XIV

A pesar de que la mitad del verano estaba próxima, el Sol Verdadero seguía muy de cerca al Rojo. Mientras la Estrella Cruel crecía y crecía en los cielos. En su máxima aproximación, decían las viejas historias, aparecería considerablemente más grande que su rival. La sequía agostaba Valennen, pero las tormentas fustigaban el Mar Fiero.

Lo mismo hacían los tassui. Durante la pasada octada, los señores habían estado construyendo flotas para arrasar las islas desde que las legiones se habían marchado, y el comercio entre ellas. Arnanak estaba demasiado ocupado para dedicarse a la piratería. Sin embargo, usaba cualquier producto que pudiera conseguir en los astilleros de Ulu. Alquiló algunas naves a los corsarios a quienes había incitado para que hostigaran las costas del este y el archipiélago de Ehur. Ellos lograron atraer la atención y la fuerza del enemigo en aquella dirección, mientras Arnanak preparaba su campaña en tierra. Había reservado algunos bajeles en espera del tiempo propicio en que fuera posible cerrar el anillo interior.

Ya que la Zera estaba establecida en Port Rua, sus incursiones al interior del país eran vacilantes y poco sistemáticas; y hacía escasamente un año, la civilización se consideraba asentada en todo el territorio. Reunidos tras Arnanak, los guerreros de Valennen se alejaban de la costa para dedicarse al pillaje, o se debilitaban por la lucha y la falta de alimentos.

No estaba contento con aquello. Mientras la Asociación tuviera una base marítima allí, sus flancos y retaguardia serían demasiado inseguros para las aventuras que planeaba más al sur. Era necesario darse prisa. Aunque los exploradores y espías no daban noticias de ninguna señal de refuerzos para la Asociación, eso podía cambiar. Antes de que sucediera, quería a Port Rua bajo asedio por tierra y bloqueada por mar… y ni un solo soldado se iría a su casa, dejando la lucha para el día siguiente. Así pues, al mando de una flotilla, viajó hasta la Isla Castillo, venció a la débil defensa, e inició el saqueo y el derribo de los edificios levantados por la Asociación. Podía haberlos convertido en fortaleza. Arnanak les dijo a los habitantes que pronto tendrían señores tassui, en los lugares donde no fueron expulsados de su todavía fértil tierra y de su hogar. Más allá de esto, su objetivo era aprender por experiencia directa algo de su organización naval, modelada sobre bases legionarias; ejercitar a algunos jóvenes inexpertos; y conseguir evadirse por cierto tiempo de las absurdas exigencias de la Meditación de las Meditaciones.

En el camino de regreso por el noroeste, un tifón dispersó sus naves. No creyó que perdería ninguna, ya que su gente tenía gran práctica en hacer frente al clima salvaje. Pero fue la razón por la cual tenía solamente dos naves cuando divisó el bajel de Beronnen.

—¡Vela ohai-ah!

La llamada de vigía llevó a Arnanak rápidamente a la popa. Altas mareas gris verdosas, guarecidas de espuma, lívidas en sus profundidades. La rociada voló, cegadora y picante, desde la cresta de la ola, sobre sus cabezas, las nubes bajas aparecían grises, las altas giraban. Dobles rayos de sol reverberaban doblemente coloreados, al romperse en destellos. El viento soplaba cercanamente frío. Las aguas bramaban y rugían. La cubierta se balanceaba bajo los pies. Divisó la embarcación extranjera en un punto lejano. Más allá, la cumbre de un volcán en la Isla Negra destacaba sobre el oscuro horizonte. El humo volaba a jirones desde la garganta de la montaña. Enfocó el telescopio, que había comprado a un comerciante. La forma creció y se hizo clara, no era un bajo buque valenno sino un buque de costados altos, con dos mástiles aparejados con velas cuadradas como los construidos en Beronnen.

—Un transporte de la Asociación, rumbo a Port Rua —decidió, mientras ofrecía el telescopio a Usayuk, su segundo—. Seguramente solo. Preparaos a interceptar y haced señales al Devorador para que se aproxime.

—Yo diría que es un legionario, no un mercante —replicó cuidadosamente Usayuk—. Puede tener soldados a bordo, y balistas preparados para disparar.

—Mejor razón para acercarnos y echar un vistazo. No temas. Podemos maniobrar a su alrededor como el pez colmillo acercándose a un juez marino.

—Nunca he dicho que tuviera miedo.

Arnanak sonrió.

—Ni tampoco yo que lo tuvieras. Permíteme decir, por el contrario, que me siento un poco intranquilo pensando en el motivo que lo puede haber traído aquí.

Por si el enemigo se ha decidido a pagar, después de todo, el coste de mantener sus posesiones al norte del ecuador… No, no. ¿Qué utilidad puede tener la carga de un solo barco?… Bueno, un convoy puede estar algo más apartado. O si lleva algo que los humanos han dado a la legión para luchar…

Arnanak rechazó el pensamiento. Preocuparse era inútil, más aún cuando no tenía seguridad sobre cuál era la voluntad y los poderes de los alienígenas. Por tanto continuaría arriesgadamente hacia adelante. Los Tres danzarían a su destino en los poderosos ritmos del Sol y la estrella Ascua, y en aquel caos que el Merodeador portaba, frente al cual la voluntad libre debía conseguir la oportunidad de iniciar un nuevo ciclo de destinos.

Las órdenes y las respuestas rodaron por las cubiertas del Brincador. Se izó la vela mayor. El cazar al extranjero significaba una próxima carrera bajo el viento. El Devorador también izó velas. Ambas naves se lanzaron hacia adelante.

Los machos se preparaban. Los estibadores aseguraron las anillas en sus ganchos con lo cual ellos podrían entrar en combate en caso de necesidad. Algunos se situaron en la parte de arriba como arqueros. Otros bajaron para permanecer junto a los remos. El resto de la tripulación levantó el maderamen y lo ensambló para hacer una plataforma y pasarela delante del mástil. Allí se quedaron algunos, mientras otros esperaban abajo. Arnanak estaba entre los primeros. Además de su yelmo y los protectores de hombros, llevaba un escudo, la lanza y las armas de filo. Había prescindido de su armadura, ya que, si la llevaba y caía al mar, se ahogaría sin remedio.

La plataforma se proyectaba ligeramente sobre el agua. El estaba en el borde, los pies ensamblados para poder soportar el balanceo y la inclinación. El viento de proa provocaba remolinos en las hojas de su cabellera. Olía a sal y a selva. Hasta él llegó Igini, su hijo, que le preguntó:

—Cuando abordemos, ¿puedo tomar el mando?

—No. Lo tomaré yo. Tú me seguirás —dijo Arnanak.

Un viejo pensamiento cruzó por su mente. Era una locura que el líder tuviera que estar siempre en vanguardia. Pero él no, debía vivir para ver a los tassui convertirse en una raza juiciosa, civilizada y calculadora.

—De todas formas, si ellos son fuertes no valdrá la pena correr el riesgo de atacarles, cuando nuestras bodegas están repletas de botín.

—¿Qué? ¡Pero van a hacer la guerra contra nuestros hermanos de la costa!

—Digamos más bien, que entrarán en la jaula que estamos construyendo. Francamente, sólo quiero ver si Sehala tiene propósitos serios de conservar Port Rua.

Arnanak alzó su telescopio de nuevo.

En el barco procedente de las tierras del sur, también se estaban preparando para la batalla. Arnanak sólo vio unos cuantos legionarios entre los marineros. Podían estar abajo, preparados para saltar por sorpresa, pero lo dudaba. Era imposible que hubiesen previsto aquel encuentro. Para su seguridad, cuando el Tiempo de Fuego se acercaba, las tripulaciones mercantes eran instruidas en el combate. Aquel no era un buque de tropas. Debía ser un portador de mensajes, suministros incidentales y quizás llevase a bordo un personaje o dos en misión especial.

¿Debía acercarse? Ellos darían una fuerte réplica. Dos impactos afortunados de aquellos ballesteros en proa y popa podían destrozar sus navíos. O él mismo podía morir, y la alianza que había creado se desmoronaría… Bien, asumiría ese riesgo cuando estuviera en acción. Y podía ganar un tesoro o aprender una cosa de incalculable valor…

¿Qué era aquella forma sobre el puente? Dos patas, cubierta con ropas aunque largas hebras amarillo-marrones flotaban bajo una cinta…

—¡Lucharemos!

Mientras los gritos surgían y las armas repicaban a su alrededor, se deslizó por el filo de la plataforma y dijo a Usayuk:

—Hark, llevan un humano entre ellos. Podemos capturarlo, ¿quién sabe lo que puede decirnos? ¿Qué ventajas podremos obtener y qué extremos pactar? Dirigiré el ataque. Pero nuestro objetivo es ese humano. En cuanto lo tengamos aquí, levaremos anclas y partiremos. Ordénale al Devorador que tome su lado de estribor; nosotros tomaremos el de babor.

—¿Hu… manno? —El segundo mostró intranquilidad. Como la mayoría de los tassui sólo había oído rumores acerca de los extranjeros. Y aquellos rumores hablaban de brujería.

—No logrará desatar el terror entre nosotros. Vuwa, nada puede ser peor que la muerte, ¿eh? Y ciertamente la Asociación nunca nos dará, por voluntad propia, una apertura hacia esas criaturas. —Alzó su cabeza y añadió en tono férreo—: Y además, soy un aliado de los dauri. Usayuk, y aquellos que lo oyeron, trazaron signos contra la mala suerte. Todavía estaban acobardados. Aunque nadie podía estar seguro acerca de los poderes que los dauri poseían, los creían inferiores a los de los humanos. El Portador de la Antorcha lanzaba su luz contra el buque de Beronnen, como si fuera a incendiarlo.

Las flechas silbaron desde los mástiles a las cubiertas. Un proyectil de piedra cayó a la distancia de un tiro de jabalina del Brincador, levantando gran cantidad de agua. En ambos buques bárbaros, las velas fueron plegadas.

Arnanak vio al humano y un ayudante, que se afanaba a su alrededor, pasar tubos metálicos a los arqueros. Los soldados y marineros apuntaron. Vio a uno de sus arqueros caer desde las vergas, sobre la cubierta. ¿Qué diferencia había entre aquella muerte y la producida por un dardo? Y no había tiempo para el temor.

Los remos interiores se retiraron. Los cascos se rozaron. Asegurados al final de cables, los garfios de abordaje se engancharon.

Más rápidas y manejables, las naves del norte sufrían menor abordaje. Sólo esto había intimidado a muchos posibles corsarios, en los brillantes días de la Asociación.

Pero desde entonces, Arnanak había desarrollado su sistema de plataformas para neutralizar esta ventaja.

Se lanzó. Su espada resonó y destelló contra el hierro enemigo. Los beronnos se lanzaron contra él. Se inclinó, evitando un sablazo, evitó un golpe de hacha con su escudo y golpeó contra la carne y los huesos. Se oyeron algunos gritos. Al viento, los pellejos parecían blancos. Más tassui se lanzaron al abordaje, y más. Lograron despejar un trozo de cubierta.

Por encima de las cabezas y los yelmos, Arnanak vio al humano. Estaba junto a un legionario en la cubierta de popa. En sus manos había un arma de brujo. Pero la lucha cuerpo a cuerpo hacía de las armas de fuego objetos inservibles. Un disparo podía dar tanto a un amigo como a un enemigo. De cualquier manera… ¡Muévete! Arnanak aulló el grito de guerra de Ulu y se lanzó hacia adelante. Con él iban sus guerreros. Sus oponentes no habían esperado una penetración en un solo lugar; no era lo que sabían hacer los piratas que querían apoderarse de un barco. El grupo de Arnanak atravesó la masa de sus enemigos.

Igini rebasó a su padre y se lanzó hacia el puente. El humano levantó su arma y apretó el gatillo. La cabeza de Igini explotó. Cayó fuera del barco, dejando en las aguas una mancha púrpura. Arnanak lanzó su hacha. Podía haberla tirado a matar, pero sólo la lanzó para que golpeara. La unión de mango y hoja alcanzó al humano en el diafragma. Se arqueó y cayó. Arnanak se acercó a él y se lo cargó a su espalda. El legionario había desenvainado y luchaba furiosamente. La rápida llegada de guerreros le condujo hacia la proa.

Los sureños se reorganizaron y se lanzaron contra el pequeño grupo que iniciaba la retirada. Las tropas de Arnanak mantenían el pasillo de salida. Fue hacia la barandilla de babor. Tenía sujeto con su brazo izquierdo al humano, que se debatía vanamente. Ondeando su mano derecha, hizo una señal a Usayuk. Este ordenó que se retiraran los garfios. Conducido por los remos, el Brincador se adelantó hasta que el puente de proa estuvo ante él. Saltó. Los marineros de Usayuk mantuvieron el navío en su lugar mientras el resto de incursores le seguían.

No fueron todos. Algunos, encajonados entre los dos buques, aceptarían cualquier tratamiento que el enemigo decidiera darles. Algunos estaban muertos, entre ellos Igini, que había sido joven y bello. Pero bien valía la pena perder un hijo en una causa como aquella… la captura de un humano.

—¡Venga! —gritó Usayuk—. ¡Vamonos!

El Devorador apareció tras rodear la popa del transporte. Su ataque por el lado de estribor había facilitado en mucho la proeza de Arnanak. Los dos buques tassui navegaban con el viento a su favor. Los beronnos no tendrían posibilidades de alcanzarlos.

El humano se puso en pie y gritó unas palabras. El legionario que había tratado de defenderlo apareció junto a la barandilla de su barco. Llevaba un cajón que debía haber llenado apresuradamente en el camarote. Ya había una amplia faja de agua entre ambos buques. Tomó impulso y lo lanzó. El tiro fue heroico. La caja cayó sobre la cubierta.

—¡Por la borda con eso! —gritó Usayuk, por si acaso en su interior había algo destructivo.

El humano no podía entender su tassui, pero vio cómo los marineros se apresuraban a obedecer.

—¡No! —gritó en sehalano—. O moriré…

—¡Esperad! Lo guardaremos. —Y en sehalano al humano, aunque todavía dolido por Igini—. Te quiero vivo, durante algún tiempo al menos.

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