XXI

Por sus gruesos muros, la habitación de la Torre de los Libros era casi fresca. La oblicua luz del sol entraba por las ventanas protegidas por las destellantes cuentas de cristal que formaban las cortinas, e iba a estrellarse contra el suelo de piedra. La luz hacía brillar a los multicolores entomoides de la melena de Jerassa. Su inglés era preciso hasta el extremo de la pedantería; pero ningún ishtariano podía ayudar en convertir el lenguaje en música.

—Aquí están los diagramas de varias embarcaciones propulsadas mediante el esfuerzo muscular que estaban en uso cuando los humanos llegaron. Todavía pueden encontrarse en algunas zonas. El problema es que mi raza puede ser individualmente más fuerte que la vuestra, pero también somos considerablemente más altos. Pocos remeros, o tripulantes de cualquier clase pueden acomodarse en un casco. ¿Cómo aplicar mejor la fuerza disponible? —Preguntó—. Esto muestra una estructura de apoyo y un sistema de caja que capacita tanto las patas delanteras como las manos para poder remar. Y éste muestra un molino para hacer girar ruedas de paletas o, en modelos posteriores, una hélice. Pero tales aparatos son ineficaces, y se rompen con facilidad cuando el buen acero no está presente para reforzarlos. Los valennos y habitantes de las islas del Mar Fiero combinan las velas a proa y popa con remos ordinarios, haciendo un buque altamente maniobrable aunque de desplazamiento limitado. Nosotros los de Beronnen del Sur, como ya habrá notado, favorecemos los aparejos cuadrados. Tienen el defecto de responder lentamente, ya que, a pesar de ciertos ingenios, las tripulaciones no pueden alcanzar el aparejo tan prestamente como los humanos.

»Ya que vuestros emisarios nos han enseñado a mejorar la metalurgia, los diseñadores han estado experimentando con propulsores accionados por molinos de viento. A su debido tiempo, naturalmente, esperamos construir motores, pero la base industrial para ello está ausente y ahora, dado el periastro, difícilmente estableceremos alguna durante siglos.

No añadió, Podríamos, si Primavera fuera de nuevo libre de ayudarnos a sobrevivir. No había ningún tono de reproche en la rica y soberbia voz. Pero Dejarine, de pie junto a él, se sobresaltó.

—Son unos dibujos estupendos —dijo, sinceramente—. Y… los cerebros, la determinación para llevar a cabo todo esto cuando Anu vuelve a retornar.

Todos se lo agradecieron.

—¿Por qué me habéis recibido? ¿Por qué vuestra gente sigue conservando la amistad hacia mis tropas, cuando mi propia raza en la ciudad no les habla?

—¿Qué podríamos ganar congelando nuestras relaciones con los extranjeros, salvo vallar la oportunidad de oír las interesantes cosas que pueden decirnos? La mayoría de nosotros se da cuenta de que no tienen elección sobre el propósito que les ha traído aquí. La comunidad primaverana espera así ejercer una influencia sobre sus últimos líderes, a través suyo, conservando las capacidades, y materiales, que necesita. Pero nosotros no tenemos nada.

—Ciertamente habéis ganado mi simpatía. Por vuestro talante y por las maravillas que perderíamos si vuestra civilización muriera.

Y también me lleva a preguntarme por la guerra en el espacio. ¿Vale la pena el coste y la agonía? ¿Se puede ganar? ¿Es… incluso… asunto de la Tierra?

—Pero tenemos nuestras órdenes —finalizó Dejerine.

—Yo pertenecí a la Legión —le recordó Jerassa.

El ishtariano estaba a punto de reanudar su disertación sobre la técnica y ciencia sehalana, cuando el transmisor de Dejerine zumbó. Sacó el pequeño aparato de su chaqueta y lo conectó.

—¿Sí? ¿Qué hay ahora?

—Aquí el teniente Majewski, señor. —El español le llegó, suave por el contraste—. Inteligencia Policial. Lamento molestarle en su día libre, pero es urgente.

—Ah, sí, estás asignado a seguir la pista de nuestros buenos ciudadanos locales. Empieza.

—Señor, usted recordará que ellos habían acumulado una gran cantidad de explosivos para sus proyectos. Nosotros los dejamos en el almacén bajo sello. Después de la fricción, decidí instalar una alarma de radio, desconocida para ellos, y lo hice bajo el pretexto de un inventario. Hoy sonó. Desgraciadamente, no teníamos a nadie cerca de la ciudad… Bueno, los ladrones debieron de asegurarse de eso. Cuando llegué allí con una escuadra desde la base, el trabajo ya estaba hecho. Muy profesionalmente. El sello no tenía trazas de haber sido roto. El interior parecía como de costumbre también, así que tuvimos que contarlo prácticamente todo hasta que encontramos que diez cartuchos de tordenita y cincuenta células detonadoras habían desaparecido.

Dejerine silbó.

—Sí, los técnicos especializados estaban trabajando —continuó Majewski—. Por la razón que fuera nadie permanecía en la ciudad. Habían recibido la señal de alarma a la vez que mi oficial. Pero el alcalde Hanshaw les había pedido que le ayudaran a buscar un volador que había llamado diciendo que una tormenta le estaba empujando hacia las Montañas Rocosas. Bueno, señor, las órdenes del destacamento son complacer cualquier petición razonable. Fueron los cuatro. Una caza de gansos salvajes. Lo sospecho pero no puedo probarlo.

—¡Eso es una locura! ¡Hanshaw no podría involucrarse con saboteadores…! ¿Sabe algo sobre el robo?

—Preguntó por qué habíamos vuelto al almacén. Pensé que era mejor consultarle antes, y contarle a Hanshaw una vaga historia acerca de condiciones inseguras. Alzó las cejas, pero no hizo ningún comentario.

—Bien hecho, Majewski. Intentaré que esto conste en tu expediente. Pro tempore, tú y tu grupo estaréis acuartelados y no haréis preguntas. Lo llevaré a mi modo.

Dejerine desconectó, murmuró una excusa a Jerassa, y salió. En el trayecto a Primavera, llamó a Hanshaw. Fue un alivio encontrar al alcalde en casa. Aunque fueran irreales, visiones apocalípticas habían entrado en el cerebro del terrestre.

—Aquí Dejerine. Tengo necesidad de verle.

—S-sí, Capitán, estaba esperándole. Mejor será que hablemos cara a cara, ¿eh?

Dejerine aparcó fuera de la casa. Entró en el refugio sombreado. Rígida, Olga Hanshaw lo condujo al cuarto de estar y cerró la puerta al salir. Su marido estaba en un sillón cerca de una grabadora. No se levantó, pero alzó una mano y sonrió ligeramente.

—Hola. Siéntese —dijo.

Dejerine le devolvió el saludo y se sentó frente a él.

—Tengo noticias terribles —dijo Dejerine, en inglés.

—¿Bien?

—Señor, permítame ser crudo. Es demasiado serio para andar con rodeos. Una parte del material explosivo ha sido robada, y existen razones para creer que usted puede estar complicado en el asunto.

—Yo no lo llamaría robo. Ese stock nos pertenece.

—¿Entonces admite su culpabilidad?

—Tampoco lo llamaría culpabilidad.

—Ese material fue requisado para su uso por la Marina. Señor, a pesar de sus desacuerdos, nunca me imaginé que pudiera estar envuelto en un asunto de traición.

—Oh, vamos. —Hanshaw expulsó una bocanada del humo azul de su cigarro—. Admito mi esperanza de que pudiéramos tomarlo de los barracones. Pero relájese. No estamos dando ayuda y comodidades a enemigos de la Tierra. Y usted no ha perdido ese lote que nos hemos re-apropiado.

—¿Dónde está?

—En lugar seguro, junto con unos cuantos técnicos y sus aparatos. No puedo decirle dónde. No quise saberlo, para el caso de que me interrogara. No tiene modo de arrestarlos hasta que hayan completado su misión. Y… Yuri, preveo que los dejará hacer su trabajo, y que inventará cualquier excusa que pueda.

—Explíquese. —Dejerine golpeó con los puños sus rodillas.

—Creo que debemos escuchar una conversación que tengo grabada y que sostuve hace un par de días. ¿No quería tener noticias de Valennen? Jill Conway y Ian Sparling, prisioneros en la retaguardia, y Port Rua bajo un asalto casi continuo por lo que parece el ejército mayor del continente.

Un viento silbante atravesó a Dejerine. Jill.

—Sí —dijo.

—Cuando Ian fue allí, logró pasar con un micro comunicador, y los soldados distribuyeron relés, al objeto de que pudiera conectar con Port Rua. Y por tanto con nosotros, si la situación lo requería.

—¡Nunca me lo dijo usted! —Dejerine se sintió herido.

—Bueno, es usted un hombre muy ocupado —gruñó Hanshaw.

Dejerine pensó en las calles que había recorrido como un fantasma, y en el trabajo en el desierto, lento como el caminar de una tortuga, y las horas perdidas haciendo informes eufemísticos para mantener la mano de la Federación fuera de Primavera.

—¿No creía que estuviera interesado? ¿Por qué? Los dos pueden haberme dado la espalda, pero todavía soy amigo suyo.

De nuevo Jill conducía por el valle, su largo pelo flotando en el viento por la velocidad. Y también la oía cuando hablaba sobre las maravillas del planeta que su apasionamiento convertía en milagros; y la veía en su casa, tocando y cantando para él bajo las estrellas.

—Si cree que ya me ha fastidiado bastante, podemos escuchar la grabación.

—Touché —concedió Hanshaw, y su expresión se hizo más amistosa—. Entienda, a causa del uso limitado por no gastar las baterías, no habían contactado con nosotros antes directamente. Habíamos oído a través de Port Rua que estaban bien de salud y de espíritu, bien tratados, en una especie de Estado en las tierras altas occidentales. Les di noticias de la huelga, ya que ésta podía afectarles en sus planes o acciones. Entonces, anteayer tuve una llamada directa de ellos.

Acercó su dedo al interruptor de conexión.

—En caso de que usted quiera visualizar —dijo Hanshaw—, nosotros conocemos algo de ese área por fotografías tomadas desde el aire y por las anotaciones ishtarianas. Las colinas y montañas que están detrás de ellas son de gran belleza dentro de su austeridad. Los bosques son más tupidos y de árboles más bajos, sin demasiada maleza, sus hojas rojas y amarillas se destacan contra un cielo sin nubes. Pero en algunos lugares se puede encontrar vegetación T, coloreada de azul; un par de variaciones, como el fénix son impresionantes. Hace calor allí, un calor seco, como de horno. Con menos vida salvaje que en estas inmediaciones y poca agua en los arroyos y manantiales, hay bastante silencio, Jill y Ian caminaron hasta estar fuera del ámbito de visión y oído de sus, digamos, carceleros. Los dos solos en aquel tranquilo y seco bosque.

—Gracias —dijo Dejerine—. Trataré de imaginarlo.

Ella, entre árboles enanos, con el sol haciendo brillar con destellos de plata y cobre su pelo, sus ojos vivos y amables, su sonrisa… al lado de un hombre que ha sido su único compañero durante tanto tiempo… Assez! Arrétons, imbécile!

El tono de ella le extrañó, no era claro como él lo conocía, sino duro y desigual.

—Hola, ¿eres tú, God? Jill Conway y Ian Sparling llamando desde Valennen.

—¿Eh? Sí, sí, soy yo. ¿Va algo mal? Jill: Todo.

Sparling: No estamos personalmente en peligro. Hanshaw: ¿Dónde estáis? ¿Qué ha pasado? Sparling: Oh, en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones. Supusimos que estarías en casa a estas horas. ¿Hay alguien contigo?

Hanshaw: Si lo que quieres decir es si estoy solo y no hay nadie más que pueda escucharos, la respuesta es sí. Jill: ¿Qué hay de los monitores? No queremos que esta conversación salga de entre nosotros. Hanshaw: Creo que podéis estar seguros, si te refieres a la Marina. No escuchan las comunicaciones transplanetarias, y probablemente las locales tampoco, ya que la mayoría son en sehalano. Joe Seligman revisa mi aparato regularmente y registra mi casa en busca de grabadoras o micros, pero nunca los encuentra. El Capitán Dejerine es un caballero. Y debe saber que no estoy conspirando. Jill: Pero lo estarás. Hanshaw: ¿Qué?

Jill: Si te conozco bien, lo estarás después de que nos hayas oído.

Hanshaw: De acuerdo, vamos al grano. ¿Qué ha pasado? Jill: Larreka… está… muerto. Asesinado. El… Hanshaw: Oh, n-no. ¿Cuándo? ¿Cómo? Sparling (tratando de hacerse oír contra los sofocados sollozos de fondo): La noticia te llegará cuando la Legión haga su próximo informe a la Base Madre. Pero nosotros, ansiosos de saber cómo iba el combate, llamamos a Port Rua esta mañana. El cayó la última noche, conduciendo una salida. La maniobra fue efectiva, pero él fue alcanzado por una flecha en la cabeza y… Bueno; la guarnición se mantiene, pero dudo que pueda resistir tanto como si él estuviera al mando todavía. Hanshaw: Pobre Meroa.

Jill: Deja que reciba la noticia del puesto de la Zera en Sehala cuando se enteren… como la esposa de un soldado se merece. Hanshaw: Desde luego.

Jill: Esto la destrozará. Nosotros le habíamos jurado que encontraríamos una forma de ayudarle. Ahora… ¡El no va a haber muerto por nada! Hanshaw: ¿Qué se puede hacer?

Sparling: Tenemos un montón de ideas. Pero supongo que tú podrás darnos información y ayudarnos estando donde estás.

Hanshaw: Me temo no poder prometeros nada. La Marina se sienta sobre toda cosa útil. No creo que sea lógico imaginar que el zumbido de unos voladores de pasajeros provoque la estampida de los bárbaros, ¿verdad? Ellos han visto ya sobrevuelos ocasionales, y oído hablar de nosotros. Las armas de fuego no les han hecho huir, ¿verdad?

Sparling: ¿No puedes persuadir a Dejerine en que nos proporcione armas efectivas, o mire a otra parte mientras tú lo haces? Después de todo, esto está relacionado con nuestro rescate. Daré nuestra localización con referencia a puntos del mapa, y un código para identificar los puntos de referencia. De esta forma, el piloto que viniera a recogernos no podría equivocarse. Tú dijiste que nuestra cautividad, la de Jill en particular, fue la causa principal de la huelga general. ¿No esperará Dejerine, quizá con razón, que si somos liberados se acabará la huelga? Hanshaw: Yo no creo que eso sea posible. Aquí las tensiones son muy fuertes bajo la tranquila superficie. Desde luego, os enviaremos un volador. Pero respecto a que Dejerine nos permita usar equipo, o incluso arriesgar a los hombres de Primavera, para salvar una parte de la civilización que no estaría en peligro si no existieran su misión y su fuerza… Chicos, puedo prever que esta clase de acción nos conduciría a la secesión, como la de Eleutheria y Nueva Europa, salvo que Primavera se uniría a la Asociación. Y lo siguiente que puedo prever es a la Tierra en el dilema de perdernos o enviar a tropas de ocupación, y a Dejerine arruinado por su «permisividad». Y puedo prever que el prevé exactamente lo mismo.

»No, hablando como vuestro político residente, puedo deciros que las cosas están superficialmente tranquilas porque no estamos comprometidos oficialmente con la Zera Victrix. Estamos angustiados por lo que le está ocurriendo, quizás más angustiados de lo que nos damos cuenta, pero fue la Asociación, no nosotros, quien decidió abandonarla, cuando la Zera se negó a dejar su puesto. Bien, os digo que los sentimientos son tremendamente fuertes, a veces difícilmente contenidos. Será duro para ti, Jill, no ser un símbolo llameante cuando vuelvas, a pesar de haber sido dos veces maltratada por esta guerra, ya que todo el mundo sabe el cariño que sentías por Larreka… Sí, os ruego que resistáis la tentación. La última cosa que necesitamos en una explosión. Jill: ¿Dos veces maltratada? Hanshaw: ¿Eso he dicho? Lapsus cerebrales. No gastemos saliva. Discutamos los detalles de vuestro rescate. ¿Por qué no te pusiste en contacto inmediatamente después de haber completado tu exploración, Ian? Jill: Espera un minuto. Hanshaw: Eh…

Jill: Espera un condenado minuto. Dijiste, cuando llamaste antes, que mi captura provocó la huelga. Pero yo había sido capturada muchos días antes de que se produjera. Tú me estás ocultando algo, God. ¿Qué pasó después?

Sparling: Jill, espera. Hablaremos de todo cuando volvamos.

Jill: God, ¿qué me estás ocultando? Hanshaw: Ian tiene razón, chica. Espera. Silencio.

Jill (con voz inerme): ¿Es algo referente a Don? ¿Noticias de mi hermano? Silencio.

Hanshaw: Sí. Ha muerto en combate. Silencio.

Sparling: Jill, querida… Jill: ¡Qué extraño! ¡No siento nada! Sparling: Tu corazón ya ha sido golpeado antes. Jill: ¿Cómo lo ha tomado mi familia? Hanshaw: Terriblemente. Todos los Conway sois así. Pero yo y mi lengua parlanchína… Jill, lo… lo siento… Jill: No, hiciste lo que debías. Quería saberlo Ian, ¿puedo sentarme junto a ese árbol, mientras tú discutes el resto?

Sparling: Desde luego, amor mío. Silencio.

Sparling: ¿Me escuchas, God? Por favor, perdóname. Ha sido un golpe para mí también.

Hanshaw: A todos les caía bien Don, y a nadie le gusta la guerra. Su muerte desató la resistencia. Sparling (con ligera dificultad): Esto dobla la razón para liberar Port Rua. En su memoria… Pero veamos. Tengo otra razón más. Una que lo cambia todo. Nuestro camino, creemos, nuestro camino para forzar a alguien a que nos ayude. En estos lugares, y más al norte, hay vida-T inteligente. Hanshaw: ¿Eh?

Sparling: Sí. Los más horripilantes seres pequeños. ¡Judas! Supongo que sólo el estudio de su psicología podría revolucionar ese campo.

Hanshaw: ¿Estás seguro de que son sophons? Sparling: Nos hemos encontrado con algunos. Los hemos visto manejar artefactos. Intercambiar signos, si no palabras. Arnanak, el rey bárbaro, los ha contratado, ha viajado a su país y… Los está usando para reforzar su poder; los valennos creen que son sobrenaturales. En realidad, ha hecho un trato con ellos. Participarán en el botín de tierras mejores cuando él acabe sus conquistas. Pero aquí va la cuestión. Son pocos y primitivos, estos dauri, como él los llama… Pero saben dónde está una antigua ruina tammuzíana. Si es la original, la que existió hace mil millones de años, o no, es algo de lo que no tengo ni idea. Sin embargo, Arnanak se trajo un objeto, una representación estelar portátil, supongo, que el tiempo no ha tocado. ¡Piensa eso un rato! Hanshaw: ¡Uauuuh!

Sparling: Obviamente nosotros los humanos podemos ofrecer a los dauri muchas cosas de las que él les ha prometido, e investigar sobre ellos y… (Oh, Jill, Jill)… pero sólo si podemos funcionar con efectividad aquí en Ishtar. Lo que requiere tener la ayuda de la Asociación, y esto a su vez requiere que la salvemos. Y con los dauri viviendo en Valennen, Port Rua es el lugar por donde hay que empezar. Silencio.

Hanshaw: Bien, de acuerdo. Como mínimo, si hábilmente impedimos que la organización bárbara mantenga su avanzada, a la Asociación le sería posible montar guardia en el norte, y se evitaría la tremenda presión sobre el sur. Sí, ¿pero cómo, Ian?

Sparling: ¿Sería posible que el volador, no, los voladores que vinieran a rescatarnos, portaran bombas caseras? Aparentemente el enemigo hace cargas en masa, intentando alcanzar los muros y atravesar las líneas por la fuerza del número. Las bombas tiradas en medio de ellos… Odio la idea, pero tengo en cuenta su alternativa. Hanshaw: ¿Estás seguro de que funcionaría? Sparling: No. Pero no tenemos nada mejor. Hanshaw: Aja. Bueno, déjame ver. Nuestros explosivos están custodiados estos días, pero Bien, tengo que pensar en tu sugerencia y consultar con unas cuantas personas, y… Podéis esperar algunos días, ¿no? Sparling: Sí, supongo que sí.

Hanshaw: Estaremos en contacto. ¿Qué tal si llamáis diariamente… digamos a mediodía? Sparling: Está bien. Hanshaw: A partir de mañana. Sparling: Ahora es mejor cortar.

Hanshaw: Hasta mañana, Jill. Estoy tremendamente apesadumbrado.

Jill: Está bien, God. Y tratemos de salvar lo que para ellos era su vida. Click.

Pasó medio minuto antes de que Hanshaw añadiera:

—Primavera está tratando de realizar este plan. Intente impedirlo con la ayuda de estas noticias y probablemente provocará una revuelta.

Dejerine asintió.

—La única cosa que necesita hacer es no reaccionar excesivamente por el incidente del almacén. Explicar en su informe que está realizando las investigaciones pertinentes. A ellos eso les sonará a policía, estoy seguro. Creemos posible que nuestra expedición se realice dentro de unos cinco días. Después, cargaremos con las consecuencias.

La decisión no estalló sobre Dejerine. Se hizo patente como si fuera algo conocido con anterioridad, lanzado desde hacía mucho tiempo, y su consistencia le prestó una gran calma.

—No. No es necesario demorarlo —dijo.

—¿Qué quiere decir?

—Iré yo, en un avión naval. Es más efectivo, sin mencionar la seguridad de… de ella, en caso de repentino mal tiempo. Mañana a mediodía, cuando llamen, estaré aquí para comentar los detalles.

—¿Efectivo? Usted dice que no puede intervenir en esta lucha.

—Puedo llevar a cabo una operación de rescate, al objeto de mejorar las relaciones públicas de la Armada. No hay necesidad de que la señorita Conway o el señor Sparling estén presentes cuando sus bombarderos ataquen, ¿no es así?

Hanshaw miró a Dejerine atentamente antes de preguntar:

—¿Irá usted mismo, solo?

—Sí. Para mayor discreción.

—Ya veo. —El alcalde se levantó y extendió su mano—. ¡De acuerdo, Yuri! ¿Le apetece una cerveza?

Загрузка...