La puerta repicó.
—Entre —dijo Yuri Dejerine.
Levantándose, redujo el reproductor de sonidos al silencio. Había retirado algo clásico del banco de datos; un concierto de Mozart, quizás. Podría haber reducido el volumen hasta conseguir una suave música de fondo. Pero no lo hizo.
La puerta admitió a un hombre joven, cuyo uniforme llevaba la insignia del escuadrón de persecución del cuerpo aéreo. Todo en él parecía acabado de estrenar, y su saludo fue un poco brusco. Yuri pensó que se desenvolvía bien en la gravedad lunar, y también que no habría sido designado para su servicio si no fuera más rápido y más adaptable a la gravedad que la mayoría. Su constitución era alta y fuerte, y su cara tenía unos rasgos levemente, caucásicos. Se preguntó hasta qué punto se le notaba que había nacido y se había criado más allá del Sistema Solar. Sabiendo lo que era, un observador podía contrastarlo fácilmente en una mirada, una postura o un modo de andar.
Los acentos eran más indicativos. Dejerine ahorró a su visitante una lucha con el español y empezó a hablar en inglés:
—¿Alférez Conway? Descanse. De hecho, relájese. Es usted bienvenido.
—El capitán envió a mí.
Sí, Conway hablaba una especie de inglés antiguo, marcadamente diferente de la versión Paneuropea de Dejerine. Era el dialecto de un pueblo cuya lengua madre fue aquella durante largo tiempo, pero que tenía una suavidad y un ritmo que eran… ¿algo inhumanos?
—Yo pedí que me visitara, sólo lo pedí. —La puerta se había cerrado y Dejerine dejó atónito al otro al extenderle una mano. Después de un instante, el apretón se produjo.
—Usted puede hacerme un gran favor personal, y probablemente también a la Tierra. Quizá pueda devolvérselo, pero eso no es seguro. Lo que es cierto es que ambos hemos desembarcado recientemente, y que le estoy quitando un tiempo que podría emplear con las chicas o disfrutando de algunos deportes únicos. Lo menos que le debo es un trago. —Tomó a Conway por el brazo y le condujo a una hamaca situada frente a la suya, mientras seguía hablando—. Esta es la razón por la que sugerí que nos encontrásemos en mis habitaciones. Un dormitorio o un club son lugares demasiado indiscretos, y una oficina es demasiado impersonal. ¿Qué va a tomar?
Donald Conway se sentó bajo la presión de su brazo.
—Yo… lo que el capitán desee, gracias, señor —balbuceó.
Dejerine permaneció de pie frente a él y sonrió.
—Caída libre. Olvide el rango. Estamos completamente solos, y no soy mucho más viejo que usted. ¿Qué edad tiene?
—Diecinueve… quiero decir veintiuno, señor.
—Todavía está acostumbrado a los años ishtarianos, ¿no? Bien, el mes pasado cumplí los treinta terrestres. Ningún abismo separador, ¿no es verdad?
Conway intentó una sonrisa. Su nerviosismo había hecho más notorio su azoramiento, que aumentaba al mirar a su anfitrión. Dejerine era de estatura media, delgado, de manos y pies pequeños, de movimientos felinos: había sido campeón de judo en sus días de Academia. Sus facciones eran regulares, su tez olivácea, la nariz corta, los labios gruesos, los ojos tan oscuros como el liso cabello o el fino bigote. Vestía de paisano, con blusa y fajín, de una tela muy brillante. Su anillo de clase era estándard, pero el fino arete dorado de su lóbulo derecho indicaba algo de impetuosidad.
—Fui cadete a los dieciséis —continuó— y he permanecido en el Servicio. Usted llegó a la Tierra hace dos años, se alistó cuando empezó la guerra y está finalizando su entrenamiento de emergencia —se encogió de hombros—. ¿Y qué? Más tarde acabará sus estudios y se convertirá en un distinguido profesor de Bellas Artes y será rector de una gran universidad cuando yo esté aparcado a media paga. Bueno, ¿cuáles son sus preferencias? —se dirigió al minibar—. Yo me inclino por el coñac con un tímido chorro de soda.
—Lo mismo, entonces. Gracias, señor —dijo Conway—. No he tenido demasiada oportunidad de aprender, uh… la ciencia de beber.
—¿No tienen demasiado donde elegir en Ishtar?
—No, casi todo es cerveza casera y vino local —Conway se forzó a la locuacidad—. Su sabor es diferente de los de la Tierra, lo suficiente como para que muchos no se preocupen en toda su vida de darle importancia a lo poco que tenemos. Somos autosuficientes, nuestra agricultura produce pero, bien, tenemos una ecología completamente diferente que afecta al suelo, más el clima y la radiación y… de todas formas unas cuantas personas trabajan en ello, pero admiten que lo que producen no es algo de lo que se pueda presumir.
—Ve, ya me ha ayudado —rió Dejerine—. Ya he sido advertido de que me aprovisione antes de la partida.
Mientras Dejerine preparaba las bebidas, Conway contempló lo que le rodeaba. Aunque no era la suite de un Almirante la habitación tenía grandes dimensiones y estaba bien amueblada, para estar en la Base Tsiolkovsky. Aunque podía considerarse cómoda en tiempo de paz, lo era más en tiempos de guerra, cuando los hombres se apilaban por millares en espera del transporte rápido que los llevara a los campos de acción. Los barracones debían admitir al doble de personal; las restricciones de energía llegaban al punto de cortar los generadores interiores de gravedad terrestre. Y eso significaba que todo el mundo debía soportar tediosas horas extras de ejercicios; debían hacer cola para lograr la oportunidad de visitar túneles, trepar a las instalaciones, deslizarse por las laderas o coger un tren a Apolo y tener la esperanza de no haber sido estafado… Una transparencia de media pared, oscurecida contra el deslumbramiento, mostraba una majestuosa desolación. Un navío de carga cruzaba la visión, descendiendo a un campo auxiliar excavado trabajosamente en el basalto.
La habitación mostraba pocos detalles personales de su ocupante, que lo único que quería era viajar deprisa por el espacio, con apenas algo más que sus huesos, en tiempo de guerra. Habían algunos libros en una mesa: un tomo sobre Anubelea, una revista de chicas, una novela de misterio, los poemas completos de García Lorca. Al lado había un aparato para mantener el grado adecuado de humedad ambiental.
—Aquí tiene. —Dejerine tendió a Conway su bebida—. ¿Quiere un cigarrillo?… ¿No? Supongo que el tabaco también se vuelve peculiar en Ishtar. ¿No es cierto? Bien, yo encenderé uno. si no le importa. —Se instaló en su asiento y levantó su vaso—. Salud.
—Uh, salud —respondió Conway.
Dejerine rió disimuladamente.
—Eso está bien. Se comporta con fidelidad a sí mismo. Esperaba que lo hiciera.
—¿Me ha investigado, señor?
—Sólo su ficha abierta. No fisgoneo. Lo que hice fue buscar en el banco de datos el personal de Ishtar con el que podía contactar. Su nombre apareció. De acuerdo con los registros, nació allí y no salió del planeta hasta hace poco. Dudo que un cobarde o un incompetente hubiera aguantado tanto tiempo allí, dado el supuesto de que hubiera sobrevivido. Entonces, a despecho de haber crecido entre… ¿Cuál es la cifra?… cerca de quinientos científicos, técnicos y sus hijos, a más de trescientos parsecs del Sol y raramente visitado, se mostró como una gran promesa en el arte visual, tanto que se le ofreció una beca aquí. Y entonces, cuando estalló la guerra, no continuó sus estudios como debiera, sino que se alistó, y en una de las armas más duras. No necesito más información para saber que se comportará usted bien.
Conway se ruborizó, bebió un sorbo considerable y aventuró:
—Obviamente ha sido asignado allí, señor, y deseará oír lo que pueda decirle. ¿No es sorprendente, para un hombre con su historial? El destino, claro está.
Dejerine frunció ligeramente el ceño.
—Tales cosas suceden.
—Quiero decir, bien, después de su mensaje yo también consulté el banco de datos.
Sin duda el brandy se había subido rápidamente a la cabeza de Conway, poco acostumbrado a la bebida. Sus palabras eran rápidas e innecesarias. No aduladoras, juzgó Dejerine, sino un desmañado intento de responder a las amigables aperturas de su superior. Conway continuaba hablando:
—Usted tenía mi edad cuando fue con el Diamond Star en misión de ayuda a Caliban, con rango de capitán, como jefe de operaciones en la construcción de una base en Gea. Demasiada variedad, incluso en la Marina donde les gusta que sus hombres realicen todo tipo de trabajos; y usted es demasiado joven para su rango. —Se detuvo. Sus mejillas enrojecieron—. Lo siento, señor. No quería ser atrevido.
—No importa. —Dejerine movió su cigarrillo como zanjando el asunto. El descontento seguía reflejado en su boca.
—Si me es lícito hacer conjeturas, señor, Gea tiene nativos que son muy diferentes a nosotros. No encontré ninguna mención de que ellos tuvieran alguna queja contra usted. Lo cual debe significar que los trató correcta, sabia y amablemente. Una conducta muy hábil. Puede que Cincpaz crea que usted puede ser nuestro mejor representante frente a los ishtarianos.
—Entonces, ¿por qué no ha sido usted enviado allí? —Inquirió Dejerine, aspirando una gran bocanada de humo—. Usted ha vivido entre ellos. Su comunidad lo ha hecho durante cien años.
Conway, miró a su alrededor y finalmente dijo en tono bajo:
—Bien, no es un lugar para mi clase de unidad, que no está especializada en combates. Y, no sé si el mando lo pensó o no, pero yo nunca podría ser muy útil en Ishtar. Conflictos emocionales… Verá, mi familia, padres, hermanas, mis viejos amigos… están en contra de la guerra. Muchos están realmente amargados.
Dejerine suavizó su semblante.
—¿Cómo son sus sentimientos al respecto? —preguntó.
Conway lo miró con resolución.
—Me alisté, ¿no? Oh, seguro, ambos bandos cometen errores y tienen aciertos. Pero los humanos han sido atacados. Su presencia ha sido desafiada, sobre un estado real que hicieron suyo con sangre y sudor. Si no detenemos esa clase de cosas en sus inicios, nuestra situación empeorará más tarde. Recuerdo el asunto Alerion.
Dejerine sonrió.
—No, no lo recuerda, hijo —replicó—. Yo mismo estaba ocupado naciendo ese año. —Su humor se desvaneció—. Pero sí, debemos aprender lecciones de la historia. Personalmente hablando, he visto la miseria en la Tierra, he estado allí, la he sentido, la he olido, y he visto a la gente abandonarla para ir a Eleutheria, y también he visto lo que habían hecho y lo que esperaban de allí. Bien, no me van a enviar en su ayuda. ¡Saltaré mil años luz en la dirección opuesta!
Apuró su vaso, se levantó con un solo movimiento y miró hacia el bar. Preguntó en tono bajo:
—¿Está listo para un reabastecimiento?
—No, gracias —Conway buscaba las palabras—. Capitán, Cincpeace debe tener sus razones. Suponga que los Naqsans hicieran un gran ataque por sorpresa y ocuparan Ishtar. Tiene recursos naturales. O suponga que tiene más valor como rehén, no tanto por el escaso número de humanos que están allí como por los años-hombre de alta energía que hemos invertido en el conocimiento científico que por fin comienza a dar frutos. Llegadas las negociaciones, Ishtar podría ser una poderosa pieza de intercambio para los Naqsa.
—¿En verdad lo cree así? —El rostro de Dejerine se iluminó. Mis órdenes son sólo las de establecer una base de reconocimiento contra la posibilidad, remota, pero posibilidad al fin, de que la acción se desplace hacia aquel sector del espacio.
Conway asintió.
—Y a menos que esté bien hecha, es malgastar el esfuerzo. Este es el porqué está usted al mando, señor. Una vez la haya terminado, apostaría mi cromosoma Y a que será designado para permanecer al frente de la base, si no hemos finalizado la guerra para entonces.
Dejerine rió de nuevo.
—Tiens, sabe cómo hacer que un amigo se sienta mejor, ¿no? Gracias. —Volvió a su hamaca—. Esos Naqsans son duros e inteligentes. Espero que la lucha se prolongue durante años.
—Espero que no.
—Bien, naturalmente. Si a alguien le gusta la guerra, cualquier guerra, pasada, presente o futura, se le permite hablar fuerte y así podemos permitirnos disparar contra los hijos de perra y después continuar discutiendo racionalmente. El menor entre dos males no deja de ser un mal, a fin de cuentas. Y yo… he tenido amigos en el lado opuesto, en días más felices.
Dejerine hizo una pausa antes de añadir:
—Entienda, quiero ayudar a terminar con esto. He tomado en serio la teoría de que nuestro servicio es el arma de policía espacial de la Autoridad de Control de Paz de la Federación Mundial. —Se estiró—. Dígame, ¿por qué los habitantes de Ishtar se oponen a la guerra? La mayoría de los intelectuales de la Tierra la apoyan con fervor de cruzada.
Conway bebió.
—Me temo que desde allí, a tanta distancia, las cosas parecen irreales —dijo, inclinándose hacia adelante—. Pienso, por lo que he leído y he oído antes de dejar mi casa, cuando el conflicto era sólo potencial, pero las noticias eran cada vez más alarmantes, y por las cartas y cintas que he conseguido después, y por mis conversaciones con gente que ha estado allí; que ellos la ven como un desastre para sí mismos, para todo el planeta. Cuando menos, mermarán los suministros que necesitan. Si se permite que el asunto continúe así durante algún tiempo, ellos no podrán conseguir materia prima para sus proyectos. Y en la peor época posible, además.
—Ah. —Dejerine lanzó un anillo de humo y siguió su marcha con la vista hasta que se disipó—. Llegamos a lo que quiero conseguir de usted. Información. Visión de conjunto. Consejo. El cuidado y alimentación de los ishtarianos y de la pequeña pero venerable colonia científico-altruista que el Consorcio de Exploraciones mantiene entre ellos. Cualquier cosa que pueda decirme. Verá, recibí mis órdenes la semana pasada. Desde entonces, todas mis horas de vigilia y la mitad de mis horas de sueño han estado ocupadas en la organización de mi cometido, y así será hasta que partamos, cosa que ocurrirá pronto. Supongo que sería indiscreto decirle a un joven oficial cuánto esperma de alto nivel recibo.
Viendo la sorpresa de Conway, se detuvo.
—¿Esperma, señor? —preguntó.
—¿No lo ha oído? Es usted un inocente. Procedimiento Estándar, Entropía de Alcance Máximo. El caso es que usted es mi única posibilidad de aprender acerca de mi objetivo. Ignorante como soy, podría cometer cualquier clase de error, quizás, con mi desconocimiento actual, podría hasta comprometer mi misión.
—Pero… usted ha sido educado, usted ha estado en el espacio.
—Oh, sí, sí, sí —dijo impacientemente Dejerine—. Entiendo la mecánica celeste del Sistema de Anubelea. Sé algo acerca de los nativos de Ishtar, incluyendo su especial situación biológica. —Respiró—. Los planetas donde los hombres pueden andar en mangas de camisa son tan escasos que cualquiera podría nombrar todos los que conocemos. Para mayor abundamiento, estos planetas están ligeramente dispersos. Nuestras relaciones principales son con las razas y las bases que tenemos más cerca. Y también hay que considerar, no lo olvide, que cualquier planeta es un mundo completo, demasiado grande y complicado para comprenderlo. ¡Bon Dieu, yo vivo en la Tierra y no puedo describir su ecología litoral o la historia dinástica de China o cuáles son los problemas actuales del Imperio Kenyata!
Tiró su cigarrillo a un cenicero, dejó ruidosamente su bebida cerca de él y cogió de la mesa el libro sobre Ishtar.
—He estado estudiando esto, por ejemplo. —Sus palabras eran rápidas y ásperas—. Es lo último publicado, y data de hace diez años. Información limpiamente compilada. —Lo abrió más o menos al azar y lo puso ante las narices de Conway—. Observe. La página izquierda:
ANUBELEA B (Bel)
Tipo: G2, secuencia principal.
Masa: 0,95 Sol
Diámetro medio: 1,06 Sol
Período de rotación Medio: 0,91 Sol
Luminosidad: 0,98 Sol
Temperatura Efectiva: 5800° K
Nota: Los asteroides están distribuidos casi azarosamente, debido a las estrellas acompañantes. Para datos orbitales completos, véase el Apéndice D. Para descripciones más completas de planetas de B, excepto Ishtar, véase el Capítulo XI.
ANUBELEA B III (Bel III) ISHTAR
Parámetros elementales: Tierra (T) = 1,0
Masa: 1,53 T
Diámetro ecuatorial medio: 1,14 T = 14.502 km.
Densidad Media: 1,03 T = 5,73 H2O
Gravedad superficial media: 1,18 T = 1.155 cm/seg2
Año sideral: 1,072 T — 392 días Terrestres = 510 días Ishtarianos.
Período de rotación: 0,775 T = 18 h. 36 m. 10,3 s. Inclinación axial: 1,14 T = 28° 3' 2"
Irradiación media (de Bel únicamente): 0,89 Sol/Tierra
Diámetro angular de Bel medio: 1,03 Sol/Tierra = 33'
Presión atmosférica media a nivel del mar: 1,12 T = 850 mm Hg
Composición atmosférica normal en % por volumen: N2 76,90; 02 21,02; H2O 0,35; A 1,01; CO2, 0,03 + miscelánea
Relación Agua/tierra superficial: 1,20 T = 2,94: 1
Nota: Ambas lunas son de forma irregular, especialmente I, los diámetros y diámetros angulares vistos desde Ishtar están calculados para esferas equivalentes. Para una información y examen más completos, véase el Capítulo III.
—¿Qué hay aquí que no pueda conseguir mejor y más rápidamente de la biblia del navegante? —dijo Dejerine—. Oh, sí, yes, oui, da, ja, también texto, grabados, fotografías anécdotas. No es mal material para que un turista lo estudie antes de comenzar un viaje, si alguien pudiera costearse el hacer turismo a tales distancias. Y he ido a otras fuentes; me he pasado horas con las proyecciones de los registros 3V, sé cómo es un ishtariano… —Había estado pasando páginas mientras hablaba y, sin ninguna razón lógica, se detuvo ante una ilustración.
En ella se mostraba a un macho y una hembra, más un humano que daba la escala. El macho era el mayor de la pareja, de un tamaño aproximado al de un caballo pequeño. «Centauroide». El significado de esta no podía aplicársele con exactitud. El fornido torso con dos brazos emergía del cilindro de cuatro piernas, con una giba taurina sobre los cuartos delanteros que iba desde la parte horizontal hasta casi las verticales secciones de la espalda. El cuerpo parecía más leonino que equino, con su robusta constitución, larga cola y pies almohadillados cuyos tres dedos, más prensiles los de delante que los traseros, lucían uñas púrpura. Los brazos se parecían, aproximadamente, a los de un levantador de pesos terrestre; pero las manos tenían cada una cuatro dedos: los tres primeros no diferentes del pulgar y dos dedos humanos, aunque eran más anchos, siendo el último menos desarrollado y con una articulación extra. Todos poseían uñas, también. La cabeza era grande y redonda, las orejas grandes y puntiagudas y ligeramente móviles, mostrando la mandíbula una barbilla y una delicadeza cercana a la antropomórfica, siendo los dientes blancos y pequeños excepto por un par de colmillos superiores que apenas sobresalían de la boca. En lugar de nariz, un corto hocico se abría en una sola ventana nasal que se curvaba y acampanaba al final. Debajo, bigotes felinos rodeaban el labio superior. Los ojos también sugerían los de un gato, sin blanco; los de él eran azules, los de ella dorados. La piel de la cara y los brazos era de color castaño claro. La raza representada era nativa de Beronnen. La mayor parte del cuerpo llevaba un pellejo musgoso verde amarronado. La impresión leonina era aumentada por una melena que cubría la cabeza, garganta y la espina dorsal hasta la joroba, compuesta no de pelo sino de espesas hojas como de parra. Un crecimiento similar formaban las cejas.
El dimorfismo sexual era considerable. La hembra era unos quince centímetros más baja. Tenía un mero inicio de cola. Su joroba era grande y suavemente redondeada, a diferencia de la gran masa de músculos de él; su grupa era ancha y su vientre profundo; los dos pezones de una ubre no muy grande y los genitales externos eran de un rojo brillante. El texto que acompañaba la fotografía hacía notar que el olor de ella era dulce y el de él acre, y que la hembra manejaba una cantidad más amplia de frecuencias tanto en el habla como en la audición.
No lucían ningún tipo de ornamentos, ni siquiera un cinturón para colgar una bolsa o un cuchillo. El llevaba una lanza y un instrumento de cuerda colgado de sus hombros; ella, un arco, carcaj y lo que podría ser una flauta de madera.
—Sé que su bioquímica es básicamente como la nuestra. Nosotros podríamos alimentarnos con su comida y ellos con la nuestra, aunque en ambos casos se apreciarían carencias de algunos elementos esenciales. Ellos, como nosotros, el alcohol que beben es el etanol. —Dejerine cerró el libro repentinamente—. ¿Como en casa, no? Excepto que los hombres se han pasado un siglo en Ishtar, trabajando mucho para llegar a comprender, y usted puede saber mejor que yo lo lejos que están de sus objetivos.
Envió el libro por el aire a su cama.
—Muy lejos —admitió su visitante.
—Y esos humanos. Es verdad que más de la mitad de la población de Primavera es flotante. Investigadores que van allí para desarrollar proyectos específicos, técnicos con contrato temporal, arqueólogos que esperan allí hasta poder ir a… Tammuz, ¿es ese el nombre del planeta muerto? Sin embargo, todos ellos deben tener una especial devoción hacia Ishtar. Y entre ellos están los residentes permanentes, los de carrera, con un gran porcentaje pertenecientes a la segunda o tercera generación. Ishtarianos que apenas tienen un átomo de la Tierra en sus células —Dejerine extendió sus palmas—. ¿Ve ahora cuánto necesito una entrevista informativa? Necesito más que eso, naturalmente, pero no me es posible conseguirlo. Así que… amigo mío, ¿acabará tranquilamente su bebida y tomará otra? Suelte su lengua. Haga asociaciones libres. Cuénteme cosas sobre su vida pasada, su familia, sus compañeros. En compensación, podré llevarle sus recuerdos y saludos y los regalos que les quiera enviar. Pero ayúdeme. —Dejerine cogió su segundo vaso—. Déme ideas. ¿Qué les voy a decir? ¿Cómo trabar amistad con ellos e inducirlos a que cooperen? Yo, que vengo como el agente de una policía que arroja sus más queridas esperanzas al mar.
Conway se acomodó en su asiento antes de decir cuidadosamente:
—Podría empezar mostrándoles el documental de Olaya que causó tan gran revuelo el mes pasado.
—¿Sobre el trasfondo de la guerra? —Dejerine estaba alarmado—. Pero en líneas generales era crítico.
—No, no mucho. Trataba de ser objetivo. Oh, todo el mundo sabe que Olaya no es ningún entusiasta de la guerra. Demasiado aristocrático por temperamento, supongo. Pero es un periodista condenadamente bueno, y realizó un trabajo importante, consiguiendo una variedad de puntos de vista.
Dejerine frunció el ceño.
—Pasó por alto lo principal: los eleutherianos.
Envalentonado, Conway contestó:
—Francamente, yo, y algunas personas más, no estamos de acuerdo en que ellos sean la cuestión fundamental. Los admiro, naturalmente, y simpatizo con ellos, pero creo que nosotros, la humanidad, tenemos que estar por encima de los eventos para nuestra supervivencia como especie. En Ishtar hemos visto amanecer el caos —y, con la mayor seriedad, continuó—: Pero esto es lo que estoy descubriendo. Alguien como, oh, mi hermana, toda su vida allí… Ella, y la gente como ella, sólo ven los horrores que Anu lleva a su planeta. Si ellos pudieran entender que han de hacer sacrificios por algo superior… Pero son inteligentes, ya sabe, entrenados en el escepticismo científico; han pasado sus vidas arreglándoselas con el más salvaje revoltijo de culturas y conflictos. Ninguna campaña de astuta propaganda los hará cambiar. Ese programa de Olaya era honesto. Tocaba la realidad. Yo noté eso y… puedo decirle que mi pueblo de Ishtar también lo haría. Cuando menos, entenderían que todavía tenemos libertad de expresión aquí, que la Tierra no es un monstruo monolítico. Eso podría ayudarle.
Dejerine permaneció en silencio. Por fin, se puso en pie de un salto.
—¡De acuerdo! —exclamó—. Le pedí consejos y me dio uno inmediatamente. Donald, Don. ¿Puedo llamarle así? A mí llámeme Yuri, venga, bebamos algo más. Vamos a intentar emborracharnos.