Sparling fue a Sehala en vehículo de ruedas. Un volador hubiera sido demasiado rápido, y quería estar solo un rato para pensar. El caballo no se usaba en aquel mundo en donde sólo unos cuantos kilómetros cuadrados tenían plantas que podían alimentarlo convenientemente. El els era una bestia ocasional de carga o de tiro, aunque no muy satisfactoria. El sophont era más grande y fuerte; pero reaccionaba violentamente a la silla. El gran valwas, algunas veces domesticado, nunca era conservado en épocas de escasez de forraje.
Generalmente los ishtarianos tenían sus propios medios de transporte. El tráfico era intenso en la carretera del río: fuertes porteadores especializados, barcos de carga, rancheros que se enganchaban a sí mismos a sus carros, y viajeros de a pie. Estos pertenecían, a las muchas razas que se podían encontrar en Beronnen del Sur, desde austeros haelenos hasta errantes semisalvajes de las islas Ehur cerca de Valennen. La mayoría no llevaban ropas, pero la variedad de plumas, bisutería, capas, mantas, arneses, y toda suerte de artículos utilitarios y de ornamentación, era desconcertante. Los botes, barcazas y galeras de remos poblaban las aguas. La Asociación tenía problemas, su dominio se había evaporado territorio tras territorio, pero su principal establecimiento era todavía un imán para el comercio.
Sparling vio también varias patrullas de legionarios. Durante un largo período de tiempo, la Legión, vulgarmente llamada la Tamburu, había estado destinada en Sehala, donde no había tenido mucho que hacer. Allí desempeñaba funciones civiles, trabajos de rescate y policiales, arbitrio de disputas menores, y servicios públicos tales como la custodia de ciertos registros o edificios. Y las tareas obvias de policía eran escasas en una cultura que, creada en sus orígenes por una especie poco violenta, definía un solo acto criminal: el desobedecer la sentencia del jurado en un pleito. Ni siquiera eran muy necesarios como bomberos, ya que la mayoría de las construcciones estaban realizadas en adobe o piedra.
Ahora la Tamburu parecía tan ocupada como la última vez que se le ordenó luchar contra el bandidaje, cuando el delito contra la civilización era frecuente. Sparling sabía por qué. Más y más gente se trasladaba allí procedente del norte, en la esperanza de establecerse antes de que el cambio de clima devastara sus hogares. Sin un auténtico gobierno, Beronnen carecía de medios para impedirles el paso. Pero, como empezaba a sufrir también las tormentas y el abrasamiento, tampoco podía darles acomodo, por carecer de medios. Algunos afortunados encontraban trabajo estable, incluso iniciaban nuevas empresas o se casaban con hijas de las familias de terratenientes. El resto…
Aquellos transeúntes no eran los seres alegres y enérgicos que Sparling había visto los años anteriores; muchos, especialmente los extranjeros, parecían pobres, hambrientos y desesperados.
Todavía el campo circundante aparecía pacífico, rico, dorado bajo el cielo azul y las nubes columnares. Divisó grandes rebaños y edificios apiñados en los ranchos que eran la base de su economía, de su sociedad. Más al sur, la región cultivada alrededor de Sehala había sido cosechada. Los campos mostraban cuán pobre era la cosecha cuando Anu brillaba en el norte.
Aparcó junto a una posada de los suburbios que tenía acomodos humanos.
—Si no le importa, amigo huésped, prefiero la moneda a su papel —le dijo el propietario—. Se nos presentan grandes problemas últimamente para comprar algo con un billete. Vea, aquí tiene un ejemplo.
Para Sparling, la imitación de la moneda terrestre le pareció burda, pero la realidad es que nunca había sido común fuera de Primavera. Además, los ishtarianos eran con frecuencia insensibles a cosas evidentes para un terrestre… y viceversa, naturalmente.
—Toda esa horda extranjera —gruñó el propietario—. Fraudes, hurtos, robos; y si los coges, ¿qué consigues? Desperdicio de tiempo llevándolos al tribunal. No poseen nada con lo que puedan restituir lo que se han llevado. Su trabajo sería inútil. La excomunicación no les afecta, cuando ninguna persona decente quiere su compañía. La paliza no les da ninguna lección, y los jurados no condenan a muerte a la gente que no ha sido cogida en delito tres veces por lo menos. Esos desgraciados sin hogar lo único que necesitan es desaparecer.
Había citado las sanciones previstas. El encarcelamiento, excepto la detención temporal, le parecía a este pueblo algo sin sentido, cuando los humanos lo describían. Y Sparling pensaba que ningún ishtariano podía asimilar la idea de rehabilitación, ya que se asombraban ante lo que les parecía una castración psíquica. Quizá los ishtarianos tenían razón.
Buscó en su bolsillo y sacó monedas nativas, oro, plata y bronce, suficientes para una estancia corta. El propietario no se molestó en examinarlas. Se veía bien a las claras que eran artículos genuinos vendidos por artesanos reputados. Ninguna entidad con derecho a la emisión de moneda hacía más que la suya propia, pero la demanda de nuevas clases de moneda era siempre suficiente para absorber algunas. O mejor, había existido esta demanda, mientras existía expansión en la economía de la Asociación.
—Iré a la ciudad y daré una vuelta —dijo el hombre.
La razón era su trabajo, que incluía buscar líderes nativos para la conferencia. Generalmente, ninguno permanecía en Sehala, excepto cuando se reunía la asamblea. No era una ciudad capital. En muchos sentidos humanos, ni siquiera una ciudad. Era sencillamente la mayor y más próspera de las áreas en donde ciertas actividades e industrias estaban concentradas, siendo el lugar de encuentro más conveniente. Sparling mantenía que la frase de Beronnen del Sur para aquellos territorios en donde la civilización estaba bien representada había sido mal traducida, y tenía que ser «la Asociación en Sehala».
Ambos soles brillaban, pero un cielo encapotado les restaba poder, y un viento fuerte con un presagio de lluvia soplaba desde el río. No pensó que debía caminar varios kilómetros por las calles inexistentes. Quería ver las cosas por sí mismo. Los humanos que llegaban allí eran propicios, con harta frecuencia, a interesarse por asuntos que no eran de su incumbencia, olvidándose de sus propios intereses. Era comprensible. Aquellos asuntos requerían considerable atención: por ejemplo, trabajar con los estudiantes para entender una vieja crónica. O la charla con los viajantes para ver lo que podían contar de países alejados. Sin embargo…
La posada estaba cerca de los embarcaderos. Era típicamente un edificio donde una gran cantidad de gente podía alojarse. Era cuadrado y grande; se levantaba alrededor de un espacio central ocupado por un jardín y un estanque. Los primeros cuatro pisos eran de piedra cimentada con mortero; los ocho restantes, adobe con madera perdurable de fénix. Esa variación estaba incrementada en los edificios anejos de cocina y almacén, y por las rampas que ascendían desde los jardines y por las balconadas que surgían de cada habitación. Una superficie lo suficientemente variada para ser agradable a pesar de su trazado severo.
Buena arquitectura, pensó Sparling. Los pesados muros daban aislamiento además de fuerza. El jardín estaba siempre fresco y se usaba para mantener confortables las habitaciones incluso en un día caluroso. Los balcones y el techo plano daban a los residentes la suficiente luz solar que sus plantas simbióticas necesitaban, sin exponerlas a peligros. El edificio tenía más de mil años de antigüedad; había soportado el último desastre, y podría soportar el nuevo.
Su entrada principal daba a un camino que bajaba al río. Muelles y almacenes, trabajadores, embarcaciones que no habían descargado en Liwas, pero continuaban allí. Ruido, gritos, golpes, chirridos de ruedas y de cables de amarre, llegaban a Sparling. La escena era familiar y agradable en Havana. Pero aquí estaba el centro de la civilización, la mejor esperanza de una raza que aspiraba a significar algo más para la galaxia de lo que había logrado hasta entonces. Si la maldición roja desapareciera…
Empezó a andar hacia el sur. Primero por un camino entre los campos. A diferencia de lo que ocurría en la Tierra, las ciudades en Beronnen se alimentaban de sus propios campos de cultivo y cambiaban sus productos por carne y otros artículos procedentes de los ranchos. Estos últimos tenían primacía social y económica. Y algunos de ellos eran los propietarios efectivos de Sehala.
Sparling recordó una teoría que había oído una vez de labios de Goddard Hanshaw. En tiempos anteriores, el alcalde había sido xenólogo.
«Creo que existe una doble razón para que los sectores rurales rijan a los urbanos. Y no me refiero al hecho de que la mayor parte de los jefes que componen la asamblea de la Asociación procedan de lugares no urbanos. La Asociación es una recién llegada a la Historia. Quiero decir a la dinámica de la madre civilización.
»En primer lugar, el pastoreo parece ser más eficiente en Ishtar que en la Tierra. Los postmamíferos aprovechan más una hectárea de pastos que nuestras vacas o cerdos. Y la agricultura es menos eficiente. Como mínimo, los pastores sobreviven mejor al paso de Anu que los granjeros. Pero también las tormentas, inundaciones y sequías milenarias han expoliado muchas de las tierras de cultivo. Además, creo que el pastoreo está más de acuerdo con el temperamento ishtariano medio. (Aunque eso es una suposición puramente mía, y que podría aplicarse también a muchos humanos.)
»En segundo lugar está la cuestión del tiempo conmutado. Esto es lo que ha hecho posible que exista una cultura bastante desarrollada entre ranchos dispersos.
»Observa. A través de la historia de la Tierra, la actividad diaria ha estado limitada por el tiempo que toma ir desde la casa al trabajo. Ha sido siempre el mismo tiempo, aproximadamente una hora. Esto es cierto, ya sea un campesino babilónico el que vaya a su campo más distante como para el burócrata de Ciudad de México que toma el autobús aéreo desde su residencia en Guaymas. Puedes encontrar individuos excepcionales y circunstancias excepcionales. Pero, a la larga, no se nos paga más que para permitirnos un doceavo de rotación terrestre para ir y venir. Cuando tenemos que hacer una cosa regularmente, más pronto o más tarde nos moveremos acercándonos al lugar de trabajo, quizá trasladándonos de vivienda, o consiguiendo que sea el lugar de trabajo el que se acerque a nuestra casa. Incluso los cazadores primitivos acampaban cerca de donde estaban las presas. Incluso las comunicaciones electrónicas no han cambiado para nada el principio, sino que sólo lo han modificado en su aplicación para ciertas clases de sociedad.
»Las cosas son diferentes en Ishtar. El ishtariano puede viajar a pie con más rapidez que cualquier humano, incluyendo a un humano a caballo, y tarda más tiempo en cansarse. Puede ver muy bien de noche, así que el acortamiento de los días no es ningún inconveniente. Rara vez necesita refugio y, si es necesario, puede vivir indefinidamente de cualquier hierba que crezca en su camino. No tienen inconveniente en acampar al raso en el lugar de su trabajo. A la corta, es mejor viajero que nosotros, con más velocidad y amplitud de miras.
»Por tanto los rancheros pueden desarrollar diversas clases de operaciones sobre áreas muy amplias. La ciudad puede enviar a sus granjeros lo suficientemente lejos como para alimentarse y producir incluso un poco más. Ciertas clases de especialistas viven allí. Pero la población principal es flotante, ya que para la mayoría de familias de Beronnen, los ranchos tienen en la actualidad un ambiente más interesante.
»Es impropio hablar de «civilización» en este planeta. Esta palabra significa «cultura literaria». Pero temo que no podamos librarnos ya de ese hábito.»
Sparling estaba ya entre los edificios. No había murallas, como las que defendían las comunidades de Port Rua, o las de la perdida Tarhanna. La guerra había estado ausente de este territorio durante largo tiempo. Aún hoy no se contaba con más defensa que una sola legión. Si ésta era derrotada, los sehalanos tenían la solución de diseminarse por el campo, y esto era mejor que dejar que un enemigo pudiese bloquearlos. La mayoría de la riqueza estaba en los ranchos, de todas maneras.
De hecho, la ciudad no tenía ningún plan urbanístico. Los constructores hacían las viviendas a voluntad. Regularmente dejaban espacios entre los edificios que llegaban a convertirse en rutas transitadas. Algunas de ellas, se pavimentaban. La mayor parte de las casas se situaban en lugares apartados, entre lías, matorrales y árboles. Ningún tipo de industrias ocupaban un lugar específico. Muchas residencias eran simples tiendas de campaña, llevadas por los visitantes que no deseaban pagar alojamientos. Los edificios permanentes eran tipo humano, para acomodar especies más grandes, y, mientras la mayoría tenían cierto parecido con la posada, algunos eran muy artísticos, casi monumentales. Sehala apareció.
No apestaba, ni estaba sucia. Los sistemas de saneamiento eran un problema menor para los ishtarianos, que no descargaban orina, al contrario que el hombre, sino un poco de seca materia fecal. Sin embargo, cualquiera que estuviera a cargo de un establecimiento disponía de medios para eliminar los desperdicios, aunque sólo fuera para evitar que les acusaran sus vecinos de hacer el ambiente ofensivo. Los olores eran de humo, vegetación y aromas tanto masculinos como femeninos.
La gente que veía a Sparling, le saludaba cortésmente, ya le conocieran o no, pero no se paraban a hablar con él. Eso hubiera sido una falta de educación. Había menos gente de lo normal.
Cuando estaba pasando por delante de la Torre de los Libros, alguien lo llamó.
—¡Ian! —bramó la voz de Larreka, comandante de la Zera Victrix.
Se palmearon los hombros, y cada uno leyó signos de preocupación en la cara del otro.
—¿Qué es lo que va mal? —empezó Starling.
La cola de Larreka golpeó sus flancos.
—Todo. Tanto aquí como en Valennen, y no sé lo que puede ser peor. Lo último llegó ayer por la noche, en forma de llamada desde Port Rua. Un regimiento enviado para recuperar Tarhanna, ha caído en una emboscada y ha quedado deshecho. Wolua mismo… ¿Te acuerdas de Wolua, mi primer oficial? muerto. La demanda de rescate de los bárbaros por los prisioneros no es oro, son armas. Y quienquiera que fuese el que hizo la lista, incluyó todo lo que se necesita exactamente para dañarnos aún más.
Sparling silbó.
—Así que Owazzi convocó a la asamblea de nuevo esta mañana —continuó Larreka—. Dentro de poco no podré hacer más discursos y tendré que ir al combate.
Allí es donde está la gente de la ciudad. En la audiencia, pensó Sperling. Las asambleas no se reúnen dos veces en el mismo año. Y rara vez se consigue que vaya todo el mundo. La práctica usual es el intento de llegar a un consenso antes de hacer una votación formal. Esto se lograba mejor con encuentros individuales en privado. ¡Cristo! Tengo que ir allí ahora y comunicarles la noticia en frío. Había contado con un poco de tiempo para hacer el asunto más llevadero…
Se encontró diciendo:
—Sin duda les dirías que esto reforzaba el motivo para llevar refuerzos a Valennen. ¿Se opusieron muchos?
—Bastantes. Y algunos pidieron la evacuación inmediata. Ceder todo el continente, sólo eso. Bien, Ian, ¿cuáles son tus malas noticias?
Sparling se lo dijo. El permaneció silencioso durante un momento. La cicatriz que cruzaba su ceja estaba lívida.
—Entonces vamos a golpearlos un poco con eso. Duro.
Y directo. Veamos si el impacto pone un poco de sentido común en ellos.
—O fuera de ellos —murmuró Sparling. No veía ninguna salida, pero quería apoyar a su amigo.
La asamblea se encontraba en un auditorio cuyas columnatas de mármol siempre le recordaban al Partenón, aunque las diferencias eran infinitas, desde la planta circular hasta el friso de mosaico de estilo abstracto. Las ventanas abiertas, atiborradas de espectadores, daban una tenue luz a un interior donde permanecían los miembros. En su centro había un sitial para el presidente y el orador.
Era una mezcla tan varia y colorista como la que se había encontrado en la carretera. Toda sociedad que permanecía en la Asociación estaba representada; y los ishtarianos tenían más inventiva que los humanos en cuanto a lo que se refiere a instituciones. Tribus, clanes, monarquías, aristocracias, teocracias, repúblicas, comunas, organizaciones anarquistas, encontraban sus analogías aproximadas en la cámara. Pero ¿qué se puede hacer con un pueblo que alterna anualmente la inmunidad de hombres y mujeres, con la organización de combates a muerte entre adolescentes de ambos sexos, amigos entre sí, para controlar la población de un oasis, o que cambia esposas incluyéndolas en un catálogo, con la pretensión de conseguir ambos el mayor número de parejas posibles? En muchos aspectos la Tierra se había visto superada por la Asociación.
La asamblea estaba en decadencia desde su última reunión, diez años antes. Ya entonces la discusión había derivado en torno a la cantidad de territorio que la civilización podría mantener, contando con la ayuda humana cuya forma exacta todavía tenía que ser determinada. Desde entonces, las legiones se habían retirado de numerosas islas. Las circunstancias las habían forzado, las circunstancias continuaban forzándolas, pero de eso a ceder todo un continente como Valennen había un paso de considerable magnitud.
Al entrar con Larreka, Sparling vio que el orador era Jerassa. Lo conocía bien: un macho local, escogido por su inteligencia, flexibilidad y sofisticación. Había pasado bastante tiempo en Primavera, había hecho muchos amigos humanos y aprendido lo que le querían enseñar. En la vida diaria estaba entre los escolares y cronistas de la Torre de los Libros que la legión Afella Indomable patrocinaba para su propio honor. Pero en su aspecto no había nada polvoriento o descuidado. Era todo un dandy. Además de los entomoides selek que vivían en su melena, cultivaba orekas de alas multicolores. Formaban un halo precioso en su cabeza cuando hablaba.
—…en ciclos precedentes, estoy de acuerdo en que debiéramos haber dejado un destacamento en Valennen, y actualmente quizás incrementar nuestras tropas allí, si el comandante Larreka está en lo cierto y hay un líder que está unificando a los pueblos salvajes con propósitos que van más allá de la mera pillería. Sí, debiéramos haber mantenido cerradas las puertas, tanto como nos fuera posible, a una migración que nosotros creemos que ayudó a hundir las desarrolladas culturas anteriores.
»Pero nuestra oportunidad ha pasado. Para ayudarnos, hemos tenido poderosos aliados. Y esperábamos que, gracias a las legiones y a nuestros bien surtidos almacenes de alimento, la civilización podría sobrevivir, tener su continuidad, en algunos países. Pero entonces llegaron los humanos. Ahora tenemos esperanza, sí, esperamos que la Asociación pueda sobrevivir sin daño, en amplias zonas.»Lo que los humanos pueden hacer por nosotros es limitado. Ya nos han explicado que no cuentan con demasiado apoyo por parte de su mundo nativo. Y lo más importante, son pocos; y sólo ellos pueden manejar ciertos aparatos, o planear su mejor uso. Todavía, un solo avión armado de los suyos es más poderoso que una legión, contra una horda bárbara.
»Por tanto creo que Valennen no vale eso. Podemos volver a nuestras conveniencias. Mientras tanto, ¿qué habremos perdido? Artículos de lujo como pieles; pesquerías, que el Merodeador haría inaprovechables de todas formas; y, seguro, minerales y materias como el fénix. Pero podemos prescindir de ellos. Además, después de que los valennos se hayan destrozado a sí mismos contra la línea de defensa que, con ayuda humana, podemos mantener, predigo que estarán desesperadamente ansiosos de comerciar con nosotros.
»Creo que nuestra gente tiene mejores cosas que hacer, y más cercanas. El papel de las legiones en este tiempo de caos es más civil que militar, más de ingeniería que de lucha. No mandemos a una segunda legión a unirse a la Zera Victrix en Port Rua; pidámosle a la Zera que vuelva. Las necesitamos aquí, no allí.
Jerassa había visto a Sparling y Larreka, que permanecían en la entrada. Debió adaptar su discurso a esa circunstancia inmediatamente, ya que finalizó:
«Habéis oído ya mis razonamientos. Aquí está un parlamentario de los humanos. ¿Es vuestra voluntad que sea él el próximo que se dirija a vosotros?»
—Sí —se oyó de los cien que estaban en el suelo, mientras un murmullo crecía entre los mirones de arriba. Jerassa bajó del sitial. Owazzi la Presidente dijo:
—Bienvenido, Ian Sparling. ¿Es tu deseo dirigirte a nosotros?
No, pensó el hombre. Y tú eres la razón principal, vieja muchacha. Tú estás entre la media docena de personas a las que no querría dañar jamás.
—Sí —dijo, avanzando.
Owazzi y él se palmearon los hombros. Los de ella eran terriblemente frágiles. Era anciana incluso en Ishtar, pero las noticias de los últimos años la habían hecho envejecer aún más. Aquello significaba que su fin estaba próximo, y ella lo sabía. Pero, como si una hipotética deidad quisiera ofrecer alguna reparación por los desmanes de Anu, la raza de Owazzi no sufría la lenta decadencia de la vejez, que podría tener una duración semejante a la mitad de una vida humana, ni el horror de la senectud. Ella le miró con sus ojos claros, volviendo hacia él su rostro delgado, pero sin arrugas. Su pellejo continuaba siendo de color verde tostado, su melena dorada tenía reflejos de un rojo juvenil.
—¿Sabes lo que ha pasado aquí? —preguntó ella.
—Un poco. Sería mejor que me lo contaras —dijo, para ganar tiempo.
Ella se lanzó a un apresurado resumen de lo ocurrido desde que la asamblea había sido convocada. Era parte de su trabajo. Aunque su función original era la de recitadora de la Ley y estaba obligada a conocer todos los códigos de la Asociación, aunque esto no era tan importante, desde que los documentos escritos se divulgaban. Una excelente memoria y habilidad para captar lo fundamental de los parlamentos, eran esenciales para la persona que presidía aquellos encuentros. Ella lo había hecho durante trescientos años, y nadie había sugerido que se retirara.
Sparling estaba medio escuchando, medio intentando hilvanar las palabras que debería pronunciar. Su problema no era poner una verdad en palabras sencillas; era impulsar a los oyentes hacia una decisión y unas acciones que pudieran facilitar el futuro próximo. ¿Pero qué decisiones? No podía estar seguro. ¿Qué acciones? Aquello no era estrictamente un parlamento. Su único poder era moral.
He pasado veinte años en Ishtar, y me he convertido en xenólogo para saber mejor que podía hacer como ingeniero. Pero muchos de mis estudios fueron realizados en países lejanos. Y en cualquier caso, nunca me ha gustado intervenir en la política local. Mi actuación política ha sido siempre ir a la Tierra y conseguir permisos y fondos. Siempre he creído que la Asamblea no es un Imperio, ni una federación, ni un asentamiento aliado. No. La realidad es que, entre ellos existen algunos individuos con una cierta sabiduría. Pero el resto es diferente. ¿En qué coinciden estos delegados? ¡Dios, si algunos de ellos no son ni delegados! Y oyó el relato de lo que había pasado como si fuera un recién llegado a Ishtar.
La Civilización de Beronnen del Sur no perecería cuando Anu estuviera cerca. La gente había construido criptas, fortalezas en donde se preservaban libros e instrumentos; y tenían unas cuantas legiones. La longevidad ayudaba también. Un joven ishtariano podía estudiar con un maestro, estar en el centro de su vida cuando las catástrofes empezaran y sobrevivir para enseñar en el siguiente ciclo. También eso podía ser un factor de la creatividad. Ya que les otorgaba un largo período de plenitud.
La civilización podía así reconstruirse y entonces expandirse vigorosamente, explorando, comerciando, colonizando. Eso significaba que los guardianes eran necesarios. Los ishtarianos podían tener menos violencia innata, menores apetencias y, en general, menos irracionalidad que el hombre; pero eran igualmente capaces de apreciar que el robo es más divertido y provechoso que la labor honesta, o que temer llegar a ser víctimas de sus congéneres. Los humanos tendían a manejar los problemas sojuzgando a los que los causaban. Pero Beronnen no tenía gobierno para establecer una hegemonía. Las legiones eran lo más próximo a las organizaciones de gobierno, y eran autónomas. Servían a cualquiera que les pagara, o en acuerdos mutuos con condiciones discutidas, aunque nunca atacarían a Beronnen. Las áreas menos desarrolladas podían permitirse el lujo de tener estas tropas o sus destacamentos. Daban protección, más valiosos servicios civiles; una legión no era exclusivamente militar. También mantenían relaciones comerciales con Beronnen y tenían acceso a la educación y tecnología que se centraban alrededor de Sehala.
Era una buena idea reunirse periódicamente, intercambiar información, negociar las disputas acumuladas, planear empresas comunes. Sehala era el sitio natural, si no invariable, para esto. Una sociedad podía enviar su(s) líder(es) o podía enviar representantes diplomáticos… o algo similar. Podía despachar a una sola persona o varias. Se desarrollaron sistemas para aportar votos razonablemente igualados, sin tener en cuenta los números. Pero la asamblea no era una legislatura. Recomendaba.
Cierto, las recomendaciones eran normalmente seguidas, tanto por las legiones como por las ciudades. Una minoría disidente encontraría más fácil obedecer a la mayoría que arriesgarse a quedar aislada. Los soldados se consideraban a sí mismos como los custodios de la civilización, pero no intervenían en la política.
Así el concepto «Asociación» era un cúmulo de cosas diferentes para sus diferentes miembros, por no mencionar a los extranjeros. Sus lenguajes incluían nombres para ese concepto que no eran traducibles mutuamente. Para algunos era una clase de policía; para otros era la portadora y preservadora de todo lo importante; algunos le daban un significado místico; otros, la consideraban como sustentadora de una cultura extranjera, no necesariamente superior, cuya captación era buena, o al menos prudente, al conocimiento; y así.
Para los valennos, dispersos, anárquicos, atrasados, era un alienígena, que enviaba comerciantes razonablemente protegidos… pero que replicaba a los ataques con expediciones punitivas cuyos objetivos eran sagaz, aunque no siempre correctamente, escogidos… Y que impedía con sus guarniciones y embarcaciones de patrulla la buena vieja costumbre de hacer incursiones… y que, mientras tuviera su fuerza, no les permitiría jamás apropiarse de nuevas tierras, distantes de la Estrella Cruel…
Owazzi acabó. El consenso parecía estar de parte de Jerassa. Naturalmente, nadie podía obligar a la Zera Victrix a volver, y quizás aquellos que tenían mucho que perder en Valennen apoyarían que se quedara. En cualquier caso, tenía ingresos independientes por las tareas que prestaba en diversas localidades. Pero la masa de la asamblea creía que era necesario tener a las legiones más cerca. Y probablemente los colegas de Larreka no harían otra cosa sino obedecer en lugar de lanzarse a una causa perdida. ¿No sería mejor que Larreka reconsiderase la cuestión? Este era el sentimiento general, dijo Owazzi. Una minoría apuntó que la clase de ayuda que los humanos pudieran dar no había sido especificada, y debía serlo antes de tomar cualquier decisión. ¿Querría el parlamentario por Primavera, si lo era, comentar algo al respecto?
—Debo —dijo Sparling.
Deseó estar en un estrado de tipo terrestre, protegido tras un facistol, no rodeado por aquellos ojos y ojos y ojos. Como era convencional, se encaró a la Presidenta. Llenó sus pulmones y le dijo:
—Creo que la mayoría de vosotros sabréis entender cuan apenados estamos por las noticias que traigo. Tratad de comprender.
Una inútil frase humana. Los ishtarianos hablan directamente sobre las cuestiones públicas. Dejan la oratoria para el arte, que es a donde pertenece.
«Últimamente hemos recibido la orden de dejar de ayudaros. Nuestras manos estarán atadas durante algunos años. No sé cuándo podré continuar mis trabajos en las presas, ni lo sabe Jane Fadavi con sus planes de irrigación aérea para abortar tornados, ni creemos que la fabricación de alimentos sintéticos y refugios prefabricados esté lista para un futuro cercano. Ni los aviones para la evacuación de zonas siniestradas, ni… nada. Incluyendo armas.
»Como máximo podemos hacer trabajos menores, podemos aconsejar, podemos intentar que Primavera siga funcionando. Digo esto: No os abandonaremos. Para cientos de nosotros, este es nuestro hogar, y vosotros sois nuestra gente.
»Habéis sin duda adivinado la razón. Sabéis que hay guerra entre las estrellas, entre nuestro mundo Tierra y otro. Hasta ahora, la acción no ha sido intensa. Ambos lados estaban ocupados en entrenar y preparar a sus tropas. Ahora que se ha puesto en marcha, consumirá recursos con los que nosotros contábamos.
«Pero tengo aún peores noticias. Parte del plan de la Tierra incluye el establecimiento de una base en este mundo. No temáis. Estáis lejos de la lucha. La base no es necesaria. Los de Primavera lucharemos para persuadir a los señores de la Tierra de que no es necesaria.»
—¿Tendré que decirles que la guerra tampoco lo es? No, no aquí. Observarían nuestra amargura.
«Si tenemos éxito, continuaremos cuando menos nuestra propia producción. Por ejemplo, las presas podían ser finalizadas a tiempo. Pero a menos de que la guerra sea breve, no podemos esperar suministros de la Tierra tan pronto como lo habíamos previsto. Y si no logramos detener la construcción de esa base, estaremos en una posición que no nos permitirá ayudaros a luchar. Oh, supongo que podremos conservar nuestras armas y vehículos privados, y vosotros podréis conservar los que ya habéis adquirido. Pero pocas armas, pocos automóviles y pocos voladores no arredrarán a los bárbaros.
»No sé lo que pasará. Probablemente esto acabe pronto y podamos continuar como lo esperábamos. Pero creo que debemos prepararnos para lo peor.»
Sparling se detuvo. Mala retórica para una audiencia humana, pensó. ¿Será buena para una mezcla de ishtarianos? No completamente, me temo.
Con un resoplido terrible, Owazzi tomó la palabra:
—Debemos revisar una multitud de asuntos de nuevo. Sin duda la asamblea permanecerá reunida por más tiempo del previsto, considerando caminos, medios y contingencias con nuestros amigos humanos.
El lenguaje le permitía separar a éstos, por un posesivo, de los humanos no amigos. Se dirigió a él:
—Supongo que ya que Larreka te acompaña, tus ideas son las de ayudar a Valennen.
Tomado por sorpresa, Sparling balbuceó:
—Yo… No lo sé, no soy un soldado. No tengo competencia para decirlo…
Jerassa habló desde el suelo:
—La Presidenta tiene razón; debemos más que nunca pensar cuidadosamente antes de juzgar. Pero, ¿no es cierto, colegas, que esto aumenta las razones para llamar a nuestras fuerzas a Beronnen?
Las protestas se elevaron en oleadas. Nadie quería que la legión abandonara su país. Todavía, las voces eran lo suficientemente suaves como para que Sparling las entendiera, había algunos que pensaban que la civilización no tenía que abandonar sus puestos adelantados al norte del ecuador.
Owazzi finalizó los murmullos llamando a Larreka al sitial.
Cuando se hizo el silencio, el militar dijo, en tono bajo para un ishtariano:
—No. He tratado de explicarlo antes, y todavía no habéis entendido. No es una cuestión de protección de unos intereses comerciales. La cuestión es parar a un conquistador. Lo sé, y os lo digo. Lo sé por el servicio de inteligencia militar y por lo que ha estado pasando últimamente y por lo que he deducido tras un frío análisis, y por mi experiencia en las fronteras.
»Si no podemos conseguir la ayuda humana, no sería sabio permanecer en Valennen, sería una necedad. Pero no hay opción. El enemigo puede atacar cualquier lugar que se le ocurra a lo largo de Ehur y los Mares Fieros. Puede atacar cualquier isla, con más medios de los que nosotros podemos poner para defenderla; y cuando esa guarnición esté sometida, pueden ir contra la siguiente. Una batalla o dos ganadas por nosotros no significarían nada realmente importante, cuando él ha conseguido todo un continente para retirarse y nosotros no tengamos tropas allí para darle la bienvenida.
»Pronto perderíamos aquellas aguas. Poco después, estaría hostigando Beronnen del Norte mientras sus naves se dirigirían por el oeste a Argent y por el este al Océano Ciclónico, tomando lo que desease, reclutando aliados, captando combatientes… Y puede que después de todo eso, nosotros logremos impedirle el paso a esta parte del continente, pero tendremos que hacerlo con todo lo que nos quede para defenderlo.
»Lo que podría significar el fin de la Asociación. La civilización podría seguir, pero sólo en Beronnen del Sur y sólo para Beronnen del Sur. ¿No sabéis ver que lo mejor que puede hacer la Asociación cuando un ciclo ha pasado es sobrevivir en el siguiente?
»Sí, podréis permanecer seguros durante algún tiempo si dejáis que Valennen se pierda. Mi juicio como soldado es que es mejor dejar que algunos hogares se pierdan a cambio de conseguir la fuerza allí que necesito para limpiar el lugar. Pero votad como os plazca. La Zera se quedará.»