XIX

En la época en que Ulu celebraba el punto central del verano, el solsticio de Bel, con danzas, cantos, batir de tambores y sacrificios, el sol amarillo alcanzó al rojo en el cielo. A partir de entonces Anu se convertía en perseguidor. El calor asfixiaba, los vientos secos rugían, los campos ardían, y un humo acre derivaba hacia las colinas; las nubes blancas se apilaban contra el Muro del Mundo, pero nunca derramaban lluvia sobre aquel país.

Sparling ignoró las incomodidades. Jill dijo que también lo haría. El la creyó, y no sólo porque fuera la persona más desconcertantemente honesta que conocía. En la humedad cercana a cero, la tolerancia a la temperatura es un asunto de relajamiento y de dejar que el cuerpo haga su trabajo. El alimento escaseaba, pero todavía quedaban reservas. Excepto en lo referente al control de los suplementos dietéticos, los nativos estaban ansiosos por complacer, ya fuera ayudando o dejando a sus prisioneros-invitados solos. Más a menudo era lo último. Ya que tanto él como ella trataban de estar juntos todo el tiempo que podían, tanto de día como de noche.

El nunca había sido tan feliz como entonces. Era un sentimiento unido a la inquietud y a una sensación de culpabilidad, no tanto a causa de Rhoda como por el tiempo que no dedicaba a trabajar en su huida. Pero entonces, reflexionó, la felicidad nunca es completa, sólo el miedo y el dolor la hacen posible.

Rara vez hablaban del futuro. Tales conversaciones siempre acababan pronto, en una escena de amor. Realmente él, al igual que Jill, cesó de contar los días; los dejaba pasar manteniéndose fuera del tiempo. Pero llegado el momento reconoció que habían pasado cuarenta y tres, y deseó que hubieran sido tan largos como los terrestres.

Siendo quienes eran, encontraron grandes cosas que hacer juntos.

Estaban sentados al lado de un disminuido y susurrante arroyo, rodeado de piedras que los ocultaban. El cielo se veía pálido a través de las ramas de los árboles que todavía conservaban hojas suficientes como para proporcionar sombra, aureolando de dorado y rojo los puntos de luz. Un ptenoide, azul como un martín pescador, estaba esperando a ictioides que nunca llegarían, colgado de una rama con sus cuatro patas, como si el calor y el hambre estuvieran ya acabando con su vida.

—Bueno, vamos a intentarlo de nuevo —dijo Sparling, dando la vuelta al interruptor de su transmisor. Jill se inclinó sobre su hombro.

—Llamando a Port Rua. Por favor, contestad en esta banda.

—Unidad de Inteligencia Militar X-13 llamando a Port Rua —añadió ella solemnemente—. Secreto y urgente. Necesitamos nuevos disfraces. Un emparedado de cebolla ha hecho nuestras falsas barbas imposibles.

Desearía tener su capacidad de diversión, pensó Sparling.

—Francamente, estoy empezando a preocuparme —dijo—. Larreka debería tener un técnico de servicio todo el día. O nuestra idea no marcha o…

Baja, pero clara en el silencio que les rodeaba, llegó una voz ishtariana:

—Port Rua responde. ¿Sois los humanos cautivos?

Jill saltó sobre sus pies y se puso a bailar una danza de guerra.

—Sí. Estamos bien hasta el momento. ¿Cómo van las cosas por ahí?

—Tranquilas. Demasiado tranquilas, me temo.

—Oh, oh. No durará. Puedes ponerme con el comandante.

—No. Está inspeccionando nuestro sistema de señales. No esperamos su regreso hasta mañana. Puedo conectarte con Primavera.

—No, no. Sería un drenaje innecesario de las baterías de nuestros equipos aquí. Ya sabes que no tenemos posibilidad de conseguir repuestos. —Ni sabría qué decirle a Rhoda—. Contacta con ellos y explícales que nos tratan muy bien. Volveré a llamar… digamos pasado mañana, sobre el mediodía. Mientras tanto, adiós y buena suerte.

—Que los Dos te favorezcan, y el Vagabundo no te dañe.

Sparling desconectó.

—Bien, hemos dado un gran paso.

Pasearon bajo estrellas y lunas. La luz a través de las montañas, y a lo largo de la pelada colina era casi del color del espliego. El aire, dulzón. Una criatura afín al cantor de Beronnen trinó.

—No podías imaginarte que una noche como esta fuera posible en el Tiempo de Fuego, ¿eh? —dijo él—. Es como nosotros, cuando todo se derrumba y se incendia, nosotros atrapamos la felicidad que haya en el camino.

—La gente debería hacer siempre eso. De otra manera se extinguirán —respondió ella, apretando los dedos en su brazo.

—Me pregunto si fue el antiguo cielo de Ishtar lo que vimos —dijo él mirando hacia arriba.

—Quieres decir en la Cosa de Arnanak.

—Sí. Me gustaría que nos dejara examinarla más de cerca. Pero creo que es un simulador estelar, con las variaciones determinadas por un microordenador, alimentado por energía solar o un isótopo de larga vida para navegación espacial, o enseñanza, o… —suspiró. Aquí estoy con mi amada y yo hablando como un profesor—. ¿Quién puede leer en la mente de un hombre muerto? Bueno, digamos de una raza muerta.

—Sí están muertos —replicó ella, tan dispuesta a hablar de aquel tema como de otros más íntimos—. Ellos pueden haber ido a cualquier otra parte. En algún lugar del norte hay un resto de su colonia. Erosionada, enterrada y, sin embargo, reconocible como ruinas. Si hicieron aquello, ¿por qué no va a ser posible que hayan sobrevivido?

—¡Sí, sí, sí! —exclamó él fastidiado por su limitación.

—Con frecuencia pienso que es la palabra más fascinante del idioma.

—Ciertamente hemos… has conseguido el descubrimiento más importante desde…

—No, querido. Hemos.

—Yo sólo he proporcionado los medios para pasar la información. Para lograr que no muera con nosotros, si se da el caso. Eso es todo.

—Bien, se lo diremos a Larreka. ¿Qué más? El puede comunicarlo a Primavera —dijo Jill, excitada—. De hecho, la verdad debería difundirse por todos los lugares. Todos deben saber la utilización de los mitos y magia por parte de Arnanak para sus propósitos políticos. Dejar que los tassui se den cuenta de que los dauri son mortales, que lo que han hecho no es más que en un trato con ciertos miembros de cierta especie. Ellos le ayudarán hasta donde puedan, y él les proporcionará mejores tierras, cuando haya acabado con la civilización… ¡Ian, eso acabaría con su prestigio!

—No, querida. Ya he pensado en ello. Si esto se difunde, él sabrá que su secreto ha sido revelado, y ¿quién podría haberlo revelado excepto nosotros? Nos lo dijo en la cabaña, contó a otros su peregrinaje épico, pero a nadie los métodos que empleó.

—Eso es cierto.

—No tendría que conocer la tecnología de radio para saber que éramos nosotros quienes lo habíamos difundido. Y entonces…

—No creo que se vengara.

—Quizás sí, quizás no. Podría matarnos como precaución. Rehusó aceptar ese riesgo estando contigo, cariño.

—Sí, comprendo tu punto de vista. Me ocurre lo mismo con respecto a ti.

El la atrajo hacia sí. La hierba de allí era semejante a la Tammuz, suave para tenderse.

Ellos podían conseguir su comida sólo a horas determinadas. Pero cuando anunciaron su intención de hacer una excursión nocturna, Innukrat les dio un suministro abundante.

—Son duras tierras las del oeste. Deberéis alimentaros tan bien como podáis.

—Eres una buena persona —dijo Sparling, y la conciencia le remordió.

—Si realmente creéis que eso es verdad, cuando volváis a vuestra casa y tengáis de nuevo poder, acordaos, no de mí, sino de mis hijos —contestó Innukrat.

Los humanos salieron del campamento y caminaron. Llevaban una brújula de bolsillo, permitida debido a que los tassui conocían una burda versión que usaban los legionarios. Jill tomaba notas a su dictado. Arnanak también les había permitido el uso de papel, lápices y carpetas, a fin de que pudieran aprovechar su estancia allí estudiando su entorno.

—¿Puedes medir con eso correctamente? —preguntó ella.

—Con cierta aproximación. Preferiría un medidor de láser y un podómetro integrante, pero hubiese sido demasiado difícil conseguir que nos los permitieran.

Y así estaban llevando a cabo una exploración cuyos resultados, referidos a mapas de Primavera, podrían localizar Ulu. Habían vuelto al día siguiente, zigzagueando por un talud que parecía un horno, cuando el transmisor sonó. Sparling presionó la aceptación.

—¿Qué demonios pasa?

—Técnica Adissa en Port Rua —dijo la lejana voz—. Hemos recibido un mensaje para vosotros de Primavera.

—¡Demonios! ¿Qué ocurrencia es esta? —contestó Sparling, a quien la furia había hecho enrojecer hasta alcanzar el tono de la luz que les rodeaba—. ¡Cabeza de chorlito, podríamos haber estado en medio de nuestros carceleros!

—Kaa-aa. —La voz sonó en tono desmayado.

—Tranquilízate, querido —aconsejó Jill—. No se ha producido ningún daño. Probablemente es un nuevo recluta, con entrenamiento humano y ansiosa por servir. —Se inclinó sobre el brazalete—. Como decimos en el mundo del espectáculo, Adissa, no nos llame, nosotros la llamaremos.

—Pido vuestro olvido —dijo la ishtariana, lúgubremente.

—De acuerdo, lo tienes. Y no se lo diremos a Larreka —prometió ella—. En tanto en cuanto la comunicación es segura. ¿Cuál es el mensaje?

—Primero, ¿qué hay de la Legión? —preguntó Sparling, ablandado. Después corrió hacia la base de un pedregal en declive que podía darle protección y sombra.

—Las armas continúan envainadas —informó Adissa—. Pero el fuego ha expoliado los campos de caza cercanos, así que el comandante no había enviado más partidas. El buque en que vine aquí traía víveres y unos cuantos soldados. Estoy diciendo que eso es lo último que la Legión puede darnos. Y nadie más nos ayudará.

Los dos se sentaron bajo el acantilado. Adissa dio paso a una voz conocida, la de Goddard Hanshaw:

—Hola a los dos. Creo que os gustará saber cómo van las cosas por aquí, aunque, para decir la verdad, no son muy agradables. Nosotros estamos personalmente bien, pero todo está en un punto muerto.

»El hecho es que os habéis convertido en un símbolo, un lugar común, je ne sais que infiernos deciros.

»La situación es normal. La gente vive tranquilamente, pero su ansiedad se va acumulando, y si al final se sobresatura, cualquier cosa podrá hacerla estallar duramente. En el presente caso… bueno, no sé exactamente qué decirte. Noticias del frente, que está estabilizado otra vez, pero no tranquilo. Y para colmo, dos populares y valiosos miembros de nuestra comunidad son rehenes de los bárbaros…

»Repentinamente Primavera se declaró en huelga. Todos los residentes a largo plazo, e incluso los trabajadores con contratos temporales, rechazaron prestar cualquier clase de cooperación. No quieren hablar con un hombre uniformado o con un "colaborador". Los que prefieran comportarse de modo diferente, bien, serán traidores a los ojos de sus amigos.

»Esto está causando montones de problemas, como puedes suponer. El Capitán Dejerine apela a mí diariamente. Por un consenso tácito, soy el único primaverano que puede tener tratos con su mando y quedar limpio. Se reconoce que alguien tiene que hacerlo. Efectuó unos cuantos arrestos, pero tan pronto vio que se consideraba un honor, liberó a los prisioneros y retiró los cargos. No es estúpido, ya sabéis. Siento pena por él. Ha pedido patéticamente ser informado al momento de cualesquiera noticias que tenga sobre vosotros. No le he mencionado esta línea de comunicación. Entre nosotros, no creo que la comunidad esté actuando sabiamente. No tengo idea de a lo que puede conducir la resistencia. Quizás a la cancelación del proyecto de la Marina; o puede que nuestros fondos sean congelados; ¿quién lo sabe? Os mantendré informados. Mientras tanto, no os preocupéis por nosotros. Como se suele decir, la situación es desesperada pero no seria. A vuestra salud} Bueno, aquí está Rhoda.»

—Bom dia, querido —dijo la voz de mujer, que siguió hablando en portugués. Sparling apretó los puños y las mandíbulas, y se endureció. La voz finalizó en inglés— Jill, tus padres, tu hermana, tu familia, te envía sus recuerdos. Espero que aceptes los míos también. Gracias por lo que sois, por lo que hacéis. Rezo por vuestro regreso. Adiós.

—Es el final —dijo Adissa.

—De acuerdo. Desconectamos.

Estuvo sentado durante un momento mirando las desoladas montañas. Jill pasó un brazo alrededor de su cintura.

—Tienes una esposa mejor de la que podría ser yo.

—No. Quiero decir que tú eres limpia y valiente y… Mira, todavía, no podemos hacer nada al respecto, ¿verdad? — ¿Era esa la pregunta de un cobarde?— Aun contra mis sentimientos personales —continuó—, comparto las dudas de God. Una huelga general contra la Marina, el Control de Paz… ¡Demonios, esos hombres nos sirven a todos!

—No agonices, aunque…

Cuando ella pronunció estas palabras, él volvió la cabeza y vio el claro perfil destacándose contra las toscas rocas, y el aire cruel; sus cabellos estaban recogidos en trenzas.

—Me pregunto —dijo Jill de pronto—, por qué papá o mamá o Alice, incluso Bill, no hablaban en la cinta. ¿Les conozco demasiado bien? —Se encogió de hombros—. Me estoy convirtiendo en una fábrica de preocupaciones. Al infierno con ello. Vamos, regresemos al salón. Pero bésame primero.

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