VII

El Capitán Dejerine aceptó encantado la invitación para realizar un corto viaje acompañado de una persona que pudiera explicarle lo que viese. Además, era una ocasión para empezar a hacer amigos en una comunidad de la que necesitaba cooperación y que sabía hostil a sus propósitos. Y por otra parte, aquello era un descanso, después del largo viaje espacial. Cuando la persona que Goddard Hanshaw nombró se convirtió en Jill Conway, su placer se tornó en deleite.

Ella le llamó antes de la salida de Bel, en la tenue luz roja de Anu, bajo en el norte. El y varios de sus compañeros estaban temporalmente alojados en la posada; la mayoría de los hombres permanecían en órbita hasta que sus refugios prefabricados pudieran erigirse. Se le había suministrado un vehículo («Una cortesía antes de que lo requise», le había dicho Hanshaw irónicamente.) El de Jill era mucho más grande y ligero. El estaba espantado ante la perspectiva de que ella lo condujera, pero apretó los dientes y, de pronto, se encontró disfrutando de la velocidad. Por entonces habían cruzado el río sobre un pequeño ferry automático, ya que la máquina carecía de capacidad de vadeo, y habían penetrado bastante en el sector ishtariano.

Bel se elevó en el cielo, las sombras se hicieron dobles y la luz se convirtió en rosada. Jill se detuvo junto a un bosquecillo muy agradable.

—¿Qué tal si desayunamos? —propuso—. Después proseguiremos el recorrido.

—Magnifique. —Dejerine abrió el maletero del vehículo—. Lamento no poder hacer una gran contribución, pero aquí tengo un salami italiano, si quiere aceptarlo…

—¡Pues claro! —ella aplaudió—. Lo he probado una sola vez en mi vida. Créame, un primer amor no es nada comparado con un salami italiano.

Mentirosa, pensó, recordando a Senzo. Y todavía… La herida estaba curada.

Dejerine le ayudó a extender un mantel sobre la hierba y a desempaquetar la comida que ella había llevado: pan, mantequilla, queso, jamón. Es amable, pensó, y condenadamente atractivo además. Mientras ella preparaba la cafetera, él comenzó a hablar:

—No he tenido ni un minuto para decirle esto, señorita Conway, dado su maratoniano proceder. Pero conozco a su hermano Donald. Me pidió que le diera sus mejores recuerdos.

—¿Eh? —Ella se puso en pie de un salto—. ¿Lo conoce? ¿Cómo está? ¿Dónde ha sido destinado? ¿Por qué no ha escrito?

—Estaba muy bien la última vez que lo vi —replicó Dejerine—. Pasamos unas cuantas horas hablando, durante unos cuantos días. Verá, cuando fui asignado aquí, busqué a cualquiera que procediera de Ishtar, con la esperanza de conseguir información. Y así encontré a Don. Me contó muchas cosas de usted. ¿Que dónde ha sido destinado? Sé únicamente que está en el frente. Por favor, no se preocupe demasiado por él. En todos los campos posibles: equipo, entrenamiento, organización; somos muy superiores al enemigo. Por otra parte, tenía mucho trabajo, y estaba preocupado; admitió que odia escribir cartas, y por tanto me pidió que le transmitiera sus recuerdos. Le hice prometer que escribiría pronto.

Jill suspiró:

—Un millón de gracias. Ese es Don, sin ninguna duda. —Volvió a ocuparse de la cafetera—. Dejaremos los detalles para más tarde. Podemos llegar hasta la casa de mis padres. Mi hermana y su marido querrán oírlo también.

—Como quiera.

Tuvo el buen sentido de no intentar ayudarla, ya que sólo hubiera logrado entorpecer. En su lugar, admiró el paisaje.

El terreno era una llanura ligeramente ondulada. Estaba poblada por los rojos hojasespada, aunque sus altos brotes ponían tonalidades amarillo brillantes. La vegetación sombreada por los árboles era de escaso crecimiento, como la lia que los humanos llamaban dromia. Un manantial surgía de una roca, formaba un pequeño arroyo y se desvanecía en el suelo. Sin embargo regaba una amplia zona, a juzgar por la vegetación que crecía a su alrededor. El viento soplaba caliente y seco, trayendo una miríada de olores abrasados, levantando mil rumores que se elevaban por encima del sonido del agua.

—¿Conoce los nombres de todas estas plantas? —preguntó Dejerine.

—Las variedades comunes —dijo Jill—. No soy botánica. Sin embargo —señaló a su alrededor—, la mayor parte de lo que ve son distintas clases de lia. Es tan variada y tan importante como la hierba en la Tierra. Matorrales… Ese de ahí es el corazón amargo; los ishtarianos lo usan como tónico, y parece tener propiedades medicinales para los humanos también. Pero no se apropie de la horrible cosa, ladrón nocturno. Puede provocar una enfermedad ishtariana, y matarle a usted o a mí si la comemos. No hay flores de fuego por aquí, pero las hierbas de trueno son realmente espectaculares cuando llega la estación de las lluvias, a la que nos encaminamos. Y, en primavera, el pándaro.

—¿El qué?

—Olvidé que no las conoce. No importa. Atrae a los entomoides para regarlos con polen duplicando así sus atractivos sexuales. En ambos sexos. Todo un espectáculo.

Por un instante lamentó su observación. Dejerine podía interpretarlo como una invitación. El preguntó sencillamente:

—¿Suele traducir los nombres nativos?

—Rara vez —respondió ella, aliviada.

Bien, si hay que hacer algo, pensó, mejor empezarlo ahora, no es que vaya a obtener un trofeo en el concurso de «femme fatále» del año.

—La mayoría son intraducibles. ¿Cómo diría «rosa» en Sehalano? Y, además, es casi imposible que lleguemos a pronunciar los nombres originales correctamente. Así que nos inventamos unos para nuestro uso. El primer trabajo científico sobre el filum fue hecho por Li Chang-Shi.

—Hu-hum. Creo que la molécula fotosintética no es aquí idéntica a la clorofila, sólo similar. Pero, ¿por qué son el rojo y el amarillo tan frecuentes?

—La teoría es que el color amarillo es el básico, pero los pigmentos rojos se iniciaron en Haelen por absorción de energía. Una plantación de bebedores de sol es algo salvaje, único. Se probó que el filum es capaz de extenderse por todo el globo, diferenciándose de varias maneras. Sólo es una teoría, ¿se da cuenta? ¡Dios, un mundo entero! En un siglo sólo hemos empezado a conseguir trazar las líneas básicas de lo poco que conocemos… Vamos a comer. ¿De acuerdo?

Cuando comenzaron, una bandada de peregrinos oscureció el cielo, estruendosos con el batir de sus alas y con sus chillidos. Azarosamente, varios salieron del grupo y descendieron a tierra, con sus seis patas ondulando graciosamente. Mediante los binoculares, los humanos vieron detalles que Jill explicó:

—No tienen cuernos verdaderos los pteroides de Ishtar. Lo que ve no son más que apéndices, como los del rinoceronte. Por unas ciertas causas de azar, unos cuantos grandes tipos del Beronnen del norte los desarrollaron de una forma impresionante, pero principalmente como adorno. Mire… ¿Puede ver cómo las patas delanteras tienen forma especial? Y sus uñas son armas afiladas en extremo. Parece existir una tendencia general en los habitantes de Ishtar a que el primer par de miembros haga algo más que ayudar a la locomoción. El caso extremo, naturalmente, son los sophonts y sus parientes; las patas delanteras llegan a ser brazos y los pies delanteros manos.

Cuando el espléndido espectáculo hubo terminado y volvieron a remontar el vuelo, Dejerine la miro gravemente mientras decía:

—Tengo la impresión de que todos los que han nacido en este planeta deben amarlo.

—Es nuestro —replicó Jill—. Aunque de una forma peculiar. Nuestra raza nunca lo poseerá, no seremos nunca más que unos pocos. Pertenece a los ishtarianos.

El dirigió la mirada a la taza que sostenía.

—Por favor, trate de entender. Me doy cuenta de lo desanimados que deben estar ustedes ahora que sus planes humanitarios han sido postergados. Las guerras siempre interrumpen muchas esperanzas, o las destruyen. Pido porque ésta acabe lo antes posible. Mientras tanto, quizás podamos hacer algo por ustedes.

Puede, pensó Jill. No empujes demasiado, chica. Sonrió, y, muy ligera y brevemente, apretó la mano de él.

—Gracias, Capitán. Ya hablaremos al respecto. Pero hoy disfrutemos de la excursión. Se supone que soy su guía, no su incordio.

—De ninguna de las maneras. Ah… ha mencionado parientes de los nativos. Mis fuentes los describen equivalentes a los simios…

—Por el estilo. Como el tártaro que realmente es similar al mandril. El más próximo es el que llamamos duende.

—¿Las especies semiinteligentes? Ah, sí, estaba llegando a eso. ¿Qué es lo que se sabe acerca de ellas?

—Muy poco. Son escasas en Beronnen. Bastante numerosas, o esa es nuestra impresión, en el hemisferio opuesto; pero ishtarianos completamente desarrollados apenas han entrado allí. No puedo decirle mucho más, aparte de que los duendes hacen toscas herramientas y parecen tener algún tipo de lenguaje. Como si el Australophithecus sobreviviera en la Tierra.

—Hum. Es extraño que se lo hayan permitido.

—No. No realmente. Recuerde que entre los dos hemisferios hay una enorme masa oceánica, más tormentosa que cualquiera de la Tierra.

—Quería decir, una vez superadas las distancias.

—Los ishtarianos no serían capaces. Ni incluso los más feroces guerreros de los bárbaros tienen la sed de sangre de los terrestres. Por ejemplo, nadie ha torturado a prisioneros por diversión o los ha masacrado por conveniencias. Probablemente piensa que la Asociación de Sehala es una especie de imperio. No es así. La civilización se ha desarrollado sin ninguna necesidad de Estado. Después de todo, los ishtarianos tienen una forma de vida más avanzada que la nuestra.

La sorpresa de él la detuvo, hasta que se dio cuenta que aquella idea, con la que ella había convivido siempre, era nueva para la mente de su interlocutor.

Después de un momento, él dijo lentamente:

—Mis lecturas mencionan una evolución postmamífera. Nunca ha quedado claro para mí lo que eso significa. ¿Está usted diciendo que son más inteligentes que nosotros? Esto no estaba en mis libros. —Tomó aire y prosiguió—: Cierto, parecen mejores que nosotros en ciertos aspectos, pero menos rápidos y originales en otros. Eso es usual entre especies de sophont contrastadas. Los totales siempre parecen ser aproximadamente parejos. Creo que la explicación es razonable, que pasado un punto no hay presión de selección natural para incrementar el poder cerebral, e incluso esto podría desequilibrar grotescamente el organismo.

Ella lo estudió con respeto creciente. ¿Había tenido en cuenta él, el hombre militar, esos problemas, esos pensamientos?

De acuerdo, le pagaré cumplidamente su pregunta en especie, no hablando ni más ni menos de lo necesario.

—¿Puede soportar una conferencia?

El sonrió, le ofreció un cigarrillo de una pitillera de plata y, después que ella hubo rehusado, dijo:

—¿Cuando un conferenciante como usted es quien la da? Mademoiselle, intento ser un caballero, pero mis glándulas están en buen funcionamiento.

Jill gruñó:

—Tendremos una sesión de preguntas de veinte minutos al final. Vamos con ello.

«Ya sabe que la vida aquí (orto-vida, no T-vida), se desarrolló similarmente a como lo hizo en la Tierra, siendo las condiciones originales casi idénticas. Principalmente la misma composición química, dos sexos, los vertebrados, que descendían de algo parecido a un gusano anélido, etcétera. Tanto unos como otros podemos comer la mayor parte de nuestros alimentos respectivos, aunque se producirían deficiencias vitales si intentáramos una dieta exclusiva; y ciertas cosas que gustan a una raza son venenosas para la otra. El hecho de que unos sean hexápodos y otros cuadrúpedos parece ser trivial, un accidente biológico. Ishtar tiene sus equivalentes de peces, reptiles, aves, mamíferos, etc. Las diferencias son lo suficientemente importantes como para que les apliquemos el sufijo —oide a sus nombres. Por ejemplo, los theroides son de sangre caliente, nacen como cualquier mamífero y se alimentan con la leche de la madre en su primera edad; pero no tienen pelo ni placentas; en su lugar tienen alternativas sorprendentes… En general, las variaciones son infinitas.

»Pudieran haber sido más parecidos a nosotros, pero, hace mil millones de años, Anu se convirtió en una gigante roja. Esto produjo un crecimiento mayor, y una mayor suciedad cada vez que pasaba cerca. Y dio lugar a que los animales de sangre fría —los reptiles, si lo prefiere— hayan estado aquí aún en peores condiciones que en la Tierra. No hay restos de fósiles de algo análogo a los dinosaurios. Los theroides trazaron una primera ruta y la mantuvieron.

»Sobre esta base, con la que ya debe estar familiarizado pero que yo quiero poner de manifiesto, pensamos nosotros, procure tenerla en cuenta usted también, la evidencia real hasta la fecha es lastimosamente escasa… pensamos que los theroides tuvieron más tiempo para evolucionar que los mamíferos terrestres. Sí, ya sé que los mamíferos son muy antiguos, pero no existieron realmente como tales hasta el Oligoceno. El truco que se inventaron aquí y que nosotros no tenemos en la simbiosis. Oh, sí, usted mismo es simbiótico en algunos de sus propios órganos. Un ejemplo de esto es la flora intestinal. Pero el bien desarrollado theroide ishtariano es un completo zoológico y jardín botánico de especies cooperativas.

«Tomemos un sophont, una de las especies más próximas, como ejemplo. Su pellejo es una planta musgosa, profundamente enraizada en la piel pero conectada a la corriente sanguínea… porque su piel es mucho más complicada que la nuestra. Su cabellera y sus cejas parecen hiedra. Sus ramas hacen una armadura para la columna vertebral y su peligrosamente fina caja craneana. Las plantas toman el dióxido de carbono, agua y otros productos del metabolismo animal para su propio uso. Devuelven directamente oxígeno, más un completo surtido de materiales semejantes a las vitaminas que apenas hemos empezado a identificar. Cierto, las plantas no constituyen un sistema completo respiratorio-eliminativo. Abastecen a los pulmones, el corazón doble, intestinos, a cada órgano… todos ellos con sus simbiontes especiales… pero el resultado es un individuo que funciona mejor que nosotros. Puede asimilar una gran variedad de materias alimenticias. Desperdicia menos agua que nosotros; por ejemplo, al sudar, orinar o simplemente respirar. Gracias a Anu, el agua es escasa en grandes áreas de Ishtar. Y, eh… nuestros nativos también tienen un sistema de alimento de emergencia: sus mismas plantas. Pueden comerlas y sobrevivir, aunque durante un tiempo carecerán de ellas. Pero pronto crecerán de sus propias raíces o germinarán en su piel las esporas que flotan en el aire o yacen en el suelo, ¡como lo hacen en la piel de los recién nacidos!

Jill hizo una pausa para tomar aire. —Puedo apreciar las ventajas de eso —dijo Dejerine lentamente.

—¿Lo sabía ya?

—Lo había leído, sí. Sin embargo, me gusta oírlo de nuevo en un contexto más amplio.

—Ahora llegaremos a eso, espero. —Con una excitación que nunca antes había sentido, Jill continuó—. Estas ventajas van más allá de lo obvio. Mire, una simbiosis como ésta no es meramente una ayuda directa. Libera genes.

Observando su desconcierto, prosiguió:

—Bien, piense, genes, que la vida ishtariana también tiene, genes para almacenar información. Su capacidad de almacenamiento es muy grande, pero no infinita. Imagine un conjunto de ellos que gobierna alguna función metabólica. Ahora imagine que esa función es asumida por sus amigables vecinos simbiontes. Los genes no serían necesarios para esto nunca más. Pueden pasar a nuevas líneas de trabajo. La mutación y la selección dependerán de lo que ellas hagan. El grado de mutación es probablemente más alto entre los theroides ishtarianos que entre los mamíferos terrestres, ya que la temperatura corporal también lo es. El problema en Ishtar es con más frecuencia mantener el frío que mantener el calor; y los theroides lo solventan parcialmente a través de sus plantas, mediante química endotérmica más que transpiración, y parcialmente por el estado de calor natural de ellos mismos… Estoy divagando demasiado sobre el mismo punto, ¿verdad? Bueno, la Naturaleza también lo hace. Lo que intento dejar claro es que los ishtarianos tienen ventajas sobre nosotros, incluyendo una historia de evolución más larga como animales homeotermos. Ellos pueden no haber alcanzado su nivel de inteligencia presente tan tempranamente como los humanos… Aunque Dios sabe cuando fue eso. Pero lo han hecho más gradualmente. Esta es una de las razones por las que los duendes están todavía por aquí. Y la historia lo demuestra.

Dejerine frunció el ceño.

—¿En sus cerebros, quiere decir? —preguntó.

Jill asintió. Sus cabellos pendularon sobre sus hombros.

—Sistemas nerviosos como un todo —dijo—. El hombre está mucho peor construido, usted lo sabe. Se ha dicho que nosotros tenemos tres cerebros, uno encima de otro. El primer vástago es el cerebro reptiliano, después el cerebelo mamífero y, por último, la superdesarrollada corteza cerebral. No trabajan juntos en una completa armonía, de aquí los asesinatos y las revueltas. El ishtariano tiene más unidad en su cabeza. Puede verlo si efectúa una disección. La locura parece ser desconocida, literalmente no existe, a menos de que se considere como tal la demencia debida a un masivo deterioro físico. Ni la enfermedad. Los ishtarianos sólo tienen pequeñas y preciadas enfermedades, que tratan de estudiar todos los curadores especializados que se dedican a eso. Y en cuanto a las neurosis… Eso está por definir, ¿no? Sólo diré que nunca he conocido a un ishtariano que tuviera un tic nervioso. Y he de decir que, por muy poderosos y extraños que podamos ser, no hemos producido ningún shock cultural aquí. Nos respetan, aceptan de nosotros las cosas e ideas que encuentran útiles, pero integrándolas con las viejas costumbres.

Se apoyó contra el tronco en donde estaba Dejerine, sorbió un poco de café, tomó un mordisco de su emparedado de jamón. Había hecho la mermelada en casa, mitad fresas, mitad newton nativo. Se sintió complacida cuando el terrestre repitió.

—M-m-m, sin duda la superioridad fisiológica cuenta para la longevidad de los ishtarianos. De trescientos a quinientos años, ¿no es cierto? Jill asintió.

—Creo que ha sido otro de los factores que ha contribuido a su superioridad. En la Tierra, generaciones de vida corta significa turnos genéticos rápidos, evolución rápida. Esto debería ser una ventaja para las especies. Me inclino a creer en la teoría que dice que estamos programados para empezar seriamente a envejecer a una edad temprana como son los cuarenta años por esta exacta razón. Pero Ishtar sufre del acercamiento de Anu cada mil años. Los efectos son poderosos durante sólo un siglo. La longevidad probablemente ayuda a conservar las adaptaciones al ciclo, y por tanto ayuda a la supervivencia de las especies.

—Una fría conclusión.

—¿Oh? No me dé la lata.

Jill pensó durante un momento. De acuerdo, seamos francos con él. Necesitamos su… empatia… más que su comprensión intelectual.

—Bien, es inútil negarlo, a todo el mundo le gustaría vivir esa cantidad de años saludablemente. Pero ya que no podemos, es inútil llorar. Los ishtarianos tienen un castigo. Cada dos generaciones. Y no emiten ni un gemido. El quedó silencioso durante un rato, con la mirada perdida en la lejanía, antes de murmurar:

—Debe tener curiosos efectos sobre los de Primavera. El mismo centauro que fue el amigo de su abuelo lo es suyo, y lo será de sus hijos… Pero antes de que creciera era su maestro, su protector, probablemente su ídolo. Perdóneme; no deseo ser impertinente; pero estoy interesado en saber si mis suposiciones son correctas, si para algunos de los residentes a largo plazo, algunos autóctonos son figuras paternales.

¡Por Darwin, es un bastardo sorprendente! Su mirada volvió a posarse sobre ella. Se había dado cuenta de que había tocado un punto sensible. ¿Por qué negar lo que podría saber interrogando a cualquier persona del pueblo?

—Sí, supongo. Quizás yo sea un ejemplo. Larreka, el comandante de la Zera Victrix… siempre hemos estado muy próximos. Me atrevería a decir que he absorbido un buen número de actitudes de él. —Impulsivamente, continuó—. Me comprendió en una mala experiencia de una forma como nadie más en el universo hubiera podido hacerlo.

—Oh —Dejerine preguntó causadamente—. ¿Desea hablar sobre ello?

Jill sacudió su cabeza. ¿Por qué voy a confiar en él? ¿Es el enemigo, no?

—No, no me gustaría, por ahora.

—Lo entiendo —dijo gentilmente.

Ella recordó…

Los animales no voladores grandes son raros en Ishtar. Cada mil años, el alimento es escaso en la mayoría de regiones. Beronnen central y del sur podía mantener algunos, como los leones árbol y los casi elefantinos valwas. Pero al norte, el continente se convierte en una serie de secas sabanas conocidas como Delag. Allí la caza menor abunda, entre los pasos de Anu. Al menos cincuenta clases de azar, por ejemplo, varias de ellas bastante grandes. Las bestias que matan para comer son del tamaño de un perro, o menores, aunque con poderosas mandíbulas capaces de devorar rápidamente. Van en manadas. La población sophont es escasa, apenas unos cuantos pastores que no cazan demasiado. Aquí y allí se levantan ciclópeas ruinas en el interminable mar de lías amarillas, y se cree que la civilización se inició allí.

La construcción que reúne todas esas paradojas es el sarcófago.

En su onceavo cumpleaños, lo que en la Tierra hubiera sido unos pocos meses después del doceavo, Jill se unió a la partida de Larreka en un viaje a los Dalag. Aprovechando la excursión, el comandante planeaba estudiar las situaciones posibles para la construcción de fortalezas contra las incursiones bárbaras, que se producirían cuando el sol rojo llegara. Un humano adulto iba también, Ellen Evaldsen, la joven y querida tía de Jill, una planetóloga que quería estudiar las formaciones rocosas además de aventurarse en nuevos horizontes.

Marcharon felizmente. A menudo la chica cabalgaba sobre Larreka o sobre un amigo suyo. Y en campamentos alumbrados por el fuego, por las estrellas, por la luna, u ominosamente por Anu, la mujer contaba historias de la Tierra hasta que Jill no podía distinguir cuál de los dos sitios era más maravilloso. Entonces alcanzaron los Dalag, y tenían una grandiosidad mayor de la que se podía explicar con palabras.

Llanuras susurrantes, doradas, rotas sólo por oscurecimientos y árboles como llamas. Misteriosos lugares sombreados al frescor del agua de un pozo. Un firmamento azul oscuro y un calor sin piedad, antes de que con la noche llegara la frescura y una miríada diamantina de estrellas. Encuentros con pastores, unas pocas palabras y una taza de té bajo una tienda. La noble visión de un wo saltando ágilmente para reunir los els y owas de su amo… Oh, sí, visiones crueles también, menos el ver a sus camaradas cazar limpiamente un animal con el arco o la lanza que observar a una partida de tartars conduciendo a un azar a un alto de la vegetación, y acorralándolo para matarlo salvajemente…

—Pero tienen que hacerlo —le dijo Larreka a Jill—. Nosotros podemos conservar la carne manteniéndola en jugo intestinal. Los animales no pueden. O, aquellos que producen jugo intestinal por ellos mismos, pueden hacerlo, si comen con rapidez. Los tartars no pueden. Si no lograran comer la mayoría de sus presas vivas, tendrían que matar ocho veces más para conseguir una alimentación equilibrada. Y… si no hubiera bestias de presa, el resto tendría que masticar hierbas y morir de hambre.

—¿Pero por qué las cosas de aquí han de ser siempre lógicas y correctas? —protestó ella—. ¿La carne no se pudre aquí antes que en otros sitios?

Larreka apeló a Ellen, que repitió con diferentes palabras información para Jill al respecto. El moho aéreo llamado sarcófago por los humanos es inofensivo contra cualquier cosa viviente. Pero se posa al instante sobre la carne muerta, se multiplica tremendamente y, en dos o tres horas, reduce al animal más voluminoso a los huesos. Parece ser que requiere un clima particular, ya que sólo crece en los Dalags y en las cercanas islas de Mar Fiero. ¿O es el clima que lo determina? ¿Y qué extraña adaptación a la evolución lo ha hecho tan fuerte?

—No es un horror, Jill, querida, es un misterio que debemos resolver.

—He oído decir que este fue el origen de las primeras civilizaciones —añadió Larreka.

Jill le dirigió una mirada.

—Bueno, es sólo una opinión —dijo Larreka—. Un viejo soldado como yo no puede juzgar. Sin embargo, algunos de nuestros filósofos y algunos de nuestros científicos creen que puede haber pasado así. Cuando la gente intentó vivir en estos territorios, tuvieron que convertirse en vegetarianos. Pero entonces encontraron ciertas bestias de presa que, producían jugos intestinales capaces de matar al sarcófago. Desde luego toda aquella gente sabía que los jugos conservaban la carne. Necesitaban utensilios, como calderas para hervir los intestinos del animal y recipientes para poner en remojo a los animales muertos. Este sistema se empleaba con animales de rebaño, ya que era muy complicado para llevarlo de caza. Tú lo has visto. Los aparatos son pesados, hechos de piedra o de alfarería. Así que aquella gente primitiva se estableció en chozas de hierba, que les ayudaban a mantenerse un poco más frescos y guardaron rebaños, y empezaron a pastorear… Más tarde, la idea de las casas y los ranchos se trasladó al sur, donde la vida es más fácil y, desde entonces, Beronnen del Sur ha sido el corazón de la civilización. Pero puede que fuera aquí donde comenzara.

—Eso incluye gran cantidad de mitos, religiones, rituales y conceptos de la vida y de la muerte, desde Valennen hasta Haelen —añadió Ellen Evaldsen—. Todas ellas basadas en lo transitorio de la carne.

—¿Huh? —gruñó Larreka—. Bien, si usted lo dice, señora.

Y así Jill llegó a comprender. Ella ya sabía que la ruina visitaba al mundo, una y otra vez. Desde que tuvo uso de razón, recordaba a Larreka preparándose para la siguiente, y a los humanos planeando sistemas para hacerla menos mortífera. Aceptó rápidamente los Dalag por lo que eran.

Hasta el día en que Ellen murió.

Sucedió con brutal rapidez. La mujer había subido a una alta roca negra sacada de la sabana, de la cual ella decía que no tenía nada que hacer allí. Parecía segura. Pero tenía una invisible debilidad. ¿Provenía, quizás, esta debilidad de millones de años de tormentas y pasos de Anu? Desde el campamento vieron cómo la piedra se rompía y a Ellen caer.

Yacía con la cabeza en un ángulo grotesco. Cuando Larreka la alcanzó, la disolución había comenzado. La carne burbujeaba, brillando iridiscentemente en un tono azul-verde, se convertía en un líquido loco antes de desaparecer. Los ishtarianos no podían cavar una tumba rápidamente con sus herramientas. Lo que enterraron fueron unos huesos blancos y unos cabellos rojos, rojos como Anu.

Larreka vio a Jill. La tomó entre sus brazos y trotó, más allá del campamento. Bel brillaba, Ea lucía como una vela. La dejó entre el olor dulzón del aire y las lías, la apretó contra su pecho y así permaneció durante un largo rato.

—Lo siento, chiquilla —dijo—. No debimos dejar que lo vieras.

Jill sollozó.

—Pero tú perteneces a la Legión, ¿no es cierto, soldado?

Le cogió la barbilla y elevó su rostro hacia él y las estrellas.

Ella bajó la cabeza violentamente.

—Entonces escucha —dijo Larreka en un murmullo—. Tú ya has oído que cuando nosotros los de cuatro patas perdemos a una persona que apreciamos, nos entristecemos más que vosotros los humanos. Si tú has conocido a alguien durante unos cuantos cientos de años… Bueno, tenemos que aprender a soportarlo. Déjame decirte lo que hacemos en las legiones.

Y primero le contó lo de las banderas, ondeadas siglo tras siglo, que llevan los nombres de los caídos; y le habló de mucho más. Y después, ella danzó con ellos la danza del adiós sobre la tumba, lo mejor que pudo. El primer paso para aliviarse de la pena.

Jill se levantó.

—Vamos —dijo—. Recojamos esto y sigamos nuestro camino. Quiero mostrarle un rancho típico, pero si nos quedamos demasiado aquí, los miembros más interesantes se habrán ido.

—Oigo y obedezco —respondió Dejerine.

Mientras recogían sus cosas, añadió seriamente:

—Señorita Conway, tiene usted la amabilidad de mostrarme los alrededores. Estoy agradecido; sin embargo, ¿no es su mayor esperanza el alistar mis sentimientos de parte de los nativos?

—Seguro. ¿Qué más?

—Bueno… ¿Le dará a mi grupo una atención similar? Sé que nos mira como a intrusos destructivos. ¿Me creería si le digo que nosotros tenemos razones, por encima y sobre las órdenes, para estar aquí?

Ella esperó un segundo antes de contestar.

—Le escucharé.

—Bien —sonrió—. De hecho, querría comenzar por conseguir una audiencia, toda Primavera si fuera posible, y mostrar una grabación de la que dispongo. No es propaganda oficial, es bastante crítica, pero eso es importante también. Verá, deseo que crea que no soy un fanático.

Jill rió.

—¿Voy a tener que ver su programa para probarle que yo tampoco lo soy?

Las facciones de él acusaron el golpe, y se sintió más contrita que razonable.

—No se ofenda. Iré encantada.

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