XVI

Teóricamente, Dejerine podría haber establecido todas sus comunicaciones con Primavera desde su lugar de trabajo. En la práctica, necesitaba alejarse de aquel desierto tanto como sus hombres. Más aún, una imagen electrónica no es un sustituto eficaz de una presencia viviente. Es inmensamente más fácil permanecer frío e impersonal frente a la primera. De aquí que viajara con frecuencia a la ciudad tanto para las consultas como para la diversión. Los individuos que más fuertemente se resentían por su misión tuvieron que comprender, con el tiempo, que él no la había proyectado, que se interesaba por Ishtar y que debía intentarse persuadirlo para que abogase por un cambio de política acerca del gobierno.

Después de pasar un par de horas tratando problemas técnicos en la oficina de Sparling, sobre la localización y mejor aprovechamiento de los recursos naturales necesarios para el proyecto, el ingeniero dijo abruptamente:

—Te diré una cosa, Anyef, el soñador más experto del área, está dando una representación en el Parque Stubbs. ¿Por qué no vienes a cenar a mi casa y vemos el espectáculo juntos?

—Es muy amable —dijo Dejerine, sorprendido.

—¡Bah! No es usted tan mal compañero. Además, francamente, cuanto más vea de la cultura nativa, más trabajará para salvarla.

—He intentado apreciar los registros de sus bancos de datos. No es fácil.

—Uh-uh. No es simplemente extraño. La música, la danza y el drama son más sutiles, más complejos que cualquiera que nuestra especie haya hecho jamás. Pero mientras Anyef trasmite su última experiencia, le iré comentando lo que haga.

—¿No molestará a la audiencia?

—Tengo un microtransmisor en un brazalete, y encontraré otro que pueda colgarse en la oreja. El susurro no molestará a nadie. El viento hará más ruido… —El teléfono sonó sobre la mesa de Sparling—. Excúseme —apretó la tecla de aceptación.

Las rudas facciones de Goddard Hanshaw aparecieron en la pantalla, graves.

—Malas noticias, Ian —dijo—. Pensé que, siendo amigo suyo, tenías el derecho de saberlo.

La boquilla de la pipa se rompió entre las mandíbulas de Sparling. Cogió la cazoleta inmediatamente y la puso en el cenicero, exagerando el cuidado. El cenicero era una iridiscente concha de chelosauro.

—Larreka llamó desde Port Rua. Jill Conway ha sido capturada por los bárbaros.

Dejerine saltó de su asiento.

—Quest-ce que vous dites? —gritó.

Sparling le obligó a sentarse con un gesto de su mano.

—Detalles por favor —dijo.

—Tomaron prestado un buque de la Kalain Gloriosa en la costa de los Dalag, pero el comandante se negó a poner más que unos pocos soldados para su protección; dijo que necesitaba toda espada que pudiera conseguir para mantener la seguridad en Beronnen del Norte. —Explicó Hanshaw—. Puede que tenga razón. Sin embargo, lo principal es que dos galeras valennas, sin duda pirateando, atacaron al buque en el Mar Fiero. Sus tripulaciones se lanzaron al abordaje, en donde se batieron en pequeña escala o mantuvieron deliberadamente ese tipo de combate hasta que cogieron a Jill. Basándose en los interrogatorios de los prisioneros, Larreka cree que es más que probable que el secuestro fuera el principal o el único objetivo, desde que su jefe vio que había un humano a bordo. Eso nos da esperanzas. Si la quieren como rehén o pieza de recambio, no le harán daño. Sus buques eran demasiado rápidos para poder perseguirlos, así que Larreka siguió su camino. Esto pasó, eh, hace tres días, acaba de llegar por transmisor.

—¿Qué quieres decir con eso de que no le harán daño? —preguntó Sparling—. La pura comida ishtariana…

—Larreka es un viejo zorro… En el momento en que vio que se la llevaban, corrió a coger su caja de alimentos y la tiró a la otra cubierta.

Sparling se recostó en su silla. Desearía que Dios fuera para mí algo más que un nombre, así yo podría darle las gracias. Pero ella estará en ese país infernal, sola entre salvajes. No se darán cuenta de que no puede soportar muchas cosas. O cualquier superstición puede entrar en su cabeza.

—Iré allí —dijo—. Conseguiré un vehículo de larga distancia. Primero pensemos. Seleccionaré lo que tengo que llevar. ¿Puedo llamarte después?

—Sí. Ahora tengo que decírselo a su familia. —La imagen de Hanshaw desapareció.

Sparling giró para mirar de frente a Dejerine.

—Ya ha oído —dijo—. ¿Qué propone que hagamos?

Dejerine se mordió los labios antes de responder.

—¿Qué tiene pensado?

—No se preocupe, nada alocado. Intentaré negociar su liberación. Pero si no aceptan, o piden condiciones imposibles, les demostraremos que lo mejor que pueden hacer es devolverla sana y salva.

—¿Les amenazaría?

—¿Y qué otra cosa se puede hacer? Cuando hundamos sus buques, destruyamos sus casas, ametrallemos toda banda que encontremos, recibirán el mensaje.

Y si Jill ha muerto…

—Castigo aéreo. —Dejerine asintió decididamente—. Mi misión es suministrar los medios —dijo.

—Es usted quien los tiene. Nosotros no. No tenemos un solo aparato militar. Nunca dijimos que los necesitáramos. Bueno, ¿durante cuánto tiempo va a permanecer sentado ahí? No ha tenido que usar esos voladores de combate que trajeron para justificar su presencia en Ishtar, hasta ahora.

Dejerine tomó una resolución.

—Eso podría ser insubordinación por mi parte. Por ninguna circunstancia, salvo un ataque directo contra nosotros, podemos usar nuestro material o nuestros hombres contra los nativos. La política tiene más razones que el idealismo. Si nos metemos en los embrollos locales…

La mano izquierda de Sparling palmeó el brazo de su silla; su puño derecho se dobló sobre el otro. Habló lentamente, congratulándose del tono bajo de su voz.

—¿No querrá comprometer su misión provocando un boicot completo hacia ella y todo su personal? Esto es lo que pasará si la abandona, ya lo sabe. Me encargaré de ello personalmente.

—¿No se da cuenta? Enviaré un mensaje ahora, pidiendo la autorización. Yo también le tengo cariño.

—¿Cuánto tardará su bote correo en llegar a la Tierra? ¿Cuánto tiempo les tomará a esos burócratas de los CG procesar su carta… y denegar la autorización?

El tono de Dejerine se endureció.

—Si desobedezco, sería relevado de este puesto. Mi sucesor podría ser mucho menos simpático, considerando el problema que causaría a la Marina. Puedo llevar a cabo mi misión si nos boicotea, pero requerirá el uso de poderes de confiscación y arresto, penas criminales para los que se nieguen a prestarnos cooperación esencial.

Se puso en pie. Sparling hizo lo mismo. —Señor, le dejo. Por favor, tenga en cuenta que no he ordenado a nadie que se abstenga de ayudar a la señorita Conway. No sea tan conspicuo sobre cualquier cosa que quiera forzarme a hacer. Y… sería mejor que se me informara de todos los hechos… y estaré más agradecido de lo que supone. —Se inclinó—. Buenos días, señor.

Sparling se quedó mirando a la puerta un rato después que se cerrara.

Sin duda tiene razón. Bueno, supongo que lo mejor será ir a casa y hacer el equipaje.

Cuando salió, un viento caliente le azotó la cara, silbando entre los árboles. Bel y Anu brillaban a través de los espacios que quedaban entre las nubes teñidas de rojo, dejando ver un cielo que de otra manera hubiera sido limpiamente azul. El aire olía a polvo. Había poca gente en la calle. No se fijó en si le saludaban o no. Mientras andaba, trazaba una serie de planes, uno para cada contingencia que pudiera imaginar.

Excepto la muerte de Jill. Si su risa volaba lejos con el viento, nada tendría demasiada importancia.

Su mujer estaba en el salón. Con la mayoría de proyectos suspendidos, la oficina de abastecimientos necesitaba poco a su personal.

—¡Hola! —dijo—. ¿Qué te trae aquí tan pronto?

El volvió su cara hacia ella, y la felicidad de su rostro murió.

—Hay algo que va terriblemente mal —murmuró ella.

El asintió. Le explicó los hechos.

—Oh, no. Nao permita Deus. —Rhoda cerró sus ojos, pareció abrazarse a sí misma y se levantó para coger sus manos—. ¿Qué es lo que vas a hacer?

—Ir allí.

—¿Solo?

—Puede, ya que la Armada no está interesada en proteger a los contribuyentes. —Sparling recordó de pronto que los extrasolarianos no pagaban impuestos—. Si las cosas llegan a ponerse mal y se entabla la lucha, las tropas de Larreka serían preferibles a los civiles. Pero si necesitamos ayuda humana, puede llegar en cuestión de horas, a pesar de que los únicos vehículos permitidos en estos días son los pequeños. Mientras tanto, hasta que tengamos información fiable ¿por qué tener a los machos confinados en Port Rua?

—¿Tienes que ir tú mismo? ¿E inmediatamente?

—Sería mejor para nosotros tener a un humano en el sitio. —Incapaz de soportar su mirada, dirigió la suya a una foto de Becky—. Estoy nervioso aquí; la Marina no conseguirá más consejos míos. Tengo tanta experiencia sobre Ishtar y los ishtarianos como cualquier otro, y yo diría que más. Sabes que puedo ser un buen médico de urgencia si ella… ella…

Rhoda irguió su poco esbelta figura.

—Y también tu razón fundamental. Estás enamorado de ella.

—¿Eh? Pero, qué… ¡Eso es ridículo! Somos amigos, claro, pero…

Ella sacudió su cabeza.

—No, querido. —Ella no había usado esas expresiones cariñosas desde el principio de su matrimonio—. Te conozco. He sabido esto desde el principio, y sé que los dos sois inocentes. Siempre has sido amable conmigo, Ian. Así he pensado que ya que tienes que ir a un sitio peligroso, debería decirte que vas con mi bendición. Llévala a su casa sana y salva.

El protestó.

—Estás equivocada. No puedo imaginarme cómo se te ha ocurrido una idea tan descabellada. —Sentía en su interior que era la única cosa que podía hacer.

—Bien, quizás estaba equivocada —dijo ella apoyada contra su pecho—. No hablaremos más de ello. Déjame ayudarte a hacer la maleta. Llamaré a los Conway y les preguntaré si hay algo que podamos…, que pueda hacer.

¿Debería sentirme culpable por estar cohibido?, se preguntó, ¿o por qué varios de mis posibles planes pueden incluir el riesgo de mi vida? Un pensamiento pasó por él como una descarga eléctrica. Ella lo notó en su cuerpo.

—¿Qué pasa? —preguntó tímidamente.

—Nada. Nada. —Hablaba sólo con su voz. Su mente estaba en otra parte—. Sólo una idea. Permaneceré aquí dos o tres días más.

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