pasos y ha sobrevivido a la caída.

—Esa mujer estaba demasiado ansiosa —rezongó Siuan—. Probablemente anhelaba hacernos saltar, ya sabes. Toda esa cháchara sobre Viajar y tejidos de movimiento... —Dejó la frase sin acabar, en parte por el enfado que sentía consigo misma. El día ya había ido bastante mal para que encima ella acaparara a Bryne con su monserga, dándole la murga—. ¿Cuántos hemos perdido? —No es que fuera un tema mucho mejor, pero necesitaba saberlo—. ¿Tenemos ya información sobre eso?

—Casi uno de cada dos soldados —respondió en voz baja Bryne.

Peor de lo que Siuan había esperado.

—¿Y las Aes Sedai? —preguntó.

—Nos quedan alrededor de doscientas cincuenta. Aunque hay un número de ellas afectadas con la conmoción ocasionada por la pérdida de sus Guardianes.

Con eso, lo ocurrido alcanzaba la categoría de desastre. ¿Ciento veinte Aes Sedai muertas en cuestión de horas? La Torre Blanca necesitaría muchísimo tiempo para recuperarse de esa pérdida.

—Lo siento, Siuan —dijo Bryne.

—Bah, la mayoría me trataba como desperdicios de peces, de todos modos. No me soportaban como Amyrlin, se rieron cuando fui derrocada, e hicieron de mí una criada cuando regresé.

Bryne asintió con la cabeza, sin dejar de frotarle el hombro. Él percibía su tristeza, a despecho de sus palabras. Había buenas mujeres entre las víctimas. Muchas buenas hermanas.

—Ella está ahí fuera —insistió Siuan, pertinaz—. Egwene nos sorprenderá, Bryne. Ya lo verás.

—Si lo veo dejará de ser una sorpresa, ¿no?

—Qué tonto —rezongó ella.

—Tienes razón. En ambas cosas. —Bryne hablaba con solemnidad—. Creo que Egwene nos sorprenderá. Y también soy tonto.

—Bryne...

—Lo soy, Siuan. ¿Cómo no me di cuenta de que estaban entreteniéndonos? Querían mantenernos ocupados hasta que la nueva fuerza se reuniera. Los trollocs retrocedieron hasta esas colinas. Un movimiento defensivo. Los trollocs no usan tácticas de defensa. Di por sentado que intentaban tendernos una emboscada, nada más, y que tal era la razón de que estuvieran recogiendo cadáveres y preparándose para esperar. Si los hubiera atacado antes, esto podría haberse evitado. Fui demasiado precavido.

—Un hombre que piensa todo el día que no ha salido a pescar por el tiempo tormentoso, acaba perdiendo tiempo cuando el cielo se despeja.

—Un sabio proverbio, Siuan. Pero entre los generales hay otro, escrito por Fogh el Incansable: «Si no aprendes de tus derrotas, acabarás sometido a ellas». No entiendo cómo he dejado que esto ocurra. ¡Me entrenaron y me preparé para no caer en algo así! No es un simple error que pueda pasar por alto, Siuan. El propio Entramado está en juego.

Se frotó la frente. A la tenue luz del ocaso Bryne parecía un hombre mayor, con el rostro arrugado, las manos débiles. Con un suspiro, se encorvó.

Siuan se encontró sin saber qué decir.

Los dos se quedaron sentados, en silencio.


Lyrelle esperaba fuera de las puertas de la llamada Torre Negra. Hubo de recurrir a todo el entrenamiento adquirido para no delatar la frustración que sentía.

Toda aquella expedición había sido un desastre desde el principio. Para empezar, la Torre Negra les había negado la entrada hasta que las Rojas hubieran acabado lo que habían ido a hacer allí, y a eso le había seguido el problema con los accesos. Y a eso, tres burbujas malignas, dos intentos de Amigos Siniestros para asesinarlas a todas, y la advertencia de la Amyrlin respecto a que la Torre Negra se había unido a la Sombra en la lucha.

Lyrelle había enviado a casi todas sus mujeres a combatir junto a Lan Mandragoran en cumplimiento de la insistente orden de la Amyrlin. Ella se había quedado con unas pocas hermanas para vigilar la Torre Negra. Y ahora... Ahora, esto. ¿Qué pensar de ello?

—Os aseguro —dijo el joven Asha’man— que el peligro ha pasado. Expulsamos al M’Hael y a los otros que se habían aliado con la Sombra. Todos los demás caminamos bajo la Luz.

Lyrelle se volvió hacia sus compañeras. Una representante de cada Ajah, junto con el apoyo —que pidió desesperadamente por la mañana, cuando los Asha’man hicieron su primer contacto con ella— en forma de otras treinta hermanas. Ellas aceptaron el liderazgo de Lyrelle allí, aunque a regañadientes.

—Tenemos que hablarlo entre nosotras —dijo, tras lo cual despidió al joven Asha’man con un gesto de la cabeza.

—¿Qué hacemos? —preguntó Myrelle. La Verde había estado con ella desde el principio, una de las pocas que Lyrelle no había mandado lejos, en parte porque quería tener cerca a los Guardianes de la mujer—. Si algunos de sus miembros combaten por la Sombra...

—Los accesos se pueden abrir otra vez —razonó Seaine—. Algo ha cambiado en este sitio en los días transcurridos desde que percibimos que se encauzaba dentro.

—No me fío —dijo Myrelle.

—Hemos de saber con certeza qué pasa —contestó Seaine—. No podemos abandonar la Torre Negra sin vigilancia en plena Última Batalla. Tenemos que ocuparnos de estos hombres, sea de un modo u otro.

Los hombres de la Torre Negra afirmaban que sólo unos pocos de ellos se habían unido a la Sombra, y que el encauzamiento había sido el resultado de un ataque del Ajah Negro.

La irritó oírles utilizar esas palabras: el Ajah Negro. Durante siglos, la Torre Blanca había negado la existencia de Amigas Siniestras en sus filas. Por desgracia, la verdad había salido a la luz. Lo cual no significaba que Lyrelle quisiera oír a unos hombres haciendo uso de ese apelativo con tanta despreocupación. Sobre todo si eran individuos como ésos.

—Si hubieran querido atacarnos, lo habrían hecho cuando no podíamos escapar por accesos —conjeturó Lyrelle—. De momento, supondré que han depurado los... problemas entre sus filas. Como tuvo que hacer la propia Torre Blanca.

—Entonces, ¿entramos? —preguntó Myrelle.

—Sí. Vinculamos a los hombres que se nos prometieron, y les sacaremos la verdad si las cosas están poco claras.

A Lyrelle le preocupaba que el Dragón Renacido hubiera rehusado que tomaran a los Asha’man del rango más alto, pero ella había ideado un plan cuando había llegado allí por primera vez. Todavía podía funcionar. Primero pediría una demostración de encauzamiento entre los hombres, y vincularía al que notara que era más fuerte. Entonces haría que ese hombre le dijera quiénes, entre los que estaban entrenándose, eran los que tenían más talento, para que sus hermanas pudieran vincularlos.

A partir de ahí... En fin, esperaba que haciéndolo así contendrían a la mayoría de esos hombres. Luz, qué desastre. ¡Hombres con habilidad para encauzar caminando por ahí con todo descaro! No daba crédito a esa fábula de que la infección se había limpiado. Por supuesto, esos... hombres afirmarían tal cosa.

—A veces me gustaría retroceder en el tiempo y darme de bofetadas por aceptar este encargo —masculló Lyrelle.

Myrelle rió. Jamás se tomaba las cosas con la seriedad que debería. Lyrelle se sentía irritada por haberse perdido las oportunidades que sin duda se habían presentado en la Torre Blanca durante su larga ausencia. Reunificación, batalla contra los seanchan... Ésos eran los momentos en que una mujer podía demostrar su capacidad de liderazgo y ganar renombre por ser fuerte.

Las oportunidades surgían en tiempos de inestabilidad y agitación. Unas oportunidades ahora perdidas para ella. Luz, cómo detestaba esa idea.

—¡Entraremos! —gritó a los muros que enmarcaban la puerta que tenía ante sí. Luego, en voz más baja, les dijo a sus mujeres—: Abrazad el Poder Único y tened cuidado. No sabemos qué puede ocurrir ahí.

Llegado el caso, sus mujeres podrían igualar a un número superior de Asha’man poco entrenados. Cosa que no tendría por qué pasar, desde luego. Lo más probable era que los hombres estuvieran locos. Así que, quizá, dar por sentado que razonarían con lógica sería imprudente.

Las grandes puertas se abrieron para que su grupo pasara. El hecho de que los hombres de la Torre Negra hubieran elegido acabar las murallas alrededor del recinto antes de construir la torre decía mucho de ellos.

Dio con las rodillas en los flancos de su caballo para que avanzara, y Myrelle y los demás la siguieron con un ruido de cascos. Lyrelle abrazó la Fuente y utilizó el nuevo tejido que le descubriría si había un hombre encauzando cerca. Sin embargo, no era el joven con el que había hablado hacía poco quien las recibió en las puertas.

—¿Qué es esto? —preguntó Lyrelle cuando Pevara Tazanovni se acercó a ella. Conocía a la Asentada Roja, aunque no muy bien.

—Me han pedido que os acompañe —respondió Pevara con voz alegre—. Logain creyó que un rostro familiar conseguiría que os sintieseis más cómodas.

Lyrelle refrenó un gesto de sorna. Las Aes Sedai no tenían que mostrarse animadas. Las Aes Sedai debían mostrarse tranquilas, imperturbables y —llegado el caso— severas. Un hombre debería mirar a una Aes Sedai y preguntarse de inmediato qué habría hecho mal y cómo podría arreglarlo.

Pevara se puso a su lado y cabalgaron hacia el interior del recinto de la Torre Negra.

—Logain, que es quien está al frente ahora, os manda saludos —continuó Pevara—. Resultó gravemente herido en los ataques y todavía no se ha recuperado del todo.

—¿Se pondrá bien?

—Oh, desde luego. Debería estar levantado y en forma dentro de un día o dos. Lo necesitarán para liderar a los Asha’man cuando se unan a la Última Batalla, supongo.

«Lástima», pensó Lyrelle. Habría sido más fácil controlar a la Torre Negra sin un falso Dragón al frente de los hombres. Mejor habría sido que hubiera muerto.

—Estoy segura de que su ayuda será útil —dijo Lyrelle—. Sin embargo, su liderazgo... En fin, ya veremos. Dime, Pevara, me han contado que vincular a un hombre que encauza es distinto de vincular a un hombre normal. ¿Has pasado por ese proceso?

—Sí —contestó Pevara.

—Entonces, ¿es cierto que a los hombres corrientes se los puede obligar a obedecer, pero a esos Asha’man no?

Pevara sonrió con aire nostálgico.

—Ah, ¿qué se sentiría si fuera así? —comentó luego—. No, el vínculo no puede obligar a los Asha’man. Tendréis que utilizar otros medios más ingeniosos.

La cosa no pintaba bien.

—¿Y hasta qué punto son obedientes? —preguntó Aledrin desde el otro lado.

—Depende del hombre, supongo.

—Si no se los puede obligar, ¿obedecerán a su Aes Sedai en batalla? —inquirió Lyrelle.

—Probablemente —fue la respuesta de Pevara, aunque sonaba algo ambigua por el modo en que lo dijo—. He de deciros algo a todas. La misión a la que fui enviada, la misma que vosotras perseguís, es una empresa descabellada. Una pérdida de tiempo.

—No me digas —repuso Lyrelle sin alterarse. No iba a fiarse de una Roja después de lo que le habían hecho a Siuan—. ¿Y cómo es eso?

—Hubo un tiempo en que era como tú —contestó Pevara—. Dispuesta a vincular a todos los Asha’man en un intento de controlarlos. Mas ¿cabalgarías hasta una ciudad y seleccionarías a cincuenta hombres de allí, a capricho, y los vincularías como Guardianes? Vincular Asha’man por el mero hecho de hacerlo es estúpido. Así no se los controlará. Creo que algunos Asha’man serían unos Guardianes excelentes, pero, como muchos hombres, otros no lo serán. Sugiero que abandonéis vuestro plan de vincular a cuarenta y siete exactamente y que toméis a aquellos que estén más dispuestos a ello. Tendréis mejores Guardianes.

—Interesante consejo —dijo Lyrelle—. Pero, como has mencionado, los Asha’man harán falta en el frente de batalla. No hay tiempo. Queremos los cuarenta y siete más fuertes.

Pevara suspiró, pero no añadió nada más mientras pasaban junto a varios hombres de chaqueta negra con dos alfileres prendidos en el cuello alto. A Lyrelle se le puso carne de gallina, una sensación como si unos insectos se le metieran debajo de la piel. Hombres que encauzaban.

Lyrelle conocía la opinión de Lelaine respecto a que la Torre Negra era vital para los planes de la Torre Blanca. Pues ella no le pertenecía a Lelaine. Era su propia dueña, y además Asentada por méritos propios. Si conseguía hallar el modo de poner a la Torre Negra bajo su autoridad directa, tal vez entonces podría, por fin, escapar del dominio de Lelaine.

Aunque sólo fuera por eso, habría merecido la pena vincular Asha’man. Luz, cómo iba a disfrutarlo. De algún modo, tenían que conseguir controlar a todos esos hombres. A estas alturas, el Dragón sería inestable al estar volviéndose loco, contaminado por la infección que el Oscuro había dejado en el Saidin. ¿Sería posible manipularlo a él para que dejara que se vinculara al resto de los hombres?

«Sin tener control a través del vínculo... sería muy peligroso.» Se imaginó entrando en batalla con dos o tres docenas de Asha’man vinculados y obligados a hacer su voluntad. ¿Cómo podría conseguirlo?

Llegaron a la línea de hombres con chaqueta negra que esperaban a las afueras del pueblo. Lyrelle y los otros se acercaron a ellos, y Lyrelle hizo un rápido recuento. Cuarenta y siete hombres, incluido uno que estaba delante de los demás. ¿Qué se traían entre manos?

El que estaba al frente avanzó un poco. Era un hombre robusto, de mediana edad, y por su aspecto daba la impresión de haber pasado una dura experiencia hacía poco. Tenía bolsas debajo de los ojos y el semblante demacrado. Sin embargo, caminaba con firmeza y le sostuvo la mirada con impasibilidad. Le hizo una reverencia.

—Bienvenida, Aes Sedai —dijo.

—¿Y tú eres...?

—Androl Genhald —contestó—. Me han hecho portavoz de vuestros cuarenta y siete hasta que hayan sido vinculados.

—¿Nuestros? Veo que ya habéis olvidado las condiciones estipuladas. Nos tienen que entregar a todos los soldados o Dedicados que queramos, y no pueden negarse.

—Sí, en efecto. Eso es así. Por desgracia, todos los hombres en la Torre Negra, aparte de éstos, o ya han ascendido al rango de Asha’man o los han llamado por asuntos urgentes. Los otros, por supuesto, acatarían las órdenes del Dragón si se encontraran aquí. Nos aseguramos de que quedaran cuarenta y siete para vos. De hecho, son cuarenta y seis. A mí ya me ha vinculado Pevara Sedai, ¿comprendéis?

—Esperaremos hasta que los demás regresen —dijo fríamente Lyrelle.

—Lamentablemente, no creo que regresen dentro de poco. Si vuestra intención es sumaros a la Última Batalla, tendréis que hacer vuestra selección enseguida.

Lyrelle estrechó los ojos para mirar al hombre y luego volvió la vista hacia Pevara, que se encogió de hombros.

—Esto es un ardid —le dijo a Androl—. Y, además, pueril.

—A mí me pareció astuto —replicó Androl con un timbre frío—. Digno de una Aes Sedai, podría decirse. Se os prometió que cualquier miembro de la Torre Negra, a excepción de quienes tienen el rango de Asha’man, accederían a vuestra petición. Y lo harán. Cualquiera de aquellos a quienes podáis hacer tal petición.

—Y sin duda habréis elegido a los más débiles entre todos vosotros.

—A decir verdad, elegimos a quienes se ofrecieron voluntarios. Son buenos hombres, del primero al último. Son los que querían ser Guardianes.

—El Dragón Renacido tendrá noticia de esto.

—Por lo que sé —dijo Androl—, va a emprender camino a Shayol Ghul en cualquier momento. ¿Pensáis ir hasta allí sólo para exponerle vuestra protesta?

Lyrelle apretó los labios con fuerza.

—Y otra cosa, Aes Sedai —agregó Androl—. El Dragón Renacido nos ha enviado un mensaje hoy mismo. Nos insta a aprender una última lección: no debemos considerarnos armas, sino hombres. Bien, pues, los hombres tienen derecho a elegir su destino, mientras que las armas no. Aquí tenéis a vuestros hombres, Aes Sedai. Respetadlos.

Androl hizo otra reverencia y se alejó. Pevara vaciló un instante antes de dar la vuelta a su caballo para ir tras él. Lyrelle vio algo en el rostro de la mujer cuando miraba al hombre.

«De modo que se trata de eso —pensó—. No es mucho mejor que una Verde. Habría esperado otro tipo de conducta en alguien de su edad.»

Lyrelle estuvo tentada de rechazar esa manipulación, de ir a la Amyrlin y protestar por lo que había ocurrido. Pero las noticias procedentes del frente de batalla de la Amyrlin eran confusas. Algo sobre la aparición inesperada de un ejército. Y no se daban detalles.

Desde luego, a la Amyrlin no le haría gracia oír protestas en aquel momento. Y por supuesto, admitió para sus adentros Lyrelle, ella estaba deseando acabar el asunto con la Torre Negra.

—Que cada una tome dos —les dijo a sus compañeras—. Unas pocas tomaremos sólo uno. Faolain y Theodrin, estáis en ese grupo reducido. Daos prisa, todas vosotras. Quiero irme de aquí lo antes posible.


Pevara alcanzó a Androl cuando el hombre entraba en una de las cabañas.

—Luz, había olvidado lo frías que podemos ser algunas de nosotras —dijo.

—Oh, no sé. He oído comentar que algunas no sois tan retorcidas —contestó él.

—Ten cuidado con ellas, Androl —advirtió mientras miraba hacia atrás—. Muchas os verán sólo como una amenaza o como una herramienta que utilizar.

—Recuerda que a ti te ganamos para nuestra causa —dijo Androl.

Entraron en un cuarto donde Canler, Jonneth y Emarin los esperaban con tazas de té caliente. Los tres empezaban a recuperarse de la batalla, Jonneth con más celeridad. Emarin era el que tenía peores cicatrices, la mayoría emocionales. A él, al igual que a Logain, lo habían sometido al proceso de Trasmutación. En ocasiones, Pevara lo había visto quedarse mirando al vacío, con el miedo a algo horrible plasmado en el semblante.

—Vosotros tres no deberíais estar aquí —les dijo, puesta en jarras enfrente de Emarin y de los otros dos—. Sé que Logain os prometió un ascenso, pero todavía lleváis sólo la espada en el cuello de la chaqueta. Si cualquiera de esas mujeres os viera, os tomaría como Guardianes.

—No nos verán —aseguró Jonneth entre risas—. ¡Androl nos sacaría de aquí a través de un acceso antes de darnos tiempo a soltar una maldición!

—Bien, ¿y qué hacemos ahora? —preguntó Canler.

—Lo que Logain quiera que hagamos —repuso Androl.

Logain había... cambiado desde la terrible experiencia por la que había pasado. Androl le había confiado a Pevara que se había vuelto más retraído, más sombrío. Apenas hablaba. Todavía parecía decidido a acudir a la Última Batalla, pero de momento reunía a los hombres y examinaba con minuciosidad cosas que habían encontrado en los aposentos de Taim. A Pevara le preocupaba que la Trasmutación lo hubiera quebrantado anímicamente.

—Cree que podría haber algo en esos mapas de batalla que ha encontrado en las habitaciones de Taim —explicó Emarin.

—Iremos a donde Logain decida que podemos ser de más utilidad —contestó Androl. Una respuesta directa, aunque tampoco aclaraba nada.

—¿Y qué pasa con el lord Dragón? —preguntó Pevara con cautela.

Percibió la incertidumbre de Androl. El Asha’man Naeff había llegado hasta ellos llevando noticias e instrucciones; y, junto con ellas, algunas implicaciones. El Dragón Renacido había sabido que las cosas no iban bien en la Torre Negra.

—Nos dejó solos a propósito —dijo Androl.

—¡Habría venido si hubiera podido hacerlo! —afirmó Jonneth—. Os lo prometo.

—Nos dejó para que escapáramos o para que cayéramos valiéndonos por nuestros propios medios —señaló Emarin—. Se ha vuelto un hombre duro. Puede que cruel.

—Qué más da —dijo Androl—. La Torre Negra ha aprendido a sobrevivir sin él. ¡Luz! Siempre ha sobrevivido sin él. Casi no tiene nada que ver con nosotros. Fue Logain quien nos dio esperanza. Es Logain quien tendrá mi lealtad.

Los otros hicieron un gesto de asentimiento. Pevara supo que allí estaba ocurriendo algo importante.

«De todos modos no habrían podido apoyarse en él para siempre —pensó—. El Dragón Renacido morirá en la Última Batalla.» Hubiera sido de forma intencionada o no, les había dado la oportunidad de convertirse en sus propios dueños.

—No obstante, me tomaré muy a pecho su última orden —afirmó Androl—. No seré sólo un arma. La Fuente está limpia de infección. No lucharemos para morir, sino para vivir. Porque tenemos una razón para vivir. Haced correr la voz entre los demás y juremos ratificar a Logain como nuestro cabecilla. Y luego, a la Última Batalla. No como partidarios del Dragón Renacido ni como títeres de la Sede Amyrlin, sino como la Torre Negra. Hombres independientes que son dueños de su destino.

—Somos dueños de nuestro destino —susurraron los otros tres mientras asentían con la cabeza.

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