XVIII

Jill acababa de llegar a Ulu cuando recibió un mensaje de Arnanak. «Ellos quieren conferenciar en Port Rua —decía—. No dudo de que tu presencia entre nosotros haya influido en esto. No abrigues demasiadas esperanzas. Creo que permanecerás ahí hasta… quizás hasta otoño o principios de invierno.»

Ella pensó que el consejo era bienintencionado. En consecuencia, el gran bárbaro de piel negra no era tan perverso como había pensado. Su gente lo consideraba un héroe, y podía llegar a convertirse en un salvador.

Arnanak y ella habían hablado durante largo tiempo y en intimidad creciente; primero a bordo de su galera y después en el viaje por tierra hasta el fiordo, donde él la dejó. Había hecho todo lo que estaba en su mano para ayudarla a atravesar aquellas altas montañas. A menudo había cabalgado sobre él o sobre uno de sus guerreros, como solía hacer con Larreka. Y esto, a pesar de que ella había matado a su hijo, que para él ya no era más que un hueso que conservaba a fin de poder llamar a su alma durante los sueños.

En ausencia de Arnanak, ella encontró agradable su cautividad excepto por ser cautividad. Tenía una habitación en la que nadie podía entrar sin su permiso. Podía andar libremente por donde quisiera, ya que no tenía acceso a su reserva de aminoácidos y vitaminas fuera de las horas de las comidas y, por tanto, ninguna posibilidad de escapar.

—Mejor será que no te alejes demasiado —dijo Innukrat—. Podrías perderte.

—Sé mucho sobre los bosques, y no creo que haya animales en Valennen peligrosos para mí.

Innukrat se quedó pensativa, y después dijo:

—Es mejor que alguien te acompañe en las primeras salidas, hasta que estés segura de saber volver.

Ella no puso objeciones.

Innunkrat era una de las esposas de Arnanak y, después que él partió, el único nativo que sabía sehalano. Su conocimiento de esta lengua era debido a la actividad comercial que desarrollaba y que, antes del comienzo de la guerra contra la civilización, la había llevado hasta los puestos avanzados del Valle de Esali. La igualdad entré ambos sexos se encontraba en la mayor parte de las sociedades ishtarianas, las excepciones eran tanto matriarcales como patriarcales. Allí prevalecía también pero, dadas las condiciones duras y primitivas, era necesaria mayor especialización en los trabajos. Como regla general, los machos se encargaban del comercio exterior y las incursiones, mientras que, entre otros trabajos prácticos, las hembras tenían a su cargo el comercio en el interior del país. Ellas no temían que las asaltaran. Mientras permanecieran en las rutas marcadas, sus personas y bienes eran sagrados. Jill preguntó si esa regla había sido violada alguna vez.

—Muy pocas veces ha ocurrido algo así —dijo Innukrat—. Los habitantes de los asentamientos vecinos siguen el rastro de los autores, los atrapan y los meten en salmuera.

Inicialmente Jill, fascinada por el paisaje, se dedicó a disfrutarlo, hasta que bruscamente se dio cuenta de la preocupación y el sufrimiento que debían sentir los seres que la amaban, y de cómo había llegado a ser la gran baza en manos del enemigo de Larreka. Su estancia solitaria le permitió dedicarse a explorar durante días enteros. El trazado de la estructura hacía recordar al de un rancho sureño, pero todo lo demás era muy extraño. A un lado de un patio pavimentado de adobe, había un vestíbulo, un gran edificio de una sola planta de piedra sin revestir, vigas de madera y tejado cubierto de césped. La mitad de él lo ocupaba una cámara donde se reunían los habitantes para las comidas o la sociabilidad, el resto se destinaba a servicios y cubículos privados. Cuando se acostumbró a su estilo angular, consideró que las tallas de las vigas y los frisos eran las mejores que había visto jamás. En el resto del patio se levantaban estructuras más pequeñas y poco elevadas: cobertizos, talleres, alojamientos para los subalternos y para unos cuantos animales domésticos. Siempre había actividad, unos cien individuos yendo y viniendo de sus trabajos y de sus placeres.

Jill encontró a los pequeños tan irresistibles como a los niños humanos. Pero sin un lenguaje común, estaba imposibilitada de hacer algo más que observar. Los valennos presuponían que había de ser así.

Ulu estaba en las colinas orientales del Muro del Mundo. El bosque circundante ofrecía una cierta protección contra los soles, aunque la mayoría de árboles estaban requemados y aquel año sus hojas caían. Las ocasionales plantas-T tenían mejor aspecto, y en algunos lugares los fénix lucían su magnificencia. Jill observó que el fénix tenía este nombre, traducido de un nativo equivalente, porque su reproducción dependía de las conflagraciones que devastaban aquellas tierras cada milenio.

Un camino que se adentraba en los bosques conducía a un pequeño edificio, una cabaña. Dos guardias armados le impidieron el paso. Preguntó a Innukrat por qué, y obtuvo una respuesta poco satisfactoria.

—Mejor es no hablar de ello hasta que el Caudillo vuelva.

Jill pensó que probablemente era un sitio mágico. Aquella fue la única restricción en su libertad de movimientos. Cualquier otra ruta que escogiera le estaba permitida. Diez kilómetros al sureste, el bosque conducía a un terreno alto, que le permitía observar ampliamente el paisaje que se extendía a sus pies.

Aquí y allí vio granjas. El sistema social parecía ser una clase de feudalismo voluntario. Un Caudillo regía la región, dirigía a los soldados en la batalla o a los trabajadores en una emergencia civil, dirimía los pleitos y oficiaba los principales ritos religiosos. Las familias menores podían ser independientes de él, si lo deseaban, pero la mayoría encontraban preferible convertirse en «juramentados», prestarle ciertos servicios y obediencia a cambio de la protección de las tropas del señorío, y una reserva de sus almacenes de comida cuando los tiempos fueran difíciles. Cualquiera de las partes podía anular el contrato, basándose en una causa, y éste no era vinculante para la siguiente generación, pasados sesenta y cuatro años de su nacimiento, ya que, hasta llegar a esta edad, dependía completamente de sus padres.

Innukrat habló de muertes, especialmente entre los jóvenes. Ambos sexos eran altaneros y peleones.

—Deben estar preparados y saber cómo luchar, cuando vienen los incursores o cuando nosotros mismos salimos a una incursión necesaria, ya has podido comprobar lo miserable que es esta tierra.

No obstante, los caudillos y los viejos mantenían el baño de sangre dentro de unos límites, y eventualmente conseguían que los enemigos se reconciliaran. Bueno, pensó Jill, los ishtarianos no son humanos.

La soledad empezó a influir en ella. Tomaba lecciones del idioma de Innukrat, y la hembra le dedicaba todo el tiempo que le era posible. Y no era mucho, siendo tantas las tareas de una esposa. Jill se ofreció a ayudarle, pero pronto descubrió que lo único que hacía era estorbar; carecía de la fuerza necesaria para manejar ciertos instrumentos y, además, no tenía práctica.

La mayor parte del día la pasaba fuera. El campo abierto estaba demasiado castigado por el sol; los bosques le ofrecían más naturaleza que estudiar. Era escasa comparada con la del hemisferio sur, pero, como había conseguido familiarizarse con ella, se sentía bien entre los árboles, y frecuentemente permanecía fuera hasta muy tarde.

Hasta que tuvo su encuentro.

Volvía después de que los dos soles, ahora íntimos compañeros, se habían puesto. El crepúsculo tropical era breve. Sin embargo, las lunas daban la suficiente luz a través del follaje. A menudo su camino iba directo hacia un lugar que ella hubiera llamado pradera, aunque estaba reseca. Aquella tarde cambió su costumbre, tomó una vereda que bordeaba un cañizal, describiendo una curva cerrada, y que la condujo a un paso que sólo presentaba dos opciones: seguirlo o volver atrás. Bajos y nudosos árboles proyectaban masas de sombras a su alrededor, detrás de ellas y a la derecha de Jill, las almenas del Muro del Mundo destacaban su gris sobre un cielo entre negro y purpúreo donde brillaban menos estrellas que de costumbre. Celestia estaba creciendo hacia su plenitud, y Urania se encontraba a medio camino de su puesta total. No lejos o de hacer coincidir sus dos fases por una vez, o de eludir un eclipse normal. Aparte de una fina orla de plata, su brillo era rojo claro. Su resplandor sobre las lías muertas y los árboles secos hacía que el aire pareciese más caliente de lo que en realidad era. El silencio oprimía.

Jill se detuvo. Su pulso se aceleró, hasta convertirse en un choc, choc, choc continuo en su cabeza y en su garganta, cuando ella y la criatura estuvieron frente a frente.

No puede ser, es un engaño de la luz lunar, estoy hambrienta, mi corazón está agotado, ya no domino a mi cerebro…

La forma se alejó de ella.

—¡Espera! —gritó Jill, mientras se lanzaba en su persecución. Pero ya había desaparecido entre los árboles.

Una excitación momentánea hizo que empuñara la daga que Arnanak le había dado. No, eso huyó, no yo… Sin embargo, es mejor estar en guardia.

Mientras andaba, cada vez con más rapidez, intentó recordar la forma que había visto a la luz rojiza de las lunas. Una bestia-T, sin duda. No obstante, la vida en Tamnuz había sido igual a la de otros lugares del planeta un billón de años antes; cuando volvieron de nuevo los microbios a Ishtar, la vida de Tammuz no siguió el mismo curso que la terrestre o la orto-vida. Había tres sexos. No había una simbiosis elaborada, ni pelo, ni leche; y en lugar de tener un sistema químico o de transpiración, los animales homeotérmicos, igual que muchas plantas, controlaban la temperatura de su cuerpo cambiando de color. Habían vertebrados, pero ninguno descendía de un viejo gusano, sino más bien de una cosa parecida a una estrella de mar; en lugar de una verdadera cabeza tenían una rama, el quinto miembro se convirtió en el portador de la boca y los órganos sensoriales. Había unos pocos bípedos…

Pero eran pequeños. Aquel habría sido un gigante dentro de su especie. Los pétalos de su rama quizás llegaban hasta su pecho. En el abdomen creyó haber visto tres ojos sobre el abultamiento. Las piernas le parecieron largas y poderosas para su tamaño; era más un saltador que un andador. Los brazos aparentemente invertebrados estaban bien desarrollados, finalizando en una mano de cinco dedos en estrella.

¿Manos? ¿Dedos?

Sí, si no estaba loca. Había visto el brazo derecho levantado, los dedos extendidos, como si el verla le hubiera cogido por sorpresa. En la izquierda llevaba lo que parecía ser un cuchillo.

He hecho un descubrimiento importante, seguro, una bestia-T nunca sospechada hasta ahora. Probablemente ha venido hasta aquí desde el norte a causa de los cambios climatológicos. ¡Sólo una bestia, creo!

Las ventanas aparecieron ante ella. Irrumpió en el salón, se abrió paso entre la multitud y le contó a Innukrat lo que había pasado.

La mujer hizo un signo.

—Te encontraste con un daur.

—¿Un qué?

—Creo que será mejor esperar a Arnanak también para esto.

—Pero…

Su memoria se activó. En Primavera tenían datos xenológicos sobre los valennos, la mayor parte de segunda mano, suministrados por miembros de la Asociación. Siguió recordando lo poco que había leído. Daur. Dauri. Sí, me parece recordar que ellos creían en una clase de duende o trasgo o demonio menor.

—¿Son, eh, tienen esos seres que saltan por los bosques salvajes… poderes mágicos? —preguntó.

—Te lo he dicho, espera a Arnanak —le contestó Innukrat.

Volvió varios días más tarde. Jill no hubiera podido decir cuántos. Había dejado de llevar la cuenta.

Estaba en casa cuando llegó. Para no estropear sus vestidos humanos, llevaba puesta una larga y tosca túnica de tela nativa que tejían con fibras de plantas. Junto con ésta le habían dado varias más, largas hasta la rodilla, para usar como ropa de dormir. Ella no era ishtariana y por tanto su vida no dependía de que recibiera ampliamente los rayos del sol; por el contrario, Bel podía quemar su piel. Su siguiente demanda fue de calzado. Sus zapatos estaban desgastados por el uso excesivo.

La casa producía la mayor parte de lo que necesitaba. Ocasionalmente los valennos tenían que usar botas. La hembra que estaba al cargo del trabajo de la piel se mostró muy amable prometiéndole a Jill hacerle dos o tres pares, quizás porque se salía de sus ocupaciones normales, quizás porque era un desafío, quizás por simple amabilidad o una combinación de razones. Exigió tener a la chica a mano, para poder probárselos y para que le explicara, con gestos y unas pocas palabras tassu, cómo debían hacerse las cosas.

Jill estaba junto a la barraca, sosteniendo un quitasol que había hecho contra el calor y el exceso de luz. Los gritos crecieron, el sonido de pisadas se hizo más fuerte. Por el patio marchaba Arnanak y sus seguidores. Jill tiró el quitasol. Durante un instante quedó paralizada. Después gritó:

—¡Ian!

Corrió sobre el adobe que intentaba quemar sus pies.

—Ian, ¡querido!

Y en sus brazos… Se abrazó contra el hombre, fuerte, duro, sudoroso. Lo besó con tal fuerza que sus dientes entrechocaron; después de haber retrocedido lo justo para mirar su cara a través de las lágrimas y de su asombro, volvió a besarle con una temblorosa ternura de enamorada.

Por fin se separaron, pero sus manos permanecieron unidas, y también sus miradas. Su actitud no era muy diferente de la de dos ishtarianos en situación similar.

—Oh, Ian, vienes… ¿a liberarme?

—Lo siento, querida. No todavía. —Su rostro había pasado de la alegría a la tristeza.

Su primera reacción fue de enfado.

—¿Qué? Entonces, ¿por qué estás aquí?

—No podía dejarte sola. No temas. Estoy aquí por voluntad propia y de acuerdo con Arnanak. No está dispuesto todavía a dejarnos marchar. El y Larreka llegaron a un acuerdo tan limitado que no cambió los objetivos de nadie, pero está ansioso de conseguir buenas relaciones con nosotros los humanos. Dos rehenes son mejor que uno, piensa. La idea es dejarnos libres, a su debido tiempo, a cambio de concesiones, que podrían llegar hasta el establecimiento de relaciones diplomáticas con su reino y, por tanto, tiene que tratarnos bien. Hemos hablado mucho durante el camino. El, dentro de su forma de ser, no es tan mal tipo. Por ahora, bueno, he traído alimentos, medicinas, ropas, tantas cosas como pude, para ti. Incluyendo, eh, los que creo que son tus libros favoritos.

Ella miró a sus ojos azul-verde y supo: Está enamorado de mí. ¿Cómo pude dudarlo?

—No deberías…

—Al infierno. Te explicaré la situación. Tengo un montón de noticias que darte. Pero, ¿cómo lo has pasado? ¿Cómo te encuentras?

—Muy bien.

—Tienes buen aspecto. Tu pelo es como un destello de sol contra tu piel bronceada, estás a punto de convertirte en una rubia platino. Toda tu familia se encuentra bien, al menos lo estaba cuando yo salí de Port Rua. Te envían recuerdos. La comunidad entera desea que regreses.

—Chu. —El sehalano de Arnanak se unió a su inglés—. No entráis. Id a vuestras habitaciones, invitados. Mis hombres entrarán el equipaje. Más tarde lo festejaremos. Pero debéis tener muchas cosas que deciros.

Ciertamente tenían muchas.

Sparling la conocía lo suficiente como para no suavizarle las noticias que tenía.

—No hubo compromiso real. Sólo un par de acuerdos menores para hacer la guerra menos destructiva para ambos bandos, lo que no afectará al resultado. Los tassui no se detendrán hasta que el último legionario esté fuera de Valennen o muerto. La Zera resistirá tanto como le sea posible, en la esperanza de refuerzos. Difícilmente puedo condenar a los bárbaros. Estoy de acuerdo con Arnanak en que si permanecen en sus tierras, durante el Tiempo de Fuego, él lo llama así, la mayoría de ellos morirá. Nosotros, los humanos, debiéramos haber pensado más en eso. Deberíamos haber desarrollado programas para el alivio de este pueblo también. Que ese cerdo de Dejerine no nos hubiera dejado llevar a cabo.

—Yuri no es un cerdo —dijo Jill. Esto hizo que Sparling pareciera tan apenado y herido que ella tuvo que acercarse más a él para consolarlo.

Estaban sentados uno junto al otro en el colchón que ella usaba como cama, con las espaldas apoyadas en un muro largo y rojo, las piernas extendidas sobre el suelo de arcilla. Una especie de persiana cubría la única ventana. La habitación estaba oscura y fresca. No había puerta, y la cortina de la entrada no impedía que llegaran los ruidos de regocijo procedentes del vestíbulo.

—Ni tampoco Arnanak —dijo él—. Ambos tienen misiones que cumplir, y Dios ayude a quien se interponga en su camino. Arnanak significa para su gente la consecución de territorios menos afectados por el terrible calor del periastro y sus resultados. Territorios para vivir, y vivir bien. Naturalmente, eso implica romper con la Asociación. Esta no podía quedar ociosa mientras que muchos de sus miembros eran desplazados, sojuzgados y asesinados. Cuando la Asociación fuera vencida, Beronnen sería ampliamente saqueada. El final de la civilización en Ishtar… de nuevo. Arnanak no negó estos resultados ante mí.

—Ni ante mí, aunque cree que sus descendientes la heredarán y la reconstruirán.

—A su tiempo. ¿Cuánto, considerando los periplos vitales de los ishtarianos? ¿Qué se conservará mientras tanto, y qué quedará perdido para siempre?

—Lo sé, Ian, lo sé.

—Para nosotros, el tiempo es condenadamente corto, si queremos hacer algo para ayudar a Larreka. Arnanak me dijo que tiene ya a sus mensajeros llamando a las naves y las fuerzas de campaña a la cita. No le dará a Port Rua ni un mes de tranquilidad. Antes, Arnanak iniciará el ataque.

Jill permaneció silenciosa un momento. Sparling no había hablado como un hombre en cautividad.

—Hablas como si no estuviéramos sin recursos.

El asintió.

—Podemos intentarlo. Jill, hubiera venido de cualquier modo a ayudarte, pero además tenía otro motivo. —Deslizó hacia atrás su manga izquierda. En la muñeca había un brazalete, y en él un microtransmisor—. Arnanak registró todo mi equipo antes de permitirme traerlo. Pero, como esperaba, no reconoció esto. Me creyó cuando le expliqué que era un talismán.

—¿Pero qué estás diciendo? Debemos estar a trescientos kilómetros de Port Rua, o más. Bajo condiciones ideales, un detector sólo puede recibir mensajes de eso a unos diez.

—¡Ajajá! —Levantó un dedo—. Tú subestimas mi profunda astucia.

En busca de esperanza, ella dijo:

—No, si es profunda debe haberme pasado desapercibida.

El rió.

—Como quieras. Pero escucha. Larreka me ayudó a pulir los detalles. Es parte del trato que él hizo. Los nativos dejarán cazar libremente a pequeños grupos de legionarios a cambio de que éstos no incendian los bosques y sabanas. Bueno, traje algunos relés portátiles a energía solar, Mark Cincos, ya sabes, los mismos que tenemos alrededor de Beronnen del Sur donde no es conveniente instalar una unidad permanente mayor. Ciertas de estas partidas de forraje los plantarán estratégicamente cuando nadie los esté mirando, bien ocultos en las cumbres de las colinas, árboles, etc.

—Pero, Ian, ¿cómo podrán acercarse lo suficiente…?

—No pueden, especialmente cuando no saben nuestra localización. De hecho, como Larreka debe haberte mencionado, nunca ha sabido dónde está Ulu, dónde tiene el jefe enemigo sus cuarteles generales. Arnanak se ha cuidado de eso; no es tonto. Esta es la razón que nos permite suponer que algunos de esos relés esté a unos cien kilómetros de aquí. —Sparling tomó aliento—. He traído también varios contenedores de plástico con polvo de proteínas, de diferentes tamaños. Arnanak vació y volvió a llenar cada uno, como esperaba. Pero no pensó que pudieran tener dobles fondos. En uno de ellos he pasado un gran transmisor-receptor; una señal de mi micro activará su circuito principal. Ese será nuestro principal relé, de baja frecuencia, así que no estaremos limitados por la distancia y la línea de visión, y tiene alcance para más de cien kilómetros.

—¡O-o-oh! —Ella se paralizó mientras todos sus nervios se ponían en tensión.

—No podemos tener prisa, y el esquema incluye a todos los eslabones de la cadena. Primero, creo que tomará algún tiempo que el resto del sistema esté en su lugar. Segundo, entonces tendremos contacto con Port Rua. Cierto, puede alcanzar Primavera, pero… Tercero, con el equipo rudimentario que he podido traer, necesitaré tiempo para explorar los contornos y obtener datos con suficiente exactitud.

—¿Explorar?

—Desde luego. Creo que es posible usar las estrellas, y enclaves locales como las cumbres de las montañas, para localizarnos en el mapa. Entonces podemos buscar un punto de encuentro donde un volador pueda venir a buscarnos. —Sonrió—. Era lo mejor que podía inventarme a corto plazo.

Observa, pensó ella, observa esa pequeña arruga irónica en la comisura de sus labios. ¡Maldición, piensa! No quiero ser meramente una damisela cautiva languideciendo por su caballero.

Entonces se le ocurrió lo que podía hacer por su cuenta.

Arnanak estaba de un humor excelente. Mientras comía y bebía y se vanagloriaba ostentosamente en la mesa del salón, ella compartía su alegría. No es que ella hubiera cambiado de bando. Sparling la conocía demasiado bien. Pero aquella gente había tratado de hacer más llevadera su estancia, ella les había tomado cariño y se sentiría obligada, en caso necesario, a interceder por ellos. No hay mentira. Deberíamos ayudarles, a ellos y ala Asociación. Mi mentira es una verdad reprimida, que nuestra guerra cruel e idiota hace imposible. Se sintió menos culpable cuando Arnanak dijo:

—Seguiremos hablando después de que les hayamos machacado en Valennen. Por eso, debo otorgar ciertos poderes a los tassui para que permanezcan a mi lado. He advertido a la Legión una y otra vez, si no se marchan serán destruidos. Ahora mis guerreros se están reuniendo. Verán que Arnanak cumple su palabra.

Sparling permanecía parco en palabras y poco comunicativo, siguiendo las indicaciones de Jill. El Caudillo debió haber captado algo en las actitudes y expresiones de los humanos, ya que el hombre era mejor como honrado consejero que como simulador.

Al final de la fiesta, ella se tornó grave y dijo:

—Tengo que preguntarte acerca de algo. ¿Podemos ir fuera?

Arnanak estaba complaciente. Fuera del edificio, Jill tocó su brazo y señaló:

—Por aquí.

—Este camino conduce a un lugar prohibido —dijo él hoscamente.

—Lo sé. Vamos.

Se detuvieron cuando los edificios estaban ya fuera de su vista. Los soles situados bajo el Muro del Mundo, aunque todavía no se habían ocultado en el océano. Las sombras se extendían entre los árboles y matojos. Sobre sus cabezas el cielo era de un azul intenso, un planeta se elevaba blanco, Ea roja. La brisa llevaba fantasmas de frescura y repiqueteos de cañas. Los ojos de Arnanak eran linternas verdes en la negrura, bajo su melena. Los dientes brillaron cuando dijo:

—Di lo que quieras, pero hazlo pronto, porque yo también tengo que dar mi propio mensaje aquí.

Jill se apoyó en el brazo de Sparling. Su pulso se aceleró.

—¿Qué son los dauri, y qué haces tú con ellos?

El bajó su mano hasta la empuñadura de su espada.

—¿Por qué preguntas eso?

—Creo que me encontré con uno. —Jill describió su encuentro—. Innukrat no me dijo nada, sólo que tenía que esperar a que llegaras. Seguramente hay un conocimiento común acerca de ellos. Me parece recordar… haber oído… algo.

Su tensión descendió.

—De acuerdo. Son seres, criaturas no mortales. Se cree que tienen poderes, y mucha gente les ofrece pequeños sacrificios, como un plato de comida, cuando un daur es visto. Pero eso es raro.

—El alimento no sirve para los dauri, ¿no?

—¿Qué quieres decir?

—Creo que sabes lo que quiero decir. Recuerda, mi trabajo es investigar sobre los animales. El daur que yo vi no tenía nada de mágico. Era tan mortal como tú o yo, una criatura perteneciente a la misma clase de vida que el fénix, o el saltador, la clase de vida que existe únicamente en las Starklands. Llevaba un cuchillo. Vi el metal. ¿Lo vi realmente? Arnanak, si los dauri tuvieran la técnica necesaria para explotar una mina y forjar metal, los humanos los hubiéramos descubierto. Creo que fuiste tú quien le dio la hoja… como parte de un trato.

Un salto en la oscuridad. Pero ¡Cristo, mi suposición debe ser correcta!

Sparling, a su vez, añadió:

—Yo mismo te he dicho que principalmente vinimos a estos países a explorarlos, sacando a la luz lo que ellos tienen. Mis compañeros pueden quedar muy agradecidos a quien les dé una nueva pieza importante de conocimiento.

Arnanak había permanecido tranquilo. Entonces, violentamente expuso su decisión.

—Bueno, el asunto no es un secreto, después de todo. Se lo he dicho a otros tassui en ocasiones. Y os mantendré a los dos aquí hasta que mi posesión de Valennen no pueda ser amenazada. Seguidme.

Cuando acabaron el corto camino, Sparling se detuvo para susurrar al oído de Jill:

—Entonces tenías razón. Una raza pensante… y tú supusiste la verdad.

—¡Shst! No hables inglés aquí. Puede suponer que estamos conspirando.

Llegaron a la cabaña. Los centinelas levantaron sus lanzas, en señal de respeto y permanecieron firmes. Arnanak abrió la puerta y condujo a los humanos al interior. Volvió a cerrar inmediatamente, antes de que sus centinelas pudieran mirar atrás y ver algo.

Dentro, un par de lámparas daban una luz tenue y monstruosa. Las ventanas, demasiado altas para iluminar lo suficiente, estaban llenas de polvo. Una sola habitación parecía amueblada, pero los muebles eran muy pequeños. Unos recipientes contenían una lívida vegetación azul, y esqueletos de animales sacrificados: alimento para la vida-T. Una puerta trasera daba salida y entrada a los tres que vivían allí.

Sparling ahogó un grito. Jill apretó su mano. Su atención estaba puesta en las formas de estrella de mar. Ellos habían retrocedido, emitiendo tímidos silbidos y gruñidos. El ishtariano, el orto-ishtariano, los tranquilizó con palabras tassui y por último se acercaron para permanecer frente a los recién llegados que debían ser repugnantes a su vista.

—Oíd el relato de mi investigación —dijo Arnanak.

Mientras hablaba, Jill se iba asombrando más y más. Como la mayoría de sophonts, los dauri parecían no poseer nada específico en su cuerpo. Ella identificó rasgos, modificados con toda seguridad, que ella había visto en las ilustraciones de muchos libros de biología-T. Dentro de aquellos torsos casi cilíndricos debía haber esqueletos estructurados mediante intersección de anillas, con articulaciones en bola para los cinco miembros. El superior, la rama, culminaba en cinco pétalos carnosos que servían tanto como órganos sensoriales, que como lenguas para empujar el alimento a unas mandíbulas pentagonales. Bajo cada pétalo había un zarcillo, una intrincada red de fibras que recibían el sonido. En los extremos de los brazos, cinco dedos simétricos que no podían asir tan firmemente como los de un humano o ishtariano, pero que sin duda eran superiores en el manejo de un hacha. Sí, Jill había visto cómo agarraban los cuchillos, y admiró la ingenuidad de Arnanak, que los debía haber diseñado. Los ojos, situados en los nacimientos de los brazos, estaban bien desarrollados, aunque extraños porque todo el glóbulo se auto oscurecía según la intensidad de la luz. Bajo la rama había un tercer ojo más primitivo, para coordinar campos visuales que no se superponían. Los dos ojos restantes habían cambiado en protuberancias sobre las piernas, cuyas variadas formas, colores y olores indicaban que los tres sexos estaban allí representados. Por otra parte, la piel era de un púrpura oscuro. En un día completamente tropical hubiera sido de color blanco casi metálico… no demasiado llamativo, cuando muchas plantas tenían la misma protección. Sí, extraño pero comprensible, como seres de vida-T que eran… excepto por las mentes que contenían.

Y cuando Arnanak finalizó, y sacó de un cofre la Cosa que había traído desde las Starklands, ambos humanos gritaron. Un cubo cristalino, de unos treinta centímetros de lado tenía la negrura inmensa en su interior, llena de brillantes puntos multicolores.

Cuando Arnanak hizo un gesto, la visión cambió, y los símbolos aparecieron ora en un punto, ora en otro.

—Miradlo bien —dijo el Caudillo de Ulu—. No lo veréis en mucho tiempo, si es que volvéis a verlo. Esto, y los dauri, vinieron conmigo hace un par de días para animar a mis guerreros al combate.

Una lámpara ardía en su habitación. Habían llevado una cama para Sparling. El aire estaba poco caldeado. La ventana revelaba las brillantes estrellas.

—¡Oh, Ian, qué maravilla! —Jill continuaba excitada.

El rostro de Sparling parecía aún más delgado.

—Sí, pero, ¿cuál es su utilidad? Bueno, nosotros informaremos de esto.

—Nosotros. —Ella cogió sus manos—. Tú estabas aquí para participar de ello. ¿Quieres que te explique lo que significa?

—Me siento contento de haber estado.

—Ian, esta es la primera ocasión que tengo de poder ayudarte. Nunca podré pagarte lo que has hecho por mí, Pero lo intentaré.

—Bueno —sonrió irónicamente—. Yo debería haber insistido en lo de las habitaciones separadas. Si no tienen disponibles, y sin duda no las hay, yo… encontraré mi saco de dormir, dondequiera que lo hayan puesto. Buenas noches, Jill.

—¿Qué? ¿Buenas noches? ¡No seas ridículo!

El hizo ademán de retirarse. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó. Después de un segundo, él respondió al beso.

—Deja de ser ese hombre condenadamente honorable —murmuró ella—. No tienes que decirlo, no esperas un premio. ¡Pero yo quiero dártelo!

Una voz interior le dijo que había la posibilidad de que la píldora anticonceptiva hubiera dejado ya de tener su efecto. ¡Al infierno con eso! Los Sparling habían querido siempre más niños, pero no existía la posibilidad adoptarlos en Primavera.

—Creo que me he enamorado de ti, Ian.

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