IV

Vistos desde el espacio, todos los planetas son bellos; pero aquellos en los que los humanos pueden respirar tienen para ellos un atractivo especial. Por tanto mientras su nave insignia maniobraba hacia la órbita de espera, Yuri Dejerine miraba Ishtar a través de un halo de lágrimas.

Su orbe era de un azul radiante veteado de blanco y marcado con los matices más oscuros de los continentes. La falta de semejanza con la Tierra le daba una especie de encanto parecido al de una mujer extranjera. No había casquetes polares y muy pocas nubes, a pesar de la gran masa oceánica. Los tonos amarronados del suelo no tenían ninguna mancha verde en ellos, sino sombras leonadas y rubicundas. No había ninguna luna con cráteres que circundase a distancia el planeta: sólo dos satélites enanos próximos. Divisó uno, parpadeando conforme descendía, como una luciérnaga contra la negrura estrellada.

Y la luz. La mayor parte venía de la estrella de Ishtar, Bel, ligeramente menos intensa que el Sol sobre la Tierra pero con el familiar tono amarillo-blanco. Anu, sin embargo, estaba ahora tan próxima que ponía rosas y sangre en las nubes y teñía de púrpura los mares.

Una visión de ambos soles permanecía en la pantalla ante él. Parecían del mismo tamaño, un truco jugado por las distancias. Bel estaba aureolado con una corona de gloria. Anu no tenía un disco determinado. En el centro había una especie de horno rojo donde fluían chispas monstruosas; éstas se debilitaban y empequeñecían hacia el exterior hasta que al fin se retorcían en un intrincado laberinto de llamas, zarcillos que hacían pensar a Dejerine en el Kraken.

Desvió su vista. Como por compañerismo, intentó encontrar planetas hermanos, y creyó que podía encontrar dos. Y si, aquella estrella realmente brillante, color rubí, debía ser Ea, seis mil veces tan lejana desde allí como Bel de su órbita exterior. No era un recordatorio de mortandad como Anu; como un duende, Ea tendría una vida tremendamente larga y tranquila.

Sin embargo transmitió a Dejerine un sentimiento de soledad, el de la estrella, el de Yuri, el de todos. Y el esplendor de Ishtar guardaba una inminente agonía. Su pensamiento voló hacia Eleanor, tan bella y tan miserable, el día en que dijo que no podía seguir intentándolo después de dos años y que quería el divorcio. Yo lo estaba intentando también, pensó Yuri, realmente lo hacía.

Sacudió su cabeza, volviendo a la realidad. No eran aquellos los pensamientos adecuados para un comandante de flotilla. Un altavoz le rescató del silencio.

—En órbita, señor. Todo satisfactorio.

—Muy bien —replicó automáticamente—. Los hombres que no estén de guardia regular pueden salir de servicio.

—¿Debo hacer una llamada a la colonia, señor? —preguntó la voz.

—Todavía no. Es de noche en ese hemisferio, por lo que concierne al Sol Auténtico. Se han adaptado al día de dieciocho horas y media y la mayoría deben estar durmiendo en estos momentos, tanto si Anu es visible como si no. Seríamos descorteses si hiciéramos levantarse a sus dirigentes. Esperaremos hasta las mmm… —Dejerine comparó la rotación ishtariana con los relojes de rotación terrestre de la Marina—. Digamos hasta las 0700. Eso nos dará unas cuantas horas de relax. Si se reciben mensajes antes, pásenlos a mi camarote. Si no es así, comuníquese con Primavera a las 0700.

—Bien, señor. ¿Tiene usted que darme alguna orden más?

—No. Estaré descansando. Le aconsejo que haga lo mismo, Heinrichs. Estaremos muy ocupados de ahora en adelante.

—Gracias, señor. Buenas noches.

El acento era cortante. Dejerine había dispuesto que las charlas fueran en inglés, como práctica para una comunidad en donde era la lengua exclusiva. No, también tenían la lengua nativa. Don Conway había usado unas cuantas palabras que, según explicó a instancias de Dejerine, eran de origen no humano. El capitán sospechó que en cuanto se fuera de la nave, habría un murmullo continuo en español, en chino o en cualquier otro idioma.

El no tenía ningún problema lingüístico. Su educación le había hecho adquirir un fluido conocimiento de varias. lenguas importantes, y su esposa había nacido en los Estados Unidos.

Borró los recuerdos que de nuevo le asaltaban. La había amado, y todavía la quería, pero, después de tres años, sería ridículo quedarse estancado allí. Había muchas otras mujeres, lo sabía desde los quince años. Se preguntó si serían conseguibles en Ishtar.

Observó de nuevo al planeta. La órbita había llevado a la nave sobre las partes civilizadas. En la mitad opuesta había un continente e islas incontables, en donde no vivían un número significativo de ishtarianos y acerca del cual los humanos habían aprendido poco hasta la fecha. En los lugares que habitaban tenían más enigmas de los que podían manejar, a pesar de la ayuda indígena.

Anu estaba siniestramente situada sobre unos territorios que deberían estar oscurecidos. Por su luz pudo reconocer los continentes de los que tenía noticias a través de sus lecturas. Conway había intentado enseñarle a pronunciar sus nombres.

Haelen, de tamaño aproximado a Australia, se situaba en el Polo Sur, extendiendo un brazo hasta rebasar el Círculo Antártico. Partiendo de allí, una serie de archipiélagos, visibles sólo como cambios en el modelo de nubes y corrientes, conducían al norte a Beronnen, de contorno irregular y forma parecida a la India. Tierra seca un poco al sur del trópico meridional y un poco al sur del ecuador por su límite norte. Más allá había más islas, muchas volcánicas. ¿Podría detectar tristeza en algunas nubes? Entonces su vista alcanzó Valennen, no demasiado al norte del ecuador. Como Siberia, se extendía hasta cerca del Polo Norte. La curvatura del planeta le ocultaba más de tres cuartas partes, el territorio desconocido cuyos pobladores no habían nacido en Ishtar.

Miró buscando el resto de naves a su mando, estacionadas antes, pero no vio ninguna. No era sorprendente; habían sido espaciadas ampliamente por seguridad y transmisión de radio. Sus nombres formaban una letanía en su mente: Sierra Nevada, en donde se encontraba; explorador Moshe Peretz, primer navío que había mandado; porta-naves Isabella, que llevaba en su panza diez avispas; nave taller Imhotep, al que las naves armadas tenían que servir y proteger. Sí, había sido un largo camino, espectacularmente rápido, en ambos sentidos. Que hubieran sido destinados allí, lejos de la acción, era en verdad un honor, una prueba de confianza.

Sin embargo, ahora que estaba liberado de sus obligaciones durante un rato, el puente de control le parecía una celda. Se levantó y lo abandonó, en busca del hogar que le ofrecía su camarote. Sus zapatos resonaban en el pasillo vacío. Durante el viaje había dispuesto los generadores de campo a 1,18 g. Sus hombres y él tenían que llegar a Ishtar con cuerpos adaptados a su gravedad más fuerte. Cansado, sintió los catorce kilos añadidos a su peso como si estuvieran colgados de sus hombros y piernas.

Bueno, estaría mejor después de un sueñecito.

Pero cuando cambió su chaqueta azul de cuello alto y los pantalones blancos por el pijama, su cama de eremita no le atrajo. Se permitió un poco de coñac y encendió un cigarrillo. Durante unos minutos dio vueltas por la habitación mirando sus objetos personales.

El retrato de su padre… ¿Por qué no tenía ninguno de su madre? Su matrimonio se había roto cuando él tenía seis años, era hijo único, y ella le había criado. Se había preocupado, tanto como se lo permitía un trabajo administrativo de importancia creciente en la Autoridad de Control de Paz. Sus vidas no habían carecido de emociones: viajes frecuentes a diferentes ciudades europeas, vacaciones en el resto de la Tierra y en la Luna, fiestas en donde eminentes invitados discutían graves asuntos, que aparecían con grandes titulares en los periódicos… Y de algún modo, quizás porque raramente se veían, quizás porque siempre fue alegre, ambicioso de poco más que de disfrutar la vida, Pierre Dejerine caló en su hijo de una forma en que nunca podría hacerlo Marina Borisovna… Sin embargo, seguramente había una parte de ella en aquel muchacho que había entrado en la Academia Naval, aunque hubiera sido la parte de su padre la que le había impulsado a presentarse…

El capitán sacudió su cabeza y gruñó para sus adentros. Si tenía que ser tremendamente serio, ¿por qué no ponerse en forma y releer lo que tenía de Ishtar? Cuando menos, el aburrimiento de la repetición le haría dormirse.

Tomó el mejor libro, se acomodó en el sillón, se sirvió un poco de brandy, inhaló su cigarrillo y empezó a pasar las hojas.

«Nomenclatura Babilónica. Otras mitologías terrestres fueron utilizadas en sistemas planetarios más cercanos. Pero, por azar, el de Anubelea estuvo entre los primeros visitados, poco después de que el Principio de Mach llevase a la rotura de la barrera de la velocidad de la luz, en el viaje de Diego Primavera, una epopeya de audacia.

Su objetivo principal era el cúmulo globular NGC6656 (M22) en Sagitarius. A tres kiloparsecs, éste era comparativamente próximo, y tenía un interés especial para los astrofísicos por ser pequeño y denso: un buen lugar, por tanto, para iniciar la investigación de grupos de su clase. Los instrumentos espaciales habían captado la presencia de un sistema solar aislado cercano, que en aquella época estaba en línea con el Sol y entre éste y el corazón del cúmulo. Con tal fondo, había estado camuflado de los ojos de los astrónomos terrestres y había confundido los resultados de las observaciones en órbita. Por consiguiente, la nave de Primavera tenía órdenes de visitarlo en ruta.

Lo que encontró allí era mucho más interesante que lo que había ido a buscar, desde un punto de vista biológico y psicológico, y por tanto, humano. Téngase en cuenta lo reciente de la salida del hombre al espacio galáctico. No podía ni imaginar un mundo tan semejante al suyo y a la vez tan distinto.

Primavera condujo una segunda expedición con el propósito específico de explorar aquellos planetas. Su informe causó sensación. Un diletante universitario, Winston P. Sanders, propuso los nombres Babilónicos como los más apropiados, su sugerencia fue rápidamente adoptada…

Sin embargo, en aquella época, los viajeros que habían ido a cualquier sitio traían una inundación de cuentos exóticos… Los estudios de Anubelea languidecieron hasta que una asociación global de instituciones humanísticas y científicas fue fundada y patrocinada… No sólo la fascinación sobre Ishtar y Tammuz eran las razones para establecer una base permanente en el primero. Un deseo, ayudar a los nativos en la siguiente de sus crisis, que habían minado toda su historia y su evolución…»

Retórico. Dejerine quería aburrimiento. Saltó a un capítulo autoproclamado como de hechos escuetos.

«Per se, el sistema no es nada extraordinario. Las estrellas acompañantes a menudo tienen masas ampliamente diferentes, y por tanto historias diferentes en su desarrollo, y las órbitas excéntricas son más una regla que una excepción.

Los tres miembros de Anubelea parecen ser aproximadamente tan viejos como nuestro Sol. De aquí que Bel, la estrella G2, pueda tener una expectativa de cuatro o cinco mil millones de años de brillo estable en el futuro. Ea, la enana roja, durará mucho más que todo eso. Pero Anu, la más grande, ha envejecido más rápidamente.

Su tamaño no excede mucho del de Bel, 1,3 veces, es decir, que la masa es 1,22 veces la del Sol. En su auge no brillaba tan fieramente puesto que uno de sus planetas desarrolló vida proteínica en el agua y producción de oxígeno por fotosíntesis. Pero quizás (continuamos patéticamente ignorantes) la mayor irradiación aceleró el proceso evolutivo. Cualesquiera que fueran las causas, sabemos que hace mil millones de años, Tammuz (Anu III) había desarrollado seres inteligentes que a su vez habían desarrollado una civilización tecnológica.

Por aquel entonces, su sol había quemado ya tanto hidrógeno que no podía permanecer por más tiempo en la secuencia principal. Había empezado a hincharse, a convertirse en un gigante rojo. En el momento presente su luminosidad total iguala a 280 Soles y esto está lenta e inexorablemente creciendo.

Para entender la situación en Ishtar, imaginémonos a su sol, Bel, como estacionario, con Anu y Ea en revolución alrededor suyo. Es innecesario decir que en realidad las tres estrellas se mueven alrededor de un centro común de masa, pero dada su configuración cambiante, sólo las matemáticas pueden llegar a describir esto acertadamente. (Ver Apéndice A.) Un diagrama con Bel como centro es válido geométricamente, a primera vista, pero falso dinámicamente.

En este diagrama, Anu se mueve alrededor de Bel en una gran elipse. En su distancia máxima, a unas 224 unidades astronómicas, es escasamente mayor que la de la estrella más brillante de los cielos de Ishtar. En su aproximación más cercana, llega a una distancia de 40 unidades astronómicas de Bel, es decir entre 39 y 41 de Ishtar, dependiendo de la posición planetaria. El período orbital es de 1.041 años terrestres. En consecuencia, cada milenio la gigante roja se aproxima.

La ruta de Ea es todavía más majestuosa y excéntrica. Está siempre demasiado lejana para tener un efecto directo mesurable, aunque tiene una gran influencia en toda la mitología ishtariana conocida. Y es interesante por derecho propio, por el único planeta que posee, un superjoviano…

En la época presente, que para propósitos prácticos abarca millones de años pasados y futuros, Anu en periastro con respecto a Bel añade aproximadamente el 20 % a la irradiación que Ishtar recibe normalmente. Esto corresponde a un incremento de 11°C en la temperatura de cuerpo negro.

Los cálculos teóricos deben ser usados con cuidado. Un planeta, especialmente si tiene atmósfera e hidrosfera, no es un cuerpo negro. Por ejemplo, el calor causará la formación de nubes del agua evaporada, las cuales reflejarán más radiación que en un principio; pero mientras tanto el efecto invernadero operará más fuertemente cuanto más vapor de agua penetre en la atmósfera. Y entonces entran en juego las diferentes, aunque siempre grandes, inercias térmicas de las varias regiones…

Ya que el paso de periastro es necesariamente rápido, el tiempo durante el cual Anu es importante con respecto a Ishtar está arbitrariamente estimado en un siglo. A medida que se aproxima, hay en principio un resultado casi nulo a excepción de su incremento de tamaño y brillo. Se necesita tiempo para calentar a todo un planeta. Las tormentas, sequías y desastres similares no son grandes hasta el período de máxima aproximación de Anu. Desde entonces, mientras la gigante roja retrocede, las cosas van progresivamente empeorando, al igual que ocurre con el tiempo más caluroso de un año ordinario, que llega después del solsticio de verano y puede durar hasta después del equinoccio otoñal.

Y, un siglo de cada diez, la Naturaleza en Ishtar está en confusión…

No teniendo una gran Luna, el planeta tiene una precesión lenta. A través de la era geológica pasada, las inclinaciones de las órbitas y los ejes de rotación han hecho que el hemisferio norte de Ishtar lleve el peso de la maldición. Si el periastro ocurre en pleno invierno, Anu estará a ca.26 ° del polo norte celeste; si ocurre en pleno verano, a ca.28 °. Esto significa que esas colatitudes tienen la máxima exposición. Sus temperaturas se elevan mucho sobre la «teórica», con todo lo que ello implica. En sus antípodas, un tercio del globo nunca ve a Anu en ese tiempo, no hasta que se aleja. Aunque la estrella de paso es la responsable de la falta de casquetes polares, el continente antártico sigue desértico. Nosotros desearíamos una distribución más razonable de energía; pero el universo nunca ha mostrado mucho interés en ser razonable…»

El libro cayó sobre sus rodillas. Se levantó meramente para meterse en la cama.

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