XIII

Y lánguidas, lánguidas deben las vírgenes permanecer,

Con el velo de luto en sus cabellos,

Esperando a sus amantes perdidos,

Hasta su encuentro en el más allá.

A cuarenta millas de Aberdour,

A cincuenta brazas de profundidad,

Yace Sir Patrick Spens,

Con los lores escoceses a sus pies.


Jill finalizó los antiguos versos que ella había traducido a la lengua de Sehala, para los ishtarianos que no sabían inglés y estaban ansiosos de oír la música y las canciones de la Tierra. Mantuvo sonando su guitarra mientras silbaba a la manera del viento sobre los fríos mares.

El grupo de Larreka estaba acampado en la ladera norte de las Colinas Rojas. Un destacamento de ellos alcanzó las Tierras Malas, los Dalag, y el final la costa, donde tomarían un buque legionario. En aquel abierto país tropical, bajo dos soles la mayor parte del día, viajarían de noche tanto como pudieran. Pero mientras tanto tenían un bosque para refrescarse, y proporcionarse penumbra, así que descansaban hasta que la luz llegara solamente de las estrellas y lunas.

Un fuego de llamas bajas teñía las caras, las melenas y los cuartos delanteros de sus compañeros, que descansaban en círculo con los ojos fijos en ella. Entre las sombras brillaban las puntas de las lanzas de la guardia. Aunque sólo fuera por hambre, los leones árbol podían estar merodeando para atacarles. Más cerca, se hallaban los fardos de suministros, bajo una tienda levantada para su protección contra cualquier tormenta. No esperaba que hubiera ninguna. El bosque impedía la penetración de la luz en su tranquila oscuridad, las estrellas brillaban arriba, el aire era caliente y pleno de intensos olores. Ella planeaba cambiarse de ropa y dormir en el exterior, sobre su bolsa. Todavía nadie podía estar seguro del tiempo atmosférico que Anu podía provocar.

Sus tonos murieron. Durante un momento, los legionarios y porteadores quedaron pensativos; solamente giraron sus colas diciendo «Gracias», con este signo.

Finalmente un joven soldado preguntó:

—¿Qué es lo que hacían las hembras?

—¿Eh?

Jill volvió de su ensueño. Ah, ya, especulando sobre el significado de todas las cosas, la vida y la muerte, los soles y mundos, la clase de pregunta que tendría que ser contestada una y otra vez, pero supongo que nunca podrá obtener respuesta.

—¿Las hembras humanas en la canción? Se lamentaban.

—Sí, ¿pero, cómo?

—Oh, ya veo. Primero, cuando alguien a quien aman muere, la mayoría de humanos sollozan y, eh, vierten agua por sus ojos. Después continúan sus vidas de la mejor forma que son capaces.

—¿Quién les ayuda?

—Nosotros… Nosotros no tenemos instituciones como las vuestras para animar al afligido. Rezos y algunas ceremonias, es todo, y no todos las practican. La necesidad es menor —añadió rápidamente—. No creo que por esto pueda considerarse que nosotros nos preocupamos menos de los que sufren de lo que lo hacéis vosotros. ¿Cómo podríamos medirlo?

Se imaginó un dolorímetro, diestramente preparado para la venta masiva, calibrado con la Medida Internacional de la Desgracia, consiguiendo así la unidad de longitud de la aflicción.

—Además, cuando se compuso esta canción la gente creía que volverían a encontrarse en otra vida —continuó Jill, ampliando la información.

—Como los bárbaros de Valennen —observó un soldado—. Reconozco que esto es lo que les impulsa a seguir adelante. No parecen tener mucho más, excepto a sus muertos, para comérselos si pueden.

Larreka se sentó sobre su costado y miró a Jill, que estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol.

—No los desprecies por eso, hijo. Dar tu cuerpo es tu último servicio en una tierra hambrienta; y ellos piensan que es un beneficio para el muerto, ya que libera su alma más rápidamente de lo que lo hará la corrupción normal. Mi suposición es que eso nació en los Dalag, como otros conceptos religiosos. Y hay un montón de ellos, no lo olvides. ¿Quiénes somos nosotros para decir que un sistema, incluyendo el de los humanos, es mejor o peor que los demás?

—Bien, señor. He visto pocas de sus prácticas por mí mismo, y me han explicado demasiadas —dijo el soldado—. La mayoría tienen sentido, ¿pero quién podría tomar algunas otras en serio? Como, ng-ng, en Pequeña Iren, que se torturan a sí mismos después de una muerte. Yo he visto a una vieja meter su mano en agua hirviendo.

—Ciertos humanos solían practicar la auto mutilación como señal de duelo, —dijo Jill—. Aunque no de forma tan terrible, ya que nuestros cuerpos no pueden repararse a sí mismos tan rápida y completamente como los vuestros. El dolor en la carne, en vuestro caso, y el esfuerzo por controlarlo, enmascara el dolor del espíritu. No es que yo lo haya probado, entendedme.

Larreka tomó su pipa y el tabaco y empezó a cargar la cazoleta.

—Es bueno lo que te favorece, pero no hay dos seres iguales. Una buena cosa de la Asociación, quizás la mejor, es que te dan la oportunidad de mirar a tu alrededor y encontrar el modo de vida que prefieres… O de iniciar un nuevo sistema de vida, si puedes reunir unos cuantos discípulos.

Sin ser un discurso, su tono era elocuente. Jill pensó: Te comprendo, tío. Quieres fortalecer la fe de estos machos. Son jóvenes, no tienen la perspectiva de civilización que tienes tú; durante toda su vida sólo han aprendido que el tiempo, que ahora se cierne sobre nosotros, se estaba aproximando. Por esta razón, un legionario en sus primeros o segundos ocho años de alistamiento puede preguntarse si vale la pena resistir y morir. Especialmente cuando nadie los apoyará en el solitario lugar al que estamos destinados. No dejarás pasar ninguna oportunidad que se te presente, para repetir lo que estás diciendo.

Notó que estaba en lo cierto cuando él prosiguió lentamente:

—Miradme a mí. Sin la Asociación, yo hubiera llegado a ser un bandido o, en el mejor de los casos, hubiese arrastrado una triste existencia. En lugar de eso, la vida que me ha proporcionado ha sido digna, me quitaron un poco de aquí y poco de allá, pero no más de lo que era razonable por lo que yo había obtenido de ello.

Las orejas se aguzaron. Las de Jill lo hubieran hecho, si hubieran podido. Larreka siempre había contado historias de su carrera, pero muy pocas de sus inicios.

—¿Qué os gustaría oír? Estoy nostálgico esta noche… ¡Tu viejo truco! Pensó Jill. O, si realmente te sientes evocador, has escogido exactamente la situación pasada que ahora conviene evocar.

—…y los hechos están demasiado lejanos en el tiempo y la distancia para ser considerados íntimos. —Murmuraron su asentimiento—. Okey —dijo Larreka. Una palabra inglesa que había pasado al dialecto sehalano. Hizo una pausa para arreglar su pipa. El fuego lanzaba chispas. Un porteador lo alimentó y se produjeron llamas rojas y amarillas. Las estrellas tocaron con su luz el humo que se levantaba ante ellos. En la oscuridad un animal aulló, el único sonido del bosque—. Ya sabéis que soy haeleno. Pasé mis primeros cincuenta años allí. La canción que Jill nos ha cantado ha avivado mis recuerdos, ya que Haelen se parece mucho a Escocia, lugar de la Tierra del que ella habló. Sólo que más al sur. Yo me la imagino completamente polar. Incluso en verano, cuando el sol, el sol auténtico, brilla siempre en la mayor parte del país; incluso entonces, su cielo está lleno de nubes y persisten las lluvias y las tormentas. Páramos y montañas desnudas, mares grises traidores batiendo costas rocosas… bueno, ya habéis oído. La mayoría de sus habitantes se hacen soldados o marinos mercantes, o lo que sea, con tal de salir de allí.

»Pero yo no necesitaba eso. El Clan Kerazzi, al que pertenecía, era próspero. Vosotros sabéis que los haelenos están organizados en clanes. El mío tenía una concesión de primera clase para la pesca y la caza marinas y, en el interior, un amplio conjunto de campos en los que estábamos autorizados a cazar lo que pudiera encontrarse, sin rebasar la media de Beronnen. Mi familia estaba bien situada. Mi padre poseía la chalupa que capitaneaba y tenía participación en tres más. Vivíamos en una casa en la costa, en un punto en el que las corrientes llevaban madera a la deriva. No necesitando comprar carbón, podíamos cambiar nuestras capturas por otras cosas. Yai-ai, una vida bastante buena.

»Los haelenos se casan jóvenes, alrededor de los veinticuatro años, en la adolescencia. Tienen que hacerlo, ya que pierden muchos niños a causa del clima, y necesitan todos los que se puedan traer al mundo. Además, como los matrimonios se realizan entre miembros de clanes diferentes, todo el mundo está deseoso de conseguir uniones. Quizás sea esta la razón de que la ley prohíbe tener más de una esposa al mismo tiempo y de que las relaciones fuera del matrimonio estén teóricamente prohibidas. Los padres se ponen de acuerdo, pero lo consultan con los jóvenes; cuando tu vida puede depender de tu compañero, lo mejor es tener uno que te guste.»

Larreka fumó en silencio unos momentos. Cuando continuó hablando, su mirada estaba fija en la hoguera.

«Saren y yo éramos felices. Podríamos haber construido una casa cerca de la de mis padres, y podríamos haber trabajado con él, pero queríamos independencia. Así que los Kerazzis nos dieron un asentamiento en la bahía del Viento del Norte, avara como un usurero y estéril como su esposa, pero con, ng-ng-ng», posibilidades. La pesca no era mala; y las tormentas conducían hasta allí con frecuencia grandes piezas de caza. Tras de las colinas, se iniciaba una mina de estaño. Los mineros subsistían consumiendo los productos de la tierra, pero yo pensé que conseguirían el suficiente mineral como para necesitar transporte marítimo y que alguno de los barcos que llegaran a la bahía precisaría de un piloto que la conociera. Esto llegó a ser cierto, y nosotros abrimos una pequeña taberna. La forma de cocinar de Saren les gustaba a aquellos marineros, y yo era un tabernero popular. Ya no pensaba en pilotar. Mientras tanto ella había tenido cuatro hijos que vivían, tres machos y una hembra.

»No tenía ninguna razón para no hacer el sacrificio a los dioses. Habiendo vivido con un montón de extraños, sabía que nuestros dioses no regían el universo. De hecho, dudaba de que fueran algo más que un cuento. Sin embargo, nosotros habíamos sufrido menos que la mayoría de gente. Además eso daba respetabilidad. ¿Por qué no practicar los ritos?

»Hasta pasados veintitrés años, permanecimos en Daystead…»

—¿Daystead, señor? —preguntó un soldado del Mar Fiero.

—Un lugar de repliegue. ¿O quizá no has oído hablar de esos sitios? Bueno, piensa. La mayor parte de Haelen carece de sol en invierno. Tus plantas podrían morir en tan largo tiempo de oscuridad. Unas cuantas penínsulas atraviesan la parte norte del Círculo y captan durante un corto tiempo la luz del día. Todos tienen que poblarlas en dicha estación. La ley y la costumbre inciden en eso. Los clanes acometen la construcción y el mantenimiento de sus viviendas, el almacenaje de alimentos… Se intentan cubrir todas las necesidades, incluyendo la previsión de medidas para evitar que la gente se odie a consecuencia de llevar tanto tiempo juntos en tan poco espacio.

»Nosotros, mi familia, residíamos en Daystead. Siempre habíamos ido y vuelto en bote, para no tener que atravesar la montaña, que tiene un clima infernal. Ese año… el infierno estaba en el mar. Fuimos desmantelados, inundados y arrastrados por las olas. Nadie más que yo pudo alcanzar la costa vivo. Guardo un poco de las hojas de mi hija, pero están ya muy resecas… Levanté un túmulo para que mi gente del Daystead lo supiera.»

Volvió a chupar su pipa, mientras el fuego se apagaba, la oscuridad crecía y entonces, muy lentamente, casi tímidamente una oblicua Urania se levantó sobre las copas de los árboles, dándoles un brillo plateado, la única cosa fría en esa noche, junto con los recuerdos del invierno de Haelen.

—Os he contado esto —dijo Larreka, al fin—, no para que me compadezcáis, sino para mostraros la situación. Una cosa más debéis saber. Recordad, los diferentes pueblos tienen diferentes maneras de reaccionar ante la muerte de los seres que los integran. Lo que hacen los clanes es atender a sus familiares, día y noche, hasta que el dolor parece atenuarse. Alguien está siempre al lado del que siente la pena, listo para echarle una mano o hablar o lo que sea. Generalmente son varias personas. Para la mayoría esto es bueno. Al menos esto es mejor que quedarse solo, en un país que, con frecuencia, está terriblemente vacío. Además, el estilo de Haelen es ayudar a tu vecino sin limitaciones, porque nunca sabes lo que puedes necesitar de él. Sí, se portaron bien conmigo. La gente de allí sólo emplea su codiciosa voracidad con los de fuera.

»Pero… durante las últimas tres octadas, mi casa había estado habitada. Teníamos visitantes, pero eran cazadores, mineros, marineros, pescadores, comerciantes… amigos, pero no íntimos, si me comprendéis. Odiábamos la multitud de Daystead, y nos apartábamos tanto como era posible sin ofender a nadie. Allí, de repente, perdí mi derecho a la soledad y… bueno, Jill entenderá. Yo estaba como una furia, pero no podía pedir que me trataran como si mi familia hubiese muerto dos o tres períodos de sesenta y cuatro años antes. Ellos me consolaron. Esa era la costumbre. También supongo que esto les proporcionaba algo que hacer, algo por lo que interesarse durante aquella oscuridad entre débiles vislumbres de sol.

» ¡Y esperaban que honrase a los dioses! ¿Después de lo que los dioses me han hecho?, pregunté. Esto sentó mal a mi clan, peor que cualquier otra cosa que hubiese podido hacer. Además, estábamos a mitad del invierno, cuando se vive la época peor y yo desafiaba a los dioses a bajar y luchar como machos honestos.

»No hay mucho más que decir. Estoy seguro que podéis comprender cómo los problemas fueron empeorando más y más, todo por mi culpa.»

Ellos no creyeron que se había vuelto loco, ni por tanto trataron de curarlo, pensó Jill, porque los ishtarianos prácticamente nunca se vuelven locos.

—Por fin, me marché —dijo Larreka—. Por entonces, el sol se había acercado lo suficiente como para permitirme vivir en el campo, aunque aquella fue una vida tremendamente dura. Sólo me alimentaba con los moluscos y peces que podía recoger en las playas, y los animales que podía matar con una piedra en el interior. Mi mal temperamento fue una suerte para mí, hasta cierto punto. Veréis; poco después, una ventisca tardía azotó Daystead. Fue realmente mala. Produjo la muerte de varias personas y grandes problemas al resto, cuando el combustible se acabó.

»Desde luego, la mayoría de haelenos no son ignorantes. A muchos de ellos ni se les pasó por la mente que hubiera sido yo, con mis desafíos, el causante de la catástrofe. Pero unos cuantos lo pensaron. No los condeno por caer en viejas supersticiones. Vosotros los del norte no podéis saber lo que el clima influye en el alma, el frío y la desolación, las auroras que son llamadas los Fuegos de la Muerte… Para la mayoría, bueno, yo no era popular. Por mi culpa, el invierno había sido duro para ellos.»Así que no se me ofreció una nueva esposa. Y un soltero allí no puede esperar nada más que un trabajo mal pagado. A menos que se convierta en bandido, lo que en mi amargura, consideré.

»Pero allí estaba la Asociación. Y el comercio que esto hacía posible. En primavera, los buques comenzaron a llegar de nuevo a recoger nuestras pieles, minerales, pescado salado y huevos preservados de bipen. Por aquel entonces yo estaba arruinado, pero de alguna manera logré que me contrataran como estibador.

»Durante los siguientes cuarenta y ocho años vagué por medio mundo. Nunca me había imaginado cuán grande y maravilloso podía ser. Eventualmente me uní a la Zera, y más tarde encontré a la hembra que todavía tengo. Todo se lo debo a la Asociación.

»Muchachos, esto no es todo lo que representa la civilización, pero es una parte considerable. Deteneos un momento a imaginar cuáles habrían sido vuestras vidas sin la Asociación. Preguntaos si no os sentís obligados a legar la misma oportunidad a vuestros hijos.»

Larreka se recostó todavía más. El grupo tomó esta indicación como señal de que su charla había concluido, y se retiraron. Jill se arrodilló junto a él.

—Tío, nunca me lo dijiste.

—Nunca lo había recordado hasta ahora.

Y pensó: ¿Cuánto puedo decirte de una vida que ya ha sido cuatro veces más larga de lo que tú puedes esperar vivir?

—¿Por qué no dormimos un poco? Anu se alzará pronto, y tenemos mucho camino por recorrer. Nunca desperdicies una oportunidad de tender tus huesos, soldado.

—Sí, señor. Buenas noches. —Puso sus labios en una mejilla correosa. Los bigotes felinos le hicieron cosquillas.

Tendida sobre el saco, con el brazo sobre los ojos, ella se preguntó qué escogería él para soñar. ¿Y qué sueños llegarían a ella?

¿O quién? Si hubiera podido escoger, ¿a quién le hubiera gustado llevar a su sueño?

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